Capítulo 18: Dolor
Dicen que quien sufre muchas heridas, o padece una larga enfermedad, se acaba acostumbrando al dolor. No es verdad. El dolor siempre es algo nuevo, por más que resulte familiar. El dolor no genera tolerancia. Se sufre, porque no queda más remedio. Pero no existe posibilidad de acostumbrarse. El dolor es el dolor.
Tumbada boca abajo en una camilla, con una vía abierta en un brazo y otra bombeando sangre ajena en el otro, Lara notó cómo trabajaban dentro de su herida. A su lado, Anna le sostenía con fuerza la mano, a pesar de que le había dicho que no era necesario. Aunque era altamente irregular, dadas las circunstancias, le habían permitido estar con ella.
Lara había rechazado la anestesia general. Con la local era más que suficiente, les había dicho. La contrapartida era que tenía que sentir cómo tiraban, abrían, cosían, hurgaban en su carne y tendones; incluso percibía el raspado del instrumento quirúrgico contra el hueso del omoplato. Era desagradable, pero al menos no era dolor.
- ¿Qué tal pinta? – murmuró, mirando de reojo a su hija, la única manera en que podía mirarla.
Anna contemplaba horrorizada la carnicería en la espalda de su madre.
- Genial.- mintió, con voz ronca.
Pero ambas sabían que la herida no era ya problemática. Que sanaría. Que viviría para contarlo. Las apariencias engañaban, y Lara había pasado por cosas mucho peores. Aun así, era una visión desagradable, para quien no fuese doctor en medicina.
- No deberías estar aquí.- le dijo Lara – Deberías esperar fuera, ir a ver a las otras.
- Quiero estar aquí.- respondió Anna, lacónica, y apretó con más fuerza sus dedos.
(...)
Lenta, concienzudamente, se deshicieron del cadáver.
Ella quiso ayudarle, y Kurtis no encontró motivo por el que negarse. Le hacían falta un buen par extra de brazos, y aunque los de Bárbara no eran los más fuertes, era mejor que cargar con toda la tarea él sólo.
No se paró a preguntarle si iba a tener estómago para aquello. La verdad es que estaban actuando contrarreloj y no había tiempo que perder. Cuanto más tiempo dejaran pasar con un muerto entre las manos, peor para todos. Sin embargo, no tuvo de qué preocuparse. Algunas cosas nunca cambian, y ella tenía estómago para aquello y para cosas peores.
Ahuyentadas las ratas, tomaron lo que quedaba del hombre que había sido Adolf Schäffer y lo disolvieron en una tina de ácido. Todas las medidas de protección fueron tomadas. Trabajaron con eficiencia y dedicación, pese a lo cual, ella no pudo estarse callada.
- Tenías todo esto preparado... ¿desde el principio?
Claro que no había contado con lo evidente; que Kurtis no era un hombre hablador. Él se limitó a ignorarla.
- Me cuesta creer que hayas cazado y matado de hambre todas estas ratas sólo para... esto.
Silencio.
- ¿No deberíamos haberlo quemado?
Ahí sí que respondió.
- Eso sería una insensatez. Es más lento. Generaríamos humo, nos verían; carbonilla y cenizas, que acabarían encontrando, por no hablar del olor a carne quemada, que tarda meses en desprenderse de todo. El ácido no deja rastro. Y es rápido.
- No cabe duda de que tienes experiencia en esto.
Silencio otra vez.
Ella llegó a vomitar un par de veces más, vómito que tuvo que limpiar escrupulosamente, como hizo con su primera arcada. Kurtis ni se inmutó. Hizo lo que tenía que hacer sin que su expresión se alterara lo más mínimo.
El cuerpo se disolvió relativamente rápido, pero el resultado fue una masa repugnante a la que no se le podía dar nombre. La vertieron en un bidón metálico, para luego, sin pausa alguna, fabricar cemento fresco a mano en la misma tina en que habían vertido el ácido. Luego, vertieron la pasta en el interior del bidón, donde se mezcló con su repulsivo contenido. Finalmente, Kurtis lo selló.
