Capítulo 7: El legionario
- ¡Qué! ¿Qué Kurtis estaba allí? ¡Oh por favor, Lara, cuéntamelo todo!
- Me duele la cabeza, Selma.- murmuró ella, con la cara hundida en la almohada del sofá – Déjame tranquila.
- ¡¡Tranquila!! ¿¡Cómo puedes estar tranquila en un momento así!? ¡Eres más seca que un desierto! ¿Le habrás invitado a venir, no?
- Casi se ha invitado él solo.
- ¡Por favor, Lara! ¡Qué genio! ¿Habéis entrado en materia o...?
- Selma, largo de aquí.
La turca se levantó, ofendida, y salió bruscamente del salón. En la puerta se topó con Charles, que venía con una botella de vino y dos copas.
- Ten cuidado – le advirtió Selma señalando a Lara - ¡Hoy está que muerde!
Cuando cerró la puerta, Charles soltó una carcajada.
- A veces pienso que esta muchacha, más que arqueóloga, debería ser reportera del corazón. Y tú, como siempre, haciendo amigos...
- Como siga así de pesada, la enviaré a dormir al cementerio.- gruñó Lara, revolviéndose en el sofá.
Charles se rió de nuevo y descorchó la botella.
- ¡Mira lo que Winston ha sacado de la bodega! Un Borgoña añejo de primera calidad. Vamos a probarlo.
Lara torció la boca.
- Apuesto a que te has pasado estos dos días bebiéndote mi bodega.
- Y vigilando tu casa y cuidando de tus seres queridos, dulzura mía. Pero ni Betsabé ni nadie parecido se han acercado por aquí.
Escanció dos copas y le ofreció una a Lara. Entonces miró por la ventana y dijo:
- ¿No será ése, verdad?
Afuera, en el jardín, vieron como Winston, que se hallaba supervisando la labor de los jardineros en el seto exterior, se dirigía hacia un hombre fornido que acababa de aparcar una motocicleta envidiable y le recibía con la mayor de las amabilidades, probablemente fruto de la admiración íntima que sentía por él a causa de sus bocetos.
- ¿Has visto eso? – gruñó Lara – Mi propio mayordomo conspirando contra mí.
- Bueno.- dijo Charles, riendo – Yo sólo veo que cumple con las normas de cortesía. Por cierto, ¿de dónde ha salido ese tío? Parece una mezcla de McGyver y Terminator.
Lara hizo una mueca cansada, pero no dijo nada.
La puerta se abrió y tanto ella como Charles se irguieron en sus asientos. Lara se había vestido con un bonito traje de falda larga de color gris plateado que realzaba su piel y llevaba el pelo recogido en la nuca. Casi podía imaginar los maliciosos comentarios que eso despertaría en Selma, pero ella tenía muy claro que se había puesto así de guapa para "infundir respeto al visitante" e "imponerse con la debida dignidad de una anfitriona".
- Estás preciosa.- le había dicho Charles, y ahora Lara tenía la impresión de leer el mismo mensaje en los ojos de Kurtis.
Entonces, un grito rompió el incómodo silencio que se había formado. Selma apareció de repente y prácticamente se tiró al cuello del hombre, mientras depositaba dos ruidosos besos en sus mejillas.
- ¡Kurtis! ¡Estás radiante!- exclamó la muchacha - ¡Dos años sin verte, me alegro de que estés bien, ya creía que...!
Lara no escuchaba las ilusionadas palabras de Selma ni lo que Kurtis le respondía. Sólo sentía una honda rabia dentro de ella, provocada por la actitud de Selma. No por celos (eso era absurdo) sino porque, en su espontánea y amable reacción, la turca estaba dejándola a ella como una seca y una maleducada. De repente, sintió ganas de levantarse y ponerse a gritar, aunque no supo por qué.
- Me parece que ya está bien, Selma. – espetó con sequedad. La muchacha se apartó y la fulminó con la mirada, pero ella, ignorándola, se dirigió a Kurtis – Tú dirás.
Kurtis miró a su alrededor. Lara estaba elegantemente instalada en su sofá y, detrás de ella, Charles aguardaba en silencio, como si de un guardaespaldas se tratara. Selma miraba al suelo incómoda, desde la silla en la que se había sentado. Entonces Winston, horrorizado, se dio cuenta de que nadie le había ofrecido asiento a Kurtis y se apresuró a ponerle una silla.
