Capítulo 33: Memorias de un Sanador
El helicóptero y los supervivientes de la brigada de Justin se reunieron en Rumanía, cerca del castillo de Bran. Habían caído seis aviones en total de los doce que habían acudido.
- No sabes cuánto lo lamento, Justin.- murmuró Lara, paseando su mirada por sus hombres.
Él sacudió la cabeza.
- No te preocupes. Me encargaré de todo. Sabíamos que había un riesgo y que nos comprometíamos a algo peligroso. Dime ¿qué diablos era aquello? ¿Una mafia, una secta?
- Algo así, Justin... lo siento pero no puedo decirte más. Ya te has implicado bastante. El favor está más que devuelto.
- ¿Qué favor? – dijo Kurtis entonces, que estaba detrás de ella, apoyado en una valla.
Justin sonrió:
- La soldado Croft me salvó la vida en una escaramuza que tuvimos por... ¿Bangladesh?
- Exacto.- sonrió ella.
- Estaba tan agradecido que le prometí que un día le devolvería el favor de su vida.
- Y lo has hecho.- sonrió ella- Gracias, Justin. Sin ti habría sido imposible.
Él saludó militarmente y se dirigió hacia su avión. El resto de sus hombres le imitó. Antes de subir, se giró y dijo:
- ¡No tengo ni idea de quién eres ni por qué eres tan importante, Kurtis Trent, pero espero que sepas agradecerlo!
- Desde luego.- contestó él, repitiendo el gesto.
Cuando hubieron despegado y desaparecido en el horizonte, añadió:
- ¿Ha valido la pena, Lara?
- ¿Cómo puedes preguntarme eso? – respondió ella, y le rodeó el cuello con los brazos – Casi tres meses, Kurtis. Debería haber llegado antes.
Le rozó la boca con los labios. En ese momento, oyeron la voz de Zip, que gritaba a plena voz desde la ventana del tercer piso del castillo:
- ¡Válgame el cielo! ¡Detengan a esos dos delincuentes! ¡Están cometiendo escándalo público!
- Anda, vamos. Nos está mirando todo el mundo.
- No me importa.- dijo ella, burlona, y empezó a besarle con fuerza.
**************
Aquella noche fue una de las más alegres que recordaran desde hacía tiempo. Que Kurtis hubiera regresado sano y salvo, que hubiera otro Lux Veritatis, y Sanador, que Radha hubiera sido rescatada, eran motivos suficientes de celebración. Por una sola vez, a Vlad no le importó tener sus dependencias llenas de gente.
Por supuesto, Kurtis se negó a hablar de lo que había pasado, y Maddalena no había dicho nada acerca de su violación. Fue Marcus el que soltó cuatro bromas acerca de su prolongada estancia en la cárcel, como quitándole importancia, y Marie permaneció todo el rato en silencio, agarrando con fuerza la mano de su hijo. Ni siquiera cuando Kurtis bromeó acerca de que era él y estaba entero Marie quiso soltarle.
Maddalena permaneció silenciosa y apartada. Por algún motivo, sentía como si ella no tuviera nada que ver con aquella situación. Como si fuera una intrusa en aquella trama, como si estuviera allí por equivocación.
Por deseo de Radha, no había dicho nada tampoco acerca de la muerte de Sciarra. Aunque más de una vez Kurtis la había mirado de reojo, y aunque no había dicho nada, ella no podía evitar estremecerse. Algo le decía que él sospechaba algo.
Aquella noche Lara y Kurtis hicieron el amor con rabia, casi con desesperación. Era como si el tiempo y el mundo mismo se les echaran encima. Lara sentía, creía ver, que había una especie de espada de Damocles suspendida entre ellos dos, y que esa espada acabaría cayendo y cortando con violencia, separándoles de nuevo, quizá para siempre. Todas las veces que él le hizo el amor (y fueron varias, pese al agotamiento de ambos) se aferró a él con furia, clavándole las uñas en la piel, rasguñándosela incluso, porque por encima de su hombro le parecía ver la maldita silueta de Betsabé, que sonreía como había sonreído Karel, dispuesta a arrancar a Kurtis de sus brazos.
Me está volviendo loca. Todo esto me está volviendo loca.
Ya a la madrugada él se durmió, y entonces ella fue a vaciar el estómago al baño. Las náuseas la volvían atormentar.
Se miró desnuda en el espejo, y se tocó el vientre. ¿Lo notaba más suave, más redondeado? Como no fuera por aquellos malestares, y por la hinchazón dolorosa de los senos, casi negaría que estaba embarazada. Tres meses ya, y apenas se le notaba. Se decía que las características de embarazo y parto solían heredarse de madres a hijas. Sonrió con amargura. Vaya, era la primera vez que pensaba en su madre tanto tiempo. ¿Qué pensaría de ello?
Escandaloso, Lara. Sin duda alguna.
Kurtis no había notado nada. Él mismo ni siquiera podía imaginarlo. Bueno, tarde o temprano tendría que decírselo.
Pero Lara no veía llegar ese momento.
**********************
Durante unos días, estuvieron en calma. Lara optó por no regresar a Inglaterra, ni siquiera para dejar allí a Radha. La mansión de Surrey ya no era segura, y de todos modos sería mejor para Winston, puesto que si ellas se mantenían alejadas de allí, nadie tendría por qué ir a molestarle o a poner de nuevo su vida en peligro. O al menos, eso esperaba.
