Capítulo 39: Viejas heridas

- Ahí está, doctora.

Giselle bajó los ojos hacia el valle y contempló la inmensidad verde en la cual se alzaban los farallones de roca coronados por los monasterios. En otro tiempo, quizá, su corazón se hubiera conmovido por tal belleza, como se conmovía cualquier ser humano ante la vetusta dignidad de Meteora, pero ella havbía pasado demasiado tiempo entre probetas y matraces, cortando, cosiendo, abriendo cuerpos, administrando y operando. Demasiados kilómetros de pasillos en blanco y de quirófanos habían pasado ante sus ojos. Si alguna vez había habido algún sentimiento en su alma que pudiera conmoverse con tal visión, éste había desaparecido.

Ahora sólo veía una adversa orografía donde inútilmente se refugiaban aquel hatajo de santurrones que habían ayudado a asesinar a Karel. Su mente embotada de odio apenas alcanzaba a ser consciente de que acababa de dejar atrás, en Rumania, a una enorme cantidad de efectivos policiales buscándola, que acabarían por extenderse más allá de las fronteras. Tal cosa no le importaba.

A su lado en el gran autocar, Schäffer le lanzó una mirada crítica. Había jurado servirla por encima de todo, pero lo cierto es que empezaba a cansarse de su odio incombustible. Se estaba transtornando. Y bien, si había que hacer un nuevo baño de sangre, se haría. Él hacía mucho que había perdido los escrúpulos al respecto. Pero una vez acabado aquello, Giselle tendría que atener a razones. Él se encargaría de ello.

- ¿Y tus hombres?

- Actuarán a mi señal. Pero es pronto para hacer nada. Aún hay turistas en el valle.

- En Ayios Stefanos nunca entra ningún turista.- murmuró la rubia – Y es ahí adonde vamos. Los demás monasterios me dan igual.

Con calma, se apeó del autocar y dio unos pasos adelante, sin dignarse a cerrar la puerta. Los tacones se le hundían incómodamente en la hierba. Lo cierto es que estaba totalmente dolorida a causa de aquel viaje sin fin, y también, de lo que acontecía cada noche en su cama. Algo que ni deseaba especialmente, ni tenía ánimos para rechazar. Qué más daba. Cuando todo hubiera acabado, se reiría. Se reiría como nunca.

- Allí le enterraron.- murmuró, aunque Schäffer apenas vio moverse sus labios pintados de rojo – Al pie de la roca. Le metieron en un agujero y le cubrieron con tierra...

- Giselle...

- ¿Te acuerdas de cómo se lo sonsacamos?

Sonrió y se abrazó la cintura como si fuera un recuerdo grato y entrañable. Schäffer sacudió la cabeza. ¿Se estaría transtornando?

(...)

Sin otro preámbulo, Schäffer le agarró por la nuca y dándole un fuerte tirón, lo arrancó del Trono y lo estrelló contra el suelo. Giselle casi se estremeció de placer al oír el espantoso chasquido que produjo la cabeza de Kurtis al impactar contra el suelo, pero instantes después, frunció el ceño.

- ¿No le habrás matado, verdad?

- No creo. Éste es duro de pelar.

Como corroborando sus palabras, Kurtis empezó a moverse. Se incorporó con lentitud, sangrando por la boca y por la nariz. Le hubiera encantado verle rotos todos los dientes, pero éstos seguían intactos. Los habían protegido los labios, que tenía ya partidos.

Bueno, tanto mejor. Podía mandar que se los arrancasen con tenazas. ¿Por qué no?

- Si vuelves a llamarle eso a la doctora – amenazó Schäffer – te doy otra sesión de chispas. Y ahora contesta a su pregunta.

El Lux Veritatis se pasó la lengua por los labios, tratando de abarcar toda la sangre posible, y luego escupió a los pies de Schäffer. Giselle se sintió furiosa. ¿Estaba loco? ¿No sabía que podía cortarlo en pedazos, si a ella le venía en gana?

- Sois un par de imbéciles. – jadeó Kurtis con la voz ronca - ¿Crees que me importa no decirte esa estupidez? Enterramos al monstruo al pie del monasterio, sobre el valle, en una tumba sin nombre. A su lado habíamos enterrado a Gunderson – desvió la mirada hacia Giselle – Aunque debería decir que ellos le enterraron. Yo, por mi parte, era partidario de dejarle colgando de un poste, donde los cuervos pudieran despedazarlo a gusto.

