Capítulo 34: La Voz en las Tinieblas

Giselle miró por la ventana y se llevó la taza de café a los labios. Luego la apartó y observó maquinalmente la huella de pintalabios carmín que había dejado en el borde de la taza. Absolutamente todos los días de su vida desde que tenía 15 años se había levantado y maquillado con esmero. Su madre les había enseñado, a ella y a Kristina, que el maquillaje hacía hermosa a la mujer fea y a la hermosa la embellecía todavía más. Y ellas siempre habían sido muy hermosas. Jamás había faltado el ritual frente al espejo, en el que, concentrada, cubría su blanca piel con un leve toque de color, resaltaba el verde de sus ojos y pintaba de rojo sus labios, dándoles un aspecto realmente exquisito. Al menos, hasta que Kristina había tenido aquel terrible accidente y se desfiguró la cara. Ni la cirugía más hábil había podido restaurar por completo su belleza perdida.

Giselle era muy atractiva, y podría haber tenido los hombres que quisiera. Su complexión esbelta, la delicadeza de su rostro y su voz suave la hacían infinitamente sensual. Sin embargo, su frialdad y su vocación de entregarse en cuerpo y alma a la ciencia la habían convertido en una extraña diosa de laboratorio, tan insensible como inaccesible. Ella misma se había cerrado la puerta a ser más feliz.

Todavía era joven. Veintiocho años no son nada. Aún estaba a tiempo de...

No se dio cuenta de que la taza le había resbalado de los dedos mortecinos hasta que la oyó estrellarse contra el suelo. El sonido la sobresaltó pero no bajó la mirada.

- Doctora...

Schäffer se le acercó por detrás. Ella seguía rígida, con la mirada clavada en el bello paisaje marítimo, con la mano alzada aún en postura de sujetar la taza.

- Adolf... – murmuró con la voz quebrada.

El fornido mercenario se inclinó, recogió los trozos de la taza y los arrojó a una papelera cercana. Luego se giró y la observó con mirada crítica. Ella no se había movido.

- ¿Puedo tutearte a partir de ahora, Giselle? No lo haré si no me lo autorizas, pero hay algo de lo que debo hablarte.

Se cruzó de brazos y ladeó la cabeza. La doctora se giró a mirarle, con los ojos dilatados.

- Giselle, hemos tocado fondo. A partir de ahora, el camino que debemos seguir se esfuma. Hemos de tomar nuestras propias decisiones.

Ella no reaccionó. Schäffer se acercó hacia ella y la cogió del codo.

- ¡Giselle, abre los ojos! Estamos solos en esto. Tenemos que pensar en algo que hacer. Pero quedarnos aquí, en esta fortificación, sólo precipitará nuestra caída.

- ¿Qué he hecho mal? – murmuró ella, aturdida – Lo he dado todo por la ciencia. Lo di todo por Eckhardt, lo di todo por Joach... Joachim. Di mi útero para engendrar una criatura más hermosa que una flor y más poderosa que un océano embravecido. Asesiné a Gertrude, que era la más antigua de nosotros. Todo lo arriesgué. ¿Qué he hecho mal?

La voz le temblaba. El propio Schäffer era consciente de que aquella situación la humillaba y que más tarde le haría pagar por haberla visto en aquel estado tan vulnerable. Pero se encogió de hombros.

- Debes olvidar a la Señora... a tu hija. Mira, ella no es humana. Desde hace tiempo sigue su propio camino. Tiene un destino marcado que no comprendemos y que se niega a compartir con nosotros. – titubeó – Yo no soy muy listo, Giselle, sólo soy un mercenario... pero aprendo de mis errores, y sobre todo de los errores de los demás. Todos los que nos han precedido, fuerte y débiles, mortales e inmortales, han caído. Estamos solos y hemos tocado fondo. Debemos pensar en qué hacer.

Ella retrocedió dos pasos y se sentó en la mesa.

- ¿Hablas de dejar mis experimentos, mis pacientes?

- Tus médicos y auxiliares se ocuparán de ellos. Has sido una buena maestra, sabrán como seguir.

Giselle entrecerró los ojos.

- ¿Y qué haría yo fuera de mi mundo?

Schäffer torció la boca.

- Giselle, Giselle... da pena ver cómo te desperdicias. No, permíteme que concluya. No voy a cortejarte como si fuera un borracho ni a decir obscenidades como aquel engendro italiano. Tanto odio concentrado debe tener salida, bonita mía, de lo contrario estallarás. Te enamoraste de un ser que no te correspondía, que no te podría haber correspondido aunque se lo hubieras suplicado de rodillas...

Por un momento, las mejillas de la mujer enrojecieron y volvió a ser la doctora Boaz. Se irguió, furibunda, sobre sus dos tacones, y estalló:

- ¿Cómo te atreves? ¡Insolente! ¡Quién te ha dicho...!

