Capítulo 24: Verdad
La inspectora Weller sabía que no iba a ser bien recibida de nuevo en aquella imponente mansión, pero no ser bien recibida venía de serie con su trabajo. Si alguna vez le había importado, eso había quedado muy atrás. De modo que ignoró la mirada fría y el silencio gélido de aquella mujer, Lara Croft, cuando no le quedó más remedio que dejarla pasar de nuevo. La reacción de su madre, la anciana dama, fue mucho más elocuente: se mantuvo a distancia, la mirada baja, retorciéndose las manos. Todo aquello apestaba a rareza. Pero la mirada que más la sorprendió fue la de la niña.
Exigió verla, naturalmente, pero no parecía haber ocurrido nada nuevo con ella. Simplemente echó un vistazo y la vio sentada en la mesa del comedor, rodeada de algunos libros y cuadernos. Había una niña de su misma edad junto a ella, una bonita rubia vestida de colegiala, con aspecto dulce e inofensivo. La inspectora ya sabía que era la hija de lord y lady Kipling, de nombre Catherine, y que era su mejor amiga. También sabía que la niña había estado visitando a Anna con frecuencia últimamente, y que, aparte del consuelo y apoyo que era lógico en las difíciles circunstancias por las que ya la casi adolescente estaba pasando, la estaba ayudando a recuperar el tiempo perdido y el evidente retraso curricular que había experimentado en el colegio.
Y parecía estar recuperándose bien, tanto física como anímicamente, aunque esto último, claro, la inspectora no era la profesional adecuada para juzgarlo. En cierto momento, Anna Croft alzó la vista y la clavó súbitamente en ella, como si hubiese notado su presencia, a pesar de que la inspectora se había acercado sin hacer un mínimo ruido. Las marcas de la cara habían desaparecido totalmente, y la niña parecía haber recuperado el diente perdido sin mayores consecuencias. Al notar su silencio, Catherine Kipling alzó la vista y dio un respingo, asustada, al percibir la presencia de la inspectora. Ella sonrió e hizo un gesto tranquilizador, pero la Croft la apuñaló con la mirada.
No era bienvenida. Nihil novum sub sole.
(...)
De pronto, la aparente madurez con la que llevaba armándose desde hacía un rato se desvaneció y pareció de nuevo desvalida, infantil.
- Ay, papá...
- ¿Qué pasa?
- La he fastidiado mucho, mucho.
- No puede ser tan malo.
- Si te cuento algo, ¿no te enfadarás?
- Ponme a prueba.
Anna se sentó de nuevo y empezó a retorcer la sábana.
- La policía ha estado aquí y les he dicho una mentira muy gorda y fea.
Kurtis arqueó las cejas de nuevo.
- ¿Y por qué?
- Querían saber... cosas. Lo que ocurrió aquella noche.
- ¿Y qué les has dicho? – era obvio que decir la verdad no era una opción en aquellas circunstancias.
Anna suspiró.
- Algo horrible. Que te ibas a suicidar...
- ...
- ... y traté de detenerte, me agarré a ti, y me pegaste para que te soltara. Luego saltaste.
Durante un momento, el silencio se espesó entre los dos. Anna se miraba las manos, retorciéndolas, los dedos arrugando la sábana. Por fin se atrevió a enfrentarse a la mirada de su padre.
Pero él no estaba enfadado. Oh no, no lo estaba.
- Peque... - le dijo él, sonriendo - ... eso ha sido jodidamente brillante.
(...)
Era evidente que el herido había mejorado, ¡y cómo! La última vez que lo había visto había sido todavía en coma, en el hospital. Incluso a ella, habituada a escenas dantescas, el pitido de la máquina que reflejaba sus constantes vitales la estaba sacando de quicio. Su propia respiración, sibilante y estrangulada a causa de las costillas machacadas, la estaba sacando de quicio. Y si echaba cuentas acerca de qué debía de dolerle a aquel hombre, de haber estado consciente, estaba segura de que acabaría antes si empezaba por dónde no le dolía.
Pero nada de eso manifestó cuando por fin accedió a la habitación donde él estaba convaleciente. Debía haber estado esperándola, porque le devolvió la mirada con calma.
- Señor Trent. – se presentó – Soy la inspectora Weller. No cabe duda de que ya le han hablado de mí, particularmente su hija.
Él hizo un leve gesto de asentimiento, sin cortesía ni grosería, y no emitió sonido alguno. La inspectora mantuvo las distancias, sentándose en una silla colocada cerca de la chimenea. El hombre todavía parecía levemente demacrado, aunque no mucho más podía adivinarse bajo las pesadas mantas que lo cubrían, salvo el gotero de medicación en el brazo sano. Probablemente medicamento para el dolor.
