Capitulo IV: Fantasma


¿Cómo podía ser él?
¿Él, en mitad de una temible borrasca?
¿Qué clase de broma era aquella?

.

— Calipso — Su tía Hermila la llamaba, mientras seguía el trayecto que había tomado su sobrina en dirección al sótano, haciendo sonar el bastón contra suelo a cada paso que daba — ¡Escúchame, por lo que más quieras!

Calipso se detuvo y se pasó la mano por el pelo, tratando de peinarlo un poco. Estaba empapada debido lo sucedido durante el rescate de Basil y a la ducha que había brindado solidariamente al fantasma de su pasado, por lo que de repente sintió un escalofrío.

— ¿Qué ocurre? — Preguntó su tía Hermila, alcanzándola antes de llegar a las escaleras para bajar al sótano — ¿De qué lo conoces? No podemos...ese hombre está malherido, no podemos simplemente dejarlo tirado en la placa de ducha.

Su sobrina cerró los ojos, apoyó una de sus manos en la cintura y levantó la otra hacia delante con la palma abierta hacia ella, en un gesto que reclamaba al mismo tiempo espacio y silencio.

— Necesito...Necesito un momento para pensar — Declaró Calipso, arrugando el entrecejo como si tuviera una resaca y le molestara cualquier sonido.

Siendo fiel a su forma de ser, Hermila ignoró la petición de Calipso y tomó una de sus muñecas, tirando de ella en dirección opuesta.

— Pues piensa después de terminar lo que has empezado — Afirmó, vehemente — Vamos a colocar un albornoz a ese hombre y a dejarlo descansar en un sofá. Luego, llamaremos a una ambulancia.

Calipso se soltó de su agarre. A pesar de las ganas que tenía de desaparecer de la casa en ese preciso instante, su tía no se equivocaba. Ante todo, y dadas las circunstancias, debía actuar con profesionalidad, ser buena persona y dejar los sentimientos a un lado.

— Está bien — Aceptó, a regañadientes.

Se armó de valor y, tomando en consideración la propuesta de su tía Hermila, regresó al cuarto de baño con el corazón latiéndole desbocado en el interior de su caja torácica.

— Hola Calipso — La saludó el hombre de ojos verdes, con voz cansada.

Su cuerpo se había inclinado hacia un lado, cayendo sobre las baldosas de las paredes de la ducha, sin que él tuviera fuerzas para enderezarse.

— Hola Remo — Saludó Calipso, cogiendo el albornoz que había colgado detrás de la puerta del baño y un par de vendas de algodón de uno de los cajones — ¿Qué te ha ocurrido?

Remo la miró un instante y luego cerró los ojos, ocultandolos bajo aquellas cejas negras y pobladas. Su respiración era pausada.

— Esta dichosa tormenta, me pilló desprevenido.

Calipso se acercó a él, lo ayudó a enderezarse y comenzó a vendar su brazo derecho con cuidado. Luego, trató de colocar el albornoz por encima de los hombros de Remo, sin éxito. Era demasiado grande para caber en ropa de talla tan pequeña.

— Dame un segundo, voy a hablar con mi tía y te buscaré algo más ancho — Le informó Calipso, tapándolo con el albornoz antes de disponerse a salir de la ducha.

En un movimiento imperceptible, Remo utilizó su mano izquierda para sujetar el brazo de Calipso, antes de que ésta se levantara. Al sentir su contacto, ella contuvo el aliento, sorprendida, y en un acto reflejo sacudió su brazo para soltarse. La debilidad de Remo era tan patente que su mano no consiguió retenerla. 

— Sólo quería darte las gracias — Murmuró Remo, inspirando profundamente para llenar de aire sus pulmones — Siento haber irrumpido así en tu casa.

Siento haber irrumpido así en tu vida, habría sido más acertado decir.

Calipso se limitó a agachar la cabeza, asintiendo. Luego, sin añadir nada más, se levantó y salió del baño para ir en busca de su tia.

Iba tan inmersa en sus pensamientos que al atravesar el marco de la puerta y girar en dirección al sótano, no vio a su tía Hermila y se tropezó con ella.

— ¡Tia Hermila! — Exclamó Calipso, sin poder evitar la colisión.

Hermila se había reencontrado con Basil y lo llevaba en brazos, por lo que cuando su sobrina chocó contra ella, la bola de pelo negro soltó un fuerte maullido de protesta, saltó al suelo y huyó por el pasillo para desaparecer de nuevo.

— Tienes que aprender a ser más delicada con Basil — Le espetó su tia, apartándose de su lado — A este ritmo le va a dar un infarto.

— Justo iba a buscarte — Declaró Calipso, recomponiéndose — ¿Cuánto tiempo llevas aqui? ¿Estabas escuchando? — Añadió, bajando la voz, tras percatarse del lugar estratégico que ocupaba su tía.

Hermila la fulminó con la mirada y elevó la barbilla con orgullo. A veces era capaz de adoptar poses muy aristocráticas.

— Te recuerdo que esta es mi casa — Respondió.

Después, se dio la vuelta y caminó diligentemente hacia una habitación contigua a su dormitorio, que servía de trastero.

— Ven, tal vez aquí encontremos ropa de cuando vivían en esta casa mis hermanos.

Calipso sonrió, viendo sus sospechas confirmadas. Estaba convencida de que si su tía Hermila hubiera nacido en otra época y alguien hubiera sido capaz de adivinar sus talentos, el mundo habría podido beneficiarse de una gran espía.

Caminó detrás de su tía y se introdujo con ella en el trastero. Dentro de la estancia había estanterías llenas de libros, cajas, arcones de madera y maletas. Por una de las esquinas, la humedad que se había acumulado durante esos días había levantado parcialmente la pintura del techo.

— Abre ese arcón — Indicó Hermila, señalando el objeto con la punta de su bastón.

Calipso se acercó al arcón que su tía señalaba y quitó los objetos que cubrían la tapadera. Luego, tiró de la tapa hacia arriba. En el interior había una bolsa de tela beige, anudada con una cuerda blanca. Deshizo el nudo y empezó a indagar en su contenido.

— Vamos a tener suerte — Anunció — Mira, este pantalón podría servir — Dijo, apartando dicha prenda del resto — Y esta camisa también.

Se las entregó a su tía, quien rápidamente se entretuvo en verificar que la ropa se encontraba en buen estado. Cuando le dio el visto bueno, Calipso volvió a cerrar la bolsa de tela y la tapa del arcón, para regresar al baño y encargarse definitivamente de Remo.

— Me muero de ganas por escuchar la historia que une a mi encantadora sobrina Calipso, con esa especie de mastodonte maloliente — Escuchó que decía su tía a sus espaldas, con un tono de voz deliberadamente alto para hacerse oír.

Calipso prefirió hacerse la sorda y continuar con lo que tenía previsto hacer.

Mastodonte maloliente, Ja!

.1085 palabras











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