Un cuento del pasado
Alina estaba nerviosa. Lo último que esperaba al empezar el día era que Genya la avisara que iría a montar con Irina y el general. No le importaba ir con la primera, pero todavía había roces con Kirigan, a pesar de que las cosas habían disminuido de intensidad y parecía algo más abierto. Hasta la saludaba por los pasillos (solo cuando Irina iba con él).
Se quedó intrigada con Irina, solo había escuchado cosas buenas entre los Grisha, diciendo que era una maestra increíble y lo mucho que se preocupaba por ellos. Claro, el general no tenía tanto tiempo libre, por lo que ella se encargaba de las cosas más personales.
Alina no había hecho ningún avance en su entrenamiento y temió decepcionarla. Eso era lo último que quería.
Entonces, se colocó la ropa para montar, pero al salir del Pequeño Palacio tan solo vio al general acariciando a uno de los dos caballos negros que había. Otro blanco estaba al lado. Esto significaba que había un problema: ella no deseaba enfrentarse sola al Grisha más poderoso de Ravka.
Antes de que pudiera echarse atrás, este notó su presencia.
-Señorita Starkov -la saludó acercándose a ella, Alina no tuvo otra opción que encontrarse con él-. Espero que haya descansado bien.
-Así es, general -bajó la cabeza con respeto, como si estuviera hablando con alguien del Primer Ejército.
La expresión del hombre era amable, pero sus ojos brillaban con algo que Alina no pudo identificar.
-Lamento mi comportamiento pasivo-agresivo al inicio de todo. No ha sido muy acertado por mi parte.
Su disculpa la sorprendió. Pensaba que era hombre que no se disculpaba por nada.
-No se preocupe, general. Acepto sus disculpas.
Los ojos negros del otro se volvieron duros.
-Pero no se equivoque, señorita Starkov. Mi actitud fue debido al daño que recibió Irina el día que usted la conoció. Ella es alguien muy importante para mí. Ambos somos únicos en nuestra especie, iguales por derecho. Debemos protegernos el uno al otro.
Sus palabras fueron dichas con vehemencia, y casi parecía que hablaba a Alina entrelineas. Creía que empezaba a comprender al Oscuro.
-¿Es por eso que nadie más que vosotros viste el color negro? -preguntó casi con un susurro.
Ahora no había ninguna duda, la expresión de Kirigan era una de superioridad. Una sonrisa divertida surgió en sus labios.
-Veo que va aprendiendo, señorita Starkov.
Alina apretó los puños, sintiendo la necesidad de golpear a ese hombre en la cara. En cambio, tuvo que contenerse. No podía hacer ningún espectáculo. Pero podía insultarlo.
-¡Alina! -llamó alguien a sus espaldas.
Los dos se giraron notando a una sonriente Irina acercándose a ellos. Aleksander fue el primero en hablar.
-Starkov y yo estábamos solucionando nuestras diferencias. Hemos avanzado bastante -mintió el Invocador. Alina tan solo pudo asentir siguiéndole el rollo.
-No sabéis cuánto me alegro de escuchar esto. Por los Santos, Alina, el kefta te queda perfecto. Los Hacedores han hecho un trabajo magnífico -halagó la mujer haciendo que girara sobre sí misma para poder verla por completo.
Alina sintió que se sonrojaba ligeramente.
-Gracias, la verdad es que me sorprendió que me dieran uno azul con bordes dorados. Es algo único, como el de Genya.
-Espero que os hayáis caído bien.
-Ella es muy amable y talentosa -afirmó la mestiza.
-Sí que lo es. Bueno, vamos a montar antes de que vayas a clase -apresuró Irina acercándose a uno de los caballos negros. Casi al instante estuvo Aleksander a su lado, ayudándola a subirse.
Aleksander se subió también rápidamente y Alina lo hizo en el caballo blanco. Al ver que todos estaban listos, Irina lideró el camino, comenzando a cabalgar por los terrenos del Pequeño Palacio.
