Capitulo VIII: Dont panic!


Durante la noche los despertó un terrible estruendo en la planta superior de la casa.

Calipso se puso en pié, todavia con los brazos entumecidos por el sueño, y apretó el interruptor que tenía más cerca, percatándose en ese momento de que la luz no funcionaba.

— Se ha ido la luz — Informó al resto.

Entonces, fue deslizándose por la pared hasta avanzar unos metros y luego tanteó en la oscuridad para llegar al centro del sótano. En los cajones de la mesa buscó velas y cerillas para conseguir iluminar la estancia.

— Ten cuidado, no te vayas a caer — La previno Hermila, escuchando sus movimientos erráticos.

Cuando por fin consiguió prender la llama de la vela con la cerilla, Calipso dio un salto hacia atrás, sorprendida de ver el rostro de Remo aparecer de repente a su lado.

— ¿Qué crees que ha sido eso? — Preguntó el agente forestal, sin poder contener un bostezo.

— ¡Idiota! Casi se me cae la vela ¿Quieres que salgamos ardiendo? — Le recriminó Calipso.

— Depende — Contestó, levantando una ceja — Hay muchas maneras de salir ardiendo — Dijo, bajando la voz.

La sobrina de Hermila miró al techo un segundo y soltó un suspiro. Después, caminó sin decir nada en dirección a la escalera, seguida en silencio por Remo.

Al subir a la planta principal, Calipso observó algo insólito. Las ramas de un árbol atravesaban las contraventanas del ventanal que habia al final del pasillo. Las hojas que poblaban las ramas eran finas y afiladas, como las de las coníferas. El pino que había plantado el vecino en su jardín se había caído, golpeando parte de la fachada de la casa.

— Me temo que el viento ha decidido brindarnos un nuevo acompañante — Anunció Calipso, iluminando los márgenes de la ventana con la vela — Al menos la pared parece resistir.

En ese momento, observó que la esquina superior izquierda de la ventana mostraba una grieta enorme, por la que entraba un poco de agua. En cuestión de segundos, escuchó la pared de ladrillos resquebrajarse y la estructura cedió parcialmente.

— ¡Oh, Dios mio! — Gritó.

Calipso contuvo el aliento, apartó la vela y se cubrió con el brazo libre, antes de que los trozos de pared y la propia copa húmeda del árbol cayeran sobre ella.

Remo actuó deprisa. En un abrir y cerrar de ojos se situó entre Calipso y la pared que se estaba derruyendo. Rodeó a Calipso con sus brazos, sopló para apagar la vela y dejó escapar un gruñido mientras notaba caer el peso de los ladrillos y el árbol sobre su espalda.

— Remo — Consiguió decir Calipso, cuando todo se calmó y una nube de polvo comenzaba a rodearlos — ¿Estás bien?

Remo no pensaba que hubiera mejor recompensa que oir a Calipso decir su nombre mientras la retenía entre sus brazos. Las heridas de su espalda no eran un problema, sanarían, pero aquella voz cargada de preocupación que llegaba a sus oidos quedaría imborrable en su memoria.

— Claro — Respondió Remo, sacudiendo un poco el cuello para deshacerse del cemento y la pintura que los cubría — Voy a abrir los brazos para que puedas salir con cuidado y apartarte de la ventana. No ha sido buena idea acercarnos tanto.

— Vale — Musitó Calipso, cuyos ojos aún estaban tratando de acostumbrarse a la oscuridad.

Su amigo se separó de ella unos centímetros, dejándole espacio para moverse mientras se quejaba por el esfuerzo. Al erguirse, parte de las ramas del árbol se enterraron un poco más en la espalda de Remo y algunos trozos de pared cayeron al suelo rodando.

La enfermera se agachó, esquivando con cuidado los restos de escombros que habían quedado esparcidos por el suelo. Luego, dirigió su mirada a donde se encontraba todavía Remo, impactada por la agilidad y la templanza que había demostrado.

Su silueta negra, más grande de lo que recordaba, contenía a duras penas la pared que se había desplomado sobre ellos. Sin embargo, como si estuviera acostumbrado a lidiar con ese tipo de situaciones, el agente forestal hizo un movimiento rápido y consiguió deslizarse a un lado. Entonces, la pared, ese lado de la ventana y parte de la copa del árbol terminaron de precipitarse sobre el pasillo.

Calipso se acercó a Remo de inmediato.

— ¡Tu brazo! — Exclamó, preocupada — ¿Cómo tienes tu...?

La mano temblorosa de Calipso, la que no sujetaba la vela, palpó a toda velocidad el brazo fracturado de Remo, esperando encontrarse de nuevo el hueso desviado por debajo del vendaje que le había realizado ese mismo dia. Sorprendentemente, todo parecía estar en su sitio.

— ¿Como es posible? — Susurró, asombrada, apartándose de Remo.

Lo había visto inclinar sus brazos para protegerla del derrumbe y después extenderlos para sostener la pared y liberarla, ¿no había sufrido ni un solo rasguño?

— En mi familia cicatrizamos rápido — Le recordó Remo, sonriendo de una forma atractiva.

— Pero...— Dijo Calipso, aun dubitativa.

— Ahora mismo tengo la espalda como si me hubieran dado diez latigazos — Remo interrumpió sus pensamientos — ¿Podrías...simplemente...ayudarme?

Calipso se olvidó de tratar de encontrar sentido a todo aquello y volvió a acercarse hasta Remo para que se apoyara en ella, con la intención de regresar cuanto antes a la seguridad del sótano. El ventanal roto dejaba entrar aire frio al interior de la casa, pero el fuerte calor que desprendía el cuerpo de Remo impedía que, de alguna manera que escapa a su comprensión, la enfermera se helara.

— Quédate aqui sentado, mientras busco algo que puedas comer y te traigo un antiinflamatorio — Le indicó Calipso, cuando llegaron a la escalera que conducía al sótano.

Remo aceptó su propuesta y se sentó al filo del primer escalón, ignorando el escozor que le producían las heridas de su espalda.

Calipso bajó lentamente el resto de escalera, hasta llegar al sótano. Allí, la sombra de su tía Hermila y los ojos brillantes de Basil la esperaban con inquietud.

— ¿Estáis bien? — Preguntó Hermila, encendiendo una vela que llevaba en la mano — ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha sido ese ruido tan fuerte?

— Remo está herido — La informó Calipso, caminando en dirección a la mesa para coger un puñado de galletas y la pastilla de antiinflamatorio que le había prometido — El pino del vecino se ha caido sobre la casa y ha roto la ventana del pasillo. Tendremos que dar parte al seguro.

Basil maulló, se desperezó y subió corriendo las escaleras como si nada, en búsqueda de su nuevo mejor amigo.

— Este chico no gana para disgustos — Declaró Hermila — ¿Qué más se ha roto?

— Pues para habérsele caido una pared y medio pino encima...está bastante entero — Respondió Calipso, meditabunda — Debe tener una fuerza sobre humana.

.1097 palabras

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