Capítulo 4: Silencio
- ¿Marie? Soy yo, Lara.
- ¡Lara! Qué bueno oírte de nuevo. ¿Qué ocurre?
- ¿Cómo te encuentras para viajar a Turquía?
- ¿Ahora?
- Ahora.
- ...
- ¿Marie?
- ¿Por qué?
- Selma tiene algo muy importante que decirte.
- Lara, ya estoy muy vieja, no voy a cruzar el mundo para tomar el té.
- Café. Un café asqueroso y aguado, por cierto. Pero tendrías que venir, Marie. No es algo que se pueda explicar por teléfono.
- Necesito saber exactamente qué...
- Tenebra.
- ....
- Selma ha estado excavando allí. No sabía que había regresado, pero lleva años haciéndolo... a nuestras espaldas. Quiere que vengas para...
- ... Konstantin.
- Sí.
- Oh, Dios mío.
- En realidad, no tienes que hacerlo. Lo sabes, ¿verdad?
- ...
- Marie...
- Tengo que hacerlo, Lara. Iré.
(...)
Cuando colgó el teléfono, Marie se dio cuenta de que Lara no había preguntado por Kurtis.
(...)
A pesar de las insistencias de Selma porque se quedara con ellos, Lara prefirió volver al hotel. No se le escapó la mirada de perplejidad que la arqueóloga y Zip intercambiaron cuando se dio la vuelta para abandonar el desastroso apartamento.
No se le había dado tan bien ocultarlo, después de todo. Claramente estaban decepcionados por su reacción. Catorce años antes, Lara casi había agarrado a Selma por el cuello. Ahora, su actitud no había pasado de una leve irritación.
Además, tampoco es que le importara demasiado.
Nada importaba ya.
Tras cerrar la puerta a sus espaldas, se apoyó en ella y se quedó mirando la pequeña habitación, sin fijarse en nada en particular. Luego respiró profundamente, varias veces.
Inspira. Expira. Inspira. Expira.
Con pasos vacilantes, se dirigió al baño mientras se iba sacando, distraídamente, la ropa, pieza por pieza. Se deshizo lentamente la trenza. Luego se metió en la ducha.
No lo necesitaba particularmente, pero lo cierto es que el agua cayendo sobre ella, deslizándose por todo el cuerpo, le resultaba reconfortante. No supo cuánto tiempo permaneció bajo el agua corriente, apoyada con ambas manos contra la pared de la ducha, la mata de cabello mojado cubriéndole el rostro.
La había agredido.
El hombre al que amaba, el único al que realmente había amado. Con el que había compartido todos aquellos años, cuando a los otros los había apartado sin más. El hombre que la había salvado. El que le había dedicado su vida. El que siempre había estado allí, no importaba para qué, ni cuándo, ni de qué manera. A quien le había confiado su vida. El hombre cuya hija había parido en medio de oleadas de dolor fastidiosas e insoportables, maldiciendo entre dientes.
Aquel hombre la había agredido. La había estampado contra la pared como si fuese una muñeca de trapo. Y no es que le hubiese hecho mucho daño. A veces el sexo había resultado incluso más brutal.
Pero aquella máscara de furia. ¿Habría querido herirla de verdad? ¿A ella? ¿Cómo se atrevía? ¿Quién se había creído que era?
Podría haberse defendido. Podría haberle partido la cara, y debería haberlo hecho. Pero estaba demasiado impactada. Media hora después del golpe seguía allí, sentada, digiriendo lo que acababa de ver.
El hombre con el que había estado dispuesta a compartir toda su vida se había vuelto un desconocido para ella.
¿Cómo confiar en él otra vez, después de lo que había hecho? ¿Cómo saber si a la próxima se volvería otra vez contra ella, le pegaría, la agrediría con más brutalidad?
No podía ser. Él no era así. ¿Había perdido la cabeza o qué? ¿Qué clase de chalado te pedía en matrimonio y a continuación te estampaba contra la pared?
