Capítulo 31: La profecía

No llevaba ni dos horas dormido cuando un extraño sonido le despertó. Parecía alguien gimiendo. Abrió los ojos, alarmado, pero lo único que vio fue su portátil abierto y las despampanantes chicas desfilando una detrás de otra en la presentación del salvapantallas. Se le estaban cerrando de nuevo los ojos cuando oyó de nuevo el gemido, esta vez más fuerte.

Alguien lloraba en la habitación de al lado.

Se levantó con sigilo, se puso los pantalones y salió con cautela al pasillo. Tal y como había sospechado, los gemidos procedían de la habitación de Selma. Llamó suavemente a la puerta, y en ese momento se detuvieron.

- ¿Princesa? ¿Estás ahí?

Hubo unos instantes de silencio, y entonces la voz ronca de Selma:

- Vete. Déjame en paz.

- Zip se rascó la nuca.

- Desgraciadamente ya me has despertado. Y no creo que pueda dormir teniendo tanta infelicidad al otro lado de la pared.

Al no tener por respuesta más que silencio, Zip abrió la puerta y entró.

- En la habitación en penumbra, la arqueóloga turca estaba sentada en el suelo, al lado de la cama, abrazándose las rodillas y con la cara hundida en ellas. Zip se acercó y se sentó a su lado, luego de comprobar que llevaba un camisón.

- Bueno... vamos a ver.- carraspeó - ¿qué triste recuerdo ha promovido esta peculiar serenata nocturna?

Selma alzó el rostro, húmedo de lágrimas.

- ¿Siempre bromeas con todo?

Zip se encogió de hombros.

- Soy así y no podría ser de otro modo. Cuando alguien dice algo, necesito hacer un chiste. No es que mi vida haya sido perfecta y cachondearme de todo lo que puedo me ayuda a hacer este mundo menos oscuro de lo que parece.

Selma sonrió. Permaneció otro momento en silencio y entonces murmuró:

- Al Jazeera...

- ¿Cómo? Perdona, princesa, pero lo de aprender turco lo tengo en Tareas Pendientes.

Ella se echó a reír.

- ¡No es turco, es árabe! Al Jazeera... Al-Jazira. Mi apellido.

- ¡Toma, como el canal islámico!

A pesar de la penumbra, Zip vio perfectamente que ella le estaba fulminando con la mirada.

- ¡El canal islámico! ¡Todo el mundo dice lo mismo! Al-Jazira es un apellido más antiguo que cualquier televisión o medio de comunicación. Cuando Muhammad llevó la palabra de Alá a las tribus de Arabia, ese apellido ya existía, dando nombre a los clanes más excelsos de los saudíes.

- Ok, captado. No vuelvo a cagarla. ¿Y por qué lo has dicho?

Selma recostó de nuevo la cabeza en las rodillas.

- ¿Sabes qué significa Al-Jazira en árabe?

- Todavía no, pero apuesto a que pronto lo sabré.

Ella volvió a sonreír. Ya no lloraba.

- Mi padre no era turco. Era saudí. Había nacido en una de las familias más nobles y encumbradas de Arabia. No pertenecía a la realeza ni tampoco estaba vinculado al canal televisivo, pero era rico. Él partió a Turquía en busca de un ambiente menos opresivo. Sabes, en Turquía las cosas son diferentes. Arabia es un hermoso refugio para los hombres y sus derechos, pero un infierno para las mujeres. Ocurren cosas... pero, ¿para qué voy a hablar? ¡Todos lo sabéis!

Por una vez, Zip no dijo nada. Selma se enderezó y siguió hablando.

- Él había crecido viendo a su madre y a sus hermanas en una situación rayando la esclavitud. Nada les faltaba, excepto la libertad. Libertad para ir a donde quieras, libertad para casarte con quien quieras, libertad para tener o no hijos, libertad para hablar... nada de ello les estaba permitido. Las cosas siguen así, pero mi padre, que era un hombre excepcional (sí, hay hombres excepcionales entre los musulmanes) caló muy hondo aquellas imágenes y se las llevó consigo. Allí conoció a Nilufer... mi madre, que estudiaba arqueología y fue del primer colectivo de mujeres turcas que, junto a algunos hombres, empezaron a ser dueñas de sus vidas.

Se retorció el mechón de cabello, ausente.

- No fue vida fácil la que vivió ella. Tampoco la mía. Ella me transmitió la pasión por la arqueología. ¡Si habré luchado por esa causa! Y ahora... ¿qué me queda?

Hundió la cabeza en las rodillas y volvió a sollozar.

- Eh, princesa, vamos... no es cierto que no te quede nada...

- Isla.

- ¿Perdón?

Había alzado de nuevo la cabeza, y sonreía amargamente.

- Isla. Eso es lo que significa mi apellido. Una isla. Perdida, desolada, en medio del océano... sin nada que ver, sin nada a qué agarrarse, excepto agua... mi padre fue una isla y yo también soy una isla. Y siempre estaré sola.

Los sollozos arreciaron. Zip, por una vez, no sabía qué decir, ni tenía un buen chiste a mano para aliviar la situación.

- Tu padre no se quedó solo. Encontró a Nilufer. Y tú...

- Yo tuve a mi Ahmad y me lo arrebataron. Le asesinaron. Le encontré tendido cerca de la entrada de la excavación... todos mis amigos muertos... de qué me sirve ahora ser quien soy. No me queda nada. No me dejan ni siquiera excavar.

- Has servido mucho. Has ayudado a Lara, has ayudado a Kurt. Las cosas hubieran sido mas difíciles para ellos de no contar con tu apoyo. Les has solucionado bastantes marrones con el Gobierno turco, ¿no es así?

- Y qué hago ahora, aquí, esperando mientras los demás luchan por quienes aman. ¿Soy tan inútil y cobarde que sólo sirvo para esperar?

- ¡En absoluto! ¿Crees que he olvidado a la heroína aguerrida que plantó cara a las mantícoras y las ahuyentó blandiendo una vara de plata?

Selma se reía de nuevo. Qué bonita estaba cuando reía, cuando le brillaban aquellos ojos tan oscuros, tan negros.

- Estaba muerta de miedo entonces. No soy como Lara y Kurtis. Ellos son fuertes. Yo no.

- Tu fortaleza es de otra clase, Selma. Qué diablos... si hace falta estar muerto de miedo para sobrevivir, bienvenido sea. A mí no me pareces cobarde ni inútil. Estás ayudando. Estamos ayudando, tú, Vlad y yo. A nuestra manera.

Se acercó más a ella, y distraídamente, empezó a retirarle los húmedos mechones oscuros de su cabello que se le habían pegado a las mejillas.

- Cuando te vi por primera vez, pensé que eras la criatura más adorable del mundo – confesó, sin poner reparo a lo que decía – Sé que soy un pelmazo y que probablemente yo no te importe nada, pero eso fue lo que me pareciste. Tan bonita y tan dulce en tu soledad. Hubiera matado a ese cerdo italiano de haber seguido tocándote.

Ella reclinó la cabeza en su hombro y murmuró:

- No me recuerdes eso, por favor.

