Capítulo 1: Lady Croft

Volveré y seré millones.

HOWARD FAST, Espartaco

1. Lady Croft

La anciana dama lentamente separó la cortina y oteó inquisitivamente el paisaje exterior. La mansión Croft estaba en calma, silenciosa y serena como casi siempre, siendo el tic-tac del antiguo reloj el único sonido audible.

Había llegado con antelación, como siempre. Ella quería estar allí cuando llegara su nieta, para recibirla personalmente. Nada de descuidos por parte de Lady Croft. No con ella.

Aquella niña se había convertido en su mundo.

Dio un respingo al oír, en la lejanía, el rugido del motor. Frunció el ceño. Cómo no, la traía en motocicleta. En aquella enorme, ruidosa, monstruosa motocicleta.

Qué barbaridad.

Observó con ojo crítico cómo se abría la verja de la mansión y la flamante Brough Superior SS100 hacía su entrada. Era una vieja gloria, y a Lady Croft le hubiese sorprendido, si le hubieran interesado esas cosas, lo mucho que había pasado aquel vehículo, y el mérito que tenía de haber sobrevivido a todo aquello.

Igual que su conductor.

Aquel hombre – Lady Croft se negaba a pronunciar su nombre, aunque naturalmente, lo conocía de sobras - aparcó la motocicleta en el camino principal y apagó el motor. Casi en el mismo instante en que se extinguió el rugido del motor, el parloteo incesante de su nieta se sobrepuso al suave murmullo del jardín.

La anciana dama no llegaba a oír exactamente lo que la niña decía, ni tampoco le importaba demasiado en aquel momento. La inquietaba enormemente que viajara en ese monstruo, detrás del hombre, agarrada a su cintura.

Qué horror. Con la de accidentes de tráfico que había, y más con aquellos trastos de Satán. Por no hablar de que aquel hombre jamás había llevado casco.

Aunque Lady Croft tenía que reconocer que, al menos, la niña sí lo llevaba. De hecho, seguía parloteando como una cotorra mientras él se giraba y, pacientemente, le sacaba el casco a su hija, dejándole el pelo desastrado y enmarañado.

La dama gimió para sus adentros. Su nieta parecía salida de una cesta de gatos furiosos. Ya podía intentar convertirla en algo decente mientras estuviera con ella: en cuanto se iba con aquel hombre – o con su madre, lo mismo daba – volvía a asilvestrarse.

La niña, ajena a su desastroso aspecto, seguía charlando sin parar mientras el hombre le atusaba el cabello con una mano.

- Sí, claro. - masculló Lady Croft entre dientes.- Despéinala aún más, por qué no.

Momentos después, y todavía sin callarse, la chiquilla se ajustó sobre la espalda una mochila ajada que casi era más grande que ella, rodeó el cuello del hombre con sus brazos y le dio un beso – "Santo Dios, espero que no le contagie nada" - en la mejilla mal afeitada - "ni siquiera sabe afeitarse cómo es debido, habráse visto esas patillas" - tras lo cual, saltó de la moto y se plantó en el suelo con un movimiento ágil que no carecía de cierta elegancia.

La elegancia de su madre, desde luego. Era una Croft.

Ahora el hombre le estaba diciendo algo en voz baja, lo que milagrosamente la había hecho callar. Ella le escuchó atentamente y luego asintió. Entonces el hombre sonrió – si es que podía llamarse sonrisa a esa mueca torcida tan desagradable – y le dio una palmadita en el hombro. La niña sonrió, se despidió agitando la mano, dio media vuelta y entró en la mansión.

Entonces el hombre alzó la vista y la miró directamente.

Lady Croft dio un respingo y saltó hacia atrás, soltando la cortina. ¿Cómo era posible que...? Se tapó la boca, avergonzada, y se quedó quieta tras las cortinas, hasta que oyó de nuevo el rugido del motor y la moto alejándose.

Pero no tuvo mucho tiempo para darle vueltas a aquello, pues oyó como una estampida subiendo por las escaleras y al momento su nieta irrumpía en la sala, corriendo hacia ella con los brazos abiertos.

- ¡Abuela! - gritó, arrojándose sobre ella. La anciana dama se tambaleó, azorada, pero pronto recuperó el equilibrio.

- ¡Anna Croft! - le riñó - ¿Qué modales son ésos? ¡Una dama no se comporta así!

La chiquilla sonrió con aquella amplia sonrisa suya y clavó en ella sus ojos inmensos, azules como el mar. Los ojos de aquel hombre.

- Se lo diré en cuanto vea alguna.- bromeó, y le guiñó un ojo, traviesa.

Lady Angeline no pudo evitar sonreír a su pesar. Se inclinó para besar a su nieta, le apartó los cabellos de la frente. Y entonces vio la cicatriz.

