Capítulo 46: Lágrimas de sangre
Kurtis alzó la vista. A su lado había un hombre que aparentaba unos cincuenta años de edad, y que iba cubierto por una túnica negra con capucha, por lo que sólo le veía el rostro, rostro que en su día debió ser muy atractivo, pero que estaba surcado por profundas líneas de expresión que delataban un carácter dominante. El cabello, como la leve barba, eran canos, pero los ojos que le escrutaban eran de un intensísimo, inconfundible, color azul.
Una mano fuerte, nervuda, le aferró el hombro al tiempo que le arrebata el Chirugai de unos dedos que se habían quedado sin fuerzas. Su tacto era asombrosamente real y consistente.
Esto no te lo di para que te cortaras la cabeza, como bien recordarás.
- Vaya, tú por aquí.- murmuró Kurtis, sonriendo levemente.
Parece que he llegado a tiempo, dijo Konstantin, sin mover los labios, como parecían hablar todos los muertos en aquel lugar.
El Luchador se incorporó, mirando inquisitivamente a su hijo. Conservaba la misma expresión severa e inflexible que le recordaba.
- No me haces ningún favor.- masculló Kurtis.
Por la Luz, Kurtis. No has llegado tan lejos para acabar así.
Kurtis se incorporó, pero de nuevo el dolor del pie lo obligó a sentarse.
- No sabes nada.- masculló – No tienes ni idea de lo que he resistido.
Los Lux Veritatis somos mártires. Hemos nacido para sufrir.
- ¡Al carajo con esa mierda! – estalló Kurtis, atravesándolo con la mirada.
Cuidado con esa lengua, jovencito.
- Yo ya no soy tu marioneta, padre. – le giró la cara – Si has venido a soltarme un discurso sobre la causa de la Orden, puedes volver a descansar.
Se dobló sobre sí mismo y hundió la cabeza entre los brazos. Estaba agotado, demasiado agotado. Konstantin apretó el Chirugai en la mano y fijó la vista en el horizonte.
Sé que soportas una carga muy pesada, Kurtis.
- ¿Una carga muy pesada? – él soltó una risa amarga – He sacrificado mi juventud y mi vida. Tengo 35 años y estoy acabado.
Lo sé, pero aún queda algo más por hacer. Tú lo sabes...
- ¿A qué has venido? – cortó él.
Primero, he venido a evitar que cometieras una estupidez. Y segundo, a guiarte hijo, porque estás absolutamente perdido. A ayudarte a evitar el desastre que se avecina. Apenas llegué a conocerte y nunca nos llevamos bien, pero eres mi hijo, portas mi sangre en tus venas y eres el Luchador más fuerte que jamás haya nacido.
- ¡Oh, sí, claro! – se rió Kurtis con sarcasmo.
Y además, hubo un tiempo en que quisiste vengarme. Salvaste la vida de tu madre y siempre has luchado contra los demonios. Estoy en deuda contigo.
- Lo que he hecho, lo he hecho porque no tenía otra salida. No soy el héroe que queríais. De forma que déjame en paz, porque quiero morir y me estorbas.
La mujer que amas está aquí, en la Vorágine.
Transcurrió un momento de silencio, en el que Kurtis miró a su padre, con una expresión impenetrable. Cualquiera que hubiese visto ese rostro hubiera dado por sentado que a Kurtis le importaba un comino lo que acababa de oír, pero Konstantin conocía bien esa expresión, que era similar a la suya, y que él adoptaba cuando por dentro sus últimas fuerzas se iban desmoronando, bajo una aparente tranquilidad.
Hasta tú sabes lo que esa diabólica visión que casi te conduce al suicidio significa. Lara va a morir en el altar de Lilith, y tu hijo con ella. Debes impedirlo.
- ¡Y cómo! – gritó él, desesperado, abarcando con un brusco golpe de brazo aquella inmensidad - ¡No puedo verla, padre! ¡Ni a ella ni a los demás que se supone que están aquí! ¡De qué me sirve la clarividencia si no puedo usarla!