Le estaba besando el cuello. Lentamente, sus dedos oscuros se deslizaron por su nuca y tantearon el suave cabello negro, de un modo completamente diferente a como lo había hecho Sciarra. Se estremeció.

- Lo siento por tu Ahmad, princesa... pero no puedes desperdiciar toda tu vida llorándole. Selma la isla... esa isla debe dejar de existir. Ya no vas a estar sola nunca más. Eres joven y eres preciosa, y me gustas muchísimo. Se acabaron las lágrimas, ¿entendido?

Selma murmuró por lo bajo un par de palabras incoherentes, y de pronto sintió la boca de él sobre la suya. ¿Por qué sentirse culpable? ¿No llevaba dos años y pico llorando y lamentándose? ¿No era ya hora de alzar cabeza? Era joven y aún tenía toda la vida por delante. ¡Veinticinco años! Era jovencísima. Era terrible lo que La Cábala había hecho a su vida, a su amor, a su proyecto, pero tenía que demostrarles que no la habían pisoteado del todo. Mientras aún tuviera fuerzas, lucharía.

Y en silencio pidió perdón a Ahmad, a su lejano Ahmad con quien compartió vida y hogar, y cuyo rostro empezaba a desvanecerse en la distancia, mientras los dedos oscuros de Zip empezaban a deslizarse bajo la ropa, tanteando la piel cálida de su vientre y sus senos. ¿Cuánto tiempo llevaba sin hacer el amor, sin que nadie la mirara como mujer? No era tan seductora como Lara, pero necesitaba que alguien la quisiera, por lo que ella era, por lo que ella quería ser.

Perdóname, Ahmad, por lo que voy a hacer. No puedo estar así más tiempo.

Hicieron el amor en silencio, conteniendo la respiración, por si Vlad, que paseaba su insomnio por la biblioteca, les oía. Y por una vez Zip se conoció a sí mismo como algo más que un muchacho del Bronx, desenfadado y muy dado a bromear, cuya única vida y amor eran los ordenadores. Con un respeto que casi rozaba la devoción se acercó al cuerpo dorado de la turca, preguntándose qué suerte le había traído a aquella preciosa criatura de aterciopelados ojos, tan sola y tan desgraciada. Le besó la boca, gruesa y suave, la lengua afilada, mientras la negra cabellera le cubría como un velo.

Al llegar al orgasmo, se liberó por los ojos de Selma todo el desamparo que la carcomía por dentro. Lloró por última vez, reclinada en su hombro.

- ¿Es por mí? – preguntó él, preocupado.

Ella sonrió.

- No. Es por mí misma.

**************

Por fin durmieron plácidamente, abrazado el uno al otro, durante casi toda la noche. Estaba cercana el alba cuando creyó oír a Ivanoff hablando con alguien.

Se levantó despacio para no despertar a Selma, corrió a ponerse los pantalones y salió al pasillo. Las voces provenían de la biblioteca.

La próxima vez que entres, hermano – decía Vlad – avisa o llama a la puerta. Casi muero del susto.

Mis hermanos acostumbran a moverse con sigilo, y yo trato de aprender de ellos – contestó una voz juvenil y calmosa.

Junto al erudito rumano estaba el joven novicio Pancratios, de cabello rubio y aspecto angelical, pero que sin embargo rondaría la edad del propio Zip.

- ¿Vienes solo? – preguntó Ivanoff.

- Tres hermanos más me acompañan, esperando en el exterior del castillo.

Zip entró y saludó, se frotó las manos (hacía frío e iba descalzo) y comentó:

- ¿Hay malas noticias desde Meteora?

El novicio asintió con aire grave.

- Nuestro amado abad se muere.

Un silencio consternado se abatió sobre la sala. Nikos Kavafis sólo tenía treinta años, y apenas había ejercido desde la muerte del entrañable Minos.

- El demonio que le echó esa bruja, ¡maldito sea su nombre!, al fin está acabando con él.- continuó Pancratios – Desearíamos poder hablar con él antes de que parta al Señor, pero el espíritu ha dicho que no nos dejará a menos que os transmita su mensaje.

Ivanoff le miró estupefacto. Se ajustó los anteojos al puente de la nariz y murmuró:

- ¿Perdón?

En ese momento entró Selma. Llevaba puesto el camisón y la cabellera revuelta. Se paró en el marco de la puerta y observó expectante a los presentes.

- El ser que le posee ha insistido en que debo comunicaros algo – continuó el novicio – Dado que sois los únicos que hemos podido localizar...

- ¡Dios! – exclamó Selma - ¡Dinos el mensaje!

En aquel momento, Pancratios pareció vacilar. Se tambaleó, aturdido, y antes de hacer al suelo ya estaban Zip y Selma sosteniéndolo mientras Vlad le acercaba un sillón.

- Lo siento – farfulló – estoy agotado, pero todo sea por la gloria de Dios y el bien de mis hermanos...

Le pusieron un vaso de agua en la mano y lo apuró al instante. Luego cerró los ojos y reclinó la cabeza en el respaldo.

- ¿Y bien? – dijo Zip, ya un poco nervioso . ¿Qué hay del mensajito?

Pancratios se frotó las sienes.

- Son las palabras del Maligno, que se me seque la lengua...

- ¡Por favor! – insistió Selma - ¡Es importante!

Asintió y dijo:

- Ese maldito ha dicho: Aunque dos irán a verter su sangre a los pies de la Gran Madre, serán siete los que transiten la Senda Amarga: el Guerrero y la Amazona, el Impuro y el Inocente, el Sabio y el Ángel, y el Oculto. Esto ha dicho la Voz En las Tinieblas: de los dos que derramen su sangre, sólo uno podría ser redimido, y le redimirá la voluntad de la Diosa. Pero ay de ellos si la Inefable no queda satisfecha: ninguno verá de nuevo la luz de los mortales.

Se hizo el silencio.

- Qué tétrico.- farfulló Zip.

- ¿Es una profecía? – preguntó Selma, que estaba pálida como la pared.

- ¡Claro que lo es! – jadeó Vlad - ¿No te dijo más? ¿Alguna pista sobre quiénes...?

Selma avanzó hasta Vlad y le puso una mano en el brazo.

- ¡Está claro que el Guerrero y la Amazona son Lara y Kurtis! – exclamó - ¡Pero los otros...!

¿Por qué se angustia?, se preguntó Zip, ¡Ella no será! ¡A ella no le hará daño nadie!

- Eso era todo.- concluyó Pancratios, echándose la capucha de nuevo sobre la cabeza – Dios me perdone por hacer de mensajero del Diablo, pero nuestro abad necesita la extremaunción y deseamos que acabe sus días como hombre íntegro y cristiano.

- ¿Y qué hay de su mensaje? – dijo Zip, algo molesto - ¿No te interesa lo que puede significar?

El novicio se santiguó.

- No quiero saber nada. Quizá sean un engaño. No es más que un espíritu impuro. Mentirá y hará sufrir con tal de dar gloria a los demonios. Ahora debo irme. Mi lugar está en Meteora, junto a nuestro abad.

Salió de la sala en silencio, sin mirar atrás, y dejando a los otros tres mirándose estupefactos.

Selma se dejó caer en el sillón.

