Capítulo 37: Camino de Damasco
- Como sabéis – prosiguió Marcus – la Orden a la que pertenezco ha muerto, en razón de que sólo sobreviven dos de sus miembros, uno Sanador, pero muy anciano ya y al que sospecho le queda poco de vida, y otro Luchador pero que no se puso jamás al servicio de la Orden y por tanto es casi como si no contara. Sin embargo, existe la posibilidad de que la Orden pueda renacer.
Los monjes, que aquel día parecían más cotorras de jungla que una comunidad silenciosa de religiosos, estallaron de nuevo en murmullos. No era para menos. Durante siglos, y aunque no siempre habían corrido peligro, la Lux Veritatis había sido garante de la paz y la estabilidad de la comunidad, así como del mundo entero, aunque muy pocos (y era lo que convenía) eran conscientes de tal sacrificio. La guerra entre mortales y demonios se había llevado a escondidas pero había acabado por devastar a los que por naturaleza, y por muchos Dones de que andaran dotados, al final habían acabado por sucumbir bajo criaturas que les superaban en número y en maldad, por si no era ya suficiente tener que enfrentarse al Alquimista Oscuro y a los últimos Nephilim.
Claro que éstos, exceptuando los demonios, que siempre proliferarían, a menos que las puertas de la Vorágine se cerraran, ya había sido derrotados, pero, ¡a qué precio!
- ¿Habéis descubierto algún mortal dotado con el Don? – preguntó el sacristán.
- No, hermano. Las probabilidades de que eso suceda son ínfimas. El Don se hereda de padres a hijos y no surge espontáneamente en nadie. A lo que yo me refería es que la señorita Croft está embarazada, y el hijo que espera es del hermano Kurtis.
El tumulto que se organizó entonces fue tremendo. Algunos empezaron a hablar y a gritar a la vez, y Marcus retrocedió con un gesto de desagrado, que aquello parecía un mercado.
- Siempre dije que esa mujer era una ramera.- oyó que comentaba sarcásticamente el novicio Pancratios, comentario que acabó de sacar de sus casillas al anciano Sanador.
- ¡Basta, hermanos! – gritó, alzando los brazos. Los monjes callaron – Si creéis que he venido aquí a contaros un cotilleo, erráis. Las consideraciones morales y cristianas y las opiniones que os merezca tal tipo de unión no vienen al caso. Os lo digo porque quiero pediros ayuda, ya que pese a ser una comunidad de religiosos orantes, disponéis de recursos especiales con los que no cuento.
Tras unos instantes de silencio, en el que todos le miraron expectantes.
- Si la criatura sobrevive a lo que le espera a sus padres, cosa que deseo con toda mi alma y por la que todos debemos rezar, es posible que o bien nazca niño o niña. Si es una niña, nada cambiará, porque como sabéis las mujeres rara vez han heredado el Don, pero si es niño...
La frase quedó en el aire. Esta vez nadie murmuró.
- Creo que podéis imaginar, hermanos, cómo sería un hijo varón del hijo de Konstantin, del nieto de Gerhardt, los dos Lux Veritatis más poderosos que ha conocido la Orden. El hermano Kurtis es ya todo un prodigio aunque ha elegido desperdiciarse, quizá porque no es consciente del gran poder que tiene, o porque no quiere usarlo. Semejante desperdicio ha sido más que un insulto a nuestro legado y la sangre de los que han muerto. Hermanos, no debemos permitir que lo mismo suceda con su hijo.
Marcus avanzó dos pasos y paseó su dura mirada por la concurrencia que le atendía. Pese a su ancianidad y el tiempo que había pasado en la cárcel, seguía teniendo una oratoria magnífica y su expresión severa contribuía a imponer respeto.
- ¡Perdimos al padre, no perderemos al hijo! Ese niño debe marcar el inicio de una nueva Orden. De lo contrario podemos dar por perdida a la humanidad, ¿quién combatirá si no a los demonios? Es una señal, es el mesías que esperábamos.
- Pero corre un gran riesgo ahora.- objetó el sacristán – Si pesa una gran amenaza sobre todos, sobre esa criatura también. Los demonios ya deben estar informados de su existencia.
- Por supuesto. No cabía esperar menos.- dijo Marcus – Y es probable que la Hija de Lilith lo viera antes incluso que fuera concebido. Nada escapa a los ojos de esas criaturas. Pero sólo cabe tener esperanza.
Pancratios pidió entonces hablar, y el anciano se lo concedió pese a que ya temía cualquier comentario del muchacho:
- Quizá, si encerrarámos a la ramera hasta que llegara el momento de...
- ¡Eso es inhumano! – clamó un monje.
- ¿Por qué? ¿No encerró la Lux Veritatis a Loanna Von...?
- La dama Loanna fue a la Orden por su propia voluntad y por pedir protección, el único que la encerró fue el impío Drakul, quien...
- Para el caso es lo mismo. La misma ramera...
- ¡La situación no es comparable! ¡La dama Loanna fue violentada por un Nephil...!
- ¿Y eso la exime de ser una ramera? ¡Todas las mujeres son rameras!
Se oyó un tremendo portazo, y los dos monjes que habían empezado a discutir enmudecieron. Marcus había salido, y el sacristán, abochornado, se apresuró a seguirle por el corredor del claustro...
- En este monasterio hace falta un poco más de humildad y respeto...
- Lo siento, hermano Sanador. Pancratios es joven y fervoroso...
- En cualquier caso, es estúpido siquiera pensar en encerrar a Lara. No es persona a la que se pueda hacer tal cosa. Parece que no la conozcáis.
- Yo nunca pensé tal cosa...
- Además, sería absurdo. Los que quieren su muerte y la del niño acabarían acudiendo a ella y ni muros ni puertas ni cerraduras les detienen.
- Yo hablaré con el abad y le referiré lo que has pedido y le hablaré de la existencia del niño. No te preocupes, hermano Sanador, recibirás ayuda en pago a los favores que has hecho en esta santa casa.
Marcus se detuvo en aquel punto y, cogiendo al viejo monje por los hombros, sonrió y dijo:
- Gracias, hermano. Pero dile que precisaremos ayuda no sólo para la lucha contra Lilith, sino para que cuando llegue el momento, apoderarnos de esa criatura.
El sacristán le miró, aturdido.
- ¿Hablas de... robarle el niño a su madre?
- ¿Y qué otra cosa cabe hacer? Apenas nazca, se lo arrebataremos a su padre y a su madre. No debe estar con ellos, ni tan sólo criarse. Ella es demasiado autoritaria y no siente apego por la causa de la Orden, y él es un renegado. Echarán a perder a su hijo como se echó a perder el hermano Kurtis. El niño es nuestro, nacerá con un Don, y ese Don debe ser cultivado y aprovechado. Lo alejaremos de sus padres y de todas las malas influencias, y formado en el poder y en la sabiduría, llegará a ser el más grande de todos los que ha habido.
- Lo que tú digas, hermano. Eres sabio y sabes lo que te dices.
(...)
Beirut, la que fuera en sus años baluarte de Occidente en Oriente, tenía a disposición de los turistas diversos hoteles de lujo. En uno de ellos logró Lara alojamiento por una semana para los tres, y a continuación empezó a desplegar su estrategia diplomática tan hábilmente practicada y repetida hasta el pasado. Lo primero fue conseguir ropa adecuada para moverse decentemente en la alta sociedad beirutí, que continuaba siendo un residuo colonial de los tiempos del protectorado de Francia, pese a que tras la Segunda Guerra Mundial los occidentales habían sido expulsados de allí. Con todo, allí estaba de nuevo aquella clase privilegiada, entre aristocrática y pequeñoburguesa, que seguía anclada a la ciudad en la que a veces residía y otras acudía de turismo o de vacaciones.
Al día siguiente, la gente se sorprendió de ver a dos mujeres y un hombre, elegantemente vestidos, que se movían con total soltura por aquel entorno de calles, bares, restaurantes y recibidores de hoteles, que aún no tenían incluidos en su lista de gente VIP. Por supuesto, más de uno reconoció a la célebre Lara Croft, que se movía como pez en el agua, como no podía esperarse menos de ella, pero todos enmudecían ante la presencia de un hombre atractivo aunque oscuro, que parecía no muy cómodo con su entorno pero sabía comportarse, y una pelirroja bastante sensual, ambos totalmente desconocidos.
Para Maddalena lo de llevar bonitos vestidos y moverse entre peces gordos no era nuevo, pero al ver la mirada de la gente sobre ella, no dejaba de preguntarse qué pensarían de ella, ya que Lara iba del brazo de Kurtis y ella les seguía como una sombra.
Tres son multitud, no dejaba de repetirse mientras veía a Lara saludar e inclinar la cabeza a un lado y a otro mientras saludaba a tal empresario, tal condesa o tal diplomático. Había sido astuta al elegir sus vestidos, que ocultaban totalmente su embarazo, pese a que éste todavía no era muy notorio, pero Lara sabía que la iban a mirar bien mirada de arriba abajo, y también a sus dos acompañantes, de modo que se aseguró que todo quedara perfecto.
También le faltó tiempo para establecer contacto telefónico con algunas personas que le podían ser de ayuda, pero no consiguió que la recibieran antes de una semana.
- ¿Qué le has contado? – fue lo primero que Kurtis le preguntó a Lara cuando se vieron solos en la suite del hotel.
- ¿A quién? – murmuró Lara, que se había acercado al espejo para comprobar, sorprendida, que le estaban saliendo ojeras.
- A Giulia, por supuesto. Cuando os dejé parecíais a punto de mataros apenas me diera la vuelta, y cuando regreso casi veo que os lleváis bien.
Lara se giró y exhibió una provocativa sonrisa.
- Cariño, para que yo me llevara bien con ella, tendría que estar a cien mil kilómetros de aquí.
- Ya lo suponía. ¿Qué le has dicho, Lara?
- Sólo lo que necesitaba saber.
Él sacudió la cabeza.
- Puede que mi concepción de lo que ella necesita saber sea diferente de la tuya.
- Puede, pero tendrás que confiar en mí. Vamos, Kurtis, la ha atacado un demonio. No vamos a tenerla en la ignorancia. – y al ver que él la estaba mirando de reojo, añadió – No confías en mí, ¿verdad?
- Francamente, has estado tan celosa últimamente que dudo que estuvieras interesada lo más mínimo en lo que debe saber.
- Oh vamos, sólo le he dicho que eres miembro de una orden antigua que se dedica a combatir a los demonios, y en ocasiones, éstos te poseen y hacen que masacres a la gente a tu alrededor. ¡Qué diantres, Kurtis! Le he dicho la verdad, y punto.
