Capítulo 6: Pulso
Marie extendió la mano hacia la taza de té y la tomó por el asa. Antes de dar el impulso para levantarla ya sabía que no iba a ser capaz de hacerlo. No sin pagar el precio del dolor. Por lo que alargó la otra mano para sostener el cuenco de la taza y la levantó cuidadosamente.
Dolió lo mismo. Pero al menos no la dejó caer estrepitosamente, como le había pasado tantas veces desde que las manos empezaran a quedársele deformes e inútiles. Incluso el calor de la bebida caliente era agradable.
Lady Angeline la había observado en silencio, reprimiendo el impulso de inclinarse hacia ella para sostenerle la taza. Un impulso que jamás había tenido hasta que tuvo que alimentar a su marido impedido. Había sido una experiencia dura. Y menos mal que el orgulloso Lord Henshingly estaba lo suficientemente enajenado como para no percibir lo que ocurría: si no su enfermedad, la dependencia misma lo habría matado.
Aquella india americana era casi igual de orgullosa y todavía perfectamente lúcida; así pues, la anciana dama contuvo sus manos en su regazo y la observó llevarse la taza a la boca y, a continuación, arquear las cejas, sorprendida.
- ¿Qué ocurre? – se le escapó a Lady Croft.
Marie sonrió.
- Muy buen té. - bajó la mirada hacia el líquido dorado – De los mejores que he probado.
Lady Angeline sonrió cortésmente, aunque no pudo evitar recolocarse en el sillón, todavía más envarada. Claro que era un buen té. El mejor que probaría en mucho tiempo.
Desvió la mirada de su interlocutora, porque le resultaba penoso ver cómo luchaba por sostener la taza, y fijó su mirada preocupada en el laberinto de setos que se veía a través de la ventana.
- Ya hace media hora... - se le escapó de nuevo, no pudiendo evitar un leve tinte de angustia. – Debería ir a buscarla.
La mujer Navajo siguió bebiendo su té como si nada.
- Te perderías ahí dentro, querida. - no pudo evitar el tono sarcástico, pero luego se suavizó. - No te preocupes. Está con su padre, luego estará bien. Démosle tiempo.
Lady Croft tenía muy serias dudas acerca que su nieta iba a estar bien con aquel hombre, pero decir algo más al respecto hubiese sido una absoluta grosería.
Y ella, ante todo, era muy educada.
(...)
- Vaaale. – Anna frunció el ceño. - Me estás mirando de forma muy rara, luego estoy jodida un rato, ¿verdad?
- ¿Sabes a qué me he dedicado todos estos años, mientras tú crecías?
Ella se encogió de hombros.
- Matar a los malos, rescatar a la chica, salvar el mundo...
Kurtis sonrió a su pesar. Era tan niña todavía.
- A lo que me he dedicado siempre. A limpiar el mundo de... demonios. - y lo de que era espía, mercenario y hasta agente free-lance no lo mencionó. - Para que no se acercaran a tu madre y a ti, aunque en teoría no lo hubieran hecho, no hasta que te despertaste.
- ¿Me desperté?
- El Don se despertó en ti. En Sri Lanka. Después de que ese cabrón te golpeara en la cabeza.
No hubiera debido ser tan brusco. Pero qué diablos. De perdidos al río. Además, Kurtis nunca había sabido hacer las cosas de otra manera. Lo suyo era la brutalidad.
- No.... no lo entiendo.
- Tu herida era muy grave. Tuviste un derrame cerebral. - Kurtis se retorció, incómodo. Qué mal se le daba hablar, maldita sea. - Pero no teníamos forma de saberlo. Luego perdiste el conocimiento y entonces el Don se despertó en ti. Te curó.
Anna lo miraba boquiabierta. De pronto, se revolvió.
- ¡Qué guay! - dijo, riendo. Súbitamente frunció el ceño - ¿Por qué diablos habéis tardado tanto en decírmelo?
Porque soy un cobarde. Porque tengo miedo.
- No estabas preparada para saberlo.
- ¿Y ahora sí? ¿Sólo porque he perdido la chaveta? ¡Por favor! - Anna dio un salto, poniéndose en pie, y empezó a dar vueltas alrededor de los atlantes, moviendo los brazos. - ¡No me lo puedo creer! ¡Si soy una chica!
- Algunas chicas heredaron el Don en el pasado. Pero no han sido muchas. Y en general no vivieron mucho tiempo.
- ¡Es alucinante! - estalló, hirviendo de vitalidad.
Estaba contenta, exultante. Claro que lo estaba. No tenía ni la menor idea de lo que aquella maldición implicaba. Joder.
- Anna, esto no es un juego.
- ¿Cuándo vas a empezar a enseñarme cosas? – saltó ella, como si no hubiese oído su último comentario.
Él inspiró profundamente.
- Para empezar, tienes que tomártelo muy en serio.
- ¡Me lo tomo muy en serio!
- No, no te lo estás tom... ¿quieres hacer el favor de callarte un segundo? - saltó al ver que la niña abría de nuevo la boca. - Así. Muy bien. Primero: si quieres que de verdad te enseñe...
- ¡Sí que quiero!
