Capítulo 35: El Ángel de la Muerte
Era medianoche. Giselle dormía desnuda en su cama, después de haber sido "visitada" por su fiel servidor una vez más. A diferencia de la vez anterior, esta vez no se había mostrado descarado e insistente, sino que había esperado con paciencia a que ella le aceptara de nuevo en su cama. Ella no tenía nada que perder, pero le recordó que seguía siendo su jefa y que aquellas permisivas intimidades no cambiaban nada respecto a su anterior relación.
Schäffer, por supuesto, no tenía nada que objetar a ello, y hasta parecía disfrutar con aquella extraña situación de siervo sexual, que por otra parte él mismo había propiciado. Al rato de haberse retirado, ella se durmió y habían pasado unas dos horas cuando se despertó, acuciada por el presentimiento de que había alguien en su habitación. Cuando estiró el brazo y encendió la luz, se encontró frente a su hija.
Betsabé estaba sentada en una butaca que había al lado de la cama, muy erguida entre las prendas de ropa de Giselle que había colgando de la butaca y esparcidos sobre la alfombra. Sus manos reposaban sobre las rodillas juntas y vestía su capa blanca, con la melena esparcida sobre la capucha caída.
- Me has asustado.- dijo Giselle, cubriéndose con la sábana.
- ¿Qué estás haciendo? – murmuró Betsabé con su tono indolente, arqueando las finas cejas en una expresión por lo demás inexpresiva.
- ¿De qué hablas? – Giselle se pasó la mano por los ojos, soñolienta.
La mujer Nephilim suspiró, como conminándose a tener toda la paciencia del mundo, y entonces dijo suavemente:
- Has abandonado tus investigaciones en la Isla, para ir a retozar con ese bruto visceral de hotel en hotel, mientras tramas una especie de asesinato múltiple. ¿Qué crees que estás haciendo?
Parecía levemente, sólo levemente irritada. Giselle se incorporó dejando caer la sábana sobre su regazo y tanteó la cabecera de la cama en busca del paquete de cigarrillo. Se tomó su tiempo para escoger uno, encenderlo, darle un par de caladas y reclinarse sobre la cabecera, mientras Betsabé le clavaba la mirada.
- Me siento honrada.- dijo la doctora expulsando una línea de humo. Mi hija se digna a preocuparse por mí.
- No estoy de humor, madre.- siseó Betsabé, recalcando esta última palabra con tono frío y antinatural.
- Pues aprende de tu padre. – contestó Giselle – Él tuvo paciencia hasta el final y vivió desde los albores de los tiempos. Y no se te ocurra hablarme en ese tono. Nephilim o no, estás aquí porque yo te he creado.
Expulsó otra calada de humo, sintiéndose satisfecha de sí misma, mientras Betsabé aguardaba en silencio.
- Creía – dijo la doctora por fin – que no te interesaban mis experimentos, que te traía sin cuidado que los hiciera o los dejara de hacer. Y he aquí que apenas los he dejado, acudes alteradísima a ver qué me pasa. Debí haberlo hecho antes.
- No te confundas – intervino la bella – Me preocupas porque estás loca. Lo que quieres hacer es absurdo. Y no conviene a mis propósitos.
Giselle se irguió como si la hubieran pinchado, mostrando sus pequeños y rosados senos.
- ¡Tus propósitos! – escupió - ¡Estoy harta de tus propósitos! ¡Ingrata ignorante! ¿Quién te dio la vida, quién te crió? Sin embargo me vuelves la espalda como si te avergonzaras de mí. ¡Te inicias en el culto de esa diosa infernal y olvidas que todo me lo debes a mí!
Con un movimiento brusco, aplastó el cigarrillo en un cenicero que había sobre la mesilla de noche. Betsabé seguía mirándole con frialdad.
- Estás loca.- repitió con calma – Sólo piensas en tu estúpida venganza. La muerte de todos ellos no cambiará nada.
- Me parece que ya basta.- suspiró Giselle, consternada - ¿Quieres decirme que vas a impedirme que liquide a esos cabrones? ¿A los que asesinaron a tu padre, a los que colaboraron con ellos? ¿De qué bando estás, Betsabé?
- Del mío propio.
Giselle soltó un suspiro, y alargó la mano para acariciar el brazo de su hija.
- Eso es lo que no comprendes, mi preciosa Betsabé. Tu bando es el mío. Yo siempre he estado de tu parte. ¿Por qué te has alejado de mí?
Ella ladeó la cabeza suavemente.
- Lilith, la Madre de todos los Nephilim, se me ha revelado. Sé que no crees en Ella, pero te aseguro que Ella engendró a mi padre y él la veía como la veo yo, como tú me estás viendo ahora a mí, como la veía Gertrude, su sacerdotisa. Ella me ha dicho que, si le ofrezco en sacrificio al Lux Veritatis y a su amante en su altar de la Vorágine, destruirá el Orbe y los Fragmentos, de modo que nada ya podrá herirme y seré inmortal e invencible como no llegó a serlo Karel.
Giselle la observaba atónita.
- ¿De modo que es por eso por lo que les permitiste escapar de la Isla?
Betsabé se limitó a asentir.
- ¿Y puede esa... Lilith, romper ese cristal?
- Ella lo creó, Ella lo puede destruir.
La doctora se reclinó.
- Ahora entiendo muchas cosas. Deberías habérmelo dicho antes.
- No era la voluntad de la Gran Diosa. Ahora ya lo sabes. Abstente de tocarles un pelo a los tres, pues me pertenecen.
- ¿Los tres? ¿Quién es el tercero?
- La Amazona está encinta. Qué mejor sacrificio para la Reina de la Vorágine que sacrificarle al Lux Veritatis más fuerte que ha habido nunca y a su hijo nonato.
Giselle se reía. Hundió el rostro en la almohada y siguió riéndose, encantada.
- Pide a esa diosa que me deje verlo.
- Estás loca.- repitió de nuevo Betsabé, y se alzó de la butaca – No es un acto de venganza. Hago esto porque Ella me lo ordena. De lo contrario, hubiera dejado que mataras al Lux Veritatis de la forma que más te placiera, allá en la Isla, y me habría olvidado de la Amazona y de su hijo, al menos mientras ninguno de los dos supusieran la menor amenaza para mí.
Al ver que Betsabé tenía intenciones de partir, Giselle se levantó y tomó a su hija del brazo.
- No te vayas, Betsabé. No hace nada estábamos unidas. Pero desde que partiste a Meteora, eres otra. Quédate conmigo.
- No puedo ni debo.
- Me acabas de preguntar qué estaba haciendo yo. Bien, hija mía, ¿qué diablos estás haciendo tú?