- Yo daría el mayor de los créditos a esa profecía. Es una advertencia... o una amenaza. La Senda Amarga... ¿tienes alguna idea de eso, Vlad?

- Sólo el nombre ya acojona.- apuntó Zip.

Vlad estaba sentado en otro sofá y se sujetaba la cabeza entre las manos. Le dolía de tan poco dormir y tanto pensar y pensar.

- No sé qué es la Senda Amarga, Selma... soy sabio pero no tanto. Aunque temo que...– murmuró al fin – Sólo espero que el Sabio al que le toque transitar por ahí no sea yo. Espero que ese nombre no me describa a mí.

Zip se alarmó.

- ¡Pero qué dices, hombre!

Selma se reclinó en el sofá y cerró los ojos dolorosamente. Vlad sonrió con amargura.

- Veo que tú sí me comprendes, hija.

- ¡No entiendo nada! – aulló Zip, y se cruzó de brazos sobre el oscuro pecho.

Durante un momento, sólo se oyó en la sala la agitada respiración del erudito. Por los postigos cerrados de las ventanas empezaba a clarear la luz del día.

- Muchacho – dijo Vlad al fin – creo que nos va a tocar jugar a todos en esta partida.

- A todos no.- puntualizó Selma – Sólo a algunos.

Zip se pasó la mano por la cara.

- Princesa, ya sé que eres musulmana, pero hazme el favor de hablar en cristiano.

Ella sonrió con benevolencia.

- Si hemos de creer las palabras de ese ser, al parecer no serán sólo Lara y Kurtis los que tengan que descender a la Vorágine. – y al ver la expresión de horror del muchacho, asintió- Ah, sí. Ahora ya comprendes.

***********************

Las olas golpeaban violentamente las rocas. El sonido era ensordecedor al retumbar en toda la gruta. Lara cerró los ojos y se apoyó contra la roca. Se estaba mareando.

A su lado, Marcus se apoyaba en el brazo de Maddalena, que observaba con ojos desorbitados el agitado oleaje. Kurtis estaba detrás de ellos, también reclinado en la pared. Lara apenas le veía con claridad.

Tanteó el bolsillo de reverso de su traje de buzo y sacó el comunicador. Lo activó y dijo:

- ¿Justin? ¿Me recibes?

Tras una interferencia, se oyó distorsionada la voz del soldado:

- Te recibo, Lara. Parece que han detectado nuestra presencia, pese a resguardarnos por encima de las nubes. Sin embargo, no se deciden a atacar.

- ¡Yo ya he encontrado a los prisioneros! Tendrás que enviarme el helicóptero para que descienda hasta la gruta de la parte posterior de la Isla. Allí es donde estamos.

Tras otra pausa, Justin dijo:

- Es muy arriesgado, Lara. Podrían abatirlo.

- No hay alternativa. Uno de los prisioneros es anciano y hay otro que no sabe nadar. Eres mi única opción.

- De acuerdo, lo intentaremos. Aguantad.

Se cortó la comunicación y entonces Lara se giró hacia los otros.

- Un helicóptero vendrá a por nosotros, pero no podrá descender tan cerca del acantilado. Tendremos que salir a nado y sujetarnos a las rocas del exterior.

Maddalena palideció, pero no dijo nada. No quería quedar como una cobarde.

- Bueno, vamos allá.- carraspeó Marcus, y sujetándose a la roca, empezó a sumergirse en el agua.

Para aquel hombre que no había visto más allá de la circunscripción de su celda en casi dos años, cualquier final era mejor que seguir allí. Empezó a avanzar, siempre aferrado a las rugosidades de la pared de la caverna.

Así pegado empezaron a vadear hacia el exterior de la gruta, y apenas estuvo algo alejado, Lara se giró hacia Kurtis y le susurró en voz baja:

- ¿Qué te han hecho, Kurtis? ¿Por qué no dejas que te vea? ¿O es que pensabas que no me daría cuenta?

- Yo no voy a poder ir por ahí, Lara.- dijo él por toda respuesta.

La sola idea del agua salada colándose por las heridas y fracturas de sus manos, de las heridas, rozaduras y quemaduras que aún tenía por todo el cuerpo, se le hacía realmente insoportable. Ya era bastante doloroso así, no resistiría meterse en el agua.

Notó que Lara se acercaba a él y sintió su cálido aliento. Retrocedió un paso.

- ¡No me rehúyas! ¡No me iré sin ti! Los otros son secundarios, les ayudo por no dejarles sin más, ¡pero es a ti a quien he venido a buscar!

En ese momento Maddalena, que estaba algo alejada, carraspeó y dijo:

- Hay una adolescente, casi una niña, que decía conoceros... ¿os suena el nombre de Radha?

Lara se giró con brusquedad.

- ¿La has visto?

- La tenían encerrada en una de las cámaras de los pisos superiores.

- ¡Debo ir por ella!

Kurtis sacudió la cabeza:

- No puedes dejarles solos. Yo no saldré por aquí. Iré a buscarle yo.

- ¡No me hagas esto! – Lara volvió a bajar la voz, siseando entre dientes - ¡Por lo que más quieras, Kurtis, no me hagas esto...!

- Por una vez, Lara, voy a ser más testarudo que tú. Confía en mí.

- ¡Estás herido y enfermo! ¿Crees que tampoco eso lo he notad..?

- Yo iré con él.- terció solemnemente Maddalena.

Lara se giró lentamente y miró a la mujer, que tenía la espalda pegada a la pared y les observaba de reojo. Estaba aterida de frío, pues tras haberle sido arrancada la bata de auxiliar sólo llevaba una blusa mal abrochada y unos pantalones cortos, y los cabellos los tenía revueltos por el rostro pálido, pero tenía una expresión firme y resuelta.

- Yo he estado trabajando aquí cuatro semanas .- continuó – Conozco los pasillos y las zonas, todas los pisos y las salidas. Tengo el mapa de esta fortaleza en la cabeza. Iremos él y yo a por la niña, y luego ya buscaremos otro método para salir. Prefiero eso a ahogarme.

Aunque habló con un tono que no admitía réplica, la afilada mirada de Lara la atravesó como si de un cuchillo se tratase. Se estremeció y bajó los ojos, como arrepintiéndose de haber traspasado un límite que no sabía si existía.

- Supongo que no hay alternativa.- terció al fin Lara, haciendo un gesto de disgusto. Volvió a girarse hacia la sombra que era Kurtis – Y por Dios, anda con cuidado. No soportaría... volver a fracasar.

Dio media vuelta bruscamente y se fue en pos de Marcus. Al pasar junto a Maddalena, le lanzó otra mirada de reojo. ¿Era una advertencia... o una amenaza?

********************

- De modo que está abajo.- comentó Schäffer – Y tú vas y sales corriendo.

Sciarra hizo una mueca.

- Me he apresurado a informar a mis superiores, como se nos ordena.

El jefe mercenario hizo un gesto despreciativo y dijo:

- Desde hace casi una hora varias avionetas y un helicóptero planean sobre la Isla. Tu información es ciertamente valiosa pero llega un poco tarde.

Sus hombres formaban a su alrededor. Algunos sonreían discretamente, ya era hora, pensaban, de que el jefe pusiera en su lugar a aquel presuntuoso.