Kurtis soltó un gruñido. Anna cerró la boca.
- ... has de empezar por no protestar ni cuestionarlo todo todo el tiempo.
- Mamá dice que eso es bueno.
Claro que sí, milady. Cómo no ibas a decir eso.
- No para un Lux Veritatis. - Las palabras obraron el efecto deseado. Anna se calló definitivamente y le escuchó, intrigada – Para un Lux Veritatis la disciplina es la única forma de sobrevivir. Controla el Don o él te controlará a ti. Y no querrás que eso suceda, mucho menos en público.
Joder, suspiró Kurtis internamente. Parezco mi padre echando este coñazo. Pero su hija seguía escuchándolo, con una fascinación que él nunca había sentido.
- Cuantas menos personas sepan lo que eres y lo que eres capaz de hacer, mejor. Darte a conocer le dará a tus enemigos poder sobre ti. No les des esa ventaja.
Enemigos. ¿Cómo podía una niña de su edad tener enemigos? Pero los tenía, e iba a tener más a partir de ahora. Sólo por ser hija de quien era. Recordó a Hua Bin. Las niñas de las fotografías.
Lo único que lamentaba era haberlo tenido que matar tan rápido.
- Pero muchos amigos nuestros sabían lo que eras tú. – la voz de Anna lo devolvió a la realidad- La tía Selma, el tío Jean...
- No podemos evitarlo en su caso, pero para el resto del mundo, tú eres una niña cualquiera y lo seguirás siendo. Es más, no sólo nadie más lo sabrá, sino que te dedicarás a desmentirlo. Nada de entradas en tu diario tipo "Querido diario, hoy he reventado mi primera puerta..."
- Yo no tengo un diario. - Anna enrojeció hasta las orejas, como siempre que mentía.
- ... así que cogerás ese diario que no tienes y escribirás lo frustrada que estás de haber nacido chica y no haber heredado el Don.
La niña se echó a reír.
- Esto va a ser muy divertido.
Kurtis volvió a suspirar y se pasó la mano por el rostro. ¡Era tan niña aún!
- No es divertido. Es muy serio. Nadie tiene que saber lo que eres. Nadie.
- Vale. - suspiró Anna – Entonces, nada de espectáculos.
- Y ahora vamos, llevas demasiado rato aquí metida. – se levantó y sacudió la tierra de los pantalones.
- ¿No vas a enseñarme nada ahora?
- Ya te he enseñado algunas cosas. Rúmialas. - entonces sonrió, pero era una sonrisa triste. – Tu abuela te está esperando.
Anna frunció el ceño y de pronto la alegría se apagó.
- ¿Ella sabe que yo... que ella...?
- Sí. Y sí. Fue la mujer de un Lux Veritatis, la madre de un Lux Veritatis, y ahora es la abuela de una Lux Veritatis. – decirlo en voz alta no ayudaba demasiado, maldición -. Está hecha a esto, y a cosas mucho peores.
Tras un momento pensando en silencio, finalmente la niña asintió. Kurtis emprendió el camino de vuelta, con ella a su lado, inusualmente callada. Al cabo de unos pasos, notó la pequeña mano de Anna deslizándose entre la suya.
La agarró. Quizá con más fuerza de la que debiera.
No proyectes tus miedos en ella.
La miró de reojo. Estaba tranquila, relajada de nuevo, aunque con una chispa de tristeza, de súbita madurez, que animaba sus ojos, por lo demás tan curiosos y vitales como siempre. Y hasta cierta fascinación por lo que acababa de sucederle, como soñando despierta. Ni rastro del trauma que él había experimentado.
Puede que no se le diese tan mal hablar, después de todo.
(...)
- ¿Qué le ha sucedido a mi nieta? – Lady Croft cambió de tema.
Marie sopló suavemente sobre el té, algo que a la anciana dama se le antojó rematadamente grosero.
- Ah, eso. - comentó la mujer Navajo como si tal cosa – No te preocupes, querida, ella va a estar bien.
- Verás, querida – lady Angeline perdió finalmente la paciencia – no me hago ilusiones respecto a lo que puedas pensar de mí, pero para tu información, no tengo un pelo de tonta. Algo raro ha pasado y tanto tú como tu hijo – se esforzó por tragarse el tinte de desprecio que le subió a la garganta al pronunciar esas dos últimas palabras – habéis reaccionado como si supieras qué pasaba. Exijo, pues, una explicación.
Marie rió quedamente, como si aquello le hiciese gracia, y bajó la taza de té hasta su regazo.
- Vamos, querida – dijo en el mismo tono – tú misma has puesto una cara de absoluto horror al verme. ¿Cómo esperabas que reaccionase una criatura de catorce años?
La anciana dama le miró, desconcertada. No, había sido algo más que eso. Algo no encajaba.
Abrió la boca para protestar, pero entonces la puerta de entrada se abrió. Volviéndose bruscamente hacia ella, vio entrar a su nieta.
- ¡Anna! – se incorporó, alarmada - ¿Estás bien?
No se acercó, como hubiese querido. La niña venía de la mano de aquel hombre. Y si lady Angeline había hecho un esfuerzo por besar y tocar a Marie, desde luego no pensaba hacerlo con él.