(...)

Por decisión de la propia Lara, Anna no siempre estaba con ella. Muchos de los lugares a los que viajaba eran peligrosos para una niña de su edad y, además, ella no podía seguirla al interior de las tumbas y templos, plagados de trampas y obstáculos. No al menos, de momento.

Así que cuando no podía estar con su madre, Anna solía estar con alguna de las diversas, pero selectas personas en las que Lara confiaba plenamente. La primera era, naturalmente, su padre, pero con Kurtis sucedía lo mismo que con Lara; así que cuando no podía estar con ninguno de los dos Anna pasaba temporadas con Marie Cornel, o con Selma y Zip, o con Jean Yves, con el padre Dunstan, con Charles Kane, con Radha y Sita Deli... y con lady Angeline Croft, su otra abuela.

Lady Croft no vivía en la mansión de Surrey, pero sí se trasladaba allí cuando tenía que ocuparse de Anna, y esto ocurría durante el curso escolar, que no podía saltarse en ningún caso. La anciana dama había llevado a su propia hija a diversos internados mientras ella y su marido, que en paz descansara, seguían con su vida social y sus actos de caridad.

Había sido un error. Lara era ahora una extraña para ella. Y Lord Croft no había hecho sino empeorar la situación al desheredarla.

Lady Angeline había perdido a su hija, y no pensaba perder a su nieta.

Así pues, nada de internados para Anna, pero sí iba y venía a un colegio femenino de élite y ella siempre estaba allí, esperándola, cuando regresaba.

Ésa era la época en que vivía en Inglaterra. Luego, según se ocupara de ella una y otra persona, pasaba temporadas en México, en Turquía, en Egipto, en Irlanda, en la India o incluso dando vueltas por ahí en la motocicleta de aquel hombre. Anna era un poco como la hija de todos.

Lady Croft estaba segura que echarían a perder a la niña con tanto tumbo por el mundo, como se había echado a perder Lara. Pero no osaba abrir la boca al respecto. Su hija había sido clara: no interferiría en su educación. La criaría a su manera. De lo contrario... bueno, no había verbalizado su amenaza, pero lady Angeline la había captado perfectamente.

Era tarde para arreglar sus diferencias con Lara. Pero no le pasaría lo mismo con Anna.

No, no tenía la menor intención de renunciar a su nieta.

Claro que, mientras estuviese con ella, no había nada malo en inculcarle algunos modales... daño no podía hacer, y Lady Croft sabía que era de las pocas cosas en las que su hija estaría de acuerdo.

Lo que no había esperado era que, después de tantos años, eso de educar a Anna en los modales de una lady británica fuese misión imposible.

Y todo por culpa de aquel hombre y esa boca que tenía, más sucia que una alcantarilla. Ya podía intentar educarla, ya.

(...)

- ¿Qué es esto? - murmuró la anciana dama, pasando el dedo suavemente por la cicatriz roja de tu frente - ¿Qué te ha pasado?

La sonrisa de Anna se desvaneció. Durante un momento, pareció que estudiaba atentamente a su abuela. Luego se encogió de hombros.

- Me caí de un árbol, abuela.

Lady Angeline frunció el ceño.

- Soy vieja, no tonta, querida. Sé que estás mintiendo: tú no te caes así como así de los árboles. Y también veo la televisión. ¿Qué está pasando en Sri Lanka? ¿No os habrá pillado esa guerra tan horrible, verdad?

La niña clavó los ojos en el suelo.

- Me... me caí de verdad de un árbol. Pero no, no nos ha pasado nada. - alzó la mirada de nuevo – Papá vino a sacarnos de allí. Él nos salvó, ¿sabes? Y me curó y me cosió la herida. Dolía horrores, pero no me quejé. Y luego pilotó un enorme helicóptero. Yo de mayor también quiero ser piloto como él. Pero el coronel Kendrick me dijo que me hace falta comer y crecer bastante antes de ello. Me trata como si fuera un bebé. Yo no le digo nada, me da mucha pena con eso de que le han cortado las dos piernas...

Lady Angeline suspiró. Desde luego, había que ver qué imaginación tenía la niña. Pilotos y piernas cortadas... ¿qué tonterías le estaban metiendo en la cabeza su hija y ese... ese...?

- ... aunque pronto volverá a caminar, ¿sabes? Le van a hacer unas piernas mecánicas. Eso es porque ahora es un héroe de guerra y se lo deben. Papá también es un héroe de guerra, pero nadie le da nada porque no ha perdido las piernas. Y porque desertó. No hay nada para los desertores. Pero el coronel me ha dicho que papá es un héroe de guerra. Le salvó la vida. En Afganistán.

