Capítulo 29: Foto

AVISO: El lore de este capítulo - y los siguientes - está basado en el guion de Bloodline, el videojuego spin-off dedicado a Kurtis Trent que Richard Morton y otros creadores de Core Design tenían en mente. Así, Marty Cruise, la referencia a Lucifer, los detalles del pasado de Kurtis que aquí se narran no son creación mía, sino que proceden de este guion original. Si quieres leer los detalles, puedes conocer el lore de este proyecto non nato en la web de Tomb of Ash.

Marty Cruise apuró el cappuccino y dejó de nuevo la taza en su sitio. Luego tamborileó nerviosamente con los dedos sobre la mesa y se miró el reloj. Cinco veces.

A través de la ventana del dinner, el tráfico y el ir y venir de las gentes de Nueva York seguía constante, ajeno a la su zozobra interior. Se reclinó de nuevo en el banco forrado de piel falsa, se cruzó de brazos. Taconeó en el suelo, cada vez más impaciente.

¿Qué estoy haciendo? Se increpó a sí misma. Tenía trabajo. En realidad, tenía demasiado trabajo como para perderlo en encuentros con desconocidos...

Un cliente pasó a su lado. De pronto, volvió atrás y se dejó caer frente a ella, en el otro lado de la mesa. Por instinto, Marty se llevó la mano al cinturón, donde tenía el arma reglamentaria. Luego la soltó, aunque la mantuvo cerca.

El hombre - un blanco cincuentón - vestía ropas viejas y rotas, estaba cubierto de mugre y apestaba a alcohol. Tenía una gorra grasienta encasquetada hasta las cejas y la visera no dejaba ver su rostro, que se intuía desagradable a juzgar por la espesa barba y el pelo largo e hirsuto.

- Disculpa, agente. - escupió, con una voz cascada y siniestra - Cambio de planes de última hora. Casi no llego.

- ¿Quién eres tú? - inquirió la mujer, resoplando con fastidio. - ¿Eres Matthew Kendrick?

- Matt Kendrick no vendrá. - soltó una risa breve y ácida - Ni aquí ni a ningún lado. Está muerto.

Marty frunció el ceño y se levantó como impulsada por un resorte. El extraño la agarró por la manga de la cazadora.

- ¡No! - siseó, y su voz cambió a tensa y preocupada - ¡No te vayas, imbécil!

- He venido a hablar con el coronel Matthew Kendrick y tú no eres él. - replicó ella, dura y categórica - Adiós.

Intentó desasirse, pero él la agarró con más fuerza.

- ¡Al menos escúchame! ¡Si no lo haces, están jodidos!

- ¿Quiénes?

El hombre bajó la mirada y miró a su alrededor, frustrado.

- Por última vez. - paladeó Marty con calma - Contesta o saldré de aquí como he entrado; y como me toques las narices...

- Heissturm.

Una sola palabra, y cuando el tipo la soltó se quedó helada.

- ¿Qué has dicho? - farfulló.

- Hace más o menos veinte años conociste a un hombre, aquí, en Nueva York. Un hombre con muchos nombres y con unas capacidades...

Un chasquido lo interrumpió. Marty había chasqueado sus dedos, impaciente.

- Corta el rollo. - se sentó de nuevo, apartó la taza y colocó las palmas de las manos sobre la pegajosa mesa - Yo pregunto y tú respondes. Primera: ¿qué pasa con Kurtis? No mires alrededor como un conejo asustado. Hace años que no le veo. Y segunda: ¿por qué dices que el hombre que estaba esperando ha muerto?

El individuo se frotó las manos, enfundadas en guantes negros sin dedos, unos dedos tan mugrientos y de uñas tan sucias como el resto de él.

- Si la agente lo permite, las respondo al revés. - alzó un dedo - El coronel Kendrick ha muerto porque ellos sabían que quería entrevistarse contigo.

- ¿Quiénes lo sabían?

- Los Hombres de Negro, por supuesto.

- Espera, ¿cómo sabes tú eso?

- Porque soy uno de ellos.

La agente de policía se quedó helada por segunda vez. Y muda, de paso.

- Verás, agente. - recobrada la seguridad, el individuo siguió hablando - El coronel Kendrick se acercó a ti con la premisa de haber sido un amigo de la infancia de Kurtis...