- Sé que todavía está usted convaleciente, de modo que intentaré no agotarlo.- continuó ella, y reanudó su ritual de hojear dentro de su carpeta, aunque en realidad era poco más que un tic. No lo necesitaba – Me gustaría zanjar la investigación acerca de lo sucedido aquella noche en la biblioteca de esta mansión. Y permítame aclararle que las declaraciones de su hija han sido, cómo decirlo, perturbadoras.
Si esperaba alguna intervención por parte del herido, se quedó con las ganas. Él se quedó mirándola con una inexpresividad que desafiaría cualquier polígrafo. Éste va a ser duro, pensó ella. De los que no era nada fácil interrogar, puesto que ninguna de sus emociones se traslucía a su rostro. Es más, la inspectora había hecho sus deberes y venía bien informada: ya sabía, y no por canales precisamente oficiales, que ni siquiera la tortura había quebrado en el pasado a aquel hombre.
Menos mal que ella no era ninguna torturadora.
- Señor Trent, - carraspeó – su hija ha afirmado que la noche en cuestión, usted intentó suicidarse arrojándose por la ventana de la biblioteca. ¿Es esto verdad?
- Sí.- contestó él, sin parpadear.
(...)
- Ay, pero qué dices.- Anna se llevó las manos a las mejillas, atribulada. – Es un horror. Papá, me siento fatal, yo...
Kurtis la silenció alzando la mano con un gesto calmo.
- Al contrario, era poco más lo que podías decir. De hecho, era lo único que podías decir. Nada más tiene sentido en ese contexto y con las pruebas que encontrarán. Nada más, salvo la verdad... y la verdad es imposible aquí, Anna.
Ella suspiró de nuevo y bajó la cabeza. Un mechón de cabello castaño dorado, el cabello su madre, colgó frente a su rostro.
- Pero ahora tendrás problemas. Por mi culpa.
- Déjame a mí manejar a la policía. No es la primera vez que lo hago.
- ¿Tienes un plan?
- No hace falta ningún plan para esto, Anna.
- ¿Qué vas a hacer?
- Decir la verdad, por supuesto.
Anna parpadeó, sorprendida.
- Pero, papá, si acabas de decir...
Él movió la mano de nuevo, suavemente. El gotero enganchado a ella le restaba mucha movilidad.
- Ellos tienen ahora una verdad, la que les has dicho. Ésa es la verdad que seguiré.
- Papá, te pueden acusar de... de...
- Ya lo sé.
(...)
La inspectora Weller enarcó las cejas. Para su gusto, el interrogado había admitido demasiado rápidamente la verdad. Y sin alterarse lo más mínimo.
- ¿Es entonces cierto, que cuando su hija intentó detenerle, y se agarró a usted, usted la golpeó?
- Sí. – admitió él de nuevo. Y entonces añadió – Fue necesario. Tenía que soltarme.
Weller se quitó las gafas de lectura y alzó la vista. El hombre seguía impertérrito.
- Y entonces, usted, sin más, saltó por la ventana.
- Sí.
- Es usted el padre del año.
- He cometido un grave error.
- ¿Por qué quería usted suicidarse? – la inspectora Weller era como un perro de caza. Una vez había atrapado la presa, le costaba soltarla.
Es más, le encantaba seguir apretando los dientes en torno a su cuello.
Pero aquella presa tenía una paciencia muy larga.
- He tenido una mala temporada.- y entonces el hombre sonrió.
Es atractivo, reconoció la inspectora. Tenía un encanto especial, no cabía dudarlo. Incluso bajo las mantas, el físico que tan sólo percibía por los musculosos torso y brazos era lo que habitualmente se consideraba deseable para los estándares actuales. Y su voz era lo que se llamaría seductora. Pero lo más desconcertante de todo era que nada de ello parecía hecho a propósito. El hombre no podía actuar con más naturalidad.
A la inspectora Weller este tipo de hombres le parecían inmensamente peligrosos. Por lo general, ellos tendían a subestimarla, asumiendo que cualquier mujer se rendiría ante una espléndida carcasa. Ella era buena poniéndolos en su lugar.
Pero aquel hombre no parecía ser de aquel tipo, aunque su carcasa – si seguimos con el símil – sí lo fuera. La desconcertaba. Inmensamente.
Y a ella le molestaba ser desconcertada.