- ¿Y eso ha bastado para que os llevarais bien?
- Eso ha bastado para que madure un poco y piense en lo que se le viene encima, cosa mucho más importante que pasarse el día haciéndote caídas de ojos y rozándote accidentalmente el hombro cuando pasa. ¿Por qué te importa tanto que me lleve bien con ésa?
- ¡Porque entre las dos me estáis volviendo loco! Ya tengo bastantes preocupaciones para que tú me atormentes con tus celos y ella con su... obsesión.
Lara sonrió triunfalmente y se sentó en una butaca.
- Ahí está la cosa. Si ella dejara de hacerte caídas de ojos, el problema se esfumaría.
- ¿Ya que tú dejarías de tener celos y por tanto, de atormentarme?
- ¡Vamos, Kurtis! ¿Se puede saber qué quieres que haga? ¿Quieres que vaya a ésa y le diga: "Toma, ahí lo tienes, haz lo que quieras con él"?
- Podrías ignorarla.
- ¡Ah! ¿La ignoras tú acaso, señor Trent?
Kurtis guardó silencio.
- Ella te da pena, lo que ya es el colmo.- continuó Lara - De hecho, creo que si no estuviera yo, querrías dar alivio a semejante sentimiento de misericordia dándole una alegr...
- No sigas.- exclamó Kurtis, apuntándola con el dedo índice – Por ahí no, Lara. No agotes mi paciencia, ya me queda muy poca.
Lara no dijo nada, pero esbozó una leve sonrisa.
- ¿No pensarás eso de mí, verdad? Porque si lo piensas, es evidente que no mereces lo que tienes.
- ¿Y qué tengo, Kurtis?
- A mí. Es poco, lo sé, pero es todo lo que puedo darte.
Y sin decir más, salió dando un portazo. Lara se quedó en silencio, mirando pensativamente el techo.
(...)
Estuvo en la oscuridad, meditando por largo tiempo. Al fin, decidió lo que iba a hacer. Se encaminó hacia la habitación de Maddalena (que Lara había reservado bien lejos de la suya) y llamó a la puerta.
- ¿Giulia? ¿Estás ahí?
La puerta se abrió y ella le miró con estupefacción. Llevaba chándal y el indomable pelo recogido en un moño.
- Tengo que hablar contigo. – expuso él con total seriedad.
Ella le hizo pasar y se sentó en la cama, visiblemente nerviosa.
- ¿Has vuelto a tener algún problema con la Voz?
Durante un brevísimo instante, ella pareció decepcionada (¿qué estaba esperando que le dijera?) y luego dijo:
- Lo cierto es que no, pero estoy asustada. Del algún modo... siento que no estoy sola.
Con una rápida mirada, Kurtis captó la presencia de un rosario sobre la mesilla de noche, y una estampa de... ¿era una santa?
- No quisiera desilusionarte, pero ni rosarios ni santos pueden nada contra un demonio o un espíritu.
- ¿Y un amuleto indígena?
- ¿Cómo?
Maddalena tanteó por el cuello de su camiseta y extrajo el dreamcatcher, que balanceó ante sus ojos.
- ¿De dónde has sacado eso? – exclamó Kurtis, estupefacto - ¡Es de mi madre!
- ¿Cómo? Estaba en una camioneta abandonada, junto a una cabaña destrozada...
Kurtis esbozó una amarga sonrisa y asintió.
- Se le debió de caer cuando Schäffer se las llevó presas, a ella y a Lara. Es su amuleto, y ha estado conmigo desde que era niño.
Ella hizo ademán de quitárselo para entregárselo, pero él se lo impidió.
- No importa, quédatelo. Se lo devolveremos en cuanto volvamos. Nunca creí en el poder de estas cosas, pero mi madre siempre confió en él.
A continuación, echó una mirada alrededor. Acababa de notar algo. Sí, ella tenía razón, no estaba sola. Y lo que había allí, entre aquellas cuatro paredes, acechándola, no estaba con él ni con Lara, sino sólo con ella. Trató de abrirse paso hasta aquella presencia, pero no la pudo ver y oír, sólo percibir. Tal y como había percibido, pero no entendido, la conversación precipitada que aquel diablo y Betsabé tuvieron antes de que fuese expulsado del cuerpo de Nikos.
Sois todos muy listos, pensó en silencio, pero no lo suficiente.
Yo, además de lista, soy vieja, muy vieja, respondió entonces la Voz con sarcasmo, y ya sabes, pequeño mortal... más sabe el diablo por viejo...
- ¿Kurtis? ¿Estás bien?
Maddalena le miraba con sus grandes ojos pardos. Él sacudió la cabeza.
- Es posible que ella vuelva. Ya sabes de quién hablo.
- ¡No! – gritó ella, y se aferró a su brazo - ¡Prometiste que la alejarías de mí!
- Puedo hacerlo cuantas veces quiera, y agotarme en ello, mientras que ella nunca se cansará. Tienes que entenderlo... ¿qué te dijo Lara de mí? – soltó de repente.
Ella le miró en silencio unos instantes, y sin soltarle del brazo, murmuró:
- Yo ya sabía algo de los Lux Veritatis... Daniele estuvo obsesionado con el tema desde que me tomó como amante. Su tío, cardenal, había realizado importantes investigaciones... cosas sobre ángeles y demonios, sobre guerreros y profecías... y... cuando huí de su lado yo le robé un manuscrito, donde leí muchas cosas. Pero nunca podría haberme imaginado que tú eras uno de ellos.
- Afortunadamente para mí, no es algo que se note a simple vista. ¿De modo que Monteleone te enseñó latín?
- Me enseñó muchas cosas, pero yo nunca le había dado importancia. Yo creía que eran leyendas... y me aterraba en cualquier caso hablar de ello.
- Luego Lara te dijo que yo era un Lux Veritatis.
- También que todos los que eran como tú habían muerto, y quién los había matado. Me habló de Betsabé... de su padre... y sobretodo de esa diablesa llamada Lilith. Me habló de muchas cosas, en fin...
Él sacudió la cabeza.
- Supongo que tenías que saberlo. ¿Sabes por qué has venido con nosotros, no?
Ella le miró con ojos acaramelados. Para evitar problemas, Kurtis se apresuró a responder:
- Corres un gran riesgo. Es verdad que no te metí yo en esto, pero ahora soy responsable. Ignoro por qué, pero la Voz te ha escogido como guía nuestra. Eso es lo que nos dijo por tu boca, no sé si lo recuerdas.
La dulzura de sus ojos se transformó en espanto. Hundió aún más los dedos en su brazo.
- ¿Yo? ¿Y de qué le puedo servir yo? ¿Para qué...?
- Eso sólo lo sabe ella de momento, pero trataré de averiguarlo. A los demonios les encanta fanfarronear de lo que hacen o de lo que piensan hacer. Para bien o para mal, has sido escogida por ella, que debe ser una de las más antiguas, a juzgar por su comportamiento. Debo decirte que ahora está rondándote y volverá cuando ella lo precise. Pero debes saber aprovecharte de ello.
Maddalena sacudió sus rizos en una negativa apasionada.
- ¡Nunca! ¡No quiero saber nada de ellos! ¡Sólo quiero que se marche!
- No podemos nada contra ella, de momento. Tiene que sacar partido de esta oportunidad. Normalmente una criatura así viene a torturarte o a matarte sin más, pero ella parece tener otras intenciones respecto a ti. Yo te ayudaré, pero debes dejar de tenerle miedo y disponerte a aprovechar que has sido escogida.
Se levantó, y con él se levantó Maddalena, que seguía aferrada a su brazo. Ya empezaba a notar un hormigueo doloroso en la piel. Él hizo ademán suave de soltarse, pero sólo logró notar más aquellas uñas clavadas en su brazo.
- Giulia...
- Te has preocupado por mí y me has llevado contigo. Quisiera darte las gracias...
Estaba demasiado cerca de él. Sentía su cálido aliento sobre su mejilla y los rizos que se escapaban de su moño le rozaban la cara. Los dedos sinuosos de Maddalena se le enroscaron en la nuca, y ella no era precisamente el tipo de mujer con el que un hombre podía quedarse indiferente con aquel contacto.
Lo primero que pensó fue que ella era una mujer preciosa y que estaría dispuesta a hacer lo que fuera. ¿Acaso no estaba enamorada? Si él quería, podía suceder lo que fuera, y luego...
¿Luego qué?, pensó a continuación, sintiéndose furioso. Lara tenía motivos para estar indignada. ¿Que pensaría él de un hombre que se pasara todo el día siguiéndola ardientemente con la mirada y toqueteándola apenas pudiera? ¿Qué pensaría de ella, si se dejara, o si considerara que valía la pena aprovecharse de ello? ¿No estaría él furioso? ¿No tendría ganas de... de partirle la cara? ¿A los dos?
En el momento en que los labios de ella ya le rozaban la comisura de la boca - ¿tanto se había acercado? – Kurtis la apartó con firmeza, pero para su sorpresa ella opuso resistencia.
- ¡No! – gritó - ¡Tú me quieres! ¡Lo sé!
- ¿Se puede saber de qué estás hablando?
- ¡Tú me besaste! ¡Me quieres! Pero ella te retiene...
- Por Dios Giulia... – gruñó él – si te refieres a lo que pasó en la Isla, dificilmente pudiera haberlo evitado... estaba herido...
- ¡Ella te retiene con el pretexto de esperar un hijo! ¡Pero no te ama, nunca te ha amado! ¡Es una arpía, una maldita arpía que te hace infeliz e intenta separarnos!
Durante un instante, él se quedó mirándole en silencio, y entonces Maddalena enrojeció.
- Disculpa, no deber...
- En primer lugar, sabes tan poco de Lara como de mí.- dijo Kurtis secamente – Nada te autoriza a juzgarla de ese modo. Si lo que pretendes es ganarte mi afecto, desde luego no es la mejor manera de empezar.
- Kurtis, yo...
- Ya te lo dije, pero no me escuchaste en su momento. Estás viviendo de un sueño, de algo que no es real. Y tanto Lara como yo ya tenemos bastantes problemas como para estar pendientes de tu capricho.
Profundamente disgustado, se soltó de su brazo y se dirigió hacia la puerta, pero ella fue tras él.
- ¡Perdóname! ¡No debí haber hablado así de ella! Pero es que... a veces es tan... seca contigo... que creí que estabas con ella sólo por responsabilidad...
