Capítulo 47: Sentencia
El valle al fondo del desfiladero acabó en otra gruta, opuesta al lugar donde habían dejado a la enajenada Giselle. Lara encendió una linterna que se había llevado – y que hasta el momento, le había sido de poca utilidad – y se internó en la oscuridad, con la mano cerca de la cartuchera. Betsabé le seguía a cierta distancia. Había dejado de levitar y ahora caminaba, las piedras del suelo hacían estragos en sus blancos pies, pero no parecía notar nada.
A Lara le gustó entrar en el lugar subterráneo, cuando cualquier otro hubiera dado media vuelta y hubiera salido corriendo, por lo tétrico y asfixiante de la atmosfera de aquella galería rocosa que descendía hacia las entrañas de la tierra. Ella, después de todo, estaba acostumbrada a aquello. Era la llana, vacía extensión que había recorrido hasta aquel momento, lo que lograba ponerla nerviosa, al no saber cómo orientarse ni si estaba yendo hacia algún lado. Por lo menos allí sólo había un único camino posible.
A su espalda, notó el respirar nervioso de Betsabé. Ya que no podía verla, esbozó una amplia mueca de sarcasmo. Qué poco se parecía aquella criatura a su padre. La idea de imaginarse a Karel nervioso o angustiado por algo le provocaba hilaridad. Pero más que eso, lo que era risible era pensar que aquella zorra debía saber lo que estaba a punto de pasarles y en lugar de hacer algo o advertirle para estar prevenida se limitaba a atormentarse y temblar. Patético.
- No me creerías si te contara lo que te va a pasar en breve.- respondió Betsabé a sus pensamientos, con voz cansada – Y mi padre era un Nephilim puro, no un semihíbrido humano como yo. Él no podía tener sentimientos.
- Disculpa, divina. – se burló Lara, oteando la oscuridad – Pero no te he dado permiso para leerme el pensamiento.
- Es involuntario. Además las personas engreídas como tú gritan tanto al pensar que todos los demonios de la Vorágine deben haberte oído.
- Mejor.
El túnel seguía descendiendo. Tanteó la pared rocosa para ir guiándose. En otras ocasiones no hubiera ido tan lenta, pero aquel incipiente, nuevo y extraño peso que sentía en el vientre la hacía ser instintivamente precavida. Además, debía ser cosa de aquella explosión incontrolada de hormonas el que se encontrara en un estado obnubilado, como aletargado, el que estuviera tan relajada, tan tranquila, como si no estuviera dando vueltas por el mismísimo infierno, sin saber adónde ir y con una profetisa agorera de desgracias pegada a los talones que, ahora lo sabía, se iba a limitar a mirar cómo la masacraban, por no hablar de que no sabía ni tan sólo si Kurtis estaba vivo o muerto o qué le podría haber pasado...
Ya basta, imbécil. Eres una estúpida. Siempre te las has sabido arreglar muy bien sola y ahora no tiene por qué ser diferente, se recriminó interiormente. Es sólo otro maldito antro con otras escasas probabilidades de sobrevivir. Ya has pasado por esto miles de veces. Si te equivocas, te mueres, pero antes de que eso pase intentaremos algo.
- ¿Qué ha sido del Cetro? – inquirió de repente, sin dejar de avanzar y de mirar al frente – Todo este embrollo fue a raíz de ese maldito trasto. Sería una pena que lo hubieras perdido, después de todos los disgustos que está dando.
- Está a buen recaudo.- dijo Betsabé - Junto con los Orbes y el Fragmento. Serán usados en cuanto sea conveniente.
La dejadez con que la Nephilim respondía facilitaba mucho el acceso a sonsacarle información. Claro que ello podía deberse en que realmente eso no importaba, puesto que no iba a cambiar el rumbo de los acontecimientos. Si había algo que fastidiaba a Lara más que otra cosa en el mundo, era no tener certeza sobre el futuro y no ser plena dueña de sus acciones.
- Alto.- exclamó, parándose en seco. Tendió el brazo hacia delante, apuntando al frente, y realizó un barrido con la linterna - ¿Quién hay ahí?
No había notado el menor cambio, pero ahora tenia la certeza de que había alguien allí delante. Miró de reojo a Betsabé sin perder el campo central de visión, y vio a la Nephilim fruncir el ceño desconcertada, como si aquello fuera imprevisto incluso para ella.