- No me digas lo que ya sé. - cortó ella, implacable - Contesta a mis preguntas.

Muchos le decían que, en lugar de forense, debería haber sido detective. Ella lo consideraba un flaco cumplido.

- Kendrick murió esta madrugada, envenenado en la habitación de hotel que ocupaba sólo hasta que se hubiese entrevistado contigo. - el tipo pareció, por fin, dispuesto a seguir su mando - Ha sido limpio y rápido, no ha sufrido. Nadie se dará cuenta de nada, porque parece un infarto de miocardio y él no era ya joven. Pero ha sido un chorro de veneno de digitalis en su bourbon nocturno.

- ¿Qué iba a contarme que no se podía saber?

- Aparentemente nada en concreto, salvo que traería de nuevo a tu atención el hombre llamado Kurtis Trent, o Heissturm, o Vance Ren...

- Conozco sus alias. - cortó Marty - Como he dicho, hace muchos años que no veo a Kurtis. Nos separamos tras...

- ... tras el incidente con Lucifer.

Se quedó helada por tercera vez. Aquel hombre lo sabía todo.

- Ya te he dicho que soy uno de ellos. - añadió, categórico - Esta facha de borracho y vagabundo es una tapadera. En la vida real soy un exitoso bróker en Wall Street y además manejo los documentos de los Hombres de Negro. Y ahora al grano: después de Kendrick, vas tú.

Una idea arrolladora tras otra, Marty ya no tenía cuerpo para helarse aún más.

- Esta noche, cuando vuelvas a tu casa, serás asesinada. - continuó el individuo - Dos cocainómanos te apuñalarán en la puerta de tu casa y de paso te robarán todo. Nadie se extrañará demasiado: los polis son blanco fácil de esta gentuza, ¿verdad?

- ¿Por qué?

- ¿Por qué, qué?

- ¿Por qué ha muerto este hombre? ¿Por qué voy a morir yo? ¿Por qué vienes a contarme todo esto? ¿Qué ganas tú?

El tipo se echó hacia atrás y pareció relajarse, pero de pronto soltó un bufido.

- Vamos a dejar mis motivaciones a un lado. No son importantes. - movió la mano con pereza - Digamos que tu amigo Kurtis, como su hija, tienen algo que mi organización quiere: poder.

¿Kurtis tiene una hija?, pensó Marty, estupefacta. El hombre que había conocido años atrás podría haber sido cualquier cosa, excepto un padre. Sin embargo, se cuidó mucho de mostrar su sorpresa ante aquel blanco en el que no acababa de confiar.

- ... la cría ha heredado las... digamos... "cualidades" del padre. - estaba diciendo él - Amplificadas. Es bastante más poderosa que él, y eso la hace aún más apetecible para los míos. La quieren a ella, como lo quisieron a él.

- Vosotros, carniceros, queríais cortarle el cerebro a láminas. - escupió Marty - Me alegro de que os hiciera lo que os hizo.

- Pero, agente, no sea tan abierta en cuanto a expresar una opinión tan inadecuada. - ¿Había ironía en su voz? - Es usted representante de la ley. - Sí, la había.

- ¿Eso era lo que el coronel quería decirme? - cortó ella, con pocas ganas de cháchara - ¿Qué Kurtis está en peligro, y su hija también? ¿Por qué iba a buscarme a mí? Hace muchos años que no le veo, y nunca he conocido a la niña.

El otro, en un repugnante gesto que se le antojó grosero, estaba rebañando con el dedo meñique la poca espuma que quedaba en su taza de cappuccino, ya vacía y fría.

- Oh, no. El pobre coronel no tenía ni idea de eso. La buscaba a usted para advertirle en caso de que cierta inspectora policial británica viniese buscando pruebas o testimonios que apoyen su teoría personal.

- ¿Qué teoría?

- Al parecer el tipo es un maltratador.

A Marty se le escapó una carcajada. Luego se pinzó el puente de la nariz con los dedos. Empezaba a dolerle la cabeza.

- ¿Y lo es?

- En absoluto. ¿Pero no lo sabe usted? Eran amigos.

Ella lo sabía, por eso se había reído. ¿Kurtis un maltratador? No sabía nada de su actual familia, pero eso no le cuadraba con el hombre que había conocido.

- ¿Qué edad tiene la hija de Kurtis?