- ¡Claro que sí, abuela! -. Anna sonrió y se encogió de hombros. – Perdón por lo de antes. Me he... asustado. No sabía que estabas enferma, abuela Marie. - dijo entonces, y se dirigió a su abuela norteamericana, soltándose de la mano de su padre.
Durante un instante, mientras Marie saludaba cariñosamente y acariciaba a su nieta, lady Angeline observó, perpleja, cómo ambas actuaban como si nada hubiera pasado. Ni ella ni Marie parecían para nada perturbadas por el suceso anterior.
Están fingiendo, se dijo, súbitamente alarmada.
Luego miró al hombre, que aún estaba de pie en la puerta, y un escalofrío le recorrió la espalda.
Él no fingía. La estaba mirando fijamente, con aquellos fríos ojos azules.
Examinándola.
Lo sabía. Fuera lo que fuera aquello, él lo sabía.
(...)
- Profesora, por favor...
Selma puso los ojos en blanco y, aferrando con fuerza la masa de exámenes que llevaba entre brazos, esquivó al angustiado alumno que bloqueaba el estrecho pasillo del Departamento de Arqueología.
- Ya te lo he dicho, Fatih... - gruñó – no hago recuperaciones. Preséntate a la convocatoria extraordinaria, como hacen todos los demás.
- ¡Pero es que...!
La arqueóloga soltó un gruñido y avanzó a paso rápido, intentando dejar atrás a su interlocutor. Al llegar a la puerta de su despacho, cambió los papeles de mano y forcejeó con el pomo de la puerta.
Atascado, para variar.
La mano de Fatih surgió a su lado y le abrió la puerta, mientras seguía haciéndole la pelota. Soltando un suspiro de exasperación y deseando librarse de una vez, Selma se escurrió por el vano de la puerta y se dispuso a cerrarla empujándola con el hombro, pero entonces, Fatih dio un salto hacia adelante y se plantó en medio de su despacho.
- ¡¡Fatih!! – chilló la arqueóloga - ¡Ya bast...!
Se detuvo al darse cuenta de que el muchacho no la miraba a ella, sino que fijaba sus ojos desorbitados, boquiabierto, en su enorme escritorio. Siguió su mirada... y encontró a Lara sentada en su silla, o más bien, repantigada, con sus largas piernas encima de la mesa y sus botas pisando todos los libros y papeles que tenía amontonados sobre ella.
- Lo que me faltaba. - masculló Selma, agotada.
- ¡Oh Dios mío! – Fatih se llevó las manos a la boca - ¿Es...es...?
- ¡Lara! – exclamó la arqueóloga - ¿Qué haces aquí?
La aludida levantó un puñado de folios que ella reconoció.
- Leyendo tu tesis. Es lo que querías, ¿no?
Selma soltó un suspiro y avanzó hasta la mesa, dejando caer sobre ella los exámenes. Fatih seguía clavado en su sitio, mirándola boquiabierto. De pronto habló:
- ¿Puede firmarme un autógrafo, señorita Croft?
Selma casi esperaba que Lara lo echara con cajas destempladas, pero entonces ella sonrió dulcemente.
- ¿Cómo te llamas?
- ¡Fatih Özgen! – exclamó, entusiasmado, y dio un paso al frente.
Antes de que la arqueóloga pudiera detenerla, Lara agarró el montón de exámenes que ella acababa de dejar encima, buscó hasta encontrar el nombre de Fatih, y tomando un bolígrafo, empezó a firmar con grandes trazos sobre el folio.
- ¡Eh! – gritó Selma - ¡Todavía no he corregid...!
- Aquí tienes. - Lara extendió el folio hacia adelante. Fatih prácticamente se lo arrancó de las manos – Encantada de conocerte, Fatih.
Agarrando con fuerza el examen firmado, el alumno aún se atrevió a musitar:
- ¿Podría darme un beso señori...?
- ¡Oh por favor! – Selma dio un manotazo sobre la mesa, agarró al asustado alumno del brazo y lo condujo de un tirón hacia la puerta - ¡Largo de aquí!
Tras ponerlo de patitas en el pasillo, dio un portazo y se volvió hacia Lara, que no se había movido ni un ápice de su posición.
- Siento lo del examen. - comentó la exploradora, sonriendo levemente mientras hacía girar el bolígrafo entre el índice y el pulgar.
- Da igual. - suspiró Selma. - Estaba suspendido de todos modos. ¿Y bien? ¿Qué te parece mi tesis?
Lara sonrió levemente y bajó las piernas de la mesa – ya era hora, pensó Selma – y, recolocándose mejor en la silla, dejó el resto de folios sobre el montón de la tesis.
- No está mal. – concedió educadamente.
- Vaya, gracias. - Selma torció la boca – Viniendo de ti es como recibir el Premio Nobel.
- ¿Sarcasmo, Selma? – Lara arqueó una ceja – Deja eso para los profesionales.
- He tenido una buena maestra todos estos años. - la arqueóloga suspiró y se acercó a ella – Ahora en serio. ¿Crees que podré publicarla?
