Capítulo 43: Principio y final

La suave brisa matutina acarició la barba de Marcus. Estaban en la cima del monte Ararat, en Israel. Aún apretaba contra su pecho el bello manuscrito. Se giró hacia la pensativa dama que había a su lado.

- Veo que sufres, Betsabé. Eres indudablemente humana, pese a tu apariencia y tu esencia.

Ella no respondió. Tenía la mirada perdida en la llanura. Sus harapos ondeaban con la brisa. Sus ojos vidriosos brillaban como si tuviera fiebre.

- ¿Ha empezado, verdad?- inquirió el Sanador.

Ella asintió levemente.

- Sí, ha empezado. La Madre está despertando.

- Entonces no nos queda mucho tiempo. Debemos tomar el camino de la Senda Amarga. ¿Dónde está la entrada a la Vorágine?

- En la guarida de la Sibila.- respondió ella con calma – Te sorprenderá saber que aún vive, viejo Sabio. Ha vivido ocupando un cuerpo tras otro en los últimos milenios. Pero su labor llega a su fin. La Gran Diosa la llama de nuevo a su seno. Abrirnos la Puerta será su última misión en el mundo mortal.

Marcus asintió, sereno. Por fin todo se aclaraba.

- Debemos dirigirnos allí. ¿Por qué vacilas, Hija Bendita?

Los labios de Betsabé temblaron levemente.

- No deberías llamarme así. Soy tu enemiga ancestral, la plaga que aniquiló a tu Orden.

- Ellos aniquilaron a mi gente. No tú. Betsabé... ser medio Nephilim no te convierte en mi enemiga. Ellos se convirtieron en enemigos porque nos dañaron y nosotros a ellos. Tú eres diferente, y lo sabes. Eres más humana que todos ellos.

Los ojos verdosos, rodeados de amoratadas ojeras, se giraron hacia él.

- Deja de repetirme siempre la misma cantinela. Tengo la Sangre de la Madre.

- Ni esa sangre puede cambiar lo que eres. Lo has reconocido tú misma. Betsabé, en tu mano está parar lo que se avecina.

- Es inútil. He realizado mi elección.

- No has elegido nada. Sabes que Ella te manipula. Elige por ti misma, aún estás a tiempo, aún eres pura. Elige el bando correcto.

- Ya lo he elegido.- respondió ella fríamente, y se apartó, dándole la espalda.

(...)

En el silencio de su caverna, la Sibila sintió vibrar las entrañas de la Tierra.

Al principio fue un rumor suave, casi imperceptible. Luego se acrecentó. Acabó siendo una vibración intensa y cosquilleante bajo las plantas de sus pies. Los mortales aún no podían percibirlo, pero la Señora Oscura despertaba lentamente.

- Es la señal que esperamos.- murmuró en voz baja. – Durante siglos he esperado esto, oh Madre. Por fin llegó mi hora.

Se levantó. Al fondo de la caverna había una diminuta charca de agua subterránea. Entró y se lavó, cosa que sólo hacía en contadas ocasiones, para la purificación ritual. Borró de su infantil cuerpo todas las pinturas de ocre rojo y negro que lo habían decorado, dejando sólo la maraña de escarificaciones hechas a cuchillos. Salió del agua fresca y limpia y tomó un cuchillo de obsidiana, con el que se rasuró el enmarañado cabello, arrebatándose con él los parásitos que se alimentaban de ella, todos los adornos del cabello, y dejando el cráneo liso y brillante.

Reunió sus escasas ropas y el cabello y los quemó. Luego pasó horas preparando todo para su despedida. Milenios llevaba hollando la Tierra y al fin era momento de partir. Si hubiera recordado cómo se sonreía, lo hubiera hecho. Al fin volvía a la Madre.

Ocupó su asiento, meditabunda, mirando las ascuas moribundas de la hoguera. Casi al instante sus ojos captaron la nueva presencia en su cueva.

- Bienvenido, te estaba esperando.- musitó.

Él alzó la cortina y le observó con el ceño fruncido.

