Capítulo 5: La Gorgona
Zip bostezó, lleno de aburrimiento, se sacó los auriculares y los dejó caer sobre el teclado del portátil, mientras se desperezaba ominosamente.
Era poco más de medianoche, y el hacker se hallaba en los alcantarillados de aquel edificio departamental neoyorquino haciendo de las suyas.
Desde que había sido despedido de la VCI, aquel muchacho afroamericano conocido por su nombre en clave se dedicaba a cumplir pequeñas venganzas informáticas a cambio de dinero. Aquella noche un colega le había pagado para que desbaratara la base de datos de aquella empresa, responsable del monopolio que estaba llevando a pique la empresa propia.
Para Zip había sido pan comido obtener la clave de acceso e introducir un mortífero virus desarrollado por él mismo, al que había bautizado con el nombre de Leviathan. Ahora podía recoger sus cosas y largarse felizmente. Mañana por la mañana todos los empleados hallarían en su pantalla un cómico mensaje que les anunciaría que toda su base de datos, archivos y registros de contabilidad habían pasado a la historia.
Demasiado fácil, pensó con desprecio, y empezó a recoger el material.
Desandó el camino realizado por la oscura alcantarilla. Sin embargo, no había andado ni veinte metros cuando se paró en seco al vislumbrar el lejano haz de una linterna.
¡Mierda! , pensó, y de inmediato apagó el pequeño diodo de luz que le servía de guía. ¿Cómo es posible que haya alguien ahí?
Pero el haz no se movía, permanecía estático. Al final, cansado de esperar, Zip se acercó silenciosamente y sin dejar de considerar que podía ser una trampa. A medida que se iba acercando, más se daba cuenta de que algo iba realmente mal. El haz se hizo más y más intenso, pero no por ello se movió un ápice. Ni tampoco la persona que lo sostenía.
Zip casi dio un salto atrás al ver que era un policía. Pero éste no se movía. Sintiéndose cada vez más confuso, se plantó a su lado. Y cuando le miró de cerca, un escalofrío le recorrió la espalda.
El hombre tenía la cara congelada en un espantoso rictus. Los ojos desorbitados, la mandíbula desencajada, la boca abierta en un grito que no había llegado a producirse. Y todo el cuerpo estaba igual de rígido.
- ¡Eh! - gritó Zip nerviosamente, pasándole la mano ante los ojos - ¡Eh, tío! ¡Eh! ¡Despierta!
El policía permaneció inmóvil. Zip trató de arrancarle la linterna de la mano, pero los dedos estaban tan fijos y agarrotados que apenas pudo moverla.
- ¿Qué coño está pasando aquí? - murmuró, cada vez más nervioso. Le puso la mano en el hombro y lo sacudió levemente.
Entonces el cuerpo se balanceó hacia atrás y empezó a caer. El chico trató de sostenerlo, pero se le resbaló y, al impactar contra el suelo, pudo oír perfectamente cómo se le rompían todos los huesos del cuerpo, pero no fue el típico crujido hueco, sino una especie de estallido, como si estuviese lleno de cristales. Como si hubiese reventado en pedazos por dentro.
A Zip se le doblaron las rodillas y se apoyó en la pared para no caer al suelo. El portátil se le resbaló del brazo y se le estrelló contra el suelo. La débil luz de la linterna titiló y se apagó.
De repente creyó oír un extraño sonido. Primero le pareció un murmullo, luego un silbido. Miles de silbidos. Como si cientos de diminutas serpientes silbaran y bufaran al mismo tiempo en aquella densa oscuridad.
Los silbidos se hicieron más altos y claros. Y entonces, una voz femenina, igual de silbante, se sobrepuso a aquel concierto ofídico y susurró:
- Acércate, guapo muchacho, deja que te mire...
Zip se estremeció y soltó un grito involuntario.
¡Corre, maldita sea! - gritaba una voz en su mente - ¡Corre!
Entretanto, aquella criatura había llegado a su lado y silbaba suavemente:
- Guapo muchacho, mírame, deja que misss ojosss te vean...
Un aliento ardiente cayó sobre su cuello, los silbidos múltiples casi le ensordecieron y al mismo tiempo notó unos dedos largos y fríos que trepaban por su garganta...
Por fin encontró fuerzas para salir corriendo. Soltando un grito, se apartó de aquella cosa y echó a correr por la alcantarilla, ciego de miedo y perdido, mientras el silbido de las serpientes le perseguía...