- Por favor, perdóname. He estado grosero. Pero era un secreto a voces, querida mía. No creas que nos burlábamos de ti. Hasta el jefe Gunderson te compadecía.

Giselle bufó. Para ella la compasión de sus servidores era peor que el odio de sus enemigos.

- Todo lo que tiene que ver con Joachim Karel es agua pasada.

- ¿Seguro, bonita mía?

Se acercó hasta ella y la miró con afecto.

- Todavía le lloras por las noches. Torturamos al Lux Veritatis con tanta saña que casi lo matamos. Pero no fue bastante para ti. ¿Cuándo descansarás, Giselle Boaz? ¿Qué hace falta para que encuentres la paz, para que puedas volver a amar, para que te arranques el rostro del despiadado Nephilim de tus ojos y de tu memoria?

Entonces sucedió algo que ella no había previsto. Los ojos se le llenaron de lágrimas y le resbalaron blandamente sobre las mejillas. El rímmel se le corrió, dejando dos churretones negros.

- Quiero que mueran. Quiero que muera Kurtis Trent. Quiero que muera Lara Croft. Quiero que muera Selma Al-Jazira, Vladimir Ivanoff... quiero que muera ese maldito Marcus... quiero que mueran todos los que se han burlado de mí. Estoy harta. No más torturas, no más prisiones. ¡La muerte, Adolf! La muerte rápida, sencilla y serena. Ya no me interesa que sufran. Sólo quiero borrarles de la faz de la Tierra. Que no puedan reírse más. Que no puedan celebrar su victoria. Que no puedan hacer nada.

Adolf sonrió.

- Matar es fácil, bonita doctora. Tú lo haces todos los días. Yo también. Y cuando estén muertos, ¿tendrás paz? ¿Podrás fijarte en mí como algo más que tu leal servidor?

Ella le miró estupefacta.

- Espero que comprendas que trato que esto sea fácil. Me inspiras un gran respeto y no me voy a andar con ñoñerías. Estoy a tu servicio. Pídeme lo que sea y lo tendrás.

De repente ella se echó a reír. Lanzó la cabeza hacia atrás y estalló en una risa franca, jovial. Tenía los dientes blancos como perlas. Luego se frotó las mejillas húmedas, embadurnándose todavía más de negro. Imaginó lo que su madre hubiera al verla con semejante aspecto, y eso la hizo reír todavía más.

- ¿Lo que sea, Adolf Schäffer? – rió de nuevo – Muy bien. Dejaré la Isla a manos de mis servidores. Coge a todos tus hombres, aquí ya no van a ser más necesarios. Iremos y averiguaremos qué pretende mi hija. He sabido que se inició en el culto de esa diosa oscura a la que tanto adoraba Gertrude. No pienso dejarla escapar, es muy valiosa y es mi hija. Pero antes...

Se acercó dos pasos hasta él y le pasó el dedo por la barbilla. Sonrió con picardía, de modo que estaba casi irreconocible.

- Antes, los mataremos a todos ellos. Uno por uno. Quiero estar presente. ¿Me darás esto, Schäffer? Quizá todo esto sea muy diferente una vez haya acabado.

Él sonrió fríamente, tomó su mano y le besó la punta de los dedos.

- Sólo vivo para servirte, doctora.

*****************

Lara encontró a Marcus sentado en un banco bajo un árbol, en el exterior del castillo. Tenía el rostro echado hacia atrás y recibía así la luz del sol, ignorando la gente que iba y venía por el acceso a Bran. Al verle, tomó conciencia de cuán frágil era, pues apenas quedaba nada de él, de tan flaco, enjuto y envejecido. Las ropas que le había dado Ivanoff le quedaban enormes. En cierto modo, su resignada y serena vejez le recordaban a Winston, sólo que a su fiel mayordomo nadie le había encerrado durante meses ni matado de hambre.

- Sé que las palabras de mi informe te han molestado.- dijo sin abrir los ojos, apenas la sintió cerca - Hace bastante que las escribí y sigo sabiendo tan poco de él como demuestro en mi informe. En realidad, nadie sabe lo suficiente de él, ni siquiera Marie, que ha estado con él más tiempo que ninguna otra persona. De modo que asumo que puedo estar equivocado y puedo incluso haberle juzgado mal, pero los hechos son los hechos.

- ¿Qué me dices de la nota del final?

- ¿Nota?

- La que está manchada de sangre.

Marcus abrió los ojos y le miró sorprendido.

- No, hija, no hay ninguna nota manchada de sangre. ¿De qué me hablas?

Lara sacudió el fajo ante sus ojos.

- Hay una nota con sangre seca al final de tu informe, pequeña y arrugada. Parece escrita por el propio Kurtis, pero no tiene sentido, ya que lo que él está contando aconteció muy lejos de tu celda y... y la situación en la que él se encontraba le hubiera impedido escribir.

El anciano entrecerró los ojos.

- Enséñamela.