Se pasaron el resto de la tarde limpiando todos los restos, y finalmente, él envolvió los materiales y equipo utilizados, los metió en otro bidón y los selló también. Anochecía cuando se desplomaron a la entrada de la cueva. Ninguno había intercambiado una palabra en horas.
(...)
El dolor es el dolor. Marie Cornel lo sabía, y como cualquier otro ser humano del mundo, no podía acostumbrarse a él. Pero lo conocía bien, y el conocimiento era poder. Cuando se conocía bien al enemigo, se dejaba de temerlo. Respetarlo, sí, claro, pero no temerlo.
Marie había sobrevivido, y eso era lo que más la perturbaba. Al caer en su propia silla en medio de la multitud, la gente que había debajo de ella había contribuido a amortiguar su caída. Y luego, la explosión los había barrido, pero no alcanzado. Huesos rotos y contusiones era cuanto habían recolectado los de ese lado del escenario, y podían darse por afortunados.
Y ella, ¿qué tenía? Una muñeca rota. Eso era todo.
Selma Al-Jazira le había salvado la vida.
Sentada en una silla de ruedas, con el brazo vendado y tras una lona de vinilo, miraba con expresión desdichada los cuidados que la muchacha turca estaba recibiendo. Ella sí estaba grave. Ella sí no estaba en condiciones de requerir nada más que la más absoluta anestesia general; pues aquella cura era el epítome del dolor más intenso, y nadie se merecía tal sufrimiento.
Con el corazón en un puño, Marie observó cómo los dedos cuidadosos, dedicados, de médicos y enfermeros trabajaban sobre Selma. Tenía la espalda quemada. Piel y grasa fundidas con los restos del vestido. Cuando levantaban la tela para intentar separarla del cuerpo, piel y carne se desprendían junto con la tela.
Dios, gracias al cielo que estaba completamente sedada.
No está bien, pensó Marie, sintiéndose desdichada. No es justo. Ella debería haber saltado. Debería haberse salvado. ¿Quién soy yo? Una vieja que de todos modos va a morir. Esto está mal. No debió haberme salvado...
Tanto sufrimiento inútil la agotaba. Se llevaba lo último de sus ganas de vivir.
Marie estaba cansada. Muy cansada.
(...)
Kurtis desenroscó el tapón de la botella, se la llevó a los labios y echó un trago. Y otro. Y otro. Al notar el familiar fuego que descendía por su garganta, echó la cabeza atrás y cerró los ojos. Y otra vez aquella voz insidiosa:
- ¿Eso es lo que haces después de matar a alguien? ¿Emborracharte?
El exlegionario estiró el brazo con la botella.
- Bebe y calla.
Pensó que Bárbara le iba a replicar, pero en lugar de eso la mujer cogió la botella y probó el licor. Casi inmediatamente los ojos se le llenaron de lágrimas y empezó a toser descontroladamente. Cuando recuperó el aliento, dejó la botella a un lado.
- Esto es repugnante. No sé cómo puedes beberlo.
- Hmm-hmm.
Luego, el hombre hurgó en su abrigo y sacó otro cigarrillo. Lo encendió mientras escrutaba las estrellas.
- ¿No deberíamos volver? Nos estarán buscando. – inquirió ella, arrebujándose en su chaqueta, demasiado grande para ella.
- No podemos. – Kurtis exhaló el humo lentamente – Si nos acercamos ahora la policía nos interrogará, preguntará dónde hemos estado, qué hemos hecho. Y no sé tú, pero en mi caso intento evitar siempre que puedo a la policía. No me conviene.
- Por qué no me sorprende.- murmuró ella. Luego miró a su alrededor – No puedo creer lo que hemos hecho.
Kurtis rio suavemente.
- Has hecho cosas bastante peores.
Quizá fue el tono con el que lo dijo, o quizá porque era absurdo seguir retrasando el momento. Bárbara se levantó y lo encaró.
- ¿Y ahora qué?
- Ahora qué, ¿qué?
Ella puso los brazos en jarra, pero Kurtis se dio cuenta de que no era más que una estratagema para aparentar calma. Las manos le temblaban.