Sonriendo irónicamente, y con todo el descaro del mundo, Kurtis le dio la vuelta a la silla, se sentó con las piernas abiertas, apoyó los codos en el respaldo y cruzó los dedos de las manos, apoyando en ellos la barbilla. Lara interpretó aquel gesto como un desafío.
- Esto parece una audiencia real. ¿Tengo que hacer la reverencia y besar vuestra mano, milady? ¿O debo permanecer de rodillas y lamer la suela de vuestro zapato?
- Si eso te hace feliz.- masculló ella, molesta por su actitud. Entonces miró a los demás y vio que todos estaban a punto de estallar en carcajadas, excepto Winston, que la miraba con tristeza, como diciendo: Esto no está bien.
- Preferiría que nos dejaran a solas. – puntualizó Kurtis.
Selma saltó de la silla y se apresuró a abandonar la sala, como si estuviera deseando dejarles a solas. Tras un momento de duda, Charles le siguió, y por último salió Winston, lanzando a Lara una mirada que ella no supo interpretar mientras cerraba silenciosamente la puerta.
- No sé qué te pasa, Lara. No sé por qué te comportas como una niña enfurruñada.
- Corta el rollo, Kurtis. Has venido a por los Fragmentos.
- Y a por algo más.
Lara se irguió, indignada. ¡Pero bueno, habráse visto semejante descaro!
- Ese algo más no te interesa, porque no lo vas a conseguir.
- Quiero saber por qué estás tan furiosa conmigo.
Ella apretó los labios. Durante un segundo, pareció que iba a contenerse, pero finalmente estalló:
- ¿Y qué esperabas? Desapareciste hace dos años. No sabía si darte por muerto. Y de repente apareces y pretendes que todo siga igual como antes de largarte. ¡Pues de eso nada! Coge tus Fragmentos y lárgate. No quiero saber de ti.
Kurtis se quedó inmóvil, mirándola a los ojos, como si no estuviera convencido de lo que acababa de oír. Luego murmuró:
- Necesito un cigarro.
Se levantó, sacó uno del paquete de tabaco y lo encendió. Se aproximó a la pared, se apoyó en ella y dio una calada. Parecía nervioso.
- Vamos a ver... tu tienes un problema de incomprensión.- dijo golpeándose la sien con dos dedos – Para empezar, ¿qué soy yo? No, espera, no me lo digas. Te lo diré yo: un Lux Veritatis. ¿Has olvidado qué significa eso?
Ella no contestó.
- Te lo expliqué, Lara. Te dije que no podía quedarme. Tú y yo no podemos estar juntos. Por eso me fui.
- Genial, porque por eso mismo te irás ahora.
- No deberías enfadarte. Te lo dije bien claro, cómo es mi vida, como ha sido siempre: todas las personas que yo he amado han muerto a manos de mis enemigos. Es su forma de vengarse. No quería que lo mismo sucediera contigo.
- No me vengas con monsergas. Lo hiciste por tu estúpido sentido del honor, por todas esas idioteces sobre una misión que tenías que cumplir.
- Maldita sea, Lara. Esperaba más de ti.
Lara se levantó bruscamente, se acercó a la puerta y la abrió. Asomó la cabeza al pasillo y dijo:
- Winston, en lugar de estar ahí espiando, avisa a Radha y dile que traiga el estuche de terciopelo.
Luego cerró de un portazo y se giró de nuevo hacia Kurtis:
- Yo también esperaba más de ti. ¿Por qué no reconoces de una vez la verdad? Te aprovechaste de mala manera. Estábamos juntos en una situación difícil y me dejé llevar. ¡Lo que no sé es cómo fui tan imbécil! Pero claro, tengo fama de ramera, ¿no? De chica fácil. Lo que me extraña es que no te quedaras hasta conseguirlo todo.
Kurtis se irguió como si la pared quemara:
- ¡Yo no soy ese tipo de hombre!
- Me trae sin cuidado lo que digas. Yo no perdono, ni tampoco olvido.