Lara se la entregó. Nada más verla, Marcus palideció y la cogió con la punta de los dedos, como si el papel quemara. Luego la leyó apresuradamente, moviendo los secos labios con rapidez, y de repente se levantó, alterado.

- ¿Dónde estaba esto?

- Ya te lo he dicho.- contestó Lara pacientemente – En el manuscrito.

- ¡Yo no he metido esto aquí! ¡Lo juro por la Luz! Es...

De repente echó a andar lo más rápido que podía, en dirección al castillo. Lara le siguió:

- Marcus, ¿qué vas a hacer?

El anciano no le respondió. Resuelta a no enfadarse con él, ella le siguió hasta el estudio de Ivanoff, donde estaba la chimenea encendida. Pasando por delante del erudito, que se hallaba enfrascado en la lectura de varios manuscritos, se acercó hasta el fuego.

- ¡Marcus, no!

Saltó hacia él, pero fue demasiado tarde. El anciano había arrojado la nota al fuego, y miraba fijamente las llamas.

- ¿Qué haces? – dijo ella, molesta - ¿Por qué diablos has quemad...?

Enmudeció cuando Marcus le indicó, con gesto brusco, que mirara a las llamas.

La nota, que ya debería estar consumida, temblaba y se contraía en el fuego, como si de una víscera palpitante se tratara. Horrorizada, se inclinó todavía más y le pareció oír una especie de gemido, un suave gorgoteo, como un sollozo reprimido.

- ¿Qué es eso? – oyeron que decía Vlad, que estaba tras de ellos, ajustándose los anteojos - ¡Dios! ¡Esa cosa está viva!

Tras un par de estertores, el papel se deshizo en llamas y un repugnante olor a carne quemada invadió la habitación. Lara contuvo una arcada. A trompicones, Ivanoff corrió a abrir la ventana.

Marcus, lívido, trazó un curioso símbolo en el aire, y murmuró una frase en latín. Luego tradujo:

- La Luz nos libre del Mal, a todos y cada uno de nosotros.

- ¿Qué era, Marcus? – murmuró Lara, quien, mareada, se había dejado caer en una silla.

- No era una nota, Lara, y está claro que quien la puso ahí no desea ningún bien. – se estremeció y volvió a trazar el símbolo. Daba la impresión de que se estaba santiguando – Tenemos que avisar a Kurtis cuanto antes. Estamos en peligro, y él sobre todo.

******************

Maddalena deslizó los dedos bajo la dura trapa y tiró de ella. Un chasquido le confirmó que se había roto una uña, pero no le prestó atención. ¿Qué diablos importaba una uña? Dio otro tirón y volcó la tapa, dejando la boca del pozo al descubierto.

Era media tarde y el castillo había sido cerrado a las visitas. Maddalena, enferma de sombras, de tanto deambular como alma en pena, se había puesto a hurgar en el pozo por pura desidia. Le sorprendió no encontrar agua, ya que al inclinarse sólo vio negrura acompañada de un chorro de aire viciado.

- Ten cuidado. Hay una caída de varios metros. – le indicó la voz de Kurtis, a pocos metros de ella.

La pelirroja sacó la cabeza y sonrió con amargura.

- ¿Y a quién le importa que yo caiga por aquí?

- Bueno – dijo él, encogiéndose de hombros. Estaba reclinado sobre una de las columnas del patio – Tampoco es que ganes mucho tirándote. Hace dos años estuve ahí abajo, y sólo hay pasadizos pestilentes y una cámara de tortura. Recuerda que esto era propiedad de Vlad Tepes.

Maddalena suspiró y se mordisqueó la uña rota.

- Has cambiado bastante desde que te conocí.- dijo él entonces.

- Querrás decir que ya no me comporto como una puta.- contestó ella, y sin darle tiempo a responder, continuó – No, la verdad es que estoy cansada de eso. Hace mucho que estaba harta, pero no tenía valor para reconocerlo ni voluntad de cambiarlo. Daría cualquier cosa por volver atrás y empezar de nuevo.

Estoy segura de que entonces yo sería algo diferente para ti, añadió en silencio, sin dejar de mirarle. Kurtis añadió:

- Te arriesgaste demasiado yendo a la Isla. ¿Por qué?

- ¿Y tú me lo preguntas? – sonrió ella, y pensando qué diablos, añadió – Fue por ti. Le robé los documentos a Monteleone porque creía que eran valiosos y porque podrían pedírmelos. Esa Betsabé... bueno, creí que le interesarían y...

- Siento que te arriesgaras tanto. Podrías haber perdido la vida. Sobre todo porque lo que tú me pides, Giulia, yo no puedo dártelo.

Ella apoyó las manos en el pozo y se las miró. Le temblaban.

- ¿Por qué tienes que ser alguien tan maravilloso? – murmuró con la voz rota – Rechazándome de ese modo sólo consigues que me enamore más de ti.

Oyó que él se reía en voz baja, pero no levantó la vista. Qué más daba. Había perdido la poca dignidad que le quedara.