- No te extrañe que ahora te reciba bien y antes no fueras bienvenido. Tenía que actuar conforme a propósitos más altos que un simple capricho. Tampoco te extrañe que haya notado tu presencia, pese a que eres muy silencioso. Tu aura es tan resplandeciente que brillas como un faro en medio de las tinieblas.

- Creía que eras ciega.- respondió el hombre cruzando los brazos sobre el pecho.

- Soy ciega para las cosas terrenales. Pero veo todo lo demás, almas, corazones, tiempo, destino. Te esperaba. Es la hora.

Kurtis, erguido frente a ella con las piernas separadas, la observó con desconfianza. Había acudido a ella en busca de respuestas, ya que nadie más se las podía dar.

- Oh, tendrás tus respuestas.- respondió ella con calma – Pese a que queda tan poco tiempo.

- Quiero acabar con esto. – dijo él lisa y llanamente – Me he pasado toda la vida huyendo y luchando contra algo de lo que no puedo huir. Puedes decirle a tus amos que estoy dispuesto a acabar cuanto antes.

Ella alzó la vista, oteando el ambiente con los ojos blanquinosos. Sostenía un cuenco humeante en las manos. ¿Había bebido de él? De pronto, su voz se volvió ronca y pareció que otro hablaba por su boca.

- Eres el último de los Lux Veritatis. El Sabio no representa una amenaza para nosotros, pero tú sí. Se pidió tu cabeza desde el momento en que naciste. Lo que no has sabido es que al evitarnos y evitar la Orden nos favorecías. Les debilitabas a ellos, que no contaban con tu poderosa colaboración, y alargabas tu vida, dándonos la satisfacción de perseguirte. Ahora nos ofreces lo más valioso que tienes, tu propia vida, esperando que ignoremos aquellos a quienes dices amar.

La voz cascada se interrumpió un instante. Kurtis no se había movido, observando inescrutable a la profetisa.

- Pero serás complacido en la medida en que ello convenga a nuestros planes. Todos los que nuestra servidora la Sibila incluyó en la profecía deberán seguir su destino independientemente de cuales sean tus deseos. Aunque dos irán a verter su sangre a los pies de la Gran Madre, serán siete los que transiten la Senda Amarga: el Guerrero y la Amazona, el Impuro y el Inocente, el Sabio y el Ángel, y el Oculto. Esto digo yo, la Voz En las Tinieblas: de los dos que derramen su sangre, sólo uno podría ser redimido, y le redimirá la voluntad de la Diosa. Pero ay de ellos si la Inefable no queda satisfecha: ninguno verá de nuevo la luz de los mortales.

Al oír de nuevo la profecía recitada, Kurtis acabó de convencerse, aunque ya lo sospechaba, que era la Voz quien estaba hablando a través de la boca de la Sibila.

- Si doy mi vida – exigió él – pido clemencia para la Amazona. Una vida por otra.

- Será así si le complace a Ella.- articuló la voz ronca, inhumana – No creas que has llegado hasta aquí sólo por ti mismo. Todos los que estáis atados por esta profecía habéis obrado de modo que conviniera a nuestros planes. Cada paso que has dado desde el día en que naciste te ha conducido hasta aquí, Kurtis Trent. A ti y a los demás.

Él asintió con un seco golpe de cabeza.

- Estoy dispuesto.- afirmó estoicamente.

Sin más preámbulos, la Sibila tendió el cuenco humeante hacia él. Kurtis sólo dudo unos instantes, luego, ajustando su carga a la espalda y asegurando las armas, se acercó, tomó el cuerno y lo apuró de un trago.

- Yo, Sibilla Satanica, la Servidora del Oscuro, abro para ti las puertas de la Vorágine.- exclamó la sacerdotisa, ya con su voz humana – Lo que dejes atrás no podrás recuperarlo. Quien entra ya no sale como el mismo. Quien da el paso ya nunca retrocede.

La figura de Kurtis empezó a desdibujarse. Miró, aturdido, como sus dedos, sus brazos, su cuerpo entero se deshacía en la nada como niebla, y al final era absorbido por la oscuridad, sin dejar el más mínimo rastro de su presencia.

(...)

- ¡No! ¡No es posible!

Lara se enfrentó, furibunda, al conjunto de rostros tristes que le miraban.

