Capítulo 32: Evasión

Envuelto en silencio, Samael el Caído miraba la vacía oscuridad.

Era el ente más antiguo del planeta. Hacía milenios que recorriera el camino de las alturas hasta los abismos. Fue una caída eterna, dura. A cada palmo que lo arrancaba del lugar de los ángeles y lo llevaba hacia el vacío, una parte de él se desgarraba, se desintegraba.

Con todo, no murió. No desapareció. Era un ángel, y los ángeles no mueren.

Pero con qué vivida nitidez recordaba los tiempos en que era el más hermoso, en más luminoso de todos los ángeles. También el más despierto. Y sí, seguía siendo hermoso. La derrota no le había convertido en el engendro horrible de patas de cabra y cuernos retorcidos que los cristianos se imaginaban.

Satanás. Así le llamaban. Satanás. A Él ese nombre no le decía nada, lo mismo que los otros nombres que recibía, una larga lista interminable... Belcebú, Lucifer...

Él era Samael, el Luminoso. Y aunque llevara tanto tiempo morando en las tinieblas, seguía siendo hermoso, seguía estando lleno de luz. Samael.

¡Ah, el Día de la Caída, qué dolor! Pero todo había empezado por Ella.

Extendió los brazos hacia Ella, que dormía desde hacía siglos, y rozó sus senos, sus suaves párpados, la curve dulce de los labios, sus cabellos albinos. Ella dormía, y él la había velado desde entonces.

Lilith, Lilith. Mi amada, mi esposa, mi pecado. Por ti planté cara al Altísimo. Por ti estamos en las tinieblas. Pero no habría ido a ningún otro lado.

¡Ah, cómo la recordaba, cuando Yahveh la había presentado al mundo! La primera mujer mortal. Les había parecido frágil, tan blanca, tan delgada, con aquellos cabellos dorados. Al abrir los ojos, le había mirado, a Él, que siempre estaba junto al Altísimo. ¡Y qué hermosa! ¿Algo así debía morir?

Y entonces lo que había dicho Miguel el Arcángel: Está destinada a Adán. Va a ser su esposa, para que generen la progenie de los mortales.

¡A Adán! ¡Al torpe, al bruto de Adán! Sólo imaginársela a merced de aquel simio le enloquecía. Tan delicada, tan dulce. Lilith. Se enamoró de aquella criatura preciosa que no estaba destinada a Él. Pecó, sí, pecó. Contradecir al Altísimo era pecar.

Sí, decían que la Caída la habían originado por traición. Por no respetar al Hijo mortal que Yahveh quería destinar a la redención. Qué sabían ellos. La Caída había sido por Lilith, única y exclusivamente por Lilith.

Adán la bestia no había sabido tratar como se merecía el hermoso don recibido. La humilló, la poseyó como los animales poseen a sus hembras. En teoría, eso era lo correcto. Debía haber progenie. Pero Ella, que había visto a Samael y conocía los pensamientos de los ángeles, y que había sido creada mucho más inteligente que Adán, huyó de su lado. No le soportaba. El Altísimo se enfureció y amenazó con eliminar a sus hijos si no volvía con la bestia. Y Ella dijo no.

Ah, cómo la recordaba... la había visto, a las orillas del Mar Rojo, arrodillada en la arena, gritando, los brazos extendidos, la cabeza echada hacia atrás, la espuma rozando su vientre fecundado por enésima vez. Gritando desgarrada.

Eh, Yahveh, mátalos. Acaba con ellos uno por uno, si lo deseas. Acaba con éste que aún llevo en mi vientre. Pero no volveré con él.

La cabellera dorada al viento. Los ojos oscuros arrasados de lágrimas. Y en aquel momento, Samael hizo lo que estaba prohibido. Bajó junto a ella y se le hizo presente. Ella le devolvió la mirada, y dejó de gritar.

Si vienes a mí, yo te haré más feliz que los ángeles del Edén, le había dicho. La belleza del ángel era tan deslumbradora que ella se cubrió los ojos.

¿Has venido de parte de Él? ¿Me entregarán de nuevo a Adán?

No, le dijo. Ella jamás volvería. Se había prendado de su pureza, de su hermosura. La astuta, la inteligente Lilith.

Por ti me condené a las tinieblas. Amor mío, amor mío.