- Siento decepcionarte, pero no soy en absoluto maravilloso. Soy un ser despreciable. Lo que tú amas no es más que la sombra de una ilusión.

- ¿Eso también se lo has dicho a Lara?

Él no respondió. Lentamente alzó la vista y vio que él la miraba con el ceño fruncido. De algún modo, su comentario le había herido.

- No te creo – se apresuró a decir ella – Sciarra era un ser despreciable. Monteleone era un ser despreciable. Todos sus secuaces, toda esta gentuza que tortura y mata en esa isla, son seres despreciables. No veo en ti nada que me haga pensar que eres despreciable.

- Ni nada que te haga pensar que soy maravilloso. No me conoces, Giulia. Estás sufriendo en vano.

- Pero te amo.- murmuró ella, enrojeciendo – Prefiero sufrir así que no ser el ser odioso y mezquino que era antes.

De improviso, se apartó del pozo y se acercó a él, que no se movió. Al tenerla tan cerca, veía su rostro sin la capa de maquillaje que había llevado cuando aún estaba con el capo siciliano, los labios rosados, los ojos ambarinos, la lluvia de pecas doradas que cubrían su nariz y aquella maravillosa cabellera roja que aureolaba su rostro.

- ¿Es porque soy una puta?

- No seas ridícula. Dejarás de ser una puta en el momento en que tú quieras. Y aunque siguieras siéndolo, no te rechazaría por eso.

- Entonces es ella. La has amado desde el principio, ¿verdad? ¿Y qué tiene que no tenga yo?

- No hablaré de Lara contigo, Giulia. Sólo serviría para que te sintieras peor. Te estás atormentando sin sentido. Te mereces algo mejor que yo.

- Pero yo te quiero a ti...

Kurtis detuvo la mano que ya iba a acariciarle el rostro y la apartó con un suspiro. Ella casi hubiera preferido que la apartara de un empujón y la golpeara.

- ¿Siempre las rechazas a todas así?

- De nuevo te equivocas conmigo. No soy un rompecorazones. No tengo una legión de mujeres desesperadas por mí. Te digo que me juzgas mal...

- ¡Kurtis!

Se giraron, sobresaltados. Marcus estaba en el marco de la puerta del patio. A su lado estaba Lara, que al ver a Maddalena frunció el ceño.

- Tenemos que hablar contigo. Es urgente.

******************

Por alguna razón, Marcus prefirió que fuera Lara quien relatase lo de aquella nota, si tal pudiera llamarse. Ella prefirió omitir el asunto del informe y se limitó a mencionar la existencia de un papel que parecía transmitir sus pensamientos en aquel breve lapso de tiempo que había estado agonizando junto al cuerpo mutado de Kristina Boaz, antes de que Minos y los demás hermanos le hallaron.

Kurtis le escuchó con el ceño fruncido y sacudió la cabeza. Exasperado por su pasmosa serenidad, Marcus saltó:

- ¿Sabes qué significa, no? Un demonio ha tenido acceso a tu mente y ha estado usando recuerdos tuyos. ¿Sabes el riesgo que corres, que todos corremos ahora por tu causa?

- Supongo que estuve bastante vulnerable mientras me tuvieron prisionero. – dijo Kurtis sin perder la calma – Ellos siempre están al acecho. Me hubiera extrañado que no aprovechasen esa oportunidad de oro.

- Pero, ¿lo que decía esa nota era cierto? – saltó Lara.

Kurtis la miró con ternura.

- Es lo que me rondaba por la mente mientras me desangraba. Casi lo había olvidado.- molesto, sacudió la mano.- Pero qué más da eso ahora.

- ¿Qué puede pretender ese demonio? – Lara se giró hacia Marcus - ¿Es Betsabé?

- No la imagino recurriendo a eso.- apostilló el anciano – La conozco bastante, como conocí a su padre. A ambos les encantaba hacerme de carceleros. Ella es demasiado delicada, demasiado sutil, para recurrir a detalles tan macabros. No, ha sido otro ente el que se ha manifestado a través de la nota.

- ¿Lilith?

Marcus palideció al oír a aquel nombre.

- ¡No pronuncies el nombre de esa impura... diablesa! Está dormida, es poco probable que despierte y nos interesa que siga así. Me temo que...

- Yo sé lo que puede ser.- dijo una voz.

Los tres se giraron. Con las uñas hundidas en el marco de la puerta, Marie les miraba ansiosa. Se acercó hasta ellos, y su mirada desencajada asustó a Lara. Estaba fuera de sí.

- Es la Voz en las Tinieblas.

***************

Maddalena se había quedado sola en el patio. Estaba abrazada a la columna donde había estado reclinado Kurtis. Los senos suaves, el vientre tierno, apretados contra la piedra, buscando algún resto de calor en ella. La roca porosa le acariciaba la mejilla.