- Es cierto.- manifestó Marie, apenada – Se ha ido. Míralo tú misma: no queda ni una sola pertenencia suya, se ha llevado todas sus cosas.

- Él no se iría así, sin consultármelo – Lara hacía aspavientos de pura alteración - ¡No puede tomar decisiones sin consultarme!

¿Por qué no?, replicó una vocecilla insidiosa en su cabeza, ¿Quién te has creído que eres? ¿Su madre? ¡Mira cómo ella no tiene más poder sobre él que tú! ¿Acaso pensabas que era un perrito faldero al que podías controlar todo el tiempo?

- Él no me haría eso – farfulló, aturdida – Irse, dejarme de ese modo... él... ya lo hizo una vez... ¡me prometió que no lo haría de nuevo! - estalló de nuevo, furiosa, sin importarle que todos la miraran compungidos.

- Lo hizo para protegerte entonces, Lara, y lo hace de nuevo.- razonó Marie calmadamente – Entiéndelo, por favor. Yo también sufro por él, Lara.

Ella dio media vuelta, furibunda, y se dirigió hacia su tienda.

- ¿Adónde vas?

- ¡Lo que nadie comprende es que los dos estamos metidos en esto! – aulló la inglesa - ¡Los dos, no él sólo! ¡Me necesita a su lado!

Marie le siguió a toda velocidad.

- ¿En qué estás pensando? – observó aturdida cómo recogía a toda velocidad sus cosas, y gritó - ¡No! ¿Qué haces? ¡No pretenderás seguirle!

- Sé dónde ha ido – jadeó ella – Ha ido a ver la Sibila. Ya sospechaba lo que yo... que ella podía ayudar... ¡se ha marchado al mismísimo infierno!

La india dio cuatro zancadas y sujetó a Lara por el codo.

- ¡Basta! – gritó - ¡Estás embarazada casi de cuatro meses! No puedes hacer ya nada por él. Tienes que pensar en tu hijo, en su seguridad, ¡que es la tuya!

Lara trató de soltarse, pero Marie, pese a su edad, aún era muy fuerte y le clavó las uñas con fuerza.

- ¿Crees que estás siendo inteligente, hija? ¡Te estás comportando como una estúpida!

- Voy a ir con él.

- Perderás a tu hijo también. Y morirás.

- Le debo lealtad a él. Estamos metidos los dos en esto.

Maddalena escuchaba cabizbaja. Luego formuló una pregunta silenciosa.

¿Está ahí dónde dice ella?

Tembló esperando la respuesta de la Voz.

Sí, mi Giulia. Ahí está.

La pelirroja soltó un gemido y se apartó.

¿Hay alguna esperanza para él?

Que alguien dé su vida por él, pero él ya ha elegido darla por ella, quien pronto le seguirá, le guste a la mujer india o no.

¿Yo estoy incluida en la profecía? Maddalena tembló de nuevo.

Sí, Giulia. Tú estás en ella. Pronto te reunirás con los demás. Pero no temas, yo te protegeré.

¿Los demás?

Sí Giulia. Con Marcus el Sabio, Giselle el Ángel, Lara la Amazona y Kurtis el Guerrero.

¿Quién soy? ¿El Impuro, el Inocente, el Oculto?

Eso sólo te lo ha de decir el Sabio. Así está dispuesto.

(...)

- ¿Estás dispuesto?

- Estoy dispuesto.

La Sibila tendió el cuenco hacia Marcus. Él, haciendo una reverencia hacia la profetisa, lo tomó, pero antes dijo:

- Debería devolverte el manuscrito, Herófile.

Los hombros de la niña reencarnada temblaron.

- ¿Cómo me has llamado?

- Herófile. Así te llamabas cuando eras una hermosa joven del siglo V. Habías nacido en Atenas, y ése es el nombre que te dio tu madre. Luego, pasaste a servir a Hestia como sacerdotisa virginal, pero fue otra Diosa, mucho más poderosa y terrible, la que te escogió. Ella te destruyó la vista, cegando tus ojos para abrírtelos a Su Oscuridad. Te convirtió en la más poderosa profetisa del Mediterráneo, y luego fuiste la más temida Sibila de todo el Imperio. Los emperadores de Roma acudían a consultarte, y temblaban ante tu sola presencia. Te llamaban Sibila Eritrea, porque vivías en aquella zona, pero tú servías a señores más oscuros que el profético Apolo.

