Capítulo 20: Dreamcatcher
El amanecer dio paso al pleno día lentamente. Lara lo apercibió en la prístina luz que entraba por la ventana. Parpadeó y entonces, recordó lo sucedido. Intentó moverse, pero entonces notó el peso encima de su cuerpo.
Kurtis yacía sobre ella, su cuerpo desnudo entrelazado con el suyo, la cabeza apoyada en su hombro, la enorme mano sobre su plano vientre. Estaban sobre la estrecha cama de la que había sido su habitación de niño, adonde habían llegado después de lo sucedido sobre la mesa de la cocina, que no había sido suficiente. Ni para él ni para ella. Sobre aquella pequeña cama en la que apenas ambos cabían, todo había vuelto a empezar.
Lara se sentía dolorida, tanto por fuera como por dentro, pero era un dolor conocido, grato, que ella misma había requerido y aceptado. El placer había sido incluso más fuerte, pero ahora se había desvanecido, mientras la molestia persistía. Un ridículo precio a pagar. Así era como ella lo quería.
El silencio invadía la casa. De pronto recordó, aturdida, que Anna aún no había aparecido y que Marie yacía muerta en la habitación de al lado. Y ellos... ellos simplemente habían estado...
Se movió de nuevo, levemente, y entonces Kurtis se despertó. Le oyó respirar profundamente y la mano ascendió de su vientre a su seno. Lara cerró los ojos. No estaba bien, aquel sexo hambriento y desesperado, mucho menos cuando las cosas no estaban habladas entre ellos, mucho menos con su hija desaparecida y la mujer que le había salvado la vida todavía de cuerpo presente. Pero al tanto que indecente, aquello había sido irremediablemente natural. Irremediablemente humano. El pulso de la vida, que nunca se detenía.
Notó cómo él se medio incorporaba y luego, sus labios sobre su seno, el esternón, ascendiendo por la garganta, hasta alcanzar los labios. Los abrió para él. Antes incluso de abrir los ojos sabía que aquella inmensidad azul de su mirada estaría sobre ella. Sus dedos le acariciaron el rostro.
Lara abrió los ojos y le miró. Sí, allí estaban aquellos ojos, húmedos, cansados, enrojecidos. A ella se le daba mal llorar, pero Kurtis no sabía llorar.
Él la observó en silencio durante unos instantes. Le pareció que quería decirle algo, pero luego cambió de opinión y empezó a levantarse.
Los muslos de Lara le atraparon las caderas, como siempre que quería retenerle.
- No.- susurró ella. – Aún no.
No sabía por qué hablaba en voz baja. Pero daba igual. Se apoyó sobre un codo y se quedó mirándola, bella, el cabello despeinado, los labios entreabiertos, respirando agitadamente de pronto.
- Una vez más.
- Lara...
- Una vez más. – ella le cogió la mano y la puso sobre su seno. - Sólo una vez más. Luego nos ocuparemos del resto.
Él dudó unos instantes, luego, se tendió de nuevo sobre ella.
(...)
La noticia de que Marie Cornel había muerto corrió como la pólvora. De pronto, muchas personas se congregaron frente a la cabaña, entre ellas, el chamán, Hok'ee, quien se enfrentó, furibundo, a Kurtis.
- Tu madre se moría y no nos dijiste nada. – le espetó. - Ella era tan parte de nosotros como de ti. La tradición requiere que muera acompañada.
- Murió en mis brazos, chamán.- contestó Kurtis con acritud. A su lado, Lara observaba al Navajo con el ceño fruncido. - No tenía más familia que yo. ¿Qué narices quieres ahora, Hok'ee?
- Debería haber estado presente, como chamán del clan. Tu madre ha muerto indefensa, y todos, tú, tu hija y esta mujer, habéis quedado sin mi protección, expuestos a los espíritus malignos.
- Qué sabes tú de espíritus malignos. - masculló Kurtis. – Y esta mujer es la madre de mi hija, así que en adelante te dirigirás a ella con respeto en mi presencia o te largarás de aquí.