Moloch, Señor de los Íncubos y Príncipe de los Demonios, respondió una voz de pesadilla desde la oscuridad. Lara tensó los músculos. Vengo a traerte un valioso regalo de tu gran amor.
(...)
Día 30 en la Vorágine.
Quizá debería llamarlo nueva etapa en el valle rocoso, ya que el desierto vacío ha quedado atrás. No hay duda alguna de que los malignos seres que rigen esta horrible dimensión lo han querido así.
Temo por la vida de Lara. Realmente está desprotegida, aunque ella crea que no. Confía plenamente en su capacidad, pero no va a ser suficiente esta vez. Temo lo que puede pasar, y eso nos va a conducir al desastre.
Betsabé... ¿qué haces? ¡Reacciona! Aún estás a tiempo... debes cambiar, debes rebelarte... no puede ser que acabes obedeciéndola. No puede ser que hayas creído sus promesas lisonjeras. Destruirás seres inocentes y todo para ir a languidecer en la misma oscuridad que Ella.
Te mancharás las manos de sangre, tú que eres pura e inocente...
(...)
- Ten cuidado. Ahí delante está Giselle Boaz, y está totalmente trastornada.
Maddalena parpadeó y miró sorprendida a Kurtis. El rostro del hombre se mantenía impasible e inexpresivo, al menos lo que podía verse tras las gruesa tela que tapaba las cuencas mutiladas de los ojos y los regueros de sangre de las mejillas. Todavía no podía acostumbrarse al hecho de que Kurtis seguía viendo, e incluso veía mejor, que antes de perder los ojos. No podía explicarlo, pero así parecía ser. Aún así se resistía de asumirlo y seguía tratando de guiarle. Le cogió del brazo y escrutó la oscuridad en el valle de roca, pero no vio nada.
- Lara está cerca.- dictaminó Kurtis – Vamos a pasar. Mantente detrás de mí.
Lara, Lara, Lara... siempre Lara. ¿Acaso Lara había estado con él cuando le habían torturado y mutilado? ¿Acaso Lara le había curado las heridas, le cambiaba la venda de los ojos arrancándose su propia ropa al no tener nada mejor? ¿Habían perforado las manos de Lara con clavos? El dolor de las manos heridas se acentuó al sentir la furia que la invadía por dentro.
La mano de Kurtis se le puso en el hombro y la apretó con fuerza.
- Reserva esa rabia para sobrevivir, Giulia.
Ella tuvo la decencia de ruborizarse.
- ¿Puedes oír lo que pienso?
- Ahora sí.
Pronto comenzó a distinguir algo ahí delante. Una figura estaba acurrucada contra la altísima pared de roca, agazapada y retraída sobre sí misma. Una figura semidesnuda y ensangrentada que temblaba como un vello de seda expuesto a un viento cortante. Hizo gesto instintivo de correr a ayudarla, pero el brazo de Kurtis se disparó como un resorte y la agarró con tanta fuerza que la dejó plantada en el sitio.
- Ni se te ocurra.
- ¡Está malherida!
- No sabes cómo va a reaccionar. En ese estado, es incluso más peligrosa que antes.
Dieron un respingo, porque en ese momento Giselle se levantó de un salto. Le debían quedar cuatro a cinco jirones de tela colgando del torturado cuerpo, pero no parecía reparar en ello ni le daba vergüenza. Les escrutó con la mirada, que seguía siendo límpida y brillante, en un rostro tumefacto y lleno de cortes que daba una impresión espantosa. Podía estar muy loca, pero distinguió perfectamente a su odiado enemigo. Soltó un chillido que sonó a silbido desairado entre los huecos de la dentadura rota y saltó hacia delante esgrimiendo las uñas. Maddalena soltó un grito e instintivamente tendió a cubrir a Kurtis, pero Giselle no llegó muy lejos. Casi al instante una fuerza invisible la frenó y lanzó hacia atrás, estampándola contra la pared.
- ¡Basta! – gritó, pese a todo.
- ¿Por qué? – dijo Kurtis con frialdad – Ella no fue muy amable conmigo.
- Pero, pese a todo...