Los ojos estériles de la profetisa se habían llenado de lágrimas y ahora corrían por sus mejillas cubiertas de cicatrices, mientras recordaba lo que hacía tanto tiempo había olvidado.

- Herófile... – murmuró – Herófile... Sibila Eritrea... era tan hermosa que el César me besaba los pies...

Parpadeó y alzó la barbilla.

- Herófile ha vivido su última reencarnación. Quédate el manuscrito, pues fue escrito para ti, Sabio. Y ahora bebe el contenido del cuenco.

Marcus lo hizo, pacífico, sereno. Y al instante su figura se desvaneció en el aire, mientras la Sibila pronunciaba las palabras rituales para acompañarlo a aquel mundo. Luego, tomó el cuenco y miró a Betsabé, quien lo había observado todo silenciosamente.

- Lo has hecho bien, Hija Bendita. Pero aún quedan cinco.

- La Amazona, al igual que lo ha hecho el Guerrero, vendrá por su propia cuenta. Al Ángel lo traerá otro. Yo te traeré al Inocente y al Impuro.

- ¿Qué hay del Oculto?

Betsabé suspiró.

- Ése también vendrá por su cuenta.

(...)

Schäffer fumó lenta, concienzudamente, aquel puro habano que llevaba meses reservándose para una gran ocasión. Al parecer ésta jamás se presentaría, de modo que para qué esperar más. Al acabarlo arrojó los restos y se bajó del capó del todoterreno en el que había estado sentado. Soltó un profundo suspiro y se dirigió al maletero. Lo abrió y observó la carga que transportaba, tan preciosa para él.

- Espero que sepas perdonarme esto.- dijo – Pero no me has dejado otra opción.

Giselle le devolvió una mirada furibunda. Estaba atada de manos y pies y amordazada. Había sido inútil hablarle con calma, gritarle, zarandearle. Había sido todo inútil, salvo raptarla de aquel modo y someterla por la fuerza. Tal y como se prometiera, Schäffer había tomado el control de la situación, despidiendo a sus hombres sin nueva orden y llevándose a Giselle, que había aullado, pataleado, mordido y escupido, una vez se vio preventivamente desarmada.

Ahora estaban en la costa de Israel, y se proponía dirigirse tierra adentro. Eso era lo que Betsabé le había indicado hacer. Pero no lo hacía porque ella se lo hubiera indicado. En realidad, nada de aquello lo había hecho siguiendo las órdenes de nadie, sino eran las suyas propias. Quería saber qué se escondía realmente detrás de todo aquello, siempre que ello no entrañara riesgos para la vida de Giselle o la suya propia.

No sabía hasta qué punto dicho peligro era real y estaba tan cerca.

- Eres una perfecta idiota.- le dijo, lisa y llanamente – Disculpa que no te entienda. Yo en tu lugar, me olvidaba de todo esto y me daba la buena vida. Podemos irnos, tú y yo, donde sea, puedo ocuparme de ti. Sí, podemos hacer borrón y cuenta nueva y comenzar una nueva vida.

Una sonrisa sarcástica pareció adivinarse a través de la mordaza.

- Sí, ya sé que desprecias mis propuestas. Sólo eres capaz de pensar en tu maldito Karel, que está muerto y ni vivo vendría a salvarte. Pero yo sí, Giselle. Me importas aunque para ti no soy más que un gusano subordinado. Betsabé es peligrosa y pienso averiguar qué se propone, ya que no soy tan escéptico respecto a sus palabras como tú lo eres.

Cerró el maletero de un golpe y se puso al volante. Quedaba aún mucho camino para Siria.

(...)

- Questo mundo mio amore... dove ste mio Dio...

Canturreaba para no verse sola en medio de aquella negrura. Con mano temblorosa avanzaba Maddalena a través de la gruta, clavando las uñas en la pared. Le temblaban todos los miembros del cuerpo, pero no estaba dispuesta a volver atrás.