Lara frunció el ceño.
- Lo cuentas todo, Selma. – luego su expresión se relajó. - Pero he de admitir que has sido hábil. Lo envuelves todo en un halo de mitos y leyendas.
La turca puso los ojos en blanco.
- Pues claro, Lara. ¿Cómo iba a escribir todas esas cosas como si me las tomara en serio? Sería el hazmerreír de la comunidad científica. No soy una friki, soy una investigadora. – y entonces su mirada se oscureció – pero claro, los que vivimos esas cosas... sabemos que son reales.
- ¿Cómo has averiguado... tanto, de los Lux Veritatis? – Lara le miró de reojo - ¿Has hablado con Marie? Porque no creo que él te dijese nada.
Vaya, pensó Selma. De nuevo evitando pronunciar su nombre. Aquello pintaba mal.
- Hablé con Marie, sí. - Selma admitió. - Y fue de una inmensa ayuda. Pero incluso ella no tenía acceso a los secretos más ocultos de la Orden. De hecho, nunca fue parte de ella. Sabía muchas cosas, claro, como esposa y madre de Lux Veritatis... pero nunca fue realmente una de ellos. Y claro, Kurtis – recalcó intencionadamente su nombre – no me hubiese dicho nada. – suspiró – Es una pena... una gran desgracia, que perdiéramos a Marcus. Él podría haberme contado tantas cosas...
- También era un Lux Veritatis, Selma.
- Pero no estaba atado a tanto secretismo, no como Kurtis. En cualquier caso – sonrió de pronto – en lugar de Marcus, fue Vlad quien me ha dado la clave.
Lara parpadeó.
- ¿Vlad? Pero... - bajó la cabeza. – Esa... mala pécora de Giselle quemó todos sus escritos.
Y no mencionó qué más había hecho – ordenar la muerte del erudito rumano, por mera y gratuita venganza – porque ambas lo sabían de sobra.
- Los que estaban en Bran, sí. - Selma sonrió, triunfal – Pero no los que estaban en Bucarest.
Lara arqueó las cejas.
- Vlad hizo copias de todo, ¡Lara! – la mirada de la turca se había iluminado.
- Es verdad. - concedió la exploradora, y se llevó la mano a la sien – Recuerdo cuando nos enseñó las transparencias con los escritos de Loanna... me dijo que había enviado los originales a Bucarest.
- Y allí seguían. - Selma palmeó, entusiasmada - He estado haciendo viajes constantes a Rumanía, al archivo estatal de Bucarest. ¡Vlad hizo copias de todo, Lara! Bendito sea, espero que descanse en paz, donde quiera que esté. - suspiró de nuevo – He tenido a Zip digitalizando todos sus textos y archivos todo este tiempo, Lara. ¡El legado de Vladimir Ivanoff no volverá a perderse! Y es tiempo ya de que salga a la luz y reciba el tributo que merece.
La exploradora británica sonrió de nuevo, pero era una sonrisa triste.
- Enhorabuena, sólo te falta conseguir el consentimiento de Marie y de Kurtis. - y desvió la mirada hacia la ventana, y su sonrisa se convirtió en una mueca. - Y buena suerte con eso.
(...)
Llegaron a Turquía apenas dos días. Formaban un trío curioso, una anciana frágil, un hombre alto y fornido y una niña que tenía el baile de San Vito y no sabía estarse quieta. Debían reunirse en el apartamento de Selma, al cual llegaron primero Kurtis y Anna, en la moto de él, y apenas minutos más tarde, Marie, en taxi.
Selma les esperaba en la puerta, sonriente, pero su sonrisa se desvaneció al ver salir a Marie del taxi, ayudada por Kurtis, que la sostenía con firmeza. Pero la turca tenía más experiencia en el sufrimiento y la fealdad del mundo que Lady Croft, por lo que se dominó enseguida, compuso otra sonrisa y se dedicó a abrazar y a besar a Anna, que se le había tirado en el regazo como era habitual en ella.
- ¡Cómo has crecido! – exclamó, acariciándole el pelo y pasando rápidamente su vista por la cicatriz de la frente. - ¿Qué es esto? ¡Tienes un buen costurón!
- ¡Me caí de un árbol en Sri Lanka, tía Selma! – qué fácil era mentir, incluso a los seres queridos, si se trataba de protegerlos - ¿Dónde está tío Zip?
- ¿Mande? – gritó una voz desde el interior del apartamento.
A Anna se le iluminaron los ojos y entró como elefante en cacharrería, volcando algunos libros por el camino – no es que le importara mucho, tampoco.
Pocas cosas había que arrancaran a Zip de su asiento frente al ordenador, entre ellas, Selma cuando se enfadaba, las necesidades corporales básicas, y Anna.
- ¿Dónde está el pequeño monstruo? – el hacker apareció en medio del desastre con los brazos abiertos - ¡Heeeeyy ven aquí engendro!
Anna se lanzó sobre él y se le agarró al torso como una garrapata, tras lo cual la levantó en vilo y empezó a dar vueltas sobre sí mismo, haciéndola girar como una peonza, mientras ella reía y chillaba, derribando varias pilas de libro en el proceso.