- Tranquila, sólo me estaba defendiendo.
Giselle se repantigó en el suelo unos instantes, que aprovecharon para pasar cautelosamente a su lado, sin darle la espalda. Con un respingo, la mujer se incorporó de nuevo y alargó la mano, atrapando el tobillo de la pelirroja, que soltó un grito y se apresuró a desasirse. Ya no parecía tener ganas de luchas, porque dejó caer el brazo desmayadamente. De sus labios encostrados brotó un quejido:
- Maldito hijo de puta...
Kurtis no tuvo la menor duda de que se refería a él. Se giró para encararla. La mujer, al verle, empezó a arrastrarse, clavando en él su mirada de odio. Se dio cuenta, sorprendido, de que le daba lástima, después de lo que le había hecho aquella mujer. Ni siquiera en aquel momento sentía que tenía derecho a matarla. Ni que fuera por desquite.
Giselle se replegó caracoleando como una serpiente y se quedó de rodillas, escrutando a su enemigo. Luego siseó:
- Casi me matan, todos esos cabrones... pero ¡ah! No han podido acabar conmigo... yo soy más fuerte... decían que estaban en su derecho... que yo les había matado... ¿vienes tú también a cobrarte tu deuda?
Kurtis sacudió la cabeza.
- Estás acabada. La Luz a tu alrededor es negra.- se dio media vuelta – Sólo te queda arrastrarte y morir como un perro.
La mujer soltó un siseo amenazador. Le aparecieron espumarajos en la comisura de la boca. Maddalena se adelantó, asustada:
- ¡Está chiflada! ¡Vámonos!
- ¿Por qué vienen a mí y no a ti, eh? – aulló Giselle – Vienen a mí a destruirme... y tú, que eres un asesino y un violador... ¿dónde están tus muertos? ¿Te han arrancado ellos los ojos?
- Asesino, sí.- respondió Kurtis – Violador, jamás.
- ¡Vámonos! - gritó Maddalena agarrándolo del brazo.
- ¿Cuál es tu castigo entonces? ¿Cuál? ¿Cuál? - estaba gritando a pleno pulmón - ¡No puede ser que quedes sin castigo! ¡Mataste a un ángel, impío! Mataste a un ser divino...
Kurtis se giró y emprendió el camino hacia el interior de la garganta, con Maddalena todavía prendida de su brazo. Durante un instante, los improperios de Giselle les siguieron. Luego, un ruido raspante y constante contra el suelo les notificó que, mal que fuera arrastrándose, les estaba siguiendo.
(...)
Cuando Moloch surgió de la oscuridad, Lara dio un respingo y sus pupilas se dilataron. Ni en la más febril imaginación de cualquier pintor fantástico podría haberse generado una criatura semejante al horror que era el Príncipe de los Íncubos. Aquella especie de hombre reptiliano con cabeza animalesca no se le hubiera podido ocurrir a nadie. Su espantosa sonrisa era aun tanto más siniestra cuanto que le faltaba uno de lo ojos, vaciado recientemente a juzgar por la pulpa gelatinosa que todavía se vertía por su escamosa mejilla.
¿Te asusto, querida?, dijo el demonio con voz ronca, satisfecho al captar la mirada horrorizada de Lara, ¿Quizá otra forma a la que estés más acostumbrada te sentaría mejor?
De pronto la figura alada que era se desdibujó ante los ojos de las dos mujeres y adoptó la figura y el aspecto de Kurtis, un Kurtis desnudo que le dirigió una procaz sonrisa, con los azulados ojos revestidos de un fulgor maligno que no tenía el Kurtis real.
¿Te gusto más así?, extendió la mano y rozó malintencionadamente el brazo de Lara, que dio otro respingo y retrocedió. ¿Cómo, me rechazas? Poco le rechazabas a él cuando se metía por las noches en tu cuarto, ¿eh, putilla?
- Esto es grotesco, Moloch.- sentenció Betsabé, dando un paso al frente – Acaba ya con esta inútil comedia.
El íncubo esbozó una sonrisa de desprecio.
Vaya, ¡pero si es mi nueva rival! Patéticamente oculta tras ese envoltorio de carne humana. La virgen que habla con la boca pequeña pero con los ojos se hace la puerca, ¿eh? Se giró hacia Lara y le dijo: ¿Sabes cuántas noches os espió mientras tú y tu Lux Veritatis hacíais guarradas juntos?