La gruta le recibió tenebrosa y fría. La Sibila había apagado toda luz salvo los rescoldos de su hoguera. Aterrorizada, la voz de Maddalena se alzó de nuevo...

- Ti amo, ti amo, stella bella mea...

- Ti amo bella, inanitas, stella, ti amo vanitas... – respondió otra voz desde la oscuridad.

Maddalena se contrajo.

- No me tengas miedo.- dijo la voz ronca, oscura. – Has venido por tu propio pie y esto era inesperado. Bienvenida.

La figura pequeña le tendió el cuenco. No podía verla en la negrura. Lo cogió con manos temblorosas.

- ¿Estaré con él?

- Si le alcanzas, estarás con él.

- El lugar adonde voy... ¿es el Infierno?

- Así lo llamáis, sí.

Cerró los ojos, apretándolos con fuerza.

- ¿Sufriré?

- Horriblemente. Pero no temas, toda tu vida te has estado preparando para esto. Tú y todos.

- La Voz me prometió que él sería mío.

- La Voz no promete en vano. Es la boca de la Diosa. Sálvale y será tuyo de modo que nadie te lo podrá arrebatar.

- ¿Ni siquiera ella?

- Ni siquiera ella.

Maddalena bebió el cuenco de un trago, y se dejó llevar.

(...)

- Lara, te lo suplico... es tu hijo. Tu único hijo. ¡Y mi nieto!

No podía ignorarla, pero trataba de hacerlo mientras acababa de preparar su carga. Comida, equipo y armas, lo tenía todo. Se lo cargó a la espalda, ante la atónita y desolada mirada de Marie y de Radha. A Maddalena hacía rato que no se la veía por ningún lado.

- La Sibila le ha abierto las puertas de la Vorágine.- dijo Lara – Allí es donde voy. No tengo que estar en ningún otro lado. Perdóname, Marie.

La mujer bajó la vista cuando pasó a su lado. Radha siguió a Lara hasta las columnas del templo.

- Quédate y cuida de Marie, Radha. Nos veremos luego.

La muchacha no dijo nada. Con un silencio lleno de elocuencia, alzó la mano a modo de despedida.

Al llegar al borde del pozo, vio que Marie había llegado corriendo.

- Nadie ha vuelto con vida de allí, Lara... porque nadie ha estado nunca allí. Quiero que sepas que me hizo feliz conocerte, que hiciste feliz a mi hijo y que... nos hubieras hecho más felices a ambos de haber querido conservar la vida de tu hijo.

Lara le miró, solemnemente.

- Yo también estoy contenta de haberte conocido. Tú eres el tipo de mujer que yo admiro, y a quien todas deberían parecerse. Cuida de Radha.

Y descendió lentamente por la escalera, sin mirar hacia atrás.

(...)

Al parecer, Maddalena se había adelantado a los acontecimientos. Esto era inesperado. Debía haber sido ella la que la condujera a la presencia de la Sibila.

Parecía un hecho sin importancia, pero a Betsabé le inquietó sobremanera. Estaba acostumbrada a tenerlo todo previsto, a ver las cosas mucho antes de que sucedieran a tratar el futuro de los demás como si fuera su presente. Y aquella alteración en sus previsiones le causó un malestar que sólo se explicaba porque, más allá de la frontera entre la Vorágine y el mundo mortal, se esfumaba su Visión.

Betsabé no podía ver ya qué había sido de los que habían cruzado la frontera. Lo que era peor, sabía que una vez que ella misma la cruzara, perdería su propia Visión. Ya no podría ver más allá del tiempo y del espacio, sería como una mortal invidente, mientras que a su acérrimo enemigo se le permitiría conservar sus dotes clarividentes.

Lilith así lo había querido. Era una injusticia, pero según la Reina Oscura no le haría falta su Visión. Betsabé estaba segura de que formaba parte de la dura prueba que le esperaba. Por otra parte, su enemigo, según lo que la misma Diosa le había prometido, se vería descompensado con una gran pérdida física, de modo que ella no tenía derecho a protestar.

Pero el que una simple mortal se adelantara a sus previsiones la frustraba.