- Maldito sea.- masculló Kurtis, oculto en la oscuridad. Aquel condenado muchacho había fastidiado sus planes. Tenía intención de usarse a sí mismo como cebo para atraer a la Gorgona, pero cuando ya había logrado que le siguiera, de repente había aparecido el chico. Y tras él había ido el monstruo, y para colmo había salido corriendo, alejando la presa.
Soltó un suspiro de resignación y fue tras ellos. Quizá si le sorprendía por la espalda, entretenida como estaba en su nueva presa, fuera más fácil acabar con ella. Dejó atrás el triturado cadáver del policía y siguió adelante, tanteando las paredes mientras corría, esperando que aquel insensato no se aventurara fuera de las alcantarillas, haciendo salir a la Gorgona a la calle. Si eso ocurría, los auténticos problemas no habrían hecho más que empezar. Bajo ningún pretexto debía ser vista por nadie. Por nadie.
Y es que la existencia de los demonios, nombre genérico con el que Kurtis denominaba a las criaturas malignas que debía eliminar, era algo que debía ocultarse. Siempre se habían filtrado rumores y leyendas, así como grandes mitos, pero nadie podía probarlo, ya que la eliminación de las pruebas era otra radical obligación para los Lux Veritatis, así como el silenciar a los testigos que veían lo que no debían ver.
Lo que significaba que, si la Gorgona no alcanza a Zip y lo mataba con su fulminante mirada, sería Kurtis el que, como siempre, se vería obligado a liquidarle.
************
Zip asió la trapa con ambas manos y la arrancó, temblando de terror. Subió al recinto, que resultaron ser los sótanos del edificio, y se ocultó entre unas cajas de cartón. Ya no pensaba en su portátil destrozado ni en que podía pillarle la policía. Sólo quería salvar la vida.
El silbido ofídico, estridente y constante, llenó de nuevo la reducida sala. Zip empezó a retroceder, arrastrándose a cuatro patas, empapado de sudor.
- Guapo muchacho... - siseaba la Gorgona - ven conmigo...
De repente, los susurros cesaron. Hasta la última serpiente guardó silencio. Entonces, oyó a la criatura girarse bruscamente hacia la trapa del alcantarillado y bufó rabiosa:
- ¡Tú! ¡Lux Veritatisssss!
Como si hubiese sido una invocación, al instante Zip vislumbró una figura corpulenta que se arrojaba sobre la Gorgona. Ésta empezó a chillar y los silbidos arreciaron. La estrecha habitación estaba en penumbra, tenuemente iluminada por la luz de emergencia, y acurrucado contra la pared, incapaz de moverse, Zip vio dos sombras confusas que se batían.
La Gorgona siseaba furiosa, se debatía como una anguila y se defendía clavándole uñas y dientes al hombre que trataba de sacársela de encima y derribarla. La criatura le mordía una y otra vez en los brazos y le hundía las uñas en la cara, tratando de girar su rostro hacia ella, mientras él luchaba por mantener el rostro girado y no mirarla.
- ¡Mírame basssstardo! - aulló - ¡¡Mírame!!
Zip miró a su alrededor, sintiendo que debía hacer algo. Vio un extintor junto a la pared y, tras dudar unos instantes, se levantó, corrió hacia él y lo desenganchó. A pesar de que le temblaban las piernas, corrió hacia donde estaban ellos y, levantando el pesado extintor, lo dejó caer con todas sus fuerzas sobre la cabeza de la Gorgona.
Aunque las numerosas serpientes que formaban un extraño tocado sobre la cabeza de la Gorgona amortiguaron el golpe, el impacto fue lo suficientemente fuerte como para aturdir por unos instantes a la criatura, instantes que el hombre aprovechó para desprenderse de ella y arrojarla al suelo. Al instante, Zip, que se había quedado cerca, oyó un chasquido metálico y vio brillar cinco cuchillas en la penumbra.
Al parecer, la Gorgona intuyó que estaba en peligro, porque trató de levantarse, pero el hombre la pisó en el vientre para mantenerla en el suelo. Como impulsada por un resorte, la horrible criatura se incorporó y le clavó los dientes en la rodilla, pero el intento resultó fatal. En una décima de segundo el hombre la agarró por las serpientes que coronaban en su cabeza y le rebanó el cuello de un tajo. Se oyó un golpe sordo cuando la cabeza cayó al suelo. El silbido se extinguió.
