Capítulo 6: El reencuentro

- Señorita...

Lara entreabrió los ojos y se desperezó. Al pie de la cama estaba plantado el solícito Winston, ofreciéndole un teléfono inalámbrico sobre una bandeja.

La mujer se incorporó perezosamente, cogió el teléfono y dijo entonces el mayordomo:

- Es el profesor Ivanoff, desde Rumanía, señorita. No he podido localizarlo antes.

- Gracias... ¡¡Ivanoff!! ¡Tengo que hablar contigo acerca del Fragmento...!

- No, querida.- oyó entonces la voz del erudito – Soy yo el que trae malas noticias. Los monjes de Meteora me han dicho que aún no lo sabes.

Lara frunció el ceño.

- ¿El qué?

- Que el Orbe ha sido robado.

La exploradora se incorporó de golpe, completamente despejada ya.

- ¿¿Que el Orbe...??

- Sí, no hace ni dos días. Y Nikos Kavafis, que es el nuevo abad desde que Axiotis muriera hace meses, sufre una.... extraña dolencia. Los hermanos creen que está poseído.

- ¡Maldita sea, Vlad! ¡Ayer una especie de marchante de arte trató de comprarme el Fragmento!

- ¡Pero si estaba prohibido hablar de ello!

- ¡Eso trato de decirte, pasmarote! ¿Te has ido tú de la lengua? ¡Porque Selma jura y perjura que no sabe nada!

- ¿Yoooo? Mira querida, si el último de los Lux Veritatis le ordena a Vladimir Ivanoff que cierre el pico acerca del asunto, Ivanoff cierra el pico, ¿entiendes?

Ella lo entendía. El erudito rumano sentía un respeto hacia Kurtis que rozaba el pánico, por acontecimientos que habían tenido lugar hacía dos años en Bran. Lara saltó de la cama y empezó a dar vueltas por su alcoba como un animal enjaulado, mientras el borde del camisón le daba vueltas alrededor de los tobillos.

- ¡Es demasiada coincidencia! ¡El Orbe desaparece y alguien quiere comprarme su Fragmento! ¡Y ninguno de esos dos objetos eran del domino público! ¿Entiendes?

- ¿Y el señor Yves?

- ¡Dios, Ivanoff! ¡ A Jean le confiaría yo hasta el número de mi cuenta bancaria!

- ¿Quieres que vaya a Meteora? Tengo que dar una conferencia en Atenas y no me costaría mucho...

- Déjalo, yo iré. Tengo que saber lo que ha pasado de primera mano.

Se despidió y colgó apresuradamente. Winston ya estaba junto a ella, atento como siempre.

- A partir de ahora Selma y Charles se alojarán aquí.

- La señorita Al-Jazira se encontraba unos días con la niña hindú...

- No importa. Que se la traiga también. Y dile a Selma que se traiga el Fragmento del Orbe que ella guarda, donde quiera que esté, y lo deje aquí.

- ¿No sería peligroso reunirlos? Si la dama de la fiesta andaba buscando uno, también querrá el otro...

Lara frunció el ceño. Winston era inteligente y había razonado bien.

- Hay que correr el riesgo. Puede que sea peor mantenerlos dispersos. Voy a hacer instalar un aporte de mayor seguridad en esta casa. Si han robado el Orbe de una polvorienta cripta en un monasterio aislado, también pueden intentar robar de aquí. ¡Malditos monjes! ¡No saben cuidar de lo suyo! ¡A qué mala hora dejé que se quedaran con el Orbe!

- Así pues, señorita....

- Me voy a Meteora. Cuanto antes. Tengo que saber qué ha pasado y qué le ocurre a Kavafis.

***********

Marie levantó la vista al oír el característico rugido de la moto. Se giró hacia el visitante y murmuró:

- Ya está aquí.

Salió al porche para recibirle.

- ¡Oh, Kurtis!