No se dio cuenta de que estaba hiperventilando hasta que oyó su propia respiración acelerada. Tragó saliva, apretó la mandíbula e intentó controlarse. No iba a venirse abajo. No de esta manera.
Cerró el grifo y salió de la ducha, envolviéndose en una toalla. Sin molestarse en secarse el pelo, se dejó caer en la cama, boca abajo.
Había sido una bendición que Selma la hubiera llamado apenas horas después del incidente en el hotel de Londres. Le había faltado tiempo para huir a Turquía, bien lejos de aquel lugar, bien lejos de él, cuyo paradero ahora ignoraba, aunque confiaba que, al menos, se hubiese ido a Utah, con su madre.
¿Confiaba? ¿Qué más le daba, ahora? Que se fuera al infierno, si quería. No le tenía miedo. Pero no quería volver a verlo.
¿Y el pedirle que se casara con ella, así de repente, al calor de la discusión? No había podido evitar reírse. ¿Casarse? ¿Ellos dos? No imaginaba un matrimonio más ridículo. Durante todos aquellos años, habían sido felices. Había sido perfecto. No siempre juntos, ella en sus viajes, él en sus misiones, aquellos reencuentros apasionados de vez en cuando, la hija que habían criado en común, alegre, fuerte y, sobre todo, sin miedos ni traumas. Podría haber salido mucho peor.
¿Por qué estropear aquella perfección? ¿Para qué casarse? Todo estaba hablado. Anna llevaba su apellido, era una Croft, lo heredaría todo. Tenía todo dispuesto por si ella moría, por si morían los dos. Nada le faltaría. Casarse era tan absurdo como innecesario.
Además, después de todo por lo que habían pasado, aquella ceremonia hubiese sido vacía, carente de sentido. No existía lazo más fuerte que los pudiera unir. Ella había muerto por él. Él había muerto por ella. Lo que habían luchado para estar juntos, para sobrevivir uno al lado del otro, sólo muy pocos lo sabían.
¿Qué significaba una ridícula boda al lado de aquel vínculo fuerte, sagrado, que había desafiado a la mismísima muerte?
¿Qué soy yo para ti? ¿Cuánto te importo?
Le había amado. Le había mantenido a su lado. Después de él, no había habido ningún otro. Le había sido fiel. Se había entregado a él. Había llevado en su vientre y parido a su hija. La había visto crecer.
Catorce años. Catorce años de felicidad.
¿Qué más quería?
Si te lo pidiera, ¿te casarías conmigo?
¿Para qué la había probado de esa manera?
¿O es que había hablado en serio?
...
¿Había hablado en serio?
Notó que un sollozo le subía por la garganta y se tapó la boca de un manotazo. No iba a llorar. No iba a echarse a llorar, como una estúpida lady. Contrólate.
¿Y si había hablado en serio? Él no solía bromear con esas cosas. Pero era tan raro. Tan atípico. Después de todo lo que habían hablado. Casarse... a aquellas alturas.
¿Por qué nunca me escuchas?
Agarró las sábanas son un puño y las retorció. Contrólate.
¿Qué soy yo para ti?
Era el padre de su hija. Era el único hombre que la había tenido todos aquellos años. ¿Qué más quería?
Se mordió el labio inferior, hasta la sangre.
¿El tío que te zumbas de vez en cuando?
Todavía tenía su sabor en sus labios cuando la empujó contra la pared. Su sabor en sus labios, su sudor pegado a su piel, su aroma adherido en sus cabellos. Todavía notaba su semilla en su interior, las caderas doloridas, un dolor que sabía a gloria. El sexo había sido intenso y apremiante.
Minutos después, la había estampado contra la pared, y aquella brutalidad no había tenido nada que ver con la que antes la había llevado al éxtasis.
Lo había estropeado todo. Ya no podría volver a confiar en aquel hombre.
Hundiendo el rostro en la almohada, Lara gritó de rabia y desesperación.
(...)
- Esto es malo. - Hok'ee chasqueó la lengua – Malo, muy malo.
