Capítulo 4: El Fragmento del Orbe
Winston pasó discretamente el paño por la polvorienta estantería, y miró de soslayo hacia la ventana. Lara había salido a correr por las verdes colinas de Surrey. Era un momento apropiado para saciar la curiosidad del mayordomo.
Tanteó los gruesos tomos de Historia hasta que encontró una diminuta carpeta con cuartillas. La sacó y, tras acomodarse en un sillón cercano, empezó a observar los bocetos con deleite.
Aquel anciano irlandés había cuidado de Lara desde que era una niña, y sólo al quedar viudo se había marchado a vivir con ella y a cuidar de su propiedad cuando estaba ausente en sus largos viajes. Quienes creyeran que Jeeves Winston era tan sólo un mayordomo para Lara Croft, estaban muy equivocados.
Aunque en el trato cotidiano no se pudiera apreciar más que una relación formal entre el mayordomo y la dueña de la casa, los íntimos sabían que aquel apacible anciano había sido un padre para Lara cuando Lord Henshingly la había expulsado de casa. Y Lara sentía el mayor de los afectos por Winston, guardián de su casa, sí, pero también padre que no reñía y amigo que nunca fallaba.
Así pues, Winston se hallaba repasando con auténtico cariño aquellos bocetos. Algunos representaban criaturas horripilantes que le fascinaban a pesar de su aspecto. Reconocía a cada una de ellas, porque entre Lara y Winston no había secretos... al menos, en aquel aspecto. Sin embargo, el mayordomo sentía predilección por aquellos dibujos en los que Lara aparecía en diversas actitudes, sonriendo, enfurruñada, desafiante, sorprendida. Le enternecían aquellas mudas ofrendas de amor que transmitían más que las palabras.
Pero el hombre que las había dibujado llevaba dos años ausente y su recuerdo pesaba como el plomo en aquellas silenciosas estancias. Su nombre no se pronunciaba y tampoco se hacía alusión a él, no porque estuviera expresamente prohibido, sino porque su mero recuerdo empañaba los ojos de Lara con un velo de tristeza e irritación. Por ello, Winston aprovechaba las ausencias de la exploradora para mirar los dibujos.
Acarició el reborde de un boceto donde se veía a Lara tendida sobre un camastro y vestida con una especie de hábito negro, y no pudo menos que sonreír al ver cómo había sabido captar tan bien el rostro de Lara como sólo la había visto él durante años: dormida.
- ¡Winston! ¿Qué haces?
El anciano dio un salto y se desparramaron los dibujos por el suelo. En el marco de la puerta estaba Lara, vestida de chándal y empapada en sudor, mirándolo con expresión sorprendida.
¿Cuánto rato llevaba mirando los bocetos? No lo sabía. Enrojeciendo hasta las orejas y farfullando excusas ininteligibles, Winston se apresuró a recoger las cuartillas.
- No, no te inclines. Lo haré yo.- dijo ella, y reunió enseguida los dibujos, echándoles una breve mirada al recogerlos. Y otra vez aquella sombra de irritada tristeza en sus ojos.
- Lo siento.- farfulló Winston, pero ella no respondió. Le devolvió la carpeta y dio media vuelta, saliendo de la habitación con rigidez.
El mayordomo, maldiciéndose por haberla molestado, la siguió a trompicones y dijo:
- Por cierto, señorita, esta noche es la cena de gala de los arqueólogos que trabajan en la exposición.
Lara se detuvo, ya en el umbral de su habitación, y dijo con evidente fastidio:
- Vaya. Lo había olvidado. Hay que avisar a Selma y...
- La señorita Al-Jazira ha sido debidamente informada.
- Gracias Winston. Por cierto, ¿qué vestido me aconsejas? ¿El rojo largo o el negro con corte en las caderas?
- Ya usó el rojo para la presentación del British. La gente diría que no tiene más armario que ponerse.
Ella rió.
- En serio, no sé qué haría sin ti. Últimamente no tengo la cabeza en el sitio.
Entró en el baño para ducharse, pero Winston no se retiró de la habitación, aunque sí se sentó lejos de la puerta del baño para respetar su intimidad.
- Hay algo que quería comentarle, señorita.
- Dime.- dijo ella mientras se despojaba del chándal.
- He estado meditando mucho, señorita, y he llegado a la conclusión de que ya soy muy viejo y de que estoy muy cansado.
- No me lo digas.- dijo Lara, asomando la cabeza - Me lo temía. ¿Quieres volver a Irlanda, no? Si es por poder estar de nuevo en tu patria...