El hombre avanzó cojeando levemente por el patio. Aunque se había lavado los restos de sangre, la cara aparecía llena de arañazos y seguía con la ropa destrozada.

- He tenido un mal día.- bromeó él. Luego frunció el ceño, pues vio aparecer a la figura oscura detrás de su madre - ¿Qué haces aquí?

El monje se inclinó respetuosamente.

- Me han enviado mis hermanos de Meteora. Es... es urgente que vengas con nosotros.

- ¿No puede descansar? – pidió Marie - ¡Está herido!

- No es nada.- dijo él, y se giró al monje - ¿Qué ha pasado?

El cenobita cruzó los brazos y escondió las manos en las mangas.

- Nuestro abad fue atacado por una criatura maligna y creemos que está poseído.

- ¿Qué criatura maligna? – Kurtis levantó un cubo de agua y se lo dejó caer sobre la cabeza. De inmediato notó el punzante escozor de las heridas del rostro. Se echó el pelo atrás y hundió el rostro en una toalla.

- Era una mujer.

Marie soltó un bufido y una carcajada.

- ¡Venga ya, Pancratios! Una mujer no es una criatura maligna.

- Tenía aspecto de mujer, pero era un diablo.

- Eso ya está mejor. – puntualizó Kurtis - ¿Me necesitáis para eso?

- Tenemos peores noticias. El Orbe nos ha sido robado.

Kurtis se giró bruscamente:

- ¿Que os lo han robado? ¿Sois idiotas o qué?

- ¡Kurtis! – exclamó la mujer, escandalizada, pero él continuó:

- Se supone que sois sus guardianes ancestrales. Si lo llego a saber, lo envío de vuelta a la tumba de Loanna. ¡Una mujer muerta ha sido mejor protectora que un tropel de monjes vivos!

Pancratios respondió ofendido:

- No somos guerreros como tú. Si nos arrebatan algo por la fuerza, no podemos defendernos. Precisamente contamos con gente como tú para eso. Y ahora te pedimos que nos ayudes.

Él levantó las manos con impotencia y dijo:

- Está bien. Te acompaño.

****************

Lara se sentó sobre la roca y levantó la vista. Ayios Stefanos la contemplaba orgullosamente ubicado desde lo alto de la inmensa peña. Tenía pensado subir y echar un vistazo, pero no quería ser descubierta. Los monjes eran poco hospitalarios y muy antipáticos con las mujeres. No es que a Lara le importase, pero quería investigar por su cuenta sin que le molestaran. Por ello no había anunciado su llegada ni pensaba hacerlo.

- Bueno, vamos allá – murmuró, y empezó a escalar el acantilado.

Llegar arriba le costó unos veinte minutos. Se desplomó a la entrada del monasterio, con el cuerpo empapado de sudor y el corazón martilleándole en el pecho. Sacó un hábito negro, que llevaba preparado para la ocasión, y lo vistió. El reborde del manto cubrió sus botas y una capucha ocultó su rostro. Escondió las manos en las amplias mangas, después de quitarse los mitones de cuero, y entró silenciosamente.

El cenobio seguía tan silencioso y pacífico como había sido siempre. La exploradora anduvo por los corredores, intercambiando una breve inclinación de cabeza con cada hermano que encontraba. Alguno se giraba, extrañado, porque no recordaba tener un compañero tan alto, pero tampoco le daban mucha importancia.

De repente, un joven novicio pasó a su lado y la agarró por el brazo. Ella se sobresaltó.

- ¡Hermano! – cuchicheó - ¡Vamos! Me dicen que ya ha llegado y que está examinando al patéras.

Por supuesto, no tenía ni idea de quién había llegado, pero se apresuró a seguir al novicio. Llegaron a una sala amplia, despejada de muebles, donde media comunidad se agolpaba, inquieta. Entre la maraña de hábitos oscuros Lara distinguió, en medio de todos, al abad Nikos Kavafis. Parecía consumido y desmejorado, pero los ojos enrojecidos se le salían de las órbitas. Tenía sangre por la cara y entonces Lara comprendió, al ver que le habían atado las manos a la espalda, que se había provocado esas heridas él mismo.

