Capitulo XI: Segundo asalto
— ¿Por qué no te has ido con ellos al hospital a que te revisen el brazo?
Calipso echó en cara a Remo su decisión de permanecer en la casa, en lugar de priorizar su salud. No cuidar de sí mismo era un rasgo típico de su personalidad, y no se daba cuenta de que era el primer paso para fracasar en el cuidado de los demás. Cuando eran pareja, recordaba haber discutido frecuentemente sobre ello.
— El brazo está bien — Respondió el agente forestal, quitándole importancia mientras ayudaba a Calipso a fregar los platos del desayuno en la cocina.
— De ningún modo — Replicó ella — Está fracturado.
— Estaba fracturado — La corrigió Remo.
Calipso soltó un bufido de protesta y dejó por un momento de pasar el estropajo por el plato que estaba lavando.
— Cuando te haga la cura ya veremos si está o no fracturado — Dijo — Es imposible que el problema esté resuelto.
Remo sonrió con sutileza, haciendo que algunas arrugas aparecieran en el rabillo de sus ojos.
— ¿Y si apostamos? — Propuso.
Calipso continuó lavando el plato que acababa de enjabonar y comenzó a enjuagarlo con agua del grifo.
— ¿Quieres apostar? Pues apostemos — Contestó la enfermera con seguridad.
— Estupendo — Convino Remo, mientras secaba con un trapo el plato que había enjuagado — ¿Qué quieres que haga si ganas?
— Mmmm, espera, déjame que piense... — Calipso exageró una pausa dramática antes de responder - Irás al hospital.
Remo rió.
— ¿Y tú qué conseguirás si me equivoco? — Quiso averiguar Calipso, secándose las manos antes de comenzar a fregar un vaso.
— ¿Estas segura de que quieres seguir adelante con la apuesta? — Preguntó Remo de forma intrigante — ¿Puedo pedir lo que sea?
La enfermera se giró para mirar a su amigo con detenimiento, antes de asentir.
— Estadísticamente estoy más cerca de acertar que tú. Así que puedes pedirme lo que sea.
Remo dejó el trapo sobre la encimera antes de hablar y se apoyó en uno de sus codos para fijar sus pupilas en Calipso. Quería ver su reacción cuando le dijera lo que tenía en mente.
— Un beso — Declaró.
En ese momento, a Calipso se le resbaló el vaso de las manos y el cristal golpeó el borde del fregadero, sin romperse. En su fuero interno, aquel comentario la había molestado y atraído a partes iguales.
Mientras se preocupaba por recoger el vaso del interior del fregadero, Remo detectó que la piel del rostro de su amiga se coloreaba de rojo y evitaba mirarlo, lo cual hizo que su corazón se calentara y cobrase, de alguna manera ya olvidada, vida.
— Un beso tuyo. En mis labios — Aclaró Remo, dejándose de apoyar en la encimera para enderezar su postura.
La sobrina de Hermila empezó a enjuagar el vaso de cristal en silencio.
La tormenta iba a durar varias semanas, y para asegurar la buena convivencia del grupo, incluyéndolos a ellos, era necesario evitar situaciones que pudieran dar lugar a malos entendidos. En ese sentido, determinó que mientras antes aplacase la osadía de Remo, mejor para todos.
— Aqui tienes — Dijo, rellenando el vaso que tenía en su manos con agua — Un poco de cruda realidad.
En un gesto fugaz, Calipso lanzó el contenido del vaso de cristal a la cara del agente forestal. Luego dejó el recipiente en la encimera, se secó las manos con el trapo que Remo había estado utilizando instantes antes de hablar de la apuesta y se marchó se la cocina con dignidad, caminando como si tirar agua a la cara de los demás fuera lo más normal del mundo y dejando a su espalda a su amigo ligeramente sorprendido.
Remo se quitó el agua de los ojos con las manos y después cogió el trapo para secarse el resto de la cara. No pudo evitar esbozar una amplia sonrisa. Calipso tenía un carácter fuerte, perfecto para frenarle los pies.
— Esta tarde va a ser entretenida — Murmuró, antes de abrir el grifo y beber agua del vaso que Calipso había usado para desarmarlo — Muy entretenida.
Remo regresó al sótano y empleó parte de la mañana jugando con Hermila a diferentes juegos de mesa.
— Ahora vas a ver de lo que soy capaz — Le previno Hermila — Sólo te doy un consejo: Retirarse es de cobardes.
Calipso se entretuvo cortando las uñas de Basil, que había comenzado a usar como rascador objetos de la casa que no debía, y consiguió reconstruir la carátula de uno de los álbumes de fotos que habían sacado del arcón días atrás. Era un album forrado de piel al que de le había desprendido el lomo.
Tras el almuerzo, Calipso cogió todo lo necesario para hacer la cura del brazo de Remo y se sentó en el sofá cerca de donde él descansaba.
— Vamos a ver ese brazo — Declaró, metiéndose en su papel de enfermera — Quítate la camisa.
Remo se aproximó a ella e hizo lo que le pedía, quitándose los botones de uno en uno. Calispo le ayudó deshacerse de ambas mangas y de ese modo pudo empezar a retirarle el vendaje del brazo derecho.
A medida que iba deshaciendo el vendaje, iban apareciendo arrugas en su entrecejo y las manos se le volvieron temblorosas.
— ¿Ocurre algo? — Preguntó Remo, disfrutando de su turbación.
Calipso negó con la cabeza, mientras palpaba cuidadosamente la zona del brazo donde días atrás estaba la herida y se apreciaba inflamación. No había cicatriz ni restos de hematomas.
— No puede ser...— Murmuró.
Entonces, sus movimientos se volvieron menos cuidadosos e intentó flexionar el brazo para comprobar si el hueso había soldado.
— ¿Qué hacéis? — Intervino Hermila, levantándose de su silla — ¿Ejercicios de estiramientos?
El bastón de Hermila hizo un aquel ruido tan característico en el suelo del sótano mientras se aproximaba. Toc, toc, toc.
— Ayúdeme, su sobrina me está metiendo mano — Bromeó Remo.
— Más quisieras — Respondió Hermila, sin dejarse amilanar.
Calipso terminó de movilizar el brazo de Remo y cuando fue consciente de que verdaderamente la fractura había soldado, lo dejó caer hacia bajo.
— No puede ser — Declaró, enfadada.
Tras decir esto, se levantó, recogió los utensilios de las curas y se marchó a la otra esquina del sótano sin decir nada. Estuvo un rato refunfuñando a solas, hasta que finalmente subió las escaleras hacia el sótano y despareció.
Una euforia interior se apoderó del cuerpo de Remo, mientras el agente forestal se volvía a colocar la camisa. Se levantó del sofá para remeter parte del tejido en la cinturilla del pantalón, a la vez que Hermila lo observaba con atención.
— ¿Qué le pasa a Calipso? — Preguntó la anciana a Remo.
— Ha perdido una apuesta.
.1085 palabras
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