Se reunían a menudo en la biblioteca de Vlad para hablar y debatir. Ni Radha ni Maddalena tomaron parte. A la pelirroja no es que le importara mucho. A menudo los turistas del castillo la veían vagar por el patio o por los exteriores, rodeándose con los brazos y la cabeza gacha, y la espléndida cabellera rojiza cubriéndole el rostro. Cuando algún amable viajero, preocupado, se acercaba para preguntarle si se encontraba bien, ella alzaba la cabeza y mostraba una sonrisa ausente, para luego seguir vagando. Era obvio que algo la estaba consumiendo por dentro.
Y no era debido a su reciente violación. De hecho, hacía poco le había venido la regla de nuevo y por tanto el pánico a haberse quedado embarazada de aquel monstruo desapareció. Lo demás lo superó con facilidad. Para ella la brutalidad masculina había sido el pan de cada día. Quizá en eso, era más fuerte que cualquier otra mujer.
Lo que la consumía era la duda, el tormento. Estaba enamorada de un hombre que no la correspondía. De niña le habían enseñado que el amor era el enemigo de su profesión. Si una prostituta se enamoraba, estaba perdida. Se acabó el ganarse el pan. A morir de hambre.
Mientras paseaba, daba vueltas a todo esto en su cabeza. Había pensado incluso en dejar la prostitución. Ahora ya era adulta y había escapado de las garras de las madamas de Sicilia, y también de las de Monteleone. ¿No podía ya disponer de su vida? Pero no era tan fácil.
Si Kurtis la amara... si esa maldita Lara no estuviera en medio... quizá las cosas fueran más fáciles para ella. Quizá él la amara, después de todo, a pesar de haber sido prostituta. Contaban historias de prostitutas que se habían enamorado de soldados y que habían dejado para siempre el oficio.
Maldita fuera esa mujer. Maldito él, que no podía ni apartar la vista de ella. ¿No dicen que los hombres son traicioneros? ¿No tenían la mayoría de sus clientes novias y esposas, y sin embargo iban a buscarla a ella? Deseó que fuera como ellos, aunque los despreciara.
Y así pasaba las horas, como alma en pena. Ni siquiera se fijaba en la gente que la miraba.
Sin embargo, a Radha sí le molestaba ser excluida de aquellas reuniones privadas. Se escurría hasta la gran puerta de caoba y pegaba el oído a la puerta. Por desgracia, si apenas entendía el inglés, nada sabía de francés, que usaban para mantener aún más la privacidad.
**************************
Fue al tercer día cuando Marcus llamó aparte a Lara. El anciano había estado expectante aquellos días y por fin se reunió con ella en el despacho de Ivanoff. A Lara le llamaba la atención aquel hombre, que en teoría era como Kurtis, aunque a la vez completamente diferente.
- Toma hija, esto es para ti.- y le entregó un fajo de hojas retorcidas y oscurecidas, manuscritas en una elegante letra curvada, a lápiz.
Lara sacó la goma que mantenía unido el fajo y lo hojeó. Apestaba a humedad y tenía manchas.
- Es un informe que escribí durante los meses que estuve prisionero en la base de Moscú. Calculo que por aquel entonces tú acababas de ajustarle las cuentas al Alquimista y aún no se sabía nada de El Sello Áureo y su cometido. Cuando tenga tiempo incluiré todo lo que me habéis relatado estos días.
- ¿Te dejaron escribir esto? – inquirió Lara sorprendida.
Marcus asintió.
- Fue él. Ese demonio de Karel. Me obligó en cierto modo, aunque yo también lo deseaba. Supongo que para eso se me dejó con vida. Querían mi saber y mis recuerdos para conocer aún más al enemigo. Durante meses lo tuve, y a veces él me lo arrebataba, lo leía y me lo devolvía. Sí, cabía la posibilidad de que mintiera pero tras... – se le quebró la voz – tras darme un buen escarmiento, se aseguró de que no lo hiciera.
Lara no tuvo ganas de preguntar qué escarmiento le había dado.
- Luego, cuando Karel murió, conservé el manuscrito. A veces lo escondía entre mis ropas, otras, en algún recodo de la celda. La doctora Boaz no conoce su existencia, pero Betsabé sí. Ella también se rió y me lo dejó conservar. Lo metía en un hueco roto del techo, donde el agua no llegaba. Quiero que lo leas, es muy importante que sepas esto.
Ella asintió.
- ¿De qué trata el informe?
Marcus sonrió, pero era una sonrisa amarga.
- De la agonía y final de la Orden. De mis últimos días en libertad y sobre todo, de Kurtis.
Lara arqueó las cejas, sorprendida.
- ¿De Kurtis?
- No le enseñes a él el informe. Conociéndole, se enfurecerá. Oh sí, yo le conocía, aunque él no a mí. Fingí no conocerle en la prisión, pero lo cierto es que yo seguí su transcurso por la Orden desde antes de que naciera incluso.
De modo que allí tenía un informe sobre Kurtis. Increíble. Lo que él jamás le contaría estaba allí. Casi no podía esperar a leerlo.
- Gracias, Marcus. Espero que mi lectura pueda servirte de ayuda.
- He dispuesto que cuando acabes, se lo des a Selma. Ella se ha ofrecido a transcribirlo y Zip a archivarlo informáticamente. El original debe ser destruido.
Lara asintió. Cuando Marcus salió, se dirigió hacia el sofá, se echó cuan larga era, y balanceando la pierna, empezó a leer.