- Es muy sencillo.- dijo en voz alta, girando su abrasado rostro hacia el ardiente viento del desierto de Siria – Maddalena es la pieza que baila en medio de Tu tablero, ya me lo has hecho ver. Los demás seguirán sus instintos, no desobedecerán a su esencia, pero ella será alterable e imprevisible. Debo estar atenta.

La distrajo el rumor de motor de un vehículo. Ah, allí estaban. Al menos no habría más imprevistos.

El todoterreno aparcó frente a ella. De él bajó el hombre alto, fornido, que le había servido durante aquellos dos años, y que le hizo una salutación seca y reverente.

- Señora- dijo, mirando sin poder ocultar su lástima el lamentable aspecto de Betsabé, sucia, harapienta y desmejorada. Inconscientemente, sus ojos se apartaron de las zonas de piel desnuda que descubrían sus harapos.

Se dirigió al maletero, lo abrió y sacó un bulto, que depositó a los pies de la Nephilim. Giselle se replegó para sentarse, y lanzó una mirada de furia a sus captores.

- Veo que no has entendido nada de lo que te dije, Giselle.- murmuró Betsabé. Girándose hacia Schäffer, le dijo – Eres un servidor fiel, y además has demostrado ser más inteligente que tus predecesores.

- No veo inteligencia alguna en lo que estoy haciendo, Señora.- dijo el otro de mal humor – Me parece estar entregando una víctima para un sacrificio.

- Tal vez eso sea, Schäffer. Tal vez eso sea.

La mirada del mercenario se oscureció.

- No la he traído hasta aquí para que la mates, Señora. Sé que te debo lealtad, pero se la debía a ella antes que a ti. No puedo dejar que le hagas daño.

- Por supuesto que no. La has traído porque eres inteligente y porque sabías que aunque la escondieras en el agujero más profundo y olvidado de la Tierra yo la habría encontrado y conducido igualmente a su destino. Has obrado con sensatez, y tal hecho debe ser recompensado. Te libero de todas tus obligaciones para conmigo o Giselle. Eres libre de ir adonde quieras, no volveremos a necesitar de tus servicios.

Schäffer inspiró hondamente.

- Puedes liberarme de tu lealtad para contigo, Señora, pero sólo Giselle puede liberarme de su lealtad para con ella. Si lo que pretendes es matarla, me temo que no puedo permitirlo.

Y sacó el arma y apuntó directamente el rostro de Betsabé, mientras se interponía entre ella y Giselle, quien, atónita y silenciosa tras su mordaza, contemplaba inmóvil la escena.

Betsabé no se movió un ápice.

- Sigue tu sentido común, Schäffer. Sabes que puedo vencerte, y puedo matarte también. Pero no quisiera hacerlo ya que has resultado ser fiel y competente. Ni todas las fuerzas militares de los ejércitos humanos van a lograr librar a Giselle del destino que estaba prescrito para ella antes de que naciera. Has obrado bien, no eches a perder tu mérito.

La pistola tembló en la mano del mercenario.

- Vas a matarla...

- No, amigo. Nunca he dicho tal cosa. Se hará lo que deba hacerse. No puedo ver ya qué sucederá, pero tal cosa ya estaba escrita hace siglos. Sabes que no hay otro camino.

Lentamente, el hombre bajó el arma.

-Si sobrevive, quiero que me sea devuelta.

- Es triste. Ella no te ama, como tampoco la amó a ella mi padre. ¿Querrías sufrir su mismo destino, su misma locura?

- Ella se enamoró de un ser sin alma. Yo soy mortal y ella también. Si sobrevive...

- Si su destino no es morir, y yo supero la Prueba que me espera, te juro por todo lo inmortal que yo, Betsabé, te devolveré a Giselle.

- En ese caso, consiento.

Se apartó. La Nephilim sonrió, admirada de una sensatez que no esperaba en alguien de su clase. Luego miró con desprecio a la mujer maniatada.

- No mereces el amor que él te tiene. Si yo fuera él, te abandonaría para que los demonios de la Vorágine te devoraran, mujer pérfida.

Giselle pareció sonreír burlonamente tras la mordaza. Betsabé se inclinó hacia ella y al instante una aura borrosa las envolvió y desaparecieron de la vista del mercenario.

