Capítulo 14: Retorno

Todo retorno era triste de alguna manera. Lara estaba más que acostumbrada a ello. El único que saltó de alegría fue Jean, pues por primera vez, tenía vía libre para acceder a su soñado trofeo, la tumba subterránea de Loanna, ahora por fin sin custodia, sin nada que bloqueara su paso. Al parecer, la función de aquel sagrado santuario había terminado definitivamente. No más mensajes. No más secretos. Estaba libre y listo para la rapiña humana.

El egiptólogo francés hizo las gestiones a toda velocidad, pues ya llevaba tiempo preparándose. En tan sólo unas pocas horas contactó con los medievalistas que le servirían de apoyo, cedió todo derecho de la excavación a un amigo especialista en el Egipto medieval, y se contentó con que se le reconociera el mérito del descubrimiento. Ni por un momento pensó en la opinión que tendría Kurtis de ello, ni se molestó en preguntar cuál era el mensaje que Loanna había entregado o por qué Anna y Lara parecían tan abatidas.

Pero no porque fuera mala persona. Simplemente, el pobre tenía demasiadas cosas en su cabeza en aquel momento, y desbordaba de entusiasmo.

(...)

Sí, el retorno al hotel del Cairo fue triste, pero Lara estaba decidida a no enfadarse con su hija. Y es que Anna se negaba a contarle lo que había ocurrido más allá del umbral prohibido, ni el mensaje que le había sido entregada. Y, aparte de los intensos dolores de su primera menstruación, no parecía herida ni estar sufriendo nada físico.

Se ha llevado una buena impresión, pensó Lara, contemplando a la niña tumbada de lado en el diván de la habitación, hecha un ovillo, agarrándose el bajo vientre con expresión de dolor, sea lo que sea lo que haya averiguado. Bueno, no lograría nada con forzarla a hablar. Lara tampoco era ese tipo de madre.

Y bien, nada de acción para ella aquel día, aunque desde luego, sudor y arena se le habían pegado igualmente al cuerpo. Era el problema de Egipto, incluso en invierno. Así que, sin más dilación, y sin molestar más a Anna, empezó a desvestirse.

- ¿Esto va a ser siempre así? – se quejó la niña a sus espaldas, con un hilillo de voz.

Lara sabía a qué se refería.

- Se hará más fácil. - contestó – Los primeros años suele ser bastante doloroso, pero hay tratamientos. No tienes por qué sufrir. Con el tiempo, te acostumbrarás.

- Vaya fastidio. - gruñó Anna en respuesta.

Desnuda, Lara se acercó a la bañera adamascada – que, siendo hotel de lujo, estaba en el centro de la habitación – y empezó a llenarla de agua caliente. Sentada en el borde, procedió a deshacerse la trenza.

- Deberías bañarte tú también. – sugirió.

- ¿Mientras sangro? ¡Qué asco!

- La higiene es doblemente importante en ese caso. – le exploradora británica metió un pie dentro de la bañera y, encontrándola de su gusto, se sumergió en el agua, soltando un suspiro de placer.

Anna seguía ovillada en el diván, pero su madre observó que la estaba mirando por entre los mechones de pelo que le cubrían parcialmente el rostro.

- ¿Me ayudas con el pelo? – dijo Lara, levantando un mechón de su enorme cabellera suelta. Sabía bien que nunca se resistía a ello. Le encantaba peinarla.

La niña le miró durante unos instantes, luego, suspirando, se levantó y fue hacia ella. Lara contuvo una sonrisa al verla andar vacilante y con expresión de repugnancia. ¿Quién podía olvidar las incomodidades de la primera regla? En verdad, era un fastidio.

Echando la cabeza hacia atrás, Lara dejó que Anna le desenredara lentamente el pelo mientras añadía sales al agua caliente. Al cabo de un rato, murmuró:

- Siempre hemos confiado la una en la otra. ¿Por qué no confías en mí?

Anna tardó bastante en contestar.

- Tú no me has dicho por qué te has peleado con papá, yo no te digo qué me ha dicho lady Loanna.

Lara enarcó una ceja.

- ¿Chantaje? Deberías conocerme mejor, cariño. Lo de tu padre y yo son cosas de adultos. En cambio, lo que Loanna te haya dicho puede afectarnos a todos.

- Bueno, estoy sangrando como un cerdo, así que supongo que ya soy una mujer. Puedes considerarme adulta y confiar en mí, así confiaré yo en ti.

La exploradora rio suavemente.

- Hace falta más que un poco de sangre para convertirte en una mujer. Pero vamos a dejarlo. Prometo darte alguna explicación respecto a tu padre y a mí, pero necesito que confíes en mí o no podré ayudarte, Anna.

- Nadie puede ayudarme. - dijo la niña por toda respuesta.

Durante un momento, sólo se oyó el chapotear del agua y los sonidos del peine raspando los mechones de Lara.

- ¿Estás segura?

- Segurísima. Ni tú, ni papá, ni nadie puede ayudarme. Estoy jodida, muy jodida.

Lara se incorporó súbitamente y se volvió a mirar fijamente a Anna. La niña bajó las pestañas.

- Esto, ehm, perdón.

- Estoy harta de tu lenguaje de soldado. Delante de tu padre, habla como un mercenario si te da la gana, pero en mi presencia te limpias la boca. También eso forma parte de ser considerada una adulta. ¿Entendido?

- Sí, mamá.

- Bien. – Lara se dio la vuelta y volvió a reclinarse en el borde de la bañera. Las olas de agua espumosa se cerraron sobre sus pechos.

Anna terminó de desenredar un mechón de pelo, se lo dejó caer delicadamente por encima del hombro, y cogió otro.

- La verdad... tengo miedo de que te enfades.

- ¿Y por qué iba a hacerlo? – Lara sonrió – Ya soy mayor. Dame las malas noticias.

- Es que son... muy malas.

Lara suspiró. Era una niña. Tan niña aún... se dio cuenta de que no cedería hasta que ella misma lo hiciese. Para ganar, primero se debe perder. Está bien, pensó. Allá voy.

- Tu padre y yo nos peleamos por causa tuya, aunque tú no tienes la culpa. - empezó – Que eso te quede claro. Lo que ocurrió en Sri Lanka fue inesperado para todos. Antes de eso, pensábamos que eras una niña corriente... bueno, todo lo corriente que se puede ser en nuestro entorno. – rio de nuevo – Y de pronto, eres una Lux Veritatis.