****************
Informe sobre la Orden en sus últimos días, por Marcus, hermano Sanador
"La Orden Lux Veritatis nació en el siglo XV. Es imposible precisar el año exacto, pues los archivos más antiguos fueron destruidos por Pieter Van Eckhardt en el asalto a la sede de Beirut en los años setenta. Y ahora, a inicios del siglo XXI, podemos afirmar (puedo afirmar) que hemos acabado. La Orden ha muerto. Nuestros enemigos al fin nos han aplastado.
En esta celda oscura y fría en la que escribo estas líneas, estoy convencido de que este informe tendrá algún sentido. Karel me lo dejó escribir. Veo su sonrisa fría entre los barrotes cada vez que pasa por aquí. Le divierte verme agobiado, por eso me dio papel y lápiz. Escribe viejo, a ver qué me cuentas. Total, cuando Eckhardt lo sepa, le prenderá fuego, como prendió fuego a todo lo que era nuestro.
Pero debo hacerlo, aunque sea en descargo de mi alma. Luego, si quieren, que me maten y quemen estos papeles.
Sobre el autor
Sé que parece pretencioso, pero quisiera empezar este informe hablando de mí mismo. Mi nombre es Marcus... a secas. Mi apellido desaparece al ingresar en la Orden, y nunca me sentiré orgulloso de usarlo. Hermano Marcus el Sanador, es mi nombre.
Nací hace unos sesenta y cuatro años. Mi padre era Sanador como yo y mi madre, una de las mujeres más sabias de la Orden. No manifesté el Don hasta los 16 años y entonces me incorporé al servicio de nuestra comunidad. Desde ese día no hubo nada más importante para mí, como debía ser.
Mi sabiduría y sensatez hizo que mis hermanos me amaran y que en tiempos se considerara mi nombramiento a Gran Maestre. Esto me causo pánico, pues soy sencillo y humilde y no podría soportar un cargo de tan alta responsabilidad y que me situaba en el ojo del huracán, en el primer puesto de las víctimas que el Alquimista deseaba aniquilar. Sin embargo, una vez el Maestre es elegido, no puede renunciar. Y yo no llegué a serlo pues fui capturado en vísperas de mi nombramiento. ¿Habría visto Eckhardt en lo que iba a convertirme? No lo sé. Desde entonces no he vuelto a conocer la libertad, y otro más grande que yo ocupó mi puesto. Pero ya volveremos a esto.
Oh Bendita Luz... ¿por qué no me matan? ¿Cuándo acabará esta agonía?
Sin embargo, yo no soy el principal protagonista de este informe. Tenía casi cincuenta años, y había visto morir a mi esposa y crecer y sacrificar su vida a mis hijos, cuando el que nos ocupa llegó a la Orden. De algún modo, su presencia me anunció el fin de la Orden como ninguna otra fatalidad lo había hecho. Que la Sagrada Luz le perdone.
Sobre el hermano Kurtis Heissturm
Debo hablar de él, en parte porque es en él en quien concluye todo, en parte porque Karel me obliga. Quiere conocer a su enemigo para tener poder sobre él. Bien, espero que comprenda el lector que no me quedaba más remedio. Ya sólo me queda la vida por perder, y a pesar de todo, aún la amo.
El hermano Kurtis es hijo del gran Konstantin Heissturm y de Marie Cornel. Pero antes de hablar del hijo, no puedo dejar de lado al padre, ni al abuelo.
Nuestra Orden siempre ha presenciado el nacimiento y muerte de figuras poderosas. Todos compartimos el Don, pero no somos iguales en absoluto. Para empezar, los Luchadores parecen estar aventajados, pues no sólo son capaces de usar la telekinesia para alterar la materia, sino que son clarividentes, reconocen el futuro y el pasado a través de sueños, de visiones y del tacto, y pueden trasladar su mente a los planos inmateriales que deseen. Sólo por eso ya son tan poderosos como peligrosos, de ahí que la disciplina que reciben sea cien veces más dura.
Los Sanadores tenemos el poder de la curación. Podemos detener hemorragias y evitar infecciones. Ordenamos a la sangre que deje de manar, al pus que salga de la herida, ordenamos a los microorganismos nocivos que cesen su avance y se retiren. Ay, pero no podemos reconstruir enteramente un hueso, ni reparar tejidos, ni dejar un ojo vaciado intacto, ni una mano cortada en su sitio. Sólo los Nephilim (maldito sea su nombre) podrían hacer algo así.
Por contrapartida, nuestra capacidad de Sabiduría es mayor que la de los Luchadores. Interpretamos sus sueños y visiones, les damos consejo y consuelo. Sin nosotros no podrían resistir la dura carga impuesta. Ellos luchan y nosotros los asesoramos. Sí, somos ambas clases muy importantes y necesarias, aunque de niño siempre deseé ser Luchador y poder derribar objetos, hacer estallar la materia y ver el pasado y el futuro.
Ay, ya no lo deseo más. Bendita la Luz que me hizo Sanador. De ser Luchador, ya estaría muerto. ¿Pero qué digo? Todos han muerto. Sanadores y Luchadores, y sus esposas y familias.
¿Qué quieren de mí?