- Creías que era imbécil, vamos. Pero he ahí lo poco que conoces a Lara. Ella no necesita absolutamente a nadie para sacar adelante a una criatura, ya que durante años ha sabido cuidarse ella sola. No me necesita para eso, si es lo que pensabas.
- Pero entonces... ¿por qué? ¡Cuando te vi por primera vez, a su lado, me dio la impresión que os odiabais! Te vigilé durante días, ¡durante días!, y ella te evitaba y te fulminaba con la mirada cada vez que te veía, ¡y tú la despreciabas, lo sé!
Kurtis agarró el pomo de la puerta y tiró de él, pero para su sorpresa, estaba cerrado. ¿Quién lo había cerrado? Empezó a forcejear, pero estaba atascado.
- No sabes nada.- farfulló – Lo que pasaba por aquel entonces entre Lara y yo no es asunto tuyo, ni de nadie. Te has equivocado completamente conmigo, Giulia, y todavía más con Lara. Estás aquí desde hace muy poco, y no tienes derecho a juzgar.
Dio un tirón al maldito pomo. ¿Qué diablos pasaba?
- ¿Has cerrado tú la puerta?
- ¿Yo? – Maddalena enarcó las cejas - ¡Pero si no me he movido de tu lado!
Volvió a forcejear. ¿Sería preciso romperlo? Soltó una patada contra la puerta. De repente, estaba tan furioso que sintió deseos de empezar a destrozar la habitación.
¡Lara, una arpía!
- ¿Quieres decir que realmente la amas?
- ¡Dios, Giulia! – estalló él, girándose de golpe. Ella retrocedió, asustada ante la expresión de su rostro - ¿Cómo he de decírtelo? Te has enamorado de un sueño, de un fantasma, ¡ya te dije que no soy el hombre que crees! Nada podría hacerme dejar a Lara, ¿lo entiendes?
La expresión de la pelirroja se tornó en rencor. Durante un brevísimo instante, Kurtis se imaginó saltando hacia ella y agarrándola del cuello. Pero, ¿en qué estaba pensando? Miró a su alrededor. El ambiente, cargado y pesado. La puerta, atascada. La cabeza latiéndole...
¿Qué está pasando aquí?
Los oídos le zumbaban. La vista se le nubló. La voz de Maddalena se volvió chillona y empezó a retumbarle en los oídos.
- ¡Por ti, desgraciado, crucé todo el Mediterráneo! Abandoné a los que podían protegerme y tuve que acostarme con repugnantes marineros con tal de llegar hasta ti. Vendí aquel manuscrito, lo más valioso que tenía, con tal de salvarte. ¡Me ofrecí a ser atormentada en tu lugar! ¿Qué ha hecho ella por ti? ¿Me lo puedes decir? ¿Qué ha hecho esa mujer por ti?
Se reclinó contra la pared, cubriéndose el rostro con las manos. Maddalena, creyendo que su discurso apasionado estaba haciendo efecto, se acercó de nuevo a él.
- ¿No notas nada en esta habitación? – jadeó él, que había empezado a sudar.
- Absolutamente nada.- replicó Maddalena, mordiéndose el labio inferior – Nunca tuve nada en la vida ni nadie me amó en verdad. Y fíjate, no soy fea ni estúpida. El único hombre que creí que me amaba estaba más enamorado de sí mismo y de su fortuna. Lo único que he querido en toda mi vida es que alguien me quisiera. Cuando te vi, creí que ese momento había llegado, pero ella lo ha estropeado todo. No me pidas que no la odie. La odio.
Kurtis había alzado la vista, mirando de nuevo a su alrededor, y en cuatro zancadas alcanzó la ventana que daba a la terraza. Con un tirón trató de abrirla.
Estaba atascada.
Dio un puñetazo contra el cristal.
- ¿Qué te pasa? – gritó ella - ¡Te comportas como un loco!
- Alguien ha cerrado la habitación. No hay escape.- se llevó los dedos hasta el cuello de la camisa, y tiró de él, se asfixiaba – El ambiente está cada vez más cargado.
Maddalena, sonriendo con dulzura, se acercó hasta él y comenzó a desabrocharle los botones del cuello, que cedieron fácilmente ante sus expertos dedos. Sin embargo, no se detuvo, y siguió desabrochando botones y descubriendo lentamente la piel.
- Creo que esa inglesa te tiene encandilado. Qué le vamos a hacer. Ni siquiera es tan bonita como yo, pero bueno... te tendré de un modo u otro. Si no quieres a Giulia, la mujer, tendrás a Maddalena, la ramera. Lo que ella no sepa no le hará daño... yo no le diré nada... lo prometo...
Antes de que pudiera siquiera evitarlo, le había desabrochado la camisa por completo y estaba deslizándola por encima de sus hombros y a lo largo de los brazos, con intención de quitársela. En aquel momento sintió los labios de ella sobre el pecho, pero al alzar la vista, vio algo en el techo.
Era como una mancha oscura, pequeña al principio. Estaba junto a la lámpara. Luego, lentamente, empezó a expandirse, como una gota de tinta en el agua. Aquella oscuridad empezó a ramificarse y extenderse, alcanzando los extremos del techo, y entonces empezó a chorrear lentamente sobre las paredes, ramificándose siempre, como una raíz negra que creciera a toda velocidad.
Las manos de Maddalena le rodearon la cintura, pulsando con las yemas de los dedos su piel húmeda de sudor, mientras su lengua, no ya los labios, le recorría el pecho, el cuello, rodeaba sus hombros y descendía hasta su ombligo, y pese a que su cuerpo estaba reaccionando a aquellos expertos estímulos, él no podía apartar la vista de aquella negrura que ya alcanzaba el suelo y se derramaba en torno a ellos, hasta oscurecer por completo la habitación...
Y entonces comenzó el cántico...
Hijo de la Luz...
Quiso exclamar "¡Giulia!", y posó las manos en sus hombros para apartarla de sí, pero ella rió y empezó a juguetear con el cierre de sus pantalones, mientras le susurraba al oído:
- Déjame... soy buena en esto... te haré sentir en la gloria...
Hijo de la Luz...
Toda la habitación estaba ya negra. ¿Era posible que ella no lo notara?
Le cierre de los pantalones cedió.
Hijo de la Luz
Nada puedes contra nosotros
Al final te hemos de vencer
¿No ves lo solo que estás?
Lo dedos de Maddalena se introdujeron en el interior de su pantalón, le recorrieron los muslos, le tantearon las ingles, y ella no dejaba de reír juguetonamente...
Hijo de la Luz
Tu tumba está cavada
¿A qué esperas?
¿No nos desafías?
¡Grande es el poder de una mujer...!
De pronto ella se apartó y sonriendo sinuosamente, asió con fuerza la cremallera del cuello de su chaqueta de chándal y tiró hacia abajo, abriéndola. Sus dos senos, blancos y suaves, de rosados pezones, surgieron entre la tela, ya que no llevaba nada debajo, y tras sacarse la prenda con energía, la arrojó a un lado. Kurtis observó, como en sueños, como la prenda era engullida por aquella fluctuante negrura que empezaba a hincharse y a gorgotear, mientras aquel cántico, hecho de voces siseantes, entrecortadas, jadeantes, proseguía...
Hijo de la Luz
Qué fácil es vencerte
Basta una sola tentación...
Maddalena se había desnudado por completo y ahora se apretaba febrilmente contra él. Tenía la piel tan ardiente que le disgustaba, porque ya estaba ahogándose, el ambiente era ya tan pesado como un yunque de plomo y no había aire que aspirar. Trató de apartarla, de rechazarla, buscando aire, pero se le habían ido todas las fuerzas, como engullidas por aquella negrura, negrura inmensa...
Resbaló hasta el suelo y ella se pegó a él, besándolo con violencia. Si al menos pudiese... respirar... moverse...
Hijo de la Luz
Hombre fuerte de espíritu
Pero débil de carne
Mira lo que vas a hacer
Lo que vas a traicionar
¿Ella te perdonará?
Antes de morir...
- ¡Giulia! – logró soltar un grito ahogado - ¡Las... voces...!
Antes de morir...
Ella lo sabrá...
Y llorará...
- ¡Por fin somos libres! – jadeó la pelirroja, exaltada - ¡Por fin soy tuya!
Hijo de la Luz
Abre los ojos
Mira lo que tomas...
En el momento en que Maddalena se montaba sobre él - ¿estaba tumbado en el suelo? – de repente empezó a cambiar ante sus ojos. La piel, suave y pecosa, se arrugó y apergaminó, ennegreciéndose, los senos se le marchitaron y descolgaron como dos pellejos secos, la hermosa cabellera pelirroja se volvió blanca y se desprendió de su cabeza, revelando una horrible calva... los ojos, grandes y dorados, de inyectaron de sangre y se oscurecieron...
El rostro se deformó por completo y pronto estuvo mirando a una pesadilla viviente, un monstruo, que reía con grotescas carcajadas que provenían de una boca informe y de unas encías podridas sin dientes. Una garra, provista de largas uñas y algunos dedos mutilados, se aproximó hasta su rostro...
- ¡No! - gritó él, y entonces la criatura salió disparada hacia atrás y soltó un chillido estridente.
Con un salto, se incorporó, mientras aquella cosa siseaba estridentemente. Una vez más, el Don había acudido en su auxilio cuando el cuerpo le había fallado.
Atravesó la habitación rápidamente, en dirección a la puerta, pero de repente aquella negrura se le echó encima como una mancha de petróleo, adhiriéndose a su piel, y la sensación fue como si le hubieran arrojado metal caliente. Siguió arrastrándose hacia la puerta, tanteando, tratando de salir, mientras aquella cosa gritaba tras él:
- ¡Te arrepentirás, hijo de puta! ¡Haré que ella pague tu soberbia! ¡Nadie me rechaza, nadie! ¿Oyes? ¡Y menos un desgraciado como tú!
Aquella voz no era la de ella, no podía ser la de ella, lo mismo que aquella criatura que se arrastraba hacia él, extendiendo sus extremidades ganchudas, no podía ser ella...
El pomo ardía y le quemó la mano. Qué más daba. Tenía que salir, salir como fuera... retrocedió...
Hijo de la Luz
Tu hora se acerca
Ha sido una advertencia
Lo que amas lo perderás
No podrás salvar
Ni dando tu vida
Que con placer nos llevaremos...
... a las tinieblas...
La puerta estalló en pedazos, y el vano reflejó un brillante rectángulo de luz, con un chorro de aire, aire fresco y puro, que laceró su cuerpo febril empapado de sudor, que entró en sus pulmones hiriéndolo como una cuchilla de hielo.