El Don está en ti, pero nunca has llegado a dominarlo como era debido. Eres poderoso, pero el poder te domina a ti, tú no lo dominas. Sólo cuando aceptes el Don y lo interiorices de verdad, como debiste hacer hace mucho tiempo, y no lo repeles como si fuera un cáncer o una úlcera repugnante; sólo entonces, abarcarás todo el poder que hay en ti, y que ni yo ni tu abuelo llegamos nunca a tener.
Kurtis le observó unos momentos, en silencio. Luego dijo sin aparente emoción:
- Madre te echa de menos.
Una sombra de dolor cruzó la faz pálida de Konstantin. Al elevarse, Kurtis advirtió las huellas de clavos en sus muñecas. Los pies desnudos que asomaban bajo la túnica estaban también agujereados.
Nunca le di lo que merecía. Siempre he soñado con ella. Cada instante que pasa es un momento menos para reunirnos de nuevo. Yo también sacrifiqué mi vida entera, Kurtis.
- Dame eso.- indicó él, señalando el Chirugai.
Siempre que no intentes de nuevo cercenarte la cabeza.
- No. Por Lara.- dijo él lacónicamente.
Él se lo entregó. El tacto de su padre era frío, rígido, pero real, patente. No dejaba de ser sorprendente.
La clave está en dejar entrar la Luz en tu interior.
- Yo no creo en la Luz.
Ése es tu problema. Niegas lo que te hace fuerte, y en cambio crees en los demonios, en los inmortales, en todo lo que te agrede y te hace débil.
- A ellos los veo. A la Luz no.
Porque no crees en ella. Has crecido negando lo que eres y rechazando el Don que había en ti. Ahora es un poco tarde. Quizá necesites pagar un precio muy alto para que la Luz acuda definitivamente en ti.
- Estoy harto de misterios. Hablas como un Nephilim.
Acaso, si hubiéramos sido tan sinceros como lo eran ellos, hubiéramos tenido mayor éxito. Pero somos mortales y acarreamos esos defectos. Debes dejar de resistirte a asumir lo que eres. Nunca has sido un hombre corriente, y nunca lo serás. Ni la Legión, ni la guerra, te han arrancado eso. Renunciar a Lara no te servirá de nada, ella te ha seguido a sabiendas de que quizá muera.
- Eso es muy típico de ella. – suspiró Kurtis, oteando el paisaje.
Si no eres capaz de ponerte a su altura, es que no te la mereces. Y eso sólo puedes hacerlo reconociendo quién eres y para qué estás aquí.
- Yo lo único que he querido siempre es vivir en paz.- Kurtis se giró para encararse con su padre – Pero todos me lo habéis negado. Ángeles y demonios. Dime de qué hubiera servido hacer eso que tú me pides. Si acaso, para acabar crucificado a tu lado.
Konstantin agitó la cabeza en señal de afirmación.
Es verdad. Y entonces, con tu muerte, se habría cortado una vía del destino. Lara no te habría conocido, no hubiera concebido a tu hijo, y probablemente ahora estaría lejos de aquí y a salvo de la oscuridad. Pero Eckhardt y Karel habrían ganado, o a saber si la habrían encontrado y la habrían matado por entrometerse. El mundo sería ahora un lugar muy oscuro. Nada ocurre por casualidad, pero ya llevas demasiado tiempo negándote a ti mismo. Es hora de salir a la luz. A esa Luz. Debes reencontrarte a ti mismo.
- Todo esto suena a meditación budista.- el tono de Kurtis era absolutamente sarcástico.
No has cambiado nada. Te pareces a mí.
Había, pese a ello, afecto en la voz, en un hombre que apenas había tenido ocasión de expresar afecto alguno en su vida.