- ¡Uf! – jadeó Zip - ¡Pesas el triple desde la última vez que te levanté! ¿Te ha estado cebando la vieja bruja con pastitas de té?
- Hala, mira quién habla, ¡el que no levanta nunca el culo de la silla! - protestó Anna, cuando la dejó en el suelo. Antes de que pudiera evitarlo, la niña pellizcó un trozo de carne de su torso y lo retorció - ¡Te estás poniendo gordo!
- Zip. – dijo una voz seria. - ¿Cómo has llamado a mi madre?
Lara había surgido de la nada, silenciosa como un felino, y estaba apoyada en una de las columnas de la habitación, mirando inquisitivamente al hacker, que se encogió instintivamente.
- ¡Mamá! – Anna se acercó a Lara y la abrazó por la cintura, con más cuidado que lo había hecho con Zip y Selma. Sabía que a ella no le gustaban las excesivas muestras de cariño. Cuando notó la mano de Lara ascender por la nuca y acariciarle el pelo, supo que lo había hecho bien.
- Creo que la he llamado vieja bruja. – Zip frunció el ceño y se rascó la barbilla, pensativo. – Es lo que todas las ladies inglesas acaban siendo tarde o temprano, ¿no?
Lara arqueó una ceja.
- Vamos, monstruo, que me he pasado. – masculló Zip entre dientes, y Anna lo siguió, riendo por lo bajo. – Voy a enseñarte el último virus que he diseñado. He decidido llamarlo Gorgona.
- ¿Por el demonio del que te libró papá?
- No. Por la cara que acaba de poner tu madre.
Las carcajadas de Anna se perdieron en la parte posterior del apartamento. Entonces, Lara suspiró y se volvió hacia la puerta.
Había luchado contra sí misma por estar allí. No quería. Pero hubiese sido cobarde e indigno... y en cualquier caso, despreciable no estar allí para al menos encontrarse con su propia hija.
Selma había tenido razón en una cosa. Anna no debía pagarlo. Y ella ya no tenía edad para ir haciendo estupideces de adolescente. Lidiaría con las consecuencias, como siempre había hecho.
A Marie le había costado todo ese rato subir los escalones que separaban la entrada del apartamento de la calle, y estaba salvando el último ayudada por Kurtis y Selma, quien la sostenían cada uno por un lado. Ella le miró directamente y sonrió, cansada.
- Hola, Lara. – la miró de arriba abajo – Tienes buen aspecto.
No lo tenía. Lo sabía. Pero la anciana mujer lo tenía mucho menos. Lara la contempló, en shock, olvidándose por un segundo de Kurtis, que la estaba mirando fijamente.
- ¿Marie? – murmuró, estupefacta. Ella no tenía los escrúpulos que adornaban a Selma y a Lady Croft, por lo que ni contuvo su expresión de horror, ni evitó el tema. - ¿Qué te ha ocurrido?
- Nada que no le ocurra a cientos de personas por el mundo cada día. – dijo ella simplemente, y soltándose del brazo de Selma, extendió un mano hacia Lara. Instintivamente ella dio un paso hacia adelante, la sostuvo, y ambos, Kurtis y ella, la condujeron hacia el sofá.
Cuando notó la cercanía del cuerpo del hombre, su aroma, su calidez, se alejó, mientras seguía con la mirada clavada en la frágil Marie. No lo miraría. No. No lo...
Basta ya. ¿Qué eres, una colegiala?
Alzó la mirada y allí estaban aquellos dos ojos azules imposibles, irrepetibles en aquel mundo, clavados en ella. Enrojecidos. Le devolvió la mirada, se la sostuvo. ¿Qué le había pasado? Estaba desmejorado. Claro, se habría pasado aquellos tres meses sufriendo. Como ella.
No, más que ella. Nadie sabía sufrir en este mundo como él. Era rematadamente bueno en ello.
Se dio cuenta de que no la consolaba en absoluto. De hecho, la hundió aún más.
Y entonces cayó en la cuenta. Marie. Se había soltado del brazo de Selma para obligarla a colocarse en su lugar. A estar cerca de él.
Muy buena, Marie, pensó Lara. Muy buena.
A aquella vieja loba no había quien la engañara. Aún tenía mucho que aprender de ella.
Lenta, delicadamente, la ayudaron a sentarse en el sofá, en el cual se hundió como si de repente no tuviera huesos.
- ¿Quieres algo, Marie? – Selma estaba luchando visiblemente para controlar la angustia de su voz, sin demasiado éxito – Un café...
- No. Un café no.- cortó Lara, sarcástica.
Marie rebuscó en su chal y sacó un pequeño saquito con hierbas.
- Echa esto en agua muy caliente y prepárame una infusión. - Lara hizo ademán de coger la bolsita, pero entonces Marie la puso fuera de su alcance y dijo: - Tú no, Selma.
Como impulsada por un resorte, la arqueóloga se hizo con la bolsita y se escurrió rápidamente hacia la cocina. A Lara no se le escapó su sutil sonrisa.
Pero qué...
- ¡Déjala reposar diez minutos! – gritó Marie entonces - ¡Y no vuelvas sin ella!