- Tal parece.- dijo, volviendo a la acción, y hojeó más papeles – Permítame expresarle mis condolencias por el reciente fallecimiento de su madre, según he sido informada. También estuvieron presentes durante el atentado en la fiesta que siguió a la presentación de la tesis doctoral de la profesora Selma Al Jazira, Universidad de Estambul, ¿no es así?
El hombre asintió calmadamente.
- Y antes de eso, ¡oh! – siguió hojeando un poco más – Los informes que tengo me avisan de su presencia en el más reciente conflicto de tamiles e hindúes en Sri Lanka, ¿me equivoco?
Él negó calmadamente. Calladito también, pensó ella. Aquel hombre no desperdiciaba palabras.
- Una mala temporada sin duda.- admitió ella – Sin embargo, por más malas que las circunstancias se hayan presentado recientemente para su familia, tratar de arrojarse contra una ventana cerrada, a una altura escasa para lograr matarse, parece un poco extremo.
Silencio. El hombre siguió mirándola con expresión neutral. Por un breve momento, la inspectora deseó levantarse y pegarle un puñetazo. Luego desechó el pensamiento.
- ¿Sabe lo que tengo aquí? – y levantó una fina carpeta. Kurtis reconoció inmediatamente el símbolo de la Legión. Era imposible olvidarlo. – Su expediente por los años en que sirvió en la Legión. He de decir que estoy impresionada... al menos por la parte que he podido leer.
Abrió la carpeta y le mostró las hojas. Muchas estaban marcadas con negro.
- Clasificado.- añadió la inspectora – Fíjese, no me han dejado acceder a muchos detalles sobre usted. Información delicada, dicen. Secretos de Estado, dicen. Clasificado. Secreto. Censurado.- cerró la carpeta de golpe - ¿Quién o qué es usted, Kurtis Trent?
El hombre herido no se había alterado lo más mínimo, pero ahora una chispa divertida brillaba en sus ojos. La inspectora se dio cuenta de que se estaba burlando de ella.
Si me levanto y le pego una patada en sus piernas escayoladas, ¿se considerará tortura?
- Señor Trent, contésteme. Parece haber tenido una vida muy complicada. Estoy segura de que no quiere complicársela aún más.
- Usted no podría complicar mi vida ni aunque se lo propusiera con todas sus fuerzas.- de nuevo los dientes del hombre asomaron entre sus labios – Simplemente, no veo qué relación tiene mi expediente de la Legión con el motivo que ha traído aquí.
Quieres jugar, ¿eh, cabrón? Juguemos.
- Me fascinan los archivos censurados.- Ella guardó tranquilamente la carpeta – Según este informe, usted entró al servicio de la Legión Extranjera a los 19 años. ¡19! Una barbaridad. Poco más que un muchacho. Pero he visto a muchos muchachos cometer crímenes horribles. ¿Cuál es el suyo?
- No todos los legionarios ingresan a causa de un crimen.
- Con 19 años, usted tenía cualquier cosa mejor que hacer que soportar un entrenamiento mundialmente conocido como brutal para ser servido como carnaza en guerras de terceros. ¿Qué clase de muchacho en la flor de la vida querría semejante castigo? ¿De qué estaba huyendo, señor Trent?
- De mí mismo.
La sonrisa se había desvanecido. La inspectora parpadeó, desconcertada.
(...)
- A veces, la verdad es la única manera de ganar... ciertas batallas.
- Papá, tú no puedes decir la verdad a esa mujer. Te meterán en la prisión.
Y eso que ella no sabía la verdad. Al menos, no toda. No la peor parte. Para ella, él era un Lux Veritatis. Lo había sido, mejor dicho. El Cazador de Demonios. Un legionario, también. Pero la oscuridad se mantenía a raya. Las cosas que él había hecho... de mercenario, de agente doble, de asesino a sueldo... no, no las sabía.
Ni las sabría nunca, y mucho menos por él. Había cosas que ni siquiera le había contado a Lara, aunque no por temor a ocultarle nada. A Lara se le podía decir todo, ella no temblaría ante la verdad. Simplemente, Kurtis no quería hablar de eso.
- Se dirá la verdad, Anna. Al menos, fragmentos de ella. Las partes que esa inspectora necesite oír. Lo demás dará igual, peque. Nunca podrá probarlo.
(...)
- ¿De sí mismo? – Weller se quitó las gafas de pasta negra y se frotó los ojos, cansada, intentando no correrse el maquillaje – No hable en acertijos. ¿A qué se refiere? Es más, ¿no nos devuelve eso a la pregunta clave? ¿Quién o qué es usted?
- Clasificado.