Hay algo que debes saber. Algo que está relacionado contigo, y que es la razón que explica que no seas un Lux Veritatis corriente, al menos todo lo corriente que podíamos serlo. La Orden siempre se preguntó por qué tú, yo, tu abuelo, y sus ancestros, éramos tan diferentes. Se trataba de una estirpe de Luchadores como nunca la había habido. Había una característica que nos distinguía, unos ojos de azul intenso que se heredaban inalterables a cualquier mezcla genética, pero no había otra manifestación que nos pudiera determinar. Hasta que no morí y pasé al otro lado no llegué a conocer ese terrible secreto. Betsabé lo sabe y la conciencia de esa verdad la atormenta y la está destruyendo. Ésa debe ser tu principal ventaja sobre ella, porque a ti no te debe afectar.
- ¿Cómo ha llegado ella a saberlo?
Lo supo a través de un cardenal del Vaticano, un tal Ercole Monteleone.
- Me suena. – masculló Kurtis, recordando al mafioso que casi había logrado asesinar a Lara.
En su juventud el propio Karel le había visitado y le había contado la verdad. No entiendo por qué lo hizo, porque era un ser retorcido, hasta tal punto que nunca sospeché que fuera un Nephilim, al menos hasta que no estuve crucificado y le pude contemplar desde arriba. Se me cayó entonces la venda de los ojos. Demasiado tarde.
- ¿Y qué terrible secreto es ése? – viendo la vacilación de su padre, Kurtis soltó una carcajada – Vamos, ya tengo el cuero duro. No creo que eso me mate.
Hace siglos, Lilith se encarnó en una mujer mortal. Lo hizo para castigar a sus hijos, los Nephilim.
- Creía que ya los había jorobado bastante creando el Orbe, los Fragmentos del mismo, y el Cetro, y entregándolos a los Lux Veritatis.
Su perfidia llegó más lejos aún. Sedujo a un Luchador y concibió un hijo de él. Sin duda aquel hermano debió creer que era una mujer mortal, pero no volvió a saber de ella hasta que fue devuelta a la Orden una criatura de pocos meses, que tenía los ojos de un asombroso color azul, que desde luego no tenía su teórico padre.
Se detuvo un momento para escrutar a su hijo, que le observó unos instantes en silencio, inexpresivo. Luego hundió la cabeza en el pecho y empezaron a temblarle los hombros. Empezó a reír entre dientes y finalmente echó la cabeza atrás y estalló en carcajadas, aunque era una risa sin alegría.
Diría que te parece gracioso que nuestra línea parental descienda de la misma Lilith.
- Ya nada puede sorprenderme. Lo que me hace gracia es que eso pueda causar ningún trauma a Betsabé. No veo por qué, a mí me trae el mismo cuidado descender de Lilith que de cualquier otro ser.
Ello nos convierte, a nuestro pesar, en hermanos consanguíneos de los Nephilim. Eso es lo que atormenta a Betsabé.
- Pues a mí no me pesa para nada. Maté a su padre y la mataré a ella si le toca un pelo a Lara. No me va a detener su cara bonita.
Eso te hace más fuerte que ella. Pero no lo comprendes todo. Aquí hay un juego mucho más complejo. Lilith se ha estado divirtiendo todos estos siglos, en medio de su letargo, viendo cómo sus dos líneas de hijos se mataban mutuamente. Y ahora pide a la última Nephilim que le entregue en bandeja al último de sus otros hijos, que no ha nacido. Se trata de un juego perverso con un único objetivo: asegurar su retorno.
- Somos juguetes de los dioses.- Kurtis se encogió de hombros – Menos mal que siempre he hecho lo que me ha dado la gana. Sólo faltaba eso.
Puede que no tengas que matarla, Kurtis.
- Eso lo decidiré yo.
La sangre engendra más sangre. Sé que nunca fue mi filosofía, pero no lo descubrí hasta muy tarde. Debes detener este ciclo de sufrimiento, e impedir el despertar de Lilith. Ella ha de destruir el mundo en venganza de lo que le hicieron en los albores de la Humanidad: confinarla al abismo por amor.
- ¿Y cómo se supone que se debe hacer eso?
Llegado el momento, si ha Luz ha entrado en ti, lo sabrás. No puedo decírtelo porque no me ha sido revelado.