- ¡Recibido! – gritó Selma desde la cocina.
Otra que tal, pensó Lara. Estaba rodeada de intrigantes.
Lo primero era lo primero. Se sentó al lado de Marie y entonces se dio cuenta de sus manos contraídas y deformes.
- ¿Qué te pasa, Marie? – insistió.
La mujer Navajo suspiró y se arrebujó en el chal.
- Supongo que cuanto antes terminemos con esto, mejor. Tengo cáncer de huesos, Lara.
Kurtis había permanecido de pie al lado del sofá después de ayudar a su madre a sentarse, observando a Lara en silencio. En honor a ella, pareció realmente afectada al oír aquello.
- ¿Tan rápido? – murmuró ella, mirando a la desvalida anciana. ¿Cuándo era la última vez que la había visto? ¿Meses atrás? – Estás realmente mal, Marie.
La anciana mujer rió quedamente y acarició levemente la mano de Lara.
- Siempre me ha gustado tu franqueza, Lara. No finges nunca, no te callas lo que tienes en la cabeza. - rió de nuevo, y se arrebujó otra vez en el chal – Lo sé, estoy muy mal. Pero era lo esperable. Nada fuera de lo común, pues.
- No te has tratado en absoluto...
Era una afirmación, no una pregunta.
- No.- corroboró Marie – Odio los hospitales, los médicos y sus horribles tratamientos.
Lara alzó la vista y sus ojos se encontraron con los de Kurtis. Su devastado rostro cobró un nuevo sentido. ¿Él tampoco...?
- ¿Por qué no dijiste nada, Marie? – Lara protestó de repente. - ¿Estás... muriéndote, y no lo habías dicho a nadie?
- Es asunto mío si me muero o no, Lara.
- ¿Ni siquiera a tu hijo?
Marie no respondió.
Entonces oyó un sonido suave. Kurtis se había movido, apoyándose contra un pilar. Luego rió quedamente, colocándose un cigarrillo entre los labios.
- Nihil novum sub sole. - masculló, y de pronto miró fijamente a Lara – A las mujeres de mi vida siempre les ha encantado sorprenderme.
Marie se irguió en el sofá y le miró de reojo:
- No quiero ningún drama respecto a mi estado. Estoy enferma, me estoy muriendo, y punto. – hizo un gesto seco con la cabeza – No pienso ir a ningún hospital ni tomar ningún tratamiento, aunque, en cualquier caso, ya es tarde. Es mi decisión, y espero ser respetada.
Lara inclinó la cabeza y, durante un instante, los cabellos cobrizos le cubrieron el rostro. Seguía sosteniendo las manos deformes de Marie. Las manos de una sanadora.
Aquella mujer le había salvado la vida.
Aquella mujer le había ayudado a traer a Anna al mundo.
- Lo siento, Marie. - dijo, y era sincera. Alzó la vista y la miró. - Lo siento muchísimo.
- No lo sientas. -replicó la mujer Navajo, categórica. – He vivido una larga vida. He visto morir a casi todos mis seres queridos, pero también a los que les mataron. Gracias a vosotros. – sonrió con franqueza - Mi hijo está vivo. Y tú me has dado una nieta. Más de lo que hubiera esperado nunca. No me arrepiento de nada y nunca había sido tan feliz como estos últimos años. Así que no lo sientas, y no vuelvas a preguntarme sobre mi estado.
- Está bien. - Lara sonrió. 100% Marie Cornel. La única mujer en el mundo a la que había admirado sin límites.
- Y ahora, si no os importa... - la expresión de Marie se volvió dura - ¿Qué tal si hablamos de temas más serios?
- ¿Anna? – gritó Lara de pronto, alzando la voz. La mujer Navajo dio un respingo y la soltó - ¿Todo bien por ahí arriba?
Zip respondió desde el altillo del apartamento:
- ¡Perfectamente, nena!
- ¡Estamos viendo porno duro! – chilló la vocecita de Anna.
- ¡¡Mentirosa!! – aulló Zip.
Y de pronto, Selma apareció en el marco de la puerta de la cocina, roja como un tomate, llevando una bandeja y una taza de té.
- Ya han pasado los diez minutos. - admitió, derrotada y culpable. – Tengo miedo de que esto... se estropee.
Lara sonrió triunfal y se levantó.
- Es hora, en efecto, de que se hable de temas más serios. Vosotros tres tenéis mucho de qué hablar. – ignoró la mirada indignada de Selma – Yo ya estoy al tanto así que, volveré más tarde.
Y pasando por delante de los tres mudos interlocutores, salió del apartamento dando un suave portazo.
Bueno, esquivar las balas era lo suyo. Ni siquiera Marie podía ganarla en eso.
(...)
Permaneció inmóvil apenas unos segundos. Ni siquiera había llegado a encender el cigarrillo, de modo que lo guardó rápidamente, se separó de la columna y fue hacia la puerta. Al salir al rellano, la vio alejarse montada en la motocicleta – la suya propia, una Norton, más ligera y veloz que la Brough Superior que él conducía -. Bajó los escalones mientras veía disiparse el rastro de humo dejado por su vehículo.