El extraño sonrió, revelando su fachada, pues sus dientes eran blancos y relucían de salud, lo que no cuadraba con el resto de su aspecto físico.

- Ah, veo que entramos en materia por fin. - suspiró - Anna Heissturm tiene ahora catorce años, a punto de cumplir quince.

Se estremeció. ¿Ha llamado a su hija Anna? Recordó con tristeza a la mujer que él había amado durante su juventud en Nueva York. Ana Bell. Pobre Ana. Se merecía algo mejor. La había querido de verdad. Cuando murió, nunca volvió a hablar de ella. No muchos sabían que había tenido una novia en Nueva York. Marty era uno de ellos.

- Entonces - recapituló, saliendo bruscamente de su marea de pensamientos -, el coronel ha muerto por nada. No sabía nada de vuestros objetivos.

- No. El coronel ha muerto porque es uno de los pocos amigos que le quedan a Heissturm. Estorbaba. Y después de él, caerán otros, hasta que esté completamente solo. Entonces caerá él, aunque antes se le ofrecerá una última oportunidad de cooperar.

- Nunca cooperará con vosotros.

- Y por eso será asesinado. Entonces nos haremos con la niña.

Marty se frotó los ojos.

- Por última vez, ¿por qué me cuentas todo esto?

- Irrelevante. - el hombre empezó a levantarse, y soltó de corrido - Kurtis y Anna Heissturm están actualmente en Utah, concretamente el sector perteneciente a la Nación Navajo. Él la está entrenando para que controle y sepa utilizar sus poderes. Los míos esperarán a que la niña esté entrenada, lo que puede llevar un tiempo indefinido. Y entonces se harán con ella. A partir de aquí, agente, lo que usted haga es sólo asunto suyo. Si decide no hacer nada, no la juzgaré. Sólo sepa que no le queda mucho de vida. No me culpe; sólo con que Kendrick quisiera contactarla ya firmó, sin saberlo ni quererlo, su sentencia de muerte. Y ahora debo dejarla.

Salió del banco, pasó a su lado, y en el último instante, la forense lo agarró por la manga de la chaqueta.

- ¿Cómo sabéis que vais a triunfar esta vez?

El tipo sonrió de nuevo.

- No lo sabemos. Y créeme que voy a disfrutar viendo el espectáculo. Y ahora, querida agente - se soltó de su agarre - debo volver a ser un intachable ciudadano estadounidense. No nos veremos más.

Lo dejó ir.

(...)

Marty no hizo nada. Al menos, los primeros días. Tenía que digerir lo que había oído.

Y no porque fuera apocada en absoluto. Haber llegado a donde ella estaba - una mujer negra, nacida en Harlem, policía científica forense de Nueva York - requería dejar de lado todo apocamiento e introversión. Muchos podían considerar que su oficio era desagradable y repugnante. Ella, no. Se sentía cómoda con las pruebas, incluso con los cadáveres. Le gustaba pensar que su trabajo era indispensable para hacer justicia. Sin pruebas, nadie que hubiese dañado a alguien podía ser condenado. Ella hacía la diferencia.

No, no le dolía el trabajo con cosas muertas. Le dolía cuando los vivos escapaban impunes. Por eso, era meticulosa y perfecta en su trabajo.

Sin embargo, desde el encuentro con el misterioso Hombre de Negro, no podía concentrarse, y de hecho era por la misma causa. Pensó en el coronel Kendrick, al que no había conocido pero que había sido - como ella - un viejo amigo de Kurtis, y que ahora estaba muerto. Era injusto. Muy injusto.

La injusticia la mataba.

Tenía que hacer algo. ¿Pero qué? No tenía forma de contactar con Kurtis. No tenía nada, salvo que estaba en Utah. ¡Utah! Literalmente al otro extremo del país.

¿Y abandonar el trabajo? ¡Impensable! En sus décadas de experiencia policial, jamás había abandonado su puest-

- ¿Marty? - dijo una voz.

Ella parpadeó y salió de su ensoñación. La médica forense con la que trabajaba en el caso del estrangulador de Brooklyn la miraba perpleja con sus manos enguantadas, levantadas casi a la altura del rostro, y teñidas de la sangre del cadáver.

Marty la miró, miró al cadáver abierto en la mesa, volvió a mirar a su perpleja compañera, y farfulló rápidamente:

- Bueno, ¿qué tenemos?