Un intenso rubor subió a las mejillas prístinas de la Nephilim, quien entre dientes siseó:
- Tus días de gloria tocan a su fin, Moloch.
¡Oh!, exclamó el íncubo, como si aquello no le afectara, y dio dos pasos hacia ella. Eres una bella criatura insatisfecha. Pero eso que tú quieres yo puedo dártelo, querida.
Dio un manotazo en su dirección, tratando de agarrarla, pero de un salto Betsabé se puso fuera de su alcance, levantó un brazo y estiró dos dedos, los cuales se prendieron fuego, con unas llamas azuladas y frías.
- Si me tocas – sentenció ella amenazante – te abraso vivo.
Al parecer su amenaza era seria ya que con una sonrisa taimada, Moloch retrocedió. De algún modo un ser como él tenía algo que temer de Betsabé, anotó Lara mentalmente, sin dejar de analizar a uno y otro, cosa que valía la pena recordar.
Siempre puedo consolarme con la puta humana, estaba diciendo el íncubo. Me han dicho que eres orgullosa, Lara Croft, pero, ¿hasta qué punto eres orgullosa? ¿Te lo harías conmigo?
A Lara le dio la impresión de que todo aquello era un juego desagradable montado por aquel ser horrible que se servía del aspecto de Kurtis, pero, ¿con qué propósito?
- Creo que una rata de alcantarilla me vendría mejor.- respondió tajantemente, y al ver que se le acercaba, alzó la pistola y le apuntó con ella - Quieto ahí, o te descerrajo la boca de un tiro.
El falso Kurtis abrió enormemente sus ojos con una fingida expresión de inocencia.
¿Me dispararías a mí, a tu gran amor?
- Tú no eres él. No le llegas ni a la suela del zapato.
Nunca lo hubiera dicho. Acababa de tocar la fibra sensible, si es que la había, de aquel monstruo. El rostro se le deformó en una expresión cruel, horrenda, que no cuajaba con las facciones de Kurtis, y siseó:
Claro que no soy él, porque yo todavía tengo ojos.
La forma en que dijo aquello hizo que un desagradable escalofrío le subiera por la espalda y una desagradable presión le cerrara la boca del estómago. Con todo, no vaciló, siguió empuñando la pistola con mano firme y atravesando con la mirada a su oponente.
Ah, cuánto orgullo, sonrió el íncubo. Qué inmenso placer va a tener someterte. Pero no quiero distraerme del propósito principal de mi visita. He venido a traerte esto.
Y le tendió una pequeña caja roja que había sacado a saber de dónde. Lara la tomó, mientras otra imagen terrible, lejana, le volvía a la mente, aquel momento en que le había sido entregada una caja de cartón con los dedos cortados de Radha. En aquel momento había estado aterrorizada porque había esperado algo diferente como contenido. Incluso se había sentido culpable de sentirse aliviada de que no fuera aquello. Pero ahora no pudo evitar que le temblaran las manos al guardar la pistola y tratar de abrir la caja, porque ya sabía que sus temores iban a verse confirmados.
- No abras esa caja. – dijo entonces Betsabé – No sigas su juego.
Pero era tarde. Cuando vislumbró el contenido de la misma - un par de ojos arrancados, sanguinolentos, los mismos ojos azules de los que se había enamorado tiempo atrás – sintió un nudo en la garganta y un tremendo ardor en los ojos. Trató de controlarse, pese a que estaba temblando como una hoja, y apretó con fuerza las mandíbulas para no dejar escapar el sollozo que pugnaba por salirle del pecho. Ante todo, no soltar la caja.
Mira cómo lucha por mantener su dignidad, suspiró Moloch con fingido pesar. Los humanos son tan débiles, incluso los que se las dan de orgullosos y fuertes como esta mujer. Vamos, querida, puedes llorar un poco, no se lo contaremos a nadie, ¿verdad, Hija Bendita?, el título de la Nephilim sonó burlón y sarcástico. Ah, qué divertido. Se los tuve que arrancar, ¿sabes? Ese Lux Veritatis ya me había humillado anteriormente, y juré que me cobraría la humillación. Me miraba con aires de superioridad, así que le arranqué los ojos. ¡Uf, fue tan placentero hacerlo! Y con su propia arma, de modo que ese cerdo ya no parará de sangrar. Suerte que tiene a la puta humana esa a su lado para guiarlo, ¡de lo contrario iría dándose de trompicones contra todas partes...! Pero, ¿qué haces?