Notó la mano de Lara apoyarse en su brazo al tiempo que Hok'ee se enderezaba:
- ¿Cuál va a ser tu próxima ofensa, Hashkeh? ¿Darle un entierro cristiano a tu madre?
- Ya basta. - se oyó una voz tras el chamán. Una mujer salió del grupo de observantes y se acercó a ellos. - Este tipo de discusiones son inútiles. Vamos a ocuparnos de Marie, que es lo único que podemos hacer ya.
Kurtis la conocía. Era Nizhoni, la esposa de Shilah, y había sido una de las personas más cercanas a Marie. El clan la quería y la respetaba casi tanto como a la fallecida curandera, pero al verla, Hok'ee frunció igualmente el ceño.
- La tradición dice que dos hombr...
- .... dos hombres desnudos, cubiertos de ceniza para protegerse de los malos espíritus, deben lavar y vestir el cadáver. - recitó Nizhoni, sin poder evitar un tinte de exasperación. – Sí lo sé, Hok'ee. Pero ella no quería eso. Nos lo dijo antes de partir. Nos dijo muchas cosas, y haremos lo que ella quería. - entonces miró a Kurtis – Si es que no te opones, Hashkeh.
Él negó levemente con la cabeza, y entonces Nizhoni hizo una señal y dos mujeres acudieron prestamente. Luego, la mujer sonrió a Lara:
- No te ofendas, por favor, pero al ser bilagáana...
- No importa. - dijo Lara. De todos modos, no tenía ganas de ver a Marie desnuda y mucho menos de participar en aquel ritual. Marie se había ido, todo lo demás era accesorio.
Al pasar en dirección a la casa, Nizhoni aún le dijo:
- Mi marido encontró a Anna vagando por la llanura, a pie y llevando al caballo por las riendas. La niña estaba rendida y el animal también, así que se han quedado esta noche en mi casa. La traeremos después.
- Gracias. – murmuró Lara.
(...)
Hok'ee habría querido que las antiguas tradiciones Navajo relativas a la muerte y el enterramiento quedaran inalterables, pero lo cierto es que hacía mucho que éstas se habían relajado, hasta el punto en que indistintamente, los Navajo preferían enterrarse ya fuera según sus tradiciones ancestrales, ya fuera con el rito funerario cristiano.
Sin embargo, Marie nunca había dado excesiva importancia a las tradiciones y tampoco había sido cristiana, por lo que al final, se procedió según ella habría querido, confiando aquellas mujeres en lo que ella les había dicho y en su propia intuición.
Nizhoni y sus dos ayudantes no hicieron preguntas ni perdieron el tiempo. Rodeando la cama, desvistieron a Marie, lavaron cuidadosamente su cuerpo y la vistieron con las mejores ropas que encontraron en su armario.
- Ella tenía un dreamcatcher siempre colgando del cuello, ¿dónde está? – preguntó una de las mujeres, mientras cepillaba cuidadosamente el blanco pelo de la muerta.
- Lo tiene Anna ahora. - musitó Nizhoni, apartando de su mente el momento en que Shilah le había traído a la niña extraviada. Entonces se giró hacia la otra mujer, que estaba deslizando los mocasines en los pies del cadáver. - Pero ¿qué estás haciendo, Dezba?
La aludida había colocado los mocasines al revés, el derecho en el pie izquierdo y el izquierdo en el pie derecho.
- Hay que intercambiar los mocasines. – se defendió la aludida – Es la tradición.
Nizhoni sacudió la cabeza, recordando la cara que la misma Marie ponía cada vez que intercambiaban los mocasines a los muertos, pero no dijo nada. Hok'ee había acabado con su limitada paciencia.
Cuando terminaron de prepararla, Kurtis, Shilah, que había llegado, y otros dos fuertes hombres Navajo entraron y la levantaron. Cargándola sobre sus hombros, la sacaron afuera y caminaron hacia la llanura donde estaba el cementerio. Kurtis se dio cuenta de que el caballo que iba delante de ellos, cargando algunas escasas pertenencias de su madre, era Niyol, por lo que Anna debía estar allí. Pero no la vio entre la multitud que empezó a seguirlos hacia el cementerio, aunque la tradición prohibiera que nadie más acompañara el cortejo y que desde luego, nadie observara el lugar de la tumba, todas medidas para purgar y ahuyentar los malos espíritus.