Al principio, no oyó el suave canturreo. Luego le pareció que era alguna especie de ráfaga de viento que se colaba por un lugar estrecho. Sólo cuando el viento dejó de soplar en el patio, se dio cuenta de que lo que oía era una voz gimiendo.

Separó el rostro de la columna y miró a su alrededor, aturdida. Se le erizó el vello cuando percibió que aquel gemido salía del pozo.

La negra abertura transmitía, por un retumbante eco, lo que parecía ser una mujer llorando. Un extraño sollozo atragantado entre suspiros. Las piernas le fallaron, se santiguó a toda velocidad, y se encontró tanteando aquel extraño amuleto indio que había hallado en una camioneta de Turquía, que llevaba oculto entre los senos, con las suaves plumas rozándole la piel. Aunque quizá aquel símbolo pagano no la protegiera de mucho...

No seas estúpida, se recriminó, avergonzada por su cobardía, y se obligó a caminar hacia el pozo, aunque las piernas le temblaban.

El llanto se hizo más fuerte cuando se asomó a oscuro abismo, pero sólo vio negrura.

- ¿Hay... alguien ahí? – balbuceó.

Los gemidos se cortaron abruptamente, y cuando ya iba a retirarse, oyó un suave susurro en el fondo.

- ¿Perdón? – murmuró, temblando como una hoja - ¡No... n-no le oigo! ¿Necesita ayuda?

El susurro se hizo más intenso, y empezó a captar fragmentos de palabras.

- ... dos ...verter...sangre... Madre....

Maddalena soltó un jadeo y se tapó la boca. ¡Santa Lucía, protégeme!

- ... siete ... Senda ...arga

El susurro iba subiendo de volumen. No podía apartarse del borde del pozo, estaba como petrificada.

- ...Guerre....zona ... puro... cente....Sab... Ángel...Ocult...

- ¿Ángel? – dijo ella - ¿Has dicho que eres un ángel?

- Voz... Tiniebl...

Intentó apartarse, pero era como si sus piernas no le obedecieran, como si los brazos se le hubieran quedado pegados al brocal del pozo.

- ... redim...Diosa...nefable...luz...mortal...

Los ojos se le desorbitaron de horror. Distinguía la forma de una criatura que subía agarrándose a las paredes del pozo, con la cabeza balanceándose sobre el cuello y los ojos vacíos mirándola, con una desencajada sonrisa.

Maddalena quiso gritar. Quiso salir huyendo. Pero no pudo hacer nada. Permaneció aferrada al pozo hasta que aquella cosa llegó hasta ella y le hundió sus dedos en el pecho.

*************

Un alarido desgarrador laceró el aire. Casi al unísono, Lara y Kurtis saltaron hacia la puerta, apartando a Marie, y salieron hacia el corredor del claustro.

En una de las columnas del piso superior, Radha, abrazada a una columna, miraba hacia el patio con los ojos desorbitados y la boca desencajada, mientras con un dedo tembloroso señalaba hacia abajo.

Lara se asomó al borde de la ventana, y lo que vio la hizo soltar un grito.

Maddalena yacía sobre el pavimento, boca arriba, con las piernas abiertas y la cabellera desparramada sobre las losas del suelo. Con unas manos convulsas, se arrancó la parte delantera del vestido mientras arqueaba la espalda, soltando gritos que helaban la sangre.

Entre los pechos tenía una marca sangrienta que representaba la huella de una mano. Lara tardó en ver que era una especie de quemadura, y que la sangre hervía y gorgoteaba mientras los alaridos que salían por la boca de la prostituta le desgarraban los oídos. Con ímpetu visceral, se arañó el pecho y los senos, rasgándose la carne, como si tratara de arrancarse aquella mano marcada.

Tenía los ojos en blanco y le salía espuma de la boca.

- Ven bonita – oyó murmurar a Marie, que rodeaba a Radha con sus brazos y la apartaba suavemente de allí – No mires eso. Ven.

¿Cómo no podía estar impresionada por aquello? Lara estaba petrificada de horror.

La lucha no duró demasiado. Maddalena dejó poco a poco de debatirse y se quedó rígida, estirada en el suelo con los senos agitándose y la marca palpitando en su piel. De repente, enfocó la mirada y la clavó en Lara. Ella retrocedió instintivamente.

Maddalena se incorporó hasta quedar sentada, y entonces, exhibiendo una sonrisa descoyuntada, le señaló con su dedo índice.

- ¡Tú! – gorgoteó con una voz que no era la suya - ¡Bajarás la cabeza, tú, orgullosa! ¡Dentro de tres días, recuerda, dentro de tres días, te daré lo tuyo!

Kurtis cogió a Lara y la apartó de la vista de Maddalena.

- ¡No la mires! – susurró en su oído – ¡No la mires a los ojos, no escuches lo que te dice!