- Está muerto. Hemos llegado al final del acuerdo.
Él la observó durante unos instantes, luego aplastó el cigarrillo en la roca y se incorporó levemente.
- Lo inteligente – comentó – sería matarte y meterte en uno de esos bidones que pronto estarán de camino al mar. Y no es algo que suela consultar con nadie, pero dudo mucho que se me pueda culpar de ello.
Bárbara parpadeó lentamente.
- Siempre que no me eches a las ratas...
Kurtis la miró fijamente durante unos instantes, luego, apartó la vista.
- Vete.
Durante un momento, no se oyó más que el murmullo de los grillos nocturnos.
- ¿C-cómo?
- Vete.- repitió él – Eres libre, ¿no? Pues da media vuelta y lárgate. – se reclinó otra vez sobre la roca – Te prometo que no te dispararé por la espalda, ni nada parecido.
Ella le observó en silencio durante unos segundos, y luego, instintivamente, se arrebujó de nuevo en su chaqueta.
- ¿Así que esto es todo? ¿Esto es el fin?
- ¿Y qué más quieres? Enhorabuena, has sobrevivido. Y ahora, largo.
Bárbara asintió solemnemente.
- Gracias, Kurtis Tr-
- No me des las gracias.- cortó él, bruscamente. – No te confundas, tú y yo no somos, ni seremos nunca, amigos. Teníamos un trato. Trato cumplido. Tú tienes lo que querías y yo también. A cambio de eso, te dejo marchar.
Ella cambió el peso de un pie a otro.
- No puede ser sólo eso.
- No.- reconoció él, con calma – Sé perfectamente lo que te debo. Sin ti, yo no podría haber derrotado a esa cosa monstruosa que tú, por otra parte, habías invocado. Sin ti, yo no estaría vivo, así como tampoco lo estarían Lara y mi hija. Tú nos trajiste de vuelta tanto como yo mismo. Sin ti, tampoco habría podido capturar a ese hijo de puta. Y ayer me salvaste la vida.- entonces se levantó de un salto y fue hasta ella, colocando su rostro a pocos centímetros del suyo. Ella no se movió – Pero no te confundas, Betsabé. – masculló su antiguo nombre como quien escupe una maldición. – Me imagino lo que piensan otros hombres cuando te miran, pero a mí se me revuelven las tripas con sólo de verte. Tu cara me evoca horrores. Te miro, y veo a Lara desangrándose en el suelo por un tiro. La entregaste a un jefe mafioso para que la matara. Te miro, y es la cara que tenía delante mientras me torturaban y humillaban sin fin. Te miro, y recuerdo cómo dejaste a Lara en manos de aquel ser infernal, y cómo le arrancaste a mi hija de las entrañas para dársela de comer a tu repulsiva diosa. Te miro, y es todo lo que veo.
Ella había bajado la mirada.
- Pensé que me habías perdonado.
Él se apartó de ella.
- Perdonar no es olvidar. Así que aquí tienes mi regalo: eres libre, y estás viva. Vete y vive tu vida lo mejor que puedas. Pero no quiero verte nunca más. ¿Comprendes? Ahora, desaparece.
En silencio, ella recogió sus cosas, con calma aparente, sin miedo, sin tristeza. Pero antes de alejarse, aún se volvió una última vez.
- A pesar de todo, eres un buen hombre, Kurtis Trent. Te deseo suerte.
Él sacudió la cabeza.
- No soy un buen hombre. – replicó – Soy un hombre de palabra. No te quiero ver nunca más, y mucho menos cerca de mi hija. Estamos en paz, pero si te acercas a ella, será la última vez que lo hagas.
Ella asintió quedamente, y luego dio media vuelta, y se alejó.
(...)
- Y... ¿cuándo despertará?
Marie se encogió de hombros. Al menos, todo lo que podía con un brazo vendado.
- Es difícil decirlo. Las quemaduras son graves, y muy dolorosas. Los médicos la mantendrán sedada hasta que mejore, pero será un proceso lento.
