CAPÍTULO 1
—Espero que te haya gustado el paseo. Realmente estaba preocupado cuando sugeriste ir a caminar —confesó Luca, con una mezcla de alivio y ansiedad en su voz.
Nos detuvimos en la entrada de la puerta de mi casa y una sonrisa inevitable se dibujó en mis labios.
—Ha sido un paseo muy agradable, lo disfruté —respondí, asintiendo lentamente mientras él se acercaba aún más. Su proximidad enviaba un escalofrío por mi columna—. Te dije que todo estaría bien y no creo que debas acercarte más. Tendrás problemas por ello.
—Tal vez. —Sus dedos atraparon uno de mis rizos y lo enroscaron suavemente—. Pero valdrá la pena si puedo...
Me alejé lentamente, negando con la cabeza.
—No, Luca, no sucederá nada hasta que nos casemos. Addio.
Le di un beso rápido en la mejilla y entré a casa sintiendo el calor en mis mejillas. Inhalé hondo, tratando de calmar mis emociones para que mis padres no pensaran que algo realmente había pasado.
—Sus padres la esperan en el estudio. —Apareció Gloria de repente, logrando asustarme—. Lo siento, Srta. Vittoria.
Asentí lentamente, intentando calmar mi acelerado corazón.
—¿Sabes la razón?
—La desconozco.
Intenté sonreír, pero no pude. Siempre que me llamaban allí era para darme una noticia importante. Mala o buena, lo sabría al llegar.
Me encaminé rápidamente hacia el estudio y cuando llegué, sentí una tensión palpable en el aire. Mi madre, Fiorella, estaba visiblemente disgustada, y cuando sus ojos se encontraron con los míos, pude percibir cierto temor en ellos.
—Aquí estoy, acabo de llegar —les informé, tratando de mantener la voz firme.
—Espero que haya sido una buena salida —habló papá, forzando una sonrisa. Le sonreí y asentí—. Queremos decirte algo, por favor, toma asiento junto a tu madre.
Hice lo que me pidió y fue entonces cuando escuché en un débil susurro de ella, un: "lo siento".
La miré de inmediato y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Q-Qué está pasando?
—Eres consciente de la crisis que enfrentamos. Sabes que cualquiera de nuestros enemigos puede utilizar este momento de debilidad para atacarnos. Necesitamos volver a ser fuertes o moriremos.
—Lo sé, papá, pero hace unas semanas dijiste que todo se arreglaría.
—Estaba en diálogos y hoy hemos llegado a un acuerdo.
Su preocupación había sido muy notoria últimamente; parecía que envejecía un par de años cada día.
—Eso es estupendo —lo felicité, inclinándome y apretando su mano.
—No, no es estupendo, Vittoria —intervino mamá. Su voz sonaba extrañamente apagada—. Te casarás, hija, y no será con Luca, sino con alguien de la Bratva.
Me tensé de inmediato y solté la mano de papá, mirándolo incrédula mientras negaba lentamente con la cabeza.
—Es... Es mentira, ¿verdad? —Mis ojos se llenaron de lágrimas rápidamente—. Tú no me darías a alguien como ellos, claro que no.
—Te prometo que te tratará bien. Tiene casi tu misma edad, es un buen partido y...
—¡No! —gritó Fio, su voz quebrada—. Nadie que sea de la Bratva y mucho menos alguien que lleve el apellido Romanov es un buen partido.
Sentí un golpe seco en mi abdomen y me levanté rápidamente, asustada por mi destino.
—R-Romanov —gemí de dolor, llevando mi mano a mi pecho que empezaba a doler—. No... no quiero...
Papá y mamá se levantaron al unísono, agarrándome de los brazos mientras el dolor en mi pecho aumentaba. El aire parecía escaparse de mis pulmones y la familiar sensación comenzó a tomar control. Intenté respirar hondo, pero cada inhalación era una lucha.
—¡Vittoria, tranquila! ¡Gloria, trae el inhalador! ¡Rápido!
Mientras esperábamos, mamá me abrazó con fuerza, sus lágrimas cayendo sobre mi cabello.
—No dejaré que te hagan daño, Vittoria. Lo prometo.
Finalmente, Gloria llegó con mi inhalador y lo usé desesperadamente, sintiendo cómo el medicamento comenzaba a abrir mis vías respiratorias. Cerré los ojos, tratando de calmarme, mientras el miedo y la desesperación seguían latentes en mi corazón. Sabía que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre, y no de la manera que había soñado.
Papá se arrodilló a mi lado, sus manos temblando mientras acariciaba mi cabello.
—Hija, sé que esto es difícil de aceptar, pero es la única manera de asegurar nuestra supervivencia. Él... Aleksey Romanov, ha prometido cuidar de ti. Es nuestra única esperanza.