Como en una visión, Lara vio a Kurtis y a Marcus bajar apresuradamente y colocarse alrededor de Maddalena, como alguien que tantea a una bestia salvaje. Pero ella no hizo nada más. Volvió a reclinarse y empezó a canturrear, con su espantosa sonrisa, en una lengua que ella no conocía, que ella jamás habría podido oír de ningún humano sobre la Tierra.

************

- ¿Dices que está poseída? – murmuró Selma, horrorizada.

- Eso parece.- contestó Lara – Kurtis y Marcus la han encerrado en una alcoba. No ha intentado atacarles, pero se pasea de un lado a otro canturreando una letanía en la lengua Nephilim, y se ríe sola. A mí me amenazó y me dijo que en tres días me daría una lección.

La turca se estremeció.

En aquel momento oyó unas voces en el pasillo. Se apresuró a asomarse. Los dos Lux Veritatis estaban discutiendo.

- No pienso hacerle daño, ¿me oyes? – decía Kurtis - ¡Eso es lo que esa cosa quiere! Debe haber otro modo de sacarle de ahí dentro.

- ¿Te corresponde a ti decirme lo que debo hacer, muchacho? – saltó Marcus, ofendido - ¡Que yo sepa, expulsar demonios es tarea de un Sanador!

- Marcus, estamos en el siglo XXI, por si no lo sabías, ¡no sirve absolutamente de nada quemar a nadie con hierros candentes ni tratar de asfixiarle! Estás haciendo daño al cuerpo de la persona poseída, ¡no al ente que lo posee!

- ¡Con tus objeciones morales, hijo mío, el pobre abad de Meteora ha estado sufriendo en vano y ya se aproxima a su muerte! ¡No dejaré que a esta pobre muchacha le pase lo mismo!

Carraspeando, Lara se adelantó unos pasos.

- No quisiera meterme en cosas que no entiendo, pero... ¿habéis probado a hablar con ella?

Marcus hundió la cabeza, y Kurtis suspiró y se pasó la mano por la frente. Tenía ojeras de nuevo. Las dos últimas noches había permanecido insomne al lado de Lara.

- Sólo quiere hablar contigo. No hablará con nadie más, hija.- afirmó Marcus.

- ¿Conmigo? – balbuceó Lara.

- No pienso dejar que la vuelva a ver.- Kurtis volvió a la carga - ¿Es que no lo has visto? La ha maldecido. No voy a permitir que le haga daño.

- ¡Hijo, no podemos encerrarla hasta el Día del Juicio!

- ¡Muy bien, quemémosla en una hoguera como tú propones!

- ¡Yo no propong...!

- ¡¡Basta!!

El grito de Lara hizo eco en las paredes. En la habitación contigua Zip, sobresaltado, se sacó los auriculares y se asomó.

Lara inspiró profundamente y se llevó las manos a las sienes. De nuevo tenía náuseas.

- No te encuentras bien.- dijo entonces Kurtis, mirándola fijamente – Creo que estás enferma.

Enferma no, pensó Lara, y esbozó una sonrisa.

- Hablaré con ella. – afirmó.

- No.

- ¿Ya me ha echado la maldición, no es cierto? Veamos qué quiere. De lo contrario, me pillará desprevenida.

Marcus hizo un gesto de aprobación, admirado de su resolución. Los ojos de Kurtis, en cambio, le dieron una impresión bastante diferente.

***************

- Aquí están.- Schäffer depositó sobre la mesa la hoja del informe – Están en Rumanía, en la ciudad de Brasov, y residen actualmente en el llamado castillo de Bran.

Giselle asintió.

- Por lo que pude averiguar de Rouzic antes de que muriera, es allí donde reside habitualmente el licenciado Vladimir Ivanoff, que les ha estado sirviendo de estudioso.

Ella se levantó y se acercó a la ventana. Hacía una semana que ocupaban dos habitaciones contiguas en aquel hotel de Atenas, ciudad que habían elegido para realizar los primeros tanteos en busca de sus víctimas. Schäffer era bueno en su tarea y ya estaban localizados.

- Mañana nos dirigiremos allí.- concluyó la doctora, acariciando el frío cristal con la yema de los dedos. - ¿has enviado a tus hombres allí?

- Tal y como ordenaste, Giselle.

- He estado pensando. Es mejor que no intervengan a menos que sea necesario. Quiero algo limpio. Nos ocuparemos tú y yo personalmente.

Schäffer sonrió. Le gustaba como pensaba ella. Al fin y al cabo, el único fallo de Gunderson, aparte de su propia soberbia, había sido el llamar demasiado la atención con sus hombres. Él prefería la discreción.

- Como mandes.- concluyó.

Ella asintió y volvió a mirar por la ventana. Notó que él se le acercaba por detrás y lo siguiente que sintió fue su aliento en el oído. Le cogió un mechón de cabello rubio y los observó, fascinado.

- Déjame.- susurró, lacónica.

- Hay una inmensidad de mujeres que se tintan con tal de tener este rubio.- observó él. Luego acercó los labios a su oído y le siseó - ¿Cuándo fue la última vez que estuviste con un hombre?