Pero no debo desviarme. Como digo, siempre hubo figuras poderosas que superaron a la media normal. Gerhardt Heissturm fue el primero de los Luchadores en cientos de años que reveló un gran poder. Recuerdo que el Gran Maestre de entonces (en la Luz esté descansando) quedó aterrado al ver su asombrosa capacidad. Le bastaba cerrar los ojos para verlo todo. Todo. Los movimientos del enemigo, quienes iban a nacer y a morir...
Gerhardt avasallaba con su sola mirada. Tenía los ojos de un extraño azul oscuro, y yo, que era niño cuando él estaba en el apogeo de su vida, recuerdo haber temblado cuando me miraba.
Su hijo, Konstantin, heredó todos sus rasgos. De nuevo se rebeló como un ser de gran poder. El legado de Gerhardt, asesinado, pasó a él y se multiplicó. Su vida coincidió con la etapa de mayor lucha y con el principio del fin de la Orden. Se entregó en cuerpo y alma a la lucha. La mujer que eligió como esposa no era menos extraordinaria que él, aunque no tuviera el Don. Cuando Marie Cornel llegó a la Orden, todos supimos que ella no defraudaría. Era fuerte como un roble. Sí, era digna de su marido.
Lo que jamás hubiésemos esperado es que la furia de Eckhardt se dirigiera de forma tan brutal hacia el fruto de su vientre. Cuando supimos que estaba embarazada (por aquel entonces ya era adulto y tenía mi propia familia) nos regocijamos. Sin duda, el hijo de Konstantin sería tan o más poderoso que él, dado que él lo había sido más que su magnífico antecesor.
Inexplicablemente, el Alquimista se olvidó de la Orden, se olvidó del propio Konstantin, que le infringía serios daños y ataques, y centró toda su rabia en un solo objetivo: matar a Marie Cornel.
Sí, el hermano Kurtis ya estuvo asediado antes de nacer, incluso. Pero ésa era nuestra sentencia... y en él se multiplicó por mil.
Nos volcamos en proteger a esa bendita mujer. Era valiente como el más valiente de nosotros. Aceptó su destino con un seco movimiento de cabeza y pasó los nueve meses de gestación huyendo y ocultándose, ocultándose y huyendo. Otra habría sucumbido a tanta presión, habría incluso perdido a su criatura, pero como he dicho, ella era excepcional.
Era... ¿por qué hablo en pasado? Quiera la Luz que siga con vida. He sabido que no está entre los crucificados de Tenebra.
El nacimiento del hermano Kurtis fue extraordinario, o al menos eso cuentan. A mí me han hablado muchas veces de cómo fue. Se convirtió en un rumor en la Orden, y Konstantin estaba orgulloso de que se supiera.
Marie Cornel había dado a luz sola, en medio de una pradera, en plena noche. Había salido huyendo del pueblo en el que se refugiaba entonces, a tan sólo unos kilómetros de Utah, Estados Unidos. Dos hermanos Luchadores iban con ella, custodiándola, cuando una brigada al servicio del Alquimista los atacó. Ellos los contuvieron mientras ella huía. Corrió a través de la pradera y dejó atrás la escaramuza, y cuando sólo podía oír el sonido de su propia respiración, y los grillos nocturnos, rompió aguas.
Cuentan que dio a luz allí mismo, con un pañuelo en la boca para que sus perseguidores no oyeran el mínimo gemido, y que cortó el cordón umbilical con sus propios dientes. Tras envolver a la criatura nacida, la ajustó sobre su regazo y, levantándose, prosiguió su huida. La Luz no quiso que la hemorragia acabara con ella.
Sí, sin duda es una mujer única.
Como es normal en estos casos, le ofrecimos protección. Cuando nuestras mujeres daban a luz o estaban al cargo de niños pequeños, las manteníamos en nuestras sedes. Al ser los miembros más vulnerables, estaban más a merced del enemigo.
Para nuestra sorpresa, Marie rechazó toda protección. Consideró que era más seguro alejarse de nosotros por ser lo que más atraería al enemigo. Aunque en ello se enfrentó a su marido, que ansiaba sobre todo protegerla a ella y al niño, y a nosotros, que considerábamos que cada niño nacido era valioso (dado que, por razones que no alcanzamos a comprender, las mujeres jamás han heredado el Don), ella no aceptó refugiarse en nuestras sedes. Dijo que era más seguro para ella y para su hijo alejarse de nuestra influencia. Pero nuestra Orden se guía por una disciplina muy estricta y, aunque consentimos en sus deseos (al fin y al cabo, quizá tuviera razón, dada la furia con que Eckhardt nos perseguía últimamente) jamás permitimos que estuviese completamente sola. Siempre instalamos a uno o dos de los nuestros cerca de sus lugares de refugio, que al mínimo peligro nos informaría. Marie nos hizo jurar que su hijo no vería nunca a ninguno de nosotros rondando a su alrededor.
Y así fue. Al menos hasta los cuatro años de edad, no hubo más persona en la vida de Kurtis que su propia madre, y un padre lejano e irreal a quien no vería hasta los diecisiete.
Creo que Marie albergaba la secreta esperanza de que su hijo no hubiera heredado el Don y jamás tuviera que saber nada de la Orden y de la Guerra de las Sombras. Es comprensible, ya que el Don es un regalo que exige un precio amargo a cambio, y supongo que todos hubiéramos preferido que nuestros hijos hubieran sido normales (signifique lo que signifique eso) a acabar crucificados en la oscuridad.