- Anna Croft – suspiró la anciana dama – me estás dando dolor de cabeza con tanta palabrería. Una dama no habla tanto, sin parar, como tú lo haces.

- Yo no soy una dama. - la niña le guiñó el ojo de nuevo – Pero ya me callo, abuela.

Luego hizo una reverencia – bastante mejorable todavía, la verdad - y se alejó trotando, las manos todavía enganchadas en las correas de la bolsa.

- ¡Luego te enseño los dibujos, abuela! - canturreó - ¡He mejorado muchísimo!

(...)

Y entonces, cuando apenas llevaba un mes en la escuela, ocurrió el primer incidente.

Lady Angeline se quedó de piedra cuando la directora del centro donde su nieta estudiaba la convocó de urgencia para deliberar "un asunto grave relacionado con lady Anna", como la llamaban allí – una cuestión de protocolo que se extendía a todas las alumnas, pues todas eran, sin excepción, hijas, nietas, hermanas o sobrinas de ladies.

La directora del centro no quiso anticipar detalles. "Venga a verlo usted misma, milady, se lo suplico." Siendo la palabra suplicar un mero formalismo, pues su voz irritada y cortante no dejó dudas acerca de quién mandaba allí. Molesta, airada y con el corazón en un puño, lady Croft se personó en el instituto, un imponente edificio que se alzaba en medio de cuidados jardines, no sin antes prometerse en silencio que aquella insolencia no quedaría así.

Pero todas las ansias de venganza se esfumaron en cuando alcanzó el pasillo de Dirección. En la lejanía se oía a una niña llorar desconsoladamente, cuyos sollozos se volvieron más audibles y molestos conforme la anciana dama se fue acercando. Pero lady Angeline descartó de inmediato toda inquietud: no era Anna. Su nieta no hubiese llorado así, menos en público. Era como su madre, y como ella misma: orgullosa como una diosa.

La directora, una monja severa y avinagrada que le recordaba a su propia época como interna salió al paso de lady Croft con expresión más bien aliviada. Ya no se mostraba tan insolente como por teléfono.

- ¡Ah, lady Croft! ¡Gracias por venir! - hizo un gesto en dirección a la puerta abierta de donde procedía el estruendoso llanto – Entre, véalo usted misma.

Pasando a su lado sin dirigirle una segunda mirada – si se creía que podía hacerla venir corriendo sin consecuencias, lo tenía claro – lady Angeline entró en el despacho para, a continuación, quedarse clavada en el suelo, boquiabierta de horror.

Sentada en un banco estaba lady Rochford hija, heredera de una vieja conocida suya – lady Rochford madre – que atendía a lady Rochford nieta, de la misma edad que Anna y la cual, por cierto, era la que estaba llorando tan estruendosamente. Aunque no carecía de motivos: la niña tenía la cabeza vuelta hacia atrás, sostenida por su madre, quien le estaba aplicando un paño sobre la nariz. Los churretones de sangre que le bajaban por el cuello y le mojaban la pulcra blusa del uniforme no dejaban demasiadas dudas acerca de lo que había ocurrido.

Y apenas a un metro de ellas, sentada en la otra punta del banco, con la mirada baja y aire enfurruñado, estaba una silenciosa Anna que, al ver entrar a alguien, alzó la vista y descubrió a su abuela. Entonces dio un respingo, asustada.

- ¡Dios mío! - exclamó lady Angeline, olvidando todo recato - ¿Qué te ha pasado?

Su nieta tenía un ojo morado y casi cerrado, restos de sangre alrededor de la nariz y salpicones también en la blusa, aunque parecía haber dejado de sangrar. El cabello estaba revuelto, la ropa sucia, e incluso algo rota. Al fijarse en sus piernas, lady Croft descubrió que estaban llenas de rasguños y moratones.

- ¿Qué ha pasado aquí? - la anciana dama se giró hacia la directora, indignada - ¡Exijo una explicación!

Lady Rochford alzó la vista y soltó un bufido.

- ¿Quieres una explicación, lady Angeline? - dejó de presionar la nariz de su hija y señaló a Anna con el pañuelo ensangrentado - ¡Pregúntale al demonio de tu nieta! ¡Que te diga lo que ha hecho!

Anna dio otro respingo en el banco y atravesó a lady Rochford con una mirada de odio que le heló la sangre en las venas.

- ¡Yo no he hecho nada! - estalló, furiosa - ¡Ha sido ella la que...!

Un chasquido cortó su discurso. La directora había estrellado su puntero contra la mesa.

- ¡Silencio! - siseó – Y ahora, lady Anna, ten la bondad de explicarle a tu abuela lo que has hecho.

La aludida entrecerró los ojos.

