Capítulo 7: Asesino
Al principio, se había reído del dolor. Había tenido calambres más dolorosos que aquello. Había tenido que hurgarse en heridas para extraer balas, colocado huesos en su sitio y hasta retorcido articulaciones desencajadas. Aquello no era nada. Sonrió.
Marie también había sonreído. Cuidado, le advirtió. Todas hacéis lo mismo. Luego no te reirás.
Y tenía razón, como siempre, porque aquélla era su especialidad. Con el paso de las horas, los dolores se fueron haciendo más constantes. Más largos. Más intensos. Dejó de sonreír y torció el gesto. Bueno, lidiaría con ello. Tampoco era para tanto.
Horas después se volvió insoportable y empezó a maldecir entre dientes, sintiéndose tentada de soltar todas las blasfemias de soldado y palabras malsonantes que siempre había oído y nunca pronunciado, porque ella, ante todo, era muy educada.
Pero no. No iba a soltar tacos como una vulgar pueblerina. Y, sobre todo, no iba a gritar.
Al final, lo único de lo que fue consciente fue aquel horrible dolor que la había convertido en un guiñapo inútil. Odiaba esa sensación de indefensión, de no saber qué hacer. La odiaba con todas sus fuerzas.
Incluso la voz de Marie, que la calmaba y guiaba, acabó disolviéndose en medio del torbellino de pulsante dolor en que se había convertido su cuerpo, pero sí notó que él la incorporaba, rodeándola con sus brazos y la apoyaba contra su pecho. Se agarró a él como a un bote salvavidas, con tal fuerza como para triturarle los brazos, pero él ni siquiera dio un respingo.
Tranquila, le dijo. Respira. Estoy aquí.
(...)
Podía parecer un bruto desalmado, pero sabía leer rápido y no tenía un pelo de tonto. Cuando terminó, dejó caer el último folio sobre la mesa, se echó atrás en el sofá, frotándose los ojos, y soltó un largo suspiro de hastío.
Selma no se atrevió a decir nada. Había sido suficiente leer la expresión de su cara cuando regresó horas después a su apartamento.
No sabía qué pensar.
Durante un momento, el silencio pesó entre ambos. Sólo se oía el tic tac del reloj de cuerda de su padre, un recuerdo lejano en el pasado. Al ver la cara de Kurtis, Selma había hecho salir a Zip, llevándose a Anna con él a dar una vuelta antes de que ella misma pudiese fijarse demasiado en lo que le pasaba a su padre.
Y Marie, que era tan experta en entrometerse como de quitarse de en medio, se las había arreglado para ser llevada a un hotel cercano pero confortable, en taxi, por supuesto.
Así que eran sólo ella y él. Después de todo, la mujer Navajo ya sabía lo que debía saber.
Al final, no aguantó más.
- ¿Y bien? – murmuró la arqueóloga, medio encogida en el sillón de al lado.
Kurtis suspiró y se presionó el puente de la nariz con dos dedos.
- Selma, Selma, Selma... - murmuró suavemente. - ¿Has perdido la cabeza?
La turca soltó el aire que llevaba acumulado en los pulmones y se dejó caer en el respaldo.
- Sólo es una inofensiva tesis sobre mi trabajo en Capadocia durante los últimos diecisiete añ...
Se detuvo cuando el hombre la miró fijamente con sus penetrantes ojos azules, y por un momento, una leve mueca animó la comisura de sus labios. Instintivamente empezó a palparse el bolsillo trasero del pantalón, en buscar de cigarrillos.
- Una inofensiva tesis... - sacó un cigarrillo, se lo puso en la boca y tras extraer el mechero, lo encendió con un chasquido - Entonces, ¿por qué me estás pidiendo permiso para publicarla?
Se echó hacia atrás en el sofá y expulsó lentamente una voluta de humo. Selma no era entusiasta de tener fumadores a su alrededor, pero no creyó apropiado decir nada al respecto.
- Bueno, ehr... - Selma enrojeció levemente – Al fin y al cabo, se trata de tu historia. Tus antepasados. Tu mundo...
- ¿Y ahora me lo dices?
Ella suspiró.
- No quería... perturbar...
- ... ¿mi felicidad? – Ahora sí, una mueca grande, amarga, cruzó su rostro. – Ah sí, he sido muy feliz, sin Eckhardt, ni Karel, ni Nephili ni híbridos ni Dones ni Órdenes místicas. Pero aquí estamos de nuevo, sacando toda esta mierda a flote.
Estaba enfadado. Claro que lo estaba. Y Lara sólo lo había empeorado todo. Selma apretó los dientes y decidido resistir.
- Lamento que esto te resulta molesto, Kurtis, pero es el trabajo de mi vida. Y como puedes ver – palmeó el montón de folios – no te he mencionado a ti, ni a Anna... ni siquiera a Lara. Por lo que aquí respecta, el linaje de los Heissturm se extinguió con Konstantin.
- Muy considerado de tu parte. - Kurtis dio otra calada al cigarro. Selma no sabía si estaba siendo irónico o no. Era difícil de dilucidar en su caso.
- También he camuflado todo lo sobrenatural como mitos y leyendas. Para protegeros, y también para protegerme a mí.
Él dejó escapar lentamente el humo entre las comisuras de los labios y rió quedamente.
- Oh Selma, qué ingenua eres. - se inclinó hacia ella – Sí, la comunidad científica te respetará, y sí, los académicos alabarán tu habilidad para contar bonitas historias. Pero ahí fuera – extendió el brazo que sostenía el cigarro en dirección hacia la puerta – hay un montón de frikis dispuestos a tragarse cualquier mierda que les sueltes. Y que una profesora universitaria prestigiada y renombrada las suelte sólo mejora su panorama.