Por desgracia, los deseos de Marie no se cumplieron. Y Kurtis a los cuatro años tuvo que presenciar, de oídas, como Eckhardt trituraba y descuartizaba al Gran Maestre de entonces, que había ocultado a Marie y a su hijo en el sótano de un refugio. Es de suponer que nunca olvidaría algo así (aunque por supuesto jamás le hemos oído hablar de eso, como tampoco de lo que sucedió a los 10 años de edad).
Tenía, en efecto, diez años cuando tres mercenarios de La Cábala rompieron el círculo protector y asesinaron a Stevens, el hermano que entonces se ocupaba de guardar a Marie. Aquellos tres salvajes irrumpieron en la casa y pretendieron violar a la madre en presencia de su hijo. Lo que pasó entonces sólo se puede explicar por una reacción de terror frente a algo que no entendía pero que era terrible. El miedo y la angustia de Kurtis se concentraron y estallaron en su mente, liberando una energía que destruyó los elementos más frágiles que había a su alrededor (esto es, los cristales de las ventanas) y que causó la muerte de los agresores por la lluvia de objetos cortantes. Para nosotros fue señal más que suficiente. Kurtis había manifestado el Don.
Konstantin se mostró orgullosísimo al saberlo, pero pese a que lo deseaba no pudo ir a verle. Se había erigido en líder de la guerra (por blasfemo que suene, era más respetado que el propio Gran Maestre) y él era de hecho nuestra única esperanza. Era un excelente estratega y conservaba la calma incluso en momentos desesperados. Buena parte de su frialdad e inexpresividad, si no toda, fue heredada por su hijo. Como hijo había superado cien veces a su padre, y de forma inmediata esperamos tanto o más de aquel niño, que de repente se había convertido en un mito viviente.
Pero Marie se negó a vivir con nosotros. La formación estricta de un Lux Veritatis empieza a los diecinueve años, pero consideramos por lo general que es importante asesorar al niño desde muy tierna edad, ayudándole a comprender su naturaleza especial y a amarla y dominarla. Marie no nos lo permitió y lo apartó tanto como pudo de la Orden. ¿Fue ella la culpable de lo que sucedió después? ¿Inculcó a Kurtis un espíritu rebelde que desafió todas nuestras concepciones y sacudió los cimientos de la Orden? No me atrevo a afirmarlo.
Kurtis desapareció de nuestra órbita hasta los diecinueve años. Fue entonces cuando por fin conoció a su padre y él, desechando las protestas de Marie, lo presentó ante la Orden. Yo entonces estaba presenta en aquel cónclave que se celebró en Berlín, y pude verle. Sin duda era un retrato de su padre. Era un muchacho alto y fuerte, de mirada severa, que prometía mucho. Tras someterse con resignación a todas las pruebas que le hicimos, quedó patente que el Don era muy poderoso en él, tanto como lo era en su padre y lo había sido en su abuelo. Estábamos entusiasmados, pues sabíamos que a poco que lo entrenáramos sería todavía más fuerte.
Recuerdo a Marie en aquellos días, transitando huraña por los pasillos de la sede. Nunca la había visto tan furiosa. Debido a mi viciosa curiosidad, presencié una discusión entre ella y su marido. Konstantin decía que aquel hijo era un regalo del cielo, que ayudaría a la Orden a salir de la crisis y que quizá con él venceríamos por fina Eckhardt y seríamos libres por fin.
Recuerdo exactamente lo que le gritó Marie. Le dijo: "¡Pretendes convertirle en un arma! ¿Qué le pasa a tu Orden? ¿Es que no os duele la sangre derramada de vuestros seres amados? ¡Ya tenéis vuestro nuevo Mesías, a quien sacrificaréis en esta inútil causa como sacrificasteis a tu padre y como te sacrificarán a ti!".
Luego rompió a llorar y no quiso ver a nadie en semanas. Únicamente permitió el paso a su hijo en su habitación, y cuentan que le decía a todas horas: "Huye, Kurtis, huye de aquí. Esta causa sólo sirve para aniquilar vidas. No dejes que te maten. Huye de aquí."
No diré que no lo intentó. Pero tardó en intentarlo. Y cuando lo hizo, se topó de lleno con nuestras defensas, nuestros muros invisibles. La formación de un Lux Veritatis es larga y dura, y la disciplina es muy severa. Los rebeldes son castigados sin piedad, y Kurtis era más rebelde que ninguno. Se le castigaba cuando no quería entrenar el Don. Se le castigaba cuando no respondía a las preguntas que le hacíamos. Se le castigaba cuando intentaba escapar. Se le castigaba cuando agredía a sus instructores.
Era un chico muy temperamental, con habituales arrebatos de cólera y agresividad. Al no querer someterse a nuestros dictados, no controlaba bien sus aptitudes, y una vez casi mató a uno de los instructores. Le reventó una vena del estómago con sólo atravesarle con la mirada y casi falleció allí mismo, vomitando sangre. Le salvamos por muy poco.
Aunque él mismo había quedado horrorizado e impresionado, y era más que patente que no había sido su intención matarlo, se le aplicó una pena muy severa. Por entonces yo era uno de los miembros del Consejo, y me opuse rotundamente, alegando que sólo era un joven que no sabía lo que hacía y que imponiéndole más castigos sólo nos ganaríamos su odio. Pero no se me escuchó.