Ella le atravesó con la mirada, y por un instante, la furia le subió al rostro. Pero él seguía sin sonreír.
- Cómo se atreve...
- ¿Qué es lo que quiere averiguar, inspectora? ¿Qué tiene esto que ver con lo sucedido en la biblioteca?
- Quiero probar que es usted un criminal de guerra. Un hombre peligroso. Le pegó un puñetazo a su hija de catorce años...
- ... eso lo hace cualquier borracho descontrolado, y peor que eso, por desgracia.
- ... y estampó a su mujer contra una pared.
Por un instante, el hombre enmudeció. Por la expresión que esta vez, sí, súbitamente, subió a su rostro, la inspectora supo que había tocado una fibra sensible.
- No es mi mujer.- murmuró él, palideciendo de súbito.- Y no la estampé contra la pared. Simplemente la empujé, ella perdió el equilibrio y se cayó.
- ¿Cuánto tiempo lleva maltratando a su familia?
- No soy un maltratador.
- Ah, ¿no? ¿Qué hacen los legionarios en el campo de batalla? ¿Servir pasteles?
- Servir al país. A los ciudadanos.- el hombre inspiró – Arriesgar nuestras vidas, entregar nuestro cuerpo a la metralla y al cuchillo, para que otros no tengan que luchar, para que otros no tengan que morir.
- Qué noble suena eso. Quizá usted quería convertirse en un héroe de guerra. ¿Por qué no veo ninguna condecoración en su expediente? Ni siquiera queda claro por qué usted dejó la Legión antes de que se completara el servicio mínimo.
- Clasificado.
La inspectora se levantó como impulsada por un resorte y avanzó hasta él. Le pudieron los nervios. Pero, antes de que llegara junto a su cama, él la detuvo.
- Pregunte al coronel Matthew Kendrick. Sirvió conmigo en la Legión.
- ¿Cómo? – ella parpadeó, confusa - ¿Qué?
- Coronel Matthew Kendrick.- repitió él con calma. Sus ojos azules brillaban todavía, levemente divertidos – Somos amigos. Fue promovido de rango, yo no.
Ella le observó con cierta desconfianza, luego, volvió junto a sus papeles y anotó el nombre.
- ¿Él me dirá lo que quiera saber?
- Lo que pueda, inspectora.- Kurtis sonrió de nuevo. – Ah, y puede que también le sirva de ayuda hablar con Marty Cruise.
- ¿Quién es Marty Cruise?
- Policía forense de Nueva York. Colaboré con ella los años inmediatos a mi salida de la Legión. También le indicaría las señas del profesor Francis, pero por desgracia ya no vive.
- ¿Toda esta gente hablará en su defensa? Qué conveniente.
- No me quedan muchos amigos vivos. – Keller hubiese jurado que notaba un tono melancólico en sus palabras, pero entonces él sonrió de nuevo – Y enemigos, ninguno.
Ella inspiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud.
- Es usted un cabrón.
- Y usted, que irrumpe en mi cuarto estando herido, que viene a perturbar mi convalecencia con preguntas del pasado que nada tienen que ver con lo sucedido hace ya casi un mes, que hurga en los archivos personales para venir a insultarme y a insinuar horrores, ¿qué es? – de pronto, el hombre cerró los ojos. Parecía mareado – No soy un maltratador. He cometido un terrible error, que no se repetirá. Pregunte lo que quiera, a quien quiera. No sacará nada. Ni yo puedo decirlo, ni se lo dirán quienes se encuentre por el camino. Son gente por encima de usted y de mí mismo quien ha clasificado lo que queda de mí en esos archivos.
Una película de sudor se le había formado sobre la piel. Mientras la inspectora recogía rápidamente su bolso y las carpetas con los papeles, oyó que la respiración se le hacía más pesada, más entrecortada. Al acercarse de nuevo, viendo que tenía los ojos cerrados y estaba muy pálido, se atrevió a ponerle dos dedos sobre el hombro. Dio un respingo.
Estaba ardiendo, pero el sudor que le cubría la piel estaba frío.
- Le está subiendo la temperatura.- murmuró. Se sentía casi culpable – No le importunaré más, de momento. Voy a llamar a su mujer.
Que no estará nada contenta de ver esto, completó en silencio.
- No es... mi mujer.
- ¿Cómo la llamaría entonces? – se encogió de hombros. Y sin decir nada más, salió.
(...)
- Tú hablas de cruzar verdades con mentiras, papá. Eso es muy astuto.
- No. Yo nunca miento. Recuerda.
- Los Lux Veritatis no mienten.
- Eso es.
(...)