Selma arqueó las cejas.
- ¿Desde cuándo nos importa lo que los frikis piensen? Internet está lleno de basura, también sobre estos temas. No estoy aportando nada nuevo. ¿Cuál de ellos es una amenaza para nosotros?
- Ellos no.- Kurtis se llevó de nuevo el cigarro a la boca – Pero quienes los rastrean, investigan y usan como canal de información para llegar hasta nosotros, sí.
- Creía que todos nuestros enemigos habían muerto.
Kurtis arqueó una ceja. Un estremecimiento recorrió la espalda de Selma.
- Kurtis...
- Llevo años rastreando a ese hijo de puta de Adolf Schäffer. Todavía no he podido cazarlo...
- Oh, Kurtis...
- Y por lo que sé, Betsabé podría estar viva. Jamás vi su cadáver.
Selma se había puesto blanca, si eso era posible en ella.
- No creo que Betsabé sobreviviese a... a...
- Nosotros lo hicimos, ¿por qué no? Pero vamos a dejarlo. Me preocupa más Schäffer. Sabe demasiado y es muy peligroso.
La turca empezó a retorcerse las manos, nerviosa.
- Pero... pero si quisiera hacernos daño... ya lo habría intentado, ¿no?
Él sonrió amargamente.
- No me gusta hablar de esto, pero no me queda más remedio. – la miró a los ojos - ¿Sabes cuánta gente he matado para ocultar la información que tú quieres publicar?
- ¡Oh, Kurtis!
- No pierdo el tiempo en averiguar sus motivos. Estar vivo me ha costado muy caro. La vida de Lara, la de mi hija, me han costado muy caras. También la tuya, Selma. No estoy dispuesto a jugármela otra vez. – soltó una risa seca – Algunos de los que he tenido que liquidar sólo estaban indirectamente implicados. Y otros no tenían nada que ver. Sólo habían hecho las preguntas equivocadas. O estado en el lugar incorrecto, en el momento equivocado. Tengo sangre en las manos por esto, Selma. - y golpeó con el dedo el montón de folios – Y ahora tú quieres publicarlo.
Ella había inclinado la cabeza, contrita.
- Yo... no... no lo sabía.
- Pues ahora lo sabes.
Durante un momento no se oyó nada en la habitación, salvo la respiración agitada de Selma. Kurtis terminó su cigarrillo y lo aplastó en el cenicero.
- ¿Lo sabe Lara? – aventuró al fin.
- ¿El qué?
- Que tú... que tú...
- ¿Que soy un asesino?
- Oh, Kurtis...
- Claro que lo sabe. Siempre lo ha sabido. - suspiró – La que no lo sabe es Anna, por supuesto, y de momento prefiero que no lo sepa. Es demasiado joven.
- No lo sabrá por mí. - juró ella. Parecía devastada. - Pero, Kurtis... no puedo destruir esta tesis... me ha costado años de mi vid...
Se detuvo al ver la sonrisa amarga de Kurtis, y entonces desfilaron ante ella, como una visión, los cajones repletos de huesos de los Lux Veritatis que habían extraído de Tenebra.
- Lo siento. Estoy siendo una egoísta.
- He de decir que también estás siendo bastante valiente, considerando lo que te acabo de decir.
Selma inspiró con fuerza y se irguió.
- Tú no me harás daño, Kurtis Trent.
- Claro que no, Selma. Te debo mi vida.
- Se la debes a Minos Axiotis. Él fue quien te salvó.
- No sólo él. – Kurtis se inclinó de nuevo hacia el fajo de la tesis – Así que vas a hacer lo siguiente: recogerás todas las copias que tengas y las traerás aquí.
Ella suspiró.
- No permitiré que destruyas el trabajo de mi vida.
- Tiene que ser purgado. Eliminarás todas las referencias a los Nephili, la Cábala, Eckhardt. Y sobre todo, los Lux Veritatis.
- No puedo hacer eso. ¿Cómo voy a presentar mi tesis sobre Tenebra en esas condiciones? ¿Cómo explicar los cuerpos de los Nephili que encontré? ¿Y tu... tu... - se le trabó la voz - ...tu gente? ¿Cómo explicar lo que les sucedió?
- Cualquier cosa antes que poner de nuevo en riesgo la vida de mi hija.
De pronto, una luz se encendió en la mente de Selma.
- ¿De nuevo? ¿Has dicho de nuevo?
Kurtis no respondió.
- Oh, Dios mío... - ella se tapó la boca - ¿Qué...?
- No ha pasado nada. No todavía. Siempre hay amenazas – hizo un gesto con la mano – pero Lara y yo nos hemos encargado de ellas. Como siempre.
- Creía... creía que...
- Sólo existen dos tipos de personas, Selma: los que viven su vida en paz y los que hacen el trabajo sucio para que otros vivan en paz. Yo pertenezco a ese último tipo de personas.
- Aun así, todo ha ido bastante bien, ¿verdad?
Kurtis no respondió. En lugar de eso, sacó otro cigarrillo y lo encendió. Selma se levantó discretamente y abrió una ventana. No le prohibiría fumar – ella intuía que lo necesitaba – pero otra cosa es que aquello se convirtiera en un fumadero.
- ¿Qué pasó en Sri Lanka, Kurtis? – dijo, todavía mirando hacia la calle, sin volverse.
- ¿Lara no te lo ha dicho?
- Lo básico. Ella y Anna se quedaron atrapadas en aquel... infierno. Y tú las sacaste de allí. – se volvió hacia él – Pero Lara no parece muy agradecida ahora mismo porque la sacaras de aquella jaula de bambú, ¿verdad? ¿O es que me he perdido algo?