La otra se echó a reír.

- ¡Estabas totalmente ida! ¿En qué estás pensando? ¡En la cafetería no me van a creer cuando cuente que a la agente Cruise se le ha ido el santo al cielo en plena autopsia!

La aludida suspiró y se pasó la mano por la frente.

- Perdona. - bajó de nuevo la mirada hacia las vísceras gelatinosas - Hoy no estoy centrada. ¿Qué me estabas diciendo?

Pero aquélla no tenía ganas de soltar la presa.

- Tienes que descansar más, Marty. Cada día estás más delgada. ¿Cuánto duermes? ¿Qué te preocupa?

Contra todo pronóstico, Marty hizo lo que nunca había hecho en el trabajo: abrirse.

- Me preocupa un viejo amigo. - murmuró - Tengo razones de sobra para pensar que está en peligro, pero no tengo forma de contactarle y no sé qué hacer.

Su compañera estaba secándose las manos en un trapo.

- Ven. - le dijo - Vamos a almorzar y me lo cuentas todo con un café.

(...)

No se lo contó todo. De hecho, no le contó casi nada. Al fin y al cabo, la conocía poco, y aunque la hubiese conocido mucho, era una información sensible de fuentes sensibles, y después de todo, de decirle la verdad, la hubiese tomado por loca.

Y también porque no era descartable que esa pobre médica, por el mero hecho de haberla escuchado, pudiese acabar muerta como el coronel Kendrick.

- Hace más de una década que no le veo. - le estaba diciendo - Era muy excéntrico, uno entre un millón. Muy informal y prosaico, también. Pero sin su ayuda no habría podido resolver el caso Lucifer.

- ¡Espera! ¿Tú fuiste la del caso Lucifer?

Marty suspiró y dio un trago al café.

- Sí. - gruñó, con la boca todavía en el borde del vaso. Ya empezamos.

- Perdona que me ría, pero...

Ríete, qué más da, pensó Marty, recordando los eventos sucedidos en Nueva York hacía más de una década, cuando era una joven agente recién estrenando el puesto y Kurtis era también joven y de aspecto salvaje. ¿Qué aspecto tendrá ahora?, se preguntó.

- ... quiero decir, ¿en serio? ¿Hombres de Negro y demonios? ¿Un cura y un tipo con telekinesis? Parece el guion de una película mala. Anda, dime qué de verdad hay en todo ese galimatías.

Marty no podía decírselo, porque todo era verdad. Todo. Los Hombres de Negro. El demonio, que respondía al nombre de Lucifer. El cura que en realidad ya no era cura en aquel entonces, sino parapsicólogo, y, sobre todo, Kurtis, el telequinético. Y también el niño pequeño, poseído por aquel demonio, a quien Kurtis se había negado a matar, y Ana Bell, muerta también; y el increíble poder que ella había presenciado, poder del bien y poder del mal.

- Lo llamaban el Cazador de Demonios. - musitó para sí misma, como si no tuviese a nadie delante - Pero yo le puse otro apodo. Sí, uno más adecuado. Yo le vi, ¿sabes? Le brotaron dos enormes alas, alas de luz, con las que se impulsó más allá de los rascacielos, para combatir a Lucifer. Era eso o el apocalipsis nuclear. Y cuando le hubo vencido, le fallaron las fuerzas. Perdió las alas, se extinguieron. Se precipitó al vacío, cayó, rodeado de una esfera de luz, y fue a parar a un contenedor de basura, qué ironía. No sé cómo no se mató. Pero fue el Profesor quien lo encontró y lo recogió. Era de nuevo un hombre mortal. Lo que había sido antes... no lo sé, pero me pareció que... por eso le puse aquel apodo...

Su compañera había escuchado el discurso en silencio, con la taza inmóvil a unos centímetros de su boca abierta. Luego echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír.

- ¡Dios Santo, Marty, estás como una cabra! Tienes que descansar más. ¡Aunque alabo tu sentido del humor! Casi me creo esa sarta de bobadas.

La forense rio con ella.

- Sí, claro. Bobadas. - Farfulló.

(...)

Más tarde, tendida en el sofá del hotel de turno - cada noche dormía en un hotel distinto, para eludir los cocainómanos que, presuntamente, debían asesinarla -, Marty siguió dándole vueltas al asunto.