Estaba ardiendo.
El dolor de cabeza se había intensificado. Se sentía bullir por dentro. Las mantas lo aplastaban. Las sábanas, húmedas con su sudor, parecían enroscarse en él como serpientes. Se ahogaba.
- Tendría que haber tirado a esa estúpida policía por la ventana. – dijo una voz furiosa. Lara.
- Dios mío, no.- musitó una voz cálida cerca de ella. Reconoció la voz del sacerdote. En su interior, Kurtis tenía que reconocer que el padre Dunstan le inspiraba cierta ternura, cierto reconocimiento. Le recordaba al profesor Francis, que había sido sacerdote. Otro compañero perdido. – Sólo nos faltaba meternos en más problemas, niña.
- Tengo que ocuparme de él. Sal, por favor.
Gracias, pensó Kurtis, y poco después se levantaban las asfixiantes sábanas y mantas. Por lo menos, el sacerdote no lo vería desnudo. Estaba harto de que todos lo vieran desnudo.
Lara le estaba aplicando telas mojadas en agua fría sobre el cuerpo, seguramente para bajarle la temperatura. Pero apenas las notaba. Se sentía bullir.
- Voy a matar a esa estúpida inspectora.- la oyó jurar con rabia.
Quiso decirle que estaba encantadora con aquel arranque de furia. Sobre todo, porque sabía que Lara nunca llegaría tan lejos. También quiso decirle que la inspectora no había tenido nada que ver. Él no era tan débil.
Pero no tenía fuerzas para hablar. El dolor de cabeza se intensificaba. Se sentía arder.
Anna suspiró y dejó caer el lápiz. Luego se frotó los ojos con gesto cansado.
- ¿Podemos dejarlo aquí? Estoy cansada.
Kat levantó la vista y arrugó la naricilla perfecta.
- Annie, apenas has hecho media hoja de cálculo.
- No me llames Annie.
- Annie hace cuatro operaciones de nada y ya está cansada. ¡¡AY!! – chilló. Anna le había lanzado el lápiz en la cara y había impactado – de punta – en su frente - ¡No hagas eso! ¡Me vas a sacar un ojo!
- Qué va. Lo tenía bien calculado.
La hija de lady Kipling se frotó la frente, dolorida, emborronando la mancha de grafito. Pero no protestó más y cerró el cuaderno de matemáticas. A decir verdad, estaba siendo injusta. Anna se estaba esforzando por adaptarse de nuevo al ritmo habitual escolar, y no le estaba yendo mal. Antes que las matemáticas había trabajado un buen rato en otras asignaturas, como solía hacerlo ella: cumpliendo, pero sin destacar.
Kat no tenía intención de presionarla. Sabía los horrores por los que había pasado recientemente su amiga – al menos, todo lo que podía saber. Lady Croft – la hija – se lo había hecho saber con su voz calmada y suave – curiosa en una mujer que era durísima, se decía – y Kat había estado encantada de ayudar. Mientras apoyaba a su amiga con su pasado traumático, su abuela fallecida y su padre tan herido y enfermo, no pensaba en los problemas de su propio hogar. En cierto modo, también la ayudaba.
Lo único que lamentaba era que pronto Anna dejaría de necesitar las clases de refuerzo vespertinas. Kat las iba a echar de menos. Todo lo que quería era pasar más tiempo con ella.
- ¿Cómo está tu papá hoy? – preguntó amablemente, mientras guardaba con pausada metodología sus borradores de colores en su estuche.
- Tiene fiebre.- suspiró Anna.- Se está poniendo malo otra vez.
- Lo siento. Espero que no tenga que volver al hospital.
- Yo tampoco.- la hija de lady Croft frunció el ceño - ¿Para qué tienes tantos borradores de colores? Con uno basta.
- No. El verde es para cuando uso el lápiz de Dibujo. El rosa es para el lápiz común. Este de color azul borra el bolígrafo. El naranja me sirve para...
Anna se inclinó y tomó el borrador naranja. Mientras lo hacía, Kat la observó con más detalle. La última vez que la había visto, su amiga tenía un aspecto mucho más infantil; incluso cuando ella misma ya estaba empezando a estirarse. Pero ahora estaba cambiada. Mucho más adulta.
Ha crecido, pensó Kat. Y no sólo en lo físico. Estaba más callada, más triste, más reflexiva.
Eso la entristecía. Anna no era la misma.
- ¿... y entonces?
Kat parpadeó, confusa.
- Entonces, ¿qué?
- ¿Para qué sirve tu estúpido borrador naranja, Kat?
Ella se echó a reír.