Los dos navajos, el pastor y el hatałii, el chamán de los Diné, observaban paralizados al hombre tirado en el suelo, entre un montón de botellas de whisky vacías.
- Vamos. - apremió entonces Shilah – Movámoslo de aquí. Que no lo vea así su madr...
- Marie ya lo ha visto. - el chamán rió suavemente – Es ella quien me ha llamado. ¿Podremos entre los dos?
No parecía probable. Shilah era fuerte y Hok'ee, aunque ya con el rango de hatałii, era todavía joven, pero una cosa era domar un joven potro o mover un cuerpo herido y otra intentar levantar a aquel corpulento soldado que no colaboraría ni lo más mínimo.
Cuando el pastor se inclinó sobre el hombre caído, éste súbitamente abrió los ojos y lo fulminó con la mirada. Tenía los ojos enrojecidos.
- Largo de aquí, Shilah. – su voz sonaba terriblemente ronca y pastosa.
- No puedes quedarte aquí, Hashkeh. El sol está quemando tu suave piel de bilagáana. - no pudo evitar burlarse, aunque era verdad. Su rostro estaba casi tan enrojecido como sus ojos. Cuando intentó agarrarlo del brazo, Kurtis se lo sacudió de encima.
- Que me dejes, coño.
- Hashkeh Naabah. - dijo entonces Hok'ee, visiblemente irritado – Si no te levantas tú, te levantaremos nosotros. Tu pobre madre no merece ver cómo te arrastramos hasta dentro.
Kurtis soltó una risa grave. Ni entre tres fornidos Navajos hubiesen podido con él, y todos lo sabían allí. Por eso fue una suerte que decidiera levantarse. El hatałii observó, estupefacto, cómo se ponía de pie él solo, aunque vaciló y Shilah lo tuvo que sostener. Apestaba a whisky.
- ¿De dónde has sacado todo este alcohol? – dijo el pastor, agarrándolo con fuerza del brazo mientras se dirigían hacia la entrada del porche.
- Y a ti qué te importa. - masculló el ex legionario, y volvió a tambalearse. Hok'ee se apresuró a sostenerlo por el otro brazo, ignorando la fulminante mirada que él le arrojó.
De alguna manera consiguieron subir los tres escalones del porche, llevarlo dentro y dejarlo caer en el sofá de la entrada. Allí se desplomó y ya no se movió más.
- Genial. - masculló entonces. - Ya estoy a la sombra, gracias. Y ahora largo.
- Hashk...
- Déjalo, Hok'ee. – dijo una voz clara y firme.
Marie Cornel estaba de pie en el marco de la puerta, envuelta en su chal multicolor, mirando duramente a su hijo. Luego se volvió hacia los dos Navajos.
- Tʼáá íiyisíí ahéheeʼ. - les dijo. - Ya me ocupo yo.
Shilah inclinó la cabeza, respetuoso, y salió enseguida, claramente mortificado. El chamán, sin embargo, permaneció durante unos instantes mirando fijamente a Marie:
- Un hombre que envenena su cuerpo ya tiene envenenada su alma. Tú eres sanadora de cuerpos, pero no sanas las almas.
- Ahéhee', Hok'ee. - insistió ella. - Me encargaré de él. Vete tranquilo.
El hatałii se encogió de hombros.
- Llámame si no lo consigues. Ya sabes lo que ocurre con los que tienen el alma enferma...
- Estoy borracho, no sordo. - gruñó entonces Kurtis desde el sofá.
Hok'ee se dio la vuelta y, mirándolo solemnemente, dijo:
- Rezaré a los Diyin Dineʼé por ti, Haskheh Nabaah, para que te guíen a través de las tinieblas.
Saludó una vez más a Marie, inclinando la cabeza, y salió, cerrando suavemente la puerta.
Durante un momento, la mujer Navajo observó fijamente a su hijo, que había echado la cabeza atrás y cerrado los ojos. Luego, anduvo lentamente hasta la cocina, trasteó con algunos armarios y volvió al momento llevando un tarro plano en las manos. Sentándose pesadamente al lado de Kurtis en el sofá, abrió el tarro. Un olor pestilente invadió el recibidor.