- Ya sabía yo que había trampa.- se burló Kurtis, poniéndose en pie. El tobillo seguía hinchado pero al menos ya podía apoyarlo.
Tardó un momento en darse cuenta de que la figura de su padre se diluía.
Debo irme... no puedo permanecer más aquí...
- ¡Padre! – exclamó él.
Recuerda lo que has oído. Ten fe en ti mismo, asume lo que eres. Pero la respuesta a todo sólo puedes darla tú.
Su figura se desdibujó en el aire. Kurtis extendió una mano hacia él, pero ya era incorpóreo.
Dile a tu madre... que estaré esperándola...
(...)
- ¡Vaya! ¡Por fin algo interesante!
Lara se acercó al borde del precipicio. Una inmensa brecha que fracturaba la tierra en dos, y que se extendía a ambos lados del horizonte sin que pareciera acabar nunca. No se veía el fondo, ya que a pocos metros una espesa niebla se extendía completamente. Las paredes eran abruptas, lo cual facilitaba escalar.
- Ya pensaba que todo este maldito lugar era igual.- comentó para sí misma.
Sin más, y ante la mirada curiosa de Betsabé, se sentó en el borde de aquel abismo, se dio la vuelta y se descolgó lentamente hasta un saliente cercano, procurando no aplastar el vientre contra la pared de roca, aunque ello le hubiera dado mayor estabilidad.
- Eres una mujer extraña.- dijo la Nephilim. – Puedes resbalar y matarte.
- Prefiero eso a morirme de aburrimiento. Además aquí no hay demonios. Y después de todo, ¿no eres tú la que tiene que velar por mí, eh? Pues aplícate.
Siguió descendiendo, satisfecha con aquel ejercicio que al menos la entretenía. El aire era frío y contribuyó a secar el sudor de su piel, aunque dejándole una sensación de aturdimiento. Al aferrarse a un saliente de la pared y otear la niebla, se llevó un susto tremendo: a pocos centímetros de ella oscilaba la esbelta figura de Betsabé, suspendida en el aire. Era como un fantasma. Soltó un gruñido y siguió descendiendo. Por suerte no era demasiado agotador para el leve peso que empezaba a notar dentro de ella.
No supo cuánto tiempo le llevó llegar hasta abajo. Fue parando a descansar en cada tramo, hasta que una espesa oscuridad la envolvió y sus pies tocaron suelo. Se arrimó a la pared y se sentó allí, respirando afanosamente. Betsabé tocó suelo delicadamente, pero ya su rostro estaba girado hacia una cueva cercana.
- Tenemos compañía.- le anunció a Lara.
Ella no había oído nada, pero no hubiera sido inteligente discutir la percepción de la Nephilim, lo mismo que no hubiera discutido la de Kurtis. Empuñó la pistola y se dirigió hacia allí. Betsabé no se movió.
- ¿Tienes miedo? – se burló Lara.
Ella sacudió la cabeza.
Le sorprendió encontrarse con una figura acurrucada en el suelo. Era una mujer casi desnuda, con la ropa hecha trizas y cubierta de sangre y suciedad, que se agarraba el cortísimo cabello mugriento con ambas manos y se lo iba arrancando en silencio. Le costó reconocerla al principio.
- ¡Giselle! – exclamó Lara, atónita.
Aquella criatura alzó la cabeza y clavó en ella una mirada de demente. Los ojos seguían siendo límpidos, verdes, pero una chispa de locura los animaba. Se quedó mirando fijamente a su enemiga durante unos instantes. Luego echó la cabeza atrás y soltó una ronca carcajada. Le faltaban varios dientes en la boca.
- ¿Tú también vienes a atormentarme, puta?- le espetó, con una voz que no parecía la suya - ¡Ven! – chilló, y lanzó un zarpazo en su dirección, una mano sucia de uñas rotas donde faltaba más de un dedo - ¡Ven aquí!
Lara podría haberla matado, o molido a patadas. Pero estaba absolutamente horrorizada. Giselle estaba loca, o eso parecía. Algo o alguien la había dejado en aquel estado, y por último aquello había acabado por afectar a su mente.