- ¿No vamos a atacar? – soltó Sciarra a bocajarro.

- Se atacará cuando yo ordene.- contestó Schäffer con sequedad – Que yo sepa, Adolf Schäffer y no Giacomo Sciarra es el jefe de los mercenarios.

Caras de satisfacción. Sciarra los trituró con la mirada.

- En cuanto a ti .- continuó el cabecilla – Eres una molestia más que una ayuda. Bajarás de nuevo a las mazmorras y controlarás la situación. Envío a dos hombres contigo. Si un anciano, un hombre torturado y dos mujeres pueden contigo, es que no vales ni para taco de escopeta.

Esta vez sí se oyeron algunas risas.

- ¡Silencio! – bramó Schäffer girándose hacia sus filas. Luego, prosiguió – Glenn, Ratford, id con Sciarra.

El italiano se encaminó una vez más, enfurecido, por los pasillos, mientras los dos, cuchicheando por lo bajo, le seguían. Si estaban burlándose de él, que se prepararan.

Llevaban cinco minutos patrullando los corredores en tanto que se dirigían hacia la zona de las cárceles, cuando les pareció oír un sonido de pasos apresurados, como si unos pies descalzos rechinaran contra el suelo.

Allá a lo lejos, en el fondo del pasillo, vieron girar bruscamente una figura vestida con una especie de pijama de hospital. ¡Un paciente se había escapado! Era una muchacha de 14 años, de rasgos asiáticos, que al verles se paró en seco y se quedó mirándolos espantada.

- ¡Rápido! – rugió Sciarra.

La chica soltó un grito al verlos correr hacia ella y dio media vuelta, echando a correr con todo lo que le daban las piernas. Y le daban para bastante, alta y delgada como era.

- ¡Ven aquí, putilla!

¡Radha! ¡Ven aquí, desvergonzada!

Se estremeció de horror cuando aquella voz tan odiada se superpuso a los gritos de los mercenarios. Pero no podía ser. Él estaba muy, muy lejos de allí.

Al llegar a una puerta, la abrió de un tirón y se encontró con las escaleras que antes había ascendido. Ciega de pánico, se precipitó sobre ellas. En el tercer escalón su pie descalzo resbaló sobre el frío mármol y rodó escaleras bajo, para ir a golpearse contra el rellano de la segunda planta. Un fuego líquido estalló en la base de su cráneo y sintió que un líquido ardiente le corría por la barbilla. Abrió los ojos y vio gotas de sangre en el suelo. Se había mordido el labio al caer.

- ¿Qué diablos es esto? – retumbó una severa voz femenina.

Alzó la vista y allí estaba la Mujer Malvada, que la miraba con sus fríos ojos verdes. Los tres mercenarios se habían cuadrado ante ella.

- Doctora – se apresuró a explicar Sciarra – el jefe nos había mandado patrullar y hemos hallado a esta paciente que se ha escapado.

- Muy bien – terció Giselle – Ahora ya me encargo yo de ella. Seguid con vuestro camino.

Ellos asintieron y descendieron la escalera. Cuando el sonido de sus botas se alejó, Giselle agarró a la aturdida adolescente por el pelo y la puso en pie de un tirón.

- ¡Habla, pequeña fulana! – gritó, sacudiéndola - ¿Quién te ha soltado? ¿Ha sido ella, verdad? ¡Claro que sí! ¡Ella te ha soltado, maldita sea!

Radha gimió con la boca llena de sangre... ¡le estaba arrancando el pelo!

- ¡Ya te enseñaré yo! – siseó la rubia, arrastrándola escaleras arriba - ¡Ya te enseñaré yo! Y también hay otra que me va a oír...

No tenía esperanza alguna, pero siguió gritando. Gritó con todas las fuerzas de su aguda voz. Sus chillidos retumbaron en las paredes y golpearon contra las puertas blindadas. Los ecos fueron y vinieron en un momento. Giselle la acalló de una bofetada.

*******************

- ¡He oído a alguien gritar! – dijo Maddalena, tocando a Kurtis en el brazo.

Él asintió. También lo había oído. Pero le preocupaba más el sonido de botas que se aproximaba y la discusión entre tres voces... una de ellas era la de Sciarra. Se pegó a la pared y ella se pegó a su lado.

- ¡Cómo odio a ese hombre! – murmuró la pelirroja.

- Ya somos dos.

Ahora tenían las voces a la vuelta de la esquina.

- ¿Y por qué diablos tienes que ir tú, eh? ¿Porque trabajas más que nosotros?

- Porque tengo más huevos que tú, figlio di putana.

- ¿Qué has dicho, desgraciado?

- ¡Ya vale joder! El jefe ha dicho que los tres...

- ¿Creéis que necesito un par de patanes como vosotros para cepillarme a dos mujeres, un viejo y un tío que no puede ni estar de pie?

- ¡Bah, si una de ellas te ha hecho huir, so imbécil!

Sciarra se detuvo en seco y se encaró con otro. Estaban justo en el borde de la esquina.

- ¿Estás diciendo que soy un cagado?

- ¡Sí, eso estoy diciendo!

- ¡Eh, pero qué os pasa a vosotros dos! ¡Ya vale, coño...!

Kurtis se giró hacia Maddalena y le susurró:

- Necesito que seas mis manos, Giulia. Cuando te diga, corre hacia la mitad del pasillo. He visto una puerta metálica entreabierta. Ábrela del todo y resguárdate detrás de ella, pero mantenla abierta, ¿entendido?

Ella asintió, y trató de controlar el temblor de sus piernas. A su lado, la discusión continuaba, y ya era ensordecedora.

- ¡Lo que te pasa es que eras el niño mimado de la putissima mafia italiana y aquí no eres nadie, mamón! ¡Esto te pasa!

- ¡Te voy a partir la cara, maricón!

- ¡Maricón tu puto padre!

Sciarra se abalanzó sobre el otro y empezó a darle de puñetazos. El otro empezó a soltarle patadas. Se agarraron por el cuello.

- ¡El orgullo de La Cábala, sí señor! – se burló el tercero, haciendo una mueca de asco y doblando la curva – Por mí podéis mataros...

No vio llegar el golpe. El codo de Kurtis le hundió la sien y cayó fulminado al suelo.

- ¡Ahora! – gritó.

Los otros aún estaban peleándose cuando Maddalena pasó como un rayo a su lado, desmelenada, en dirección a la puerta entreabierta. Se pararon en seco.

- ¡Eh! – aulló Sciarra - ¡Pero si es la jod...!

Algo lo golpeó en la espalda y al momento siguiente estaba besando el suelo. Notó un crujido en la boca y cuatro dientes se desprendieron de su sitio.

Kurtis pasó por encima de él en el momento en que Maddalena alcanzaba la puerta, la abría y se mantenía escudada tras ella. Todo lo que siguió lo vio claramente.

El otro mercenario que quedaba en pie alzó el arma para abatir de un culatazo a Kurtis. Maddalena gritó... pero el golpe no cayó. El hombre permaneció con la culata en alto, a pocos centímetros de Kurtis, mirándole con expresión de horror. Completamente inmóvil.

Él retrocedió lentamente, jadeando, mientras Sciarra, gruñendo de dolor, se levantaba a duras penas, escupiendo fragmentos de piezas dentales en medio de un amasijo de sangre y saliva.