Silencio. Kurtis dio otra calada al cigarro.
- Puedo preguntar...
- No puedes.
Ella inclinó la cabeza.
- Lo siento. – murmuró. Y de pronto dijo – Anna no se cayó de un árbol, ¿verdad? Esa cicatriz...
Kurtis rió quedamente.
- ¿Eso te ha dicho? – cómo se parecía a él en eso. Se le daba mal mentir.
- Oh, Dios mío...
- Está bien ahora.
- Es una suerte que te tuvieran a ti.
Kurtis se echó a reír de nuevo, pero sonó amargado.
- Así que... ¿tenemos un acuerdo? Respecto a tu tesis.
Selma inspiró con fuerza.
- Puede que no sea tan simple. Jean Yves...
- ... quiere entrar en la tumba de Loanna. Lo sé. - Kurtis sacudió la cabeza – Nunca lo conseguirá.
- No a menos que alguien les abra paso.
Kurtis no necesitó ni la mitad de tiempo que Lara en deducir por dónde iban los tiros. Se quedó mirando fijamente a Selma de nuevo, inexpresivo.
Selma conocía esa ausencia de expresión.
- Los guardianes de Al-Fayoum han dicho que esperan a Anna Heissturm. Lo siento, Kurtis.
El hombre se inclinó hacia adelante y apoyó la frente en la palma de su mano, como si sufriera un terrible dolor de cabeza.
- Vaya, eres la primera en sentirlo. - esta vez, el tinte sarcástico no pudo ser ocultado. - Gracias, eres muy considerada.
- Entiendo que no son buenas noticias. - se apartó de la ventana y esta vez se sentó a su lado en el sofá. – ¿Cómo...?
Kurtis la hizo callar con un gesto de la mano. Era evidente que la noticia lo había perturbado.
- Bien, ahora ya lo sabes. - masculló – No pienso convertir a Anna en el centro de atención de mortales, ahora que ya lo es de los demonios... y mucho menos dársela a Jean Yves para que la use como llave para su ambición personal.
- Jean la quiere, Kurtis, y lo sabes. No la "usaría" como...
- Ah, ¿no? – Kurtis soltó un bufido y aplastó el cigarrillo en el cenicero.
- ¡Él no la pondría en peligro nunca!
- No va a estarlo. - Kurtis rió amargamente. - Son Lux Veritatis. Han guardado la tumba de Loanna durante siglos. Ahora Anna es una de ellos. La protegerán hasta que los hagan pedazos.
Se levantó bruscamente del sofá, agarró de un manotazo la tesis de Selma y su cazadora de cuero y se dirigió hacia la puerta mientras se la colocaba bruscamente.
- Kurtis. - dijo Selma apenas él abrió la puerta. – Siento muchísimo que todo esto te haya caído a la vez.
Él se giró hacia ella y levantó el legajo de papeles.
- Mañana quiero el resto de las copias sobre tu mesa, Selma Al-Jazira. Eso incluye cualquier copia de seguridad o archivos que pueda tener Zip en su ordenador. Y si te importa lo más mínimo la vida de Anna, no me escondas nada.
- Kurtis...
- No es una petición, Selma. – y se dio la vuelta para bajar los escalones de entrada – No me lo hagas más difícil.
Nuevamente la voz de la arqueóloga lo detuvo.
- Se hará más fácil. – ella se acercó a él, que se había quedado inmóvil. Selma nunca supo por qué se detuvo. Quizá porque él, más que nadie, necesitaba ser consolado. Apoyó la mano en su brazo cariñosamente. - Todo esto se hará más fácil, Kurtis. Ya lo verás. Ten paciencia.
Él soltó un suspiró y se desasió suavemente de su brazo.
- Si hay algo que he tenido de sobra – musitó con amargura – es paciencia.
Y se dirigió hacia su motocicleta. Ni siquiera entonces Selma pudo estar callada. Le partía el corazón verlo así.
- ¡Ella volverá, Kurtis! – gritó – Es una maldita cabezota con el orgullo de un jenízaro. Pero volverá. Siempre vuelve.
Él ya no se dio la vuelta, por lo que no pudo leer la expresión de su rostro. Simplemente arrancó el motor y se perdió en un rastro de humo.
(...)
Allí estaba esperándola, en la capilla, frente al altar. Se había tendido en el suelo. Con los brazos en cruz y la mejilla contra el duro y frío suelo de piedra, el padre Abraham Patrick Dunstan permanecía inmóvil y silencioso, apenas musitando una oración con los labios. Oyó entrar a la dama y los suaves golpes de tacón contra el suelo, a continuación, el suave crujido del banco de madera cuando ella se sentó en él.
Concluyendo la oración, se incorporó, santiguándose, y echó mano al banco para levantarse. Las manos de la mujer lo sostuvieron mientras se levantaba pesadamente.
- Gracias, Angeline, querida. - ya empezaba a estar viejo.
- Gracias a ti por venir, padre. - murmuró Lady Croft, y se desplazó respetuosamente para dejar paso al sacerdote, que se sentó lentamente a su lado.
- ¿Y bien? – dijo él, sonriendo con aquella cálida y tranquilizadora sonrisa suya. - Hace años que no hablamos, querida. La verdad es que me ha dejado de piedra tu solicitud de hablar conmigo.
Lady Croft suspiró y por fin se decidió a abordar el tema.
- Disculpa por molestarte, padre, pero... realmente, en este punto, no tengo nadie a quién acudir. Y ya no sé qué pensar. Pero no se trata de un tema religioso...
- Dime pues, querida, de qué se trata. - la animó él calmadamente. Como sacerdote, estaba acostumbrado a que la gente acudiera a él en busca de consejo, y pocas veces tenía que ver directamente con asuntos religiosos. Si sólo supieran que él no sabía tanto como aparentaba...