- Kurtis...
Se giró. Selma estaba en el marco de la puerta. Llevaba una tarjeta en la mano, que rápidamente le tendió.
- Es el hotel donde se ha alojado todo este tiempo. ¡Cógela! – exclamó, al ver que él dudaba. Kurtis la agarró. – Ahora ve tras ella. ¡Ve! – impaciente, Selma apoyó la mano en su pecho y le dio un empujón suave. - Lo mío puede esperar. ¡Ve con ella! Me ocuparé de Marie y de Anna entretanto.
Y cerró la puerta de golpe.
Kurtis sostuvo la tarjeta en la mano y le dio la vuelta. Selma había escrito algo tras la dirección del hotel.
Habitación 202
(...)
Después de aparcar la motocicleta, estuvo durante veinte largos minutos mirando hacia el Bósforo a pie de calle, por encima del parapeto de piedra. Luego, lentamente, subió hacia su habitación.
Había huido, como una cobarde.
Simplemente no podía. Ni enfrentarse con Kurtis, ni lidiar con Marie. No estaba preparada. Y de pronto todo le era tan absurdamente ajeno... nada le importaba ya.
Al abrir la puerta de su habitación, se encontró con él. Allí estaba, sentado, en el sillón que ella había ocupado durante tres meses. Mirando hacia el Bósforo.
Se quedó parada en la puerta, inmóvil, helada. Sólo duró unos segundos. Luego, entró y cerró la puerta tras ella.
- No voy a preguntar cómo has llegado. - murmuró – Siempre has tenido recursos. El rey de los acosadores.
Kurtis le mostró la tarjeta.
- Selma ha echado una mano.
- Cómo no. – Lara se despojó de la cazadora de cuero y la arrojó sobre otra de las butacas. En fin, no había manera de eludirlo. - ¿Qué quieres, Kurtis?
Ahora que se había quitado la cazadora, él la estudió de arriba abajo. En el apartamento de Selma ya le había parecido que no tenía buen aspecto. Como si no hubiese dormido en mucho tiempo. El estado de la habitación... bueno, también decía mucho, especialmente en alguien como ella, siempre tan pulcra y ordenada.
Pero ahora que la veía con más detalle, se dio cuenta de que había perdido peso. Bastante.
Ella también había sufrido. Pero allí estaba, plantada en la otra punta de la habitación, el peso apoyado en una cadera y los brazos cruzados sobre el pecho. Defensiva.
No iba a ser fácil. Pero nada en ella nunca había sido fácil. Una de las razones por las que se había sentido atraído hacia ella.
Una de las razones por las que no pensaba renunciar a ella.
- ¿Que qué quiero, Lara? – la miró intensamente - ¿En serio estás preguntando eso?
Lara apretó la mandíbula.
- No deberías estar aquí. Selma te tiene preparada una sorpresa. – cambió el peso de cadera – Y conociéndote, no va a ser una agradable sorpresa.
- Eso puede esperar. – dijo él. – Es contigo con quien quiero hablar.
- Pero yo no quiero hablar contigo. - replicó ella duramente. – No quiero hablarte, no quiero ni siquiera verte. Vete de aquí.
Y abrió la puerta de un tirón.
Milady no decepciona. No había esperado menos de ella.
Kurtis se levantó y fue hacia ella, en lugar de hacia la puerta abierta, cuyo pomo Lara aún sostenía. Luego, suavemente, apoyó la mano en la superficie de madera y empujó hasta que ella soltó el pomo y la puerta se cerró suavemente, con un quedo clack.
- No.- dijo él, mirándola intensamente. – No me voy a ir. Éste es mi sitio, aquí es donde quiero estar, y tú no vas a echarme.
- Entonces me iré yo. - Lara dio un paso adelante, pero él no se movió un ápice. – Apártate.
- Deja esta pantomima, Lara. Somos adultos. Comportémonos como adultos.
Ella le sostuvo la mirada durante unos instantes, desafiante. Luego se apartó de él y caminó hacia el centro de la habitación. Cuando se desplomó en la misma butaca donde había estado sentado él, se dio cuenta de su error. Aún estaba caliente. Cálida, moldeada con el calor y la forma de su cuerpo. Y eso no ayudaba en absoluto.
- Tú dirás. – e instintivamente se llevó la mano a la cabeza. Empezaba a dolerle.
- No tienes que preocuparte ya por Anna. Lo sabe. Se lo contado.
Lara parpadeó y le miró, sorprendida. Luego evocó la visión de su hija en el apartamento de Selma, hacía apenas una hora. Alegre, despreocupada, como si no hubiera pasado nada.
Estaba bien. Estaba perfectamente.
- Así que al final me has hecho caso. – Lara arqueó una ceja – Bien, es un buen comienzo. Pronto las cosas se complicarán.
Kurtis frunció el ceño.
- ¿A qué te refieres?
- Selma te lo dirá. Y ahora, si has terminado, vete, por favor. – y alzó el brazo para indicarle la puerta.
Y entonces lo vio. Un leve temblor, en la mano, en la punta de los dedos. La mandíbula tensa.