- ¡Dijfárale, faprón! – gorgoteó por las encías rotas - ¡Dijfárale, me fago en la futa!

El otro no se movió. Kurtis dio la vuelta y se apresuró a acercarse en la puerta. Entonces vio desorbitarse los ojos de Maddalena.

- ¡No! – chilló, horrorizada, y extendió la mano - ¡Kurtis, cuidad...!

No se giró lo bastante rápido. Se oyó una detonación y luego un dolor punzante, afilado, le atravesó la zona de la clavícula, justo en el lado contrario a donde Gunderson había hundido la hoja del Fragmento del Orbe, hacía ya dos años.

Maddalena gritó al verle caer, y olvidándose de la función que se le había encomendado, corrió hacia Kurtis, que resbalaba hacia el suelo dejando un rastro de sangre en la pared, le aferró por los brazos y le arrastró hacia la puerta salvadora.

Sciarra podría haberlos matado a los dos en aquel momento. Pero no era su estilo. A él le gustaba disfrutar atormentando a su presa, y tenía pensado divertirse un rato con ellos. Se levantó, lanzando escupitajos de sangre, y miró con desprecio al mercenario muerto en el suelo, y al otro que, apenas él había herido a Kurtis, había recobrado la movilidad como por arte de magia y huía gritando de terror pasillo abajo.

El reguero de sangre llegaba hasta la puerta, que se cerró bruscamente. Recargó el arma y se acercó a tiempo de oír correr el grueso cerrojo.

- ¡Maddalena! – canturreó - ¡Bonita ramera! ¿Por qué no me abres la puerta?

Escupió otro trozo de esmalte y siseó:

- ¡Sí que te ha dado fuerte este tío, putita! ¿Acaso folla mejor que yo? ¡Será una pena, porque me lo voy a cargar de todos modos! ¡Abre!

Ella no le escuchaba. Había apoyado a Kurtis sentado contra la pared y ahora se arrancaba, frenética, una manga de su blusa y la hacía tiras para vendar con fuerza la herida de bala, que sangraba a borbotones. Kurtis entreabrió los ojos en aquel momento.

- ¡Dios! – le oyó murmurar - ¡Sólo pido que algo me salga bien por una sola vez!

Sciarra disparó una ráfaga contra la puerta. Maddalena observó, con horror, cómo en la superficie metálica se imprimían cientos de pequeñas protuberancias. Volvió a disparar y esta vez algunas consiguieron perforar un poco.

- ¡No me importa! – berreó el italiano - ¡Puedo esperar a que se desangre! ¡Y entonces serás mía y gritarás como la perra que eres!

Maddalena cerró los ojos con fuerza. Jamás había sentido tanto miedo. Antes, a la sombra de Monteleone, Giacomo Sciarra no había sido más que el favorito del jefe, un cerdo indeseable que trataba a las mujeres peor que a los perros. Pero ella, Maddalena, siempre había sido intocable. Había tratado las heridas y contusiones de las mujeres violadas por él, oyéndolas sollozar y dándoles una palmadita reconfortante en la espalda. Y ahora el mundo se había vuelto del revés y aquella bestia estaba a dos pasos de ella y el hombre que amaba perdía sangre en sus brazos.

- ¡Hijo de puta! – gritó, descontrolada - ¡Ojalá mueras de mala muerte y el infierno te espere!

Al parecer, Sciarra tenía el oído pegado a los agujeros de bala, porque entonces soltó una carcajada y bramó:

- ¡El infierno está aquí, preciosa!

Otra ráfaga. La luz brillante del pasillo empezó a filtrarse por haces luminosos en el cuarto en penumbra.

Kurtis oteó a su alrededor. Era una sala de material. Con voz débil, indicó a la mujer.

- Registra el cuarto y coge todo lo que pueda servir de arma.

Ella lo hizo a toda prisa, aterrada, mientras Sciarra seguía aullando y pateando la puerta. Al volver, llevaba un par de bisturíes y otro jeringuillas de morfina. Se los guardó en el bolsillo. Kurtis había permanecido apoyado contra la pared y tenía los ojos cerrados, como inconsciente, y cuando ella le volvió a tocar pareció salir de un estado de sopor.

- Esa puerta de ahí – murmuró, señalando con gesto vago una puertecilla junto a la ventana – conduce a una sala de quirófanos. Atraviésala y sal por la izquierda. Te llevará aun pasillo adyacente. A partir de entonces estarás sola. Encuentra a Radha.

Maddalena sacudió la cabeza con violencia. Ni siquiera se preguntó cómo era posible que él supiera eso, si no había salido nunca de la zona carcelaria desde que estaba allí

- ¡No te dejaré aquí herido y a merced de esa bestia!

Los ojos azules de Kurtis le atravesaron en una expresión agresiva que no había visto en él desde que Monteleone hiriera a Lara.

- No tengo fuerzas para discutir contigo. Yo no puedo seguir. No me moveré ya de aquí. Ahora sal y busca a esa niña. Si le sucede algo, tú serás la responsable. ¡Vamos!

El tono no admitía réplica. Ella ya no oía los golpes y berridos de Sciarra, sino un silencio que no existía. Le miró aturdida, con los ojos llenos de lágrimas, y entonces, furtivamente, como quien no lo quiere, se inclinó y le besó en la boca. Se apartó con la misma rapidez que había llegado y corrió hacia la puerta. No miró atrás. No quería hacerlo.

Se sintió la mujer más rastrera de la Tierra. Se sintió despreciable como nunca se había sentido antes. Y lloró mientras corría.

*********************

El helicóptero descendió un poco más. La escalerilla quedó a mano.

Lara rodeó a Marcus con un brazo y le impulsó hacia ella.

- ¡Vamos! – le urgió.

El anciano se agarró a la escalerilla y empezó a trepar con bastante agilidad para su edad y para lo agarrotado que estaba de tanto encierro. Lara sujetó la escalerilla mientras ascendía.

Al llegar arriba, Marcus recibió un montón de brazos, a los cuales se aferró. Lo siguiente fue desplomarse en el suelo.

- ¿Marcus?

Alzó la vista, y quedó estupefacto al ver a la mujer de cabello entrecano.

- ¡Marie! – exclamó - ¡Marie Cornel! ¿Es eso posible?

Ella le levantó, ayudada por otros, y le condujo hasta el siento.

- ¡Dios mío, Marcus! ¡Si creí que... que estabais todos muertos!

- Todos no, Marie.- el anciano empezó a toser - ¡Todos no!

- ¡Traed una manta!- ordenó ella.

Uno de los soldados se asomó al vacío e hizo señas a Lara. Ella sacudió la cabeza. El ruido era ensordecedor.

No, no subiría, estaba indicando. Que replegaran la escalerilla. Que se fueran sin ella. Ella tenía algo que hacer.

- ¡Dejadla hacer! – gritó Marie cuando vio la consternación de los otros - ¡Mi hijo y la muchacha hindú siguen ahí! ¡Confiad en ella!

La escalerilla fue replegada y el helicóptero maniobró ascendentemente. En silencio, Lara dio media vuelta y regresó a la gruta.