- Usted a mí no me tutea. Ni a mi abuela tampoco.

Lady Rochford ahogó un jadeo de sorpresa. Incluso su hija había dejado de llorar y contemplaba silenciosa la escena, aún con medio paño tapándole la cara.

El rostro de la directora se ensombreció.

- Trataremos en otro momento la cuestión de sus modales, lady Anna.- dijo, aunque lady Angeline no pudo dejar de notar que, efectivamente, había dejado de tutearla – Ahora tenga la bondad de explicar a su abuela qué es lo que ha sucedido.

Pero Anna hundió la cabeza en el pecho y no dijo nada más. De repente, parecía abatida.

- Yo lo haré.- saltó entonces lady Rochford. - Vuestra nieta, lady Croft, le ha pegado un puñetazo a mi hija. - separó de nuevo el paño ensangrentado de su cara - ¡Mira cómo la ha dejado! ¡Es intolerable!

Lady Angeline se volvió hacia su nieta.

- ¿Es eso verdad, Anna? ¿Le has pegado a la joven lady Rochford?

La aludida siguió con la mirada clavada en el suelo, pero al cabo de unos segundos, asintió.

- ¡Bueno! - la directora dio una palmada, todavía puntero en mano - ¡Por fin lo reconoce!

- Sin embargo – lady Croft no iba a rendirse tan fácilmente – veo que mi nieta también está bastante maltrecha. ¿Quién le ha hecho eso? ¿O me van a decir ustedes que se ha pegado a sí misma?

- Varias alumnas tuvieron que sujetarla para que no siguiese golpeando a mi pobre niña .- indicó Lady Rochford, indignada.

Lady Croft arqueó las cejas.

- ¿Desde cuándo "sujetar" a alguien te deja con un ojo morado? - se giró hacia la directora, indignada - ¡Puede que la joven lady Rochford haya sangrado un poco por la nariz, pero a mi nieta le han dado una paliza! ¡Exijo una explicación!

Entonces se oyó la voz baja y abatida de Anna.

- Déjalo, abuela. No importa.

Pero la anciana dama seguía mirando furiosamente a la directora. Ésta, por fin, admitió:

- Algunas alumnas... descarriadas, tomaron la iniciativa y aprovecharon para vengarse de afrentas anteriores. Su nieta, lamento decirlo, no es muy popular entre nuestro alumnado.

- Así que, a lo que se ve, a mi nieta la han sujetado entre varias niñas mientras le daban una buena golpiza.- lady Croft paseó su mirada entre las presentes, indignada. - ¡Y ustedes me vienen montando un drama por un poco de sangre en la nariz! ¿Dónde están las niñas que le han golpeado? ¿Por qué no están aquí? ¡Sigo exigiendo una explicación!

Anna observaba a su abuela, boquiabierta.

- La pelea fue iniciada por lady Anna. - se apresuró a aclarar la directora, que ya no parecía tan exultante – Consecuentemente, hemos convocado sólo a las...

Lady Angeline le dio abiertamente la espalda, en un clarísimo gesto de desprecio, y se giró hacia su todavía estupefacta nieta.

- ¿Por qué empezaste la pelea, Anna? - preguntó, sin más.

La niña dudó durante unos instantes, mientras se hacía el silencio en el despacho. Finalmente, admitió:

- Clarice ha insultado a mis padres.

- Lady Clarice. - corrigió la directora.

- Clarice no es una lady. - Anna apretó los dientes – Ha dicho que mi madre es una puta y que ni siquiera sé quién es mi padre.

Se hizo un silencio desgarrador. La directora se cubrió la boca, horrorizada. Lady Angeline se había quedado helada. Lady Rochford fue la primera en reaccionar:

- Mi Clarice no usa ese vocabulario. - frunció el ceño, indignada – Y usted haría bien, lady Croft, en enseñarle modales a su nieta... aunque no deberíamos culpar a la niña, teniendo en cuenta qué compañías frecuenta su madr...

- Lady Rochford.- la anciana dama se giró rápidamente hacia ella – No le aconsejo que se tome licencias respecto a mi hija, pues entonces, ello coincidiría sospechosamente con las acusaciones que se han vertido sobre lady Clarice. - volvió a mirar a su alrededor con ese aire despectivo. - Creo que aquí no hay la menor duda de que mi hija siempre ha sido una dama, tanto en modales como en lenguaje.

- Desde luego, milady. - la directora había enrojecido. - Aquí nadie ha pretendido insultar a lady Lara Croft...

- Excepto Clarice. - masculló Anna entre dientes, inaudiblemente.

- ... todos sabemos que es una dama y que ha hecho mucho por esta institución. Pero el comportamiento de lady Anna es intolerable y en una institución de prestigio como la nuestra no podemos...