Y, en cierto modo, era una suerte que las antiguas tradiciones ya no se observaran a rajatabla, pues éstas determinaban que el caballo que portaba las pertenencias del muerto debía ser sacrificado. Pero nadie tocaría un pelo a Niyol.
Durante un momento, Kurtis volvió la vista. El clan entero les seguía, en silencio, sin gritos, sin lágrimas, sin manifestaciones extremas de dolor, que se consideraban peligrosas en aquella cultura, atractivas para los malos espíritus a los que, a pesar de todo, seguían temiendo.
Pero allí estaban, desafiándolos, siguiendo al cortejo en silencio.
Todos querían despedirse de Marie Cornel.
(...)
La fosa fue cavada en la tierra mientras Hok'ee entonaba sus plegarias. Todos se habían congregado alrededor de ella, ignorando la mirada fruncida del chamán. El cuerpo de Marie, envuelto ahora en su alegre chal de colores, reposaba en el suelo a la espera de ser colocado.
Los cuatro hombres que la habían transportado cavaron como era esperado, aunque al final, Shilah y los otros dos salieron de la fosa y dejaron terminar a Kurtis, que cumplía mecánica e inexpresivamente con su tarea. Nadie le recriminó su actitud. Aquello era lo natural en él.
Lara se había colocado entre las mujeres y los hombres, no sintiéndose ni parte de unos ni de otros allí. Ella era una blanca, una extranjera. Bilagáana.
Entonces vio a Anna. Había salido de entre las mujeres. Nizhoni la sostenía y se inclinó para susurrarle algo al oído, pero ella negó enérgicamente y se plantó en primera fila, frente a la fosa.
Llevaba al cuello, sobre el pecho, un objeto que inmediatamente reconoció. El dreamcatcher. Lara se estremeció mientras los recuerdos volvían a ella. Aquel objeto que había sobrevivido a casi tanto como ellos. La primera vez que lo había visto, hacía dieciséis años, cuando Kurtis lo había besado en su presencia. El amuleto de Marie, la curandera que no creía en amuletos.
Anna estaba pálida, despeinada, y con los ojos y la nariz hinchados de tanto llorar, pero en ese momento parecía tranquila. Miró fijamente la fosa, luego a su padre, que en ese momento arrojaba la pala a un lado; luego al cuerpo de su abuela en el suelo, y al alzar la vista, vio a su madre.
Como empujada por un resorte, fue hacia ella. Lara la rodeó con un brazo y la atrajo hacia sí mientras sentía todos los ojos clavados en ellas. Cuando estaban una junto a la otra se hacía evidente lo mucho que se parecían, así como el hecho, en realidad irrelevante, de que Anna era, como su padre, mestiza.
Hok'ee dio otro paso hacia adelante y luego miró con ojo crítico a todos los que habían desafiado a los malos espíritus por estar allí. Bueno, al menos les daría un discurso que recordar.
- Una sanadora vino a nosotros. – entonó. - Se llamaba Marie Cornel.
Lara notó que su hija se abrazaba a su cintura y la estrechaba con fuerza.
- Mamá. - murmuró. - Mamá, mi visión.
Shilah se inclinó, tomó el cuerpo de Marie y lo entregó a Kurtis, que aún estaba en la fosa. El hijo depositó a su madre en la tierra, cuidadosamente, como si aún pudiera sentir dolor. Entonces, el pastor Navajo le tendió un bulto envuelto en una tela también de colores. Todos sabían lo que era: los huesos de su difunto marido, el bilagáana Konstantin Heissturm, que Marie había pedido que descansaran con ella. Kurtis lo colocó sobre el cuerpo de su madre. Luego salió de la fosa con un impulso.