*******************

Giselle empujó a Radha contra la pared. Luego se giró furibunda, y le gritó a la nada:

- ¡Betsabé! ¡Muéstrate, maldita sea!

Radha dio un respingo cuando vio a la hermosa a su lado. Sin hacer caso de su histérica madre, la Nephilim cogió a Radha por la barbilla y frunció el ceño, mirando el trozo de carne mordido que le colgaba del labio sanguinolento. Con suavidad, le obligó a echar el rostro hacia atrás y le metió dos dedos en la boca, tanteando el borde de la herida. Una especie de cosquilleo recorrió a la chica de arriba abajo y cuando ella sacó los dedos, tenía el labio intacto.

- Ten cuidado con las escaleras, pequeña- susurró dulcemente – Una caída por ellas puede matarte.

Sus blancos dedos le acariciaron el cabello, y entonces desapareció también el dolor del cráneo.

- ¡No te he visto dedicarte tanto a ninguno de mis pacientes! – le reprochó Giselle.

- Deja de hacerle daño a esta niña.- respondió Betsabé sin hacerle caso – Todavía no ha completado su propósito.

- ¡Propósito! ¡Tú y tus propósitos!

- Prometiste que confiarías en mí. Para haber amado tanto a Karel, muestras muy poco amor por su hija.

Giselle soltó un gemido y se llevó la mano a las sienes.

- Oh, basta. No me hables de eso. Eres lo que más amo.

- Amas más a tus experimentos.

- ¡Tú eres un experimento!

- Ya no.- siseó ella, sonriente – Ya no.

De repente, se oyó un rumor sordo. Giselle agudizó el oído.

- ¡Un helicóptero!

La exploradora está liberando a Marcus.

- ¡Muy bonito! ¿Hasta cuándo vamos a permanecer quietos, eh?

- Tranquila, madre. Todo está saliendo a pedir de boca.

Entonces se giró de nuevo hacia Radha y sonrió.

- Alguien viene a por ti.

En el momento en que su hermosa figura se desvanecía, Maddalena atravesó el umbral de la puerta.

*************************

Lara corría, angustiada, por los pasillos. Dejó atrás la zona carcelaria y ascendió por las escaleras. Lo recorrió todo con su aguda mirada. Blanco y gris. Yeso y metal. Hasta que halló el pasillo ensangrentado y el mercenario muerto en el suelo. Pasó a toda prisa, mirando las manchas de sangre, que llegaban hasta una puerta acribillada a balazos. La golpeó, la pateó con fuerza. Los goznes, castigados por la metralla, soltaron un chirrido antes de ceder. La puerta cayó al suelo con un estrépito.

La luz iluminó el cuarto y entonces vio al hombre que yacía contra la pared.

- ¡Kurtis!- gritó, y corrió a arrodillarse a su lado. La luz caía ahora sobre él y le vio con claridad. - ¡Dios, qué te han hecho!

Vestido sólo con unos raídos pantalones, ahora veía con claridad las marcas de las correas en sus muñecas, las quemaduras que iban de arriba abajo, serpenteando sobre la blanca piel, quemaduras alargadas y afiladas, quemaduras hechas con un soplete. Los cortes y las heridas por todo el cuerpo... las marcas abrasadas de los electrodos. Y las manos...

- ¡Pagarán por todo esto! – jadeó Lara dolorida, rodeándole los hombros - ¡Ya lo creo que pagarán! ¡Dios, Kurtis... tus manos!

La venda que le hiciera Maddalena estaba empapada de sangre. Lara la despegó suavemente de la herida de bala. Él se estremeció y abrió los ojos.

- Lara... – murmuró, mirándola como si fuera la primera vez que le veía, como si no pudiera creer que estuviera allí.

Estaba llorando. Le caían las lágrimas a lo largo de las suaves mejillas, fluyendo de sus ojos color avellana, mezclándose con el agua marina que aún humedecía su rostro y su cabello trenzado. Lloraba de rabia mientras hurgaba con sus dedos en la herida.

- Aguanta un poco más.- murmuró. Al secarse con violencia las lágrimas, su mano, empapada con la sangre de él, tiñó de rojo su mejilla. - ¿Te hago daño?

- Es la primera vez que preguntas eso.- susurró él con una débil sonrisa.

Por fin encontró la bala y la extrajo. Tanteó su mochila y sacó las vendas, y empezó a enrollárselas con fuerza alrededor del hombro y la clavícula. Al tocarle notó que su piel estaba cubierta de una película de sudor helado, pero que él mismo ardía. Ardía de fiebre y tiritaba.

- Estás muy enfermo.- dijo Lara, y le tomó el rostro con ambas manos.- He tardado demasiado. Debí haber venido antes.

- Has venido. Con eso basta, milady.

Al oír aquel título que sólo él había transformado en un mote cariñoso, se le volvieron a llenar los ojos de lágrimas. Se las secó con otro manotazo mientras él decía:

- Ese maldito italiano nos atacó. Se fue hace un rato. Me temo que a quien buscaba era a Giulia. Creo que la he enviado a su muerte.

- Olvídalo. Primero te sacaré de aquí. Luego ya pensaré en ella y en Radha. – paseó su mirada a su alrededor y volvió fijarla en él – Vas a tener que hacer un último esfuerzo, amor.

Él se estremeció.

- Dame un momento.

Ella se sentó junto a él y le abrazó. Estaba temblando. Le besó y le pasó los dedos por el cabello húmedo.

Oh, sí, pagarían por aquello. Ella se encargaría de hacerles pagar a todos, uno por uno.

- Puedes empezar cuando quieras. – siseó una voz suave.

Lara alzó la vista. La figura esbelta de Betsabé les observaba desde el otro lado de la habitación.

************************

Giselle se giró bruscamente.

- ¡Tú! – espetó, mirando a Maddalena.

- Sólo vengo a llevarme a Radha.- contestó ella – Déjala ir.

El rostro blanco de la doctora se crispó.

- Sí, ¿y qué más? ¿Quién te has creído que eres, maldita zorra?

Se adelantó hacia ella con los puños apretados.

- ¡No voy a permitir que trotéis por la fortaleza como si fuera vuestra! ¡Ésta es mi vida, mi proyecto! ¡Ya lo arruinasteis una vez, no volveréis a hacerlo!

La pelirroja no tenía ni idea de qué hablaba aquella mujer, pero era obvio que estaba furiosa y enajenada. Al verla acercarse, extrajo un bisturí de los pantalones y lo alzó ante sus ojos.

Giselle se detuvo, echó la cabeza atrás y estalló en carcajadas:

- ¡Ja, ja, ja! ¡A mí me vienes con eso! ¡Sí, sí, ella también lo hizo, ella también lo llevaba... y luego le partió el cuello a Friedick!

¡Dios!, pensó Maddalena, aterrada, ¡ha perdido el juicio!

Giselle se adelantó hasta casi tocar la punta del bisturí y siseó:

- ¡Venga, clávamelo, zorra! ¡Golfa! ¡No tienes valor ni para eso!