- Sí, desde luego.- lady Angeline suspiró. - ¿Podemos terminar con este lamentable episodio? Hablaré con mi nieta, aunque estoy segura de que no volverá a avergonzarme con un comportamiento semejante. - y al decir esto le lanzó una mirada de reojo. Anna se encogió. Dios, ahora ya sabía de quién había heredado Lara esa forma de mirar.

- ¿Y ya está? - protestó lady Rochford - ¿Mi niña recibe un puñetazo en la nariz y eso es todo?

- Confórmese, milady. - respondió lady Croft con acritud. - A mi nieta le han dado una paliza y por lo visto nadie se ha molestado en convocar a las responsables.- dijo mirando con desprecio a la directora.- Por no hablar de que su niña ha insultado a mi hija, y también a mi nieta, al insinuar que no tiene un padre.

Por primera vez, Clarice se atrevió a abrir la boca.

- ¡Yo no he dicho eso! - saltó con su voz chillona - ¡Anna se lo ha inventado!

- ¡Serás mentirosa! - Anna saltó del banco, apretando los puños.

Clarice soltó un chillido y se encogió en el banco. Lady Rochford la abrazó.

- ¡Habráse visto qué barbaridad! - miró acusadoramente a la directora - ¡Espero que se tomen medidas adecuadas contra esto! ¡No pienso mantener a mi hija en una institución donde su integridad corra peligro!

Anna puso los ojos en blanco, pero definitivamente aquello movió a la directora a actuar en su contra.

- Desde luego.- concedió la monja. - Lady Anna Croft queda expulsada del centro durante un mes, durante el cual esperamos que reflexione acerca de lo que ha hecho y modifique su conducta de ahora en adelante, tras lo cual será readmitida sin problemas. Podrá seguir las lecciones y tareas desde su hogar. Lo lamento, lady Croft.

Pero lady Angeline ni siquiera se dignó a responderle. Tomando a Anna de un brazo, procedió a abandonar el despacho, no sin antes decir en voz alta:

- Espero, Anna, que recuerdes bien quiénes te han pegado. Mañana volveré con una lista de sus nombres y exigiré la expulsión de todas ellas, incluyendo a lady Clarice, por supuesto. - Antes de cruzar el umbral, miró por encima del hombro a las tres ocupantes del despacho.- Y tengan por seguro, señoras, que voy a transmitir esta lamentable situación a mi hija. Dudo que lady Lara Croft piense mantener a su hija en una institución donde su honor es cuestionado por una mocosa llorona y mimada.

Y salió dando un elegante portazo.

(...)

Anna permaneció encogida en el asiento trasero del Rolls Royce mientras regresaban a la mansión Croft. Al cabo de un rato se atrevió a sonreír.

- Gracias, abuel...

- ¡De nada! - cortó ella, irritada. La niña volvió a encogerse - ¿No pensarás que apruebo tu lamentable conducta, verdad?

Anna no respondió.

- Ah, creías que porque te he defendido delante de ésas... - lady Angeline se tragó la palabra - ... significa que te absuelvo por lo que has hecho. ¡Pues de eso nada! ¿Pegarle un puñetazo a alguien por un insulto? ¿Qué clase de modales son ésos? ¡Me has avergonzado a mí y has avergonzado a tu madre!

Y entonces ocurrió algo insólito. A Anna se le llenaron los ojos de lágrimas. Al menos, el que aún tenía abierto.

- Por favor, abuela... no se lo cuentes a mamá. Yo... me portaré bien a partir de ahora, lo prometo.

Lady Angeline soltó un largo suspiro. Le costaba un mundo enfadarse con su nieta.

- ¿Por qué has hecho eso, Anna?

- ¡Ya lo he dicho, abuela! ¡Esa asquerosa ha dicho que mamá es una pu...!

- ¡Por favor! - cortó la anciana dama, presionándose el tabique de la nariz con dos dedos – Por favor, ni se te ocurra volver a pronunciar esa palabra en mi presencia, Anna Croft, o te arrepentirás, te lo aseguro.

- Es la palabra que ella usó.- Anna apretó los dientes. - Y no ha sido la única. Dicen que no sé quién es mi padre porque mi madre se acuesta con cualquiera...

Así que las alumnas del college se dedicaban a esos chismorreos ahora. Pero lady Angeline no se dejaba engañar. Las muchachas sólo repetían lo que oían decir a sus madres y abuelas. Las ladies.

Hatajo de arpías, pensó lady Angeline, indignada.

(...)

Un enorme hatajo de arpías, sí. Lady Croft podía mencionar a unas cuantas, incluyendo, por supuesto, a lady Rochford. La venda se le había caído de los ojos hacía poco tiempo, durante un té que tuvo lugar en la mansión de lady Kipling, en una reunión que ancianas damas a las que ella gustaba de asistir.