Soltando un hondo suspiro, Zip se sentó a su lado y se frotó el rostro con las manos. Si esperaba una lluvia de reproches por parte de la anciana mujer, ésta lo sorprendió manteniendo el silencio. Aun así, necesitaba expiar el sentimiento de culpa, así que empezó a hablar:
- No sé qué ha fallado, Marie. Todo estaba controlado. Habíamos comprobado el perímetro miles de veces. Kurtis comprobó el bajo del escenario sólo quince minutos antes... ¡quince minutos! – susurró en voz baja, llevado por la rabia – Y allí no había nada. ¡No había nada!
Marie suspiró.
- No te atormentes. Ese hombre era un fuera de serie. La Cábala siempre contrataba los mejores, y éste tenía lo peor: motivos personales. – se volvió hacia él - ¿Cómo está mi hijo?
Zip volvió a suspirar y se frotó los ojos esta vez.
- Está furioso.
- Me lo puedo imaginar. Entonces no está grave.
- No, jefa. Sólo heridas de poca importancia. – omitió decir que Schäffer casi había logrado estrangularlo con un cable - ¿Lara? ¿El monstruito?
Marie volvió a mirar al frente.
- Anna no tiene ni una sola herida, está ilesa. - Pero de las heridas que tiene dentro no habla nadie, pensó desalentada – Y Lara se recuperará. Le han cosido la herida y le han puesto sangre.
- Croft siempre se recupera. No esperaba menos de ella.
Y ninguno habló de los diez muertos y más de cuarenta heridos que también estaban allí, en aquel improvisado hospital de campaña. Porque no valía la pena hablar de lo que era obvio.
Daño colateral, lo llamaban. Marie tenía otro nombre para eso. Muerte de inocentes.
(...)
Llegó al aeropuerto de Ankara una semana después. Con poco más que una mochila y un bolso, la mujer llamada Bárbara Standford obtuvo su tarjeta de embarque para París. Empezaría por allí, luego... ya se vería.
Compró un periódico y se sentó a esperar la llamada para su vuelo cerca de la puerta de embarque. Las noticias todavía hablaban del atentado de Göreme, que no había sido reivindicado por nadie. Doce muertos, ahora. Y decenas de heridos, entre ellos, la famosa exploradora británica Lara Croft, que, sin embargo, sobreviviría.
Cómo no, pensó. Entonces se dio cuenta de que había alguien ante ella. Alzó lentamente la vista, esta vez con calma, sin miedo. Él ya no estaba. Él se había ido.
Un muchacho joven la observaba de esa manera en que los hombres observan a las mujeres, y que tanto asco le daba. Se preguntó si algún día dejaría de darle asco.
- Lárgate de aquí. – le espetó cuando él abrió la boca para hablar – Fuera.
Le sostuvo la mirada durante unos momentos. La sonrisa socarrona murió en el rostro del joven.
Si supieras lo que soy... lo que he sido, estarías de rodillas, temblando de miedo. Gusano infame.
Algo debió de leer en su mirada. El chico dio media vuelta y se alejó, perplejo.
Soltando un suspiro, Bárbara se reclinó de nuevo en el asiento y se relajó. Dejando aparte el periódico, miró hacia el horizonte.
Una nueva vida empezaba para ella, y no pensaba vivirla con miedo. Nunca más.
(...)
La vio salir trotando por la puerta principal y mirar a su alrededor, expectante. Había empezado a caer una fina lluvia, fría, pero ella pareció no notarla. Entonces lo vio, oculto en un entrante de garaje y la cara se le iluminó. Cruzó la calle corriendo, ignorando el claxon del vehículo que casi se le cruzó y los improperios en turco del conductor al que ignoró.
Se arrojó en sus brazos.
- ¡Papá! – gritó, hundiendo el rostro en su pecho - ¿Estás bien?
No tenía ni idea de lo mucho que necesitaba abrazar a su hija hasta que la tuvo entre sus brazos. La estrechó con fuerza. Mi niña valiente. Le acarició los cabellos castaños, ahora mojados.
- Eh, vamos.- le palmeó la cabeza con afecto.- No pasa nada.
Luego se acuclilló ante ella y la observó detenidamente:
- ¿Cómo estás?