Mientras luchaba por no oír el discurso de Moloch, que la estaba hiriendo sin que pudiera evitarlo, había tomado uno de los ojos ensangrentados y lo sostenía con el pulgar y el índice. De pronto, ante la estupefacta mirada del íncubo y de la Nephilim, se lo puso en la boca y lo engulló, y también hizo lo propio con el otro.
Betsabé se giró, asqueada, mientras la sacudía una arcada.
¡Puaj!, se rió Moloch, ¡Qué asco! A ver si va a ser verdad eso de que lo harías con una rata... mira que es asqueroso...
- Sus ojos – sentenció Lara con la voz ronca de dolor – son lo más limpio que ha tocado este maldito infierno desde que nacisteis vosotros y yo.
Se esforzaba por reprimir las lágrimas delante de sus enemigos, pero era una batalla perdida. Las notó deslizándose, ardientes, por sus mejillas, mientras se llevaba de nuevo la mano a la pistola. Betsabé la observaba, boquiabierta, fascinada por la intensidad de unos sentimientos que ella no podía, que jamás podría, sentir.
Ésta, dijo Moloch, haciendo un gesto en dirección a Betsabé, supo lo que había pasado en el momento en que le arranqué los ojos, y no te dijo nada a propósito. Es más, cuando lo supo, se rió bien a gusto.
- ¡No me reía! – exclamó Betsabé con amargura - ¡No me reía!
Pero Lara no escuchaba. Tendió la pistola y con un gesto mecánico disparó dos tiros, y acertó uno en la frente de Kurtis-Moloch y otro en la de Betsabé. Luego dio media vuelta y bajó el túnel, con los ojos emborronados por el pesar. Oyó un gemido de dolor y un grito de estupor mezclado con rabia, que no llegó a identificar porque le zumbaban los oídos.
Así no vas a matarnos, querida, siseó la voz del íncubo muy cerca, demasiado cerca de ella. Tus ridículas balas nos hacen cosquillas.
Se giró rápidamente, pero era tarde. El zarpazo de Moloch la alcanzó en pleno rostro y la arrojó al suelo. La pistola voló de su mano, pero con igual rapidez desenfundó el cuchillo largo que llevaba atado en el muslo. El íncubo de arrojó sobre ella – había recuperado su forma original – y acercó su espantosa sonrisa a su cara, pero de pronto soltó un rugido de dolor. Lara le había hundido el cuchillo en la membrana del ala izquierda, y sin detenerse desgarró el tejido hasta alcanzar una de las finas articulaciones y quebrarla con un giro de muñeca. Aquello ocasionó un dolor más que insoportable a Moloch, y la serpiente que dormitaba enroscada en su cuerpo pareció percibirlo, pues de repente abrió los rojizos ojos y disparó la cabeza en dirección a Lara, hundiéndole los colmillos en el cuello con saña. Aquel enorme ofidio tenía una fuerza increíble, porque con una torsión sacudió a Lara, obligándola a soltar el cuchillo, y la empujó haciéndola rodar a un lado.
Moloch se elevó, furibundo, con las alas desplegadas, y se arrancó con un gesto de furia el cuchillo, mientras la serpiente se enrollaba de nuevo y cerraba los ojos. Para desolación de Lara, aquella herida que creía haberle debilitado se fue cerrando lentamente, dejando el ala intacta. Luego recordó que sólo había dos armas que podían dañar a un demonio: el cristal del Orbe, y el Chirugai de Kurtis.
Puta, sonrió el íncubo. Te voy a hacer tragar ese orgullo.