Dio cuatro pasos, salió al exterior, y cayó de rodillas. Un borbotón de sangre le salió por las fosas nasales. Luego, el mundo se convirtió en agua a su alrededor, y cayó de lado sobre el pasillo.
(...)
El cirujano sonrió al muchacho, que le miraba expectante por encima de su mascarilla. Acababa de someterse a todo un proceso de desinfección y esterilización con tal de poder acceder a la zona de Cuidados Intensivos. Ahora estaban junto a la camilla de Selma, que parecía una estatua marfileña yacente e inmóvil.
- Se me ha ocurrido que podemos inducirla a respirar por sí sola.- empezó el doctor – Como sabes, tu amiga respira ahora a través de este respirador. Si lo desconectáramos, moriría. Pero a veces ha dado resultado desconectarlo. Me explico – añadió ante la mirada rencorosa de Zip – según algunos especialistas, la desconexión temporal del respirador puede ayudar a estimular la respiración autónoma. Se ha estimado que al menos en un 30% de los casos esto ayuda a que una persona salga del estado comatoso por un forzamiento ocasional a usar sus propios mecanismos respi...
- Espere, espere – cortó Zip, mareado - ¿me está diciendo que empezará a respirar sola si le quitamos ese tubo? ¿Y se despertará?
El doctor sonrió con paciencia.
- No es seguro, pero es probable que empiece a respirar por sí misma, y eso sería un aliciente para que saliera del coma. No puedo prometerte nada, pero es mejor que no hacer nada.
Zip asintió. Entonces el doctor se acercó y desprendió con suavidad los esparadrapos que adherían el tubo de goma a los labios de Selma. Extrajo un tanto el tubo, y entonces se acercó a la máquina, y desconectó el mecanismo de respiración asistida.
Durante unos segundos que duraron horas, Zip miró fijamente el rostro de Selma, pidiendo, suplicando en silencio, que respirara.
Selma, por favor. Respira.
El cirujano miraba fijamente el reloj. Ella no respiraba.
- ¡Conéctelo de nuevo! – gritó Zip, alterado.
- Aún no.
No respiraba. ¿Se le estaba amoratando la cara?
- ¡Por favor! ¡Se está ahogando!
- Tranquilo. No puede sentir nada.
Esperó un poco más, pero cada vez estaba más nervioso. ¿Y ni luego no lograba respirar de nuevo? ¿Y si se moría? ¿Y si había consentido en aquella locura y por su culpa...?
- ¡Basta! ¡Necesita aire!
- Muy bien.
Con calma, el cirujano conectó de nuevo el respirador. De nuevo la paciente, que no había respirado ni dado el menor atisbo de reacción, volvió a tener oxígeno.
El doctor suspiró, se giró y tendió a Zip un pañuelo, susurrando:
- Tienes sangre en la boca.
Él ni había notado que se había mordido los labios con la tensión de la prueba. Se pasó la tela por los labios mecánicamente.
- Vamos. Hablaremos fuera.
El chico le siguió dócilmente hasta el exterior. Se le notaba que luchaba por contener las lágrimas. Al médico aquello le superaba.
- Vamos, vamos.- le dio unas palmaditas en la espalda – Nadie lo ha conseguido la primera vez. Es una chica joven, habrá más ocasiones de intentarlo, y cada nueva vez estaremos más cerca del éxito.
- Tengo miedo de que sufra... o de que se ahogue...
- Nada de eso pasará. Ya te digo, está en coma, no sentiría nada aunque le pincháramos con fuerza. Confía en mí, chico, sacaremos a esta muchacha adelante. ¿De acuerdo?
Zip suspiró y miró el pañuelo manchado de sangre. Pensó en devolvérselo pero luego se avergonzó, tenía que lavarlo, ¿no?
- Quédatelo, hijo. Te hará falta.
(...)
Se había convertido en una chispa. Ya no era un hombre.
Surcaba la oscuridad a gran velocidad, incandescente, silencioso. No había aire que silbara a su alrededor, sólo negrura. Descendió y descendió, sumiéndose en la sima, atravesando capas y capas de tierra, de aire, de fuego, hasta concentrarse en un núcleo alejado de todo, no sabía si arriba o abajo del mundo, o si en su mismo centro.
La roca viva se abrió y reveló una inmensa cavidad que parecía tallada en blanco marfil. En medio de la sala, un altar de piedra, con un cuenco de cristal sobre él. Parecía ser una inmensa llama azul lo que fluctuaba suspendido sobre el cuenco, pero no podía asegurarse.
Y allá en el amplio trono que había enfrente del altar, una silueta alta, altísima, monstruosamente grande, se hallaba recostada y con los brazos sujetando los asideros. ¿Era él que la veía inmensa, o es que era inmensa de tamaño?
Estaba desnuda y era, no, parecía una mujer. Tenía la cabeza caída sobre el pecho y una enorme, espesa mata de cabellos albinos le cubría el rostro, los senos y el vientre, deslizándose hasta el suelo.
La aterradora y gigantesca dama alzó entonces el rostro, y un destello de luz brilló entre las blancas guedejas de pelo. Al principio creyó que su rostro era todo luz, pero entonces vio que aquellas facciones bellas pero rígidas eran una máscara.
Una máscara de plata.
Una brisa, venida de no se sabía dónde, barrió el suave cabello largísimo y lo echó hacia atrás, descubriendo el vientre firme y blanco, los senos marfileños, la desnudez ausente de vello. Sin embargo estaba tan rígida que parecía no respirar.
La máscara no tenía orificios para ojos, ni para nariz, ni para boca. ¿Acaso era ciega y muda? ¿O... no respiraba en realidad? Con una aterrador presentimiento, intuyó que quizás estaba muerta, o que era algo que no necesitaba respirar... ni ver... ni oír...
De repente, Ella se movió. Separó lentamente la espalda del trono y se inclinó levemente hacia delante. De pronto, se vio atrapado por su influjo y fue arrastrado hasta Ella, para caer desplomado a sus pies.
La máscara empezó a romperse. Al principio fue sólo una grieta, luego, se astilló entera, y empezó a desprenderse del rostro. Por las fracturas aparecidas en el metal empezó a surgir una luz brillante, abrasadora, tan dolorosa que no pudo seguir mirándola y se giró, posando su mirada en el altar.
La llama azul se había extinguido, y el cuenco se estaba llenando solo con un extraño líquido negro. Al principio fue un charquito oscuro que fue creciendo, y creciendo, hasta rebosar los límites del cristal, y luego se desbordó, goteando sobre el altar, extendiéndose cada vez más, desbordando la mesa de mármol y salpicando el suelo.
Era sangre...
Un crujido y un posterior repiqueteo metálico le sobresaltó. La máscara se había estrellado contra el suelo, y la luz inundó la cámara hasta hacerlo desaparecer todo...
Trató de alzar los ojos... trató de mirarla... debía... mirarla... a Ella...
Pero cuando logró fijar la vista en el rostro que había aparecido tras la máscara, un inmenso dolor le llenó por dentro, no pudo resistir mirar a aquella criatura sobrenatural, y estalló en mil pedazos.
(...)
Lara se inclinó sobre él y le puso una mano en la frente. Ardía.
El escándalo que había producido el estallido de la puerta y el posterior desmayo de Kurtis en pleno pasillo había atraído a un montón de curiosos. Lara había aprovechado aquella intrusión para lograr ayuda para levantar el pesado cuerpo de Kurtis y depositarlo en la cama de su suite, para luego rechazar todas las ofertas de supuestos médicos y solícitos para trasladarlo a un hospital, en vista de que no recobraba el sentido.
Por supuesto, lo que todos tomaban por un simple ataque de epilepsia era a ojos de Lara algo más grave, aunque no acababa de entenderlo. Que ella supiera, Kurtis no era propenso a ningún tipo de ataque, y el hecho de que fluyera sangre por su nariz se debía más al resultado de una tensión extrema que a otra cosa.
De lo que estaba segura era que no debía llevarlo al hospital. No sacarían nada, tan sólo perder el tiempo. Aquello era otra cosa. Hubiera deseado tener a su lado al anciano Marcus, que probablemente hubiera sabido identificar aquel desvanecimiento e incluso reanimarle, pero él no estaba y ella no iba a perder tiempo en tratar de contactar con él. Se las apañaría sola.
Tras comprobar que respiraba bien y que había dejado de sangrar, se levantó de su lado y salió al pasillo. Allí se encontró a un desorientado empleado del hotel, que recogía, con expresión de absoluta estupefacción, una por una, las miles de astillas en que se había convertido la puerta de la suite de Maddalena.
- ¿Cómo está su marido? – farfulló, mirando, impresionado, como las virutas de madera se deshacían en su mano.
- No es mi marido. Está bien.
Hizo ademán de acercarse al marco, del que todavía colgaban fragmentos de puerta, pero el empleado añadió:
- ¿Bien? ¡Diablos! No imagino cómo alguien puede estar bien después de haberse lanzado de ese modo contra una puerta. ¡Debería haberse abierto la cabeza!
- Lamento que haya roto la puerta. Correré con los gastos, por supuesto.
El muchacho soltó una carcajada.
- ¿Romper? ¡No la ha roto, la ha pulverizado! Ni un luchador de sumo lograría hacerle eso a una puerta. ¡No me lo explico!
Ni yo, pensó Lara mientras se abría paso a través de los restos de la puerta y escudriñaba con mirada crítica la suite de la pelirroja. Al primer golpe de vista captó la camisa y el cinturón de Kurtis arrojados en un rincón, y junto a ellos, las prendas desperdigadas de una mujer.
Notó una oleada de calor que le encendía la cara, y apretó los dientes. Hubiera tenido que ser tonta de nacimiento para no interpretar de inmediato qué significaba aquello. Kurtis no parecía haber salido huyendo de las hermosas redondeces de Maddalena, eso estaba claro. Entonces, ¿de qué había huido?
En cuatro zancadas alcanzó la puerta del baño y la aporreó.
- ¿Giul... Giulia? – no se acostumbraba a llamarla así, para ella seguía siendo Maddalena, la prostituta.
Le contestó un denso silencio.
- ¡Giulia! ¡Sé que estás ahí! ¡Abre!
El empleado había dejado de recoger trozos de madera y observaba interesado la escena. La paciencia de Lara se agotó.
- Si me haces romper esta puerta – siseó – la vas a pagar tú.
Finalmente, oyó crujir el cerrojo al otro lado y se apresuró a abrirla. Al entrar, Maddalena se había acurrucado de nuevo en el suelo del baño, junto a la bañera, envuelta en un albornoz corto y con una extraña mirada en los ojos.