- Estoy muy angustiada por mi nieta, Patrick. – lady Angeline decidió abandonar el tratamiento de "padre" y llamarlo por su nombre de pila, como en los viejos tiempos, antes de que se distanciaran.
- ¿Por Anna? – el sacerdote sonrió - ¿Y qué le sucede a nuestra pequeña Anna? Nunca he visto a una criatura tan feliz y despreocupada como ella.
Lady Croft sacudió la cabeza vehementemente.
- No, no está bien. Algo horrible le está sucediendo. Al principio lo intuía, pero ahora.... Ahora...
Notando su zozobra, el sacerdote apoyó su mano sobre las manos entrelazadas y tensas de la anciana dama, que se retorcían en su regazo.
- Cuéntame, querida.
Lady Angeline inspiró con fuerza.
- Sabes que cuando nació, Lara me... permitió volver a esta casa. Me ha permitido cuidar de ella todos estos años, cuando nadie más estaba disponible. Hay cosas que nunca aprobaré respecto a cómo la están educando...
- ... eso no es asunto tuyo, querida Angeline. Ten cuidado, tu arrogancia en el pasado apartó de ti a tu hija. No apartes de ti a tu nieta.
Una chispa de ira, de orgullo aristocrático, animó los ojos de la anciana.
- ¿Crees que no lo sé, Patrick? Me paso los días viendo cómo la arrastran de un lugar a otro. Dios, la están criando como un potro salvaje. ¡Y no me hagas hablar de ese maldito hombre! Por su culpa, Anna habla como un carretero...
El sacerdote rió quedamente.
- Sí, es cierto que su lenguaje es bastante mejorable.
- Pero esta vez todo ha pasado de castaño oscuro. Desde que ha vuelto de Sri Lanka... ella está... está rara, Patrick. Está cambiada. No es ella.
- No he tenido ocasión de verla, pero he oído rumores acerca de ciertos altercados estudiantiles en el colegio. - el sacerdote volvió a reír. - Cosas de niños, en el fondo.
- ¡Cosas de niños, la paliza que le dieron! Pero, en fin, no quiero hablar de eso. Patrick, estoy muy asustada. Anna no es la misma. Ha empezado a decirme mentiras... a fingir, a actuar delante de mí. Me engaña, me oculta cosas. Ella nunca había hecho eso. Siempre había sido tan franca, tan honesta. Y esa cicatriz...
El padre Dunstan arrugó el ceño.
- ¿Qué cicatriz?
- Ha vuelto de Sri Lanka con un terrible costurón en la frente. Me dijo que se había caído de un árbol. Patrick, ¡está mintiendo! Mi nieta no se ha caído de un árbol.
- Claro que no.- él sonrió – Es como su madre... está hecha un monito.
- ¡Tengo muchísimo miedo por ella! Algo horroroso le sucedió en ese lugar... ¡y no habla de ello! Mi hija ni siquiera ha aparecido por aquí...
- No te ofendas, Angeline, pero Lara no está evitando a su hija. Te está evitando a ti.
- ¿Crees que no lo sé? ¡Yo ya he tirado la toalla con Lara! Pero Anna... - se le llenaron los ojos de lágrimas - ¡Estoy muy preocupada por ella! El otro día sucedió algo horrible, Patrick. Ese... ese hombre y su madre, la india...
- Hablas del señor Trent y la señora Cornel.
- ¡Como se llamen! Llegaron para llevarse la niña a Turquía, ¡sin previo aviso!
- La llevarán a casa de la profesora Al-Jazira. No tienes que preocuparte, querida. A la niña la quieren mucho allí.
- ¡Déjame terminar! – ella cada vez estaba más nerviosa – La niña bajó a saludar a esa mujer... y estaba bien... y de pronto se puso blanca como un cadáver. ¡Tendrías que haberla visto, Patrick! ¡Parecía que había visto un fantasma! Y entonces soltó un alarido... Dios Santo, gritó como si hubiera visto al mismísimo demonio. Juro que nunca olvidaré ese grito. No hasta que las trompetas del Juicio Final lo borren de mis oídos...
- Bueno, bueno. - el sacerdote contuvo una sonrisa y le palmeó la mano.
- ... y entonces salió corriendo, ¡corriendo como alma que lleva el diablo! Y aquella mujer miró a su hijo, a ese hombre, y gritó una palabra.
- ¿Una sola palabra?
- ¡Sí!
- ¿Y era...?
- Visión. - Lady Angeline inspiró profundamente. – Dijo "Visión", Patrick. Y ese hombre... salió corriendo tras ella.
El padre Dunstan se había quedado mudo y paralizado. Al ver la expresión alterada de su rostro, Angeline empezó a temblar.
- Oh, Dios misericordioso...
- ... Angeline...
- ... tú sabes lo que es, ¿verdad? – se agarró la cabeza con las manos - ¡Claro que lo sabes! ¡Todo el mundo lo sabe aquí menos yo!
- Angeline, por favor, cálmate.
- ¡No quiero calmarme! Esas dos personas, esa mujer y ese hombre, sabían lo que le ha pasado a mi nieta. ¡Lo supieron al instante! Y aquí todo el mundo me ha tomado por tonta. Por una vieja inútil que no se entera de nada...
- No es así, Angeline. No tiene nada que ver contigo.
Pero ella no le estaba escuchando.
- Esa mujer no me quiso decir nada... ¡incluso se burló de mí! Con esa arrogancia de pueblerina. Y cuando mi nieta volvió... Patrick, estaba fingiendo. Pretendió no saber lo que había pasado. Pero allí, todos lo sabían. Los tres. Y por lo visto, tú también lo sabes. La única que no lo sabe soy yo.