- ¿Qué te ha pasado?
Ella soltó otra risa monstruosa, se acuclilló y empezó a mecerse adelante y atrás, como un simio, y a canturrear por lo bajo:
- Me ven, me oyen, me siguen... son miles de manos, ¿no sabes?... vienen a juzgaaaaarme uno detrás de otro y me tocan, me desnudan, me arrancan el pelo... me sacan los dientes, me cortan los dedos...la-la-la-la...
Volvió a reírse y balanceó la cabeza de un lado a otro. Tenía la piel azulada del frío y los labios y las ojeras amoratados. El cuerpo semidesnudo estaba cubierto de moratones, cortes y quemaduras.
- Pobre, está chiflada.- dijo Lara.
Se giró hacia Betsabé, que observa la escena muy pálida.
- Mi madre está pagando por todo lo que ha hecho. –dijo la Nephilim - Toda la gente que mató con sus experimentos y tratamientos ha estado viniendo a vengarse. Han hecho con ella lo que han querido. Ahora está enajenada. Ésta es su Senda Amarga, la que le estaba reservada desde el principio. Ella es el Ángel de la Muerte. Ahora, los muertos vienen a hacerle pagar.
De pronto, Giselle soltó un chillido. Se quedó mirando hacia ningún lugar en concreto y extendió los brazos, que empezó a sacudirse espasmódicamente:
- ¡No! ¡Vete! ¿A qué vienes? ¡Déjame! Ya me han hecho bastante... déjame... no me hagas daño... nooo...
Como poseída, se retorció por el suelo, tembló, chilló y se convulsionó espasmódicamente, como si alguien le estuviera dando una paliza. Sin motivo aparente empezó a salirse sangre por la boca, la nariz y los oídos. Lara se acercó pero fue detenida por Betsabé:
- ¡No la toques! Será peor.
- ¿Qué diablos....?
- La venganza será continua. No los puedes ver, pero hay varios ahora mismo ahí. Déjala, es su castigo.
Lara se apartó. Sabía cuánto daño había hecho aquella mujer. Intentaba odiarla. Ella había ordenado torturar a Kurtis sin ninguna piedad, sólo por el gusto de vengarse. Había mandado asesinar a Vlad y dejado a Selma en estado vegetativo. Había tenido años encerrado a Marcus. Llevaba mucha sangre inocente anotada en su cuenta. Intentaba odiarla con todas sus fuerzas pero no podía sobreponerse a aquella sensación de horror, asco y compasión por un castigo que su mente no alcanzaba a comprender. Retrocedió.
Giselle estiró los brazos hacia ellas.
- ¡Quitádmelos de encima! ¡Decidles que se vayan!
- Lo siento, Giselle. Te lo advertí. – siseó Betsabé – Ahora ni yo ni nadie podemos ayudarte.
Dio media vuelta y se alejó. Lara la siguió, girándose cada dos por tres. Los chillidos de la torturada fueron alejándose hasta que se extinguieron.
De modo que aquello era la Senda Amarga. Demasiado dolor.
- ¡A ti también te llegará tu hora! – murmuró Betsabé, mirando de reojo a Lara, que no la oyó.
(...)
Maddalena casi había muerto de terror cuando Kurtis había intentado suicidarse. Se había abalanzado sobre él, había gritado, le había golpeado, empujado y hasta intentado arrebatar aquella arma horrible de los dedos. Todo inútil. Él no podía verla ni sentirla. Pero de pronto, él se había quedado parado después de cortarse levemente la piel del cuello, y se había puesto a deambular y a hablar solo, como un loco. La pelirroja no había visto a Konstantin como tampoco aquella barahúnda de abortos. Era evidente que Kurtis estaba perdiendo el juicio. Aquello le dolía como si el daño fuera dirigido a ella misma.
Y más que le dolió después, cuando Moloch regresó.
(...)
El príncipe de todos los íncubos apareció poco tiempo después de la visita de Konstantin. Vino rodeado de varios íncubos, que se materializaron en el aire a pocos pasos de donde Kurtis descansaba. Él pareció no verlos.