Lara se apresuró a cerrar la puerta tras ella, más para que el empleado no cotilleara más que por miedo a que la vieran. Se cruzó de brazos y miró con severidad a la pelirroja, que seguía con la mirada perdida.
- ¿Qué ha pasado? – inquirió.
Ella levantó lentamente la mirada. Tenía la cabellera revuelta y, por si la ropa interior desperdigada no dejaba claro dicho matiz, era visible que estaba desnuda bajo el medio desabrochado albornoz.
- No sé...
- ¡No me mientas!
Lara inspiró profundamente. No iba a perder el control. No iba a dejarse influenciar por un montón de ropa tirada, ni dejar que aquella fulana salida de no se sabía dónde le hiciera dar un espectáculo lamentable.
- No te he mentido.
- ¿De verdad crees, Giulia Manfredi, que nací ayer? ¿Lo crees?
Maddalena desvió la mirada hacia un lado y murmuró vagamente:
- No tengo idea de qué me estás hablan...
Lara se abalanzó sobre ella y la agarró de un brazo. Era bastante fuerte y logró alzarla de un tirón. Al hacerlo se le acabó de desabrochar el albornoz, y pese a que ello no debería haber importado, tuvo un arrebato de pudor y trató de cubrirse los senos y el triángulo de vello rojizo.
- Apuesto a que no intentabas taparte cuando él estaba delante, ¿verdad? – le siseó ella al oído.
Maddalena se zafó de su apretón y retrocedió contra la pared, abrochándose el albornoz y lanzándole una mirada de rencor.
- Bueno, sí – admitió – He tratado de seducirle. Quería acostarme con él. Y quizá esté de más, pero debo informarte que no parecía disgustado con la idea. Los hombres son tan volubles, ¿verdad? En un momento recitan poemas de amor... y al siguiente están en brazos de otra.
Lara torció la boca en una sonrisa siniestra. Tenía unas ganas inmensas de soltarle una bofetada, pero al parecer es lo que ella pretendía. Le iba a demostrar que no podía provocarla tan fácilmente.
- No tengo tiempo que perder en tonterías. Kurtis está inconsciente y no se recupera. ¿Qué le has hecho?
El rostro de Maddalena reflejó entonces preocupación.
- No le he hecho nada... excepto eso. Estaba con él cuando... empezó a sudar, se apartó de mí y salió por la puerta gritando... la rompió... no sé cómo...
Lara se apartó de ella, abrió la puerta y examinó la habitación. Pero ésta no tenía nada de particular, excepto que el aire estaba algo cargado.
Y con razón, pensó furiosa, el ambiente está caldeado.
- Como él no se recupere – añadió – voy a culparte a ti, ¿lo sabes?
- ¿Y por qué iba yo a hacerle daño? – protestó Maddalena – Yo le amo. He hecho mucho por él.
- Ya – dijo Lara, sin poder evitar una nota de sarcasmo.
Se acercó a la ropa desperdigada y recogió la camisa de Kurtis y su cinturón. Al fin y al cabo le habían costado caros y no los iba a dejar por el suelo.
Antes de salir por la puerta (el empleado se había esfumado) Lara se giró y, tendiendo un dedo hacia la pelirroja, le dijo:
- Si me entero que has tenido algo que ver en esto que haya podido dañar a Kurtis, empieza a rezar. Puedo soportar que le andes rondando, pero no voy a tolerar que te aproveches de eso para hacerle daño.
(...)
Abrió lentamente los ojos. Una lágrima se le deslizó por la comisura del ojo hacia la sien, hasta sumergirse en su pelo. Quiso alzar la mano para secársela, pero le pareció sorprendentemente pesada. Fueron otros dedos, delgados y ágiles, los que lo hicieron, y al girar levemente la cabeza – le dolía tanto como para estallarle – vio a Lara.
Un sentimiento de amor, dolor y culpabilidad le cruzó la mente. Luego, un tácito terror por lo que ella hubiera podido pensar de verle desnudo de cintura para arriba y con el pantalón desabrochado en una habitación cuya inquilina estaba desnuda. El terror duró poco. Lo hecho, hecho estaba, y eso que no había hecho nada. Pero había estado a punto... ¿o quizá no? Era demasiado doloroso pensar, con la cabeza martilleándole...
- Lara... – murmuró.
- Tranquilo. Estás en nuestra habitación. ¿Cómo te encuentras?
Por fin logró alzar la mano y tocarse la cabeza.
- Me duele todo... como si me hubieran dado una paliza. ¿Qué ha ocurrido?
- Esperaba que tú me lo dijeras, ya que Maddalena no ha podido, o no ha querido, decirme gran cosa.
La mirada de rencor en sus ojos se lo confirmó: lo sabía. ¿Y cómo no iba a saberlo? Hasta un tonto se hubiera dado cuenta, y ella era recondenadamente lista.
- Lara, perdóname.- farfulló, incorporándose – Fui a verla para aclarar las cosas... para tratar de quitarme un problema de encima...
- ... y el problema se echó encima de ti.- añadió Lara burlonamente, pero se calló al ver la mirada herida de él.
- Comprendo que estés enfadada. Lo que parece es... diferente a lo que ha ocurrido en realidad, pero lo parece.
- Más que enfadada, estoy asustada. Si te hubieras limitado a acostarte con Maddalena, te hubiera despellejado vivo, pero en lugar de eso te has desvanecido mientras sangrabas después de triturar una puerta. ¿Qué ha pasado? ¡Dímelo de una vez!
Kurtis se pasó la mano por la frente mojada. El resto de su cuerpo, brazos pecho y espalda, estaban regados de sudor.
- Fui a hablar con ella para hacerle entrar en razón. No quería verte a ti furiosa y a ella hacerse falsas ilusiones. Pero en lugar de arreglarlo, ella se enfureció y empezó a discutir, y de pronto el aire se hizo pesado y empecé a sentirme mal. Me puse nervioso y traté de salir de allí, pero todo estaba cerrado, la puerta, las ventanas, estaban atascadas. Ella parecía no darse cuenta de nada. De pronto me fallaron las fuerzas y ella se echó encima de mí y empezó a desnudarme, y luego se desnudó ella. No la rechacé porque quisiera acostarme con ella, te lo juro por lo que más amo, Lara, que eres tú... no la rechacé porque de repente me sentía tan débil que no podía ni alzar el brazo, y luego el ectoplasma, y el cántico...
- Espera... ¿ectoplasma?
Él asintió.
- ¿Sabes lo que es?
- He oído hablar de ello, pero... ¿es una especie de fantasma?
- Es el residuo de un demonio o espíritu, que absorbe la energía y cambia el ambiente. Sólo yo podía verlo, y casi acaba conmigo el maldito. Luego... me desmayé y tuve una visión.
Lara alzó la mano.
- ¿Le afectó a Maddalena ese ectoplasma?
- No.
- Pues entonces está claro.
- No puedes sospechar de ella.
- ¿Cómo que no?
- A ella le aterra que un demonio la use como vehículo. No pactaría con él.
- ¿Por acostarse contigo? ¡Ya lo creo que pactaría!
Se levantó de la cama. Había una firme determinación en su rostro.
- Ahora supongo que vas a tratar de defenderla.
Kurtis negó lentamente con la cabeza.
- Ha dicho ciertas cosas que no voy a perdonarle.
- Ahórramelas. Seguro que eran sobre mí.
- No iba a decirte nada. De todos modos, sigue pareciéndome exagerado que haya acordado nada con esa Voz, y menos para dañarme.
Lara permaneció unos instantes en silencio. Luego añadió:
- No habrá más peleas, al menos hasta que no tenga más pruebas. No podemos perder ni un segundo más en estas tonterías. Mañana vendrá al hotel el colega del que te he hablado, el que nos ayudará para llegar a Damasco y encontrar ese templo. Hasta entonces, debes descansar.
"Y de paso me ocuparé de mantener entretenida a nuestra adorable pelirroja. Puede que sepas mucho de demonios, Kurtis, y eso es algo que no te discutiré. Pero yo sé mucho más sobre mujeres... y de lo que pueden ser capaces de hacer cuando están enamoradas".
(...)
Las sirenas pasaron como un rayo fugaz, para luego alejarse. El breve fogonazo de luces rojas desveló a Giselle, que estaba medio dormida. Parpadeó y bostezó, pasándose una mano por el cabello. En medio de la penumbra de la habitación, vio al robusto Schäffer, desnudo, acercándose a la cortina y apartándola levemente para escudriñar la ya vacía calle.
- ¿Qué hora es? – farfulló la científica.
- Sirenas de la policía.- murmuró el matón, sin hacerle caso - Deben haber descubierto ya el cadáver.
- Por las horas que son – prosiguió ella, lanzando una perezosa mirada al despertador digital de la mesilla de noche – seguro que tiene ya un aspecto horrible. Tanto mejor.
Schäffer dejó caer la cortina y se giró hacia su soñolienta compañera. Su mirada era dura.
- ¿Cómo puedes preocuparte por eso ahora? – la riñó – Estamos siendo demasiado temerarios. Con toda probabilidad esa puta vieja y la mocosa que va con ella ya te han delatado. ¡Puede que ahora mismo la policía esté colgando fotografías nuestras por toda la ciudad! No podemos quedarnos por aquí más tiempo, a menos que quieras ver el cielo entre barrotes por el resto de tu vida.
Giselle se incorporó lentamente y se desperezó, como si le importara un ardite que la policía pudiera estar buscándola.
- No hemos acabado todavía.
- ¡Maldita sea, Giselle! Te has cargado a la chica y al sabelotodo. Dime, ¿qué daño pueden hacernos ahora una vieja india y una niña que no sabe ni hablar inglés? ¡Son tan absolutamente insignificantes que es una completa pérdida de tiempo pensar en matarlas!
- Supongo que tienes razón. Pero no estoy satisfecha. Todos deben pagar.
- Ahora sería estúpido quedarse aquí por más tiempo.
Se acercó hasta ella y colocó la rodilla sobre la cama. Al verlo venir, ella hizo un gesto de rechazo - ¿quién podía entenderla? No hacía ni media hora que se había dejado hacer con total docilidad, y ahora se resistía – pero venció fácilmente su resistencia sujetándole las muñecas y besándola en al boca con toda la rudeza de que era capaz. Ella apartó la cabeza, disgustada.
- ¡Monstruo! ¡Me has mordido! – y se tocó el labio inflamado.
- Si quieres, puedo darte ahora mi labio para que lo muerdas, bonita.- sonrió él – Pero vamos a irnos. Mis hombres acaban de transmitirme una información que te resultará mucho más interesante.