Kurtis dio un respingo cuando ella le puso la sustancia sobre la cara.
- Estate quieto. - gruñó Marie – Sólo es un ungüento para las quemaduras.
La conocía demasiado bien para resistirse. Además, tampoco es que le importara demasiado.
Nada importaba ya.
Cuando terminó, Marie cerró el tarro y lo dejó a un lado.
- Y ahora me dirás qué diablos te pasa. Este borracho que estoy viendo no es mi hijo.
Kurtis soltó una carcajada.
- Deberías haberme visto hace años.
- No quiero saberlo. Pero aquí y ahora... no eres tú. ¿Qué diantres te ocurre? No me creo que sea por mí. Soy vieja, estoy enferma... es el orden natural de las cosas. Yo lo sé, tú lo sabes...
Él se pasó la mano la mano por la espesa barba. Llevaba un tiempo descuidando su afeitado.
- No es el mejor momento para hablar de esto.
- Es el momento perfecto. Luego no habrá manera de sonsacarte nada.
Él volvió a reírse y se repantigó en el sofá. A Marie le hubiera encantado retorcerle el cuello, pero ya le dolía bastante todo el cuerpo.
- Si esto es por Anna...
- Déjame en paz.
- Ni te atrevas a hablarme así, muchacho. No te parí en medio de un maldito campo ni te crié siempre mirando por encima de mi hombro, por si nos habían encontrado, para que ahora te mate la bebida. ¡Responde de una vez! ¿Qué ha pasado?
Silencio.
Marie Cornel inspiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud. Luego se arrebujó en el chal y se levantó trabajosamente.
- Lara ha llamado hace una hora.
Vio que su hijo abría los ojos lentamente, dos espejos azules inyectados en sangre. Pero fue lo único que se movió en todo su inmóvil, derrotado cuerpo.
Ajá, pensó Marie. Lo sabía.
- Tengo que ir a Turquía.
La cabeza de Kurtis se volvió lentamente hacia ella.
- No estás en condiciones de viajar. - musitó con aquellos labios secos, cortados y sangrantes. La voz le salió súbitamente débil.
- Ahora mismo, quien no está en condiciones de viajar eres tú. – bufó Marie – Y es importante. Tiene que ver con Selma Al-Jazeera y... y la ciudad de Tenebra.
Esperaba una reacción por su parte, pero no hizo absolutamente nada. Ni siquiera parpadeó.
- ¿Vas a venir conmigo? ¿O voy a tener que viajar sola?
Silencio.
Marie soltó un suspiro exasperado.
- Hablaremos de esto cuando se te pase la borrachera. - dio media vuelta y se alejó en dirección al pasillo – Te daría un purgante para que echaras esa mierda que te has tragado, pero no pienso tolerar vómitos dentro de casa. Ya he tenido suficiente con la santurronería de Hok'ee.
Y no le dijo que Lara ni siquiera había preguntado por él.
(...)
- Algo va mal aquí. - murmuró Selma Al-Jazira al montón de papeles y libros abiertos.
De pie en el centro de su desastroso estudio, la arqueóloga turca se cruzó de brazos y frunció el ceño. Cinco minutos después, seguía en la misma posición.
- Algo va tremendamente mal aquí. - repitió.
Zip tenía una habilidad especial, por lo demás rara en un hombre de su especie, para mantener cierta atención en lo que ocurría a su alrededor, más allá de su estado natural, que era vivir pegado a la pantalla y con los cascos a todo volumen. Por eso se dio cuenta de que Selma había dejado de moverse alrededor del salón y se apartó uno de los cascos del oído.
- ¿Qué pasa, princesa? ¿Has encontrado el suelo o qué?
- ¡Digo que aquí algo va muy mal! – replicó Selma.
Zip se encogió de hombros.
- Es lo que dije la primera vez que entré en este trastero, pero claro...