No creas que a estas alturas me engañas, sonrió el demonio. Serías capaz de hacerte el muerto y dejarte cortar varios dedos, para cuando estuviera distraído recogiéndolos, saltarme al cuello. ¿Quién te entrenó tan bien?
-Vosotros.- replicó Kurtis, sin mover un músculo.
Los demonios soltaron una sarta de risas crueles. Maddalena se estremeció. Estaba muy cerca de ellos. Un íncubo se giró y la miró directamente a la cara. Soltó un chillido.
La Inocente está ahí, indicó Moloch sin dejar de mirar a Kurtis. Lleva un tiempo siguiéndote y tratando de cuidar de ti. Patético. Hoy vamos a hacer que se divierta como nunca.
- Eres un cantamañanas, Moloch. – masculló Kurtis – Te gusta perder el tiempo conmigo, cuando tu auténtico problema es esa Nephilim.
Mi auténtico problema sois los dos. Y sobre todo tú. No me he olvidado de las veces que me has hecho morder el polvo.
- Y encima rencoroso.
Se levantó de un salto. Los íncubos desplegaron inmediatamente las alas.
- Sois seis contra uno. No es una lucha justa.
Esto es el Infierno, amigo. Vete acostumbrando.
Maddalena volvió a gritar cuando los cinco íncubos se lanzaron sobre él. Moloch se apartó, sonriente, para contemplar su obra. Poco rato después Kurtis había logrado matar a tres, aunque sangraba por varias heridas nuevas y se veía en dificultades para que los otros dos le rodearan. Hizo falta un buen rato para que lograra abatir uno, pero en ese mismo momento el segundo le alcanzó de un coletazo en la nuca. Cayó desplomado sin un quejido, perdido el conocimiento de golpe.
Perfecto.
A su palabra, otros seis íncubos surgieron de la nada y rodearon a su príncipe. Portaban estacas de madera, cuerdas y clavos. Moloch se inclinó y recogió el Chirugai, que había quedado con las cuchillas abiertas.
Ya sabéis lo que tenéis que hacer.
- ¡No! – gritó Maddalena, que se arrojó sobre el cuerpo yaciente de Kurtis para tratar de protegerle. La visión de los clavos, grandes y oxidados, le hicieron pensar en lo que podía venir.
Su gesto no hizo sino divertir a los demonios, que soltaron carcajadas.
Quitádmela de aquí. Sujetadla ahí delante, quiero que lo vea todo.
Unas zarpas afiladas, unos brazos duros y escamosos, la arrancaron de ahí. Ella gritó, mordió, pataleó y escupió, pero fue inútil. Por más que se debatió no pudo soltarse del íncubo que la mantuvo sujeta y le susurraba crueldades al oído. No tuvo otra opción que contemplar impotente cómo aquellos seres hincaban cuatro estacas en el suelo y ataban a Kurtis a ellas, dejándolo tendido en forma de X. Con un tirón de las cuerdas, lo elevaron unos pocos centímetros sobre el suelo. Ni siquiera eso le hizo recobrar la conciencia.
Luego Moloch indicó que la trajeran. El íncubo la arrastró hasta allí y la puso de rodillas ante él.
Dime, ¿amas a este hombre? ¿Más que a tu propia vida?
Maddalena asintió, temblorosa. Luego exclamó:
- ¡Por favor, no le hagáis más daño!
¿Te gustaría verte unida a él?
- ¡Por favor!
La Voz prometió entregártelo, ¿verdad? Pero... ¡cuánto tardan en cumplir sus promesas estos seres incorpóreos! Seguro que te mueres de impaciencia. Los íncubos somos más prácticos. Vamos a solucionar el problema en un abrir y cerrar de ojos. ¡Te uniremos a él en el acto!
Un íncubo tomó su brazo a la fuerza y la obligó a poner su mano sobre la de Kurtis, que estaba atada a una estaca. Maddalena, inconscientemente, se agarró con fuerza a aquella mano querida, entrelazó sus dedos con los suyos, aferró aquella mano febril y ensangrentada.