Durante unos instantes, lo único que oyó Zip fueron los fuertes latidos de su corazón, cuyo sonido debía llegar hasta el otro extremo del mundo, y la respiración agitada del hombre. Al fin pudo oír su voz, de timbre grave:
- Enciende la luz, chico.
Zip tanteó la pared con mano temblorosa hasta encontrar el interruptor y accionarlo. Casi le dio algo cuando el dantesco escenario apareció ante sus ojos.
En el suelo yacía el cuerpo desnudo de una mujer. Lo de mujer era un decir ya que la piel tenía un aspecto escamoso y era completamente grisácea y cerúlea como la de un cadáver, sus formas eran huesudas y angulosas y la sangre sobre la que yacía era de un color negruzco.
Un hombre de unos treinta años bastante fornido se mantenía a horcajadas sobre el cadáver y sostenía la cabeza contra el suelo, esperando a que los movimientos espasmódicos de las pequeñas serpientes cesaran. Luego se irguió lentamente, sosteniendo la cabeza que se mecía al compás. La Gorgona tenía rostro de reptil, con unos ojos amarillentos que habían perdido el poder de matar.
A Zip la postura le recordó a una escultura que había visto por la tele, una que representaba al héroe Perseo con la cabeza de Medusa. Pero aquel hombre era muy distinto del joven griego.
Soltando un bufido, el hombre arrojó la cabeza al suelo y recogió la extraña arma con que la había decapitado. La bestia se había defendido con ahínco. Tenía las manos y los brazos llenos de mordiscos sanguinolentos, la camisa casi hecha trizas y la cara surcada de arañazos y desgarrones. Aquello no parecía importarle tanto como el mordisco que había recibido en la rodilla, que aparecía manchada de sangre a través del pantalón. Se inclinó y la tocó, haciendo un gesto de dolor. Con todo, Zip advirtió que su cuerpo se mantenía rígido y su rostro alerta, examinando al chico con sus ojos azul oscuro. Le dio miedo y se preguntó si no habría ido a parar de la sartén al fuego.
- ¿Qué era eso? - titubeó al fin, mirando la cabeza que yacía a sus pies - ¿Una Medusa?
- No sé si se llamaba Medusa - contestó el otro, haciendo otra mueca de dolor en cuanto apoyó la pierna herida en el suelo - Por la especie se trataba de una Gorgona.
Al muchacho ni se le había pasado por la cabeza que aquel monstruo pudiera tener nombre alguno.
- Supongo que debo darte las gracias... - empezó.
- No me las des.- le cortó él - Tú le has tirado el extintor encima. Además, me temo que no estarás tan agradecido luego que todo acabe.
Zip notó que un sudor frío le corría por la espalda. No entendía a qué se refería. Trató de tragar saliva pero se encontró la garganta más seca que un pedregal.
- ¿De qué hablas?
- No hagas preguntas. Me vas a ayudar a limpiar este cadáver.
**********
Me va a matar. En cuanto menos me lo espere... me va a decapitar con esa picadora. He caído en manos de un psicópata.
Zip avanzaba a trompicones por la alcantarilla, arrastrando penosamente la bolsa que contenía el cuerpo y la cabeza de la Gorgona. El "psicópata" iba detrás, mirando a su alrededor alerta, e iluminándose con la linterna. Cojeaba ligeramente a causa de la rodilla herida.
- Yo no puedo más, tío.- bufó Zip, que ya no sentía los brazos - No voy a arrastrar esta cosa ni un palmo más.
El hombre oteó a su alrededor y dijo:
- Arrójala a esa alberca de ahí.
Zip llevó el cadáver hasta el borde del pozo y lo empujó de una patada. Pasaron varios segundos hasta que se oyó el "plof" del fondo. El chico se quedó temblando al borde de la alberca, esperando sentir el frío cañón de acero en su nuca. Le dispararía y él caería de cabeza en un abismo negro, para pudrirse junto a la Gorgona por siempre jamás...
Casi se desmayó cuando notó algo en la nuca, pero no era un gélido cañón sino una mano cálida que tiró de él hacia atrás.
- Apártate, cachorrillo.- dijo con voz sarcástica - o te caerás al fondo.
Lo soltó, dio media vuelta y se alejó cojeando. Exhibía una sonrisa cínica. ¿Acaso estaba jugando con él?
- ¿Oyes eso? - dijo de repente.
Zip agudizó el oído. Y entonces oyó sirenas y voces en túneles cercanos.
- ¡Mierda! ¡La pasma!