Él se volvió a meter el cigarro entre los labios mientras mascullaba algo acerca de que aquello era surrealista y algo más acerca de una paciencia que se estaba agotando. Dio una profunda calada, expulsó el humo lentamente y dijo:
- Quédate con tus ridículas y egoístas ideas. Para mí estos dos años han sido una tortura, sobre todo porque aunque lo he intentado no he podido olvidarte... y no gires la cara como un doncella ofendida. Si no eres capaz de entender por qué me fui, al menos entiende por qué estoy aguantando la forma en que me tratas. En realidad, se trata del mismo motivo.
Para gran alivio de Lara, no tuvo que oír qué motivo era (aunque se lo imaginaba... y temía) porque en ese momento se abrió la puerta y entró Radha. La pequeña hindú llevaba en sus manos un estuche de terciopelo. Pero apenas alzó la vista, los pequeños y negros ojos de la niña se desorbitaron de horror al ver a Kurtis, y lanzando un chillido, cayó cuan larga era sobre la alfombra adamascada.
Lara y Kurtis se precipitaron al mismo tiempo sobre la pequeña figura, que estaba lívida e inconsciente.
- ¿Ves? Asustas a las criaturas – aprovechó Lara para hacer una broma cruel, pero se calló al ver que Radha estaba realmente inconsciente y que Kurtis la observaba en silencio. Entonces le miró y preguntó:
- ¿Es que la conoces?...
Él murmuró:
- Creo que sí... pero hace mucho tiempo...
*******
Horas más tarde, cuando Radha se restableció de la impresión (otra cosa no habría sido) ya de noche, le contaría a Lara de qué conocía a Kurtis, aunque hubiera pasado tanto tiempo que él apenas la recordara.
Radha tenía nueve años cuando la Legión había atacado el poblado de Khusuma Bharadji. En realidad no fue un ataque propiamente dicho (pues, ¿qué daño les podían hacer aquellas gentes pobres y miserables?) sino una mera incursión... para divertirse.
La pequeña se encontraba amasando estiércol para hacer ladrillos, una ocupación muy frecuente entre los niños de la India. A su lado, su hermana mayor, la dulce Sita, estaba sentada con la mirada perdida.
Sita tenía quince años y media cara abrasada, devorada por el ácido que su marido, enajenado, le había arrojado después de que hubiera intentado escapar varias veces. Aquel hombre odioso había muerto de viejo y Sita había vuelto expulsada del hogar a casa. Vestía de blanco como convenía a su estado de viuda y, con la cabeza rapada y el rostro deformado, tenía que cubrirse la cara para que nadie la viera. No era más que una sombra de sí misma y todos la ignoraban. Más le habría valido lanzarse a la pira de su difunto torturador. La única que se apiadaba de ella era su hermana pequeña, que contrariamente a lo que ordenaba la estricta costumbre hindú, le traía comida y le daba conversación.
- ¿No lamentas tu belleza perdida?- le decía Radha, que sabía que su hermana siempre había sido admirada por la fineza de sus rasgos. Sita siempre respondía:
- No he perdido mi belleza, Radha. La estoy viendo en tu rostro.
Con el tiempo, Radha se había convencido de que lo que había destruido a su hermana no era el ácido, sino el matrimonio. Y temblaba esperando el día en que la entregaran a un hombre.
De repente, se oyeron gritos en las lindes del poblado.
- ¿Qué ocurre?
Sita se levantó, tapando de nuevo su deforme faz con un tupido velo. Entonces oyeron la primera ráfaga de metralla.
- ¡Dacoit! – gritó Radha levantándose, pronunciando el nombre de los criminales a quienes más temían los lugareños.
- No.- dijo Sita – Son los legionarios.
La niña no preguntó cómo lo sabía. No habría entendido que su hermana mayor había tenido que entregarse a aquellos hombres blancos para lograr algo de alimento y sobrevivir, manteniendo siempre el rostro velado. Al fin y al cabo, el rostro no era lo que buscaban en una mujer, y jamás se le hubieran acercado de ver cómo era en realidad.
Sita la cogió de una mano y se la llevó hacia la jungla, que estaba muy cercana. Se acurrucaron bajo unas hojas y permanecieron en silencio. Los chillidos y disparos iban en aumento. Y de repente sonó la primera explosión. Radha se encogió, aterrorizada. Sita, que miraba por encima de los matojos, dijo:
- El poblado arde. Le han prendido fuego.
Radha soltó un sollozo de miedo. Su hermana parecía extrañamente tranquila. ¿Acaso no les temía?
- ¿Qué va a ser de padre, madre y nuestros hermanos?