- La vida es un ciclo constante. Muerte y vida, vida y muerte, el orden natural de las cosas, el destino de todos los seres vivos. No lloramos a los que mueren alcanzando su propósito. No lloraremos por Marie Cornel. – Hok'ee paseó su mirada alrededor. Había un profundo silencio. - En su lugar, damos gracias por Marie Cornel. Aunque vinculó su sangre a los bilagáana, no se olvidó de nuestro pueblo. Ella curó nuestras heridas, acompañó a nuestros enfermos, trajo nuestros hijos al mundo, despidió a nuestros muertos. Ahora la despedimos a ella, confiando en que encuentre en paz el camino al mundo de los espíritus. No habrá otra como ella.
- ¡No habrá otra como ella! – gritó entonces Nizhoni.
- ¡No habrá otra como ella! – repitieron a su vez, varias personas de la multitud, hombres y mujeres, jóvenes y viejos.
- No habrá otra como ella. - murmuró Lara. Sólo Anna la oyó. La niña levantó la cabeza. Su madre estaba tranquila, serena, con la mirada fija en Kurtis, quien, ajeno a todo y todos, tomó de nuevo la pala y empezó a cubrir de tierra a su madre.
- La tierra cubriendo el cuerpo envuelto en telas de colores. – murmuró entonces Anna, como ausente. El Don se lo había mostrado. – Adiós, abuela.
Y eso fue todo.
(...)
El resto, lo recordaba como en una niebla extraña. Los rostros a su alrededor, hombres y mujeres, estrechándole el hombro con afecto, diciendo maravillas de la que se había ido. Los niños, tristes y silenciosos. Una de las hijas pequeñas de Nizhoni le había traído una flor, que todavía llevaba guardada en el bolsillo de la chaqueta.
Pero ella no tenía ganas de ver a nadie, ni de hablar con nadie. Tomó a Niyol de las riendas, lo devolvió al establo y lo cepilló durante largo rato. El pobre animal estaba exhausto, pero aún así, cariñoso, le pasó el suave morro por el rostro, como intuyendo su pesar. Lo acarició con dulzura, mientras los ojos le ardían, ya tan cansada que no arrancaba a llorar.
Cuando salió del establo, observó que Shilah, cauteloso, había estado vigilándola. Sea como fuere, ningún adulto la dejaba sola.
- Ya te puedes ir, Shilah.- masculló – Vete con tu mujer. No soy un bebé para que andes detrás de mí.
Él no pareció molesto por sus palabras, pero tampoco se movió de su sitio. Sólo cuando la muchacha subió los escalones y entró en la cabaña, dio media vuelta a su caballo y se alejó.
Sus padres estaban en la pequeña y mal iluminada cocina. Estaba anocheciendo, y se quedó durante un momento detrás de la mosquitera, observando en silencio.
Su padre estaba sentado en una silla, con aspecto agotado y abatido. Se había desnudado de cintura para arriba, y su madre estaba limpiándole las heridas que todavía tenía y cambiando los parches sucios por unos frescos.
Algo había cambiado entre sus padres, era evidente. Y no porque su madre estuviese curándole las heridas. Había un aire distinto entre ellos, incluso en la forma en que ella le limpiaba el corte de la garganta y él se dejaba hacer sumisamente. Lara observaba con el ceño fruncido la herida, pero la mano que pasaba el algodón por el cuello lo hacía suavemente, delicadamente.
- Se ha infectado. – oyó que le decía, suspirando.- No tenía ni idea de que había intentado estrangularte con un cable. ¿Por qué no me lo habías dicho? Si no llego a verlo...
Kurtis se encogió de hombros. Lara volvió a suspirar, cansada, y arrojó el algodón en una cubeta con vendas sucias. Luego volvió a cubrir la herida.
- ¿Cómo está tu espalda? – dijo él, en cambio – Ayer no me acordé...
- Shhh.- cortó ella – Está bien. Cosida y limpia. Mejor que esto. Tengo que... - y de pronto alzó la voz – Está bien, Anna, ya vale. Entra de una vez.
Anna enrojeció de golpe. Luego empujó la tela mosquitera y entró.
- Yo, eh...
- ¿Qué te tengo dicho sobre escuchar conversaciones a escondidas?
La niña cambió el peso de un pie a otro, incómoda.
- Vale, es verdad. Lo siento. No volveré a hacerlo.
- Y... ¿qué más?