- No tengo por qué responder a tus preguntas, pero lo haré porque aún te aprecio.- terció Betsabé - Estoy cumpliendo las órdenes de la Madre, y en ello ando ocupada.
- ¿Y qué te ordena esa oscura Lilith? ¿Qué es más importante que nuestros proyectos? ¿Por qué no te libras ya de esos y...?
- Debo hacerlo según Ella lo disponga. No puedo ni debo decirte nada más. Adiós, madre.
- ¡Betsabé!
La doctora extendió los brazos, pero sus dedos sólo asieron aire. Se quedó un momento inmóvil, luego dejó caer los brazos.
- Madre...
No había habido sarcasmo ni frialdad en aquella última palabra. Aquello de algún modo la animó. Betsabé no se había marchado completamente de su lado. En cuanto se le pasara aquella obsesión con la dichosa Lilith...
Bien. Su visita había sido una advertencia.
No debía tocar ni a Lara ni a Kurtis.
Pero... ¿acaso había dicho algo de los demás?
(...)
Zip se echó atrás en su silla, hinchó un inmenso globo de chicle y lo hizo estallar ruidosamente. Lara lo fulminó con la mirada.
- En cuanto Zip deje de hacerse notar, empezaré.
Selma dio un brusco codazo a su compañero, y éste se recolocó en la silla.
- Bien, - prosiguió Lara, paseando su mirada por todos los presentes – Kurtis y yo hemos estado discutiendo qué hacer, y hemos llegado a cierta conclusión aunque, por supuesto, quisiera conocer vuestra opinión al respecto, puesto que en cierto modo también estáis afectados.
En ese punto, Kurtis tomó la palabra.
- Giulia está de momento irrecuperable, pero fuera de peligro. El espíritu que la ocupa no le está haciendo daño, como le ocurre al abad de Meteora. Dado que de momento no podemos forzarle a que abandone su cuerpo...
- Sí que podemos.- gruñó Marcus por lo bajo.
- ... y no apruebo los métodos que sugiere Marcus para ello – recalcó Kurtis mirándolo de reojo – ya que eso sólo causaría dolor a Giulia, vamos a tener que seguir nuestro propio camino antes de que el panorama empeore, y puede hacerlo mucho.
"A pesar de que en principio no estaba de acuerdo con Lara, parece que no habrá más remedio. Vamos a partir en breve hacia Siria".
Ivanoff dio un respingo y Selma se quedó boquiabierta.
- ¡A Siria! – fue Marie quien habló - ¡A Siria! ¡Di más bien a la Vorágine!
- En efecto.- concedió Lara.
Se oyó un bufido de desprecio, y vieron a Marcus negar con la cabeza.
- Apreciados amigos, estáis locos. No se va a La Vorágine, es La Vorágine quien va a ti. ¿De verdad esperáis ir a Siria y encontrar un agujero en un paraje perdido que os conduzca a un mundo subterráneo con ríos de lava y diablos con cuernos?
- Por supuesto que no.- recalcó Lara – Aunque no lo tengo del todo claro, parece que La Vorágine es más un estado mental, un mundo paralelo, otra dimensión que no está presente en la Tierra, pero que es más fácil alcanzar desde la zona de Siria que en cualquier otra parte.
- Nadie nunca ha estado tan loco como para intentar ir allá. No duraréis con vida más de cinco segundos.- Marie dirigió su mirada hacia su hijo - ¡Kurtis, por favor! ¿Tan poco te importa ella? ¡Sabes que ambos vais a morir!
- No tenemos opción.- dijo él sin perder la calma. – Se avecinan cosas terribles. Lo presiento. Ni siquiera soy capaz de discernir qué son. Tenemos que actuar. Es preferible a quedarse sentados esperando la catástrofe.
La mujer se levantó, furibunda, del asiento.
- ¿Y qué vais a hacer allí, desgraciados? ¿Ir hasta las mismas narices de Satanás y pedirle que os deje en paz? ¿Intentar negociar con su Esposa? ¡Eso suponiendo que logréis cruzar el umbral!
Un carraspeo suave la interrumpió. Ivanoff estaba ajustándose los anteojos.
- Bueno, Marie, seamos objetivos. Hay una profecía...
- Los demonios mienten o dicen verdades según les conviene.- cortó Marie, y señaló a Kurtis - ¡Tú lo sabes mejor que nadie!
Él se negaba a ponerse nervioso.
- La Voz En Las Tinieblas no es un demonio cualquiera. No actúa como un demonio de bajo estatus. Es la mano derecha de Lilith. No hubiera venido aquí para soltar mentiras.
- Como decía – continuó Ivanoff, carraspeando de nuevo –, hay una profecía en la que al parecer, estamos todos metidos. Un Sabio, un Ángel, un Guerrero y una Amazona, un Oculto, un Inocente y un Impuro...
Tanteó el bolsillo y extrajo un papel arrugado.
- Como sabéis, recientemente he estado hablando con algunos de vosotros, exceptuando a Lara y a Kurtis que, obviamente, no pueden ser otros que la Amazona y el Guerrero, respectivamente. Y he llegado a algunas conclusiones y probabilidades.
- Vlad – terció Selma suavemente – son sólo conjeturas. Puede que no se refiera exclusivamente a gente de nuestro entorno.
- Por supuesto, querida.- dijo él palmeando su mano con afecto – Pero estoy harto de ser de tan poca utilidad. Déjame lucirme un poco.
Carraspeó de nuevo, ajustó sus lentes sobre el puente de la nariz y se recolocó en la silla. Todos le observaban en silencio, y Lara sonreía divertida.
- Analicemos la profecía. "Aunque dos irán a verter su sangre a los pies de la Gran Madre", esta parte es bastante desagradable, dice que dos personas morirán a en presencia o por mano de Lilith, pues el atributo de Gran Madre es aplicable a muchas diosas de la Antigüedad y ésta no es una excepción, "serán siete los que transiten la Senda Amarga", está claro, ¿no? Siete personas van a pasar por esto, y Senda Amarga es el apelativo de una experiencia muy dura, probablemente en la Vorágine... el Guerrero y la Amazona, bueno, habría que ser idiota para no deducir esto. Mucho antes de esta profecía ya se le dio este apelativo a nuestros dos compañeros aquí presentes. No hay otra Amazona sobre la faz de la Tierra actualmente, y el Guerrero que la acompaña no puede ser otro que tú, amigo. El Impuro y el Inocente... aquí topamos con el primer muro de ladrillos. Pero creo que el Impuro podría ser nuestra amiga Giulia, dado a sus actividades anteriores a...