Si sólo fuera eso, pensó Anna, desesperada. Es peor, mucho peor.

- Para tu padre ha sido muy duro. – reconoció Lara, y de pronto se sintió fatal. – Y yo no he sido de mucha ayuda. Más bien se lo he puesto todavía más difícil.

- Pero ¿por qué?

- Porque... porque yo no le comprendo, Anna. Después de tantos años, debería comprenderle mejor y... en mi caso, siempre he creído que hay que adaptarse a los cambios. No me molestan, no me perturban, Anna. Sí, todo hubiera sido más fácil si hubieses sido una niña corriente, pero no lo eres y no hay más vueltas que darle. Yo soy de la opinión de que hay que mirar hacia adelante y que debes ser entrenada para controlar tus poderes y saber utilizarlos. Algo que sólo él puede hacer, y es un privilegio que pueda hacerlo. Sin embargo, él está estancado lamentándose y se empeña en que hay que protegerte de tu destino a toda cosa.

- Y, ¿por eso os habéis peleado?

- Básicamente. - murmuró Lara con voz mortecina.

Anna bufó.

- ¡Pues vaya idiotez! Papá ya prometió entrenarme, incluso ya me ha dado algunos consejos, y apenas nos libremos de este asesino que nos molesta, y tía Selma haya presentado su tesis, todo estará listo. ¡Sólo tenéis que reconciliaros y ya!

Ojalá fuera tan sencillo, pensó Lara, abatida.

- Prometo que hablaré con él cuando volvamos a Turquía. En realidad, ya lo había decidido. ¿Estás más tranquila ahora? ¿Confiarás en mí?

El peine dejó de moverse sobre su pelo. La niña suspiró.

- Pobre papá. Esto va a destrozarle.

- ¿El qué, Anna?

Ella apretó el peine entre sus dedos.

- No...no sé si...

Lara se volvió a incorporar, volvió a mirarle de frente. Tenía el rostro húmedo, las gotas de agua formaban perlas en sus párpados. Sus ojos, de un marrón muy común en comparación con la belleza de los ojos de su padre, y de los de ella misma, eran sin embargo impresionantes de contemplar. Tenían una fuerza que podía mover el mundo.

- Nada de lo que me digas me va a perturbar, Anna Croft. – le dijo la saqueadora de tumbas, y entonces sonrió - ¿O has olvidado quién soy? He visto de todo. He oído de todo. He levantado a dioses de sus tumbas y los he vuelto a hundir en la oscuridad. He hablado con ángeles y he combatido a demonios. Y lo hice mucho antes de que tú existieras. Ponme a prueba.

(...)  

Anna se levantó, el peine todavía aferrado en sus manos mojadas, y empezó a moverse alrededor de la bañera.

- El Bien y el Mal son un ciclo. - murmuró. De pronto, parecía transformada. No ya una niña, sino una mujer, o, al menos, una muchacha – Un ciclo que gira, gira y se repite como una rueda. Son dos fuerzas enfrentadas, mamá, y del lado del Bien, los ángeles, los Lux Veritatis, papá y el abuelo Konstantin, sus antecesores, y todos los que les apoyaron. Del otro lado, el Mal, los demonios, los Nephili, Karel, Eckhardt, la Cábala y todos los que se apoyaron. Siempre en lucha constante, lucha que ha pagado la humanidad con víctimas.

Lara la escuchaba en silencio, mirándola fijamente, aunque conocía bien aquellas palabras. Ella misma las había vivo, ella misma se las había enseñado. Pero ahora la dejaba hablar.

- El problema, mamá, es que no sé de qué parte están quienes están por encima... o de qué parte está, llamémosle, Dios. No entiendo a este Dios. Según Loanna me ha dicho, a Él poco le importa el Bien o el Mal. Me dijo que lo esencial era el equilibrio entre el Bien y el Mal. Y que de vez en cuando, este equilibrio se rompe, y hace falta un gran sacrificio para restablecerlo. Y entonces el ciclo continúa, a menos que alguien lo cierre. ¡Mamá, yo... ella me ha dicho que tengo que ser yo quien cierre ese ciclo!

- ¿Y cómo vas a hacerlo? – la voz de su madre era calma, tranquila, su expresión inalterable.

Anna titubeó, y de pronto, eludió la pregunta y siguió hablando.

- Pasó una vez. La dama Loanna tuvo que elegir entre Bien y Mal para restablecer el equilibrio, pero ella no eligió, se quitó la vida para no hacer esa elección, para no darle un hijo al Nephilim. – siguió moviéndose alrededor de la bañera. Caminaba de nuevo con gracia, como ella solía caminar, como si la sangre ya no le molestase – Y luego llegaste tú, mamá. Tú sí que elegiste... elegiste al Bien. Elegiste a papá. – se paró y empezó a retorcerse las manos, peine incluido - ¡El problema es que elegiste mal, mamá!

Se interrumpió, jadeante, pero Lara sonrió levemente y permaneció impertérrita.

- Por supuesto que no elegí mal. - dijo la exploradora con calma – Sólo había una elección posible: la del Bien. Elegí a tu padre porque era lo correcto.

- Le elegiste porque le querías, mamá. Porque estabas enamorada.

Lara sonrió, levemente incómoda.

- No. Le elegí porque era lo justo. Porque era lo correcto. ¿Iba a elegir a un ser malvado, egoísta, asesino, y a dejar morir a quien me había ayudado? ¿A quien había luchado a mi lado, a quien se había sacrificado por mí? Tu padre confió en mí desde el primer momento, a pesar de que no me conocía de nada. Él tenía fe en mí, puso su vida en mis manos. ¿Por qué iba yo a traicionarle?

- Porque Karel te ofreció sabiduría, inmortalidad.

La mirada de la exploradora se oscureció.

- Karel era un mentiroso. Nunca me hubiera dado nada. Sólo prometía para tenerme. Era un ser amoral, inteligente, sí, pero increíblemente manipulador. Me hubiera usado y se hubiese deshecho de mí. Además, él asesinó a mi mentor. A muchas personas en París, y en Praga. No, jamás hubiese accedido. Me sentí tentada, es verdad, pero no lo hice. Elegí bien, porque era lo justo.

- Y porque amabas a papá.