La pena al intento de asesinato en la Orden se castigaba con quinientos golpes de correa por todo el cuerpo y en el abandono en una celda fría y oscura durante diez días, sin agua y sin alimento. La correa estaba llena de clavos torcidos y pequeños cristales, y en la celda se estaba desnudo y era tan estrecha que sólo se podía permanecer de pie. El lector comprenderá que era un castigo demasiado cruel para un joven que no llegaba a los veinte años y que no podía controlar su ira y su inmenso poder.
Los superiores dispusieron que Marie no se enterara de aquello. Por entonces ella residía en un bloque aparte y vivía encerrada en sí misma, y Konstantin había partido de nuevo a la lucha. Me negué a estar presente en la flagelación y luego pasé cuatro días sin querer hablar con mis compañeros del consejo. Estaba muy confundido.
Al fin, decidí visitarle. Llevaba cinco días en la celda. Se mantenía de pie, como no podía ser de otro modo, pero medio reclinado en la pared trasera. Tenía los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre el pecho. Me horrorizó el estado de su cuerpo, en el que los cortes estaban aún abiertos pese a que los regueros de sangre habían coagulado. La piel tenía un tinte azulado y los labios estaban morados. Era fácil suponer, desnudo como estaba, que estaba en un estado de hipotermia.
- Hermano... – murmuré.
Él no podía verme a través de los barrotes y no oía mi voz con claridad, pero abrió los ojos y me buscó. La mirada que me devolvió bastó para leer el odio más profundo.
- ¿Eres uno de esos carniceros del Consejo?
Tragué saliva.
- Voté en contra de tu castigo. Hermano, no puedo hacer más por ayudarte. Debes someterte y recibir el entrenamiento.
- No quiero saber nada de vuestra Orden y de vuestros poderes.
- Hermano, lo que te ha dicho Marie...
- Deja a mi madre en paz. No necesito que ella me diga nada. Lo he visto con mis propios ojos. Aquí se entrena a la gente para que vaya a matarse en una guerra que desconozco y por una causa que no me importa. Yo no seré vuestro kamikaze.
No sabía qué decirle. Era la primera vez que me enfrentaba con una visión tan radical de lo que era la Orden.
- Hijo, aunque no quieras, el poder que tienes es demasiado fuerte. No podemos dejar que vayas por el mundo sin tener un pleno conocimiento de tus capacidades y sin poder controlarlas. Eres un Luchador, Kurtis, y ello implica una gran responsabilidad.
- No pienso usar esos poderes para nada. No los quiero.
- Si tú no los dominas, ellos te dominarán. No puedes rechazarlos. Surgirán en ti cuando no los invoques. Saldrán en tu defensa cuando estés en peligro. Tienes que aprender a controlarlos. Si no, serás como una bomba de relojería andante. Serás un peligro para cualquiera que esté cerca de ti. ¡Sométete!
Me escrutaba con sus ojos azules. Era sorprendente comprobar que, pese a que los ojos azules constituyen un genotipo recesivo, habían pasado de Gerhardt Heissturm a Konstantin, de Konstantin a Kurtis, y me consta que las esposas de ambos tenían los ojos oscuros, esto es, un genotipo dominante. Lo normal es que Konstantin y Kurtis hubieran tenido los ojos oscuros. Era algo muy extraño. ¿Sería aquel color extraño de ojos una manifestación genética del Don más fuerte que nuestra Orden jamás conoció antes?
Pero estoy divagando como el viejo achacoso que soy. Volvamos a lo que interesa.
- Si me dejo entrenar, – murmuró él entonces - ¿me dejaréis marchar?
Sacudí la cabeza.
- Es difícil, Kurtis. Tienes demasiado poder. Tus capacidades son de gran valor para nosotros...
- Soy vuestra arma, ¿no? El Mesías.
¡Ah, su sonrisa burlona, sarcástica!
- No gozamos con la muerte de nuestros hermanos. Las lloramos. Pero la causa del Alquimista Oscuro y de los Nephilim es algo que, si no detenemos, consumirá el mundo y acabará con los seres humanos. Ahora somos nosotros los que sufrimos, Kurtis, pero si nos rendimos, ellos pasarán por encima de nosotros, y entonces será la raza humana la que sufra... seres inocentes, indefensos, sin un Don que les ayude y les proteja. Por eso sufrimos y morimos. Porque si nos vencen, todo estará perdido.
Se separó de la pared y se acercó a la puerta. Yo retrocedí. Confieso avergonzado que me daba miedo. Me daban miedo sus ojos azul marino. Podía provocarme un derrame cerebral, si le daba la gana. Dios, estaba aterrorizado.
- Hagamos un trato, tú y el maldito Consejo, y yo.- dijo sonriendo – Voy a dejar que hagáis conmigo lo que queráis. Convertidme en una bonita máquina de matar suicida. Y luego hablaremos.
Retrocedió y se reclinó de nuevo en la pared. Temblaba de frío. Estaba cubierto de sangre. Me apresuré a volver al Consejo y hacer que le liberaran.
A partir de ese momento, no manifestó oposición a las duras pruebas de entrenamiento.
Pero sin duda no le habíamos vencido. Se sometió, sí, con la mayor resignación, a todo lo que quisimos exigirle, y le exigimos casi tres veces lo que le exigíamos a un Luchador normal. Pero él no era un Luchador normal, todo estaba perfectamente justificado. Somos conscientes de que fuimos duros y hasta desagradables, y que aprovechamos su orgullo para forzarle todavía más, porque él había jurado no mostrar debilidad ni cansancio ante nuestros ojos y nosotros lo sabíamos y todavía le exigíamos más. Pero todo estaba justificado. Con el tiempo, formamos al mejor Luchador que ha conocido hasta ahora la Orden... o que lo hubiera sido, si él se hubiera dejado. Escribimos a Konstantin y le dijimos: "Tu hijo te ha superado". Él estaba muy satisfecho.