- Me parece despectivo por tu parte.- cortó Kurtis, irritado. – Que Giulia haya sido prostituta no significa nada para esos seres que se manchan las manos de sangre a diario. Además, ella es ahora la receptora del espíritu profético.
Ivanoff se encogió de hombres.
- Yo sólo teorizo, amigo. Bien, sigamos. El Sabio, pues, no es por ser engreídos, pero existen al menos cuatro probabilidades de Sabio. En primer lugar, el hermano Marcus, último Sanador y depositario de un gran legado que Kurtis no quiso aceptar; Marie, que es descendiente de un pueblo matriarcal indígena de gran sabiduría y todo lo conoce acerca de plantas, curaciones y atenciones primarias; Selma, que es experta en mitología y culturas semitas, y por último este humilde servidor, que es un erudito. De modo que el tema del Sabio está bastante complejo.
Carraspeó de nuevo, y prosiguió.
- El Ángel. Tengo mis motivos para afirmar que se refiere a la dama Betsabé.
Lara se echó a reír.
- Es absurdo que nadie haga transitar a Betsabé por ninguna Senda Amarga. Esa zorra estará como en casa en medio de La Vorágine.
- Bueno, como quieras, querida. El Inocente es Radha, sin duda alguna.
La adolescente hindú, que estaba cerca de la ventana, alzó su rostro al oír su nombre y miró estupefacta al grupo de gente que debatía en una lengua que no acababa de entender.
Lara se escandalizó.
- ¡Radha! Creo que te has equivocado, Vlad. ¿Qué tiene que ver Radha con esto? ¡No es más que una niña!
- Y el Oculto. – prosiguió Vlad – Ahí sí que me doy por rendido. No tengo la menor idea. "Esto digo yo, la Voz En las Tinieblas: de los dos que derramen su sangre, sólo uno podría ser redimido, y le redimirá la voluntad de la Diosa. Pero ay de ellos si la Inefable no queda satisfecha: ninguno verá de nuevo la luz de los mortales." Está claro, de los dos que van a morir, uno puede salvarse si complace a Lilith. Pero, ¿cómo complacer a la Inefable? Otro gran misterio.
Plegó el papel de nuevo y se quitó los anteojos.
- Como veis, no he avanzado gran cosa. Dudo de todo excepto de Lara y de Kurtis. Hay demasiadas probabilidades para el Sabio, y discrepáis de lo demás. Pero sostengo que lo adecuado es marchar hacia Siria, y no sólo ellos dos, sino todos.
Marcus y Marie negaron al unísono.
- Es insensato. – terció el anciano – Perdonad, pero no sabéis de qué estáis hablando. Es un suicidio colectivo. No lo apruebo.
Lara tanteó la mesa. Sobre ésta, había un vaso lleno de agua. Se lo llevó a los labios y dio un trago.
- Marcus – dijo, depositando el vaso, sobre la mesa – Tenemos que hacer algo. De lo contrario, la situación se nos escapará de las manos.
- No sabemos qué puede estar tramando Betsabé – prosiguió Kurtis – ni qué intentará de nuevo la Cábala, ni mucho menos qué podemos esperar de...
De pronto, Lara se sintió mal. Dejó de prestar atención a las palabras de Kurtis y se llevó las manos a las sienes, que de repente le dolían como si se las estuvieran aplastando con tenazas de hierro. Sintió un regusto amargo en la boca. Miró de reojo el vaso y entonces lo comprendió.
Soltó un grito de rabia.
- ¡Lara! – gritó Selma, que había sido la primera en verlo - ¿Qué tienes?
Todos callaron y la miraron. Kurtis la agarró por el brazo con tanta fuerza que creyó que se lo iba a arrancar de un tirón. No se dio cuenta que estaba cayendo al suelo y él trataba de sostenerla. Se sujetó a la mesa y retrocedió tres pasos hacia la puerta.
Un grito de horror taladró el aire. Había sido Radha. Sólo ella era capaz de gritar tan agudo. Cuando bajó la mirada, vio una mancha oscura que se esparcía sobre sus pantalones, muslos abajo, mientras sentía como un mar de fluido cálido manar de ella.
Maria ya estaba junto a su lado, tratando de sostenerla, pero ella se deshizo de sus brazos, se lanzó contra la puerta y la abrió, y se lanzó hacia el centro del patio.
Maddalena estaba en lo alto de las escaleras, mirándola con una sonrisa fría.
Lara se desplomó sobre las losas del patio, mientras la sangre se extendía bajo ella. Ni siquiera oyó a alguien (¿era Selma?) gemir llena de horror:
- ¡Embarazada! ¡Está embarazada!
Te lo advertí, susurraron los coralinos labios de Maddalena, pero era la Voz quien hablaba por ella.
Se desmayó.
(...)
Betsabé la miraba desde arriba. Nunca se había percatado de lo alta que era.
- ¡Zorra! ¡Lárgate de aquí!
Notó otro espasmo y gritó. Estaba tendida en un charco de sangre.
- ¡Fuera! ¡Maldita seas, todo esto es por tu culpa!
- No me mires así. Yo no te he envenenado. Yo no he provocado este aborto.
- Largo. Déjame. ¿Estás contenta, hija de puta?
- He venido a ofrecerte un trueque, Lara, pero debes darte prisa. Puedo salvar a tu hijo. Pero debes darme algo a cambio.
- Márchate. Te odio. Fuera de aquí.
- Dime dónde ocultas los Tres Fragmentos.
- Ya lo sabes, maldita seas. Lo sabes todo cuando quieres. Lárgate, cógelos y córtate el cuello con ellos.
- Tu amante ha sido muy astuto. No sólo ha cercado su mente con una barrera que yo no puedo penetrar, sino también la tuya. Y tanto él como tú sois los únicos que sabéis donde estás.
Otra contracción. Y la sensación horrible de estar desangrándose, de estar dejando escapar, morir, aquella vida que...
- Tu hijo va a morir, Lara. ¿Tan poco te importa? ¡Oh, si su padre ni tan sólo lo sabía!
- ¡Cállate!
- ¡Los Fragmentos, Lara! ¡Ahora o nunca!
Lara cerró los ojos para no verla, y derrotada, confesó dónde los había ocultado todo aquel tiempo, desde que Selma y Marie le habían entregado los otros dos.
Betsabé sonrió. Qué bella era.
- Gracias, Lara. Sabía que serías sensata. Ahora mi parte.
Se inclinó sobre ella y aplicó sus suaves labios sobre su frente. Lara intentó repeler aquellos brazos que la rodeaban, pero ya no tenía fuerzas para resistirse.
De nuevo vino la negrura...
(...)