Lo hizo mientras escarbaba en viejas cajas de zapatos llenas de fotos que había rescatado de su taquilla en el trabajo. Sabía que tenía una foto, una al menos, que representaba al amigo ausente. Se encontró buscándola con frenesí.

Al fin la encontró.

Era una Polaroid vieja, levemente amarillenta, en proceso de deterioro. Sí, allí estaba. Kurtis Heissturm, o Trent, como se hacía llamar entonces. Un muchacho de veintipocos que en realidad tenía aspecto de hombre ya, el rostro marcado por su penoso trabajo de aquellos tiempos, cuando se enfrentaba en peleas de puños ilegales a cambio de un poco de dinero. Ni hogar tenía por aquel entonces, dormía en la parte trasera de una camioneta vieja.

Pero sonreía, a pesar de las marcas de la cara, el pelo levemente largo y pasado de moda - vaya con los ochenta - los tatuajes y la ropa desvencijada. Sonreía porque estaba rodeando con un brazo la cintura de una guapa muchacha neoyorquina, piel blanca, pelo corto y negro, como una muñequita. Ana Bell, la presentadora de las noticias. Su novia de entonces. Sonriente, apoyada en él, despreocupada. Feliz.

No tenía más fotos de él. Y tampoco tenía más fotos de ella.

Estuvo un tiempo observando la foto. Cómo la tenía Marty era algo que ni siquiera él sabía. Cuando Ana había aparecido muerta de aquella forma tan horrible, Kurtis había arrojado la foto a la basura, en un callejón asqueroso cerca del lugar del asesinato. No había pensado en destruirla. No pensaba con mucha claridad por aquel entonces.

Marty, apiadada, había recogido y guardado aquella foto. Y durante años, tras aquella espantosa tragedia, después de que Kurtis desapareciese y no volviese a Nueva York, como si se lo hubiese tragado la tierra, Marty siguió visitando la tumba de la periodista, dejándole un ramo de flores en cada aniversario de su muerte. Hasta que no lo hizo más porque la vida seguía adelante y porque, en el fondo, su mero recuerdo le causaba mucha pena. Otra a la que no pudimos salvar.

Pasó horas en el sofá, bebiendo un poco de cerveza esta vez y dando vueltas a la foto entre las puntas de sus dedos. Era un recuerdo del pasado. De los dos que aparecían en ella, sólo Kurtis seguía vivo. ¿Cómo estaría? ¿Cómo sería verle de nuevo?

Finalmente, Marty se incorporó. Suspiró.

- Voy a devolverte esta foto, Kurtis. - juró solemnemente - En persona.

En dos semanas, estaba lista para partir hacia Utah.

(...)

- Bueno - dijo Charles Kane animadamente - bien está lo que bien acaba.

La recuperación y donación del Escudo de Biafra - un nombre tan atribuido como inadecuado - al Museo Nacional de Nigeria había sido todo un acontecimiento en medio de la ya de por sí bulliciosa vida en la gigántica Lagos. No sólo porque la antigua y valiosa pieza tribal había sido recuperada y donada por toda una celebridad - la exploradora británica Lara Croft - sino por la polémica asociada con el hecho de que el escudo había aparecido con un medio sol amarillo pintado por encima, claramente alusivo a la efímera República de Biafra que en los sesenta había ensayado la independencia y desgarrado el país en una terrible guerra civil. Que el sol de Biafra no era parte del escudo original era más que evidente; pues éste se remontaba a la cultura Nok, pero quién podría haber dañado la pieza para luego dejarla en el mismo sitio era algo que se ignoraba.

No faltaba quien había señalado a la extranjera como la autora de la vandalización. Eso era lo que pasaba cuando se confiaban los tesoros nacionales a los forasteros. Y, además, británica...

- Si a esto lo llamas acabar bien... - suspiró Lara, y se apoyó distraídamente en una de las diversas esculturas modernas de bronce que decoraban el verde jardín del museo. Dentro, una salva de aplausos y varias charlas animadas confirmaban que el evento de recepción de la pieza iba mejor que bien. Empezó a sonar música.

Charles, que sudaba copiosamente en la tórrida noche nigeriana, se pasó la mano por la húmeda calva y sonrió de nuevo. Estaba pletórico, como siempre que Lara decidía donar un artefacto recuperado a las autoridades locales. O más bien, como siempre que encontraba que el vino valía la pena.