- ¿Más todavía que el Lux Veritatis y su zorra estén camino de Damasco? Porque si tenemos que renunciar a la vieja y a la niña, iré a por ellos, diga lo que diga mi caprichosa hija.
- Más todavía. Antes de ir a por ellos, que iremos si mi doctora lo ordena, haremos una parada para ajustarle las cuentas al Sanador.
Giselle arqueó las cejas.
- ¿El viejo Marcus? ¿Pero no estaba con ellos?
- Al parecer insistió en quedarse en el monasterio de Meteora. Y sabes, no sólo él, sino toda esa comunidad de malditos frailes, han colaborado muchísimo con nuestros odiados enemigos...
La sonrisa de la rubia se fue ensanchando. Luego se deformó en una mueca.
- Allí mataron a Karel.
- Y a Gunderson que, salvando las distancias, también fue un gran jefe. Todavía contamos con muchos hombres y con el factor sorpresa. Dime, bonita doctora, ¿qué es más apetecible ahora?
Giselle sonrió de nuevo.
(...)
- Señora... – balbuceó Radha, luchando contra aquel idioma que aún no le era familiar – Señora, por favor...
Pero Marie no escuchaba. Acurrucada junto a la pared, y con el rostro vuelto hacia ella, Marie lloraba con todo el desamparo del mundo. A su alrededor, iban y venían los distintos efectivos de la policía, que habían pasado tras la retirada de los bomberos.
Retiraban los restos quemados de libros, archivos, documentos... hasta el ordenador de Zip habían quemado y destrozado. Pero no era por ello por lo que lloraba Marie, sino por quien yacía bajo una manta de plástico, con la cabeza aplastada, en medio de la arruinada biblioteca.
- No debimos haberlo dejado solo... ¡no debimos haberlo dejado solo!
Así lloró y se lamentó Marie durante horas, mesándose la cabellera negra. Radha no entendía qué hubieran podido hacer ellas dos por Ivanoff, pero aún así le pesaba en el alma el dolor de Marie y la muerte de aquel buen hombre a quien no había llegado a conocer demasiado, pero que siempre le había dirigido una mirada de simpatía.
Y tanto más cuanto supo que aquello lo había hecho de nuevo aquella horrible mujer, la que le había cortado los dedos sin pestañear. Radha hubiera querido odiar tanto como estaba odiando Marie en aquel momento, y lamentarse con ella, pero estaba demasiado perpleja y agotada como para reaccionar.
Levantaron el cuerpo de Ivanoff y se lo llevaron. Luego, insistieron en que ellas le siguieran. Ahora era Radha quien llevaba a Marie del brazo. La mujer estaba ausente y cabizbaja. Al cabo de un rato, se sobrepuso al dolor y apretó los dientes.
- ¿Le conocía usted? – balbuceó ella de nuevo al cabo de un rato.
- ¡Apenas le conocía, lo mismo que tú, chiquilla! – se lamentó de nuevo la mujer – Pero era un hombre bueno. ¡Un hombre bueno! No deberían suceder estas cosas. Jamás debería haber sucedido algo así...
Pero por su mirada errática, Radha dedujo que no se refería sólo al asesinato de Ivanoff. Y rememorando lo que Lara había tratado de explicarle los últimos días que había estado con ella, la imagen de un bosque de cruces apareció ante sus ojos, y se estremeció.
- Hemos difundido los retratos robot de los dos sospechosos, mediante la indicación que usted nos ha facilitado, señora Cornel.- oyó que decía la voz del inspector – Asimismo, nos hemos puesto en contacto con nuestros colegas de la República Checa... y... parece que usted tenía razón. Le debemos una disculpa. Esto pesará sobre nuestras conciencias, ya que la muerte de este buen hombre podría haberse evitado.
Marie inspiró con fuerza y alzó los ojos enrojecidos.
- Déjese de discursos. Los que deben hacer ahora es atrapar a esa zorra y a sus secuaces. Ya nadie puede hacer nada por Vlad.
Volvió a inclinar la cabeza.
- Vamos a iniciar una búsqueda por todo Brasov. Iremos ensanchando el círculo a medida que vayamos avanzando. No puede haber ido muy lejos aún, así que esperamos encontrarla.
Cuando se marchó, dejándolas solas en el despacho, Radha se inclinó y cogió la arrugada mano de la india.
- Señora... deberíamos hablar con bahanji Lara... Ella debe saber lo que está pasando. Quizá así les evitemos peligro.
Lenta y mecánicamente, Marie asintió.
(....)
Maddalena estaba sentada sola en la oscuridad.
Seguía medio desnuda, con el albornoz puesto a medias. Una ira y sorda y ciega la estaba devorando por dentro.
Giulia...
Allí estaba otra vez. Maldita fuera. Maldita una y mil veces.
- ¡Fuera de aquí! – siseó - ¡Vete al infierno!
¿Se estaba riendo?
He estado allí desde tiempos inmemoriales. Pero ahora no puedes echarme, bella Giulia, formo parte de ti...
- Apártate, engendro. Maldita seas.
Giulia, ¿por qué me odias? Yo sólo pretendo hacerte feliz... ¿Ves? No he vuelto a dominar tu bello cuerpo... te he respetado...
- Pero no me has dado a quien quería.
Se hizo un espeso silencio.
Si te lo di... ¿acaso no te lo rendí indefenso? ¿Acaso no lo tuviste en tus brazos?
- Le asustaste. Le hiciste daño. Te odio.
Era preciso usar la fuerza. Es un Lux Veritatis muy poderoso, no podemos andarnos con carantoñas con él. Era necesario...
- He estado a punto de tenerle, de que fuera mío, sólo para mí, pero lo has estropeado todo.
¡Qué ingrata, Giulia! ¿Quién sino yo te lo ha entregado en bandeja de plata?
- Le has asustado. Le has hecho daño. ¡Fuera!
Se hizo el silencio. ¿Se había ido? Temblorosa, gateó hasta la mesilla de noche y cogió la estampa de Santa Lucía, su amada patrona. La besó.
Esa virgen degollada no tiene poder contra nosotros. Hace mucho que vaga feliz al lado de Aquel por quien se dejó degollar. En cambio, Giulia, yo estoy junto a ti. No desperdicies tus oraciones.
- Has hecho que él me odie y que ella sospeche de mí.
No salió como esperábamos, Giulia, eso es todo. Es fuerte y poderoso, incluso para un ser como yo. Él, estúpido, no lo sabe. Y mejor que siga ignorándolo. La próxima vez será tuyo.
- Debería... debería decirle que estás aquí. Hacer que te expulse.
Mi ingenua Giulia... él ya lo sabe. Ha notado mi presencia, que le hiere como un cuchillo. Y así como él cada vez que lucha se va debilitando, yo me hago más fuerte. Nadie puede echarme, bella Giulia.
La pelirroja contempló a la dulce santa que reproducía la estampa. Había soñado mil veces gozar de aquella inocencia, de aquella sencillez que tenía la mártir. Y en lugar de ello, era una prostituta que trataba con demonios...
No hay Bien ni Mal. Nada es como parece. Deja de mirarla. Hace mucho que murió, pero tú estás viva. Ella está en los altares, pero tú recibirás mayor recompensa.
La estampa quemaba. Con un grito, Maddalena la soltó, y observó horrorizada como las llamas consumían el frágil papel, reduciéndolo a cenizas, para luego esfumarse.
Te he hecho una promesa. Él será tuyo. Y a ella podrás pisotearle la cara. Cuando todo haya acabado, cuando hayas cumplido lo que te pido, él será tuyo. Será dócil y complaciente para ti como un esclavo. Y te amará, desesperado.
(...)
Pater noster qui es in caelis
sanctificetur nomen tuum
adveniat regnum tuum
fiat voluntas tua sicut in caelo et in terra.
Panem nostrum quotidianum da nobis hodie
et dimitte nobis debita nostra
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris.
Et ne nos inducas in tentationem.
Sed liberanos a malo.
- Amen... – concluyó el viejo cardenal, levantándose a duras penas del reclinatorio en el que había estado orando hasta altas horas de la noche.
Se santiguó y emprendió su lento transitar hacia el salón. Las piernas le dolían tanto... estaba ya demasiado viejo y necesitaba descansar, pero los días continuaban sucediéndose, lentamente, arrastrándose, prolongando su mala vejez, mientras Dios seguía sin llevárselo a descansar.
Un escalofrío de terror recorrió sus doloridas articulaciones cuando vio una figura alta y esbelta sentada rígidamente en su sillón. La mano, temblorosa, se disparó hacia el interruptor e iluminó la sala.
La mujer que estaba sentada ni tan sólo parpadeó. Si es que era una mujer... temblando, el cardenal tanteó su sotana buscando el escapulario, porque aquella criatura de belleza tan sobrenatural no podía ser una mujer.
- No soy un ángel.- respondió aquella suavemente, como si le hubiera leído el pensamiento – Algo tengo en las venas, pero no demasiado. Lo suficiente como para venir aquí, esta noche, a darte el descanso eterno.
Extendió un largo brazo, envuelto en una ancha manga de color blanco, e indicó al cardenal un asiento que había cerca de ella. Empero, el cardenal no se movió.
- Si eres un engendro de Satanás... te conmino a que abandones esta Santa Sede.
- No tardaré en abandonarla, pero tú también lo harás. Si no deseas tomar asiento, Ercole Monteleone, permanecerás de pie, pero luego, cuando te presentes ante tu Dios, no podrás decirle que una Nephilim no guardó el debido respeto a un viejo mortal moribundo.
Los retorcidos dedos del anciano se engancharon en el escapulario. Tiró de él con nerviosismo y lo dejó caer en el pecho, a la vista de ella.
- Al menos no tratas de espantarme con un crucifijo.- murmuró ella, y entonces dijo – Imagino que la Amazona, o incluso tu adinerado sobrino, te hablaron de mí.
- Mi sobrino ha muerto, Betsabé de los Nephilia, como supongo que ya sabrás. – murmuró el cardenal, apesadumbrado.
Ella asintió con calma. Seguía con el brazo extendido por el antebrazo del sofá, pero entonces el cardenal captó un pequeño bulto envuelto en tela que descansaba en su regazo.
- Le mató Lara Croft. La misma mujer que vino a pedirte información. El cadáver de tu sobrino debía estar aún insepulto cuando tú le allanabas el camino en esta misma sala.
Betsabé no podría haber sido más cruel con su comentario. Sin embargo lo dijo con la voz tan dulce y calmada que lo mismo podría haberse tratado de una madre hablando a su pequeña hija.