El cuerpo de Maddalena, que ella ya no controlaba, dio media vuelta y recorrió de nuevo el corredor en dirección a la alcoba donde la habían encerrado y de donde había logrado salir. Anduvo sin prisas, serena, con las manos cruzadas sobre el pecho y sintiendo el roce suave del camisón blanco que llevaba en los tobillos descalzos, ajena a los gritos y demás muestras del drama que dejaba a sus espaldas y que ella misma había provocado.
Con calma, cerró la puerta, aislando un tanto los agudos alaridos de Radha, y sentándose frente al tocador barroco, empezó a cepillarse con parsimonia la bellísima cabellera.
Al alzar la vista, vio el rostro de Betsabé en el espejo. Estaba tras ella, pero no se giró. La miró a través del cristal.
- ¿Eres tú la que llaman Voz En Las Tinieblas? – inquirió la Nephilim en tono cortante.
- Yo soy.- respondió sin dejar de cepillarse el cabello.
Las pálidas mejillas de Betsabé se habían teñido de rubor, como siempre que se enfurecía.
- ¿Te das cuenta de lo que has hecho?
- Claro.- terció la Voz con calma – Le he dado una lección de humildad a esa estúpida engreída. Yo soy la Voz de la Gran Diosa. Nadie se burla de mí, y menos una sucia mortal.
Los largos dedos de Betsabé se hincaron en el terciopelo del respaldo de la butaca.
- ¿Y tú te llamas sierva de Lilith? – le espetó - ¿Acaso no sabías que tanto la Amazona como su hijo deben ser sacrificados a Ella en su altar y no antes y de ningún otro modo?
La Voz se giró y sonrió.
- Claro que sí, Señora. ¿Me tomas por tonta? Sabía que tú te apresurarías a reparar el posible daño. Lo importante es que a partir de ahora esa furcia se lo pensará dos veces antes de subestimarnos a todos. Y ten por cierto que cuento con el beneplácito de la Madre, que ha querido probar tu rapidez y eficacia.
- Tu juego ha sido demasiado peligroso.- siseó Betsabé - Podría no haber llegado a tiempo.
- Te subestimas, Señora.- se burló la Voz, girándose de nuevo hacia el espejo – Más bien dame las gracias por ofrecerte la oportunidad de averiguar dónde escondía esa perra los Fragmentos.
Pero Betsabé no dijo nada. Alzó la vista, miró la puerta y murmuró antes de desaparecer:
- Viene a por ti.
La puerta se abrió de par en par con un brutal golpe. Quien apareció en el marco de la misma, con el rostro congestionado por la furia, era Kurtis. Sin decir nada, se abalanzó sobre ella y, asiéndola por la melena, la arrojó contra el espejo, que se quebró cuando su cabeza golpeó contra el cristal. Magdalena cayó de lado, rebotó contra el tocador y fue a parar al suelo, alzándosele el camisón hasta los muslos. Kurtis, fuera de sí, empezó a golpearla repetidamente mientras ella hacía inútil intento de protegerse con los brazos.
- ¡Idiota!- aulló, tratando de defenderse a patadas y arañazos - ¡Detente, inútil! ¡Recuerda que es a Giulia...!
Un puñetazo le cortó el aliento. La cara se le estrelló de nuevo contra el suelo y se le nubló la vista, mientras un líquido ardiente le llenaba la boca. Observó, fascinada, las gotas carmesí que empezaban a salpicar el suelo.
Otro tirón de pelo la obligó a incorporarse y a mirar directamente a su agresor. Volvió a gritar, más de rabia y humillación que de dolor. El dolor lo sufría Maddalena, no ella.
Había dejado de golpearla, pero la tenía sujeta por los hombros y la sacudía con tanta violencia que creyó que lo dientes le iban a salir volando.
- ¿Te estás divirtiendo? – le gritó a la cara, enajenado - ¿Te estás divirtiendo? ¡Puta! ¿No teníais bastante conmigo, con destrozar mi vida, la de mi madre, la de mi padre, la de todos nosotros? ¡Malditos seáis! ¡Teníais que tocarla a ella!
- Lilith... me ha enviado a castigar... a los orgullosos... y ella ha pecado con su orgullo. – gorgoteó mientras un hilo de sangre se deslizaba por la comisura de sus labios. – Puedes matar a Giulia, pero a mí no puedes matarme.
Otro golpe la obligó de nuevo a morder el suelo. Con un grito de furia, el cuerpo se convulsionó y lanzó a Kurtis hacia atrás. Con un fuerte alarido, Maddalena quedó libre.
Él se incorporó, frotándose la cabeza, aturdido, y vio a la joven pelirroja arrastrarse hasta la pared y cubrirse la cara con las manos mientras sollozaba. Tenía el camisón desgarrado y salpicado de sangre.
Kurtis se contempló las manos, furioso consigo mismo, y se arrodilló junto a ella, que temblaba como un cordero y ni siquiera se había percatado de que un jirón de tela dejaba casi al descubierto uno de sus senos.
¿Qué había hecho? ¿Qué había dicho? Loco de rabia por lo que le había sucedido a Lara, casi había matado a Maddalena.
A Maddalena, que no podía ser más inocente. A Maddalena, que había abandonado a su dueño para ir en busca de él. A Maddalena, que se había ofrecido a ocupar su lugar en la cámara de tortura.
- Giulia... – murmuró, avergonzado – Giulia, perdóname. He perdido el control. Yo no...
Ella se descubrió la cara. Tenía el labio partido y un ojo tumefacto, pero la mirada que brillaba en sus ojos no era de rencor. Se arrojó en sus brazos y lo abrazó con tanta fuerza que le cortó el aliento.
- ¡Kurtis! – sollozó - ¡Ella me obligó... lo siento... el vaso... yo no quería! ¡No sabía que esperaba un hijo!
Se estremeció. Yo tampoco lo sabía, Giulia. Las lágrimas de ella le humedecían el cuello mientras lloraba apretada contra él. Por el rabillo del ojo, vio a Marcus, que observaba solemne la escena, y que parecía estar satisfecho con la expulsión del demonio a través de la violencia.
Largo de aquí, le ordenó con la mirada, lleno de remordimiento. El anciano se encogió de hombros y se retiró.
- ¡Por favor...! – seguía sollozando ella - ¡Te lo ruego... no permitas que entre de nuevo... manténla alejada de mí... por favor!
- Te lo prometo.- susurró él, acariciando sus hermosos bucles y rojizos.
El espejo barroco, hecho añicos, multiplicaba sus figuras abrazadas por mil.
(...)
Lara abrió lentamente los ojos, sintiéndose vencida, agotada.