- Y dale. – suspiró Lara, y se pasó una mano mojada por el rostro. - Está bien. Eso también.

- Pero fue una mala elección, mamá.

La exploradora arqueó las cejas, sorprendida.

- Entonces dime cuál hubiese sido la buena elección. ¿Ese repugnante asesino de Karel? ¿Un monstruo híbrido de bonita apariencia y aviesas intenciones, como lo fue Betsabé? ¿Ser una yegua de cría para el Mal?

- Nada, mamá. Nada en absoluto. Ni papá, ni Karel. Ni el Bien, ni el Mal.

Lara entrecerró los ojos. Anna llevada un rato inmóvil, apretando el peine entre los dedos. Las púas se le clavaban en la carne.

- Explícate.

- La elección correcta era no hacer ninguna elección, mamá. Papá y Karel debían destruirse el uno al otro. Morir en combate, los dos, a la vez. Ninguno debía sobrevivir. Así se hubiese cerrado el ciclo.

Durante unos instantes, Lara permaneció pensativa. Luego, se reclinó de nuevo sobre el borde de la bañera.

- Yo nunca hubiese elegido tal cosa. - dijo. Seguía imperturbable. - Soy mujer de acción, ya lo sabes. No podía quedarme de brazos cruzados mirando cómo tu padre moría a manos de ese... ese ser. Aunque Karel muriese también. Hice la elección correcta, Anna, y no me arrepiento de ello. Ni por un instante.

- Pero fue incorrecta, mamá. – Anna retorció el peine entre sus dedos. – Así, el ciclo siguió abierto. Se intentó autorregular de nuevo, cuando fuimos sacrificadas en la Vorágine. Pero papá nos trajo de vuelta. Usó la profecía de la Sibila para pactar con... con el diablo mismo, vaya. Y nos trajo de vuelta. El ciclo siguió abierto. Y ahora me toca a mí.

- ¿Y qué tienes que hacer tú? – su madre seguía sin alterarse. Qué flemática, qué serena era. Cómo deseaba ahora ella una porción de aquella paz interior. Entendía por qué su padre colisionaba contra aquella fe inquebrantable y, al mismo tiempo, lo seducía por completo. Y ese entendimiento era totalmente nuevo para ella.

- Morir, mamá. – soltó por fin – Tengo que palmarla. Básicamente, lo que a papá no le ocurrió. Tengo que morir en combate contra... contra un demonio.

Lara arqueó las cejas.

- ¿Eso te ha dicho ella?

- Y no sólo ella, mamá... yo... eh... - dudó – Lo siento, mamá, te he ocultado algo, pero no fue porque quisiera. Papá me hizo prometer que no te lo diría... pero tengo que decírtelo.

- ¿El qué?

- Cuando estuvimos con los huesos de los Lux Veritatis... yo... yo oí la voz del abuelo. Del abuelo Konstantin. Él me dijo que... que me guardara de la larga noche. Y del príncipe de los demonios. – se enderezó - ¡Y ahora Loanna me ha dicho que tengo que morir en combate contra ese... ese príncipe, quien sea! Si no, el ciclo va a seguir abierto. Y mis descendientes tendrán que pasar de nuevo por lo mismo. Si yo muero, el ciclo se cierra y la humanidad queda libre de esta... esta lucha del Bien y el Mal. Si no... le paso el testigo a mis descendientes. ¿Entiendes, mamá? – blandió el peine - ¡Estoy condenada! No es que te culpe por ello, porque, tú no lo sabías, pero Loanna no eligió, tú elegiste mal, papá nos salvó... ¡tres errores seguidos! ¡Y yo ahora tengo que pagarlo! ¡Tengo que pagar vuestros errores, los de todos! ¡Vaya faena me habéis hecho!

Y soltó un largo sollozo, dejando caer la cabeza sobre el pecho. Tras unos segundos de silencio, oyó a su madre murmurar:

- Mi pobre niña. Así que es eso lo que te atormenta.

La oyó salir de la bañera en un chapoteo, y envolverse el cuerpo en una toalla. Al alzar la vista, su madre estaba sentada en el borde de la bañera, y le tendía los brazos mojados.

- Ven aquí.

Anna avanzó y se refugió en sus brazos. Olía a rosa mosqueta. Hundió el rostro en sus cabellos, sin importarle que estuvieran húmedos.

- Ahora quiero que me escuches atentamente. – apoyó un dedo mojado en su barbilla y le alzó el rostro, para que la mirara directamente a los ojos. - Escucha con atención, Anna Croft. Tú no tienes que pagar nada, ni por nadie. A ti no te toca reparar los errores, o las elecciones de otros. Se te ha convocado para darte un mensaje. Pues bien, mensaje entregado. Muchas gracias. Ahora volveremos a Turquía y seguiremos con nuestra vida.

La niña se enderezó, indignada.

- ¿Cómo puedes estar tan tranquila? ¿Es que no te importa que tenga que morir?

- Tú no tienes que morir, Anna. No cometas el mismo error que tu padre, confundiendo su destino con su obligación. Nada te obliga a tener que sacrificarte por la humanidad. Tú no eres una heroína. Tú sólo eres una niña. Bueno, una muchacha ya. - concedió, sonriendo.

- Pero mamá, ¡he heredado el Don! – protestó Anna - ¡Eso significa que estoy marcada! ¡Que tengo un destino que cumplir! ¡No puedo huir de mi destino!

- ¿No puedes, o no quieres? Perdona, Anna, pero a mí esas pamplinas del destino nunca me han convencido. La suerte se la forja cada uno.

- Mamá, ¡tú has sido tan manejada por el destino como cualquier otro! Elegiste a papá, cuando podrías haber elegido a Karel...

- Le elegí porque era lo correcto. Y porque le quería.

- ... luego te quedaste embarazada. ¡Tú no querías tener hijos, mamá! ¿Por qué te quedaste embarazada?

- Porque no puse precauciones. Algo que a ti no te debe pasar.

- ¡No, te quedaste embarazada porque yo estaba predestinada a existir, desde que tú elegiste a papá!

- Tonterías.

- Y entonces, si no querías tener hijos, por qué me tuviste, ¿eh? ¿Eh?

Una memoria, un leve flashback. Casi abortó. Pero nunca se lo diría. Al menos, no mientras aún fuese una muchacha que ya no era niña, una muchacha que aún no era mujer.