Ella se giró con rapidez y le cruzó la cara de una bofetada. Él, lejos de sentirse ofendido, soltó una carcajada y la agarró por las muñecas.

- Eres una gata.- comentó, riendo – Deja que te haga un espléndido favor.

- ¡Suéltame! – susurró ella con la misma apatía.

Sin hacerle caso, tiró de ella suavemente y la empujó hacia el sofá. La obligó a tumbarse sin dejar de sonreír con sarcasmo.

- Gritaré.- le advirtió ella, aunque seguía sin oponer resistencia.

- Me ofendes, querida.- se burló él – Si quedas decepcionada, dejaré que me abofetees el otro lado de la cara. Pero lo dudo. Soy bastante bueno, modestia aparte.

Ella le miró y giró la cara. Algunos mechones de cabello le cubrieron el rostro. Se dejó desabrochar la blusa y bajar las medias. No tenía interés en oponer resistencia. Le daba igual una cosa que otra. Estaba muerta por dentro.

- Yo no te forzaría jamás – le susurró Schäffer al oído cuando le tuvo encima – Esto sucede por que tú quieres.

- No te amo.

- Ah, pero me amarás. De momento no me importa, me contento con tenerte.

Se dejó hacer el amor con pasividad, y lo cierto es que la experiencia no resultó desagradable en modo alguno.

Y aunque él notó que ella parecía soñar que era otro quien estaba con ella (y sabía muy bien qué otro era) no le importó. Al terminar, le hizo una burlona reverencia y abandonó la habitación.

Ella, semidesnuda, pasó horas mirando el techo.

*************

Resultaba curioso, pero la Maddalena que estaba sentada en aquel taburete junto a la ventana se parecía más a la descarada prostituta que había visto por primera vez junto a Monteleone. Al verla, sonrió descaradamente y se recostó contra la pared. Llevaba el escote abierto y entre el nacimiento de los senos se veía aquella huella de mano, como una sangrienta erupción cutánea.

- Lara, Lara Croft.- canturreó con una voz que no era la suya – Amazona y asesina de inmortales. – miró a Kurtis, que estaba junto a ella - ¿Nos puedes dejar solas?

- No.

Ella sonrió y se encogió de hombros.

- Haz lo que quieras... no puedes protegerla de mí.

- ¿Quién eres? – empezó Lara, sentándose frente a ella.

- Soy la Voz en las Tinieblas.

- ¿Por qué te has apoderado de Maddalena?

Se reclinó juguetonamente en el alféizar de la ventana y empezó a enrollarse un sedoso mechón rojizo en el dedo índice.

- Ella es perfecta para mí. Tiene un cuerpo joven y hermoso, y está llena de amor y de odio. El amor y el odio son lo que mueve el mundo, de modo que es perfecta para mí.

- Tienes que dejarla en paz.

Arqueó sus finas cejas y miró a Kurtis.

- ¿Para qué? Sólo es una meretriz... y el hombre que ama la ha despreciado, ¿no, Guerrero? Ella no sufre. No le hago daño. Es más feliz así, que siendo consciente de que la manipulan, o víctima del desprecio de un ingrato.

- ¿Por qué te haces llamar la Voz En Las Tinieblas? – cortó Lara, decidiendo ignorar el anterior comentario.

- Porque yo soy la mensajera de Lilith. Yo soy su Voz, su boca. Yo transmito su mensaje y he venido a anunciaros vuestro fin.

- ¿Eres mujer?

- Los que moramos junto a la Madre no tenemos sexo. Soy la Voz.

Cerró los ojos y recitó:

- "Aunque dos irán a verter su sangre a los pies de la Gran Madre, serán siete los que transiten la Senda Amarga: el Guerrero y la Amazona, el Impuro y el Inocente, el Sabio y el Ángel, y el Oculto. Esto digo yo, la Voz En las Tinieblas: de los dos que derramen su sangre, sólo uno podría ser redimido, y le redimirá la voluntad de la Diosa. Pero ay de ellos si la Inefable no queda satisfecha: ninguno verá de nuevo la luz de los mortales."

- Eso ya nos lo dijo Selma. Lo oyó de boca del demonio que está con el abad de Meteora.

- Entonces sabrás que tú has sido escogida para ir en segundo lugar, ¿no? – se burló ella, y miró a Kurtis – Él es el primero, de ahí que no podrá hacer nada por ti.

Se adelantó un poco para mirar a Lara más de cerca. Los cabellos resbalaron por sus hombros y le ocultaron en parte el rostro.

- Tenéis al Ángel de la Muerte sobre vosotros. Cuando antes vayáis al encuentro de la Madre, antes acabará todo.

- ¿Es la única manera de acabar con ella?

Maddalena (o el ser que llevaba dentro) echó la cabeza atrás y se echó a reír.