Se detuvo e inspiró de nuevo profundamente.
- No lo sé exactamente, Angeline, y desde luego que ha sido una sorpresa lo que me has contado. Pero si es lo que creo, entonces...
Se quedó pensativo. Luego sacudió la cabeza y rió levemente.
- Así que por aquí es donde van a ir los acontecimientos. Vaya, vaya... interesante.
La anciana dama le miraba, estupefacta.
- ¿Interesante? – sacudió la cabeza – Por favor, Patrick, dime de una vez qué diablos está pasando. Estoy realmente angustiada por mi nieta. Ni siquiera pude impedir que se la llevaran...
El padre Dunstan sonrió afectuosamente.
- Querida, no tienes que preocuparte para nada por tu nieta. Anna nunca va a estar más segura en este mundo que junto a su padre.
Lady Croft soltó un bufido.
- ¿Por qué todo el mundo se empeña en repetirme lo mismo? Han pasado catorce años, pero sigo sin conocer a ese...
- Se llama Kurtis Trent.
- ... lo que sea. Ese hombre me produce una impresión terrible. Y él sabe lo que está pasando. ¡Ni siquiera se molestó en fingir! Cuando me atravesó con esos ojos que tiene... fríos y azules... un escalofrío recorrió mi espalda. – se envaró al oír reír suavemente al sacerdote - ¡No estoy bromeando, Patrick! Hay algo siniestro en ese hombre. Algo... oscuro. Me aterroriza.
- No es oscuridad lo que ves, Angeline. - el sacerdote sonrió con dulzura – Sólo un tipo distinto de luz al que estás acostumbrada. Créeme, ese hombre es un guardián del Bien, un servidor de la Luz. Si tu hija y tu nieta viven, es gracias a él. Si este mundo es un poco mejor, más seguro para la gente de bien, es gracias a él. Y a los que vinieron antes que él.
Lady Angeline le miró de reojo y sacudió la cabeza.
- ¿De qué estás hablando, Patrick?
- De la lucha contra el Bien y el Mal. -el sacerdote le palmeó de nuevo la mano - ¿Recuerdas lo que yo era, Angeline? ¿A qué me dedicaba?
La anciana dama le observó durante unos instantes, luego asintió.
- Eras exorcista.
- ¡Exacto! Yo purgaba el mundo de demonios, liberaba a las pobres almas de las cadenas del Mal.- soltó un suspiro – En realidad, era poco más que un aficionado. Se me ha dado a conocer a un auténtico guerrero de Dios.
- Patrick, creo que estás delirando.
- ¿Recuerdas todos aquellos años que pasé en Haití, Angeline? ¿Aprendiendo sobre brujería, vudú y santería? ¿Luchando contra los espíritus del mal, aprendiendo sus caminos?
Angeline se santiguó, horrorizada.
- Todo lo que he acumulado en mis años de experiencia, todas las almas que he librado, mis incansables combates contra el demonio... no son nada al lado de lo que ha hecho ese hombre, Angeline. Es un ser extraordinario. No te imaginas hasta qué punto.
- ¿Me estás diciendo que es también un exorcista?
- Él lo llama de otra manera. - el sacerdote rió de nuevo – Pero sí, básicamente lleva toda su vida exorcizando el Mal de este mundo.
La anciana dama sacudió la cabeza.
- Esto es delirante, Patrick. Dejémonos de sordideces. ¿Qué tiene que ver esto con mi nieta? ¿Acaso está poseída?
- No. Pero si lo que me has dicho es correcto, entonces ella... ella... podría ser como él.
- Estás asustándome, Patrick.
- Bueno, es un asunto serio, pero mientras esté con ella, no le pasará nada. Ese hombre moriría por Anna, y por Lara también.
Y no dijo que, en realidad, ya lo había hecho una vez.
- Es imposible que yo esté tan equivocada. Ese hombre es un ser oscuro.
- Sólo en la más densa oscuridad puedes ver brillar la más intensa luz.
- Y ahora me vienes con poesía. Lo que me faltaba. - Lady Croft se levantó – Esperaba encontrar consejo y guía en ti, Patrick, pero sólo oigo chifladuras.
- No puedes recibir consejo y guía por tu incapacidad para escuchar más allá de las barreras de tu mente, Angeline.
- ¡Déjate de enigmas y dime la verdad, Patrick!
El sacerdote no se alteró ni lo más mínimo.
- No estás preparada para la verdad, querida. No sé si algún día lo estarás. Pero no tengas miedo: Anna está y estará bien. Siempre y cuando él permanezca a su lado y, conociéndole – sonrió de nuevo – lo hará.
(...)
Definitivamente, soltar a Zip y a Anna en las calles de Estambul había sido una de las peores decisiones tomadas por Selma hasta la fecha. Pero su preocupación por la situación actual no le había permitido pensarlo con más claridad.
Para empezar, no era Zip quien había sacado de paseo a Anna, sino al revés. La populosa, bulliciosa ciudad era el lugar perfecto para que la chica se perdiera llevando a rastras a un nerd afroamericano cuya experiencia en el mundo se reducía a todo lo que pudiera conectarse a través de Internet. Ni todos los años que llevaba en Estambul con Selma lo habían acostumbrado a ello.
La arqueóloga vivía enterrada en sus libros y como mucho se desplazaba a la universidad o a las excavaciones de Capadocia, él vivía enterrado en sus ordenadores y las actividades -semilegales o absolutamente ilegales- vinculadas a ellos.