De repente, una voz grave tronó en el recinto:

- Pero, ¿qué le habéis hecho?

Lara sintió que el corazón se le subía a la garganta. Las piernas casi se le doblaron, porque era la última voz que había esperado oír de nuevo. Se quedó rígida y sin aliento.

Un hombre entró en la sala y pasó a su lado. Ella, instintivamente, retrocedió, mientras el sudor se le helaba en la piel.

¡Kurtis... Kurtis!

El Lux Veritatis caminó hasta el centro de la sala y miró al abad. Éste le devolvió una mirada inhumana, casi animal, pero aquello no pareció asustarle. Se giró bruscamente hacia los demás. Estaba furioso:

- ¿Por qué lo tenéis atado como a un perro?

El sacristán se adelantó y dijo:

- Es por su seguridad... y la nuestra. Satanás ha entrado en él y desde hace días no reconoce nada ni a nadie. Se araña la cara y autolesiona, ha atacado a muchos hermanos e incluso ha intentado tirarse desde lo alto de la peña. Babea y escupe y pronuncia palabras blasfemas, porque es el diablo quien habla por su boca.

Kurtis se acercó más al abad, mientras todos retrocedían aterrados.

- ¿Puedes oírme, Nikos? – murmuró Kurtis mirándole fijamente.

Una maquiavélica carcajada brotó de los despellejados labios del abad. Lara contuvo un grito. La voz que surgía no era la del monje que ambos habían conocido. En su lugar, una voz gutural, ronca y deformada le amonestó:

- Te oigo perfectamente, hijo de la gran puta... magnam umbram et mortem spectare tui... ¿has venido para saber, verdad? Ergo auscultare mei, Lux Veritatis... tus días se van a acabar muy pronto... para ti y para esa hija de perra que está ahí escondiéndose...

Lara no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. La terrorífica voz, aquella antinatural mezcla de latín chapurreado y griego, y el hecho de que la estuviese viendo le resultaba incomprensible. Pero Kurtis no pareció atender a eso y continuó:

- ¿Quién eres?

- Ego sum tenebram princeps, con más categoría y pureza que tú, bastardo de mortales.

Déjame hablar con Nikos Kavafis.

- Ése está acabado. Osó poner sus asquerosas manos sobre la Divina Señora, y Ella me envió para castigarle. Pero este castigo es poco comparado con el que te espera a ti, meretrix filium.

- ¿Quién es esa Señora?

- Ella es la que había de venir, la Hija de Lilith, Señora de todos los demonios. Porta en sus venas la sangre de los Inmortales y ha venido para vengar a los Benditos. Guárdate de su aura, hijo de perra, mientras puedas.

Durante ese intervalo de tiempo, algunos monjes, incapaces de soportar aquella voz, se habían dejado caer al suelo y otros habían salido. La mayoría pasaban cuentas del rosario y murmuran oraciones entre gemidos, santiguándose sin parar.

Kurtis suspiró con agotamiento, como si estuviera harto de aquella entrevista o hubiera visto aquello cientos de veces.

- Si no me dejas hablar con el abad, voy a tener que obligarte a que te vayas.

Por un momento, aquella criatura que se había apoderado del cuerpo de Nikos entrecerró los ojos. Luego, sin más, escupió en la cara de Kurtis y soltó otra monstruosa carcajada. Aquello, al parecer, acabó con la paciencia del hombre, que girándose soltó al resto del grupo:

- ¡Salid todos de aquí!

Los monjes no estaban deseando hacer otra cosa, pero Lara no quería abandonar el recinto, pese a que el corazón le latía violentamente ante lo horrible de la escena. Aprovechando el revuelo de monjes que salieron apresuradamente, ella se deslizó por la pared y se agazapó en una esquina. Sólo permaneció junto a Kurtis el sacristán, que parecía tener más aplomo.