- No señorita.- sonrió él - A veces añoro mi patria pero en verdad no quisiera irme de aquí. Tan sólo volveré cuando haya de ser enterrado junto con mi querida esposa, que ya hace tiempo que me espera.
- ¿Entonces? - Lara se había metido bajo la ducha.
- Señorita, yo ya soy muy anciano y no voy a vivir para siempre. Siento que mi final está muy próximo.
- ¡Pero Winston! ¡Te me estás poniendo fatalista!
Lo decía con ironía cariñosa, aunque era consciente de que decía la verdad.
- Tengo ya ochenta y tres años, señorita. Y no dejo de pensar que cuando yo haya muerto usted se habrá quedado completamente sola.
El grifo de la ducha se cerró y Lara salió con albornoz y la cabeza envuelta en una toalla. Sonreía.
- Mi querido octogenario, no sé a donde quieres llegar a parar.
- Lo que quiero decir, señorita - titubeó él - es que quizá debería casarse.
Lara lo miró, atónita y boquiabierta. Luego recobró el habla y exclamó:
- ¡Oh, no, Winston! ¡Tú también no!
- Bien sabe usted que no lo digo en el sentido en que lo decía su padre el lord. Ni tampoco como lo dicen las malas lenguas.
- ¡Pero el significado es el mismo! Winston, por favor, decirme eso a estas alturas... - se soltó el pelo mojado y empezó a cepillárselo - ¡Bien sabes que no soy ese tipo de mujer!
- Pues entonces tenga un hijo.
Lara volvió a quedarse de piedra, con el cepillo en alto, y miró a su mayordomo como si estuviera contemplando un monstruo.
- ¿Te has acordado de tomarte la medicación?
- Sí señorita.- repuso éste con humildad.
- ¡Pues entonces esto es grave! ¿Quién te ha metido esas tonterías en la cabeza? ¡Por favor! ¿Tú me has mirado bien, Winston?
Por supuesto que te he mirado bien, mi niña, pensó el anciano, llevo años mirándote, desde que eras muy pequeña, y guardando tu imagen para mi eternidad.
- Señorita, usted ya tiene cuarenta años...
- ¡Treinta y siete! - estalló Lara, escandalizada.
- Bueno, pues treinta y siete.- el tono de Winston seguía siendo solemne - Debe ir pensando ya qué va a hacer con el resto de su vida. Yo moriré pronto y usted tiene amigos pero no quien la acompañe y la haga feliz. Piénselo bien. Debe haber algún hombre al que usted ame. Y si no desea atarse a ninguno, al menos tenga un hijo. Puede que de momento se crea eterna e independiente, pero es muy triste envejecer y morir sin nadie a su lado. Lo dejo, pues, a cargo de su conciencia.
Dicho esto se levantó y con una solemne inclinación de cabeza abandonó el cuarto y cerró la puerta.
Lara sacudió la cabeza, demasiado sorprendida para añadir nada más. Se acercó al espejo y continuó peinándose, pero pronto dejó el cepillo y examinó su rostro en el reflejo, en busca de cualquier signo que evidenciara su edad, una arruga, una cana, lo que fuera. Pero la mujer que le devolvió la mirada seguía siendo joven, con la piel firme y tersa, los cabellos igual de brillantes, los ojos chispeantes de vida. No había la menor imperfección ni señal de vejez.
Instintivamente se desató el albornoz y lo dejó caer al suelo para contemplar su cuerpo desnudo. Todo seguía como siempre: las piernas firmes y musculosas, la cintura estrecha, el vientre liso, los senos turgentes y los hombros altivos. Para Lara Croft los años no pasaban, como si su existencia se hubiese detenido en la flor de la vida para perpetuarla por siempre jamás.
- Es en mi mente donde veo indicios de vejez. - dijo a su reflejo - Estoy cansada y tengo la cabeza llena de intrigas y de urdimbres.
Suspiró y se dispuso a vestirse con el traje negro. Sabía que en el fondo, su viejo mayordomo tenía razón. Y estaba tan cansada... pero su cuerpo seguía joven y pletórico, dispuesto a seguir adelante como siempre.
*****************
La Exposición de Arqueología era en realidad un ciclo de conferencias acerca de los descubrimientos más recientes que se daba a lo largo de aquella semana y que se clausuraban aquella noche con una cena de gala. Lara no asistía tanto porque le gustara la pompa como porque era una ocasión única para reencontrarse con viejos amigos que solían andar diseminados por toda la geografía mundial. Así pues, Lara se encontró saludando con varios idiomas a distintas personalidades del mundo de la arqueología, seguida a prudente distancia por Selma, también muy requerida y saludada por su trabajo en Oriente Próximo.