Una nueva esposa, más humilde, más corta de luces, fue dada a la bestia de Adán. Eva. Ella cumplió mansamente con lo que se esperaba de ella, aunque acabaría traicionándole también, porque era lo que Adán merecía. Eva nació del propio Adán, y le fue fácil someterse a él.

Pero Lilith... Lilith... debía acabar. Era demasiado rebelde, demasiado vengativa. Pero incluso Yahveh no se atrevía a dañarla. ¡Era tan perfecta!

Él la salvó. Sí, Samael la salvó. Hizo lo que no podía hacerse. Le dio su sangre. Abrió su cuello, dejando fluir la savia espiritual y Lilith puso los labios en Él. Ah, aquel éxtasis. Mi amada, mi hermosa. Al poco cambió y se transformó. Se hizo inmortal, y su belleza se multiplicó por el infinito. Dolía verla, de tan bella y pura que era.

Y entonces la furia de Yahveh. El Consejo de los Ángeles.

¡Samael, Samael! ¿Quién sino Yo tiene voluntad de dar la vida eterna? ¿Quién sino Yo debía decidir el destino de la mortal Lilith? Al darle tu sangre inmortal, has creado un ser impuro, un ser que no cuenta con Mi bendición. ¡Sea pues, destruido!

Lilith no se sometió. Cuando trataron de atacarla, se elevó por los aires. No me tocaréis, había dicho. Ya basta de esclavitud. Eh, hermano, esposo Samael, ven conmigo. La hora ha llegado.

Dos bandos. Los ángeles, divididos. Muchos se unieron a su causa. La batalla había durado milenios. Y finalmente, la derrota. El Altísimo estaba demasiado resguardado por los suyos.

Y Miguel, el arcángel, quien fuera amigo y compañero suyo, aplastó su sien con el talón de su pie.

Retráctate, Samael, deja que esa infame se precipite a los abismos. Tú aún puedes ser redimido. Yahveh te perdonará, eres uno de sus más queridos.

Pero Samael había cerrado los ojos.

Es mi esposa, mi amada. Donde ella vaya, yo iré.

Luego vino el golpe y la Caída. Miles cayeron junto a él. Desterrados del Edén, hundidos en el abismo. Cuando pudo alzar su esencia del polvo, los hermosos ángeles que le habían secundado se habían transformado en horribles engendros, sedientos de sangre, que se extendieron por el mundo para tormento de los mortales. Desgarrado, Samael extendió los brazos para hallar a Lilith.

Ambos se mantuvieron hermosos y puros. Ése sería su castigo. Morar para siempre en las tinieblas, rodeados de los engendros que ellos mismos habían creado.

Pero el amor podía con todo. Engendraron una raza de seres tan altos y tan hermosos como ellos. Sí, moraban en la negrura, pero Samael nunca se arrepintió de haberle girado la cara al Altísimo.

Desde su silenciosa mansión, el ahora llamado Maligno por las generaciones mortales pasó la eternidad observando el silencio a los humanos que nacían y morían. Cuánto los amaba. Le recordaban a la Lilith mortal, tan frágiles y delicados. Sí, ellos le odiaban, le tenían miedo, porque no le conocían, pero Él los amaba. Eran perfectos en su imperfección, bellos en su fealdad. Los amaba casi tanto como los demonios les odiaban, desgarrados por su deformación.

Se tendió sobre Ella y la besó. Los párpados le vibraron, el celestial cuerpo se estremeció. Pero siguió dormida. Dormía desde que sus Hijos la traicionaran terriblemente, la decepcionaran. Samael había velado en silencio su sueño. No había lugar a la prisa, a la impaciencia. Tenían toda la eternidad por delante y Ella era suya.

Bajo sus dedos, notó el hermoso seno latir suavemente. El corazón oscuro empezaba a llenarse de energía. La hora de su despertar estaba cerca.

¿Qué te inquieta, amada mía?

Samael recibió sólo el silencio por respuesta, mientras giraba su visión hacia el mundo mortal.

Él adoraba aquel silencio.

*******************

Fue entonces cuando Schäffer lo vio todo claro. O al menos, lo intuyó. De nada servía seguir esperando... tenía una fe plena en su Señora, pero hubiera tenido que ser ciego para no notar que algo estaba escapando de la situación que ella creía tener controlada.