Pero Anna era joven, era vital y sobre todo, le encantaban las ciudades grandes y repletas de gente casi tanto como las amplias y silenciosas ruinas de los templos. Junto a su madre había llegado a visitar las principales ciudades del mundo y había aprendido que debía mantener los ojos abiertos, la boca cerrada y permanecer a su lado. Desafiar estas órdenes le había llevado más de un disgusto, cuando en Pekín había acabado metida en un fumadero de opio o en el riad de Marrakech una banda de pillos esnifadores de pegamento le habían vuelto todos los bolsillos del revés. Lara ni siquiera había tenido que reñirle: se mantuvo pegada a ella durante el resto del viaje.
Claro que eso era con Lara. Zip era otra historia, y además, Estambul, como El Cairo, le era cariñosamente familiar, pese a su inmensidad. Esa familiaridad la llevaba a la despreocupación y de ahí, al descuido.
Así que allí estaba, sentada a pie de calle en el distrito de Beşiktaş, no demasiado lejos del piso de Selma, pero cerca del puerto donde los pasajeros tomaban el ferry para cruzar el Bósforo. No lejos, tampoco, del hotel donde Lara se había refugiado todo aquel tiempo.
A Anna, como a un gato, le gustaba sentarse en un lugar discreto a ver mirar pasar los viajeros que salían y entraban de la zona del puerto, turistas de todas las naciones, estambuliotas de todas las clases en un maremágnum de gente ruidosa que olía de todas las maneras posibles y hablaba todas las lenguas pensables. Los veía pasar, rápidos y seguros los que bien conocían la ciudad o tenían claro dónde iban, vacilantes y sofocados los que no tenían ni idea de dónde estaban o simplemente, les aturullaba la multitud. Le gustaba imaginarse de dónde venían, a dónde iban, cómo serían sus vidas, cómo serían sus sueños.
Siendo aún más niña, incluso alguna vez se había atrevido a preguntárselo a más de uno.
En esta ocasión, sin embargo, se hallaba entretenida intentando colocarse bien el apechusque que Zip le había metido en el oído y que molestaba una barbaridad. Quería testar el rango de alcance del aparato, para lo cual se había alejado bastantes calles de ella. Tras un par de intentos, finalmente oyó la voz del hacker:
- Tierra llamado a Pequeño Monstruo. Tierra llamando a Pequeño Monstruo.
- Pequeño Monstruo va a tirar esto en la primera alcantarilla que encuentre. - gruñó la niña, y acabó de colocarse un mechón de pelo castaño sobre la oreja, para camuflar el dispositivo.
- ¿Por qué siempre os tenéis que quejar de mis aparatos? Tu madre es igual.
- ¡Esto molesta un montón! – Anna sacudió la cabeza, incómoda. - Y ya sabes que mamá odia que le digan lo que tiene que hacer. Lo suyo es ir sola.
- Bueno, Mamá Croft no hubiera logrado birlarle el Iris al viejo Von Croy sin mí, así que...
- Me abuuuuurro. Me has contado esa batallita mil veces.
- Vale, ¿qué quieres que te cuente?
- ¿Qué vas a ser de mayor? Si es que algún día creces, claro.
Oyó a Zip resoplar al otro lado del comunicador, pero, como de costumbre, le siguió el juego con gusto.
- Voy a ser un ciborg.
- Tú, ¿un ciborg?
- Sí. Estoy ahorrando para que criogenicen mi cerebro, así, cuando llegue la era de los ciborgs, que está al caer, podrá ser trasplantado a un armazón de metal buenorro.
Anna soltó una carcajada.
- Con la de cerebros útiles que hay en el mundo, van a coger precisamente el tuyo...
- Muy bien, engendro, ahora sí que la has liado. Cuando te coja te voy a....
No es que no quisiera escuchar lo que seguramente no le iba a hacer. Es que de pronto, dejó de oír nada a su alrededor.
Anna dio un respingo y clavó su mirada en la multitud. No había más que un espeso silencio. Veía moverse las bocas de las personas, gesticular aceleradamente, pero no les oía. La ciudad entera había enmudecido.
- ¿Zip? – chilló asustada, más de lo que debiera. Pero entonces se calmó. No pasa nada, idiota. No pasada nada. Es el Don. Sólo el Don.
Aunque no sabía si lo era.
De pronto, un zumbido empezó a sonar en sus oídos. Se arrancó el dispositivo de Zip del oído, pero naturalmente, no tenía nada que ver con eso. Se incrementó. Se incrementó.
Y de pronto, un sonido de aspiración, y de nuevo, el silencio.
Y entonces lo oyó. Una voz oscura, adulta, cruel. Metálica.
Vaya, vaya. Fíjate.
Miró a su alrededor y empezó a observar fijamente la masa de transeúntes a su alrededor, pero ninguno de ellos parecía ser. Todos estaban demasiado absorbidos en sus asuntos.
Pero si es la pequeña putilla Croft. ¿Qué hace ahí sola?
Alguien la estaba mirando. Pero no podía localizarlo. Siguió escrutando la masa de gente a su alrededor.
¿Te has perdido, pequeñina? ¿Estás buscando a tu mamá? Una risa seca.
Se esforzó porque no se notara externamente el miedo que sentía de pronto. Céntrate. Identifica esa voz. Pero era imposible. No le sonaba de nada. Una voz dura, seca. Un acento particular... trató de localizarlo...
Qué potra tendría si ahora me la cargara. ¿Quién lo iba a notar?
Temblando como una hoja, se ajustó de nuevo el dispositivo en el oído y masculló:
- ¿Zip? Algo va mal. No te oigo. Tienes que venir.
Qué más da. La voz parecía hablar consigo misma. No es más que una mocosa. Céntrate en el objetivo.
Y de pronto, el sonido del mundo volvió a ella.