El cardenal se agarró al respaldo de una butaca para no desfallecer y apretó los labios. Luego dijo:
- No sé si las hembras Nephilim que en su día hollaron la Tierra tenían ese agridulce contraste de belleza y crueldad. Tu padre no la tenía. Él era sólo cruel. Quizá se debe a que era varón, pero no puedo saberlo.
Una sonrisa satisfecha afloró a los labios de Betsabé. El cardenal volvió a estremecerse al ves sus pequeños y blancos dientes.
- Pensé que tendría que sonsacártelo, Eminencia.
- ¿Qué conocí a tu padre? Maldito sea el día en que lo hice. No he vuelto a tener paz desde aquel día. El Señor me ha girado Su rostro por mi pecado.
El cardenal dio dos pasos y, agotado, se sentó en el sillón que antes había rechazado, haciendo un gesto de dolor cuando sus inflamadas articulaciones se doblaron. Ella le obsrvó con indiferencia, sin ayudarle a sentarse.
- Has venido a que te hable de eso, ¿verdad? – suspiró.
- Imagino que no hablarías con tanto descaro y familiaridad con él. – siseó ella, y se replegó en el sofá como una serpiente que se viera amenazada.
- Ya soy viejo. No puedo temer nada... excepto al juicio de Dios.
Desvió la mirada hacia la chimenea. Estaba fría, y los huesos se le helaban de puro dolor. Mientras aún pensaba en lo agotador que sería levantarse para ir a encenderla, de repente ésta prendió y empezó a arder sola, generando luz y calor con más rapidez e intentsidad.
Los ojos verdes de Betsabé relucían reflejando las llamas.
- Trucos como éste son fáciles.- murmuró – Pero me esperan pruebas muy duras.
- ¿Y quién iba a probarte a ti? – respondió el cardenal – Si quisieras, podrías mandar a los demonios a que te recogieran si tropiezas con algo, lo mismo que los ángeles hubieran salvado a Nuestro Señor Jesucristo si Él lo hubiera pedido.
- No pienso enzarzarme en disputas teológicas – replicó Betsabé – pero del mismo modo que vuestro Mesías hizo lo que hizo por superar una prueba sin la cual no hubiera sido dignificado, yo debo esperar lo mismo.
Se inclinó levemente hacia el cardenal, y unas guedejas de pelo suave y negrísimo se deslizaron por sobre su seno. El anciano se forzó a desviar la vista.
- Conociste a mi padre. El que se hacía llamar Joachim Karel. ¿Por qué vino a ti?
Seguía con la mirada fija en las llamas.
- Supongo que no me queda más remedio que responderte...
- Cuanto antes lo hagas, antes acabará tu sufrimiento.
- Madre di Dio! – exclamó – Vienes a matarme, pues.
Ella arqueó sus bien dibujadas cejas:
- ¿A matarte? No es necesario matarte, anciano. He venido a anunciarte que no pasarás de esta noche.- recogió los pliegues de su falda – He estado ocupada preparándome para la prueba que me espera, pero necesito que me digas lo que sepas de mi padre y por qué vino, y qué te contó. He necesitado su guía, pero murió, y todo cuanto tengo es una mujer enamoradiza que sólo sabe llorarle.
El cardenal hizo una mueca.
- ¿Por qué no le preguntas a tu horrible diosa?
Betsabé volvió a sonreír con frialdad.
- ¿Le preguntas tú a tu Dios acerca de Judas Iscariote?
El cardenal frunció el ceño.
- No veo por qué debería ayudarte.
- Porque quieras o no, será lo último que hagas. De otro modo, no me ayudas, puedo conseguir esa información de otro modo, pero en ese caso, no tendrás tan buena muerte.
Ercole Monteleone ya no parecía escucharla. Miraba absorto las llamas.
- Pequé... pequé escuchando a aquel demonio. Era joven, y ambicioso, y quería saber. Y él existía desde los albores de los tiempos... sabía cosas que nadie sabía y había visto infinidad de eras pasar y de imperios alzarse y caer... caí bajo su tentación.
- Háblame de él.
- Se hacía llamar Joachim Karel, pero no era su verdadero nombre. Todos los Nephilim tienen un nombre mortal y otro sagrado. A ti te llamó Betsabé tu madre. - dijo mirándola - ¿Ya te ha dado tu Señora el Nombre Sagrado?
- Sabes mucho. También sabrás que ese nombre, al ser sagrado, es secreto, y ningún mortal debe conocerlo.
- Cierto...
Permaneció abstraído, mirando fijamente el bulto enrollado que Betsabé sujetaba con las manos. ¿Qué había allí?
Desviando la mirada, inció su relato.
(...)
Al principio, le pareció que era un sueño. Luego, la niebla se disipó levemente, y puedo ver una figura frente a ella.
Le sorprendió infinitamente ver que se trataba de Selma.
Estaba rígida, silenciosa, frente a ella. De pie, con los brazos caídos a los lados, los cabellos negros sueltos por la espalda, algunos cayéndole sobre los hombros. La miraba con sus oscuros y expresivos ojos muy abiertos, fijamente, como si estuviera sorprendida o asustada.
Y lo más extraño es que iba vestida con... con una especie de camisón blanco... ¿o era una bata de hospital? Caía recta como una tela almidonada, aunque terminaba por encima de las rodillas.
- ¿Selma? – balbuceó - ¿Eres tú?
Al tratar de dar un paso hacia ella, notó algo frío bajo los pies, y vio que los tenía, descalzos, sobre una superficie de agua oscura. Las leves ondas lamían también los pies descalzos de Selma, pero ella seguía mirándola, muy tiesa.
De pronto, empezó a soplar una leve brisa, que agitó la oscura cabellera de la muchacha. Se acercó un poco más, aturdida por no notar fondo bajo sus pies, y vio que tenía los labios azulados y la piel cubierta de una fina película de sudor.
- ¡Selma! – volvió a gritarle - ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien?
Durante un momento, incluso el susurro de la brisa calló. Y entonces la vio mover los labios, suavemente al principio, luego frenéticamente. Pero ningún sonido salía de ellos.
Se acercó corriendo. El estado de la muchacha le angustiaba. Ella seguía moviendo los labios, como si hablara, y de repente su rígido rostro se tranformó en una máscara de angustia.
- ¡Selma! ¡No te oigo! ¿Qué me dices?
La agarró por los hombros. El tacto era real, era firme, pero estaba fría como un cadáver. La sacudió con energía, casi con rabia, pero ella siguió moviendo los labios... sin decir nada...
(...)
Se despertó con un grito. Luego, se incorporó bruscamente, le vino un vahído, y al darse la vuelta casi resbaló de la cama. Kurtis la sostuvo.
- ¡Vale, vale! Ya ha pasado.
Tanteó con la mano temblorosa la mesilla de noche y encendió la lámpara. Miró a su alrededor y vio a Kurtis parpadeando por la luz.
- Me has dado un susto de muerte. – jadeó él - ¿Qué te ha pasado?
Lara se volvió a tumbar, se apartó unas mechas de pelo de la frente sudada y murmuró:
- Nada. Una tontería de sueño. Una pesadilla.
Volvió a apagar la luz, porque no quería que él viera la palidez de su cara. ¿Desde cuándo lograba alterarla una estúpida pesadilla? ¿Se estaba volviendo blanda acaso?
Los fuertes brazos de Kurtis le rodearon la cintura, y notó su cálido aliento en la nuca.
- Deberías contármelo.
- No veo de qué va a servir.
- Salvaste tu vida por contarte yo un sueño. ¿Recuerdas?
Lara sonrió, e inconscientemente se tocó la cicatriz, aún bastante reciente, que había dejado la bala de plata en su brazo y pecho.
- Pero yo no soy un Lux Veritatis. Mis sueños no predicen nada.
Kurtis sonrió en la oscuridad.
- Dímelo. – exigió suavemente.
Lara suspiró.
- He visto a Selma gritándome, pero no emitía ningún sonido. Ha sido muy raro, pero ya te digo, sólo es una tontería.
Los dedos de él ascendieron suavemente por su brazo, tanteando la piel. Seguía teniendo las manos extraordinariamente cálidas.
- Podemos llamarle si quieres. Te quedarás más tranquila.
- No estoy nerviosa...
Pero su cuerpo no parecía decir lo mismo. Tiritaba de frío. Kurtis le pasó un brazo por la cintura y otro por el pecho y la apretó contra sí, dándole calor.
¿Por qué la había preocupado un simple sueño? No tenía nada de particular...
(...)
Maddalena pasó el dedo por el marco del cuadro y acabó de bajar. En la amplia recepción del hotel, su mirada captó de inmediato a la pareja de gemelos, dos hombres altos, que rondarían los cuarenta, rubios y con la piel sonrosada, que discutían animadamente sentados en los sofás de la recepción. Todos los turistas que pasaban junto a ellos se los quedaban mirando, porque era raro ver dos personas que se parecieran tanto.
Lara descendió por las escaleras, pasó al lado de la pelirroja y se dirigó directa hacia los gemelos, que al verla se levantaron al unísono. Formaban una pareja muy extraña.
- ¡Lara! – exclamó uno.
- ¡Qué guapa estás! – exclamó el otro, haciendo una burlona reverencia.
- Giulia, Kurtis – indicó ella, mirando al exlegionario, que acababa de descender tras Maddalena – éstos son William y Wilbur Hawks, de la Universidad de Harvard. Su especialidad es la arqueología feniciopúnica.
Los dos hombres sonrieron.
- No intentéis saber quién es William y quién Wilbur. – dijo uno en tono festivo – Ni nuestra vieja lo sabe aún.
- Espera, sí hay una manera. Wilbur es gay, yo no.- añadió el otro.
- En efecto, cuando no tengo a nadie, dispongo de mi hermano. – añadió el primero.
- No le creáis. Además de maricón, mentiroso.
Kurtis no sabía qué le sorprendía más, que aquellos hombres se comportaran como críos, o que los dos hubieran ido a parar precisamente a la misma especialidad en la vida.
- William y Wilbur tienen un humor bastante corrosivo.- terció Lara.
- ¡Aprendimos de ti, hermanita! – se burló uno (¿era el gay, o su hermano? Ya era imposible distinguirlos).
Afortunadamente, en ese momento apareció el gerente del restaurante, que les anunció la mesa disponible para la comida.
(...)
- ¿Con que el templo de Lilith, eh? – dijo más tarde el que parecía ser William – Pides demasiado. Esa excavación lleva como diez años cerrada.
- ¿Bajo qué condiciones y por qué causas? – preguntó Lara.
El rubicundo arqueólogo hizo un gesto de cansancio.