Sentadas al pie del lecho, Selma y Marie, como dos ángeles guardianes, velaban su descanso. Al verla moverse, Selma se irguió en su silla y tocó a Marie suavemente en el hombro.
- ¿Cómo estás? – dijo la mujer india, levantándose y acercándose a ella.
- No podría estar peor.- suspiró ella, cubriéndose el rostro con las manos.- Todo se ha echado a perder.
Selma y Marie intercambiaron una mirada inquieta.
- Lara – intervino de nuevo Marie – tu... la criatura ha sobrevivido. Todavía está dentro de ti, y parece que saldrá adelante. No me explico cómo ha podido ser, porque prácticamente se había desprendido ya... pero el caso es que lo ha superado.
Ella no respondió. Tenía la mirada clavada en el techo artesonado de madera. Selma titubeó:
- Lara... ¿sabías que estabas embarazada, verdad?
- ¡Cómo no va a saberlo! – estalló Marie, sacudiendo su larga melena - ¡Sólo una idiota no se daría cuenta, estando como está de tres meses! – se inclinó hacia la yacente – En nombre de todo lo sagrado, ¿cómo nos has podido ocultar esto?
Lara no respondió ni despegó su mirada del techo, pero su ceño levemente fruncido indicaba que empezaba a irritarse.
- Déjala – susurró Selma dulcemente. Tomó a Marie por el brazo y ambas salieron. Marie se dejó llevar pero dedicó una mirada de rencor a Lara, que ella no vio porque seguía mirando al techo.
- Si nos necesitas – susurró de nuevo la dulce voz de la turca – estaremos aquí.
- Ella no nos necesita – oyó que decía Marie, malhumorada – Ella nunca nos ha necesitado.
La puerta se cerró. Los ojos de Lara se cerraron con ella.
No supo cuánto tiempo permaneció allí tumbada, exánime pero despierta, no oyendo más que el susurro del viento y el gran silencio del castillo, pues aquél no era día de visita.
La puerta se abrió y se volvió a cerrar. Alguien anduvo hasta su cama y se sentó a su lado. Lara no quería abrir los ojos, pero se recriminó por cobarde y se incorporó. Era Kurtis.
Para ella fue como si lo viera por primera vez, por extraño que pareciere. La expresión ambigua, indescriptible, del rostro; la blancura de la piel que contrastaba con los oscuro de su cabello y de su vello facial. El ceño siempre ligeramente fruncido, lo que le daba eterna expresión de adusta seriedad. Los ojos de aquel azul tan insólito, tan espeso, como un atardecer que ha concluido pero que aún no es negra noche.
Y sobre todo, la sensación de envejecimiento en un hombre que aún era joven, y el saber que aquellas ojeras, aquella palidez en los labios, lo demacrado de su rostro nada tenían que ver con la edad, sino con años, años y años de dolor y de sufrimiento, de guerras, de duras pruebas, de prisión y de tortura, de engaños y mentiras, de una vida que él no quería vivir, impuesta por la fuerza.
Y su silencio. Su eterno mutismo. Cuando más fuerte era la pena más íntimo era su dolor. No había manera ahora, ni nunca la había habido, de saber qué estaba pensando, qué ocultaba tras su silencio.
- Por favor, di algo.- murmuró Lara – Si estás furioso conmigo por haberte ocultado la verdad, grítame, sacúdeme, pero no te quedes así.
Kurtis suspiró y se llevó las manos a las sienes, como si lo atenazara un brutal dolor de cabeza.
- Eres tú quien me debe unas palabras.
¿A qué había sonado su voz? ¿A amenaza, a peligro? ¿Era un tono de furia, de algo que iba a estallar? En cualquier caso, el daño estaba hecho y ella no podía culparle.
- El error ha sido mío – dijo Lara, tratando de sonar lo más serena posible – Te dije que todo estaba bajo control, pero no era así. No te he mentido, de verdad creía que esto no iba a suceder. Al parecer no fui lo bastante precavida.
Se detuvo, tratando la avistar la menor reacción en Kurtis, pero él seguía mudo e inmóvil.
- Me enteré de que estaba embarazada en el hospital de Izmir.- continuó, ya menos segura – Los malestares que había tenido los había atribuido a que estaba herida y enferma. Cuando lo supe, lo oculté a todos. Una parte de mí quería deshacerse de esa criatura, lo admito...
La voz se le quebró. ¿Cómo era posible que no pudiera mantener la calma? ¿Dónde estaba su serenidad, su frialdad?
- ... y quizá hubiera sido lo mejor.- concluyó, mirándole de nuevo a los ojos – Pero otra parte de mí me decía que si tú morías... si ellos acababan contigo, esta criatura sería lo único que me quedaría de ti... un hombre extraordinario al que, sin embargo, no he logrado conocer más allá de lo que su mirada y su silencio ha querido decirme; un hombre por el que siento algo que jamás he sentido por ninguna otra persona.
Bajó la mirada de nuevo.
- Ergo – suspiró, abriendo las manos – no tuve valor para abortar. Y ahora que casi le he perdido, he pagado un precio muy alto por su vida.
Se inclinó levemente hacia delante y cogió la mano de Kurtis. Estaba fría como la de un cadáver.
- Betsabé se me apareció mientras me desangraba. Dijo que si yo le revelaba dónde estaban los Tres Fragmentos del Orbe, salvaría la vida a la criatura... y a mí.
Él se levantó bruscamente. La expresión de desconcierto y confusión habían aumentado. Lara se maldijo por haberle provocado tanto dolor.
- ¡Y yo intenté proteger tu mente de ella!
- No estaba dispuesta a ceder – intervino Lara – pero el dolor era demasiado fuerte y admito que no quería perderle ahora que había decidido quedarme con él.
Kurtis se llevó de nuevo las manos a las sienes.
- He cometido un terrible error.- concluyó Lara – Le he revelado a Betsabé dónde estaban los Fragmentos. Se los llevará a esa Lilith y los destruirá. No habrá manera de matarla y estaremos perdidos.
- La culpa es mía.- murmuró él – Debía haber intuido lo que tramaba... si no nos hubiéramos esforzado...
Lara negó violentamente con la cabeza.
- ¡Basta! ¡No puedes asumir tú toda la culpa! Soy yo la que te he decepcionado. Ya tienes bastante carga sobre tus hombros, amor mío. No cargues tú también con mis fallos.
Kurtis soltó un suspiro estremecido y se cubrió el rostro con las manos. Lara creyó que iba a llorar, pero de inmediato retiró las manos y sus ojos estaban secos y enrojecidos.