- Para nada. Lo tengo sólo para que me lo lances, Annie.
- Pues allá va.
Pinzó los dedos, el borrador salió despedido, y le dio exactamente en la punta de la nariz.
(...)
Y entonces apareció Ethan.
Se presentó sin avisar, sin ser llamado. De hecho, dudaba de que fuera bien recibido, teniendo en cuenta lo que en el hospital le habían advertido acerca del carácter de aquella mujer. Pero a Ethan no le preocupaban mucho los caracteres de las personas. Estaba más que acostumbrado a lidiar con todo.
Cuando fue recibido por una elegante anciana dama – lady Croft madre, según le dijo – le informó de que era un enfermero especializado en rehabilitación y que había venido del hospital, a petición de la misma lady Croft hija, le pareció que la mirada de la mujer se iluminaba.
- Puede que haya llegado usted en el momento necesario.
(...)
- Tengo que decirte algo, papá. Es muy importante.
Él permaneció en silencio, mirándola con calma. Anna sabía leer a Kurtis mejor que nadie en el mundo. Mejor incluso que Lara. Debía ser la voz de la propia sangre, que gritaba sin sonido, el vínculo entre ellos que nada podía romper. Cuando él la miraba así, significaba que estaba escuchando. Y también que podía decirle lo que quisiera en confianza.
- Recuerdo lo que me dijiste hace tiempo, antes de Estambul. Me hablaste de los secretos y de las cosas que podemos decir o no sobre... sobre nuestras capacidades. De poner en riesgo a los que queremos.
Kurtis callaba.
- Papá, no puedo hacer esto sola.
- No vas a estar sola. Me tienes a mí. Y a tu madre. Y a los que también conocen nuestro secreto, que también te quieren. Y te apoyarán.
- Necesito a Kat, papá.
Kurtis parpadeó lentamente. Luego dijo:
- Sabes de lo que estás hablando, ¿verdad?
Anna desvió la mirada hacia la ventana, observó las copas de los árboles en torno a la mansión, que empezaban a brotar de nuevo.
- Kat es mi amiga. Tú me has hablado de verdades, verdades que se pueden decir, verdades que no se pueden decir. Papá, algo ha cambiado dentro de mí. Ya no soy la misma. Ya no puedo ser como era antes. Tengo que empezar a decir mentiras... y odio mentirle a ella. No puedo.
Kurtis callaba.
- Si le digo mentiras, no me durarán ni un día. Ella es muy inteligente. Ya nota algo. No tardará en notar mucho más...
- ¿Me estás pidiendo permiso para contárselo a tu amiga?
(...)
- Oh, no. No, no, no, no. – Ethan dejó caer el termómetro sobre la mesilla de noche y tocó de nuevo la frente del enfermo. – Esto es malo, muy malo. ¿42? Nunca debería haber pasado de 39. Hay que llevarlo al hospital. Inmediatamente. De hecho, es una de las razones por las que no debería haber abando...
- ¿Cuál es el procedimiento? – Lara se arremangó las mangas del jersey.
- ¿C-cómo?
- ¡El procedimiento! ¡En el hospital!
Ethan llevaba cinco minutos junto a aquella mujer y ya estaba estresado. Pero hasta cierto punto, no podía culparla. De hecho, considerando quién era...
- ¿Vas a contestar o vas a seguir haciéndome perder el tiempo?
- Una bañera. – Ethan jadeó, apartando de un tirón las mantas.- Agua fría. Y hielo.
Lara bufó.
- ¿Eso es todo?
- Monitorizamos la actividad cardíaca. Es lo más efectivo.
- ¡Eso puedo hacerlo yo aquí! ¡Mételo en mi bañera! ¡La puerta de aquí al lado!
El enfermero parpadeó, estupefacto, y sacudió con fuerza la cabeza.
- ¡Necesitaríamos mucho hielo! ¡En grandes cantidades!
- ¡Tengo hielo en grandes cantidades, idiota!
Oh no, pensó de pronto Lara. Voy a tener que disculparme por eso.
- ¿Tienes una nevera gigantesca?
- ¡Ja! – estalló ella, y corrió en dirección a la cocina.
(...)
Ella volvió a mirarle. Su mirada de ojos prístinos se endureció. Y de pronto se irguió, orgullosa como su madre. Estaba más alta. Seguía creciendo a ojos vistas.
- No, papá. No te estoy pidiendo ningún permiso. Te anuncio que voy a decírselo. Es mi amiga... mi mejor amiga... qué narices, la única que tengo. No puedo mentirle. No puedo engañarla.