Anna se encogió de hombros.
- Bien, claro. Yo no tengo nada. Mamá se puso delante.- suspiró – Pero no te preocupes, ella se pondrá bien. La abuela Marie sólo tiene una muñeca rota. La que peor está es tía Selma. La pobre se quemó. – se frotó los ojos para esconder las nacientes lágrimas – Pero no sufre, la tienen dormida porque tío Zip dice que si estuviera despierta, estaría aullando. Pobre tío Zip, está destrozado.
Kurtis asintió.
- Hablaré con él. Pero quiero que me digas cómo te sientes. – le acarició la mejilla – Las cosas no nos han ido exactamente bien, ¿eh, chica?
Al moverse, la niña se dio cuenta del parche que su padre llevaba en la garganta. Tras dos días, su ronquera había mejorado, pero no se le escapó el detalle.
- Estás herido.- murmuró ella.
- No es nada. Hubo una pelea. Corta.
- ¿Y él...?
- Ya no nos tenemos que preocupar de él.
- ¿Lo has matado?
Silencio.
- Papá, no soy ninguna cría.
No, no lo eres. Ya no.
- He hecho lo que tenía que hacer.- contestó, muy a su pesar – Ese hombre ya no nos hará más daño.
Anna asintió. Luego, murmuró:
- Yo, eh... lo siento... he fallado...
- No importa. Ya es parte del pasado.
- A lo mejor si... yo podría...
Kurtis movió la mano frente a su rostro.
- Olvídalo, Anna. El Don es muy difícil de controlar, y la visión es inexacta. Ni siquiera yo llegué a dominarla plenamente. Lo que te ha pasado es lo más común. Pero te entrenaré para que lo hagas lo mejor posible. Ahora no quiero que te sientas culpable, porque no ha sido culpa tuya. No era tu responsabilidad, y difícilmente podría haber salido de otro modo. ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
- Ésa es mi chica.
Se levantó, pero entonces notó que ella le cogía del brazo.
- ¿Y Betsabé? ¿Dónde está? ¿Qué ha sido de ella?
Anna se resistía a llamarla por su nuevo nombre.
- Está bien, salió ilesa, como tú. Se ha ido.
- ¿Se ha ido?
- No tenía nada más que hacer aquí. La he echado.
La niña le observó con un ceño fruncido.
- ¿Seguro?
- Anna Croft, no creerás que soy un mentiroso, ¿verdad?
- No, no, sólo que...
- La he dejado marchar.
- Vale.
Y eso fue todo.
(...)
Aún tuvo que esperar dos días para que la policía despejara el hospital de Göreme, adonde habían trasladado a los heridos después de que las atenciones más urgentes hubieran tenido lugar en el improvisado lugar de campaña. En esos dos días, Kurtis se encargó de hacer desaparecer los bidones que contenían las pruebas de su culpabilidad. Luego, se vistió de paisano y por fin pudo ver a Lara.
La encontró junto a Selma. La arqueóloga había sido trasladada a una habitación individual. Todavía no podía estar tumbada sobre su espalda... y tardaría mucho tiempo en poder hacerlo. Por lo que Kurtis sabía sobre quemaduras, y alguna idea tenía, pasarían meses antes de que una suerte de piel nueva, reptil, correosa se formara sobre la carne viva y expuesta. Y esa piel nunca tendría una apariencia agradable, pero sería piel. Sería vida.
Estuvo unos segundos parado en el dintel de la puerta, observando a la mujer que amaba inclinarse y apartar el cabello de la mujer quemada. Lara no tenía mal aspecto fuera de la palidez y de los círculos oscuros bajo los ojos. Tenía el brazo izquierdo vendado e inmovilizado sobre el torso, pero no era el brazo lo que se había herido: todo iba encaminado a que no forzase la articulación del hombro, y por extensión el omoplato, en absoluto.
Entonces se aclaró la garganta discretamente, y ella alzó la vista, y le sonrió. Dios, las cosas que era capaz de hacer por aquella sonrisa. Pero fue involuntario, más por el alivio y la alegría de verle, aunque para él fue suficiente. Luego la expresión de ella se endureció e hizo ademán de levantarse.