- Porque te quise, Anna. Y porque tú venías de tu padre, a quien quería también.

- Bueno, ¡pues incluso en eso cumpliste tu destino!

- Dices tonterías otra vez, Anna. Yo no estaba poseída ni llevada por ideales raros o nobles. Hice lo que quise. Elegí lo que quise. Yo fabriqué mi propia suerte. Yo era libre, hija mía, ¡y tú lo eres también! No tienes por qué hacer nada en concreto, aunque te lo haya dicho el espíritu de una doncella muerta o el cráneo parlante de tu abuelo. ¡Eres libre, para eso te he criado, y que tengas el Don no cambia nada!

- Mamá, lady Loanna es la Amazona...

- ... y yo lo soy también. – Lara frunció el ceño – Y aquí estoy. No me arrepiento de nada. Aun sabiendo lo que me has dicho ahora, si pudiese repetir todo lo que hice, lo volvería a hacer del mismo modo. Elegiría a tu padre. Te tendría a ti. Lucharía por traerte de vuelta. No me arrepiento de nada, Anna, es más, estoy orgullosa de cada paso que he dado, de cada error cometido, de cada victoria conseguida. ¡Y tú también debes estarlo!

La niña apoyó la cabeza de nuevo en el pecho, la mejilla húmeda por el agua. Pensativa.

- ¿Qué pasa, entonces, si paso de mi destino? ¿Si no elijo combatir al... al demonio ese, lo que sea?

- No pasará nada, Anna. No pasará absolutamente nada, salvo que seguirás viviendo, libre, tranquila, sin cargas, como siempre he querido que vivieras. Como he querido que tu padre viviera, aunque él no quiere renunciar a esa carga.

- Pero él luchó... el abuelo luchó... ¿cómo voy a avergonzarles?

- No es una vergüenza querer vivir. Te lo he dicho: no le debes nada a nadie. Tu abuelo vivió su vida, luchó su batalla, murió. ¡Olvídate de él! Y tu padre, precisamente, todo lo que ha hecho lo ha hecho por amor, no por su maldita Orden, ni por un estúpido destino.

- Ella dijo que cumplió su destino.

Lara se encogió de hombros.

- Que diga lo que quiera. Tu padre está vivo y ella está muerta. Ahora lo que quiero es... - vaciló unos instantes - ...no quiero que él sufra más. Conociéndole, se cargará este fardo también a sus espaldas... y el peso lo aplastará.

- Pobre papá. ¿Quieres que no le digamos nada?

Lara suspiró.

- Odio los secretos. No, esto no se lo podemos ocultar. No nos lo perdonaría. Además, le necesito fuerte. Tiene que entrenarte, enseñarte a controlar tus poderes, más que nada por si a ese demonio le diera por aparecer. Tú tienes que saber defenderte. Lo demás no importa. – se levantó, echándose la cabellera mojada hacia un lado – Y ahora, señorita, a darse un baño. Ya nos iremos ocupando de todo, paso a paso.

Anna, mucho más tranquila, empezó a quitarse la ropa.

- Pero prométeme una cosa, mamá.

- Dime.

- No más peleas con papá. Por favor.

- Te lo prometo.

- Y cuando volvamos a Turquía, por favor...

- ... sí, lo sé. Arreglo las cosas con él.

- Gracias. - entonces la niña se detuvo, sonrojándose.

- ¿Qué pasa? – preguntó Lara.

- ¿Podrías salir... por favor?

La exploradora británica arqueó las cejas por un instante. Ella se acababa de bañar ante su hija, pero luego dio media vuelta y abandonó la zona de la bañera, ocultándose tras el biombo para peinarse y vestirse.

Sí, ya no era una niña. Pero tampoco era aún una mujer.

(...)  

Notó que unos dedos delicados, pero firmes, le agarraban el rostro. Dio un respingo y abrió los ojos, pero los volvió a cerrar con fuerza. La luz centelleante de la lámpara la cegaba. Soltó un gemido.

- No se angustie. – dijo una voz amable y cálida, una voz de mujer – Soy médico. Sólo la estoy examinando.

Barbara se relajó. Así que Kurtis le había traído a una doctora. Una vez más, se admiró de lo hábil e inteligente que podía llegar a ser aquel hombre de aspecto y conducta brutales. Podía tolerar que la tocara una mujer. Un hombre, no... un hombre, jamás.

- Está bien. – concluyó la médico, retirando sus dedos – Me ha dicho su prometido que le habían dado el alta en Estambul, pero parece que ha sufrido una leve recaída.

La mujer herida movió levemente los labios. Notó un leve aroma a perfume de verbena cuando la doctora se inclinó sobre ella:

- S... sangre...

- El leve sangrado del oído se ha detenido. – le indicó – Es una pequeña hemorragia sin importancia, de una microperforación del tímpano que no le detectaron en el hospital, seguramente más preocupados por su otro oído. – notó que rozaba levemente los vendajes del otro lado de la cabeza – Aquí no parece haber empeoramiento. Si quiere mi modesta opinión, debería ingresar de nuevo en el hospital, hasta su total restablecimiento.

Pero Barbara no respondió. Estaba cansada, muy cansada.

Tras un breve silencio, la médico, a la que no había llegado a ver, se levantó de la cama y concluyó mientras se alejaba:

- Recomendaré a su prometido el ingreso de nuevo... no es nada aconsejable que usted esté así... hasta pronto...

Pero ya no la escuchaba. Se había sumido en un leve sopor.

(...)  

- ¡Así que ya te puedes ig pgepagando, queguida! – concluyó Jean en tono festivo, su voz levemente distorsionada por la mala cobertura - ¡Pgonto te estaguemos haciendo la competencia en lo que guespecta a tesis doctogales sobge antiguos yacimientos Lux Veguitatis!

- Sí, sí, Jean... - cortó Selma, inquieta, apretando el móvil con fuerza contra su oído y cambiando de sitio constantemente, intentando captar mejor cobertura - ¿Pero y Lara y Anna? ¿Qué les ha dicho Loanna? ¿Y dónde están? Marie quiere hablar con Lara, sobre todo... - la arqueóloga turca miró de reojo a la anciana mujer navajo, que gesticulaba enfadada ante ella - ¡Pásame con Lara de una vez!

- Mais ce n'est pas possible! – se rio Jean - ¡Laga ya se ha ido! ¡No está aquí!