- ¡No! – la mujer se volvió hacia su compañero - ¡Algo va mal con Lara!
El hacker se dejó caer los cascos hacia atrás, con lo que quedaron alrededor del cuello.
- ¿Lara?
- ¿No has notado nada raro en ella?
- Ella es rara de por sí.
Mira quién fue a hablar, pensó Selma, pero no dijo nada. Al fin y al cabo, ¿quién, de todos ellos, era realmente normal allí?
- La forma en que ha reaccionado no es normal. Apenas se ha sobresaltado.
Zip se rascó la cabeza.
- Ya ves. No ha hecho falta el caso ni la muralla de libros.
- ¡Hace catorce años cogió un avión y se vino pitando desde Inglaterra porque había decidido reabrir la excavación! Tendrías que haberla visto aporrear y berrear en mi puerta. ¡Estaba hecha un basilisco!
- Mmmm, sí, eso suena muy Croft.
- Y ahora... ¿esto? Esto no es normal. Algo pasa.
Zip se encogió de hombros.
- Bueno, esa ciudad grimosa y horrorosa de aquí abajo, Taberna...
- Tenebra.
- ... lo que sea. Ya no hay ningún monstruo ni ningún tesoro allá abajo. Si no hay baratijas que robar o trampas en las que matarse ella se aburre enseguida. Ya la conoces.
- Ya la conozco. - repitió Selma, poco convencida.
Pero siguió allí de pie, dándole vueltas, mientras Zip volvía a concentrarse en la pantalla.
Repasó mentalmente la conversación que había tenido con Lara.
Repasó mentalmente la conversación que ella había tenido con Marie por teléfono, y que había oído de refilón mientras rebuscaba entre los papeles de su tesis.
Repasó mentalmente las palabras de Lara cuando, lacónica, le dijo que, efectivamente, Marie iría a verla allí, a Istanbul.
No encontró nada.
Pero aun así algo iba terriblemente mal. Lo sabía.
Su mirada se dirigió hacia el montón de folios sobre su escritorio. Podría haber sido un montón de folios cualquiera, de entre los cientos que tenía allí. Pero aquél era especial.
Aquél era suyo.
Acercándose hacia el escritorio abarrotado de libros y papeles, puso la mano sobre el montón y acarició suavemente la primera página, siguiendo con las yemas de los dedos las letras que conformaban el título.
EL REINO AMARGO
Informe de las ruinas de Edén-Tenebra, en el subsuelo de Capadocía, Turquía
Prof. Selma Al-Jazira
Universidad de Estambul
Estaba lista. Su tesis, su trabajo de toda la vida. Sólo tenía que enviarla y esperar aprobación de la universidad. Pero antes, otra persona debía dar su consentimiento. Más bien otras dos personas, los dos únicos supervivientes de aquella masacre.
Y no era el único trabajo que esperaba su consentimiento.
Debería haberse sentido exultante, nerviosa, excitada ante la posibilidad de ver publicado finalmente el trabajo de su vida. Sí, no se iban a tomar nada bien que revelase al mundo la existencia de Tenebra, y, con ella, los Nephili, el sacrificio de los Lux Veritatis y la atroz Guerra de las Sombras. Pero luego entenderían. Tenían que entender.
O eso esperaba.
Sin embargo, en lugar de impaciencia y anticipación por conseguir al fin su sueño de toda su vida, se sentía súbitamente desmoralizada. La reacción de Lara había sido demasiado extraña. Había actuado como si aquello no le importara en absoluto.
Sí, algo iba terriblemente mal.
(...)
Algunas expresiones en lengua Navajo usadas en el capítulo:
T'áá íiyisíí ahéhee': Muchísimas gracias.
Ahéhee: Gracias (versión corta).
Hatałii: Sanador, el equivalente a un chamán entre el pueblo Diné.
Bilagáana: hombre blanco.
Diyin Dine'é: La Gente Sagrada. Seres y espíritus cuya intercesión es invocada por los Diné.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top