- Entonces, ¿para qué buscas mi aprobación?
Anna titubeó.
Tiene miedo, pensó él. Como yo lo tuve.
- ¿Crees que tu amiga guardará el secreto? ¿Te apoyará hasta las últimas consecuencias? ¿Protegerá tus intereses?
- ¡Claro que sí! – protestó ella, ofendida. – Conoces poco a Kat. Ella es muy inteligente. Y leal. Me quiere mucho. Haría cualquier cosa por mí.
- ¿También morir?
Anna palideció. Se quedó helada.
- Lo siento, peque, tengo que ser implacable aquí.- la voz de Kurtis era tierna y al mismo tiempo dura, inflexible. ¿Cómo era capaz de semejante contraste? – Si le cuentas el secreto, la introduces en este mundo. Y este mundo es terrible. Pondrás en riesgo su vida. Si los demonios acuden a ti y ella está cerca de ti, también sufrirá. También morirá. ¿Estás dispuesta a ese sacrificio?
- Tú lo estuviste. Confiaste en mamá.
Él calló durante unos instantes. Luego, sonrió.
- Tu madre es... distinta. Fuerte. Capaz. Competente. Tanto que me salvó la vida, a mí, el más poderoso de los Lux Veritatis – no pudo evitar un tono de sarcasmo – y sin necesidad del menor poder interior. Ella tenía otro poder. Cuando la vi supe que ella era distinta. Pero no todos son como ella. Prácticamente nadie es como ella.
(...)
El primer síntoma evidente de que Kurtis quizá no moriría fue que al contacto con el agua fría y cubierta de hielo recuperó parcialmente el conocimiento y empezó a blasfemar como nunca se le había oído antes, soltando la retahíla más larga de tacos que Lara había oído en su vida.
- Te perdonaré el lenguaje, - murmuró ella, vertiendo el agua fría sobre la encendida frente y pasando la mano mojada por sus cabellos – por esta vez. Pero no te acostumbres
A su lado, el joven enfermero le medía la tensión y el pulso cardíaco. Era difícil mantenerlo sumergido hasta el cuello y sostenerlo para que no se hundiera del todo. Su cuerpo era pesado, muy pesado. Aunque era el mejor de los casos puesto que el chaval, pese a su apariencia frágil, era bastante resistente, probablemente a causa de su oficio. En cuanto a Lara, no cabía duda alguna.
Kurtis, semiinconsciente, volvió a maldecir y a revolverse.
- Estate quieto.- le dijo Lara en voz baja al oído.
- Dudo que te oiga realmente. – murmuró Ethan observando las cifras del pulsómetro.- Vamos a tener que estar así un buen rato. Está muy débil. Si lo soltamos, puede hundirse y ahogarse. Y no queremos que eso pase, ¿verdad?
- Estaré el tiempo que haga falta. – dijo Lara, aunque los brazos empezaban a dormírsele. Kurtis pesaba bastante más de lo esperado, cuando incapacitado para colaborar.
- De eso nada. – intervino Ethan. – Haremos turnos.
A pesar de que había sonado como una orden y de que Lara no tenía la menor intención de seguirla, llegó el momento en que necesitó acatarla. Con el transcurrir de las horas, y la charla irrelevante, empezó a sentirse cómoda con él.
Al anochecer, Kurtis estaba fuera de peligro.
(...)
- Kat no es mamá, está claro. Pero es inteligente, muy inteligente. Y su carácter asustadizo... bueno, es una fachada. Sé que es muy fuerte también. No como mamá, sino de otra manera. Como tía Selma, por ejemplo. O como Jean. Ellos también nos han querido. Nos han apoyado.
- Jean ha tenido mucha suerte, al igual que Zip. Pero Putai no la tuvo. Tampoco la tuvo el profesor Ivanoff. Ni Giulia... - Kurtis se interrumpió unos instantes, y apretó los dientes. - ¿Los recuerdas a ellos? Y Selma... ¿recuerdas todo lo que le ha pasado a Selma?
Anna bajó la cabeza.
- Si te ha dolido verla así, como me ha dolido a mí, entonces tienes que pensar que lo mismo, o peor, puede sucederle a Kat. Los inocentes sufren a nuestro alrededor, Anna. Son daños colaterales. Siempre los ha habido, y siempre los habrá. Pero duele más cuando son gente a la que queremos. Cuando le digas quién eres y lo que eres, la introducirás en esa variable. Su vida correrá peligro. ¿Estás dispuesta a arriesgar su vida? ¿Sin su consentimiento? De ti dependerá su protección. Si no estás dispuesta a protegerla, si no estás dispuesta a asumir la pérdida cuando fracases, si es que fracasas, entonces no lo hagas. Pero si lo haces, asume las consecuencias.