- No.- dijo él, y se acercó, poniéndole una mano sobre el hombro del brazo libre. Luego examinó con aire crítico el espeso vendaje de la espalda - ¿Cómo estás?
- Yo estoy bien. Soy una chica con suerte.- Lara no pudo evitar una mueca amarga – Sólo unos cuantos puntos y una bolsa de sangre. Me tendré que apuntar a la próxima campaña de donación.
- ¿Te duele?
- Tonto sobreprotector.
Se le escapó sin querer, fuerza de la costumbre. Aquellas palabras fueron como un gatillo para Kurtis; simplemente lo activaron. Se inclinó sobre ella, la rodeó con un brazo y la besó. Con fuerza.
Lara se dejó llevar. No era lo correcto, menos en aquellas circunstancias, pero Dios, cómo lo había necesitado. Se dejó besar. Lenta, dulcemente. Había echado de menos aquel sabor.
- Uau.- se oyó una voz débil, quebradiza, a su lado.- Así da gusto despertarse.
Se separaron, sin aliento, para encontrarse con el rostro de Selma Al-Jazira, los ojos bien abiertos, mirándolos fijamente, con la boca entreabierta en una sonrisita traviesa. Lara no pudo evitar sonrojarse. Otra que se activaba a la mínima estupidez.
Kurtis se arrodilló a su lado y apretó suavemente el brazo lleno de goteros.
- ¿Cómo estás?
- Muerta por dentro y todo me duele.- la turca rio con suavidad – Creo que alguien me ha pelado la espalda con un rayador de queso. Aparte de eso, sobreviviré. ¿Qué tal los demás? – y entonces los ojos se le agrandaron, aterrados – Oh Dios mío, tu madre, Kurtis... la empujé...
- Mi madre está bien.- cortó él – Sólo se ha roto una muñeca. Le salvaste la vida, Selma. Nunca te podré compensar por ello. Y yo te he fallado. Perdóname.
Selma parpadeó lentamente y trató de enfocar la vista. Todavía seguía bajo los efectos sedativos.
- Oh, Kurtis.... – suspiró – No fue culpa tuya. ¿Él...se...?
- No ha escapado.- cortó él de nuevo. – Me he encargado de él.
Ella cerró los ojos.
- Entonces no has fallado, tonto.
- No le hagas caso.- sonrió Lara – Siempre le ha gustado culparse por todo lo que sale mal. Creo que es una parafilia suya.
En ese momento entró Zip llevando una bolsa con hamburguesas y patatas fritas. ¿Es que no sabe comer otra cosa?, pensó Lara. Al ver a Kurtis inclinado sobre Selma, dejó caer la comida sobre una silla y corrió a su lado.
- Eh, princesa... mi princesa – le acarició el cabello, sin importarle que Lara y Kurtis estuvieran mirando - ¿Cómo estás? ¿Te duele? No tendrías que estar despierta. Voy a llamar a los médicos...
Selma intentó estirar un brazo.
- Espera, espera... aún no. Quiero saber... ¿Anna está bien?
- Sí, princesa, el pequeño monstruo está con la señora Cornel. Están bien las dos.
- Entonces sólo una cosa más.- inspiró profundamente – Kurtis, siento lo del monumento. La estatua de tu padre y eso. Sé que lo odiaste.
Kurtis la miró, perplejo, durante unos momentos. Luego se pasó la mano por la cara y se echó a reír.
Lara se le unió después, contagiada por él. No era habitual oírlo reír. Y al poco, estaban los tres riendo, excepto Selma, que los miraba confundidos.
- Eh, bueno, yo... no entiendo nada.
- El monumento era feo de cojones, princesa. – dijo Zip al final, encogiéndose de hombros – Es una pena que nuestro terrorista esté criando malvas, debería haberle dado las gracias. Yo también le hubiese puesto una bomba a esa cosa.
Las risas arreciaron. Y al final, Selma también se echó a reír.
Pero no os vais a librar de él, juró en silencio. En cuanto salga de aquí, lo mando construir.
(...)