- ¿Cómo que se ha ido? ¿De qué hablas?

- ¡Que la niña y ella ya están de camino! ¡Han cogido el avión y gueguesan a Estambul! ¡Suegte con ellas, yo no les he podido sacag nada!

Y omitió decir que tampoco les había preguntado en primer lugar.

(...)  

Se despertó horas más tarde, acunada por un suave rumor. Tardó unos instantes en identificar la voz de Kurtis, que hablaba de forma pausada, calmada y en voz baja por teléfono, encerrado en el baño. Por lo menos, tenía la voz agradable.

Se incorporó, todavía levemente mareada, y miró a su alrededor. La fotofobia se había retirado, y se sentía mucho mejor. Un largo objeto reclinado sobre la butaca al lado de la mesa le llamó la atención. Parecía una prenda larga dentro de una funda.

La voz masculina se extinguió, y entonces la puerta se abrió y Kurtis salió a la habitación. Barbara se subió, sin apenas apercibirse de que lo hacía, la sábana hasta casi la barbilla, en un gesto protector.

- Tengo que volver a la excavación ahora mismo. – le anunció sin más preámbulos – Lara y mi hija están en camino. ¿Podrás quedarte sola?

La mujer parpadeó lentamente y se pasó la mano por los ojos.

- Sí, estoy mucho mejor. – miró a su alrededor - ¿Y la médico?

- La he enviado de vuelta. Lo siento, pero no puedes ingresar de nuevo en un hospital. Él te encontrará más fácilmente allí.

Sin más, Kurtis agarró una bolsa de cuero y se dirigió hacia la puerta. Salió silenciosamente y sin despedirse.

Esperó hasta que sus pasos se perdieron por la escalera de piedra. Entonces, se levantó lentamente, apoyándose vacilante en las paredes excavadas, y se acercó al largo bulto de tela apoyado en la butaca.

Le costó más de lo esperado que la cremallera cediera – sus reflejos estaban peor de lo esperable -, pero al fin, logró bajarlo y retirar las telas que lo cubrían.

Era un bellísimo vestido de noche.

Cuando posó los ojos en Anna, sintió algo extraño, un desgarro, una pérdida. Algo había cambiado en su hija, estaba seguro. ¿Qué era? ¿Estaba más alta? ¿Mayor? ¿Más esbelta? La notaba mucho más crecida. La notaba distinta. La notaba... cambiada.

Ella le devolvió la mirada tranquila de sus ojos azules – qué bonitos tenía los ojos, cómo adornaban en el rostro de una mujer - y sonrió levemente.

- Mamá, - agarró la mano de Lara - ¿podríamos estar a solas? Quiero hablar a papá por mi cuenta.

Lara apenas cruzó una mirada con ella, y asintió levemente.

- Vendré cuando me llames. – y entonces clavó sus ojos en Kurtis – Tengo que hablar contigo.

Él asintió. Yo también tengo que hablar contigo.

Cuando dejó la barraca, Anna miró a su padre durante unos instantes, y de pronto avanzó hasta el catre y se sentó en la cama, pensativa.

Sí, estaba definitivamente cambiada. ¿Qué le había pasado?

- Papá, tengo muchas cosas que contarte y no creo que la mayoría te gusten. – empezó – Pero quisiera que me escucharas hasta el final y que no hablaras hasta que yo termine. ¿Lo prometes?

Sin decir una sola palabra, Kurtis volvió a asentir. Siempre había sido bueno escuchando.

La niña – no, una muchacha ya; se dio cuenta él de pronto – se retorció los dedos levemente, inspiró profundamente, y empezó a hablar. Intentó contarlo en el mismo orden y con las mismas palabras con que había hablado a su madre, pero el resultado fue distinto porque su padre no la interrumpió en ningún momento. Simplemente se quedó allí, sentado frente a ella, los codos apoyados en las rodillas, el mentón en las manos, escuchándola atentamente. Si algo lo impresionó, lo hirió o lo disgustó, apenas se apreció, salvo en la casual contracción de sus pupilas.

Tu padre controla muy bien sus emociones, le había dicho Lara una vez, sabe cómo ocultar bien sus sentimientos. Es lo que más me sedujo de él, admitió sin vergüenza, desde el primer momento.

- Bueno, eso es todo. - suspiró Anna, dejando caer las manos sobre el regazo, cuando terminó de hablar.

Kurtis la observó en silencio unos instantes. Luego musitó con voz suave:

- ¿Puedo salir un momento?

- ¿Para gritar?

- Para fumar. - Kurtis sonrió, acentuando las arrugas de la edad en torno a sus ojos – No sabes cómo necesito ahora mismo un cigarrillo.

Anna frunció el ceño.

- Tienes que dejar de llenarte los pulmones de mierda, papá.

Él suspiró y se echó hacia atrás en la silla. Luego se pasó lentamente las manos por el rostro.

- ¿Estás enfadado conmigo? – dijo ella con un hilillo de voz.

Kurtis rio de nuevo, aunque era una risa amarga.

- No, claro que no estoy enfadado contigo.

- Entonces dime algo, por favor.

Él permaneció unos momentos pensativo, con la mirada clavada en el vacío, luego habló:

- Ella tiene razón. – sonrió – Como siempre.

- ¿Quién? ¿Loanna?

- No. Tu madre. – los ojos azules se alzaron hacia ella – Es con las palabras de tu madre con lo que debes quedarte, Anna. No le debes una mierda a nadie. No tienes por qué hacer esto.

Ella le observó con curiosidad.

- Pensaba que... que esto te iba a entristecer mucho. Que te iba a sorprender.

- Yo ya lo sabía. - Kurtis cerró los ojos dolorosamente – Lo intuía, lo sospechaba. Desde Sri Lanka... sabía que algo así podía pasar. Pero no importa. – abrió los ojos – Escucha a tu madre y no dejes que esto te atormente ni un segundo más. No te vuelvas como yo.

- ¿Y si yo quisiera?

Él parpadeó, sorprendido.

- Si tú quisieras, ¿qué?

- Ser como tú. - Anna sonrió levemente, y de pronto pareció mucho más adulta - ¿Qué pasa si yo quisiera ser como tú, papá? ¿Usar el Don que me ha sido concedido? ¿Proteger a las personas de los demonios? ¿Liquidar a esos seres horrendos que sólo están aquí para hacer el Mal? Ser como tú, una heroína... una luchadora. La digna hija del Guerrero y la Amazona.