Mis lágrimas caían silenciosamente, mi respiración todavía entrecortada por el reciente ataque.
—No... No sé si podré hacerlo. Tengo miedo —admití con voz quebrada, mis palabras apenas eran un débil susurro.
Fiorella me abrazó con más fuerza, sus sollozos suaves resonando en el silencio.
—Perdónanos, por favor —gimió con voz temblorosa y llena de remordimiento.
El eco de los rumores que había escuchado sobre la Bratva y, en especial, sobre los Romanov, resonaba en mi mente. Hablaban de la infortunada Isabella Di Marco, que había caído en manos del Pakhan, y las cosas desastrosas que contaban me helaban la sangre. Decían que ella no había encontrado una manera de librarse de él, y que de tanto intentar, se había resignado a su destino. Uno oscuro, lleno de sufrimiento y maltrato.
Me pregunté si también tendría que resignarme. No me veía capaz de contradecir a Aleksey, sabiendo su naturaleza. El temor a los golpes y al sufrimiento atenazaba mi corazón.
—Oh, Dios santo —gemí, sintiendo un nudo en la garganta.
—Cara mia, ellos serán buenos contigo, especialmente tu esposo.
Mis lágrimas continuaban cayendo silenciosamente mientras intentaba procesar sus palabras. Mamá intentó sonreír, pero su esfuerzo fue en vano. La desesperación en sus ojos era inconfundible.
Papá se levantó y caminó hacia la ventana, mirando hacia el horizonte con una expresión de dolor y resignación.
—No te harán daño, Vittoria. Te lo prometo.
Me quedé allí, en medio de la habitación, mientras mi mente revivía las palabras de mamá, las historias horribles sobre la Bratva, y el apellido Romanov resonaba en mi cabeza como una sentencia.
—No quiero que te pase nada, hija. Prométeme que serás fuerte.
—Lo intentaré, mamma. Pero... no sé si puedo.
—Eres fuerte, Vittoria. Lo sé. Y recuerda, siempre estaremos contigo, aunque no físicamente.
Asentí, intentando calmarme. Sabía que debía ser fuerte, pero el miedo y la incertidumbre eran abrumadores. Inhalé profundamente, tratando de estabilizar mi respiración y sentí una calma momentánea.
Los días pasaron, y no había podido encontrar tranquilidad después de recibir la noticia. Las noches se habían convertido en una tortura, llenas de pesadillas en las que mi futuro con Aleksey Romanov se dibujaba sombrío y aterrador. En mis sueños, su rostro era una sombra sin forma, una mancha de oscuridad que me acechaba. La falta de información sobre él solo aumentaba mi miedo; no había fotos suyas en Internet ni rastro de su existencia en las redes sociales. Esa ausencia de identidad hacía que su figura en mis pesadillas fuera aún más temible.
Luca, desesperado por hablar conmigo, había intentado contactarme de todas las maneras posibles. Sin embargo, sabía que nuestra relación ya no podía ser. Me aterraba la idea de que algo le sucediera por mi culpa, así que lo evitaba, aunque eso me partiera el corazón.
—¿Que si me dolía? —me preguntaba a menudo mientras miraba su número en la pantalla del teléfono, resistiendo la tentación de llamarlo.
Sí, dolía. Nuestro amor era una promesa de juventud, un sueño inocente que nunca llegó a florecer por completo. Aun así, el dolor que sentía era real, y esperaba que, con el tiempo, se desvaneciera.
Mis días se llenaban de una rutina sofocante. Cada rincón de la casa, cada mirada de mis padres, me recordaba el destino que se cernía sobre mí. Mamá, aunque intentaba ser fuerte, no podía ocultar el miedo en sus ojos cada vez que me veía. Papá, por otro lado, parecía más distante, absorto en sus propios pensamientos y preocupaciones. Sabía que estaban haciendo lo que creían mejor para la Cosa Nostra, pero eso no hacía que la carga fuera más fácil de llevar.
En las noches, cuando el silencio reinaba y solo los suaves susurros del viento se escuchaban, me encontraba llorando en mi habitación. La opresión en mi pecho, la dificultad para respirar, todo era un recordatorio constante de mi asma, y de cómo el estrés y el miedo solo empeoraban mi condición. Tomaba mi inhalador con manos temblorosas, intentando calmarme, intentando convencerme de que todo estaría bien.
Pero, en lo más profundo de mi ser, sabía que la oscuridad que se avecinaba con mi matrimonio, era una tormenta que debía enfrentar sola. Cada día que pasaba sentía que me acercaba más y más a ese abismo desconocido, y aunque la esperanza era tenue, me aferraba a ella con todas mis fuerzas, rezando para que, de alguna manera, pudiera encontrar una luz en medio de tanta oscuridad.