Schäffer respondió dándole una patada al estómago. No es que disfrutara especialmente haciendo aquello, pero era su trabajo. En cualquier caso, cumplía órdenes. Si le pedía que cogiera una sierra de carpintero y le dejara sin piernas, lo haría sin pestañear. Para eso estaba allí, y para eso ocupaba el lugar de Gunderson.

- A ti te despedazaremos vivo a nuestro gusto, vaya que sí.- respondió Giselle, que pese a su tono de voz burlón estaba muy tensa – Él en cambio, ya no podía sufrir más.

La boca de Kurtis se deformó en una mueca sangrienta.

- Ese ser jamás ha sufrido en toda su puñetera vida. Nunca tuvo la menor idea de lo que es el sufrimiento.

- Pero tú sí, ¿verdad? Vamos a convertirte en la persona que más sabe de sufrimiento en este mundo. Lástima que luego no vayas a vivir para contarlo.

Dio media vuelta y salió bruscamente. Schäffer tenia la absoluta certeza de que se había ido a llorar a un rincón, como de costumbre. ¡Qué furioso le ponía su actitud! Allí tenía a su enemigo más odiado, vencido, derrotado, torturado y destrozado, y ella no sentía alivio. ¿No era hora de que las cosas cambiaran? Nadie le podía devolver a su maldito Karel. Ni aunque descuartizaran vivo a aquel desgraciado, porque eso es lo que era a ojos del mercenario, un pobre desgraciado, ella iba a estar contenta.

- Levantadlo.- ordenó a los otros hombres quienes, firmes en sus rincones, habían observado la sesión de tortura sin parpadear – Por hoy ya ha tenido bastante.

Pero Kurtis no se dejó tocar. Trató de levantarse y se mantuvo en pie a duras penas. Cuando lo llevaban de vuelta al calabozo, Schäffer le susurró:

- Creo que estás loco.

- ¿Y eres tú quien me dice eso a mí? - respondió Kurtis sin mirarle.

- Vi como te defendías en Turquía. Eres bien capaz de salir de aquí, de no soportar esto ni un segundo más, pero en cambio, te dejas torturar y matar. No sé si estás loco o eres estúpido, porque ese tipo de valentías no te van a servir para nada.

Kurtis le miró entonces, y sonrió burlonamente, enseñando los enrojecidos dientes.

- ¿Te estás poniendo de mi parte?

Schäffer echó la cabeza atrás, irguiéndose.

- ¿De tu parte? Si me piden que te castre como a un mulo, dormiré igual de bien esta noche. Pero si todo este numerito de mártir de la causa responde a un plan tuyo, prepárate, porque voy a joderte como nunc...

(...)

- ¡Schäffer! ¿Se puede saber qué estás haciendo?

Giselle lo miraba acusadora. El mercenario se dio cuenta de que había estado absorto en sus recuerdos.

- Perdona, doctora. Estaba pensando.

La mujer enseñó los dientes en una sonrisa burlona. Era condenadamente seductora, por más que ella no lo supiera ni lo pretendiera.

- Pensar no es algo que vaya mucho contigo, Adolf. Más vale que estés al tanto de lo que te digo.

Volvió la vista al valle y frunció el ceño.

- Vamos. Esta noche nos divertiremos de lo lindo.

Qué diversión, se burló Schäffer para sus adentros.

(...)

Ay de ti, alma Inocente

De tu cuerpo marcado

El más profundo dolor

Devastará tu esencia

Y al fuego del que naciste

Del que moldeó tu belleza

A ese fuego retornarás...

Marcus alzó la vista de los versos escritos con mano temblorosa. Miró a Nikos, que estaba como embelesado.

- Sé que no es lo más apropiado para un hombre de mi religiosidad – estipuló – pero jamás había leído algo tan hermoso.

- Es hermoso, en efecto.- el anciano se reclinó – Se parece a los poemas que yo le recitaba a Betsabé...

El monje parpadeó.

- ¿Recitabas poemas a ese monstruo?

El Sanador frunció el ceño.

- Betsabé no es como su padre. No es un monstruo.

- ¡Por favor, hermano! Esa... ese demonio me tentó y luego me castigó. ¿Cómo puedes tú decir eso, cuando has visto morir a toda tu gente a manos de criaturas de su calaña?

Marcus sacudió la cabeza.

- No deberíamos olvidar que ella nació de una probeta, de un experimento de hibridación. No es como los demás.

- Pues por lo que he visto, se comporta como los demás. Es fría, despiadada, y no le importa lo más mínimo qué cadáveres tiene que pisar por lograr sus objetivos. Es tan ajena al dolor humano como lo eran sus predecesores.