Los segundos de indecisión de Maddalena fueron fatales. En aquellos dos años el odio que carcomía a Giselle por dentro la había endurecido, y sabía utilizar estrategias que antes nunca habría intentado. Aún a riesgo de verse apuñalada, saltó hacia Maddalena y le golpeó en un lado de la cabeza, enviándola contra la pared. En un segundo estuvo encima de ella y le arrancó el bisturí de la mano, que cayó al suelo. Echó mano a su hermosa cabellera cobriza y se la retorció, haciéndola chillar de dolor, mientras con la otra mano le estrujaba la garganta.

Pero Maddalena era más corpulenta y fuerte que ella y la mandó a rodar por el suelo de un empujón.

- ¡Radha! – gritó - ¡Vamos, sal de aquí!

Giselle estiró la pierna y golpeó con ella las piernas de Maddalena, que trastabilló y cayó de bruces al suelo. De nuevo empezaron a pelearse.

Radha las observaba, aterrada, sin saber qué hacer. Sus ojos se fijaron en el bisturí que había en el suelo y con manos vacilantes lo cogió, aunque sin atreverse a usarlo. De pronto, vio que las dos mujeres dejaban de retorcerse, y Maddalena se levantaba de un salto. Giselle se medioincorporó, temblando, y observó con horror su muslo izquierdo.

De él sobresalía una diminuta jeringuilla de morfina, clavada a pulso e inyectada por completo. Maddalena se la había hundido en la carne mientras forcejeaban.

Con la mano convulsa se la arrancó y la arrojó a un lado. Trató de alzarse, pero rodó sobre sí misma y quedó tendida boca abajo. Alzó de nuevo el brazo y trató de agarrar el tobillo de Maddalena, pero experimentó un espasmo y quedó totalmente inmóvil.

La pelirroja no dijo nada. Tomó a Radha del brazo y se la llevó rápidamente de allí.

*****************

Lara se levantó de un salto y cubrió a Kurtis con su cuerpo. Sacó la pistola de su cartuchera y apuntó directamente a la frente de Betsabé.

- Eso no te servirá de nada.- dijo ella con calma.

- Me servirá para darme el gusto de ver cómo te salta la tapa de los sesos.- respondió Lara – Aunque sea por un momento.

Ella sonrió. ¡Dios, su seductora, dulce y condenada sonrisa! ¡Qué ganas tenía de borrársela de la cara!

- Vas a pagar por lo que le has hecho.- continuó Lara.

- Ninguno de las heridas y males que tiene se lo he provocado yo.

- Me trae sin cuidado lo inocente que te creas.

- ¡Ah, pero piénsalo...! ¿Qué harás cuando se te acaben las balas? Yo no puedo morir.

Se acercó un poco más. Estaba maravillosa con aquel vestido suave y blanco.

- Estás siguiendo mi camino como seguisteis el de mi padre. Todo está dispuesto. Ahora debéis venir conmigo. La Gran Diosa os espera. La Vorágine os espera.

- El camino de tu padre se volvió contra él mismo, y le vencimos. Lo mismo haremos contigo.

- El optimismo te vuelve imprudente.

- ¡Ven! – siseó Lara, alzando el arma - ¡Ven a por mí...!

Cuando Betsabé alzó los brazos, ella disparó. La bala le dio en la frente, abriendo un agujero del que salió un chorro plateado, como si hubiese roto una fuente de plata líquida. Ella trastabilló y soltó un grito de rabia y dolor. Y entonces se oyó un extraño sonido de succión y la bala salió por donde había entrado, rodó por su rostro y cayó al suelo haciendo un sonido repiqueteante. La herida se cerró al poco.

- ¡Estúpida! – jadeó Betsabé - ¡Estúpida!

Este último grito se mezcló con una frase de palabras inteligibles. Al momento fue como si algo golpeara a Lara y la hiciera caer de rodillas. La pistola le resbaló de la mano. Los dedos de Betsabé tantearon su garganta y se clavaron en ella.

- ¡Escucha esto con atención! – exclamó en su oído - ¡Por el poder que la Divina Sangre me ha otorgado, te envío a la...!

No concluyó la frase ritual que hubiera conducido a Lara a la Vorágine. Se interrumpió abruptamente y alzó la vista, aturdida. Kurtis se había puesto en pie y la sujetaba por un brazo.

- Déjala.- ordenó.

Betsabé se incorporó, replegándose, y se deshizo de él.

- ¡No me toques! – jadeó - ¡Nunca me pongas la mano encima!

Pero él no la escuchaba. Saltó hacia ella y volvió a agarrarla, esta vez por los hombros. Bestabé empezó a gritar.

Lara se dio cuenta de que algo inusual estaba pasando. Sintió una ola de calor y se apresuró a retroceder. Kurtis estaba envuelto en una luminosidad anaranjada y Betsabé resplandecía como una luz diáfana y plateada.

Betsabé se retorcía y gritaba, pero Lara no entendía lo que decía, porque gritaba en lengua Nephilim. Pero al parecer aquellas frases que debían dañar a Kurtis rebotaban contra él y salían despedidas sin afectarle

- ¡Suéltame! – gritó ella, con los ojos dilatados de horror - ¡Quítame las manos de encima!

Trató de soltarse. Se retorció, atormentada, como si las manos de él la estuvieran quemando. Pero era Kurtis el que sufría atrozmente, ya que la sujetaba con las manos destrozadas. El dolor era casi demencial pero no la soltó. La sacudió con fuerza mientras ella chillaba desgarrada.

- ¡No! ¡No! ¡Déjame, maldito seas! ¡Eso está prohibido, prohibido! ¡No puedes... no puedes...!

Por fin Lara comenzó a comprender. La luz de ella, fría y suave, empezó a ser absorbida por la de él, ardiente e intensa. Poco a poco, dejó de debatirse, se abandonó, temblando, y lágrimas de frustración e impotencia empezaron a surcar sus diáfanas mejillas. Kurtis no aflojó la presión. Sus manos se deslizaron desde los hombros de ella hasta sus muñecas, y siguió aferrándola sin piedad.

Las manos. Ya no eran un amasijo de carne lacerada y huesos rotos. A través del vendaje que Maddalena le administrara, Lara vio claramente cómo volvían a estar intactas, enteras, fuertes. Cuando la luz de él menguó (la de ella se había extinguido) y pudo ver su piel con claridad, observó, atónita, cómo las marcas y heridas de la tortura habían desaparecido. Incluso las cicatrices más antiguas habían desaparecido. El tatuaje del hombro estaba intacto y reluciente.

Con una última sacudida, la soltó y la empujó hacia atrás. Ella tropezó y cayó al suelo. El borde de su vestido se alzó descubriendo sus largas y hermosas piernas. Se arrastró hasta la pared y se reclinó sobre ella como si quisiera empujarla y derribarla para huir de allí.

- ¡Tú... monstruo! – jadeó con el rostro húmedo. Se tocó las mejillas, aturdida, y se abrazó en medio de incontrolables temblores - ¡Engendro! ¡Has hecho lo que no se puede hacer! ¡Has violado la más sagrada de las normas! ¡Innoble cerd...!

Un sollozo interrumpió sus lamentos y escondió la cara en su hombro, mientras los cabellos oscuros la cubrían como un velo. Lara estaba atónita.

- No me importan tus normas. Has tenido tu merecido. – dijo Kurtis implacable. Al dar un paso hacia ella, Betsabé se acurrucó contra la pared.