Anna alzó la vista hacia su padre.
- Yo, eh... papá, siento lo que hice ayer.
Kurtis habló con lentitud.
- Saliste corriendo como una loca a campo abierto, en plena noche. Has tenido a Shilah y a Nizhoni en vilo, detrás de ti. Has machacado al pobre Niyol. No es una bestia de carga para que lo trates así.
Ella bajó la vista, avergonzada.
- Perdón. Tampoco volveré a hacerlo.
- Y ahora intenta dormir un rato. Debes estar hecha polvo.
Sí que lo estaba. Todavía mirando al suelo, se escurrió por el lateral de la cocina, percibiendo, sorprendida, que el juego de té de su abuela estaba hecho pedazos en el fregadero, que alguien habría fregado la pared de la izquierda con fuerza y apestaba a lejía, cosa que no había percibido antes porque se mezclaba con el olor del desinfectante que su madre estaba usando en las heridas de su padre. ¿Qué puñetas ha pasado aquí?, pensó. Pero estaba demasiado cansada para darle vueltas.
Sin embargo, antes de salir hacia su cuarto, aún se volvió un momento.
- ¿Papá?
- ¿Hmm?
Dudó un momento. Luego suspiró.
- Lo que te dije ayer... lo siento mucho. Estaba enfadada. Pero no era verdad.
- Lo sé, Anna. Ve a descansar.
Cuando se hizo un ovillo sobre su cama, notó el pinchazo del dreamcatcher contra su piel bajo el jersey. Sólo quería dormir. Dormir y no soñar.
(...)
Mientras cubría la herida otra vez, decidieron que Anna debía volver a Inglaterra. Eran demasiadas emociones en tan poco tiempo. La chica estaba destrozada. Necesitaba volver a casa, relajarse, distraerse, quizá reincorporarse el curso escolar que había comenzado sin ella. Pero la reinserción sería dolorosa. Llevaría tiempo.
Dejaron para más tarde la cuestión pendiente entre ellos. Aunque acabó saliendo.
- Y tú, ¿qué? – dijo Lara.
Para entonces, él estaba sentado en los escalones del porche, fumando lentamente. Ella, a pocos pasos, de pie frente al mismo, su silueta levemente iluminada por la luz que salía del interior de la casa.
Kurtis la miró. Luego se encogió de hombros una vez más.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a volver a Inglaterra?
Él se quedó observándola en silencio, mirándole fijamente. Aquellos ojos. Los ojos de los Heissturm.
- ¿Quieres que vuelva a Inglaterra? – soltó él de pronto, su voz más ácida de lo que hubiese querido.
Lara tragó saliva levemente.
- Las puertas de la mansión Croft siempre están abiertas para ti, ya lo sabes.
Kurtis exhaló el humo, arrojó el cigarrillo al suelo y lo pisó.
- No es eso lo que te estoy preguntado. – y clavó de nuevo en ella aquella mirada imposible.
Lara sintió un leve temblor en la parte trasera de las piernas, pero se mantuvo firme. Luego parpadeó y cambió de peso la pierna.
- Sí. – admitió al fin – Sí, quiero que vuelvas.
Él siguió mirándola durante unos instantes, luego apartó la vista.
- No puedo. Todavía hay mucho que hacer. Ejecutar el testamento de mi madre, repartir sus propiedades... lo ha dejado todo a los Diné. Lo poco que tenía. Shilah y Nizhoni recibirán la casa y el ganado. Ellos vendrán aquí a vivir.
Lara asintió.
- Entonces, te esperaré. – él volvió a mirarla, como si no la creyera - Tu lugar está con nosotras. Siempre lo ha estado.
Se acuclilló ante él y le aferró las manos. Estaban frías.
- Yo también he dicho cosas de las que me arrepiento.- susurró con suavidad – La mayor parte de ellas no era verdad. Ahora lo lamento. – apretó con fuerza sus dedos – Tengo algo que decirte, y algunas cosas que tenemos que hablar, pero no aquí ni ahora. Cuando vuelvas a Inglaterra. Si es que quieres volver.
Él sonrió débilmente. Al fin.
- Volveré.
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