Kurtis alcanzó a Zip en el pasillo, cuando se dirigía a avisar a los médicos.
- Espera. – lo detuvo, cogiéndolo por el hombro. – Tengo algo que decirte.
Él se volvió y le encaró. ¿Qué había en su mirada? ¿Miedo? ¿Culpa? Irónicamente, Kurtis y Zip tenían casi la misma edad. El exlegionario tan sólo era dos años mayor que el hacker. Pero eran distintos. Kurtis transmitía un aura de hombre maduro, curtido, envejecido por momentos, mientras que Zip siempre parecería joven, vital, poco serio. Era raro verle tan afectado. Pero, por otra parte, quién podría culparle.
- Dispara, jefe.
- Te debo una disculpa por lo que hice en Göreme. – Kurtis apoyó la mano sobre su hombro – Perdóname.
- Eh, jefe.- Zip puso su mano sobre la de él y la apretó con fuerza.- Sin rencor. La hemos cagado, pero podría haber sido peor. Lo siento, te juro que lo hice lo mejor posible.
- Lo sé. Olvídalo. Hemos tenido suerte. No lo podría haber hecho sin ti.- retiró la mano – No me tengas miedo. Dijera lo que dijese, antes y ahora, yo nunca te haría daño.
Zip lo miró fijamente durante unos instantes, y de pronto, lo envolvió en un fuerte abrazo de oso. Kurtis soltó un gruñido de dolor. Bajo la ropa, seguía teniendo el torso lleno de cortes, contusiones y moratones. Pero Zip no parecía acordarse.
- Ya lo sé, jefe.- murmuró en su oído, la voz rota por la emoción – Aquella puta Gorgona. ¿Te acuerdas? En los túneles de Nueva York. Si me hubieras querido matar, lo hubieras hecho allí y entonces. Pero no lo hiciste. Eres un buen tío, Kurt.
Eres un buen hombre, Kurtis Trent. La voz de Betsabé volvió a él.
No había nada más que decir, así que dejó que le abrazara hasta que lo soltó y le palmeó animadamente en los brazos, olvidando que también los tenía llenos de cortes.
- Éste es mi chico.- dijo el afroamericano, festivo.- Ahora vamos a olvidar toda esta mierda y a centrarnos en los vivos, ¿vale? Y si quieres un consejo, pones un poco cara de muerto. Tienes que alegrarte la vida un poco. Tengo una idea genial. Me ha dicho la princesa que te estabas morreando a Croft cuando...
- ¿Zip?
- ... y ya era hora, joder, tío, que dabais asco con la peleíta matrimonial. Así que, si quieres un buen consejo, deja toda esta mierda atrás, cógete a Croft...
- ¿¡Zip!?
- ... y fóllatela como si no hubiera un mañana, tío, fóllatela hasta que la oigan chillar en Yakarta, os vendrá bien a los dos, tío, porque...
- ¡¡ZIP!!
- ¿Qué?
- Fuera de mi vista. Ahora.
(...)
La última visita la hizo a su madre, pero fue la más perturbadora. La encontró sentada en una silla de ruedas junto a la ventana de su habitación. La vio encorvada, encogida, como si se estuviese empequeñeciendo poco a poco. La vio agotada y consumida. No le gustó nada.
A su lado, Anna hablaba con ella suavemente mientras le ayudaba a recoger los ovillos de lana de colores. Se ve que había intentado hacer ganchillo durante un rato, pero había acabado desistiendo, claro.
Al verlo entrar, Anna sonrió y fue a darle un beso, luego, inteligentemente, se perdió por el pasillo. La habían enseñado a ausentarse cuando intuía una conversación personal. Y su intuición iba camino de ser como la de su madre: una de las mejores del mundo.
- Madre... - Kurtis le cogió la mano sana. Aunque no estaba sana, tampoco. – Tienes mal aspecto para sólo una muñeca rota.
Marie Cornel lo miró con ojos vidriosos. Parecía a punto de echarse a llorar.
- No es nada.- murmuró – Sólo estoy cansada, muy cansada.