Kurtis reía quedamente, sus hombros apenas estremeciéndose.

- Yo nunca fui ningún héroe. Ya es hora de que lo sepas. – la miró con franqueza – Yo odiaba lo que era. Escapé apenas pude. Me he pasado la vida huyendo.

- Lo sé. - ella se encogió de hombros – Mamá me lo ha dicho. Pero eres un héroe, papá. Siempre has luchado por el bien. Protegiste al mundo de los demonios.

Kurtis negaba suavemente con la cabeza. Si ella supiera... un soldado, un espía, un mercenario, un asesino. Había hecho cosas atroces con sus poderes y con sus propias manos; y no había perdido una sola noche de sueño por ellas.

Pero no podía contarle aquello. No, a ella, jamás. Si quedaba algún remanso de pureza, de inocencia en su mundo, lo iba a mantener allí, en la misma malla etérea que lo ataba a su hija. El último remanso de paz.

Ella le observaba con curiosidad. Luego, dijo con convencimiento:

- Conviérteme en lo que fuiste tú, papá. Entréname para ser una Lux Veritatis poderosa. Por favor.

Lo que fui yo... Kurtis soltó un bufido y volvió a reír.

- ¿De qué te burlas? – ella dio un puñetazo en su rodilla - ¿Ya no soy una cría, sabes? Ahora soy una mujer. He madurado. He cambiado. Diantres, hasta me ha bajado la regla.

- Una mujer ahora, ¿eh? – Kurtis alargó la mano y apartó suavemente un mechón de cabello del rostro de su hija – Entonces eso es lo que serás. Pero en ningún caso haré contigo lo que ellos me hicieron a mí. El entrenamiento de un Luchador era una abominación, una tortura. Nunca te haría eso.

- Vale, pues vayamos con la versión light. - Anna abrió las manos - ¿Seré igualmente poderosa de esa manera?

- El poder que tengas o no, ya lo llevas contigo. Se trata sólo de canalizarlo. Pero si debemos creer a ese iluso de Marcus y todos los que eran como él, vas a ser mucho más fuerte de lo que yo fui nunca. – Kurtis sacudió la cabeza – Así que deja de tomarme como ejemplo. ¿Estás segura de querer hacer esto?

Anna movió la cabeza furiosamente.

- Sí. Sí. ¡Sí! ¿Cuántas veces debo decirlo? ¡Quiero serlo! Antes de que venga ese príncipe de los demonios y me machaque. Por cierto, ¿quién es?

Kurtis parpadeó lentamente.

- No tengo ni idea. – Anna pareció decepcionada – Puede que sea tan sólo una forma de hablar. Ya sabes qué basura grandilocuente son las profecías.

- ¿Y si es... es... bueno... el demonio? El de verdad. El jefazo.

Kurtis arqueó las cejas.

- Lo dudo. – hizo un gesto con la mano – Yo le conocí como el arcángel Samael, que es como realmente se hace llamar. Y créeme, ni tú ni yo podemos contra un arcángel. Ni siquiera Karel hubiese podido nada contra él. No son humanos. Por encima de ellos sólo está Ése a quien ellos llaman la Autoridad.

- En ningún momento se ha dicho que tenga que vencerle. – Anna clarificó – Sólo tengo que morir en combate contra él.

El exlegionario suspiró y le acarició de nuevo el cabello.

- Tú no vas a morir así, Anna. No lo permitiré.

- A lo mejor no es decisión tuya, papá. A lo mejor no puedes hacer nada al respecto. - al ver la mirada de Kurtis, Anna le agarró las muñecas – Ay papá, perdona, lo siento. No estoy ayudando nada.

Él suspiró profundamente:

- Si he comprendido bien lo de cerrar el ciclo, tu contrincante también debe morir. Si queda vivo no hay equilibrio, pues el Mal habría vencido. Y los arcángeles son inmortales. Pueden ser creados, pueden ser transformados, pero no pueden ser aniquilados. No, Anna, no es Samael. Tendrá que ser alguien con el que puedas combatir de igual a igual. Pero – remarcó de nuevo – no tienes por qué hacerlo. Que le jodan al ciclo y a la maldita profecía. Que le jodan a Loanna y a todos los demonios del mundo. Te entrenaré para que sepas luchar, para que sepas defenderte, pero no te he criado para que ahora sirvas de carnaza como yo serví, como tu abuelo sirvió. Ni hablar.

Anna se inclinó hacia él e insistió de nuevo:

- Y si yo quisiera, ¿qué?

- Nadie en su sano juicio puede querer eso.

- Sigues tratándome como una cría.

- En absoluto. Te estoy hablando como a una adulta que sabe entender lo que digo. – se inclinó hacia ella y la miró fijamente – Hazme caso. Haz caso a tu madre. No te jodas la vida. Yo no tuve elección, Anna. Nací jodido. Pero tú no eres yo. Tú tienes elección, Anna. Elige sabiamente. Y ahora – dijo, soltando un profundo suspiro y echándose hacia atrás – llama a tu madre. Tengo que hablar con ella.

(...)  

Cerró suavemente la puerta a sus espaldas y se apoyó en ella. Él seguía sentado en la silla con expresión pensativa, después que Anna hubiese salido. Lara le observó durante unos instantes y al final dijo:

- ¿Cómo estás?

Él alzó la vista y la miró intensamente. Decían que los ojos azules eran fríos, pero, Dios, los de él quemaban. Siempre la habían quemado.

- Es la primera vez que me preguntas eso en meses. – murmuró él - ¿Cómo crees que estoy?

Lara sonrió levemente.

- Conociéndote... hecho pedazos por dentro, apenas entero por fuera.

- Me conoces bien.

Durante un momento, el silencio se espesó en torno a ellos. Por fin, Lara soltó un suspiro y empezó:

- Kurtis...

No tuvo tiempo de proseguir. Y no lo vio venir en absoluto. En apenas un instante, Kurtis se levantó de la silla y se lanzó hacia ella. O le pareció que saltaba hacia ella. Parte de sus reflejos, por rápidos que eran, simplemente seguían sin activarse cuando se trataba de él. Amor. Fuerza de la costumbre. Era difícil explicarlo. El caso es que ella, que podía esquivarlo todo, apenas alcanzó a dar un respingo y a pegarse contra la puerta antes de tenerlo encima, respirando su aliento, tan cerca de ella que los mechones de su flequillo le acariciaron la frente y su aroma corporal – cuero, sudor, metal, aceite de motor – la inundó de nuevo.