Ella se incorporó de un salto y blandió el cuchillo. Moloch soltó una carcajada. Le gustaban los humanos atrevidos. Siempre reportaban más diversión. Y más si era una mujer. Y más si era la puta de aquel Lux Veritatis, lo cual iba a ser un plan perfecto. Él, en realidad, sólo estaba cumpliendo órdenes estrictas recibidas de una autoridad superior, pero nada le impedía divertirse antes. Y dado que los demonios de su especie se dedicaban a adoptar formas humanas para seducir o violar mujeres humanas, a la par que los súcubos lo hacían con los hombres, la idea de una humana orgullosa, altiva y desafiante le excitaba sobremanera. Iba a ser un absoluto placer dominarla y humillarla.
Se arrojó sobre ella lanzando un rugido. Lara hizo una finta hacia un lado y blandió la hoja, La primera estocada hizo saltar algunas escamas del brazo del demonio. Ya no tenía miedo. Aquel ser la había aterrado en un principio, pero ahora sólo le producía una indecible repugnancia. Pensó en los ojos de Kurtis, mutilados, que ella había devorado para evitar que nadie los profanara más, y la rabia le concedió toda la fuerza que necesitaba. La segunda estocada, bien acertada, rebanó de un golpe la cabeza de la serpiente. Moloch se detuvo al notar la serpiente convulsionarse a su alrededor, el ofidio decapitado se desprendió de su cuerpo y tras unos estertores, quedó inmóvil en el suelo.
¡Freya!, rugió Moloch, furioso, ¡Has matado a mi Freya!
Lara sonrió sarcástica y se llevó los dedos a la mordedura del cuello, de la cual manaba un reguero diminuto de sangre que estaba empapando su ropa. Afortunadamente, parecía no ser una especie venenosa... si es que se trataba de una especie natural.
Moloch barrió el suelo furiosamente, agitando las alas, y se propulsó contra Lara. El placaje la estrelló contra la pared, dejándola aturdida unos segundos, que Moloch aprovechó para agarrarle el brazo del cuchillo y mantenerla inmóvil presionando su hombro contrario contra la pared. El demonio acercó su rostro a ella tanto que podía sentir su fétido aliento, y de pronto sacó la lengua viscosa y caliente, y le lamió ampliamente el rostro desde el cuello, pasando por la mejilla, hasta la sien. Ella giró el rostro, conteniendo una arcada.
¿Cómo? ¿Te doy asco, querida?
Por encima de las alas membranosas de su captor Lara vio a Betsabé, que no había intervenido en ningún momento para defenderla, pero que observaba la escena con una mezcla de horror y compasión. Se preguntó si el que no moviera un dedo por ayudarla formaba parte del plan, pero pasara lo que pasara, estaba decidida a no suplicar ayuda a nadie, y menos a ella.
Moloch se pegó más a ella, y volvió a lamerle el rostro. Notó contra el muslo algo duro, y descubrió, aturdida, que se trataba de un falo semejante al de los varones humanos, solo que aquél tenía un tamaño desproporcionado y estaba cubierto de escamas afiladas. Trató de forcejear pero la fuerza del íncubo era descomunal.
Vamos a ver, eres muy resistente, muy orgullosa. Muy valiente. ¿Cuánto eres capaz de aguantar sin gritar de dolor?
No había acabado de decir esto cuando la zarpa que aferraba su brazo derecho, el del cuchillo, empezó hacer un movimiento lento de rotación, forzando a su brazo a doblarse con él. El antebrazo giró lentamente hasta alcanzar el tope que la articulación del codo, pero no se detuvo ahí. Siguió girando. Lara soltó un jadeo de dolor. Los dedos, temblorosos y sin fuerza, soltaron el cuchillo, que cayó con un tintineo al suelo.
Tic-tac-tic-tac, siseó Moloch en su oído. Tienes que gritar un poquito, querida, sólo un poquito. Suplícame que no te retuerza más el brazo. Venga, mujer, si no puedes soportarlo. ¿O querrás que llegue a romperte el brazo?
El dolor se volvió horrible, insoportable. Lara giró el rostro y apretó los dientes. Una sensación de horror y desamparo le llenó por dentro al comprender las intenciones de Moloch, y en silencio gritó el nombre de Kurtis, deseando que estuviera allí. La articulación estaba al límite y un latigazo de dolor la recorrió de nuevo.
En cuanto grites, te dejo el bracito quieto. Palabra de Moloch, Señor de los Íncubos. Venga querida, colabora un poco, a ver cómo me lloras...