A buen seguro que no estaba en los planes de Betsabé que aquello sucediera.

- ¡Incorporadla, maldita sea! – aulló - ¿Respira?

Habían encontrado el cuerpo de Giselle, de bruces, rígido como un tronco de leña. Las dos auxiliares que había llamado, temerosas, la levantaron y la tumbaron en la camilla, mientras un médico la examinaba ceñudo.

- Le han puesto morfina.- indicó – Dios, podrían haberla matado...

- ¿Vivirá? – indicó el mercenario, impaciente.

- Sí, por supuesto.

- Bien. Ocupaos de ella.

Se ajustó el guante y salió. Avanzó con rapidez por el pasillo, seguido de dos de sus hombres, mientras iba impartiendo órdenes:

- Esparceos las brigadas 3 y 4 por la playa. El resto que vengan conmigo. Ya está bien de tanta avioneta sobrevolando la Isla. Si quieren guerra, no habrán de esperar más.

- ¿Entonces...?

Preparad los misiles.

***************

A medio camino, Lara y Kurtis se detuvieron. Oían voces y gritos por el pasillo, y sonido de botas retumbando contra el suelo.

- Schäffer ha desplegado a los suyos.- indicó Lara, y tanteó el comunicador - ¡Justin! ¡Tened cuidado allá arriba, creo que van a atacar!

- Recibido. – respondió la voz difusa del soldado – Plantaremos cara.

Kurtis se había adelantado unos pasos, sujetando en la mano la Boran, que Lara le había devuelto. A unos metros de él, vio doblar la esquina a Maddalena y a Radha. Ambas iban magulladas, la pelirroja estaba sumamente pálida, pero la joven parecía serena. Se acercaron a toda rapidez hacia ellos.

- ¡Gracias a Dios! – exclamó ella, y luego miró estupefacta a Kurtis, que no tenía una sola marca.

Radha había corrido hacia Lara y la abrazó instintivamente, mientras hablaba atropelladamente en su idioma, explicando lo que había pasado. Todavía le estaba hablando cuando, de repente, las luces se desconectaron. Fueron apagándose, una tras una, bruscamente, y quedaron en la mortecina oscuridad.

- No nos van a dejar salir.- comentó Lara, buscando una linterna.

- Eso lo vamos a ver.- gruñó Kurtis.

Agudizaron el oído. Se les oía acercarse desde los pisos inferiores.

- No hay posibilidad de salir por abajo.- añadió Lara – Las mazmorras, los pisos inferiores, estarán vigilados. La única opción...

- ... es ir arriba.- concluyó Maddalena. Tenía la voz desfallecida – Hay una azotea con un helipuerto vacío. ¿No teníais un helicóptero?

Entonces oyeron la voz de Kurtis en la negrura:

- No podrán bajar. Les dispararán.

- Hay que intentarlo, Kurtis.

- ¡Ya vienen! – gritó Radha, que estaba asomada a las escaleras.

Echaron a correr en busca de las escaleras ascendentes.

********************

Sollozando de dolor, de rabia, de humillación, Betsabé se desplomó sobre el círculo sagrado.

Esta vez la Gran Diosa vino a ella sin que la invocara. Le bastó oír el llanto de su Hija para hacerse material y corpórea frente a ella.

Se inclinó y apretó su cabeza contra sus senos, mientras le deslizaba los finos dedos por el cabello y la rodeaba con sus brazos. Ella estaba desfallecida, casi inconsciente.

Le echó el rostro atrás y bebió las lágrimas plateadas que le descendían por las mejillas. El llanto fue remitiendo. Estar en brazos de Lilith era la fuente de toda consolación. Poco a poco, sintió recuperar las fuerzas.

Mi Hija, tú, mi amada... ¿cómo ha podido hacerte tanto daño?

Podía sentir la profunda herida que llevaba dentro. Ella, que era fuerte y eterna, que podía barrer la vida de un solo golpe, podía ver el daño recibido. La veía como una úlcera sangrante dentro de ella. En aquel momento, estaba más débil que nunca. Su vida no corría peligro, ya que sólo el cristal del Orbe podía matarla, pero un niño mortal tenía más fuerzas en aquel momento.

Al fin, Betsabé pudo hablar.