- No te preocupes, dales unos meses y te dejarán en paz. Es absurdo culparte a ti de lo del medio sol amarillo. Como si no tuvieras pasatiempos...

- Es extraño. - Lara cruzó los brazos y miró distraídamente hacia la laguna. Una brisa suave había empezado a soplar - Casi diría que alguien me ha tendido una trampa. Un artefacto vandalizado con el sol de Biafra... tsk tsk tsk - chasqueó la lengua -. Es como pintarme una diana en la espalda.

- ¡No mentes ruina! Restaurarán el escudo y ya está. El dichoso sol se irá. Y ellos tendrán por derecho legítimo otra valiosa pieza de su pasado. Has hecho lo correcto, Lara, una vez más, estoy orgulloso de ti...

Pero ella ya no le estaba escuchando. Tenía la mirada perdida, ajena a aquel momento y lugar. Charles la observó con atención. Se había quitado la ropa de exploradora y llevaba un sencillo pareo africano, en el intento de desentonar lo mínimo posible - algo infructuoso debido a la piel clara. Sobre la cual, por cierto, aún se adivinaban los cortes y moratones fruto de su última expedición al santuario del Níger. El que fuera profesor de Historia se encontró de nuevo admirando a su pupila, fijando los ojos en el cabello castaño que, suelto, se mecía al compás de la suave brisa.

Estaba moviendo los labios levemente.

- ¿Cómo? - le dijo Charles, confundido.

Lara pareció salir de su ensoñación. Lo miró, descruzó los brazos, suspiró.

- Nada. - añadió - Estaba diciendo que no debería haber venido.

- ¿Aquí? ¿Al museo?

- No, a Nigeria. No debería estar aquí.

- ¿Por qué, Lara? Te merecías una de tus correrías, después de estos meses tan malos, ¿no crees?

Ella apretó los labios, negó con la cabeza.

- Debería estar con ellos. En Utah. - se pasó la mano por los cabellos - No sé, tengo la impresión de que he cometido un error.

- No te preocupes por Anna. Está bien cuidada. ¿O es que no te fías de tu flamante marido?

Charles rio cascadamente y se llevó la copa a los labios. Lara frunció el ceño.

- ¿De dónde has sacado esa copa?

- Del buffet por supuesto. Tengo la botella aquí, por algún sitio - miró alrededor de sus pies - y otra copa para ti, si quieres.

- No tienes remedio. - y sonrió. Charles la señaló con el dedo.

- Ah, ése es el espíritu. - y volvió a beber. Estaba empezado a enrojecer levemente.

- Hacía años que no te veía tan contento. - puntualizó Lara.

- Eso es porque es nuestra primera salida desde... desde... - arrugó las frente - Dios Santo, Lara, es nuestra primera salida desde lo del submarino. ¿Te acuerdas?

La exploradora británica suspiró de nuevo.

- Cómo olvidarlo.

- Perdimos la lanza del Destino. Fue una pena.

- Perdimos más que eso, Charles. Murieron muchos allí abajo. Buenos hombres. El almirante Yarofev, entre ellos. No se merecía morir así.

- Eras tú o él, Lara. No queda bonito, pero estoy contento de que ese Yarofev fuese un hombre de honor. No me hubiese gustado vivir en un mundo en el que no estuvieras tú.

Lara lo miraba ahora fijamente. Sacudió la cabeza.

- Charles...

- No, no, déjame hablar. Qué narices, es hoy o nunca. He querido decirte esto durante muchos años. Estoy contento, es el momento.

- Estás borracho.

- Los borrachos no mienten, Lara. - volvió a pasarse la mano por el rostro. Seguía sudando. - Qué maldito calor.

Ella miró a su alrededor, deseando de pronto que alguien los interrumpiese. Pero estaban prácticamente solos, lo cual en sí ya era raro en Lagos. Algunas personas conversaban en la puerta del museo o paseaban cerca, pero no lo suficientemente cerca.

- Quiero que sepas, Lara, que te he querido durante todos estos años. Te he querido muchísimo. Todavía te quiero.

- Yo también, Charles. - dijo ella con cautela - Somos amigos.

Él rio y sacudió la cabeza, negando con vehemencia.