- Que Lakshmi la Benévola se apiade de ellos. Yo me ocuparé de ti.
Permanecieron unos momentos inmóviles, de pronto, unas ramas crujieron a unos pasos de ellas. Sin darle tiempo a reaccionar, Sita la levantó de un tirón y la empujó hacia delante. Algo pasó zumbando junto a su oído y se estrelló en la corteza de un árbol cercano. Soltó un grito de terror y le flaquearon las rodillas.
- ¡Corre o estás muerta! – gritó Sita en su oído.
De repente, cuatro figuras enormes les cortaron el paso. Eran hombres fornidos de rostro pálido, que daban una impresión terrible al estar cubiertos de mugre y tener una expresión feroz y salvaje en sus rostros.
Radha trató de retroceder, unos brazos fuertes la alzaron y se la cargaron a la espalda antes de que pudiese siquiera reaccionar. Se debatió, pero sus nueve años poco podían contra la fuerza de aquellos hombre brutales. Miró atrás pero sólo alcanzó a ver cómo dos de ellos arrastraban a su hermana asiéndola de la blanca túnica. Nunca volvería a verla.
Sabía que no le serviría de nada, pero gritó. Gritó con todas sus fuerzas mientras su captor se la llevaba a través de la selva. El trayecto no duró mucho, pronto llegaron a una zona despejada llena de barracones, tiendas y trincheras. Era el campamento de la Legión Extranjera.
- ¡Eh! ¡Mirad! – gritó alegremente el legionario que la había raptado, arrojándola al suelo como un saco- ¡Mirad qué cosita he encontrado!
Los otros soltaron grotescas carcajadas y se acercaron para observar a la niña, que se quedó paralizada del terror y ni siquiera reaccionó cuando alguien la arrastró hacia un húmedo y oscuro barracón. Al llegar a la puerta de nuevo recobró las fuerzas y se asió al marco desesperadamente, chillando con tanta fuerza que la hicieron callar de un puñetazo. Aquello no la arredró, porque de pronto, en su tierna e infantil mente, había empezado a intuir lo que querían hacer con ella y empezó a morder y patalear para tratar de quitarse de encima a aquellas manos sucias que la sujetaban, golpeaban y rebuscaban bajo el sari desgarrando la tela.
- ¿Qué coño estáis haciendo?
Aquellas palabras, que Radha no entendió al igual que ninguna de las otras que había oído, puesto que se expresaban en francés, tuvieron la virtud de detener a sus agresores, que se giraron hacia el que había hablado, otro legionario que acababa de llegar.
- ¡Eh, Trent! – le gritó el que la estaba sujetando - ¡Dime qué te parece!
Y la empujó con tanta brutalidad que Radha fue a caer en brazos de aquel otro legionario, que la sujetó con firmeza pero sin brusquedad.
- La hemos sacado del pueblo – continuó – Claro que como tú no has querido venir...
Sin verlo y no verlo, aquel tipo pasó entre sus colegas y la metió dentro del barracón. Aquello provocó las carcajadas de los otros legionarios, que aplaudieron y silbaron obscenamente mientras gritaban:
- ¡Qué cara más dura tienes, Trent! ¡Cuando acabes avisa!
La puerta se cerró, la oscuridad lo llenó todo, y Radha ya no fue más que una niña desnuda y aterrada que se acurrucó sollozando en un rincón y esperó a que aquel brutal hombre hiciese con ella lo que le viniese en gana...
Oyó a su agresor trajinar con algo y una llama se encendió en medio de la negrura. Era el mechero del soldado, a cuya luz Radha pudo verle de cerca el rostro. Era pálido y severo como el de los otros, y tenía los cabellos oscuros. Un corte superficial, al lado del ojo, llenaba de sangre su sien izquierda. Pero la niña no pudo evitar fijarse en sus ojos. Jamás había visto a alguien en que tuviera unos ojos así. Eran azules.
- Joder. – murmuró él – Si eres sólo una niña.
Ella temblaba tanto que le castañeaban los dientes y se sacudía. El legionario extendió una mano y le tocó el hombro, lo que provocó que la niña se apartara gritando.
- No chilles, criatura. No te voy a hacer nada.
Una leve sonrisa apareció en el rostro austero del soldado, y aunque Radha no entendía nada, se tranquilizó por el tono sereno de su voz.