- Hizo lo que está prohibido, Madre. Me tocó... me sujetó por la fuerza. Traté de soltarme, pero no pude. Empezó a absorber mi energía... ¡me arrebató el poder por la fuerza! Se curó a sí mismo robándome las fuerzas...

Un sollozo cortó sus palabras. Los labios de Lilith seguían besando sus lágrimas. Ella se sentía confundida y furiosa, no entendía por qué sus ojos echaban agua...

Porque tu cuerpo mantiene la esencia de cuando era mortal. Ah, adoro las lágrimas de los mortales. Cuántas derramé yo cuando sólo era una mujer entregada a un bruto visceral. No te avergüences de tu debilidad, Hija, vas a ser vengada.

- ¿Y cómo lo haré? ¡Le basta cogerme las muñecas para empezar a absorber mis fuerzas! ¿Quién le dio tanto poder a ese hombre?

En él se concentran los dones y la magia de su Orden. Él no lo sabe, pero es más fuerte que todos sus antecesores. Es más, Hija mía, él no sabe lo que te ha hecho ni cómo lo ha hecho. Te aseguro que su intención era únicamente proteger a la mujer mortal, apartarla de ti. Lo demás ha surgido solo, pues son fuerzas muy potentes las que guardan a ese hombre. Por ello debe ser guardado hasta que esté ante mí. Ten paciencia, Hija mía, te repondrás de este ataque.

El dolor iba remitiendo. Aún se sentía débil, pero al abrir los ojos se encontró con la mirada insondable de Lilith. Se estremeció cuando sus labios se deslizaron hasta su boca.

- He fracasado. Mi plan no se ha llevado a cabo.

En absoluto. ¿Crees que mis ojos no ven nada? Duermo pero estoy alerta. Ha sido para bien que él cometiera semejante sacrilegio contra ti. Hasta ahora, era demasiado puro a los ojos de los inmortales. Mi Esposo no podría haber visto culpa en él... ¡ah, Él y su amor a los mortales! Pero quien fuerza a un ángel comete pecado, y en eso seremos como el Altísimo: no perdonaremos.

- ¿Qué debo hacer pues ahora, Madre?

Duerme, reponte en mis brazos. Deja que todo siga su curso. Cuando despiertes, estarás fortalecida y preparada. El momento llegará, Betsabé, hija de Karel. Duerme.

Flotando en una neblina fría, la hermosa se abandonó entre los blancos brazos de la diosa.

*****************

Lo de los misiles no era ninguna broma. Apenas las avionetas se dejaron ver de nuevo entre las nubes, se oyó un tremendo estampido. El misil impactó en la cola de una avioneta que cayó dando vueltas al mar y estalló poco antes de impactar contra las olas.

- ¡Cabrones! – gritó Justin al ver aquello.

Vio a los soldados desplegarse por la playa. Muy bien.

Mandó disparar contra aquellos. De nuevo otro misil abatió otro avión. Una nueva ola de fuego. Aquella iba a ser difícil.

- ¡Lara! – gritó por el comunicador - ¡Disparan misiles contra nosotros!

- ¡Vamos a intentar subir hasta el helipuerto superior! – le oyó gritar – Que se acerque el helicóptero, mantened entretenidos a los demás!

Asintió y se ajustó los guantes.

- Vamos allá.- murmuró.

***************

El ascenso fue interminable. Radha sentía un dolor tremendo en el pecho al quedarse sin aliento, pero supuso que Maddalena sufriría más, lastimada como estaba.

La puerta que conducía a la azotea la derribó Kurtis de una patada. Pero no salieron inmediatamente. Él y Lara se pegaron a la pared y escrutaron hacia el exterior. Todo lo ensordecía el ruido de las hélices del helicóptero, que descendía lentamente. Casi lograba encubrir las explosiones y los fogonazos del exterior de la isla.

Ya veían a la gente de la cabina haciendo señas. Marie y Marcus estaban allí. Lara les hizo un gesto. Luego se giró hacia ellos:

- Radha irá primero. Yo la cubriré.

- No, la cubriré yo. – dijo de pronto Kurtis.

Lara frunció el ceño.

- Kurtis...

- Confía en mí. No me dispararán. Y si lo hacen, no me alcanzarán.

- ¿Cómo puedes estar tan seguro?

- No lo sé, pero lo estoy.