O al menos le había gustado hasta ese momento.

- Dime, querida Angeline, ¿cómo está tu nieta? - había preguntado inocentemente la anfitriona, sin ser consciente de que iba a desencadenar el caos con aquel tema.

- Pasando el verano con su madre, gracias por tu interés, Jane.- respondió la aludida educadamente.

- ¡Oh! - había saltado lady Rogers, una recién llegada al círculo a la que Angeline no tenía demasiada simpatía - ¿Dónde se ha llevado esta vez a la pobre niña? ¿Somalia? ¿Zimbabwe? - y soltó una carcajada, dando a entender lo absurda que le parecía la propuesta.

Lady Angeline la obsequió con su más hiriente mirada de reojo. Sí, definitivamente aquella nueva rica no le gustaba en absoluto.

- Sri Lanka. - dijo, con más sequedad de lo previsto – Los condes de Farrington encargaron a mi hija encontrar una antigua pieza de ámbar muy valiosa. La Lágrima de Brahma.

- Ah, qué nombre tan poético. - suspiró lady Rochford, distraída.

- ¿Desde cuándo te interesas tanto por lo que hace tu hija, querida Angeline? - dijo con picardía lady Rogers, levemente molesta por el tono cortante de lady Croft.- Tenía entendido que no estabas muy entusiasmada con su estilo de vida...

- Cuando se trata de mi nieta – cortó de nuevo Lady Croft – intento saber en qué anda metida mi hija.

Lady Kipling carraspeó.

- Vamos, vamos chicas. No arruinemos esta agradable conversación. - se volvió amablemente hacia lady Angeline – Nadie duda que tu hija sabe cuidar de sí misma, desde luego que la pequeña lady Anna estará segur...

- ¡Ja! - estalló lady Rogers, y sí, esta vez estaba excediendo sus límites. Lady Kipling palideció y Lady Croft se envaró en su silla.

- Por cierto – intervino de pronto lady Rochford - ¿has dicho los condes de Farrington? Son los mismos cuyo hijo fue rechazado por tu hija Lara hace tantos años, ¿verdad? - y parpadeó inocentemente.

Lady Croft soltó un largo suspiro. Pensaba que me habían invitado a un té, no a una trampa mortal.

- No.- corrigió – De hecho, es el actual conde de Farrington, y su esposa quienes le han encargado recuperar la piedra de ámbar.

- Es decir, el antiguo pretendiente de tu hija le ha encargado una misión y ella ha aceptado. Vaya, vaya. – lady Rogers daba vueltas a su taza de té, un gesto claramente grosero que ninguna lady de vieja cuna hubiese hecho conscientemente. - Esto se pone interesante.

- ¿Qué estás insinuando, Kelly? - saltó lady Kipling, molesta con la situación – El conde de Farrington está casado y tiene seis hijos.

- Sí, pero una esperaría que tuviese alguna especie de rencor...

- Mi hija canceló el compromiso hace muchos años.- cortó lady Croft de nuevo.- Eso es agua pasada.

- Pero tu hija sigue soltera. - lady Rochford suspiró – Por supuesto el espléndido conde de Farrington está ocupado, perdió su ocasión, pero no cabe duda de que la pequeña Anna necesita un padre...

Aquel par de arpías se habían aliado para amargarle la tarde. Pero no lo iba a consentir ni un segundo más. Suspirando, lady Croft dejó la taza de té sobre el platillo floreado y girándose hacia lady Kipling, dijo sonriendo con extremada dulzura:

- Disculpa, querida Jane, pero mucho me temo que este té me está sentando mal. Será mejor que vuelva a casa y descanse un rato.

La anfitriona, pálida como un muerto, no acertó a responder, ni siquiera a llamar a su mayordomo para que la acompañara a la puerta. Pero lady Croft tampoco necesitaba que le indicaran dónde estaba la puerta. Tomó su bolso, su sombrero y se dirigió elegantemente hacia la puerta. Antes de salir, sin embargo, se volvió hacia las repentinamente silenciosas conferenciantes, y comentó:

- Por cierto, mi nieta ya tiene un padre. - y les dio ostentosamente la espalda – En realidad, ya deberías saberlo, Kelly.

(...)

Quién le iba a decir que acabaría defendiendo a ese hombre. El mundo en verdad era un lugar extraño.

Lady Croft ya no soportaba el doble juego de la conversación malintencionada.

¿Y si Lara había estado en lo cierto sobre la nobleza británica, y sobre sus propios padres, todos aquellos años¿ ¿Y si...?

Hatajo de arpías, pensó de nuevo, mientras miraba a su atribulada nieta.

