Capitulo XV: Tercer asalto
— A ver, dime ¿Qué es exactamente lo que necesitas saber? — Le pidió Remo.
Calipso necesitó que pasaran dos dias para finalmente atreverse a hablar de nuevo a solas con Remo y resolver el conflicto que había quedado sepultado en su interior. En ese momento, recién caida la tarde, estaban reunidos en la cocina, acompañados únicamente por el ruido que hacía el viento al pasar rozando las paredes de la casa.
— La carne.
— ¿Qué carne? Necesito un contexto.
— La carne de la reserva ¿De dónde la conseguís? — Preguntó Calipso, decidida a resolver las dudas que tenía.
Remo introdujo las manos en los bolsillos de su pantalón y la miró con interés. Tenía la mitad de la camisa remetida en la cinturilla del pantalón y la otra parte caía por fuera.
— Del bosque — Contestó, del mismo modo que había hecho Calipso unos días antes cuando su tía Hermila le hizo la misma pregunta.
— Eso ya lo sé ¿Pero cómo?
Los ojos de Remo brillaron, esta vez sin volverse amarillos.
— Algunas noches salimos en grupo y cazamos — Admitió.
— ¡Lo sabía! — Exclamó Calipso, ligeramente decepcionada — ¿Entonces por qué criticas la caza si vosotros también la practicáis?
— Es distinto. No usamos armas ni lo hacemos como un deporte. Cazamos para subsistir.
— ¿Quieres decir que no disfrutáis cazando?
— Es difícil de explicar.
— Tengo todo el tiempo del mundo.
Remo se aproximó a ella y esto le hizo contener el aliento. Calipso llevaba puesta otra vez la chaqueta azul de su abuelo, de alguna manera se sentía más protegida que si no la llevara. Se removió ligeramente en su interior, buscando tranquilizarse.
— Hoy hueles muy bien — Le informó Remo — El animal es tratado con respeto, no como mercancía ni trofeo — Prosiguió — Para nosotros comer carne es un privilegio, lo reservamos para ocasiones especiales. No es un capricho al que podemos acceder a diario.
— ¿Y eso os hace sentir mejor? Matáis igualmente.
Remo vaciló un instante antes de continuar hablando.
— Lo mejor es que lo veas por tí misma Calipso, no puedo explicártelo mejor. Puedes venir cuando quieras a la reserva conmigo — Declaró — De todas formas, entiendo que podamos tener puntos de vista distintos.
— No son puntos de vista tan distintos. Mi abuelo también cazaba por necesidad, no por gusto.
El agente forestal apretó los labios, en un gesto que demostraba que disentía.
— ¿Estas segura que todos los animales que abatieron en su época merecían morir?
Calipso lo miró con detenimiento.
— En esos tiempos, matarlos era el único modo de proteger a las personas y mantenerlos alejados de su viviendas.
Remo sonrió de lado.
— ¿Ah, si? ¿Y cómo diferenciaban el animal que pasaba por el pueblo para vigilar su territorio, del que simplemente daba un paseo o buscaba a su pareja, o del que lo hacía con el único propósito de agredir a los humanos?
La enfermera no supo que responder.
— Supongo que tienes razón — Concluyó Calipso — Es probable que entre todos los animales abatidos hubiera víctimas inocentes. Eso sí, no más inocentes que las personas a las que algunos de esos animales hirieron sin motivo aparente.
— Herir no es lo mismo que matar — Observó Remo, sin dar su brazo a torcer — Y de todas formas, lo único por lo que no se ha molestado el ser humano en este mundo, es de entender su lugar en la naturaleza. No sabe ni entiende como funciona, la complejidad de su lenguaje y todo lo que la enlaza su biodiversidad. Lo único que ha hecho es utilizarla, esquilmar sus recursos — Finalmente agregó — A veces la culpa no es exclusivamente del animal, sino de cómo hemos gestionado su entorno.
Remo hablaba con pasión desmedida sobre la caza y la naturaleza, tanto que Calipso se percató de que podía haber algo personal de fondo.
— ¿Por qué te tomas tan a pecho este tema? — Indagó Calipso.
Remo sacó las manos de los bolsillos de su pantalón y las apoyó sobre los hombros de Calipso. Su semblante era serio.
— Mi abuelo...— Empezó a decir — Mi abuelo crió a biberón un lobezno. Cuando el lobo cumplió los cuatro años de edad, comenzó a salir de casa y a mezclarse con sus congéneres. — Su voz se volvió ronca — No sabíamos a donde iba, pero terminó saliendo de la reserva y le dispararon. Regresó para morir en los brazos de mi abuela.
Los ojos de Calipso se empañaron con lágrimas.
— Lo...lo siento Remo — Logró decir.
— Yo solo tenía siete años. Fue mi primera pérdida. Me dolió en lo más profundo de mi alma.
— Lo siento mucho. No recuerdo que me contaras esta historia cuando estuvimos juntos, pero si lo importante que era tu abuelo para ti...— Empezó a decir Calipso.
De repente, Remo acercó su rostro al de ella e hizo algo que creía haber olvidado. Rozó su mejilla contra la de Calipso, y depositó un beso pequeño justo debajo del nacimiento de la oreja. Sin poder evitarlo, un escalofrío recorrió su nuca, calentó su corazón y luego salió de su boca como un suspiro. Finalmente, cuando Calipso se recompuso, sujetó las muñecas de Remo para apartarlo.
— Remo — Lo llamó — Necesito espacio.
Al escuchar sus palabras, su amigo se apartó de inmediato y se pasó las manos por la cara, como si hubiera salido de una especie de trance.
— Discúlpame Cali...Yo...no he debido...— Trató de explicarse, dubitativo — Me ha emocionado mucho que recuerdes cuánto quería a mi abuelo y ha sido como un acto reflejo.
Calipso lo miró con intensidad, consciente de que el motivo de su nerviosismo no era más que ella. Entonces, acercó la palma de su mano a la mejilla de Remo y le sostuvo la cara para que le devolviera la mirada.
— Remo, ¿qué es lo que quieres de mi? — Preguntó por fin Calipso, liberándose de sus miedos — ¿Por qué vuelves y juegas conmigo? ¿No fue suficiente destruirme una vez?
Remo respiró profundamente y sus ojos empezaron a volverse un poco amarillos, como el dia en que Calispo se probó por primera vez la chaqueta de terciopelo azul.
— Nada es suficiente, — Declaró Remo — cuando se trata de tí.
.1024 palabras.
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