Ah, perfecto. Y ahora la unión definitiva.
Al ver que un íncubo traía un clavo y un martillo, ella empezó a gritar. Se retorció, tratando de huir, pero Moloch ahora sujetaba su brazo con fuerza, le impedía soltarse de la mano de Kurtis. El íncubo apoyó la punta del enorme y oxidado clavo en el delicado dorso de la mano de Maddalena y luego descargó el martillo sobre la cabeza del clavo.
Un dolor punzante, horrible, le atravesó todo el cuerpo. Gritó. Vinieron cuatro martillazos más. El clavo penetró en su mano y luego atravesó la de Kurtis, enterrándose en la madera de la estaca. La sangre le salpicó el rostro a ambos. El cuerpo de Kurtis se sacudió, como si el intenso dolor le estuviera reanimando.
Ahora la otra. No, mujer, no vamos a dejarlo sin terminar.
Las risas sarcásticas de los íncubos le resonaron en los oídos. Luego, otros cuatro martillazos, cuatro latigazos de dolor insufrible, que casi la hicieron desmayarse. La dejaron clavada a las dos manos de Kurtis, él boca arriba, ella a su cabecera.
Ahora sí estáis unidos de verdad, dijo Moloch, y un coro de carcajadas monstruosas acompañó su comentario. Maddalena se dobló y dejó caer la cabeza sobre el hombro de Kurtis, cubriéndole el rostro con sus cabellos. Él abrió entonces los ojos y miró confundido a su alrededor.
Moloch dio orden a los otros íncubos de retirarse. Se esfumaron sin más. Se quedó mirando satisfecho con su obra, disfrutando con el dolor y la confusión de la joven. La sangre ya había empapado las estacas y goteaba en el suelo. Su sangre, entremezclada con la de Kurtis.
- ¿Qué has hecho? – exclamó Kurtis, tratando de levantar la cabeza, girándola en dirección a Moloch - ¿Qué has hecho, desgraciado?
No se refería a él. Poco le importaba el dolor sordo y bombeante de las manos traspasadas, la posición incómoda e insufrible.
- ¿No podías dejarla a ella en paz? Esto es entre tú y yo.
- Pero ella quería estar contigo. ¿No la ves? ¡Ah! Ahora sí que puedes verla, ¿verdad?
Las lágrimas ardientes de Maddalena le caían sobre la cara. Alzó la vista y la vio por primera vez desde que estaban allí.
Moloch avanzó hasta donde estaba él. Sostenía el Chirugai en la mano. Se inclinó hacia Kurtis y le acercó las cuchillas al rostro.
Suplica que tenga piedad de ti.
- Estás enfermo. Suéltala a ella.
Suplícame que la suelte. Llora un poquito. Me cansa que los tengas de acero. ¿Cómo te haré gritar? Ah, sí, tengo una idea.
La punta de la cuchilla acarició la mejilla de Kurtis. Magdalena gimió.
Suplícame que tenga piedad, o te arranco los ojos con esto. Venga. Hazlo.
- Pobre imbécil.
Te arrancaré primero el derecho y luego el izquierdo. Luego los pondré en un estuche y se los llevaré a esa puta inglesa. Venga. Suplica. Que te oiga algo y claro.
- ¿Por qué, por qué haces esto? – gritó ella, horrorizada.
Él me ha humillado muchas veces, gruñó el íncubo, señalándose la cuenca vacía en su rostro, la última ve me arrancó este ojo. ¿Cómo dice vuestra ley? Ojo por ojo...
No terminó la frase. Kurtis había cogido aire y le había escupido en toda la cara. Aquello acabó por destruir del todo el orgullo desmesurado de Moloch. Sin mediar palabra le aferró la cabeza de un zarpazo y manejó la cuchilla del Chirugai con una precisión quirúrgica.
- ¡Por el amor de Dios! – gritó Maddalena.
Pero era ya tarde.
(...)