(...)
Lara le detuvo cuando salía a través de la verja del jardín de entrada, en dirección a su coche. Empezó por disculparse por haberle hablado con dureza. Para su sorpresa, el muchacho se ruborizó y farfulló que no importaba, que estaba acostumbrado. Es tímido, pensó Lara.
- La mansión tiene muchas habitaciones vacías.- le ofreció a continuación.- Entre ellas, diversos cuartos de huéspedes. Voy a necesitar tu ayuda y él también. Quédate.
Ethan enrojeció aún más, miró hacia el imponente casoplón, y dijo:
- No creo que encaje muy bien aquí... no es mi sitio. Disculpa, prefiero ir y volver.
Lara se encogió de hombros, sonrió, y dijo:
- Gracias por tu ayuda. Me has evitado volver al hospital.
Él sacudió la cabeza, dijo lo típico, que era su trabajo, y se alejó apresuradamente.
Sin entender por qué, aquel joven enfermero empezó a caerle bien desde ese mismo instante.
(...)
Anna se había quedado muda. Le empezaron a temblar los labios. Kurtis odiaba ponerla en esa situación. Pero no había otra opción.
- ¿Y qué hago? ¿La aparto de mi lado? ¿La expulso? ¿Me peleo con ella?
Kurtis callaba. Recordaba.
- Yo intenté eso con tu madre.- reconoció.- Antes de que tú nacieras. Me alejé de ella durante unos años. Creía que la estaba salvando. Pero fui débil. No pude vivir sin ella. Me hacía desgraciado. Y entonces me di cuenta... que ella también había sido desgraciada. Y que me odiaba por haberla apartado. Porque ella quería estar ahí. Quería luchar por mí.
Ahora era Anna la que callaba. Miró de nuevo hacia los árboles que empezaban a verdear. La primavera se acercaba.
(...)
Cuando subió de nuevo a la habitación, Kurtis estaba consciente. Miraba a su alrededor con los ojos muy abiertos, como si no pudiese reconocer la habitación. Una fina película de sudor todavía cubría su piel, pero al tomarle la temperatura, ésta había descendido a niveles normales.
- ¿Qué tengo que hacer para que dejes de darme estos sustos? – suspiró Lara – Por lo visto tenías que dar la nota de alguna manera. ¿Cómo estás?
Él trató de enfocar la mirada, sin éxito. Así que cerró los ojos.
- He tenido una horrible pesadilla. Un chaval me desnudaba y me metía en una bañera llena de hielo.
- Ésa he sido yo.- Lara sonrió, retiró la sábana y examinó con ojo crítico las cicatrices del torso, ahora tiernas tras haber estado bajo el agua. – El chaval no lo has soñado, sin embargo. Se llama Ethan y es el enfermero que envía el hospital para tu rehabilitación.
- ¿Rehabilitación? – Kurtis frunció el ceño – Pensaba rehabilitarme solo. ¿Tan malo es?
Lara dio otro tirón a la sábana y lo destapó completamente. Kurtis bajó la mirada hacia sus piernas. Luego suspiró.
- Bienvenido al mundo de los mortales. – Lara sonrió – Pero no tienen peor pinta que las mías. En Egipto. Después del... accidente. Putai supo arreglarlas muy bien con sólo sus dos manos.- se estremeció al recordar aquel dolor. Luego sacudió la cabeza e intentó distraerse. No quería pensar en Putai. No otra vez. – Tú vas a tener mucho más. Sólo te quedarán cicatrices. Y no me importa. Me gustan tus cicatrices.
Lo cubrió de nuevo con la sábana, pero sin añadir la manta. Aún estaba demasiado caliente para ello.
- Nuevos costurones para la colección. – oyó decir a Kurtis. – Cuando me quiten los puntos podrás lamerlo.
Lara soltó un siseo entre dientes.
- Otra alusión como ésa y te haré una foto cuando te saquen de aquí en silla de ruedas para mandársela al coronel Kendrick. Yo creo que le va a encantar.
- No pienso usar una silla de ruedas.
- Ya me dirás entonces cómo sales de aquí. ¿Tengo que enseñarte otra vez tus piernas?
- Bueno... dame un respiro. Nunca me las había roto.
(...)
- Tienes que elegir, peque. Una verdad u otra. Pero sea la verdad que elijas, asume las consecuencias. Piénsalo bien.
Anna bajó la cabeza.
- Lo pensaré.
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