- ¡Pero bueno, Lara, no sé qué voy a hacer como sigas poniéndote tan guapa!
Quien había hablado no era otro que Charles Kane, que se acercó a ella y la besó fraternalmente.
- ¿Qué haces aquí? - dijo Lara - Creía que odiabas los actos sociales.
- Tú también los odias y aquí estás.- se carcajeó él - ¿Cómo te van las cosas? Supongo que tan cabezota como siempre. Me han contado lo de esa chiquilla hindú. ¿En qué estabas pensando?
- ¡Deja de fastidiarme! - se rió ella - Tú habrías hecho lo mismo.
- ¡Estás chocheando, Lara! Está aflorándote una desconocida vena maternal que tenías ahí enquistada... no, si aún te veré trabajando en las misiones con las Hermanas de la Caridad...
- Anda, cierra la boca y tráeme una copa de champagne.
Charles le hizo una burlona reverencia y fue en busca del camarero. Lara miró distraídamente a su alrededor. Y entonces vio a la mujer.
No tendría más de veinticuatro años, más o menos la edad de Selma. Estaba de pie al otro lado de la abarrotada sala y llevaba un vestido plateado que enmarcaba su grácil y sinuosa figura. Al lado de aquellos brazos y piernas tan suavemente estilizados, de aquellos pechos tan pequeños, la propia Lara parecía mucho más robusta y musculosa. Tenía la piel tan blanca que parecía transparentar las venas, y el cabello; por lo demás recogido en un moño, era tan negro que emitía reflejos azulados. La nariz era recta y los labios rosados. Sin embargo, no parecía llevarlos pintados porque no dejaba huella alguna en la copa que bebía a pequeños sorbos.
Pero lo que molestó a Lara no fue el hecho de no hallar ni la menor imperfección en aquella beldad. Le molestó que no dejara de mirarla constantemente con sus ojos verdes, que brillaban con una frialdad que le resultó extrañamente familiar.
- Toma.- dijo Charles, poniéndole una copa en la mano - ¿Qué te pasa? Cualquiera diría que has visto un fantasma.
- ¡Esa mujer! - susurró Lara, y se llevó la copa a los labios mientras se giraba discretamente hacia la ventana.
Pese a que el salón estaba abarrotado de mujeres debidamente engalanadas, Charles no necesitó indicación alguna para localizarla. Y entonces se produjo un extraño cambio en el rostro del hombre.
- ¡Dios! - jadeó, sin aliento - ¡Jamás había visto una mujer igual!
Lara carraspeó, incómoda.
- Sí, es muy atractiva.
- Atractiva no es la palabra. Oh, perdona, me estoy comportando como un canalla. Digamos que tú misma eres tan bonita que te cuesta ver la hermosura en otra parte.
- Ahora no intentes arreglarlo. No me refería a que es guapa. Me refería a que no para de mirarme.
- Pues ahora que lo dices... sí. No sé. Quizá te tiene envidia. La pobre no está muy dotada en talla de sujetador.
Lara le miró boquiabierta. Aquello no era nada propio de él.
- Charles, deja ya de decir tonterías. No me gusta cómo me mira. ¿Qué quiere?
Le irritaba la actitud de su amigo, que le hablaba pero no podía apartar los ojos de la otra, sudaba a mares y parecía completamente hipnotizado.
- Vas a tener ocasión de averiguarlo, Lara. Viene hacia aquí.
Ella se giró y, en efecto, aquella belleza se acercaba con un suave contoneo de caderas. La frialdad había desaparecido y ahora exhibía una dulce sonrisa, dejando a la vista una serie de dientes pequeños blancos como perlas.
- ¿La señorita Croft? - dijo con una hermosa voz de contralto
- La misma.- respondió Lara, sintiéndose de pronto envuelta por un misterioso perfume a espliego. Miró de soslayo a Charles, pero éste contemplaba a la mujer completamente absorto y embobado, con una expresión muy extraña en la cara...
¿Qué demonios le pasaba?
- ¡Qué honor conocerla! - exclamó la otra sin apenas alzar la voz, y le estrechó la mano con afecto. El tacto era cálido y suave, como todo en aquella mujer.
Era perfecta. Demasiado perfecta. Y fue cuestión de segundos averiguar que prácticamente todos los hombres de la sala la miraban con la misma cara de imbéciles que Charles.
- ¿A quién tengo yo el honor de conocer? - dijo Lara, soltándose apenas pudo.
- Disculpe mi descortesía. Me llamo Betsabé.