Más presión. Y más. Y más. Lara cerró los ojos con fuerza y trató de evadirse, de no pensar en aquello, pero no podía, aquel dolor había pasado a ser el centro de su ser. Reprimió un sollozo de dolor, resistió hasta el último instante, y entonces Moloch, con una sonrisa cruel, dio un brusco giro final. El brazo se le partió limpiamente por una zona anterior al codo.
Entonces sí gritó. Pero le sonó como si no saliera de lo más profundo de su ser. Le pareció que era otra persona la que gritaba de ese modo tan horrible.
Lástima, demasiado tarde, dictaminó Moloch, Sois tan frágiles, los humanos...
De un tirón la arrojó al suelo. Cayó sobre el brazo roto. Volvió a gritar. El dolor era demencial, no le dejaba pensar. Creyó ver su brazo en una posición horrible, doblado hacia dentro en lugar de hacia fuera del codo como era normal, pero tenía la vista borrosa. Aspiró aire a jadeos y se replegó en el suelo. No le dio tregua. Notó una zarpa aferrándola por los cabellos que la forzó a alzar la cabeza. El demonio retorció sañudamente la trenza de Lara y tiró de ella, obligándole a mirarlo.
¿Ya te has dado cuenta de que voy en serio, no? Ahora veamos cómo va... ¿no querrás que te arranque el cuero cabelludo, verdad? ¿Llegaría a tanto tu orgullo?
Otro tirón le hizo saltar las lágrimas. Pudo vislumbrar a su lado la figura de Betsabé, que decía:
- ¡Basta, Moloch! ¡Esto no es necesario!
¿Cómo, te compadeces de esta puta? Explícamelo.
Tratando de ignorar el dolor, Lara tanteó con su brazo sano la cartuchera izquierda. Por suerte en cuanto a manejo de armas era ambidiestra.
- Tiene que llegar viva hasta el Trono de la Madre. Son las órdenes, lo sabes.
¡Bah, esto no la matará! ¡Tengo derecho a divertirme!
- ¿Quieres que la ofrenda tenga un aspecto realmente lamentable cuando la entreguemos a Ella? ¿Eso es lo que veneras a la Diosa?
¡Moloch sólo venera a Moloch!, siseó el monstruo.
- Eres un blasfemo.
Y tú, princesa, no eres ni la sombra de tu padre. ¡Ése sí era un demonio del que enorgullecerse!
Lara aspiró aire y contó hasta tres. De pronto, se movió con sorprendente velocidad. Eran fuerzas nacidas de la desesperación. De un tirón se soltó de la zarpa de Moloch, aunque una buena parte de su cabello se arrancó, quedando entre las uñas del demonio. Dio la vuelta a la pistola y descargó un culatazo con todas sus fuerzas contra la boca del íncubo. No se paró a mirar cómo le hacía trizas la dentadura. Giró rápidamente y apartó a Betsabé con un violento codazo de su brazo sano, para luego enfilar en dirección túnel abajo, corriendo con toda su alma, y tratando de sobreponerse al atroz dolor del brazo roto, que sostenía contra su torso. Corrió hacia no sabía dónde y sumida en la más absoluta oscuridad.
Se detuvo, con el corazón palpitante, y agudizó el oído. No se oída nada. Parecía que no le habían seguido, pero no quería hacerse ilusiones.
De pronto, una violenta punzada de dolor en el vientre la hizo doblarse. Se apoyó en la pared, jadeando, y esperó a que remitiera. Quería seguir adelante, pero en lugar de ello le fallaron las piernas y se desplomó en el suelo.
Lo que había experimentado era una contracción. Cerró los ojos, agotada, y se acurrucó, abrazándose con el brazo sano, mientras susurraba:
- Ahora no, por favor, resiste un poco, podemos salir adelante...
Por primera vez le hablaba a la criatura que llevaba en las entrañas, el hijo de Kurtis, el suyo propio. Había sobrevivido hasta aquel momento, no podía morirse ahora. Porque si las contracciones seguían, abortaría. Y en aquellas circunstancias eso equivalía a morir, morir desangrada.
Aunque no sabía si eso sería mejor.