Avanzó hacia ella. Había dado tres pasos cuando su grito seco lo detuvo:
- ¡No!
Se quedó plantado en medio de la habitación, mirándola desolado.
- Milad...
- ¡No me llames así! – estalló ella. Tenía los ojos vidriosos - ¿Cómo te atreves a llamarme así después de lo que hiciste?
- Lara...
- ¡Cállate! – gritó. Las mejillas se le enrojecieron. - ¡Me estampaste contra la pared como si fuera un saco de basura! ¡Y no te atrevas a decirme que lo sien...!
- Lo siento. – la interrumpió, mirándole solemnemente – Por favor, perdóname.
Lara enmudeció, pero siguió allí sentada, jadeando como si acabara de correr una gran distancia. Desamparada. Desarmada.
Dios Santo. Quería ir hasta ella. Abrazarla, estrecharla fuertemente contra su pecho. Acariciarla. Consolarla. Pero cuando dio otro paso hacia adelante, ella se tensó aún más.
- No te acerques. - masculló con los dientes apretados – Por tu propio bien, no te acerques.
- Lara...
- ¡No empieces con "Lara"! – tenía los ojos enrojecidos, luchando contra la necesidad de llorar, aunque fuera de rabia. - No repararás lo que hiciste con una mera disculpa, Kurtis.
Claro que no, pensó él. Pero eso ya lo sabía.
- Entonces dime qué tengo que hacer. - abrió los brazos, impotente. - He estado tres meses tirado al sol, emborrachándome para intentar olvidar lo que me dijiste. – Lara apartó el rostro y los mechones de cabello castaño lo ocultaron - ¡No, mírame ahora! He cumplido mi parte. Anna lo sabe... y tenías razón, está bien. Pero no lo estará siempre. Estará indefensa, expuesta durante años, hasta que aprenda a controlar... esa cosa. Te necesito a mi lado, Lara. También es tu hija. Y no podemos estar a la greña mientras ella sea vulnerable. Así que dime de una vez lo que quieres para dejar esta tortura atrás.
Ella permaneció unos instantes en silencio, digiriendo aquel discurso, inusualmente largo en él, que nunca había sido hombre de muchas palabras. Luego habló tensa y lentamente.
- Estaré con mi hija, pero no a tu lado. - Kurtis dejó caer los brazos al oírla. - Ya no confío en ti.
Aquella afirmación pareció herirlo más que cualquier otra cosa dicha hasta el momento. Dejó caer la cabeza sobre el pecho.
- Yo nunca te haría daño.
Los labios de Lara temblaron ligeramente, así que los apretó con fuerza.
- Ya lo has hecho.
- Lara...
- Y ahora vete, por favor. No te quiero cerca.
Él inspiró profundamente.
- Pero voy a estar cerca, Lara. - le retó con sus penetrantes ojos azules. – No me puedes echar, Lara. Aquí es donde pertenezco. Con mi hija. Con mi legado. Y también contigo.
- No, conmigo no. – ella tomó aire de nuevo. – Siento lo de tu madre, por supuesto. Lo siento muchísimo.
Kurtis se quedó mirándola en silencio. De pronto, su rostro herido se volvió totalmente inexpresivo.
- Eso no es lo que quiero que sientas, Lara. No puedes hacer nada por ella. Pero sí puedes hacer algo por mí. Por nosotros.
Lara no respondió. Le sostuvo la mirada en silencio. Y entonces le vio tragar saliva, pasando a través de su garganta con el visible movimiento de la nuez.
- ¿Es así como esto va a acabar, Lara?
Silencio.
Kurtis perdió la paciencia.
- ¡Lara! – gritó, abriendo los brazos - ¡Contéstame! ¿Es así como acaba?
Silencio.
- No puedo más.- jadeó él, y dando la vuelta, fue hacia la puerta. Apenas la había abierto de un tirón cuando la voz de Lara lo detuvo.
- Kurtis...
Él se dio la vuelta.
- ¿Qué?
No lo estaba mirando. Tenía la vista vuelta hacia el Bósforo de nuevo, los cabellos ocultando su rostro.
- ¿Iba en serio?
Él se pasó la mano por el rostro, exhausto.
- ¿El qué iba en serio?
- Lo que me pediste. – a su pesar, Lara volvió a mirarle. Tenía el rostro devastado. Los dos tenían un aspecto devastado. - ¿Me lo pediste en serio?
La boca de Kurtis se retorció entonces en una triste y amarga mueca.
- Qué más da. – se dio la vuelta – Ya tuve mi respuesta, de todos modos.
Y salió cerrando suavemente la puerta.
(...)
"Deberíamos trabajar juntos", dijo, y le lanzó el Fragmento del Orbe.
Pillado por sorpresa, con el Chirugai todavía en alto, él apenas tuvo tiempo de cazar la daga de cristal al vuelo, y entonces la miró, estupefacto.
Conmovido. Y la sensación cálida que se apoderó de su pecho en aquel momento.
"¿Confías en mí?"
(...)
En aquel momento lo había desarmado.
Y sí, confió en él. Como nunca había confiado en nadie antes.
Sola en la habitación, Lara se contuvo para no gritar.
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