Por supuesto, alguien tan perfecto sólo podía tener un nombre fuera de lo común, y así se lo expresó Lara.
- Oh, fue un capricho de mi madre.- sonrió ella - Betsabé es un antiguo nombre hebreo y significa "la deseada". Betsabé, según el libro bíblico de los Reyes, fue la esposa de Urías, lugarteniente del rey David. El rey se enamoró perdidamente de ella a causa de su belleza después de haberla visto bañándose y por ello ordenó que le fuera entregada...
- Sé perfectamente quién fue Betsabé la hebrea, gracias.- cortó Lara, ofendida. ¿Quién se había creído que era aquella presuntuosa?
Betsabé bajó sus densas pestañas.
- Tiene razón. ¿Acaso me corresponde a mí decirle a Lara Croft lo que por descontado sabe cualquier historiador o arqueólogo?
Parecía haberle leído el pensamiento, y eso hizo sentir a Lara aún más incómoda. Se llevó la copa a los labios y lanzó una furtiva mirada a su interlocutora. De cerca era todavía más hermosa, semejante a una Madonna renacentista. Cualquier tipo de adorno o maquillaje la hubiese afeado, y por ello exhibía su piel totalmente limpia. ¿Y de dónde salía aquel dichoso aroma a espliego que empezaba a marearla?
- No había oído hablar de usted.- dijo entonces - Y sin embargo alguna relevancia debe tener cuando ha sido invitada a esta cena, a menos que se trate de una dama de compañía.
Acababa de devolverle el insulto. Las llamadas "damas de compañía" eran prostitutas de lujo contratadas para servir de acompañamiento en actos sociales. Invitadas a las fiestas para servir de florero, destacaban por su belleza y su no menos patente ignorancia, como muchas de las que había por allí.
Sin embargo, si Betsabé captó la indirecta, desde luego no dio muestras de ofenderse, ya que exhibió una diáfana sonrisa mientras decía:
- ¡Oh, no! Provengo de una familia dedicada a los negocios con obras artísticas. Ahora yo continúo la labor de mi padre. He de decir que soy una gran admiradora de su trabajo y que he subastado algunos de sus descubrimientos...
Lara miró de nuevo a Charles mientras la bella soltaba sus adulaciones. El hombre respiraba como si se le faltara el aire y seguía mirándola con cara de absoluta idiotez. Se llevó la mano a la sien, aturdida por la dulzona fragancia que desprendía.
- ... y es precisamente por esto por lo que vengo a hacerle una propuesta.
Lara fijó de nuevo la atención en la interlocutora.
- ¿Y qué puede querer de mí una marchante de arte?
- Estoy interesada en comprar uno de sus artefactos.
Aquélla no era una propuesta extraña. Miles de personas le proponían aquello a menudo, a pesar de que ella no solía vender. Tenía costumbre de retener en su casa los artefactos peligrosos o polémicos, tales como el Iris o una cabeza de tiranosaurio, que en malas manos podían crear problemas y por ello los protegía bajo un sistema de seguridad rudimentario pero ingenioso, de difícil acceso incluso para ella misma. En cambio, artefactos inofensivos como la propia estatua de Durga no vacilaba en donarlos o en ponerlos en venta.
- ¿Y en qué artefacto está usted interesada?
Betsabé se puso pensativa.
- Veamos... su nombre exacto me es desconocido pero sin duda usted es la depositaria... se trata de un puñal, una especia de hoja muy acerada...
- Lo siento - se apresuró a interrumpir Lara - pero la Daga de Xian no está en venta y nunca va a estarlo, así lo declaré públicamente cuando la traje desde China hace años.
La hermosa rió apaciblemente.
- ¡Oh, pero si no me refiero a la Daga! Yo ni soñaría con reclamarle esa joya, tanto más cuando usted dejó claro que no la vendería después de lo costoso que fue conseguirla.
- No poseo otro artefacto que puede semejarse siquiera a un puñal.
- Pero, señorita Croft, ¡me sorprende! ¿Acaso se ha deshecho de él? Yo me refiero a un artilugio ciertamente menos valioso que la Daga, pero también exquisito. Como decía, se trata de un puñal acerado tallado completamente en algún tipo de cristal, de mango curvo y con un rostro esculpido en el pomo...
Dejó de hablar cuando la afilada mirada de Lara la atravesó. La exploradora enrojeció como si le hubieran dado una bofetada, entregó bruscamente la copa al atontado Charles (que casi se la tiró encima) y agarrando por el brazo a Betsabé, la arrastró prácticamente hasta el balcón.