Una noche, después de otra pesadilla especialmente vívida, me senté en la cama y miré por la ventana. La luna llena iluminaba la habitación, y me prometí a mí misma que, sin importar lo que sucediera, encontraría la manera de sobrevivir. Porque, aunque la oscuridad fuera aterradora, sabía que dentro de mí había una chispa de fortaleza que no podía ser apagada fácilmente. Y por esa chispa, lucharía con todo lo que tenía.
[...]
Trataba de controlar mi respiración mientras caminaba por toda mi habitación sin parar. Había llegado el momento, y no lo podía creer: no estaba preparada. Ellos ya estaban abajo, el nuevo Pakhan y... él. Había pensado que tendría tiempo para mentalizarme, pero no había sido así. Quizás nunca hubiera sido suficiente tiempo; solo era yo queriendo retrasar lo inevitable.
Fio había insistido en que nuestros estilistas y maquilladores de confianza vinieran para dejarme espléndida, pero me opuse rotundamente. No quería que él pensara que me importaba su opinión o que me había arreglado para agradarle. No me sentía bien para lucir y fingir ser alguien que no era. Decidí no maquillarme y dejé mi cabello con sus rizos naturales, ignorando las alisadoras que me miraban desde la mesa de tocador como si me retaran.
Llevaba un vestido con corsé, suelto en la cintura, que caía hasta un poco más arriba de mis rodillas, acompañado de unos tacones modestos. Era un atuendo casual, algo que usaba en ocasiones, nada llamativo ni imponente. Me miré al espejo, viendo a una chica que intentaba aparentar tranquilidad, pero cuyos ojos traicionaban el miedo y la incertidumbre. Podía sentir la tensión en mi pecho volviéndose más densa, como una cuerda que se enredaba cada vez más fuerte alrededor de mis costillas.
El pánico comenzaba a tomar el control y me faltaba el aire. Rápidamente, tomé el inhalador de la mesita de noche y lo usé, dejando que el medicamento ayudara a calmarme. No podía permitirme un ataque de asma en ese momento.
Finalmente, me detuve frente a la puerta de mi habitación y tomé una respiración profunda, intentando reunir la poca valentía que me quedaba. Sabía que no podía retrasar esto más. Mis padres contaban con que bajara y enfrentara lo que venía. Con un último vistazo al espejo y un susurro en mi mente de "tú puedes", abrí la puerta y comencé a caminar hacia la escalera.
Cada paso hacia el salón me acercaba más a lo desconocido, y sentía que me adentraba en un abismo. Al llegar, mis ojos buscaron instintivamente a mi madre. Ella intentó sonreírme, pero la tristeza en sus ojos era inconfundible. Mi padre estaba de pie, rígido, con la mandíbula apretada, como si intentara mantener la compostura.
Y entonces los vi.
El nuevo Pakhan, un hombre de presencia imponente y semblante severo. Su traje negro, impecable, realzaba su aura de poder y peligro. Pero fue el hombre a su lado quien realmente capturó mi atención.
Aleksey Romanov.
La belleza de Aleksey era deslumbrante, casi cruel en su perfección. Sus ojos ambarinos, brillantes y penetrantes, reflejaban un odio helado que me hizo temblar internamente. Fue como si el aire abandonara mis pulmones al darme cuenta de que cualquier esperanza de paz o felicidad se había esfumado en el instante en que nuestros ojos se encontraron. Me observó con una mezcla de desprecio y algo más, una emoción que no pude identificar, pero que me heló la sangre.
Intenté mantener la compostura, recordando las palabras de mi madre: cabeza en alto, Vittoria. No dejes que vean tu miedo.
—Vittoria —habló papá con voz firme, aunque tensa—. Te presento al Pakhan y a tu prometido, Aleksey Romanov.
Asentí, esforzándome por mantener mi expresión neutral, aunque sentía que el corazón me latía tan fuerte que era un milagro que nadie más lo oyera.
—Es un placer conocerlos —logré decir con una voz que apenas reconocí como mía.
El Pakhan me observó por un momento y luego asintió brevemente, sin expresión alguna.
Aleksey, en cambio, no respondió de inmediato. Sus ojos se posaron en mí, evaluándome de arriba abajo, y una sonrisa fría y calculada se dibujó en sus labios. Una sonrisa que hablaba de promesas oscuras y futuros inciertos.
—El placer es todo mío, Vittoria —respondió en un tono gélido y sarcástico que se clavó en mi piel como una espina.
Sentí un escalofrío recorrerme, pero me obligué a permanecer firme. Esto solo acababa de empezar.
VOTEN Y COMENTEN.
LOS AMOOOOOOO
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