El repentino estruendo de la calle y de la multitud, una vez regresaron, le hicieron dar un salto. Se puso en pie como impulsada por un resorte y empezó a correr entre la multitud, empujando a unos y otros que protestaban a su paso.
- ¿Anna? - la voz de Zip de oía de nuevo a través del comunicador - ¿Qué te pasa? ¿Dónde estás?
- ¡Tengo que salir de aquí! ¡Hay un...! - ¿Un qué? Se preguntó. - ¡Vamos al hotel de mi madre!
- Yo no sé dónde está...
- ¡Pero yo sí! Te digo dónde estoy y me sigues. ¡Andando!
Zip soltó un bufido y empezó a desandar el camino.
- Joder – gruñó para sí mismo – Todavía una mocosa, y ya es más mandona que su madre...
(...)
- Y no viste a nadie, por supuesto. - recalcó Lara con calma. Era una afirmación, no una pregunta.
- ¡No! – Anna retorció el comunicador entre sus manos, ante la mirada angustiada de Zip. – Me fijé muy bien en cada persona, como me has enseñado...
- Si es un profesional, nunca le verás. En ello les va la vida y el sueldo. – la exploradora desvió su mirada hacia el hacker y murmuró - ¿Y a ti qué te pasa?
Estaban sentados en la recepción del hotel, hablando de un modo discreto y despreocupado, camuflados entre el ir y venir de clientes. Lara no había querido que subieran a la habitación, es más, había ordenado al servicio que la limpiara y aseara.
Sólo faltaba que su hija la viera en aquel estado. Después de eso, no tendría autoridad alguna para reñirla cada vez que dejara su habitación hecha una leonera, como solía.
- Me... ¿puedes devolverme eso, renacuaja? – Anna le lanzó el comunicador, que Zip cazó al aire con un respingo de susto - ¡Eh tía, que esto es caro!
- Hay que avisar a papá de lo que ha ocurrido.
- Joder, no, por favor. – Zip hundió la cara entre las manos. - Kurt me va a matar.
- ¿Y eso por qué? – Lara sonrió levemente.
- Porque tenía a la cría a mi cargo y ha pasado est...
- ¡No soy una cría! – estalló Anna, ofendidísima - ¡Tú ni siquiera sabes orientarte en esta ciudad!
- ¡Es enorme! ¡Tiene demasiadas calles!
- ¡Macho, tú te criaste en Nueva York!
- ¡Ja! ¡Nueva York era el patio de mi casa! ¡Esto es Babel 2.0!
Lara había dejado de escucharles hacía rato. Repasaba mentalmente las pocas frases que había oído su hija pronunciar a aquel sicario. El problema es que podía tratarse de cualquiera. La lista de sus enemigos era interminable... como la de Kurtis.
No es más que una mocosa. Céntrate en el objetivo.
Bueno, una cosa estaba clara. No iba a por Anna.
Al menos, no de momento.
Anna se quedó aquella noche con Lara, en la habitación del hotel, ahora limpia y ordenada. La niña no dejó de alzar una ceja – una expresión que calcaba la suya propia – en cuanto se lo dijo.
- ¿Seguro? - Anna miró a su alrededor. - ¿No va a venir papá?
- No. - Lara intentó eludir la incomodidad de constatar que, en efecto, su hija daba por sentado que estarían juntos. – ¿Te importaría avisarle de que estás aquí? Ahora vengo.
Se metió en el baño mientras oía hablar a Anna por teléfono. Apoyada contra la pared, la escuchó contarle, con su voz cantarina y despreocupada, lo que había pasado.
- Sí, sí, estoy bien... no, no ha sido nada. ¡Ha sido guay! Ya te contaré... bueno, un poco de miedo al principio, ¡es que esto es tan raro...! ¡Que no, que estoy bien! Ay, siempre igual, papá... sí, estoy con mamá... sí, se lo he contado a ella también... no, no necesito mis cosas... ¡Que te he dicho que estoy bien! No, no me duele la cabeza. No, no me ha sangrado la nariz. Papá, pareces de la CIA.
La mirada de Lara descendió hacia el lavabo y entonces lo vio. El bote de somnífero, ahora ya medio lleno. Dando un respingo, se separó de la pared y lo agarró. ¿Cómo diablos se le había ocurrido dejarlo ahí? Ya iba a tirarlo a la papelera cuando, de pronto, dudó. Seguramente los volvería a necesitar...
Sacudiendo enérgicamente la cabeza, se dio la vuelta, vació el bote en el retrete y tiró de la cadena.
No más pastillas.
(...)
Una vez más, constató la sorprendente habilidad de su hija para sobreponerse a cualquier cosa extraña o estresante que le hubiese sucedido. Mientras ejecutaba el ritual nocturno a la que acostumbraban desde que era muy niña, que consistía en deshacerse el cabello y peinarse la una a la otra antes de irse a dormir mientras se contaban todo lo acontecido en el día – al menos, lo que una madre y su hija podían decirse – Anna siguió parloteando como una cotorra, como si absolutamente nada hubiese sucedido.
Sentada en la cama, Lara dejó que le deshiciese la trenza lentamente y le cepillase la larga cabellera. Sabía que le encantaba hacerlo. Lo llevaba haciendo desde niña, desde que sus manitas habían podido sostener un cepillo, aunque al principio no había hecho más que torturarla tirando y retorciendo guedejas de pelo.
Con los años se había vuelto hábil y cuidadosa. Casi se adormeció, como siempre, mientras notaba las manos de Anna pasar entre su cabello, deshaciendo y cepillándolo cuidadosamente. A ella le maravillaba el cabello de su madre, que nunca se cortaba, y que casi siempre llevaba trenzado, salvo en las grandes ocasiones, cuando se lo peinaba de algún modo más artístico. Por lo demás, Lara no daba demasiada importancia a su pelo, pero aquel gesto tan íntimo, tan cercano, sí tenía importancia.