Qué equivocados estábamos. Con cada mirada, con cada silencio, Kurtis prometía vengarse. No puedo hablar de los rituales secretos y las pruebas que realizábamos a nuestros aprendices, y no hablaré aunque me arranquen la piel a tiras. El secreto es sagrado y conmigo se irá a la tumba. Su frialdad y el desprecio casi suicida con que se enfrentaba a nuestros retos nos asustaba en cierto modo, pero no pensamos que contara cada día que pasaba como un paso más hacia la libertad y hacia el día de su venganza.
Que por cierto, no existía. En las vísperas de su nombramiento, habiendo acabado su instrucción de forma brillante, le anunciamos que iba a ser inmediatamente enviado junto a su padre, para luchar, y le soltamos un discurso en el que le conminábamos a entregarse por completo para ganar la guerra. Le dijimos que era el instrumento de nuestra victoria. Se limitó a sonreír.
Aquella noche intentó suicidarse por primera vez. No lo esperábamos. Para nosotros el suicidio es un acto cobarde, vergonzoso, indigno. Desde luego, muy impropio de él o de la imagen que nos habíamos formado de él.
Luego lo intentó tres veces más. Intentó colgarse. Luego, se cortó las venas, y por último lo encerramos y él rompió la bombilla de la lámpara y se tragó los cristales. Aquella vez casi no logramos salvarle. Sólo nos sirvió para que nos odiara todavía más. ¿Y por qué? ¿Acaso intentábamos matarle?
Cuando aquellas tendencias suicidas parecieron remitir, iniciamos los rituales de consagración. Muchos de nosotros no teníamos claro que él estuviera preparado. Yo literalmente definía que estaba trastornado y que era más un peligro que la salvación de la Orden.
Por enésima vez, no se me escuchó. Su habilidad, inteligencia y capacidad eran tan impresionantes que tenía cegados a muchos.
Pasó por los rituales con mansedumbre y dejó que le tatuáramos al Sagrado Símbolo en el hombro. Pero la víspera de partir al frente, desapareció.
Si sólo hubiera sido eso. Pero cometió el mayor de los sacrilegios. Asesinó a uno de nuestros hermanos, un compañero suyo, Luchador, que trató de cortarle el paso. Le plantó cara, se pelearon y él lo mató. Luego huyó.
Para muchos fue un gran golpe. Para mí, una catástrofe anunciada. Se culpó a Marie, a quien se consideró cómplice de la huida. Me avergüenzo de esto porque ella ya tenía bastante con su sufrimiento interior. La increpamos y ella desapareció también, al cabo de unos pocos días.
Supongo que ya nada la ataba a nuestra Orden.
Cuando Konstantin supo esto, montó en cólera y renegó de aquel hijo suyo, en quien había puesto todas sus esperanzas, y que ahora le traicionaba y le cubría de oprobio de tal modo.
A partir de este momento, mi información sobre el hermano Kurtis se difumina. Parece ser que se reencontró con su madre y le buscó un refugio seguro. Luego, ingresó en la Legión Extranjera, la facción más disciplinada del Ejército, donde criminales y asesinos prestan su servicio a cambio de huir de las penas de cárcel y muerte. Desde luego, fue sumamente inteligente, ya que los antecedentes personales son eliminados y hay absoluto anonimato sobre la identidad del soldado. Adoptó un apellido falso y permaneció cinco años en los que debió dar rienda suelta a su furia y a su violencia. Si era la muerte lo que buscaba, desde luego no la encontró, y al cabo de un tiempo le expulsaron "alertados por extraños sucesos y fenómenos que aterraron a sus superiores".
Yo sé qué era. Los demonios. Al fin le habían encontrado, y le perseguirían para siempre.
Le perseguirán hasta su muerte.
Posteriormente tengo noticia de que entró a trabajar en la agencia de mercenarios de Marten Gunderson, un bruto visceral sin pasado ni futuro que, para más inri, pasó a servir nada menos que a La Cábala. Kurtis huyó al poco tiempo de saberlo. Afortunadamente.
A partir de ese momento, pierdo su pista. Me contaron que ha decidido vengar la muerte de Konstantin, pero su intento será el intento de un loco. Ahora que estamos casi todos muertos, ahora que está solo, de nada le va a servir su asombrosa capacidad.
Mi rencor es fruto de mi amargura, ya lo sé. Pero no logro comprenderle. Quizá...
Quizá la clave es que el hermano Kurtis se odia a sí mismo tanto como nos odia a nosotros. Ha elegido para él una vida de penurias y desesperanza, una vida quizá no muy similar de la que hubiera disfrutado en la Orden. Creo que a estas alturas no es justo juzgarle. Quién sabe... quizá fuimos nosotros los que nos equivocamos. Quizá por eso hemos perdido".
*******************
La escritura se detenía en aquel momento. Lara alzó la vista. Le latían las sienes, como si un dolor de cabeza fuera a reventarle el cráneo.
De modo que eso era. Era aquél el motivo, un motivo visto a través de los ojos de un cercano, de la introversión, frialdad y aislamiento de Kurtis. Aquél era, al menos en parte, el hombre del que se había enamorado.