- Ya sabes... lo de siempre. Siria es una zona muy requerida por los israelitas... no se sabe hasta cuándo puede prolongarse la ocupación. Y los extranjeros nunca hemos sido bien recibidos, y menos los que nos dedicamos a remover en un pasado con el que ellos, hebreos y musulmanes, no se identifican en absoluto.
- ¿De verdad? – Lara arqueó las cejas - ¿No es Lilith una divinidad emanada de la tradición hebrea?
Wilbur soltó una carcajada.
- Hermanita, si te oyeran los judíos más ortodoxos te lapidarían por blasfema. Judíos y musulmanes son monoteístas, como todo el mundo sabe, y además se toman muy mal que alguien bromee con eso. Lilith era una diosa babilonia.
- Pero también la primera esposa de Adán. Y ahora me dirás a que Adán también se lo inventaron los babilonios, ¿no?
La mirada del arqueólogo se oscureció.
- Sé por dónde quieres ir, hermanita. En fin, lo que mi hermano quería decir es que... técnicamente no hay tal templo de Lilith. El recinto que excavamos hace tanto tiempo es un templo fenicio... y como tal, dedicado a Astarté.
- ¡Te burlas de mí! – se rió Lara.
En aquel momento, Maddalena se inclinó suavemente hacia el gemelo que tenía al lado, que era William, y dijo:
- Tendrá que disculpar mi ignorancia, pero sé muy poco sobre diosas y mitos. ¿Qué diferencia hay entre Lilith y Astarté?
- ¡Ninguna! – saltó Lara - ¡Os estáis riendo de mí!
- Querida – carraspeó Wilbur – no seas tan prosaica. Astarté era la diosa madre de la fecundidad, la guerra, y la suprema divinidad de todos los fenicios. Como tal...
- ... tiene exactamente las mismas funciones que la Lilith de Babilonia. ¡Son la misma diosa, Wilbur! – insistió Lara. – Se trata de un sincretismo, de una asociación de dos figuras que provienen de un triple origen, hebreo, fenicio y babilonio. Lilith es Astarté, y Astarté es Lilith.
William parecía incómodo.
- No creo que a los fenicios les hiciera mucha gracia tu asimilación, pero en fin... lo que quiero decir es que ese templo, Lara, está a titulación de Astarté. Es un sitio de culto para la diosa madre... ¿estás segura de que es lo que buscas?
- Buscamos la entrada al Infierno. – agregó una voz siniestra.
Los hermanos se quedaron mirando a Kurtis, quien había hablado. Maddalena lo miró con ternura.
- Caray, hermano.- farfulló Wilbur – Ya creía que se te había comido la lengua el gato, y ahora va y sueltas eso. Muy gracioso.
- ¿Tengo pinta de estar de broma? – respondió el aludido, arqueando una ceja.
Lara sonreía melancólicamente. Daba la impresión de que no era la primera vez que aquel pensamiento, fuera cual fuese, le pasaba por la mente.
- ¿Nunca visteis nada extraño en aquella excavación? – agregó ella.
- ¿Extraño? ¿Qué diablos quieres decir con extraño? – gruñó William – Era un templo enorme y bellísimo, pero reducido poco más que a ruinas. Luego llegaron esos cabrones fundamentalistas y nos sacaron a punta de ametralladora. Volaron toda la excavación... todo nuestro trabajo... – apretó los puños – Destruyeron lo que era mi vida. La de mi hermano. Todas nuestras esperanzas e ilusiones. ¡Y todo por una mierda de política y de fundamentalismo!
Lara pensó, viéndolo tan frustrado, que parecía Selma. Selma, a quien también habían destruido.
Selma... que le gritaba sin poder hablar...
Se estremeció.
- Puede que no lo destruyeran por motivos políticos.
- ¡Claro que sí! Odian a los occidentales y a su manera de rebuscar en el pasado.
- ¿Seguro que no visteis nada anormal en aquel templo?
- Yo sí lo vi.
Quien había hablado era Wilbur, cuyo delicado rostro se había oscurecido ligeramente.
- ¿De qué hablas? – farfulló William - ¡No hagas caso a este paranoico!
- Puede, hermano, que tú no veas más allá de tu nariz – masculló el otro – Pero yo sí vi algo.
- ¡Tonterías!
Pero el otro ya se había girado hacia Kurtis.
- Él sabe de lo que hablo. Has dicho la puerta del Infierno.- soltó una carcajada – Sí, sí, hermano... no estás bromeando. Ni yo tampoco. ¡La puerta del Infierno!
Maddalena se reclinó en el asiento y se miró las manos. Temblaban. Las enlazó con fuerza. Aquella discusión era demencial.
- Tú ves monstruos por todas partes, Wilbur.- William parecía molesto – No era más que un templo corriente, Lara. Una estructura medio hundida en la tierra, con un amplio pozo de ofrendas, pero eso es todo. Perdón, eso era todo, ya que nada queda de ello. Los destruyeron, amiga, ahí no hay nada con lo que puedas trabajar. Ni túneles, ni galerías secretas, ni trampas, ni tesoros brillando en la negrura. Nada, Lara.
Pero Lara miraba fijamente a Kurtis, quien a su vez observaba a Wilbur. No podía sentirse más fascinada, pues algo le decía que Kurtis no había abierto la boca gratuitamente. Nunca decía nada si no valía la pena decirlo. Era como si hubiera visto o leído algo en la mirada o en la mente de Wilbur, y se había encargado de extraer de algún modo aquella información. Al apartar la mirada de él, captó los ojos resentidos y envidiosos de Maddalena, que de algún modo hubiese querido participar de aquella intimidad... y que fuera sólo suya.
- A través del estudio de ciertas fuentes – dijo entonces Lara – muy vagas, sí, pero igualmente valiosas, hemos llegado a la conclusión de que en esa zona hay algo... no sé como definirlo... quizá una entrada, o un vínculo a un mundo alterno, a otra dimensión.
William puso los ojos en blanco.
- Dios, Lara. ¿Para qué nos has llamado? ¿Te crees que somos los agentes Mulder y Scully?
- No os hubiera llamado para nada, amigos. Necesito vuestra ayuda. Nadie conoce mejor que vosotros ese lugar. Si realmente hay algo... bueno, en cualquier caso tenéis derecho. Además, si se pudiera reabrir la excavación...
Wilbur parecía extraviado, como sumido en terribles pensamientos. Miró de soslayo a Kurtis, agobiado por su penetrante mirada, y luego jadeó:
- No creo que... convenga...
- A veces resultas exasperante.- le espetó su hermano, y luego volvió su atención de nuevo a Lara – Es muy peligroso. Los fundamentalistas podrían volver y freírnos. Y el gobierno no está en condiciones ahora de entrar en estas cuestiones...
De repente, Wilbur echó atrás la silla. El sonido fue tan chirriante que William calló y le lanzó una mirada agria a su hermano.
- Eres un tonto iluso.- le espetó Wilbur, con voz temblorosa – Eres como el ratón que se preocupa del gato, pero no se para a pensar quién puede haber enviado al gato para que nos destruya.
William soltó un bufido.
- Claro, perdona, no lo había pensado. La malvada Lilith-Astarté se ha levantado de su tumba y ha convocado a todos los israelitas para que ocupen Siria y echen al invasor yanqui. ¡Qué tonto soy, si era evidente!
Las palabras irónicas de William sólo lograron enfurecer a Wilbur, que saltó de la silla. Lara hizo ademán de incorporarse para evitar la posible discusión, pero entonces notó la cálida mano de Kurtis sujetándola por la muñeca. Él ni la miró, porque seguía mirando fijamente a Wilbur, pero tuvo clara la advertencia.
El arqueólogo tenía la cara aún más roja de lo natural, lo que ya parecía imposible.
- ¡Imbécil! – espetó. Algunos comensales se giraron a mirarlo – No hablo de los puñeteros fundamentalistas. ¡Hablo de las criaturas que atacaron a mi cuadrilla cuando excávabamos el pozo de ofrendas! ¡Las que tenían cara humana!
- ¿Mantícoras? – Lara se inclinó hacia delante, excitada - ¿Hablas de mantícoras?
Pero el rostro de Wilbur se había deformado en una máscara de pánico.
- ¡Él lo sabía ya! – tendió un dedo tembloroso hacia Kurtis - ¡Él lo ha visto... también las ha visto...! ¡Vienen a destruirnos!
Maddalena soltó un grito cuando vio vacilar al hombre. Saltó hacia él y apenas tuvo tiempo para sostenerlo antes de que se desplomara, blanco como la cera, y con la aterrada mirada clavada en Kurtis, quien no se había movido un ápice.
(...)
- ¡Por favor! ¡No me digáis que creéis en esas chorradas!
- Tu hermano ha sufrido un ataque de pánico.- expuso Kurtis con calma – Es normal, tratándose de mantícoras. Los que logran superar el miedo al verlas, las recuerdan toda la vida, en sus peores pesadillas, y también cuando están despiertos.
William frunció el ceño.
- No tengo ni idea de quién eres, pero eres un tipo de lo más siniestro. Yo estuve allí, con él, y no vi ningún bicho de esos que describís.
- Las mantícoras son mensajeras del Mal.- repitió Kurtis – Los hombres que iban con tu hermano murieron, ¿verdad?
El otro sacudió la cabeza.
- Hu... hubo un desprendimiento de rocas. Algunos murieron ahí... y otros bueno... enfermaron y murieron.
- ¿Cómo?
Lara y Maddalena estaban inclinadas sobre el cuerpo yacente de Wilbur, que junto a algunas personas del hotel trataban de reanimarlo.
- Se quedaron ciegos. Luego... se paralizaron y murieron. ¿Tiene tanta importancia?
- Ninguna, salvo que son los efectos de la picadura de una mantícora. – dijo él con calma.
William sacudió la cabeza.
- Mira, yo no creo en monstruos ni nada de eso...
- Y a mí qué me importa. Quizá creas en ellas cuando las veas, aunque entonces, pobre de ti. Lo único que necesitamos un salvoconducto y cierta seguridad para acceder a ese templo. Luego si quieres, puedes largarte con tu hermano. Pero Lara, Giulia y yo nos quedaremos.
Lara había levantado la vista y les miraba. Wilbur empezaba a parpadear y farfullar algo.
- Es muy importante para mí, William.- terció Lara.
El americano pasó unos instantes mirando en silencio a su tembloroso hermano. Luego miró a aquel hombre que tan mala espina le daba, y finalmente miró de nuevo a Lara.
- Muy bien. Vamos camino de Damasco. Y que sea lo que Dios quiera.
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