- Bastante carga sobre mis hombros... llevo toda la vida cargando con todo. Antes de conocerte sentía la tentación de ponerme la pistola en la cabeza continuamente.- se calló abruptamente. Estaba hablando demasiado de sí mismo. Pero luego reanudó su discurso hablando con rabia contenida – Acabo de darle a Giulia tal paliza que casi la mato. La Voz no ha soportado la humillación y ha salido de ella, pero volverá. Sé que volverá. Y yo no soy más que un bestia que ha perdido los estribos...
- ¿Le has pegado a causa de mí?
- Ella fue obligada a envenenarte.- jadeó Kurtis – La he castigado sabiendo que no lo merecía. Pero sin ti nada tiene sentido, Lara... y nada, absolutamente nada de lo que hago me sale bien... he fallado... ¿cómo he podido ser tan idiota de no ver...?
Se desplomó de nuevo en la cama, agarrándose la cabeza con desespero. Lara nunca le había visto tan atormentado, él que solía ser tan inexpresivo. Le rodeó los hombros con su brazo, pero él no lloró.
- Kurtis, perdóname por haberte ocultado esto.- murmuró- Todo lo demás carece de importancia. – dudó un momento y luego prosiguió – No voy a exigirte responsabilidad por un error que ha sido sólo mío. Si no quieres tener nada que ver con esta criatura, lo entenderé. Puedo hacerme cargo yo sola y de hecho, pensaba hacerlo...
Se interrumpió. Él había recobrado la calma y la miraba solemnemente.
- Me ofendes, Lara. A mí esa criatura me importa tanto como a ti. Y creo que si ha logrado sobrevivir a todo hasta ahora, bien merece una oportunidad.
Le retiró suavemente el brazo y se levantó. Lara le miraba estupefacta.
- No sé cómo puedes tener tanta paciencia conmigo, después de haberte decepcionado de tal modo.
- Ésa es la diferencia entre tú y yo, milady. Tú ya me habrías matado por no confiar en ti.
Tanteó en su bolsillo y sacó un cigarrillo, que tras ponérselo en los labios encendió con un gesto que a ella le parecía tremendamente sexy.
- Me he comportado como una estúpida.- susurró.
- No has sido la única.- suspiró él, expulsando el humo.
Lara le miró un instante y sonrió.
- ¿Qué? - dijo él.
- He aquí un hombre que no se asusta ante la perspectiva de ser padre. Hasta en eso tenías que ser diferente.
Él se rió, pero era una risa cargada de amargura.
- Si sobrevivimos los tres a esto, será lo mejor que me haya pasado nunca.- arrojó el cigarrillo al suelo y lo pisó con el tacón – Será lo único por lo que valdrá la pena haber nacido, aparte de haberte conocido a ti, Lara. Todo lo demás... querría olvidarlo para siempre.
Ella no respondió, porque sabía a qué se refería. Sí, ahora lo sabía.
(...)
En dos días, Marcus, Maddalena, Lara y Kurtis habían partido hacia Siria.
En principio tanto Lara como Kurtis habían pensado en partir inmediatamente, prácticamente sin avisar, pero no fue posible en modo alguno.
Primero porque el encargado de comunicarse con el monasterio de Meteora y exigir, más que pedir, el famoso helicóptero, sufragado a saber con qué, con el que habían sido transportados allá hacía dos años y que seguía siendo usado por los monjes, fue Zip. Al rato lo sabían todos los inquilinos del castillo.
Por supuesto, los monjes no se negaron a ello, pero exigieron la presencia de Marcus para tratar de sanar al abad Nikos, del que nadie se explicaba cómo podía seguir vivo.
En realidad había sido cosa de Betsabé, que no viendo necesidad alguna de matarle, le había ordenado al espíritu no propasarse. Sin embargo cada día era una tortura y ya empezaba a resultar demasiado caro el precio que estaba pagando por haberle puesto las manos encima.
Y Maddalena... era como una piedra en la bota para Lara, que no entendía por qué debían llevársela con ellos.
- No veo para qué la quieres.- siseó entre dientes, fulminando a Kurtis con la mirada – No hará más que molestarnos. Ya andamos bastante perdidos como para...
- La Voz está en contacto con ella, puede volver a reclamarla. Si alguien nos ha de guiar, es ella.- replicó Kurtis con calma, tratando de aparentar que no se sentía ofendido por la celosa actitud de ella.
No fue la única cara larga que tuvo que soportar. Marie les dio la espalda apenas supo que se iban y se encerró en la alcoba que le había sido asignada. Y a Radha se le llenaron los ojos de lágrimas cuando supo que Lara, a la que empezaba a querer como una hermana mayor, la iba a dejar atrás de nuevo. Pero también se mantuvo en silencio.
Zip y Selma estaban demasiado ensimismados uno con el otro como para preocuparse excesivamente e Ivanoff seguía sumido en sus libros. Sin embargo, tiempo no le faltó a la turca para escurrirse hasta la exploradora y decirle:
- ¿Estás segura? Mira que en tu estado...
- ¡En mi estado! No me falta una pierna, Selma. Puedo valerme perfectamente, no estoy lisiada.
- Sabes a qué me refiero... Marie está muy disgustada...
- Eso tendrá que decírselo Kurtis. Es su madre. Yo no tengo obligaciones con ella.
Y Kurtis, la tarde en que partieron subió para hablar con ella. Marie no le abrió la puerta. Selma observó de lejos cómo él hablaba con el rostro pegado a la puerta. Le estaba diciendo algo, pero ninguna voz salió. Al final se retiró en silencio. Al cruzarse con la turca en el pasillo, Kurtis le sonrió y le dijo:
- Está enfadada. Es natural. Le quitaron a su marido muy pronto y luego le quitaron también a su hijo, y ahora le quitan a... – dejó de hablar un instante, y luego continuó - Preferiría que me gritara, pero nunca ha sido su estilo. Cuídala por mí, Selma. ¿Lo harás?
- Claro que sí.- sonrió ella, y ruborizándose le dio un abrazo – Cuida tú de Lara. Ella es muy dueña y sabe cuidarse pero... arriesga demasiado. Y por supuesto cuídate tú. No me pasé casi medio mes cuidándote para que ahora la vayamos a fastidiar.
Y allí estaban, aposentados en el helicóptero, esperando para partir. Maddalena miraba ausente por la ventana, acurrucada en su asiento, como si nada de aquello fuera con ella. Ivanoff, agarrándose con fuerza las gafas para que no le salieran volando con la ventisca que alzaban las hélices, gritó por encima del rugido del motor:
- ¿Os he dicho ya que estáis como una cabra? Vais hacia ninguna parte y sin ningún objetivo.