Pero él ya no atendía a eso. Parecía concentrado y de repente, extendió la mano y trazó un extraño símbolo ante los ojos del abad, que soltó un chillido desgarrador, cayó al suelo y empezó a retorcerse como si estuviera revolcándose entre brasas.

Lara no estaba preparada para aquello ni había visto jamás nada tan horrible. Recordó las historias que le contaba el padre Dunstan sobre demonios y exorcismos, historias de las cuales siempre se había burlado, considerándolas meras fantasías, y se mordió el labio para no gritar.

- ¡Vas a matarle! – exclamó sobrecogido el sacristán, aferrando con fuerza su rosario entre los dedos.

- Esperemos que no.- murmuró Kurtis, que tenía en el rostro una profunda expresión de tristeza y culpabilidad.

De pronto, el abad dejó de retorcerse. Kurtis se inclinó y dijo:

- ¿Vas a dejarme hablar con él ahora?

Entonces, tras una última mueca maligna, el rostro del monje recobró la serenidad humana que le caracterizaba. Miró unos instantes a su alrededor, profundamente aturdido, y entonces soltó una perorata en una lengua ininteligible, que no era griego ni latín, tan compleja como escalofriante, abrupta y gélida. El sacristán se estremeció, y desde las profundidades de su capucha Lara vio cómo Kurtis alzaba las cejas, sorprendido. Pero entonces le respondió, ¡en la misma lengua! El abad pareció aliviado al ver que alguien le entendía. Tras un intercambio de frases incomprensibles, Kurtis se giró y dijo:

- La ha hecho buena, esa Señora.

Cuando Kurtis miró en su dirección, ella bajó la cabeza para que no le reconociera.

¡Dios! De todos los mortales, amigos y enemigos, parientes y conocidos, ¡tenía que ser él! Cruzó los brazos para ocultar el temblor de sus manos. ¡Maldito fuera! Él era la última persona a la que había esperado encontrar, y hete aquí que estaba a punto de dar al traste con sus planes de pasar desapercibida, aunque cierto era que ella se lo había buscado al no salir con los demás monjes.

Pero entonces el sacristán intervino:

- ¿Se ha librado ya del demonio que le poseía?

- Se ha ido de momento. Pero no podría impedir que volviera. Además, sea quien sea ésa de la que hablan, le ha echado una maldición de lengua babélica.

El otro lo miró estupefacto. Kurtis añadió:

- Eso quiere decir que él en realidad está hablando en griego, o eso cree, pero a nosotros no nos entiende. Y al revés: nosotros creemos estar hablándole en griego, pero a él no le entendemos.

- ¡Brujería! ¿Y tú también hablas esa lengua?

- No la hablo, os parece que la hablo .- y al ver la expresión aturdida del sacristán, Kurtis sacudió la cabeza – Es inútil, no puedes entenderlo. Es una lengua babélica. De Babel... nos ha confundido a todos.

- ¿Puedes curarle?

Kurtis miró de nuevo al abad, que tenía la mirada ausente y empezaba a experimentar espasmos en el rostro. Lara tuvo la horrorosa sensación de que el demonio estaba intentando volver.

- No hay nada que yo pueda hacer.

El sacristán le miró, consternado, y dijo:

- ¡Pero ella dijo que sólo tú podrías curarle! ¡La mujer que le atacó y nos robó el Orbe!

Entonces Nikos puso los ojos en blanco y emitió un rugido gutural:

-Bat....sheeee...ba

Kurtis le miró unos momentos y dijo:

- Betsabé. Ha dicho Betsabé.

Esta vez Lara sí que dio un respingo, sorprendida. El hombre se giró de nuevo hacia ella pero una vez más el sacristán captó su atención:

- No sabemos si ése era su nombre. Pero era maravillosamente bella, ¡bella como una bruja! Ella se llevó el Orbe y maldijo a nuestro abad antes de desaparecer.