- No, no, no. No quiero decir eso. No te quiero como un profesor quiere a su alumna, o como se quieren los amigos. Te quiero como un hombre quiere a una mujer. - bajó la mirada a la copa - Ya está, ya lo he dicho. - y apuró lo que quedaba de bebida de un trago.

Luego frunció el ceño y examinó a Lara, que lo observaba con una mezcla de desdicha y compasión. Suspirando una vez más, la exploradora británica se adelantó y le quitó la copa de las manos.

- Ya has bebido bastante.

- ¿Lo sabías?

- Claro que lo sabía, Charles.

- Maldita sea, si seré imbécil. - empezó a doblarse la manga de la camisa por encima del codo - Y yo pensando que lo ocultaba bien. ¿Desde cuándo lo sabes?

Lara se encogió de hombros.

- Desde siempre, supongo.

- Y nunca has dicho nada.

- ¿Qué querías que dijera? - Lara sacudió la cabeza - Lo siento mucho, Charles, pero te quiero como amigo. Nunca te he podido ver de otra manera.

- Lo sé. Lo sé. Perdóname. No tienes que hacer nada. No tienes que decir nada. - hablaba atropelladamente, ya fuese por los nervios o las copas de más. - Sólo quería que lo supieras. Soltarlo. Lo tenía dentro enquistado, como una herida infectada. Bueno, ya está. Ahora me siento mejor. - miró a su alrededor - ¿Y la botella?

- Olvídate de la botella, Charles. - lo cogió del brazo - Vamos, te acompaño de vuelta al hotel.

Pero él no se movió un ápice del lugar.

- ¿Sabes quién más lo sabía y nunca dijo nada? Él.

- ¿Quién?

- Tu maridito, tu flamante caballero en moto.

- ¿Kurtis? - a Lara se le escapó una risa breve - ¡No creo!

- Oh, sí, sí. Él lo sabe. Es por la manera en que me mira... - Charles estrechó los ojos, como si le diera la luz - ... así, cautelosamente. Ése lo sabía. Pero nunca ha dicho nada. Otro hombre de honor.

- ¿Estás seguro?

- Totalmente. Tu marido es listo. No lo aparenta, pero es muy listo. Sabe cosas, y se las calla. Nunca me ha dicho nada...

- ¿Y por qué iba a decir nada? Está conmigo.

- Podría haberme hecho una cara nueva. Pero, como he dicho, es un hombre de honor. - Bajó la mirada hacia el brazo que lo sostenía, y palmeó afectuosamente la mano de Lara. - ¿Nos tenemos que ir ya? Ese vino estaba genial.

- Déjate de vinos. - Lara empezó a tirar de él - Vamos, tienes que dormir un poco.

Él se resistió.

- ¡Espera, espera! En honor a mi reciente confesión, yo... uhm... eh... ¡me merezco un beso!

- Charles, por favor.

- ¡Un beso en la mejilla! Venga, Lara, querida, sólo eso. Nada más. Yo me conformo. Hace años que me conformé. Tú no me quieres, belleza, y bien está. No voy a caer tan bajo como otros que han intentado forzar su suerte. No lo hice antes de Kurtis, y mucho menos ahora. Él es el afortunado. Díselo. Prométeme que se lo dirás. Que es muy afortunado.

Empezaba a salir gente del museo. Lara miró a su alrededor y tironeó del brazo de Charles.

- Vamos, ha terminado el evento. - se volvió hacia su amigo, que sonreía bobaliconamente. - ¿Se puede saber qué te pasa?

- Nada. Soy feliz, muy feliz. Me he quitado un peso de encima. Y si ahora me das un beso, ya me puedo morir tranquilo.

- ¿Y vendrás conmigo?

- Adonde tú quieras, belleza.

Y de pronto, sin previo aviso, Charles tiró de ella hacia él, brusca, rápidamente, y le estampó un beso en la mejilla. Lara dio un respingo, llevada por la sorpresa, y estuvo a punto de exclamar "¡Charles!", pero no llegó a emitir ni un sonido.

Se oyó una detonación sorda, amortiguada, apenas silenciada, que ella conocía bien. Un fogonazo de luz que vino de detrás de Charles, varios metros más allá, entre los arbustos. Y al mismo instante, un estallido, un sonido hueco, crujiente, y una explosión líquida, cálida, que la salpicó.

Se encontró cayendo, arrastrada por el peso de su compañero.

No hubo tiempo para nada más.

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