- La Voz dirá – se burló Lara, subiendo al helicóptero. Se había vestido con pantalones y gabardina, y prácticamente lograba ocultar su incipiente embarazo – En serio, Vlad, permaneciendo aquí sólo lograremos poneros a todos en peligro. Ya que llevamos el Mal colgado de los faldones, al menos lo alejaremos de aquí.
Cuando el helicóptero se alzó, todos permanecían en silencio. Kurtis iba sentado junto al monje que pilotaba y conversaba en él en voz muy baja. Marcus, sentado al lado de Lara, se giró hacia él y dijo:
- Yo me quedaré en Meteora para tratar de ayudar al abad. Me mantendré en contacto con vosotros a través de Kurtis. – al ver a Lara arquear las cejas, éste añadió – Es demasiado complejo de explicar ahora mismo. Si me necesitáis debéis llamarme. Puede que sea un viejo pero sé cómo manejar a estos demonios y... – aquí bajó la voz – y además no creo que él quiera llamarme.
El vuelo hasta Meteora se hizo eterno aunque en principio no había tanta distancia como pudiera pensarse. Nadie habló y Lara se pasó todo el viaje observando por el rabillo del ojo a Maddalena, que permaneció con la vista fija en el paisaje, sin apenas moverse. Los mechones cobrizos le ocultaban en parte los moratones del rostro.
No es que Lara se hubiera alegrado de que Kurtis reaccionara de aquel modo contra ella. Hubiera sido excesivamente cruel por su parte. Simplemente, le extrañaba que él, tan tendiente al autocontrol, hubiera perdido los estribos de aquel modo y contra alguien que no podía defenderse y no era del todo culpable... sin embargo no podía sentir ninguna lástima por ella.
Mientras la miraba discretamente, no podía dejar de preguntarse por qué cada vez la soportaba menos. Sólo había osado plantarle cara una vez, hacía tiempo, cuando la había pillado ofreciéndole su cuerpo desnudo a Kurtis a través de su camisón mojado. Le había dicho que no todas nacían entre algodones. Y bien, había dado en el clavo. Pero desde que los había sacado a todos de la Isla, ella la evitaba, rehuía su mirada y no le había dirigido la palabra en ningún momento.
No, no era rival para ella. Casi le temía. Pero no había sido bastante temor como para que dejara de rondar a Kurtis, que se debatía entre el amor a Lara y el remordimiento por el tormento de aquella mujer que había decidido entregarle su corazón sin reservas.
Lara apretó los labios. Ojalá desapareciera. Que se quitara de en medio, que se la llevara aquel maldito demonio, lo que fuera. No hacía nada más que interponerse y estaba empezando a cansarla.
Por desgracia, no podía hacerle nada, ya que nada justificaría agredir a quien nada le había hecho. En el fondo, y aunque le costara admitirlo, la envidiaba únicamente en una cosa: ella sola se había bastado para encontrar a Kurtis, custodiarlo y ofrecerse a recibir tortura en su lugar antes que Lara. Cuando Lara apenas sabía adónde dirigir sus pasos, ella estaba ya junto a él, observando la tortura, tratando de evitar que le dañaran.
Ella había estado allí antes. Y aunque era inmaduro y hasta insensato por su parte, aquella rabia podía con ella.
Decidió que Maddalena debía desaparecer. No sabía cómo, y desde luego era incapaz de matarla. Pero debía quitarla de en medio. Ella no pintaba ya en aquella historia. Era una ramera y siempre lo sería. Que regresara con sus dueños. Allí no le quedaba nada por hacer.
(...)
Selma deambulaba por los exteriores del castillo con expresión ausente. Se preguntaba qué hacer ahora con su vida. Lara y Kurtis ya no la necesitaban, por más que ello le doliera. Ellos habían partido hacia Siria con Marcus, y ya no tenía ella nada que ver con aquella historia. Y Zip, del que (tenía que admitirlo) se había enamorado, parecía no tener mayor interés que esperar con la nariz pegada a la pantalla del ordenador a que sucediera algo. Selma se sentía impotente. No podía hacer nada por nadie ni tomar ninguna decisión al respecto. Era frustrante.
En vano había tratado de que Marie le abriera la puerta. A los pies de la misma se había sentado Radha, dispuesta a esperar lo que fuera, y cada vez que Selma se acercaba con comida para la anciana se la encontraba allí sentada.
- ¿Todavía no ha salido? – preguntaba Selma.
La muchacha hindú negaba con la cabeza. Al final, como Marie no tocaba las bandejas de comida, era ella quien se las comía, decidida a no moverse hasta que la anciana saliera.
A Selma le daba horror que Marie llevara allí tres días encerrada, sin comer y sin querer hablar con nadie. Incluso trató de echar abajo la puerta por si había cometido alguna estupidez, pero Radha le aseguró que la oía toser y moverse por el cuarto.
¡Y mientras tanto Zip en su ordenador y Vlad en sus libros! ¿Por qué los hombres nunca eran conscientes de la gravedad de la situación?
En su deambular se había internado por los jardines que rodeaban el castillo y vio frente a ella una especie de cabaña – cobertizo de aquellas que los jardineros usaban para guardar las herramientas. Debería haber dado la vuelta para desandar el camino, pero los instantes que permaneció ensimismada en sus pensamientos serían fatales para ella.
La puerta del cobertizo se abrió bruscamente.
Todo ocurrió demasiado deprisa para ella, que no tuvo ocasión de reaccionar. Dos enormes y fuertes brazos la rodearon por detrás y la alzaron del suelo, arrojándola hacia el interior de la cabaña. Trató de gritar pero una mano le tapó la boca y se vio arrastrada hacia el interior del cobertizo. La puerta se cerró, sumiéndola en la oscuridad.
- La famosa arqueóloga Selma Al-Jazira... – susurró una voz femenina que no podía tener relación con aquellos brazos.- Toda una celebridad en su país. Lástima, tan joven...
Se encendió una bombilla en el techo, y la soltaron. Selma retrocedió hasta chocar con un estante lleno de sacos de fertilizante mientras miraba a sus secuestradores.
A uno lo conocía. Era aquel brutal militar que había atado a Kurtis con hilo de alambre. Otro era una mujer que jamás había visto, una rubia dulce de ojos verdes con un exquisito gusto para vestir y realzar la de ya por sí muy luminosa belleza de su rostro.
- ¿Qué es lo que queréis? – jadeó ella.
- No grites. Nadie te oirá. Tenemos hombres apostados en varias zonas de los jardines. Obviamente no los has visto. Te cuento todo esto porque ya no vas a salir de aquí.
Selma le miró aterrada y dijo:
- ¿Quién eres tú?
- Me llamo Giselle Boaz. Ah, ya veo que te suena. Tu amiga británica debe haberte hablado de mí.
- ¿Qué quieres de mí?
