Capitulo V: Instinto

— ¡¿Cómo?! — Preguntó Calipso, sin poder creer lo que su tia Hermila le decía.

Habían subido a la cocina, para recoger algo de comida y los utensilios necesarios para preparar la cena.

— El hospital esta saturado, solo atienden casos de vida o muerte.

— Tiene el brazo fracturado — Protestó Calipso.

— Pero no se muere.

— ¿Y no hay más opciones?

— Los transportes públicos no funcionan, ni siquiera los taxis — Le explicó Hermila, con Basil de nuevo en su regazo — Me temo que se tiene que quedar aqui.

Calipso no podía comprender su mala suerte. De entre todas las casas del barrio, Remo decide pedir auxilio en la de su abuela. Se supone que cuando una persona hace algo bueno, el Karma le echa una mano ¿A caso mudarse con su tia en mitad de una tormenta interminable, no era suficiente? ¿Tampoco salvarla de una hipotermia cuando la encontró haciendo windsurf contra una farola?

Hacía diez años que Remo ya no pertenecía a su vida. Después de que aquello terminara, Calipso había tardado más de dos años en conseguir guardar los recuerdos que compartieron bajo llave, en algún lugar donde sus sentimientos una vez fueron inocentes y no se escondían para evitar ser dañados.

No deseaba revivir nada, ni siquiera fingir una convivencia normal como si fueran desconocidos, y menos con su tía Hermila de testigo. La anciana era capaz de ponerse del lado de Remo.

— Bufff — Suspiró Calipso, apoyándose sobre la encimera — ¿Y te han dado indicaciones para ayudarle?

— Me han dicho que tratemos de inmovilizarle el brazo, lo más recto posible, y que tome paracetamol cada ocho o doce horas.

— Esto es duro — Declaró Calipso, volviendo a separarse con lentitud de la encimera — Si no fuera por esta dichosa tormenta, como mucho tardarían dos o tres dias en operarle y el problema se resolvería sin riesgos — Explicó — El paracetamol es bueno, pero no arregla huesos rotos.

Hermila asintió, dejando que Basil bajara de su regazo al suelo y se acercara a su plato de comida, para robar unas cuantas bolas de pienso.

— Aqui estará mejor que a la intemperie — Convino, encogiéndose de hombros — Y cuando se recupere seguro que tiene alguna historia interesante que contarnos ¿Verdad Basil?

El gato maulló al escuchar su nombre y luego continuo comiendo.

— Bueno, habrá que asumir que esto es lo que nos toca — Musitó Calipso.

Un golpe en el techo de la casa las devolvió a la realidad, haciendo que Basil pegara un respingo.

— Será mejor que regresemos — Propuso Calipso, tomando a su tia de uno de los brazos y acompañandola hacia la salida

— No me arrastres, yo puedo sola — Dijo Hermila, apoyando el bastón en el suelo y deteniendo sus pasos.

— Está bien, pero vamos a darnos prisa — Respondió Calipso, liberando su brazo — Recuerda que esta ya no es la zona segura de la casa.

Tras este breve coloquio, ambas se dirigieron al sótano y colocaron todo lo que habían transportado desde el piso superior en la mesa: Yogurt, miel, fruta y agua.

Sobre el sillón donde solía sentarse y dormir Calipso, descansaba ahora Remo. Estaba tan profundamente dormido que sus pesadas respiraciones se escuchaban desde antes incluso de llegar al sótano. Teniendo en cuenta que habia estado perdido en mitad de la tormenta, era probable que tuviera que reponer bastante energía.

Hermila y Calipso se sirvieron la comida con sigilo, tratando de no perturbar el sueño de Remo. La enfermera intentó no dirigir la mirada hacia él, pero en un momento dado, su tía le hizo señas para que mirase hacia el sillón.

Resulta que Basil había encontrado un lugar mejor que el regazo de Hermila para pasar el rato. Se había colocado sobre el pecho de Remo, que subía y bajaba sin percatarse de que había un intruso encima suya. El gato bostezó como si nada, mirándolas con atención, moviendo el rabo y arrastrándolo sobre el visitante.

Calipso sonrió mientras masticaba un trozo de manzana. Basil era un gato arisco, y sin embargo parecia disfrutar de la compañía de Remo.

De repente, la nariz de Remo comenzó a moverse frenética, igual que cuando un perro olfatea, y sus agujeros nasales se abrieron mas de lo normal. De su pecho salió un sonido gutural y abrió los ojos de par en par. El gato le sostuvo la mirada, un poco tenso, pero negándose a abandonar su puesto.

A Calipso se le cayó el tenedor y el cubierto hizo un sonido fuerte al golpear la mesa, atrayendo la atención de ambos.

— ¿Acabas de gruñir al pobre de Basil? — Preguntó Calipso, abandonando la comida por un momento.

Remo pareció meditar la respuesta.

— Estaba soñando que era un animal salvaje — Replicó, sin moverse, un poco incómodo por la presencia del gato.

— El único animal salvaje que admitimos en esta casa, lo tienes encima tuya — Dijo Hermila — Y la única que tiene permitido gruñir aqui, soy yo.

Calipso miró a su tía sorprendida por el comentario. Sus ocurrencias eran, simplemente, fantásticas. Remo carraspeó y luego soltó una breve carcajada.

— Lo siento, ha sido una reacción totalmente involuntaria — Se disculpó.

El cuerpo del recién llegado sobresalía del margen del sofá y de los extremos, por lo que era bastante cómico ver a una criatura tan frágil como al gato allí instalada.

Las miradas de Remo y Calipso se cruzaron durante una milésima de segundo.

— Anda, toma — La sobrina de Hermila se levantó y se acercó hasta el sillón, para ofrecerle un plato con comida — Lobo feroz.

(908 palabras)

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