- ¿Qué haces? – jadeó ella, echando la cabeza hacia atrás, hasta chocar con la madera de la puerta. Alzó los brazos y notó que él le agarraba por las muñecas – ¡Suéltame ahora mismo!

Forcejeó levemente, más como advertencia que como oposición real, pero él se limitó a hundir el rostro en su cuello. Su barba de pocos días le pinchó en la mejilla y el cuello.

- Hecho pedazos... - le oyó mascullar en su hombro – nada me hace pedazos, sino tú. ¿Has venido a disculparte por fin? ¿Por qué has tardado tanto?

- Calla y quítate de encima. - Lara siseó entre dientes – No te he dado permiso para acorralarme contra la pared. – y entonces él giró su rostro y buscó su boca - ¡No! – gritó ella, apartando el rostro de los labios que ya estaban besándola - ¡Así, no!

- Basta ya de esta tortura, Lara. - la boca de él le acarició el cuello – Ya no puedo más. Acabemos con esta maldita estupidez.

- No hagas eso. – Lara apretó los dientes y volvió el rostro cuando intentó besarla de nuevo – No te permito hacerlo. Así no. ¡Quítate! ¡Quítate o esta vez seré yo la que te empuje!

Las manos en sus muñecas se aflojaron y él resbaló hasta caer de rodillas frente a ella, abrazado a su cintura, la frente apoyada en el vientre plano y duro. Ella respiró agitadamente y se llevó la mano al pecho, sorprendida de notar el corazón desbocado. La otra mano se hundió en los cabellos de él. Tenía más canas que antes.

- Ponte en pie. – le ordenó. Él no se movió. Se revolvió, pero con él agarrándola por la cintura, apenas podía moverse - ¡Levántate, maldita sea! Ya sabes lo que pienso de este tipo de reconciliaciones...

Le oyó reírse quedamente, su rostro apoyado en su vientre. ¿Cuántas veces se habían peleado ya? ¿Cuántas veces se habían reconciliado entre las sábanas, haciendo el amor furiosamente, dejando que las hormonas solucionaran lo que las palabras no podían? Lara ya sabía que no servía. A ella no le servía... en cuanto a él, en fin. No dejaba de ser un hombre.

- No dejo de ser un hombre, ¿verdad? – le oyó murmurar. Lara dio un respingo. Parecía que hubiese leído su mente – Pero yo no soy como otros, Lara. Conmigo es distinto.

Lara clavó los dedos en su cuero cabelludo.

- Levántate. Odio ver a la gente de rodillas. ¡Levántate!

Finalmente se levantó y se quedó frente a ella. Era sensiblemente más alto, un poco apenas, lo suficiente para que Lara tuviese que alzar los ojos, y eso que ella era muy alta.

- Dime que esta pesadilla se ha terminado. – le dijo entonces, atravesándola con aquella mirada de nuevo – Necesito que vuelvas a ser la persona que eras. Confiaste en mí cuando era un desconocido que te había robado y luego encerrado. Confía en mí, en lo que soy ahora. Te necesito a mi lado y ya no sé cómo decírtelo. Eres mi compañera. Eres más que eso.

Ella parpadeó, desvió la mirada, y murmuró:

- Se ha terminado, sí. Por el bien de Anna, esta estupidez se ha terminado.

- ¿Sólo por el bien de Anna?

Lara cerró los ojos dolorosamente. Siempre se le había dado fatal disculparse.

- No, tonto. Claro que no.

Dio otro respingo cuando las manos de él le cogieron el rostro y los labios de él le rozaron la boca de nuevo. Lo apartó con suavidad.

- No, Kurtis. Ya te lo he dicho, así no.

- Está bien. – suspiró él, y se apartó – Ven tú a mí, cuando estés lista. Esperaré.

No me voy a ruborizar, pensó ella, determinada, y se volvió de espaldas.

- Le prometí a Anna que no habría más peleas ni discusiones, y lo cumpliré. Pero para el resto... dame tiempo. No puedo darle la vuelta a todo en un solo instante.

¿Un solo instante? Le había costado meses alcanzar aquel punto. Pero la conocía bien. Era imposible acelerar más sus tiempos. No si quería recuperarla realmente.

- ¿Algo más? – susurró él.

- Tenía un gran discurso preparado...pero se me ha olvidado. – confesó ella, encogiéndose de hombros.

- Genial. Entonces es hora de ponerte a prueba, milady.

Milady. Lara se estremeció. No le corrigió, prohibiéndole llamarla así. El cariñoso apodo se deslizó de nuevo sobre ella como una hoja caída, y ella no lo apartó.

- ¿Ponerme a prueba?

- Sí. – él se había vuelto a sentar tranquilamente en su silla. Lara no se acercó más. Retrocedió y se apoyó de nuevo en la puerta – Como te he dicho, necesito que vuelvas a confiar en mí. Tengo un plan para dar caza a Schäffer y... quitarle de en medio.

- No esperaba menos de ti. - ella inclinó la cabeza a un lado – Te marchaste a Estambul antes de que nos fuéramos. ¿Qué has averiguado?

- Encontré a la víctima del tiroteo del Gran Bazaar, la persona a la cual ese tipo ha estado dando caza hasta ahora. Se trata de Betsabé.

Las pupilas de Lara se dilataron.

- ¿Betsabé está viva? – preguntó, estupefacta.

- Lo está. Ahora se hace llamar Barbara Standford, y se hace pasar por una marchante de arte interesada en objetos antiguos.

- Su vieja tapadera. - murmuró Lara – Se hacía pasar por eso mismo la primera vez que la encontré. Pero Schäffer estaba a sus órdenes. ¿Qué ha pasado para que se vuelva contra ella?

- Todo esto te va a sorprender bastante, pero parece que ese matarife sentía por su madre, esa loca de Giselle, algo más que la mera obediencia de un mercenario hacia su jefe. Schäffer culpa a Barbara de la muerte de Giselle, y por eso quiere matarla.