Schäffer permaneció unos instantes silencioso. Luego murmuró:

- Te esperaré.

(...)

- Fascinante reunión.

Era la Sibila quien había hablado, mirando por encima del hombro de Lara. Ella, que ya sostenía en sus manos el cuenco con el brebaje ritual, se giró, sorprendida de ver aparecer, surgida de la nada, a Betsabé, y a sus pies Giselle, atada de manos y pies y amordazada.

- Ha llegado mi hora.- musitó la profetisa, levantándose temblorosa de su asiento.

- ¡Alto! – gritó Lara, sosteniendo el cuenco con una mano y sacando el arma con la otra.

Betsabé se cruzó de brazos, tranquila y serena.

- Cuidado, Amazona. No derrames el precioso contenido de ese cuenco. Lo compartirás con nosotras dos, puesto que la Sibila no va a preparar más.

La profetisa ciega pareció mirar de nuevo a la Nephilim, murmurando:

- Tú no precisas de la poción para partir al otro mundo, Hija Bendita.

- Es deseo de la Diosa que así sea.

- Hágase, pues, Su Voluntad.

Avanzó, temblorosa de emoción, hasta Betsabé, quien la tomó en brazos dulcemente, como una madre que cuna a su hija. De pronto, sin embargo, le echó la cabeza hacia atrás y le clavó los dientes en la garganta, sorbiendo lentamente toda su sangre. Lara no se movió, impresionada por una escena tan delicada y cruel a la vez. Los miembros de la profetisa se relajaron y al fin quedó inerte.

Betsabé depositó el cuerpo de la niña en el suelo mientras murmuraba:

- Herófile, yo mando a tu cuerpo que no vuelva a reencarnarse. Profetisa inmortal, ve a gozar del descanso prometido junto a tu Señor y a su Esposa. Ve a la Oscuridad, que ella te ampare siempre.

Y le cerró los ojos al cadáver. Al levantarse, tenía un aspecto que a Lara le pareció monstruoso, pues a toda su suciedad y desaliño se sumaban las manchas y chorretones de sangre que se habían marcado desde su boca, descendiendo por su pecho hasta sus ingles. Parecía un vampiro, pero realmente era una forma de matar como cualquier otra.

Parecía mentira que un ser como la profetisa ciega, que había vivió más que ningún otro ser en la Tierra, estuviera ahora muerta y tan de repente. Cierto que había muerto tantas veces como duró una esperanza de vida a lo lago de las cambiantes etapas de la Historia, pero esta vez permanecería muerta, esta vez su alma no hallaría otro refugio de carne.

- Estarás contenta.- oyó Betsabé que decía Lara. – Todo te está saliendo a pedir de boca, ¿no?

- No todo. No todo.

Lara soltó una carcajada burlona y alzando el cuenco, exclamó:

- ¡A tu salud!

Y bebió un trago. Betsabé apenas tuvo tiempo de abalanzarse sobre el cuenco y sostenerlo antes de que éste cayera al suelo y se rompiera en cuanto Lara se desvaneció en el aire. El líquido le salpicó un tanto los dedos, pero no se perdió mucho.

- Esa maldita zorra va a lamentar su grosería.

Betsabé se giró. Era Giselle quien había hablado, pues se había sacado la mordaza restregándose la boca contra el hombro.

- Todos vamos a lamentar muchas cosas, Giselle. Tú la primera, quizás.

La doctora se retorció, clavándole una mirada insidiosa.

- He de decir que te has convertido en una digna copia de tu padre, fría y manipuladora. Quizá esa orgullosa inglesa tenga razón, todos estamos donde tú quieres cuando tú quieres, y ahora nos envías Dios sabe dónde.

- Hablas de él como si tú no fueras fría y manipuladora. Pero ya he perdido demasiado tiempo. El destino nos espera.

Se inclinó sobre su madre y le agarró por la nuca. Giselle se debatió y trató de morderle, pero se dio cuenta, estupefacta, que la delicada mano de su hija se había vuelto fuerte como una garra de acero y que no podía resistirse. Notó el borde áspero del cuenco en los labios y luego un líquido ardiente descendiendo por su garganta. De pronto se sintió ligera, volátil, su visión se borró y no supo nada más.

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