Alina no pudo evitar maravillarse por lo increíble que se veían los dos Oscuros cabalgando en la tierra. Eran como dos seres superiores, cabalgando uno al lado del otro, como si hubieran estado haciéndolo durante mucho tiempo...
Se detuvieron para que descansaran los caballos y se acercaron a una vieja fuente de piedra oculta entre la maleza. Cada uno de ellos sacó una moneda para lanzarla al agua.
Kirigan fue el primero en lanzarla. Irina se tomó un tiempo, cerrando los ojos y manteniendo la moneda cerca de su corazón antes de lanzarla. Alina no la lanzó, sino que observó su reflejo en el agua.
-¿Qué ves? -preguntó con suavidad Irina.
-La imagen que otros tienen de mí.
-Quizás tan solo una parte desconocida de ti ha salido a la luz -comentó Irina-. ¿Qué tal te adaptas al Pequeño Palacio?
Alina recuperó su aspecto desinteresado mientras se alejaba de la fuente.
-Me gusta entrenar. Creo que va bien. -Luego añadió tardíamente-. Es difícil saberlo con Baghra.
-No tienes ni idea -bromeó la otra mujer.
-Aparte, nunca me habían calentado la cama. Y me alegra tener a Genya. -Hubo una pausa-. No sé a dónde me lleva este nuevo camino -reveló en un tono bajo.
Irina se compadeció de ella.
-Sabemos cómo te sientes -susurró-. Somos Invocadores de sombras.
-Las acciones de otro Grisha caen sobre nuestras espaldas -empezó a hablar Kirigan, volviendo a colocarse en la fuente, justo al lado de Irina.
La Oscura suspiró acariciando la piedra de la fuente.
-Hace tiempo, cuando las cosas eran demasiado, huía y me escondía aquí. Echaba una moneda y pedía un deseo: que pudiera solucionar todo.
Irina decía la verdad. Al principio de todo, cuando los recuerdos del pasado venían a por ella, iba a ocultarse allí. Al final, cuando Aleksander se enteró de estas salidas, él se unió a ellas.
Alina se movió notando las imágenes que plagaban la fuente.
-Esta es su historia, ¿no?
-¿Lo sabes solo por los relieves? -cuestionó Aleksander como si fuera una prueba.
-Por supuesto. Todo niño la aprende, no solo los Grisha -aseguró Alina, tomándolo como una prueba personal-. Hace cientos de años, Anastas, el rey, usó a un Grisha como asesor militar. -Se detuvo-. A un... Invocador de sombras.
-Puedes decirlo, el Hereje Negro -interrumpió Aleksander.
¿Era orgullo lo que escuchaba en su voz? Alina continúo la historia:
-El Hereje ansiaba más poder, y el rey, temiendo un golpe, les puso precio a él y a los Grisha que lo apoyaran. El Hereje estaba en desventaja así que intentó crear un ejército con la ciencia prohibida que Morozova usó para crear sus amplificadores. Pero fracasó, en su lugar creó la Sombra. Que lo mató, junto a muchos otros.
Alina se detuvo al observar la última imagen. En ella estaba el Hereje Negro agarrando a una joven que parecía estar sangrando.
-Me da que no le enseñaron bien, señorita Starkov -interrumpió Aleksander-. El Hereje Negro, mi antepasado, estaba enamorado de una Grisha. Al principio simplemente huía del rey por el que había ganado una guerra, pero cuando la asesinaron, él decidió que nadie más de los suyos moriría. -El general se quedó mirando la imagen por un rato más antes de sonreír con ironía-. Pero eso es algo que no enseñan. Bueno, da igual, la gente siempre crea sus propias versiones.
Un silencio tenso llenó el bosque. Alina sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Sentía mucho poder de repente, ¿qué era?
-Deberíamos volver -comentó Irina, trayéndolos a la realidad-. Baghra odia que la gente llegue tarde.
Mientras ambos Oscuros volvían hacia donde estaban sus caballos, Alina se giró y lanzó su moneda, pidiendo un único deseo: que la gente no la convirtiera en la nueva hereje.
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