- Sin embargo, aún no ha manchado sus manos de sangre. Y yo la vi cubrir con su capa el cuerpo destrozado de Kurtis cuando estuvimos prisioneros en la Isla.

El monje negó empecinadamente con la cabeza.

- ¿Y eso la convierte en un ser humano?

- No me imagino a Karel cubriendo a nadie con su capa. Lo que quiero decir, hermano, es que ella todavía no ha sido... digamos, marcada, manchada, por esa crueldad que caracteriza a los de su especie. Tiene mucho de sangre mortal en sus venas, aunque en apariencia posea todas las cualidades de un Nephilim.

- ¿Y por eso les recitabais poemas?

- Soy gran aficionado a la literatura. Trataba de criticar su indiferencia ante lo que era el sufrimiento de los demás.- suspiró – Bah, no importa. No puedes entenderlo.

- ¡Desde luego que no!

Pero era evidente. Si Betsabé no era como los otros, podía haber un atisbo de esperanza. En algún sentido, aún era pura, aún inoc...

- ¿Y si fuera ella la Inocente? – exclamó de súbito, asustando al monje. Tomó de nuevo el pasaje y leyó.

Ay de ti, alma Inocente

De tu cuerpo marcado

El más profundo dolor

Devastará tu esencia

Y al fuego del que naciste

Del que moldeó tu belleza

A ese fuego retornarás...

- ¿Betsabé tiene el cuerpo... marcado? – inquirió Nikos - ¿Y nació del fuego?

- No hay que interpretarlo literalmente. – indicó Marcus- Nos está hablando una profetisa. Y los profetas jamás han hablado claro, como es bien sabido.

- Oh, bien. Dejámelo. Sigue con los otros.

Marcus frunció el ceño. Los pasajes siguientes no le agradaban en absoluto.

Guerrero atormentado

De estirpe maldita

Nacido para el sufrimiento

Escogerás tu precio más amargo

Y apurarás el cáliz del dolor

Hasta que no quede nada por dar...

- Espero que nada horrible le esté aguardando a Kurtis. Ya ha sufrido demasiado, pobre hombre.- oyó Marcus que se lamentaba el monje.

- Los Lux Veritatis nunca sufrimos lo bastante.- masculló con voz queda. –Sólo descansamos en la tumba. Siempre ha sido así.

- Pues es hora de acabar con ello.

Marcus asintió, distraído. ¿Acabar con ello? ¡Que la Luz les ayudara! Iban a necesitar de toda la ayuda posible. Y estaban tan solos...

Amazona respladeciente

De corazón aguerrido

En tu corazón y en tu vientre

Portas la esperanza

También portas la maldición

Que consume las tinieblas...

(...)

- ¡Radha!- gritó Marie - ¡No te alejes mucho!

La muchacha, que miraba pensativa su reflejo en un charco (¿era ella esa jovencita que le devolvía la mirada?) alzó la vista y volvió dócilmente junto a la mujer.

Marie llevaba varios días angustiada. Cuando se había tratado de cuidar de sí misma no había habido problema. En cualquier caso, si se equivocaba, la culpa sería de ella, y la única afectada, ella misma. Pero tener a su cargo a una criatura que, en su opinión, ya debería haber sufrido bastante con lo que llevaba de su país, y que además podían esperarle horrores a juzgar por lo que les había pasado a otros, la superaba en cierto modo. Debía retroceder al momento en que tuvo un hijo a su cargo, un chico por quien se peleaban las dos Órdenes más antiguas del mundo, unos para dominarlo, otros para matarlo.

Y ya era demasiado retroceder para ella.

Volvió a mirar el teléfono. ¿Debía hacerlo? ¿Debía soltar todas aquellas malas noticias a Lara y a Kurtis? ¿Acaso no tenían ya suficiente carga sobre sus hombros?

Se mordió el labio.

Finalmente, alargó la mano y descolgó el auricular. Pero en lugar de marcar el número que Lara siempre llevaba consigo, marcó el de Marcus, quien había sido dotado con otro teléfono por la solícita Lara, para evitar problemas de comunicación.

(...)

- Ésas son malas noticias, Marie.- se lamentó Marcus, sosteniendo el auricular lejos de la mesa de consulta, donde Nikos seguía hojeando el códice.

- Temo por mi vida y por la de Radha, pero puedo hacerme cargo de ello – prosiguió la mujer – También temo por Zip, pero se niega a abandonar el hospital. Y tú, Marcus, puedes correr peligro también.