- Venganza.
Tres hombres más, a quienes no había visto antes, surgieron que la oscuridad y rodearon a Schäffer. Selma se apretó más contra la estantería, mientras el sudor le corría por la espalda.
- ¡Yo no te he hecho nada!
- ¿Eso crees? ¿No eres tú la misma Selma que acogió en su casa a un asesino y le cuidó?
- Kurtis no es un asesino. Y yo jamás rechazaría ayudar a alguien enfermo y herido. Tú no ayudas a enfermos y heridos. Los matas.
- Infeliz muchacha. No sabes nada de nada. Kurtis asesinó a mi hermana. A mi querida Kristina, que era como una gemela para mí. Lo hizo a sangre fría y sin que ella pudiera defenderse.
- ¡Eso es mentira! – gritó Selma, indignada.
- Di lo que quieras. Pero no contenta con ello, ayudaste a esa puta de Lara Croft, le abriste la ciudad de Edén para que la expoliara, y le ayudaste a que asesinara a Karel.
- Fue Karel, por medio de Eckhardt, quien asesinó a mis compañeros y a mi novio, quien destruyó mis proyectos y mi vida entera.- Selma no podía dejar de hablar – No hay otro asesino sino él. Eres tú la que no sabe de qué habla.
Giselle se adelantó dos pasos, y, alzando la mano, le arreó una bofetada. La cara de la muchacha golpeó contra la estantería. Soltó un grito y empezó a sangrarle la boca.
- Secuaz.- oyó de nuevo la voz de Giselle.- Maldita zorra turca. Has estado colaborando de buen grado con esa perra y el cerdo de su amante. ¿Crees que tu vida era miserable? Ahora sí que va a ser insoportable.
Alzó la mano de nuevo y chasqueó los dedos. De inmediato los cuatro hombres la rodearon y empezaron a arrastrarla hacia atrás. Selma gritó aún a sabiendas de que nadie la oiría. Su pánico vino en aumento cuando la arrojaron de espaldas sobre la superficie de una mesa y empezaron a sacarle la ropa sin que sus gritos, sollozos y patadas pudieran hacer nada contra la fuerza de aquellos sicarios.
- No sufras en vano, querida.- dijo Giselle – No van a violarte. Son hombres de buena raza, de sangre alemana. Nunca se mezclarían con una asquerosa como tú.
En cuanto la acabaron de desnudar, Schäffer tomó una gruesa cadena y la pasó alrededor de una viga de madera que pasaba por arriba, la ajustó bien y con ella ató las muñecas de Selma, que seguía fuertemente sujetada por los otros. Luego dio un tirón al otro extremo de la cadena y levantó a Selma, que quedó medio colgando del techo aunque sus rodillas aún tenían apoyo en la mesa.
Giselle asintió, satisfecha, y entonces Schäffer aseguró la cadena en otra viga. Los otros tres se retiraron de nuevo a su lugar entre las sombras, aunque mirando de reojo la desnudez de Selma, cuya oscura piel estaba húmeda de sudor.
- Tus dos amigos – prosiguió la doctora – junto con esa zorra pelirroja y el viejo, han desaparecido. – Así lo habían constatado sus hombres, que llevaban días mezclados entre los turistas que visitan el castillo - ¿Dónde están? ¿Adónde han ido?
Selma calló.
- Te he hecho una pregunta. Si no respondes, vas a salir muy mal parada. ¿Adónde han ido?
Silencio.
Giselle soltó un suspiro de fastidio y, alzando la mano, chasqueó de nuevo los dedos.
Schäffer se adelantó y dio una patada a la mesa, volcándola. El cuerpo de Selma, ya sin apoyo, se descolgó y quedó suspendido, sin que los dedos de los pies llegaran a rozar el suelo.
- Si no respondes – insistió Giselle – voy a tener que preguntar a cualquier otro amigo tuyo. El muchacho negro, por ejemplo. ¡O la chica hindú! ¿Qué serían unos cuantos dedos más para ella?
- ¡Monstruo! – soltó de repente Selma, haciendo un tremendo esfuerzo por aspirar aire. Aquella postura era muy dolorosa.
- No soy más monstruo que ese cabrón y la puta que ha dejado preñada. Ah, por supuesto que sabía eso, querida. ¿Qué clase de monstruo sería yo si no supiera nada de eso?
Schäffer se esforzó por no sonreír. Ver a la refinada Giselle Boaz hablando como un golfillo de barrio bajo era inaudito.
- ¿Vas a hablar? ¿O tendré que preguntar a otro?
Selma tomó aliento.
- ¿Sabes una cosa? A tu hermana no la mató Kurtis. La mató Eckhardt, pese a todo en lo que le había servido. La mató ante las mismas narices de tu Karel, que no hizo nada por impedirlo.
- ¡Cierra la boca!
- ¿Ahora quieres que calle? De haber sido tú y no tu hermana, ese diablo que crees amar tampoco hubiera hecho nada por ti. Y tú malgastas tu vida en su causa. Eres estúpida, pero no me das pena. Ojalá sea cierto que existe un infierno donde van a parar personas como tú. ¡Ojalá, cuando vayas allí, te encuentres con él, y él te dirá lo mismo que yo: que no le importabas nada!
Giselle se abalanzó sobre ella, pero retrocedió asqueada al notar una sustancia pegajosa en la cara. ¡Le había escupido!
- ¡Adolf! – aulló, girándose - ¡Dámelo!
El mercenario dudó. Miró a la rubia, que se cubría la mejilla sucia con una mano y le tendía temblorosa la otra, con el rostro rojo de ira y los ojos a punto de salírsele de las órbitas.
- Doctora, esto es mejor que...
- ¡Dámelo! – aulló una segunda vez.
La mano extendida temblaba ante sus narices. Los otros miraban con estupefacción la escena.
- Giselle – Schäffer bajó la voz para que sólo le oyera ella – No es así como hemos quedado... esto no puedes hacerlo tú...
- ¡Es la última vez que te lo ordeno, Adolf Schäffer! – gritó ella por toda respuesta.
Al fin, tras unos segundos de indecisión, el jefe de los mercenarios extrajo lentamente un objeto de su casaca, que llevaba envuelto en una lona. Lo desplegó y lo puso lentamente en la palma de Giselle, que lo asió con fuerza y se giró de nuevo hacia Selma.
Ella hubiera querido morirse.
Desaparecer.
Cerrar los ojos y que todo hubiera sido un mal sueño, una pesadilla. Que aquello no fuera real, que Giselle no tuviera aquello en la mano, que no se dirigiera con aquello hacia ella y lo levantara a la altura de su vientre.
Era un garfio de metal.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top