El soldado estaba asqueado. De sí mismo y del mundo que le envolvía. Sabía que aquello era normal y frecuente, que los militares, llevados al límite de su resistencia en misiones inhumanas que les hacían volver locos de soledad y dolor, acababan convirtiéndose en crueles máquinas de matar y al poco tiempo también en ladrones y violadores. Como nadie tenía compasión por ellos, ellos tampoco tenían compasión por nadie. Ni siquiera por una inocente criatura de nueve años, ni por un poblado de gente miserable. Él lo sabía y los odiaba a todos y también se odiaba a sí mismo, porque en cierto modo era como ellos.
Se levantó, resuelto, y le dio una casaca, con la que Radha se cubrió de inmediato. Entonces abrió una trampilla en el suelo y le indicó el túnel. Conducía más allá del campamento y los soldados lo usaban para huir de las disciplinas. A pesar de las barreras lingüísticas, Radha entendió perfectamente. Se acercó al agujero y, antes de bajar, se volvió y tomando rápidamente la áspera mano del legionario, la besó en señal de agradecimiento. Luego se dejó caer dentro y corrió hacia el túnel, hacia su libertad.
El legionario se quedó mirando un momento la trampilla, suspiró y la dejó caer. Luego salió a enfrentarse con sus compañeros, sintiendo que ya no eran hombres, sino bestias.
Aquel hombre extraordinario no había sido otro que el propio Kurtis.
*****
Cuando Radha concluyó su relato, Selma sonreía contenta y Lara permanecía silenciosa. La turca se alegraba de no tener motivo alguno para que la imagen heroica que se había forjado de Kurtis se viera levemente afectada. En cuanto a Lara, no le resultaba todo extraño el hecho de que, si en aquella horda de salvajes que todo el mundo sabía que era la Legión, había un solo hombre que salvaría a Radha de la injuria y la suciedad, ése tenía que ser Kurtis, tan sobreprotector y limpio en lo más íntimo de sí mismo, aunque todo lo que le rodeara fuera podredumbre.
¿Y Radha? ¿Qué extraño destino había hecho que ella, la misma niña, hubiera sido salvada hace tiempo por Kurtis y ahora por Lara? La exploradora no creía en el destino, pero no podía quitarse de la cabeza a aquella niña de ojos negros que ahora la miraba sonriente. ¿Qué fuerza superior la había puesto en sus manos? ¿Estaría bien ahora desprenderse de ella como ropa vieja, ahora que ya la había librado del fuego como Kurtis la libró de ser violada, ahora que su conciencia estaba ya tranquila...?
- Radha – dijo entonces, y no reconoció su propia voz ni supo por qué pronunciaba aquellas palabras - ¿Te gustaría quedarte a vivir aquí, en Surrey?
Los ojos de la criatura se abrieron extasiados, y como aquella niña que nunca debió dejar de ser, se arrojó a su regazo y le rodeó el cuello con sus bracitos mientras le besaba la mejilla:
- ¡Oh, bahanji, me encantaría quedarme contigo!
Lara se quedó rígida, porque nunca había recibido el abrazo de un niño, pero enseguida se relajó y sonrió. Selma la miraba, en silencio, tan sorprendida como contenta por su útlima decisión.
- Ejem, ejem...
Ellas se giraron. Winston esperaba cortés en el marco de la puerta.
- ¿Qué habitación le reservo al señor Trent? Dada la indisposición de la señorita Deli, he deducido que se quedaría a pasar la noche.
Lara torció el gesto.
- La caseta del perro le vendrá bien.
El codazo que recibió por parte de Selma en el flanco le cortó el aliento.
- Está bien – concedió, poniendo los ojos en blanco – Dale la que está al fondo del pasillo.
Winston salió y soltó un suspiro. Kurtis, al pie de la escalera, exhibía una sonrisa irónica.
- Y bien, ¿dónde duerme el perro?
El mayordomo enrojeció hasta las orejas y farfulló:
- Lo siento mucho...
- Descuida, hombre.- dijo él, cargándose el macuto al hombro – Por cierto, ¿siempre es así cuando se enfada?
Winston echó una rápida mirada por encima del hombro, y tras asegurarse de que no podía oírle nadie, murmuró:
- Qué va, suele ser peor.
- Entonces te compadezco, Winston. Tienes madera de santo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top