Ese policía al que has hecho trizas seguramente dio la alarma antes de que nuestra amiga lo petrificara. Ahora deben de haber efectivos en la superficie y patrullas por los túneles. En total, tenemos toda la zona acordonada.
El chico se preguntó qué iban a hacer, y sobre todo de qué le servía él a aquel aventurero en plan Van Helsing. Mientras le seguía, el otro añadió:
- Ahora me enseñarás la zona por la que has entrado y probaremos suerte.
Zip tuvo entonces un atisbo de rebeldía y dijo:
- ¿Para qué? ¿Para que me mates luego? ¡Paso de decírtelo!
El hombre se giró en redondo tan bruscamente que Zip chocó con él. Sus ojos azulados centelleaban.
- Eso, idiota. Cárgate la única posibilidad de salir de ésta. Porque si me tocas la moral te dejaré aquí tirado. Eres hacker, ¿verdad? He visto tu ordenador y tus pintadas y no hace falta ser un genio para deducir que en cuanto esos maderos te pongan la mano encima, te vas a pasar los próximos veinte años viendo el sol a través de unos barrotes. ¿Es lo que quieres?
Zip no respondió.
- Buen chico. Ahora enséñame el lugar por el que has entrado.
No tuvo más remedio que guiarle por el alcantarillado, su frecuente campo de actuación. Empezaron andando apresuradamente y acabaron corriendo porque las voces cada vez sonaban más próximas. Zip casi sintió satisfacción al pensar que correr le estaría suponiendo al otro una auténtica tortura por la herida de la rodilla.
- ¡Joder! - gritó Zip frenándose. Había luces en el túnel de enfrente - ¡Se acabó el camino, tío! Espera... ¡por aquí!
Se metieron en otro recodo y llegaron a un túnel sin salida. Una trapa conducía al exterior, pero tras forzarla unos instantes, el fornido jadeó:
- ¡Está sellada con cemento!
Zip soltó otro taco y miró atrás. Las coronas de las linternas se acercaban.
- ¡Nos van a coger, tío! Como no te líes a balazos con ellos...
El otro retrocedió, sin apartar la vista de la trapa:
- No si puedo evitarlo.
Cerró los ojos, inspiró profundamente y extendió los brazos.
- ¡Pero qué haces, desgraciado! - jadeó Zip - ¡No es momento de hacer yoga...!
Se oyó un estallido brutal y la trapa saltó sola hacia arriba, destrozando el sello de cemento y provocando un estruendo semejante al de una explosión.
- ¡¡La madre que te...!! - aulló Zip, que había caído de culo al suelo, mirando horrorizado el enorme agujero abierto en el cemento.
- Vamos.- dijo el otro como si nada, impulsándose hacia arriba. El chico le siguió, cogió la mano que le tendía y salieron a la calle. De inmediato corrieron un trecho, entraron en un callejón y se metieron dentro de un gran contenedor de restos de obras.
En aquel silencio Zip sólo podía preguntarse cómo había llegado a meterse en aquel lío. Miró a su compañero de periplo, que con el oído pegado a la pared metálica del contenedor, se esforzaba por oír algo del exterior.
- ¿Y ahora qué...?
- Hablas demasiado.- contestó el otro secamente - Aprende a cerrar el pico de vez en cuando.
- Pues dime de una vez lo que vas a hacer conmigo. Estoy cansado de esta comedia.
El hombre se giró a mirarlo, y entonces se dio cuenta de que en su rostro ensangrentado brillaba una mirada llena de pesar.
- Puedes irte donde quieras.- dijo, y sacudió la cabeza - Ya he matado a demasiada gente.
Y se sumió en el silencio. Zip se reclinó en los escombros y no se movió. Ahora que ya no pesaba sobre él una amenaza de muerte, repasó los últimos acontecimientos. Al cabo de un rato titubeó:
- Oye, tío... lo que has hecho antes... eso de reventar la trapa... ha sido realmente genial. No sé có-cómo lo has hecho pe-pero ha sido la cosa más increíble qu-que he visto nunca...
El hombre le miró de reojo y dijo:
- Zip, supongo. Has dejado unas pintadas como catedrales para fanfarronear de tus fechorías.
- Sí, así me llaman casi todos. Casi nadie conoce mi nombre, y a mí no me gusta que me llamen de otro modo. ¿ Y tú...?
- Puedes llamarme... Kurtis.
Zip soltó una risita y dijo:
- ¡Qué nombre más chulo! ¿Puedo llamarte Kurt?
- No. Kurtis.
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