Un fuego líquido, sanguinolento, le atravesó la cabeza. Durante un momento tuvo la espantosa sensación de que el cráneo le reventaba por dentro y se le fragmentaba en mil pedazos. La negrura viscosa, ardiente, que llenaba su visión se derritió lentamente, y a través de sus resquicios surgió un espléndido rayo de luz, un aura brillante y magnífica, que lo llenó por completo. El pesar se le fue en un solo grito de dolor. Aquella claridad pura invadió su cuerpo y su mente y, poco a poco, todas las cosas empezaron a tomar forma. La realidad se onduló y extendió de nuevo, revestida de luz, de una luz blanca de resquicios amarillentos, que no dolía a la vista ni cansaba el alma.
No se dio cuenta de que su cuerpo torturado estaba siendo liberado hasta que sintió su espalda tocar el suelo. Oía llorar a una mujer cerca de él. Extendió las manos para tocarla y notó unas manos pequeñas, viscosas, perforadas como las suyas.
- Me he... liberado... - oía sollozar a la mujer en intervalos de tiempo - ... tranquilo... te estoy soltando... resiste un poco...
El dolor de las manos era punzante, pero sentía la cabeza como llena de algodón. La luz danzaba ante su rostro y distinguió, lentamente, la forma luminosa, suave, contorneada, de la mujer que lloraba, que le atendía.
- Giulia.- murmuró.
- Tranquilo... no te muevas... ahora, ahora te tapo...
Maddalena no dejó de llorar amargamente en su pugna de desclavarse una vez Moloch se retiró, llevándose aquellos preciosos ojos azules. Lloró de rabia y amargura mientras sacaba los clavos, se vendaba torpemente las manos y procedía a desatar y reclinar en el suelo aquel hombre que amaba más que a su vida.
- ¿Qué ha ocurrido?- balbuceó Kurtis, tratando de alzar una mano para tocarse el rostro. Maddalena le detuvo.
- No, no te toques.- sollozó – Kurtis... Moloch te... te ha arrancado los ojos... estás, estás ciego, Kurtis...
No podía ser. No tenía sentido. Él veía luz, mucha luz. Todo era luz, Maddalena era luz.
- Pero yo veo... todo está lleno de luz, Giulia...
Ella no le escuchaba. Sólo podía llorar y tratar de retener la sangre que se le vertía a borbotones de las cuencas vacías, de los párpados destrozados, y murmurar:
- Tranquilo, tranquilo... voy a vendarte... te pondré una tela... no sufras, estoy aquí, voy a guiarte, no te abandonaré, lo juro, amor mío...
Kurtis alzó las manos y se tocó el rostro empapado en sangre. ¿Era posible que aquello hubiera ocurrido?
- Giulia, ahora lo entiendo... es la Luz... ¡estoy viendo la Luz!
Ella no escuchaba. Rasgó una tira de su blusa, la dobló en varios pliegues y vendó el rostro de Kurtis, cubriendo su espantosa mutilación. Luego le abrazó y le besó repetidas veces los labios ensangrentados. Él estaba demasiado aturdido como para darse cuenta.
- No dejas de sangrar.- se lamentó ella – No sé qué hacer...
Kurtis recuperó su tono frío y seguro.
- No dejaré de sangrar. Me ha sacado los ojos con el Chirugai. Las heridas que provoca esa arma nunca curan. Siempre sangraré.
Se levantó, ayudado por Maddalena.
- Tenemos que seguir. Ahora... ahora sé qué debo hacer.- murmuró.
- Deberías descansar. Te han torturado... debemos descansar los dos.
Él negó vehementemente con la cabeza. No. Ella no podía entenderlo. Veía, veía la Luz, veía las cosas bajo la forma que la Luz les daba. Por primera vez, lo veía todo claro.
- Éste es el sacrificio del que mi padre me habló.- dijo a Maddalena, sin que ella lograra entender nada – Mis ojos, mi visión, a cambio de la Luz. Ahora lo entiendo.
Bajo la venda seguían cayendo regueros de sangre, que descendían por sus mejillas y goteaban en su pecho. Espesas lágrimas de sangre.
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