Sólo había permitido a dos personas en su vida tocarle el cabello de aquel modo tan íntimo. Una era Anna, claro.
La otra era Kurtis.
- ... y entonces ella me dice, me da miedo entrar en tu casa. ¡Fíjate mamá, le da miedo la mansión! – su hija se reía mientras la peinaba – Ni siquiera tentándola con la cabeza del tiranosaurio he logrado que entre.
- Sabes que no puedes entrar a la sala de trofeos si no estoy en casa.
- Pero si no iba a tocar nada. Sólo quería enseñarle el dinosaurio.
- Bueno, si tiene miedo de la casa, no le gustará el dinosaurio.
- Ay, pero está tan graciosa cuando chilla...
- Qué mala eres.
Lara podía ser calificada de fría por cualquiera que observara la relación madre-hija desde fuera. Sólo los que la conocían sabían que estaba incómoda con las manifestaciones externas de afecto. Lo cierto es que quería a Anna, desde luego, pero a su manera, como una leona se preocupa de su cachorro. Había aprendido a quererla. Ella no era como Kurtis, que la había querido desde que había sabido de su existencia, que la había querido cuando sólo era una posibilidad.
Ella nunca podría ser así. Pero la quería. Y ella lo sabía.
- Tierra llamando a Mamá. – la voz de Anna resonó en su oído izquierdo. - Tierra llamando a Mamá.
Lara dio un respingo.
- ¿Qué? ¿Cómo?
- Te preguntaba por qué no me lo habíais dicho.
- ¿El qué?
- ¡Que soy una Lux Veritatis, caramba!
La exploradora se frotó los ojos. Estaba rendida de nuevo.
- Le correspondía a él decírtelo. – miró a su alrededor – Deberíamos dormir. Mañana será un largo día. Vamos a Capadocia, a Tenebra.
Anna palmeó entusiasmada.
- ¡Por fin voy a conocer ese sitio! – arrojó el cepillo de cualquier manera y se arrebujó en la cama – Selma dice que luego podemos ir a Göreme a ver las chimeneas de las hadas. ¡Me encantan las chimeneas de las hadas! Aunque el nombre es cursi un rato...
Aún seguía parloteando media hora después, en la oscuridad, pero a Lara no le molestaba. En cierto modo, era como un arrullo que llenara el vacío silencio de la noche. Un silencio que se le había hecho insoportable en los últimos tres meses.
- Mamá...
- ¿Mmm?
- ¿Sabías lo de la abuela Marie?
- No, no lo sabía. Te has enterado tú antes que yo.
- Ah.
Silencio. Media hora después...
- Mamá.
- ¿Sí?
- Te has peleado con papá, ¿verdad?
Lara soltó un largo suspiro.
- Deberías dormir, o mañana no podrás ver tus chimeneas de hadas.
- No seas mala con él. Está muy triste. Tiene miedo.
Silencio.
- ¿Es por mi culpa?
- No.
- Porque yo estoy genial. No me da miedo el tío ese...
- Anna.
- Vale, vale, ya me duermo.
(...)
A medianoche, Anna empezó a dar vueltas en la cama y a dar patadas, gimiendo, como si se peleara contra un enemigo invisible. Lara aún no había conseguido dormir.
Estiró los brazos y la sostuvo, entonces soltó un jadeo de sorpresa. Ardía. Estaba ardiendo.
Pero no era un ardor preocupante. Lo conocía. Lo había sentido cuando la sostuvo en sus brazos en aquel hospital de Sri Lanka.
La había sentido en la piel de Kurtis, en el cuerpo de Kurtis, cuando le había tenido una y otra vez, antes de que él entregara el Don a cambio de sus vidas.
Anna volvió a gemir, como en una pesadilla.
Lara la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí, abrazándola por la espalda. Se calmó de inmediato.
Lo que había funcionado con el padre, funcionaba con la hija.
Se fue acostumbrando a esa calidez inusual. Al rato, apenas la notaba. Ella ya no se movía.
Lo siento, pensó en silencio. Por estar lejos. Por haber sido tan fría.
Pensó de nuevo en aquel sicario. Y lo que Kurtis había dicho.
No podemos estar a la greña mientras ella sea vulnerable.
Tenía razón. Siempre se las apañaba para tener razón.
Creyó que no podría dormir, pero la respiración pausada y el cuerpo cálido de Anna la arrullaron. Se sumió en un profundo descanso sin sueños ni pesadillas.
(...)
No muy lejos de allí, en el barrio de Ortaköy, frente a la hermosa mezquita junto a la orilla del Bósforo, el hombre que Anna había detectado con su clarividencia se terminó tranquilamente una taza de café turco, dejó unas monedas sobre la mesa del restaurante y se levantó. Acariciando las tiras de la enorme bolsa de deporte, se la cargó al hombro sin más ceremonia.
Su objetivo estaba cerca. Esta vez sí, de una por todas, liquidaría a aquella maldita zorra. Era lo único que le quedaba por hacer en el mundo. Luego podría estar en paz.
La imagen de la niña Croft cruzó por un instante su mente. Luego, la apartó. No. Su objetivo era bien distinto. La había perseguido durante años. Era el momento. Qué casualidad que iba a terminar en Estambul, el mismo lugar donde todo, de un modo u otro, había empezado.
- Se acabó el juego, puta. – masculló entre dientes, mientras evocaba el hermoso rostro que tenía en el fichero, bien oculto dentro de la bolsa. - Esta vez no te escapas.
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