El segundo amplificador
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Mal los guió por la isla hasta una cueva donde el agua les llegaba hasta las rodillas. Todos estaban armados, mirando a las paredes de la cueva en caso de encontrar a Rusalye ahí. Irina y Alina eran las únicas que no tenían armas, confiando plenamente en sus poderes.
Hubo un sonido extraño y Sturmhond los obligó a detenerse, inspeccionando mejor el lugar.
-Grevyen, dime, ¿hay algo en el agua? -preguntó en un susurro.
El hombre, un Agitamareas, guardó su pistola y haciendo uso de sus habilidades, sondeo el agua.
-Hay agujeros en el suelo. Cuidado donde pisáis. Pero nada más -aconsejó.
-¿Nada más que tú notes o nada más ahí? -quiso saber Mal, teniendo a mano la pistola que había cogido a Sturmhond de su arsenal.
-Lo que mejor te parezca -fue la repuesta de Tolya.
-Eso está sobrevalorado -se burló su hermana a su lado, con las hachas en alto.
-Esto no me gusta nada -murmuró Irina, más para ella misma que otra cosa. Y, entonces, se escuchó el sonido de un animal, asustándolos a todos.
Se quedaron paralizados, esperando por algo. Del techo salió el cuello de un animal, cogiendo a uno de los hombres de Sturmhond, desapareciendo de nuevo.
-¡Tirad las redes! ¡Matadlo! -ordenó el corsario.
-¡No! -suplicó Alina.
-No lo he visto. Juega con nosotros -dijo Sturmhond al recuperar la calma.
-Ahorrad munición o no os quedará cuando haga falta -pidió Irina al ver las armas que llevaban. Si Alina o ella acababan siendo heridas, no podrían ayudarlos.
Otro hombre fue arrastrado detrás de ellos, desapareciendo sin que tuvieran oportunidad de ayudarlo. El miedo que sentían se hizo más fuerte.
-Puede camuflarse -susurró Mal mirando a una de las paredes de la cueva. Y allí estaba el azote marino.
Les rugio antes de volver a atacarlos, por suerte, no logró nada.
-Parece estar en todas partes -se quejó Sturmhond.
-Voy a tapar con mis sombras todos los agujeros, así no podrá sorprendernos -habló Irina haciendo lo que había dicho.
Al parecer, a Rusalye no le gustó esto, porque salió fuera del agua para volver a rugirles. Tolya intentó atacarle con su katana, pero tan solo fue lanzado a un lado de la cueva. El dragón intentó morder a Mal, siendo detenido por el arma que llevaba, que evitaba que le triturara con sus dientes.
Al ver que estaba en peligro, Alina usó su poder y lo mató con un rayo de luz. Hubo un momento de silencio.
-Está muerto -murmuró Mal mientras el cuerpo del dragón comenzaba a hundirse en el agua.
X
Volvieron al Volkvolny de noche. Habían cogido dos escamas plateadas del azote marino y dejado el cuerpo allí. Pero antes de darle las escamas a Alina, tomaron un pequeño momento para recordar a los dos compañeros que habían perdido en la misión.
Todos se habían reunido en la borda, esperando a las palabras de su capitán.
-Estamos comprometidos con la misión. Que sus muertes no hayan sido en vano. Honramos su sacrificio en la búsqueda del azote marino. Inclinémonos ante los caídos -pidió, cosa que todos lo hicieron-. Que el mar los lleve a buen puerto y que los santos los reciban en la orilla.
Acto seguido, todos se llevaron las manos a la boca y luego las dirigieron al cielo. Las siguientes palabras, las mencionaron cada uno de ellos:
-Que los santos los reciban.
A una señal de Sturmhond, los gemelos dejaron a la vista las dos escamas del azote marino.
-Alina, estamos listos -indicó el corsario antes de colocarse al lado de Irina.
La Invocadora asintió y se dirigió a la Durast que iba a colocarle el amplificador en el brazo izquierdo.
-¿Preparada? -preguntó la mujer. Cuando obtuvo una respuesta afirmativa, le puso la primera.
Todos fueron testigos de cómo un brillo plateado le recorría el cuerpo, dejándola casi sin aliento. Todos miraron expectantes.
-¿Estás bien? -preguntó la Durast preocupada.
Desde un lado, observando todo, Irina se preocupó. Tal vez los amplificadores de Morozova estaban destinados a usarse juntos, pero todavía no se sabía las consecuencias que podría traer al Grisha.
-Estoy bien. Segunda escama, por favor -respondió Alina en un tono más duro de lo que debería.
Cuando le puso la segunda, el poder que sintió la Invocadora fue tan grande que estaba deseosa de provarlo. Todo comenzó a brillar con luces y chispas plateadas, iluminando la oscura noche. Sin embargo, este fue haciéndose más fuerte y cada vez hacía más calor.
Irina sintió que alguien la cogía de la muñeca y la empujaban detrás de él, protegiéndola de la luz. Al mirar arriba, vio que era Sturmhond.
-¡Apartaos! -gritó este, impidiendo que Irina se moviera de su lugar.
-¡Alina! -llamó Mal acercándose a ella. Cuando llegó a Alina, la abrazó con fuerza, haciendo que regresara en sí misma y dejara de usar su poder, dándole en cambio un beso.
Toda la tripulación estaban sorprendida e impresionada. Sturmhond, una vez pasado el peligro, dejó que Irina volviera a moverse. La Invocadora de sombras estaba sin palabras, había pasado mucho tiempo desde que alguien se colocó frente a ella para protegerla.
Ajeno a su mirada, Sturmhond se dirigió a Alina.
-Bueno, ¿adónde vamos ahora, Invocadora? -preguntó.
Con una sonrisa en sus labios, Alina respondió:
-Ravka Oriental y luego la Sombra.
X
Justo en Ravka Oriental, oculto junto a más Grisha rescatados, se encontraba el general Kirigan, Aleksander Morozova.
El Hereje Negro.
Había sobrevivido a la Sombra y había resurgido con un nuevo poder que lo hacía invensible. Pero había consecuencias.
Su aspecto estaba lejos de ser el que poseía ante. Estaba pálido, débil, con marcas negras a lo largo de su rostro, marcas que nunca se irían.
Sufría dolores insoportables y a veces llegaba a toser sangre negra. Lo único que le aliviaba era dormir, donde podía ver a Irina.
Pero algo estaba mal. Esta Irina siempre iba en su contra. Le recriminaba sus acciones y nunca deseaba que la tocarán.
Se terminaba despertando enfadado y adolorido. Ya no podía más.
Esa noche había decidido eliminar el último trozo de hueso de ciervo que había colocado en su mano derecha. Esta se había infectado y tenía una marca negra muy fea.
Cogió un fierro candente para eliminarlo, pero entonces, sucedió lo inimaginable.
Un nuevo poder le recorrió la mano.
-Estás viva -murmuró incapaz de sacar el asombro de su voz-. Cuánto poder, señorita Starkov. Eres más fuerte que antes. ¿Pero cómo has logrado tú sola tal poder?
Entonces, todo vino de golpe. Starkov era incapaz de hacer algo sola, tenía que haber alguien más con ella. Una persona más fuerte y astuta.
Todos los sueños volvieron a él.
-Irina -murmuró con esperanza en su voz-. Estás viva.
Su mirada bajó al dibujo que habían hecho los fjerdanos de él, Alina e Irina. Se veía preciosa.
-Mi Irina.
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