En realidad, Lady Angeline Croft no odiaba a Kurtis Trent. No lo odiaba. ¿Cómo podía odiarlo? Era el padre de su nieta, por más que le pesase en el alma.

Simplemente, por más que lo intentaba, no lograba que le cayera bien.

La primera vez que le había visto casi le había dado un disgusto. Esa pinta de vividor, de vicioso, de canalla... por una parte, no le extrañaba que su hija se hubiese enredado con aquel tipo de hombre. A saber qué clase de compañías había frecuentado.

Lo raro es que hubiese tenido un hijo con él. Estaba segura de que había sido accidental. Anna no había sido una hija deseada, no se imaginaba a Lara siendo madre en absoluto. No entendía por qué razón se la había quedado – pero lo agradecía con toda su alma. Quería a esa nieta con todas sus fuerzas. La había querido desde el primer momento en que había puesto sus ojos en ella, en que la había sostenido en sus brazos. Con ella podría redimirse de lo que ya no tenía arreglo entre ella y Lara.

Casi había dado por sentado que lidiar con Lara sería su único problema, pero resulta que no sólo el padre se preocupaba por la niña... es que tampoco se quitaba de en medio. Con esas fachas que traía, Lady Croft nunca se lo hubiera esperado. No era el típico padre modélico, así que seguramente se quedaba para desvalijar la mansión Croft.

Sí, seguro. Era un bala perdida que se quedaba a chuparse toda la fortuna de su hija. Menos mal que ni se le había ocurrido casarse con él. Menos mal que esa fortuna le correspondía sólo a Lara – desprovista, hacía años, de la ancestral fortuna de los Croft. Casi se alegraba, también, de que Lord Henshingly -en paz descansara- la hubiera desheredado hacía tantísimo.

Claro que, nuevamente, se quedó estupefacta al comprobar que aquel hombre no tocaba ni un solo céntimo, ni un solo penique de la fortuna de Lara. Ni siquiera vivía constantemente en la mansión. Solía estar ausente durante largos períodos de tiempo, aunque siempre regresaba.

Lady Croft no se lo explicaba. ¿Qué narices hacía allí aquel hombre? ¿Qué es lo que quería?

Ni por un instante se le ocurrió pensar que aquel hombre – con aquellas pintas de bellaco – regresaba porque quería a su hija, y a la madre de su hija, con la que ni siquiera estaba casado, cosa que parecía darle absolutamente igual.

(...)

- Mi pobre chico. - murmuró Marie Cornel, arropándose en la manta mientras se mecía suavemente en la mecedora del porche.

Kurtis, que estaba sentado en los escalones de la entrada, se quitó el cigarrillo de la boca y se volvió para mirar a su madre. En los últimos años, Marie había envejecido considerablemente, como si la desaparición de la gran sombra que había arruinado su vida, en lugar de aliviarla se hubiese desplomado sobre ella. Había sido una mujer alta y fuerte, fornida hasta bien entrados los sesenta años, y en los últimos catorce años se había ido encogiendo y empequeñeciendo, como una mariposa que se volviera crisálida. Su largo y espeso cabello, negro como ala de cuervo y con apenas dos o tres mechones grises hasta hacía poco, se había vuelto súbitamente blanco.

Marie Cornel desaparecía poco a poco, pero nunca había sido tan feliz como en aquellos últimos años. Nunca había estado tan en paz.

- Mi pobre chico. - murmuró con su voz cansada, pero contenta. - ¿Así que eso es todo?

Kurtis la miró de arriba abajo y frunció el ceño.

- Veo que tú tampoco le das importancia.

- ¿"Tampoco"?

- Lara. A ella no le ha parecido para tanto.

- Y tiene razón.

El ex-legionario soltó un bufido y volvió a colocarse en cigarrillo entre los dientes.

- Después de todo lo que has visto, que tú digas eso...

- Precisamente después de todo lo que he visto.- la anciana sonrió y se arropó un poco más en la manta. Tenía la mirada perdida en el horizonte.- Esposa de un Lux Veritatis, madre de un Lux Veritatis y ahora, abuela de una Lux Veritatis.- sacudió la cabeza y rió quedamente.- Quién me lo iba a decir.

Durante un momento, el silencio pesó en el exterior de la amplia cabaña. Sólo los grillos se oían en la lejanía, y algún mugido procedente del ganado cercado. El sol descendía lentamente, rojizo, recortado contra el horizonte del desierto.

- No tendría que haber sucedido. - murmuró Kurtis al fin.

- Pero ha sucedido.- replicó Marie a su vez.- Es mejor así. Podrías haber tenido un hijo y entonces Marcus no le habría dejado en paz.