Marcus sintió una fría indiferencia ante aquello. Le parecía que ya no había nada que perder, que no había peligro grave que ya no pudiera asumir. Al fin y al cabo, ¿qué más podían hacerle?

- ¿No la han encontrado?

- Parece haber abandonado, al menos, la ciudad de Brasov. Quizá se haya ido incluso de Rumanía. Pero ya no estoy segura de nada.

- Esa mujer está completamente transtornada. Hará lo que sea sin miramientos y sin pensar en las consecuencias. Debes marcharte y lelvarte a Radha.

Marie no pudo reprimir una mueca de disgusto. Seguía dando órdenes como cuando era sabio del Consejo de la Orden. Algunas cosas nunca cambiaban.

- Me ocuparé de Radha, no hay problema con eso. Pero tengo miedo por Lara y Kurtis.

- No deberías. Ellos dos son perfectamente capaces de manejar esto, aún más si permanecen juntos. Jamás he visto dos personas que trabajen mejor juntas.

- Marcus... si esa loca irrumpe con sus soldados...

- Lo sé. Les pondré sobre aviso. No te preocupes.

Y sin más, colgó. Marie contempló unos instantes el auricular, aturdida y lo colgó a su vez. Luego se giró y miró unos instantes, sin verla, a la jovencita alta y esbelta que tenía delante.

¿Por qué tenía la sensación de que habían vuelto a abandonarla a su suerte?

Deja de compadecerte de ti misma, vieja imbécil. A estas alturas ya deberías saber que esto es como ha sido siempre: sálvate tú el pellejo, y sálvense los demás si pueden.

- Vamos Radha. Aquí hemos acabado.

- ¿Adónde? – expresó la muchacha, confundida.

¿Tenía ella derecho a ponerle en semejante riesgo? ¿Quién sino Lara era la responsable de aquella chiquilla? ¿O debería devolverla a Inglaterra... de donde se la llevaron...?

- Nos vamos a Siria.

(...)

El cardenal Monteleone miraba como hechizado las llamas que danzaban en la chimenea. Llevaba casi una hora allí y aun no había empezado, pero en descargo de Betsabé había que decir que estaba bien dotada de la pasmosa paciencia que caracterizaba a los Nephilim, pese a su mezcla de sangres.

- Al principio de los tiempos, se libró una batalla en el reino de Dios. Fue a raíz de la creación de la primera mujer, que fue, a diferencia de lo que nos han enseñado a todos los cristianos, no Eva sino Lilith. De hecho, si la maldad se tuvo que desatar con alguna criatura, fue con ella. No sé cómo debía ser esa mujer cuando aún era mortal, pero debió ser la más bella criatura del Señor, para que fuera capaz de corromper al más puro de Sus ángeles.

Se arrebujó en la butaca, recogiendo su sotana cárdena.

- Samael era con mucho, el mejor de todos los ángeles del Señor. No tenía el carácter belicoso y leal de Miguel, ni el entusiasmo por la Palabra de Gabriel, ni siquiera se parecía a los demás ángeles. Desde el momento en que vio al primer ser humano, aquel que llamamos Adán, se quedó prendado de la naturaleza frágil, pero al mismo tiempo divina, de los mortales. Y ver a la que iba a ser su esposa acabó por transtornarle. Pero no debo entretenerme en esto, probablemente ya lo sepas. Pero así fue cómo me lo contó Karel.

Desvió unos instantes hacia la mujer que se sentaba plácidamente frente a él.

- Sí... ella debió de tener una belleza parecida a la tuya.

Suspiró.

- En cualquier caso, llamamos Nephilim a los hijos de Lilith y Samael, que bajaron a la Tierra a fundirse con los mortales. Híbridos de ángeles y de demonios los llamaron... es acertado. Tanto Él como Ella son una pareja que comparte el poder del mismo modo. Algunas tradiciones satánicas los convertían en hermanos, aunque no debemos equivocarnos: hermanos en el sentido de iguales, pues ahora Lilith había pasado a ser ángel. Un ángel condenado y tan caído como su Esposo, pero ángel al fin y al cabo. Esto va en contra de los preceptos de mi Iglesia, pero realmente al ángel no lo hace tener o no alas, habitar en el cielo o no. Al ángel lo hace haber nacido ángel, haber llegado a ángel, y una vez se llega a ángel no se puede quitar la naturaleza angelical. Dicen que el Señor da y el Señor quita, pero Él no debió poder quitar lo que había dado a sus servidores, ni lo que Samael dio a Lilith, de modo que al final tuvo que desterrarlos a las Tinieblas.