Parecía haber envejecido mil años. Kurtis tuvo un mal presentimiento. Aún así, intentó animarla. Le habló de los demás. Le dijo que la amenaza había desaparecido. Pero por una vez, nada pareció animar a aquella mujer indestructible.
- Sabía que lo lograrías.- Marie sonrió y acarició la mejilla de su hijo, ahora ya con barba de pocos días.- Tú siempre lo logras. Pero estoy muy cansada, Kurtis. Todo esto me viene grande. Ya no puedo más. Los muertos, los heridos... la pobre Selma, con la espalda quemada. ¿Por qué haría eso? Sólo soy una vieja inútil, que de todos modos se está muriendo.
Kurtis frunció el ceño.
- Selma hizo lo que creía que debía hacer. Ella aún es joven, se recuperará.
- Esa chica ya tenía demasiadas cicatrices por nuestra culpa. No se merecía esto.
- Está viva, madre. Es mucho más de lo que otros pueden decir.
Marie suspiró y bajó la cabeza. Entonces, Kurtis dijo:
- No me gusta verte así. Tienes que descansar. Volvemos a casa.
Ella alzó de nuevo sus ojos enrojecidos hacia él.
- Oh sí.- suspiró.- A casa. Llévame a casa, por favor. No quiero nada más de aquí.
(...)
Y eso fue lo que hizo. En dos días, todo estaba listo y acordado. Kurtis se llevaba a Marie de vuelta a casa, a su rancho de Utah. Los últimos acontecimientos habían sido demasiado para la anciana mujer. Ya había visto, y obtenido, lo que quería. Pese a monumentos y memoriales, Marie se llevaba de vuelta a Estados Unidos los huesos de Konstantin Heissturm, su difunto marido, su único amor. El gran mártir de la Orden había sido un apátrida, como su hijo; como la mayoría de los Lux Veritatis había sido, pero reposaría en la patria de su esposa, con su pueblo.
Se acordó, también, que Anna iría con ellos. La muchacha parecía triste y ausente. Un poco de aire, un respiro de tanta tensión, unos días de calma, era lo que necesitaba. Ella aceptó, tentada por la perspectiva de poder montar a Niyol y ver a sus amigos Navajo.
Lara no los acompañó.
- Ojalá pudiera. – le dijo a Kurtis, el día que se despidieron en el aeropuerto. Pero estaba claro: no se veía bien que dejara solos a Zip y a Selma en aquella coyuntura. Por supuesto, su cuenta bancaria estaba corriendo con todos los gastos médicos y hospitalarios, como siempre había hecho cuando se trataba de sus amigos y aliados; pese a las protestas de corazones bienintencionados. Sin embargo, una cosa era correr con los gastos, y otra salir corriendo y dejando atrás un Zip solo y confuso y una Selma que tenía que volver a estar sedada, mientras el doloroso proceso de curación proseguía. Todos lo comprendían. No había problema.
Entonces, ¿por qué dolía tanto separarse de nuevo?
- Tengo un mal presentimiento. – murmuró Kurtis, mientras apartaba suavemente un mechón del rostro de Lara. Ella no le rechazó. Ya no le rechazaba.
La exploradora británica frunció el ceño, pero en lugar de cuestionarle, murmuró:
- Yo también. – miró de reojo a Marie, que esperaba pacientemente junto a Anna cerca de la puerta de embarque, las dos fingiendo que no los miraban de reojo – Tan pronto como pueda, iré.
- ¿Lo harás? – murmuró él.
Se volvió, para encontrarse de nuevo con su mirada. Parecía solo, desamparado. Roto.
Lo cual hubiese sido irónico de haber sabido lo que él estaba pensando.
Maldita sea. Tendría que haber puesto en práctica el consejo de Zip. Llevármela a un hotel. Y que nos oigan en Yakarta.
Pero no. Era ella quien debía ir a él. Se lo había prometido. Así era como funcionaba. Ella iría a él... o no iría en absoluto.
- Claro que sí.- Lara frunció el ceño - ¿Por quién me has tomado? Ellas también me necesitan.
Se despidió apenas rozando con sus labios la comisura de su boca, y luego se fue, rápidamente, como si huyera.
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