- Marcus está muerto. Y de haber sobrevivido le habría permitido acercarse a él lo mismo que le hubiera permitido acercarse a Anna. - dejó caer el cigarrillo al suelo y lo pisó con brusquedad para rematar sus palabras.

- Era un viejo inofensivo.

- Era uno de los Ancianos, madre. El Sabio en persona. Envenenaba con las palabras.

- Amable tributo post-mortem para quien se sacrificó por Anna. Recuerda que ella volvió y... pudo nacer, gracias a él.

- La deuda está saldada. No le debo nada. Toda mi vida tragando su mierda y la del resto de la Orden. Qué menos que compensarme por eso. - Kurtis soltó un suspiro exasperado.- Y ahora todo vuelve a empezar.

Marie levantó una ceja.

- Creo que olvidas un detalle. Bueno, cientos de pequeños detalles.

- Ilumíname.- el tono de su hijo era sarcástico.

- Para empezar, es gracias al Don que Anna está viva.

- ¿Crees que no lo sé? - el ex-legionario giró bruscamente la cabeza y la atravesó con la mirada – Gracias, Lara ya me lo ha recordado cientos de veces. Ese hijo de puta casi le revienta la cabeza a mi hija de un porrazo. Exteriormente no tenía casi nada, pero estaba sangrando por dentro. Se estaba muriendo, y yo la dejé tirada en una cochina habitación de hospital para ir a buscar a Lara a la que, por cierto – hizo un gesto brusco con la mano – casi tampoco saco de allí.

Marie sacudió la cabeza lentamente.

- No has cambiado nada. Te sigue gustando fustigarte. - separó la espalda de la mecedora, adelantándose un poco – El caso es que las sacaste de allí, a las dos. Tú solo. Y el Don la curó, la salvó. ¿De qué te lamentas? Eckhardt está muerto. Karel está muerto. Giselle, Betsabé, todos esos malnacidos de la Cábala están muertos. Tú y Lara habéis limpiado el mundo de esa escoria. Anna no conocerá lo que tú y yo hemos conocido. No sufrirá lo que todos hemos sufrido. Incluso cerrasteis las puertas de la Vorágine. Hicisteis un mundo más seguro para ella. Anna no es otro eslabón más en la cadena. Anna es un nuevo comienzo.

Kurtis no respondió. Permaneció en silencio mirando hacia el horizonte.

- ¿El nuevo comienzo de qué? - dijo al fin – ¿Por qué ha heredado el Don en este nuevo mundo tan seguro? - había cierta ironía en su voz.- Es una chica. Ni siquiera tendría que haber ocurrido.

- Ha habido mujeres con el Don en la Orden. Cierto, han sido pocas, muy pocas, pero... - se detuvo un momento, frunciendo el ceño.- ¿Ella lo sabe ya?

Kurtis negó lentamente con la cabeza.

- ¿A qué esperáis para decírselo?

- Lara lo ha dejado en mis manos. Con ultimátum incluido.- sonrió al recordar la severidad con que la exploradora le había amonestado.

- ¿Por qué no se lo ha dicho ella misma?

- Porque tengo que ser yo. Mi hija, mi legado.

- ¿Qué sabe ella de... todo esto? Los Lux Veritatis, la Cábala, los Nephili...

Kurtis suspiró.

- Todo. Lo sabe todo. Lara y yo no hemos tenido secretos con ella. Sólo que no habla de ello con nadie.

- La tomarían por loca.- Marie suspiró – Bien, pues que éste no sea el primer secreto. Debe saberlo pronto... y luego, tendrás que entrenarla. Recuerda lo que te pasó a ti. Que no lo descubra como lo hiciste tú.

Kurtis se volvió a mirarla de nuevo y frunció el ceño.

- Pareces Marcus, dando órdenes a diestro y siniestro.

- Tú haz lo que te dé la gana, pero Anna es mi nieta. - se estremeció y se arropó aún más en la manta. - Por cierto, ¿cuándo va a venir? Me gustaría volver a tenerla aquí... unos días...

El ex-legionario seguía mirándola fijamente. Marie se estremeció. Konstantin. Él también me miraba así. Como si pudiera ver a través de ella.

- ¿Desde cuándo estás enferma? - soltó Kurtis abruptamente.

La mujer navajo abrió la poca para protestar, pero se dio cuenta que sonaba ridículo intentar negarlo. Hacía un calor tremendo pese a ser otoño y allí estaba ella, envuelta en una espesa manta que casi la enterraba por completo.

Volvió a reclinarse en la mecedora y empezó a balancearse. Ahora que el tema de conversación no resultaba tan tenso, se dio cuenta de que le resultaba fácil decirlo.

- No estoy enferma.- suspiró, y se encogió levemente de hombros. - Me estoy muriendo.

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