Era sorprendente cómo las palabras de Karel seguían rondado su memoria con tanta nitidez, que hasta parecía verle allí obligándole a escribir aquello que tan bien recordaba.

- La malignidad de Lilith es inmensa. Samael sabe cómo no involucrarse excesivament en los asuntos de los mortales y al mismo tiempo, estar con ellos, pero Ella debía ser reducida, o su aplastante furia devoraría la Tierra. Es por eso que cuando los Nephilim alcanzaron suficiente poder como para plantearse imponer un nuevo dominio sobre los mortales... decidieron traicionar a su Madre y encerrarla.

Por primera vez vio signos de actividad en Betsabé desde hacía un buen rato. Sus pestañas vibraron y se alzó, rígida, en su asiento.

- ¿Encerrarla? Debió ser cosa de mi padre, que en su arrogancia, te engañó. ¡Nadie puede encerrar a Lilith, ni siquiera el más fuerte de los Nephilim!

- Y Karel lo era. Uno de los Hijos más antiguos, si no el primero. Fue él el que la encerró.

- Insisto que es absurdo.

- Usaron contra Ella su propio Cetro.

Betsabé sacudió la cabeza, agitando los negros bucles de su cabello. ¿Tendría alguna idea de lo encantadora que estaba cuando se enfurecía?

- Me entenderás, Hija Bendita (¿pues no es así como os llamabais entre vosotros?) cuando me dejes hablar un poco más. El Cetro, ese Cetro que sostienes en tu regazo tan indulgentemente como si sostuvieras el juguete de un niño, es un objeto de gran poder. Lilith concentró en él toda su rabia y toda su energía. Creó un instrumento que sólo Ella podía controlar, pero... al hacerlo, también creó el único objeto que era capaz de controlarla a Ella.

Los coralinos labios de la mujer se torcieron en una mueca sarcástica, pero no dijo nada.

- Ella usó el Cetro para aterrar a la Orden que había surgido para hacerles frente. Pero Karel descubrió algo... en fin, algo que rompió todos los esquemas y le llevó seriamente a considerar la posibilidad de traicionar a quien había sido no sólo La Que Le Había Dado La Vida, sino su más fuerte aliada en su lucha por el dominio sobre los mortales y el exterminio de sus enemigos. Y cuando Ella, furiosa y decepcionada, entregó los Fragmentos del Orbe a los Lux Veritatis... Karel ya no tuvo dudas de lo que tenía que hacer. Con su personalidad arrolladora, que lo convertían en el más fuerte de sus hermanos, logró ganarse los apoyos suficientes para su rebelión. Usó el Cetro contra su propia Creadora y al golpearla con él la venció, dejándola sumida en el sopor semiinconsciente de los condenados desde aquel siglo.

Suspiró y se pasó la mano con el abotargado rostro.

- Samael no intervino. Karel era de la opinión de que, para el Primer Caído, había cosas que había que dejar en manos de los mortales. Pese a que no acababa de aprobar los planes de los Nephilim y de su Esposa, estaba convencido de que todo seguiría su curso. La aparición de la Lux Veritatis no era sino la prueba de la existencia de otro poder antagónico que hacía equilibrarse la balanza. Pero no creas que Samael era justo y benéfico. La Guerra de las Sombras ha creado más víctimas y ha hecho correr la sangre de un modo que no por haber sido más discreto es menos horrible. Creo que a Él le traía sin cuidado que se masacraran unos a otros mientras sus energías estuvieran equilibradas y su adorable Esposa yaciera dormitando a su lado. No por no intervenir es mejor que los impíos que engendró y la puta que es su...

- Cardinale – se burló Betsabé, aunque con la mirada fría – yo en tu lugar no me tomaría la licencia de dar mi opinión. Cíñete a lo que él le contó, y deja tus impresiones para los de tu secta. ¿Qué fue lo que mi padre descubrió que le impulsó a cometer semejante traición?

El cardenal esbozó una sonrisa triste.

- No creo que estés preparada para oír algo así. Aunque a efectos prácticos no cambia nada, y para nosotros los mortales no significa gran cosa, estoy seguro de que si alguien más, Nephilim o Lux Veritatis, lo hubiera sabido, la conmoción que habría generado hubiera tenido unas consecuencias terribles para ellos. Karel por supuesto se guardó sus palabras para sí mismo y se inventó otras razones... hasta que me lo contó a mí.