- ¡Ignorante! ¿Cómo vas a poder destruir a la Gran Madre, que puede fulminarte con su sola presencia?

Lara se irguió en el asiento.

- No entraremos en un juego del que no conocemos las reglas ni los motivos.

- Lo haréis os guste o no. De lo contrario, pagaréis el precio más caro. Y tú la primera de todos.

Kurtis cogió entonces a Lara por el brazo y la hizo alzarse.

- Ya basta. No sacarás nada más de ella. Podría confundirte durante horas.

Maddalena se levantó bruscamente. Instintivamente Kurtis se interpuso entre ella y Lara y la sujetó:

- ¡Es Lilith quien te habla, engreída! ¡Sigue burlándote! ¡Te arrepentirás de esto!

- No sé de qué me hablas. – dijo Lara con calma.

La pelirroja se debatió en los brazos de Kurtis, que con firmeza y sin brusquedad la obligó a retroceder.

- Te lo he advertido. La Vorágine os reclama, a vosotros los primeros. ¡Rezad para que Ella os encuentre antes que el Ángel de la Muerte!

- Si ya has dicho todo lo que querías decir – contestó Lara sin amedrentarse – deja en paz a Maddalena.

- ¿Cómo? – sonrió ella, sarcástica - ¿Y entonces quién os haría de guía? – miró sensualmente a Kurtis y dijo – Llevo siglos esperando este momento. Ahora sí que podemos decir que empieza lo bueno.

Como había dejado de debatirse, Kurtis la soltó. Ella sonrió, le guiñó un ojo y se reclinó impúdicamente de nuevo en la silla, canturreando por lo bajo.

- Te haré salir por la fuerza.- dijo entonces Kurtis.

- No podrás conmigo. Soy la lugarteniente de la Madre. Las criaturas que has hecho morder el polvo desde que aprendiste a matar son como bebés a mi lado. Y cualquier cosa que me hagas – susurró – repercutirá en daño de Giulia Manfredi. Herirás su cuerpo y a mí me dejarás incólume. Aunque, por supuesto – dijo, reclinándose – si quieres hacerme el amor, no me opondré. Tengo curiosidad por experimentar qué se siente, y algo me dice que Giulia estaría más que satisfecha.

Lara ya había oído bastante. Salió de la habitación y bajó las escaleras.

- ¡Lara!

Ella no se giró.

- No te habrá molestad...

- Por favor, no seas tan galante.- dijo, haciendo una mueca – Lo que diga esa cosa no puede afectarme. Aunque me ha encantado enterarme que esa zorra había estado cortejándote...

- Ése es el menor de nuestros problemas ahora, Lara.

Se giró esta vez y le miró desde el tramo inferior de la escalera.

- Lo sé. Tengo que hablar con Zip y con Vlad. Es hora de agarrar los problemas por el cuello. Ya recuerdas que gracias a los textos del cardenal Monteleone descubrimos que la ubicación de entrada a la Vorágine estaba en...

- ... en Siria.- concluyó Kurtis, descendiendo hasta ella.- Y conociéndote, querrás ir allí cuanto antes.

- Ahora que estás recuperado, sí.

Él sacudió la cabeza.

- No es el modo de hacerlo, Lara.

- ¡No podemos quedarnos sentados esperando a que ocurra Dios sabe qué!

Kurtis sonrió. Se acercó hasta ella y la cogió con ternura por los hombros.

- Hasta ahora, todo lo he hecho a tu manera. Es hora de que lo hagamos a la mía. Lamento que estés metida en esto, pero ya que lo estás, debes saber tus normas y formas de proceder no valen para esto. Es... un mundo diferente.

- Bien. ¿Qué propones?

*********************

No, no por favor. Déjame...

Tienes que hacerlo. Es necesario. Ella debe saber, debe verse obligada.

Diles a tus secuaces que la obliguen. Yo estoy cansada.

Giulia, Giulia, hermosa Giulia... tú eres mi milagro, mi mano ejecutora.

No haré tal cosa.

Pero tú la odias. La odias. La has oído gemir por las noches, cuando él le hace el amor. Has deseado matarla mil y una veces.

Así no. No de ese modo. No puedo... no puedo.

Si lo haces, te prometo que le tendrás en cuerpo y alma. Será tuyo, una vez que ella no esté.

No entiendes... no me amará si mato a quien él ama.

Oh, pues entonces di que te he obligado. Porque te obligo. No tienes opción.

No, por favor... así no...

Es hora de que dejes de ser la víctima, mi hermosa Giulia. Ahora los demás pagarán por cómo te han tratado. Alzaré a los muertos de su tumba y los postraré a tus pies. Haré que Giacomo Sciarra se arrastre ante ti. Haré que Daniele Monteleone te bese los pies. Verás al Lux Veritatis de rodillas, suplicando desesperado que le ames.

No quiero... no...

...........

Por favor...

...............

Así no...

..........

Que alguien me ayude... oh Dios mío, que alguien me ayude...


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top