- Pero es absurdo. – Lara entrecerró los ojos – La Betsabé que yo conocí podía prenderle fuego a un ser humano como una antorcha viviente, con un solo gesto de sus dedos.

- La que tú conociste, sí. – Kurtis abrió las palmas de las manos – Ahora, ella no es más que una mujer mortal. Lilith la castigó mandándola de vuelta al mundo de los humanos, despojada de su naturaleza de Nephilim. Salió vulnerable e indefensa al mundo exterior, donde Schäffer la estaba esperando. Al saber del destino de Giselle, la golpeó y la violó. Finalmente, logró escapar y ha estado huyendo de él desde entonces. Hasta ahora.

Lara lo escuchaba conteniendo el aliento. De pronto, dejó escapar el aire bruscamente y se cruzó de brazos.

- ¿Todo eso te lo ha contado ella?

- Así es.

- Entonces, habéis contactado.

- Desde luego. Estoy haciéndome pasar por su prometido. – Lara arqueó las cejas significativamente – La acompañé hasta que le dieron el alta en el hospital, la retuve en un motel de Estambul durante un tiempo, y la he traído aquí, a Göreme, no hará ni dos días. La tengo alojada en uno de los hoteles de las cuevas, aunque no se encuentra del todo bien. Schäffer logró herirla en un lado de la cabeza. Ha perdido una oreja y tiene el rostro parcialmente paralizado, además de vértigo y mareos constantes.

- Así que es tu rehén.

- Más bien, nuestra colaboradora.

- ¿De qué estás hablando?

- Ella ha aceptado ser el cebo para cazar a Schäffer. La llevaré a la gala de la presentación de la tesis de Selma. Él vendrá y, por fin, tendré a ese cabrón en sus manos.

Oyó que Lara respiraba profundamente. Seguía mirándolo con fijeza.

- Vas a meter a esa... mujer, en el mismo lugar en que estaremos todos; tu madre y tu hija incluidas, para atraer a ese asesino en medio de la muchedumbre.

- Así es.

- Y ella ha aceptado sin más. No me lo creo. ¿Qué gana con eso?

- La vida. Créeme, es más que suficiente para alguien indefenso y desesperado. La mujer que es ahora tiene poco que ver con la criatura que tú y yo conocimos.

- Ella me... me... nos... - Lara se llevó las manos al vientre.

- Sé lo que te hizo. Pero la necesitamos, Lara.

- ¿Y cuando esto acabe? ¿Qué hacemos con ella?

Kurtis inclinó la cabeza.

- No quiero matarla. No quiero que la mates.

- ¿Ahora te inspira compasión?

Él soltó un gran suspiro y se pasó la mano por el rostro.

- Sí, me inspira compasión. Y es lo menos que le debo. Si no hubiese sido por ella, no habría podido retener a Lilith hasta que Samael llegó. Ella combatió a ese monstruo tanto como yo.

- Imagino que sigue tan hermosa como siempre. ¿O la ha afeado la mortalidad?

- Todavía sigue logrando que los hombres se giren al verla pasar. – Kurtis sonrió levemente – Incluso con el rostro mutilado.

- ¿Y tú? ¿Te giras también al verla pasar?

El exlegionario alzó los ojos y la miró con una ternura infinita. Lara sintió un estremecimiento subirle por la espalda.

- ¿Estás celosa, milady? – él ladeó la cabeza – Ya te lo he dicho. Sólo tú me haces pedazos. Quien te tiene a ti no necesita nada más.

Se levantó y fue hacia ella. Lara temió que volviera a intentar besarla. Temió, porque no creía que se pudiera resistir de nuevo. Simplemente, no quería resistirse más. Pero él se limitó a tomarle las manos enguantadas y se las besó delicadamente. Lara sintió el rubor subirle por el cuello. Tú... canalla...

- Necesito que me ayudes. – prosiguió él – No puedo hacer esto solo. Los demás han aceptado colaborar, y también necesito a Anna para esto. Pero sin ti no tendré éxito. Dime que estarás conmigo. Dime que confiarás en mí, no importa lo que haya que hacerse.

Lara le observó durante unos instantes y, al final, asintió.

- Estaré contigo.

Cerró los ojos al notar de nuevo su boca sobre sus labios. Bueno, un solo beso podía permitírselo. Sólo esperaba que no insistiera más... porque sabía en qué terminaría aquello.

- Kurtis. - susurró, sus labios todavía tocándose.

Él se apartó.

- Está bien. Un poco más y no podré detenerme. - la miró con una sonrisa burlona – Tengo que ir a recoger a Barbara y traerla aquí. La ha estado viendo un médico, lo que significa que el hotel ya no es seguro. Tendrá que quedarse aquí.

- Voy contigo.

- Lara...

- Hemos quedado en trabajar juntos, ¿verdad? – ella se encogió de hombros – No te preocupes, me portaré bien con la mosquita muerta. Y ahora, prepara esa flamante moto tuya.

Él asintió y salió rápidamente.

Por un instante, sola en la barraca, Lara se relamió los labios con lentitud y luego los tocó. Le ardían tanto que casi le dolían. Sintió estallarle un fuego en el vientre.

Maldita sea, por qué le habría dicho que no. Condenado orgullo el suyo.

No, el sexo como reconciliación era una pésima idea. Lo sabía bien. No quería que esta herida se cerrara como las otras, a base de sudor, saliva y semen. Tenía que significar algo. Tenía que ser un cambio definitivo, para mejor.

Y aún tenía una última cosa que preguntarle. Pero eso lo reservaría para cuando hubieran terminado con aquello.

Su cerebro, frío y calculador, lo tenía claro. Entonces, ¿por qué su cuerpo gritaba de aquella manera?

Ven tú a mí, cuando estés lista. Esperaré.

Qué diferente era de otros hombres. En eso, él había tenido razón. No había nadie como él. No que ella hubiese conocido. Todos los hombres con los que había estado anteriormente, o habían sido brutales, dominantes o posesivos, haciéndole sentirse usada o asqueada; o habían sido demasiado blandos y románticos, aburriéndola. Sólo él había tenido esa combinación, esa lucha interna entre los más bajos instintos, el deseo más primario presente en cualquier hombre; y el amor que sentía por ella, la necesidad de quererla, de cuidarla de protegerla.

Amor y lujuria, siempre en guerra consigo mismo, siempre en batalla en su interior.

Ella adoraba esa contradicción.

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