- Pero... ¡señorita Croft! - exclamó aquélla, confundida, dejándose llevar sin oponer resistencia.
Lara se encaró a ella y se le acercó tanto que podía notar su aliento.
- Hablemos claro.- murmuró entre dientes - A mí no me engañas con tus modales victorianos. ¿De verdad crees que soy estúpida?
- ¡Señorita Croft! -exclamó aquélla, escandalizada.
- El puñal que has mencionado no ha sido declarado públicamente. En cualquier caso, venderlo a gente como tú es lo último que se me ocurrirá hacer. Así que voy a verme obligada a sugerirte que olvides el tema.
- Pero...
- Pero no puedes probar la existencia de ese puñal. Más vale que cierres la boca porque no voy a venderlo. Más te vale no insistir si no quieres lamentarlo.
Betsabé la observaba con los ojos muy abiertos, más sorprendida que asustada, y eso era mucho valor por su parte, ya que la mayoría de gente se aterrorizaba cuando Lara hablaba en ese tono a la cara. Dando media vuelta, la exploradora abandonó el balcón.
La bella dama permaneció unos instantes inmóvil. Luego, esbozó una ambigua sonrisa y susurró mientras daba vueltas a un anillo en su dedo:
- Me temo, señorita Croft, que en eso no voy a poder contentarte.
*******
- ¡Quiero saber inmediatamente la verdad!
Hecha una furia, Lara daba vueltas por el salón de la mansión Surrey, mientras Selma y Charles, sentados en sendos sillones, la miraban estupefactos.
La muchacha turca apretó los labios y dijo:
- Es la verdad. No he dicho nada.
- ¡Alguien tiene que haberse ido de la lengua! ¡ A menos que haya entrado a robarme o haya revisado todo mi inventario de bienes, y te aseguro que eso no está expuesto al público, es imposible que haya oído hablar de él!
- Bueno, pues yo no. - dijo Selma de nuevo, ofendida.- No soy la única que conoce la existencia del Fragmento. Lo saben también Jean, Vlad, Winston, ahora Charles... y Kurtis.
Lara se detuvo al oír aquel último nombre, o al menos eso le pareció a Charles.
- Jean nunca sale de Egipto y apenas habla con nadie que no sean sus operarios. Tiene que haber sido ese charlatán de Ivanoff...
- ¿Y ese tal Kurtis? - inquirió Charles, pero no recibió respuesta. Fue Selma quien le dijo:
- No se sabe nada de él. De todas formas es un hombre al que sería más fácil arrancarle el alma que obligarle a decir algo que desea mantener en secreto.
- Dios.- murmuró Charles - Me estáis intrigando.
Un chispazo de irritación cruzó los ojos de Lara, pero como siempre que oía mencionar a Kurtis, mantuvo el rostro frío y fingió no haber oído nada.
- ¡Winston! - exclamó entonces.
El mayordomo apareció al instante (tenía la mala costumbre de escuchar tras las puertas, como ella sabía muy bien) y se apresuró a balbucear:
- Señorita, le aseguro que nada tengo que ver con...
- ¡Viejo tonto! ¿Alguna vez he dudado de ti? Lo que quería decirte es que me pusieras en contacto con Ivanoff cuanto antes.
El anciano sonrió y salió del salón.
Charles se volvió hacia Lara y dijo:
- Bueno, yo lo que aquí no entiendo es por qué estás tan enfadada, mujer.
Selma se apresuró a intervenir:
- Hace dos años, un tal Kurtis Trent - dijo remarcando bien el nombre mientras lanzaba a Lara una agria mirada - poseía tres puñales muy valiosos conocidos como Fragmentos del Orbe. Pero como corría riesgo de muerte perpetuo por su forma de vida, escogió a tres personas de su confianza y les entregó a cada una un puñal, para que no cayeran en malas manos. A los tres portadores del puñal nos hizo jurar que no diríamos a nadie esto. Las escogidas fuimos Lara y yo, y en cuanto a la tercera persona...
- Su madre. Se lo entregó a su madre.- dijo Lara, ya más calmada.
Charles asintió.
- Y si esa mujer ha ofrecido comprarlo es porque alguien ha cantado.
- Sí, pero en realidad hay mucho más.- continuó Lara - Podemos estar en peligro, porque no sabemos quién es esa mujer ni para quién trabaja. Nadie se interesa por un simple puñal tallado en cristal. Quiere algo más.
- No me lo digas.- dijo Charles, burlón - Tiene poderes mágicos, ¿no?
Lara esbozó una sonrisa irónica.
- Es una manera de decirlo.
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