- ¿Qué más os dijo?

- Sólo que tú le curarías. Que mataste a su padre y que la lucha no había terminado.

Lara no salía de su asombro. Lentamente se incorporó y se separó lentamente de la pared donde había estado apoyada. Kurtis había caído en un silencio pesaroso.

- Lo mejor es que le dejéis encerrado y bien custodiado. El demonio podría volver.

- ¿Es imposible curarle?

- Sólo puedo echarlo, pero no impedirle que vuelva a entrar. Tampoco puedo curarle de la maldición, no soy un Sanador. Si ella dijo eso, está equivocada.

Lara ya se escurría lentamente hacia la puerta. En el momento en que su mano asía el pomo, oyó a Kurtis gritar:

- ¡Tú, quieto ahí! ¡Enséñame la cara!

Lara se quedó de piedra unos instantes. Luego abrió la puerta de un tirón y echó a correr por el pasillo, mientras se sujetaba la capucha sobre la cabeza.

Kurtis salió tras ella pero le perdió enseguida. ¡Cómo corría! Miró hacia donde había huido y vio que corría hacia el claustro. Echó a correr por el pasillo y abrió una puerta que conducía hacia el exterior, junto a la fuente. Aceleró a toda velocidad y en ese mismo instante le pilló justo cuando salía por la arcada.

No le dio tiempo ni a reaccionar. Se arrojó sobre la fugitiva y la tiró al suelo. Ella soltó un grito de rabia y sorpresa, porque no se había esperado el ataque. Pero Kurtis, a horcajadas sobre ella, se quedó de una piedra. ¿Era su imaginación, o había oído gritar a una mujer?

Lara aprovechó la situación para empujarle y tratar de levantarse. Él asió su capucha y de un tirón, rasgó de arriba abajo la fina tela para descubrir el rostro furioso de Lara, con las mejillas enrojecidas y el cabello castaño revuelto.

Durante unos momentos, Kurtis se quedó mirándole totalmente estupefacto, como si no pudiera creer lo que estaban viendo sus ojos. Su expresión era tan cómica que Lara no pudo evitar esbozar una mueca y decir:

- ¿Y bien? ¿Qué vas a hacer ahora, Kurtis Trent? ¿Detenerme por espía?

Él estaba aturdido, conmocionado. Al final logró articular con voz ronca:

- Lara...

Ella le apartó (todavía estaba medio tirado sobre ella) y se levantó, irguiéndose dignamente. Kurtis se quedó mirándola en silencio, sorprendido de lo poco que había cambiado. El mismo rostro joven, el mismo cuerpo esbelto y flexible, su carácter vital y desafiante. La misma Lara de siempre, tan encantadora y a la vez retadora.

- ¿Por qué has hecho eso? – dijo él entonces.

- ¿El qué?

- Entrar en el monasterio como una espía. Sabes algo de esa tal Betsabé, ¿verdad?

- Puede que lo sepa.

- ¿Por qué te escondías, Lara? – insistió él.

Ella entrecerró los ojos y espetó:

- Quizá no quería que nadie me viera, ¿no crees?

Él suspiró y se paso la mano por el rostro, como si estuviera agotado. Ahora que le tenía más cerca, Lara advirtió que él sí había cambiado. Aquellos dos años habían sido como un suspiro para Lara y una eternidad para Kurtis. A Lara la habían dejado intacta, mientras que a Kurtis le habían golpeado de lleno. Parecía más viejo, más cansado, y eso que era cuatro años más joven que Lara. Tenía los ojos hundidos, los hombros cargados y daba sensación de estar lleno de pesar y agotamiento. Con todo, seguía siendo indudablemente atractivo, y sus profundos ojos azul oscuro seguían brillando del mismo modo, y ni una sola cana rompía la intensa oscuridad de sus cabellos.