- Debo saberlo.

Monteleone volvió a sonreír. Por primera vez pareció revivificado, y alzándose del asiento, se acercó renqueante a la joven. Ésta se puso en pie, indignada, porque soportaba mal un contacto tan cercano, pero el anciano no se inmutó y, maravillándose del perfume que despedía aquella blanca piel, aplicó sus labios al oído de ella y susurró unas palabras.

Ella se apartó tan bruscamente que su cabellera azotó el rostro del purpurado.

- ¡Mientes!

- ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Qué me queda por perder, Hija Bendita?

- ¡Eso no tendría ningún sentido! La Gran Diosa jamás... jamás habría actuado de cierto modo si... ¡es absurdo!

- Es cierto. Y cuando Karel lo descubrió, sintió tanto pánico (o lo que quiera que sientan los Nephilims cuando temen algo) que decidió callar la única voz que podía decir aquel horrible secreto. ¡La de Lilith!

Betsabé dio un salto hacia atrás, como si las ropas del cardenal quemaran, y le miró con furia.

- Eso es imposible. ¡Mi padre te mintió, mintió para sus propias intenciones...!

- Vamos, vamos. ¿Qué intenciones iba a tener conmigo, con un diacóno creído que no servía de nada?

- Es absurdo. Imposible. Y aun cuando hubiera un ramalazo de verdad... ¿qué importancia puede tener...?

- Tú lo sabrás. Tú te has sobresaltado. Pero es cierto. Deberías meditarlo. Quizá, si eso se hubiera sabido antes, cuánto horror, cuánta muerte... nos habríamos ahorrado.

Observó sorprendido, como ella se doblaba en dos, como si un quemante dolor le taladrara las entrañas. ¡Qué frágil parecía ahora que sus más básicas concepciones se habían tambaleado!

- Hija... escúchame...

- Silencio.

- ... ahora que conoces la verdad, debes usarla. No permitir que el error de tu padre, al callar, genere el fin de toda esperanza. No cometer tú el mismo error.

Ella retrocedió. Apretaba contra sí el fardo con los cristales.

- Escúchame, Betsabé. No importa lo que te dijeran que debes ser. No importa quién fue tu padre, ni para qué te engendró tu madre. No debes obedecer los dictámenes de la sacerdotisa que te educó, ni de esa infernal diosa a la que crees servir.

- ¡Cállate ahora mismo!

- Tú eres pura. Estás inmaculada. Pese a que han intentado corromperte, aún estás a tiempo de parar lo que se avecina. Debes detenerlos, ¡a todos! Ahora sabes la verdad. Se avecina un desastre, ya lo ves venir. Sobre todo, Lilith no debe despertar.

- ¡Te haré reventar como no te calles!

- Lo que tus antepasados, monstruos crueles sin una gota de sangre mortal en las venas, lo que tu padre, no pudo hacer, debes hacerlo tú. Acabar con esto. Ni un muerto más, Betsabé. Ni un solo demonio más que entre a la Tierra. Todavía eres inocente, todavía no te ha tocado la mano de las tinieblas... Betsabé...

De repente, se le cortó la respiración. Boqueó tratando de hablar. Los ojos de esmeralda le atravesaron, furiosos. No podía respirar, no podía moverse. Se le doblaron las rodillas. Su cara golpeó contra la alfombra del suelo.

- Betsabé...

Apretó los labios, furibunda. El cardenal hacía esfuerzos titánicos por hablar.

- No permitas que te corrompan... en tu mano está la salvación... redime a tu raza... perdona a tus enemigos... Betsabé... Betsabé... si tú no lo haces... nadie más...

Las palabras se cortaron en seco. La respiración cesó bruscamente. Su cuerpo sufrió un par de estertores, y entonces un borbotón de sangre fluyó de su boca.

Había muerto.

Ella apretó los ojos con fuerza. Tenía el corazón palpitante, las manos húmedas y doloridas de sujetar con tanta fuerza el fardo.

- Yo no voy a ser un instrumento de mortales.- jadeó, apretando los dientes.

Se giró con violencia y se encaminó hacia la puerta. Luego se paró, recordando con una mueca de fastidio, que no necesitaba las puertas para desplazarse. Miró a su alrededor y, antes, de desvanecerse en el aire, se acercó hasta la estatuilla de la Virgen que le contemplaba inocentemente desde una esquina del cuarto, y la volcó de un manotazo, furiosa, haciéndola añicos contra el suelo.


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