Lo cierto es que tras descubrir todo aquello, no es que le odiara ni le repugnara. Sencillamente lo veía todo más claro. Le sorprendió comprobar cuán cerca estaban el uno del otro, en cuánto de parecían. Una vida impuesta, obligada. Una vida asfixiante de la que se quería escapar.
Ella, con todo, jamás intentó suicidarse. Pero a ella jamás le exigieron duras pruebas físicas, ni le aplicaron castigos físicos, ni pretendían enviarla a matarse por una causa en la que no creía. Sonrió con amargura. Ella, que se había creído una heroína, que lo era, pero no por haber salido corriendo de un salón enjoyado.
Se levantó, sujetando el fajo de papeles, cuando de pronto uno resbaló al suelo. Se quedó de piedra. Aquél no lo había visto. Lo recogió, sorprendida, pues se trataba de un papel que había estado arrugado formado una bola y rígido por lo que parecían ser oscuras manchas de sangre. Lo alisó un poco y lo leyó.
Luego alzó la cabeza y miró a su alrededor, aturdida. Nada justificaba la presencia de aquel papel allí. No tenía sentido...
Mi nombre es Kurtis Trent, hijo de Marie Cornel y de Konstantin Heissturm, no Trent, porque ése no fue su auténtico apellido, sino un sobrenombre que yo creé cuando decidí desaparecer del mundo y perderme en la Legión.
Sabéis, cuando entras en la Legión, te conviertes en una máquina de matar, dejas de tener pasado y el futuro no te importa, te vuelves de acero por dentro y por fuera y llegas a olvidar que una vez fuiste otra cosa. La Legión es refugio de criminales y asesinos, no importan los antecedentes, cualquier atrocidad que hayas cometido se borra por el servicio que prestas, un duro servicio en la facción más dura del ejército, donde basta con que tosas delante de un superior para que el castigo que recibas te haga perder para siempre las ganas de toser.
Pero yo no era un criminal. Al menos no lo era cuando entré allí. No era como los otros, no buscaba convertirme en la máquina de matar en que me convertí ni disfrutaba con ello. Yo sólo quería borrar mi pasado y dejar atrás el maldito destino que me había tocado.
Porque soy el último de los Lux Veritatis, una Orden antigua de guerreros místicos, exterminados y masacrados por La Cábala, ese antro de ratas comandadas por ese sádico de Eckhardt. No diré que éramos inocentes. Al fin y al cabo, nosotros también hicimos lo imposible por acabar con ellos, y matamos a muchos. Pero ellos eran el Mal mientras que nosotros éramos el Bien. O al menos eso me enseñaron. Ahora ya dudo de muchas cosas.
¿Fui un cobarde por escapar de una lucha en la que no quería estar, de renunciar a un don que se me había concedido y renegar de un destino impuesto, para buscar refugio en la Legión? No lo sé, yo no entiendo de honor, pero sé que no hay honor en morir sin causa, y entonces aquella causa no era la mía.
De qué poco me sirvieron los cinco años que pasé en la Legión. Los que me perseguían acabaron encontrándome, y mis férreos superiores temblaron de miedo al percibir siquiera lo que yo era o podía llegar a ser. De nuevo tuve que huir. Toda la vida huyendo, huyendo de esta maldita herencia, para que ella te encuentre allá donde vayas.
De legionario pasé a ser mercenario. Cometí atrocidades que no quiero recordar. Mi pobre madre, que tanto sacrificó por mí, se avergonzaría de llegar a saber lo que hice. Paradójicamente, quien entonces era mi jefe y mi mejor amigo, Marten Gunderson, acabaría siendo la mano derecha de Eckhardt. Una de las ironías más crueles de la vida es que durante mucho tiempo estuvo buscándome sin saber que era yo a quien buscaba. Pero antes le descubrí yo a él y puse tierra por medio. Una vez más.
Y entonces mataron a mi padre. Konstantin, el guerrero, el que nunca renunció nada, el que se sacrificó por su Orden hasta el final. Yo apenas llegué a conocerle, su cadáver me era tan ajeno como cualquier otro. Pero ante su vista hice un juramento. Se había acabado el negar lo que yo era. Me resigné a ser Kurtis Heissturm. Me resigné a ser el Cazador de Demonios.
Este juramento me pesa como una cadena. Me da la impresión de que nunca me libraré de él. No hasta que vea a Eckhardt muerto y pague por sus crímenes. No hasta que se haga justicia.
Y he estado solo... hasta ahora. Alguien me ha tendido la mano desde la otra orilla, una mujer tan singular como extraordinaria. Su causa no es la mía pero no dudará en vengarnos a todos... incluido a mí, que agonizo sobre esta rejilla y me desangro con lentitud mientras espero que regrese. Porque ella no fallará, estoy seguro, no fallará como fallé yo. En sus manos está el final de todo, gran paradoja, a mi Orden y a mi padre los vengará una mujer ajena a nosotros...
Las sombras danzan a mi alrededor y nublan mi vista. El dolor es tan fuerte que ya ni lo siento. Vuelve, Lara. Vuelve victoriosa junto a mí, yo te indicaré el camino. Estoy herido, pero no he muerto todavía. Y morir es lo último que pienso hacer... podréis herirme, podréis quitarme de en medio, pero nunca me mataréis. ¡Palabra de un Lux Veritatis!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top