Entonces se dio cuenta de que llevaba un rato mirándole en silencio y rápidamente desvió la mirada mientras decía:

- Me enteré por Ivanoff de que habían robado el Orbe y quería saber qué había pasado, pero sin que estos monjes se entrometieran. Eso es todo.- concluyó molesta, preguntándose por qué se sentía obligada a darle tantas explicaciones.

- Me hubiera gustado mantenerte alejada de todo esto.- murmuró él más para sí mismo que para ella – Pero has oído hablar de esa Betsabé, a juzgar por tu reacción. ¿Qué sabes de ella?

Un rayo de sol se coló entre el manto de nubes espesas que desde hacía un rato había cubierto el valle. La luz incidió en el cabello de Lara y le dio una apariencia dorada que no solía tener.

- Hace tres días conocí en una fiesta a una marchante de arte que dijo llamarse Betsabé. No es un nombre muy común y la descripción encaja, debe ser la misma persona que ha robado el Orbe, porque me ofreció comprarme el Fragmento.

Kurtis la miró, estupefacto.

- ¡Maldita sea, Lara! – gritó. Algo en su reacción le hizo pensar a Lara que, de haber habido una puerta cerca, la hubiera hecho rebentar en pedazos - ¡Lo confié a tu custodia!

- No te atrevas a acusarme.- dijo ella con frialdad – Ni yo ni Selma hemos delatado la existencia del puñal. Por lo cual sólo queda una persona.

- Mi madre – continuó él, furibundo – vive aislada y encerrada y desde hace años apenas habla con alguien que no sea yo. En realidad, es la más digna de confianza.

Lara le atravesó con la mirada:

- No pienso quedarme a oír tus reproches.

Dio media vuelta, pero entonces notó la mano de Kurtis agarrándola por un brazo. Contuvo un estremecimiento involuntario.

- No te estoy acusando, Lara. Sólo que... bah, al diablo con todo esto. No es de que lo que me apetece precisamente hablar contigo, después de dos años.

Lara sentía temblarle las manos y quemarle la cara. Había imaginado mil veces aquel reencuentro, pero las frases orgullosas y desafiantes que tenía preparadas se le habían borrado de la memoria. Sólo sentía aquella mano cálida posada en su brazo y aquellos ojos profundos penetrándola muy adentro. El corazón le golpeaba el pecho como un tambor y se enfureció consigo misma. ¿Qué demonios le pasaba? ¡Estaba perdiendo el control!

- Tengo que irme.- murmuró, desasiéndose – Aquí no tengo nada más que hacer.

Él le cortó el paso y la miró de frente.

- Espera, Lara. Tenemos que hablar.

Ella sonrió levemente y dijo:

- No recordaba que fueras tan diplomático. En cualquier caso, no creo que tú y yo tengamos nada de lo que hablar.

- Lara...

- Han pasado dos años – añadió con un tono que no admitía réplica -, y las cosas han cambiado mucho, Kurtis. Lo mejor es que dejemos las cosas como están.

Se apartó y se dirigió hacia el reborde del precipicio. Durante un momento, pensó que él no añadiría nada más, pero entonces le oyó decir:

- Tengo derecho a que me devuelvas el Fragmento, ¿no? A fin de cuentas, sigue siendo mío.

Lara se quedó parada. No había contado con eso.

- Dentro de dos días, ven a Surrey. – dijo, sintiendo que no era su voz la que hablaba – Te devolveré los Fragmentos y entonces te irás.

Empezó a descender por la pared rápidamente. Sin embargo, al levantar la vista al cabo de un rato, le vio todavía allí de pie al borde del abismo, mirándola en silencio. Y lo que leyó en sus ojos estuvo a punto de hacerle perder la concentración. Se agarró con fuerza a la piedra, con las manos resbaladizas, y no volvió a alzar la mirada.


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