Finalmente, ella asintió. En ese momento, se oyó une tremenda explosión. Se encogieron contra la pared, y vieron una estela de fuego que se dirigía hacia el mar.

- ¡Han derribado otro avión! – exclamó Maddalena, aterrada.

- Vamos, Radha.- urgió Kurtis.

La muchacha se pegó a él. Al verla, Lara se sorprendió de lo que había crecido desde la última vez que la había visto. Le llegaba al hombro a Kurtis, y eso que él era un hombre alto. Había dado un estirón tremendo.

No tuvo tiempo de pensar más, ya que en ese momento ambos salieron disparados hacia el helicóptero, que planeaba casi rozando el suelo. El rugido de las hélices era realmente ensordecedor, y el viento sacudió la oscura cabellera de la joven, envolviendo su cabeza en una nube negra.

Debería haberlo supuesto. En el momento en que los vieron salir, unos diez mercenarios salieron de diferentes recodos de la azotea para atacar. Lara, con todo, no esperó a verlos heridos. Desde su parapeto sacó el arma y empezó a dispararles. Una lluvia de metralla azotó la puerta de acero y se apresuró a esconderse tras ella, mientras Maddalena se encogía a su lado, observando las chispas que salpicaban la puerta.

Para Radha ningún trecho recorrido en su vida se le hizo más largo que aquella veintena de pasos. Llovían los proyectiles a su alrededor, pero ni siquiera tuvo tiempo de gritar. Corrió resguardada por Kurtis y aunque todo lo vio a cámara lenta, al fin vio los brazos morenos de una mujer de piel oscura que se tendían hacia ellos y en un tirón, la subieron al helicóptero.

- ¡Sube, pequeña! – dijo la mujer.

Kurtis ya había retrocedido hacia la caseta de la escalera. En ese momento algo explotó cerca de él y salió despedido contra la pared. Una granada.

- ¡Kurtis!

- Estoy bien.- dijo, colocándose junto a Lara.

Maddalena, que estaba asomada a las escaleras, gritó:

- ¡Hay soldados subiendo!

- Pues vamos allá.- determinó Lara – Los tres.

La pelirroja se conminó a controlar el temblor de sus piernas (bajo los pantalones, aún las notaba pegajosas de restos de sangre) y cuando salió corriendo, el aire le azotó la cara y otra explosión de fuego le cegó los ojos. Hubo un momento en que sus ojos se dirigieron a la playa y distinguía las sombras de bultos echados en la arena. Eran los cuerpos de los mercenarios caídos, remojados cada uno en su propio charco de sangre.

Luego se vio impulsada hacia arriba y subió.

Se encontraba a punto de subir Lara cuando un grito les detuvo. Sentada como estaba ya, vio en el marco de la puerta a Adolf Schäffer. El jefe no dijo nada. Simplemente disparó.

Maddalena soltó un grito. La bala dio en el tapizado y saltó una bola de espuma. Desde el asiento trasero, Marcus gritó:

- ¡Dios! ¡Subid de una vez!

Como tenían a su jefe allí, y se estaba adelantando unos pasos, los mercenarios no dispararon más. En el momento en que Lara se impulsaba para subir, otra bala le rozó el muslo. Un chorro de sangre saltó y salpicó la blusa de Maddalena, que soltó un grito de horror.

Kurtis se interpuso y disparó a Schäffer. Llevaba chaleco antibalas y no le alcanzaban, pero le disparó repetidas veces y lo hizo retroceder hasta caer el suelo, aullando de dolor, con las costillas dañadas. Fue la indicación para que sus hombres se abalanzaran hacia él y volvieran a disparar.

Pero Lara y Kurtis ya habían subido y la puerta se cerró de golpe. Las balas no pudieron ya sino dejar un leve inflamiento en el cristal.

- ¡No os preocupéis! – dijo el piloto - ¡El mejor blindaje de la Armada Británica!

Lentamente comenzaron a ascender. Lara se reclinó en el asiento, y ya estaban Marie y Marcus junto a ella, examinando el muslo herido.

- No es nada.- murmuró, y miró sonriendo a Kurtis – Hemos escapado.

Él le devolvió la sonrisa.

El dolor iba desapareciendo y la sangre ya no manaba. Marcus movía sus dedos sobre la herida.


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