Hundió el rostro en su brazo sano, temblando. Odiaba aquella sensación de impotencia y debilidad, que no había experimentado hasta ahora. Tenía miedo, estaba totalmente aterrada. No sabía dónde estaba, no tenía ningún objetivo, y estaba a merced de unos seres atroces y violentos contra los que sus armas habituales, la inteligencia, la agilidad física y sus armas de fuego, no servían absolutamente de nada. Estaba indefensa, absolutamente indefensa.
Experimentó otra contracción.
Sin poder contenerse por más tiempo, rompió a llorar.
(...)
Día 30 en la Vorágine. Segunda parte.
Lara está sentenciada.
Le temblaba la mano cuando lo escribió. Acto seguido, dejó caer el lápiz y se ocultó el rostro entre las manos.
- Oh Luz Bendita – sollozó Marcus, el Sabio – ayúdanos...
(...)
Los oyó aparecer a su alrededor, pero no se movió. Todo su interés estaba concentrado en sí misma, en su interior, en retener a aquella criatura que su cuerpo maltrecho ya no podía soportar. Por ello, cuando alzó la mirada para contemplar a sus verdugos, lo hizo con una mirada fría, desprovista de emoción. Las lágrimas ya se le habían secado.
La sonrisa malévola de Moloch, con un par de colmillos desprendidos y muchos otros rotos, la recibió en primer término. Pero tras él había varios íncubos, y a su alrededor otros tanto, puede que veinte. No se veía a Betsabé por ningún lado.
Buf, mirad esa cara, dijo Moloch. ¿No parece muy escarmentada, verdad?
Yo diría que sigue igual de tozuda. Vamos a tener que educarla un poco, añadió otro íncubo con malevolencia.
- ¿Por qué? – dijo Lara en voz alta e inexpresiva.
Moloch sonrió de nuevo.
Esto es el infierno, querida, ¿qué esperabas? Has venido a recibir la más suprema de todas las lecciones. Aquí te vas a purificar amargamente de todos tus pecados. Y nosotros somos tu personal disciplinario. Además me encanta hacerte morder el polvo, porque eso será lo que más haga sufrir a ese Lux Veritatis, hijo de la gran puta, más que arrancarle los ojos.
- Qué cobardes.- masculló Lara. – Venid a por mí, ¡pues!
Se oyó una risa múltiple, espantosa, que le taladró los oídos.
Nosotros enviamos a un Golem para que te diera un aviso, reveló uno de los íncubos, un Golem hecho con el cuerpo de un hombre muerto y el espíritu lascivo del humano Giacomo Sciarra, que se prestó fácilmente a ello. Entonces le venciste, querida, pero, ¿podrás vencernos a todos nosotros ahora?
Ella serró los dientes. Si iba a morir, no lo haría sin luchar. Y si aquellos seres repugnantes pretendían abusar de ella, no sería porque ella no lo habría intentado todo. De modo que cuando se acercaron a ella, puso en marcha una táctica pensada en aquel momento: encendió una bengala con el brazo sano y la arrojó contra el primer íncubo. Afortunadamente, prendió fuego en contacto con la piel aceitosa del horrible ser. El íncubo aulló y al batir las alas, propagó el fuego a su compañero. En la confusión Lara aprovechó para escabullirse, arrojando un par de bengalas más contra los que trataban de retenerla. Pronto, los íncubos fueron una masa de antorchas móviles. Ya creía haberse librado cuando una zarpa agarró su tobillo y tiró de ella.
La caída fue dolorosa. Su boca impactó contra el suelo rocoso y se partió el labio inferior. Tosió la sangre contra el suelo y escupió un par de dientes, pero ya se disponía a incorporarse cuando una zarpa potente la agarró de la cabeza, se la levantó en el aire, y luego se la estrelló de nuevo contra el suelo. El golpe fue terrible. Notó que el frágil tabique de la nariz se le rompía al impacto y el mundo desapareció a su alrededor.
Lo último que notó, antes de perder por completo el conocimiento, es que algo la agarraba por el tobillo y empezaba a arrastrarla por el suelo como un cordero muerto. El último pensamiento, fue un grito desesperado dirigido a Kurtis.
(...)
Que la Luz se apiade de ella, escribió Marcus. Luego, recogió su tomo, e inició el lento descenso hacia el Trono de la Madre.
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