- ¡Apártate! ¡Aléjate! – extendió el brazo como una virgen que quisiera alejar a un violador – La ley que has violado es temida y respetada por ángeles y demonios, ¿cómo te atreves, miserable, a forzarme? ¡La maldición de Lilith caiga sobre ti y sobre los que amas! ¡Desde ahora te digo que no habrá piedad con vosotros! ¡Os dejaré ahora, pero cuando os toque transitar por la Senda Amarga, ay de todos vosotros! ¡Ay de ti sobre todo, vas a purgar hasta la última gota de tu sucia sangre!

Con un último jadeo de dolor, se desvaneció como humo que se lleva el viento.

Lara se acercó hasta Kurtis. Le tocó la piel, le cogió los dedos de las manos, le puso la mano sobre la frente. Estaba intacto, sano, restablecido.

- Vamos.- dijo él – Tenemos que encontrar a los otros.

- No entiendo nada, Kurtis.- dijo ella – Y sabes que odio no entender nada.

- Ya te explicaré. Vamos.

*********************

Maddalena transitaba apresurada por el pasillo, en dirección al lugar donde había dejado a Kurtis. Tenía el corazón en un puño. Radha le seguía de cerca.

Se pararon en seco al ver la figura alta y fornida al final del pasillo.

- ¡Mira quién viene! – canturreó Sciarra - ¿Me estabais buscando, preciosas?

Una ráfaga de metralla les llovió alrededor. Radha chilló de horror. De un tirón, Maddalena la metió en la primera habitación que vio. Para su desgracia, era el cuarto de la limpieza y la puerta era de madera y cristal. Aterradas, se acurrucaron, abrazadas con fuerza la una a la otra, sintiendo las pisadas aproximarse.

De un culatazo, Sciarra hizo volar el cristal, y al momento su manaza peluda tanteaba en busca del picaporte. Súbitamente inspirada, Radha saltó y hundió con todas sus fuerzas el bisturí que aún llevaba en la mano. Se oyó un rugido ensordecedor y la mano, atravesada de lado a lado por la cuchilla, desapareció, dejando todo salpicado de sangre.

Sciarra se arrancó el bisturí con otro aullido y, loco de furia, arremetió contra la puerta, que cedió ante su peso. Entró como un tromba y agarró a Radha por el cuello, la alzó como si de una muñeca se tratase y la arrojó contra la estantería. Se oyó un estrépito y la muchacha se desplomó en el suelo, inconsciente.

El italiano no llegó a verla caer. Ya estaba encarado a Maddalena, que pegada la espalda contra la pared, sollozaba y temblaba violentamente.

- Giacomo... – gimió – Giacomo, basta... basta...

La mano de él le atenazó la garganta y le cortó la voz.

- ¡Ah! – siseó él, enseñando sus encías desdentadas y llenas de negros coágulos de sangre - ¿Ahora quieres que te deje, eh, zorra? ¡Puta! ¡Habértelo pensado antes de joderme!

Maddalena no tenía ya ninguna arma. Las había dejado caer tras la pelea con Giselle. Aterrada, sintió el aliento de Sciarra caer sobre ella en la penumbra del cuarto.

- He soñado contigo desde el primer día que te vi... Dios, brillabas como un faro en medio de la niebla.- jadeó enfebrecido – De todas las rameras de Monteleone, ninguna te igualaba, y eso que debían ser las mujeres más hermosas que él podía pagar. Ah, cuando te vi, alta, bella, con ese cabello de fuego... mirándome con esos ojos... joder, tiene que ser mía, me dije. ¡Y no podía ser! – soltó una seca carcajada - ¡Tú no, tú eras del jefe!

La tenía tan sujeta por el cuello que no se atrevía a moverse. La otra mano de Sciarra soltó el arma y empezó a tantear con brusquedad los senos bajo la blusa.

- ¡Y no poder tenerte! – continuó, pegándose más a ella, que notó la erección bajo la tela del pantalón – Que tú eras del jefe, que a ti nadie te tocaba, cuántas veces me lo dijeron. No podía creerlo. Las otras no me bastaban. Las tenía cuando quería y como yo quería. Una, dos, tres... las veía debajo de mí y todas tenían tu cara. Me volvía loco. Las golpeaba, las maltrataba, porque ellas no eran tú, y yo te quería a ti. ¡A ti y sólo a ti!

De un tirón rasgó la blusa de arriba abajo, haciendo saltar los botones. Se la arrancó febrilmente, y tras dos tirones, el sujetador cedió con un chasquido. Ella jamás había sentido tanto miedo y odio en su vida.

- Yo no soy malvado... – jadeó en su oído mientras sus dedos le recorrían los senos, estrujándolos hasta el dolor – Dicen que era un bruto. Que pegaba a las mujeres. No es verdad. Si te hubiera tenido a ti, no habría hecho sufrir a nadie. Vivía de día, de noche, atormentado por tu visión. Y tú tan altanera, tan despreciativa... yo te repugnaba. Todavía te repugno. Y sabes muy bien que soy más atractivo que Monteleone. ¡Maldita sea, cuando querías te ibas a la cama con el que se te antojara! ¿Por qué no conmigo? ¿Tan horrible era yo?

La boca ensangrentada de él descendió hasta los senos. No podía moverse. Si se movía, él le apretaba la garganta con más fuerza. Casi no podía respirar. Cerró los ojos. El corazón palpitante se le salía del pecho. Él se había vuelto a levantar. Ahora le desabrochaba el pantalón con brusquedad.

Oh, Dios. No, no, no. Protégeme, rogó ella en silencio.

- Y luego, cuando por fin te tuve, no fue satisfactorio.- continuó él, cada vez con la voz más ronca – Te golpeé una y otra vez. Quería borrarte esa mueca de desprecio de la cara. Te violé y no me bastó. Te convertiste en un saco de paja inerme que no me aportó nada. Tu amiga, esa bonita china, me ayudó bastante con sus sollozos y lamentos. Tú no. Tú te mordiste la lengua y te dejaste hacer. Qué bien os lo montáis las putas, ¿eh? Cuando el cliente os desagrada, abrís las piernas y miráis hacia otro lado. ¡Pero esta vez no mirarás a otro lado! ¡Esta vez me darás lo que quiero!

De un tirón la separó de la pared y la arrojó al suelo. Ella chilló cuando se golpeó el codo contra el suelo. El impacto la dejó sin aliento. Luego él la giró brutalmente boca arriba y se tendió sobre ella.

- Esto podría haber sido diferente...- siseó él – si tú hubieras querido...

Maddalena giró la cabeza a un lado. A través del reguero de sangre que humedecía sus párpados, vio a Radha que empezaba a moverse lentamente.

- Giacomo... – sollozó – Delante de ella no...

- ¡Bah! ¡Las había más jóvenes que ella en tu harén! ¡Qué pretendes aparentar!

Luego llegó la odiosa punzada de dolor, que le desgarró el vientre como una cuchilla. Gritó de dolor y se contrajo. El frío mármol del suelo le congelaba la espalda, y toda ella estaba empapada en sudor.

- ¡Ahora verás! – jadeó él - ¡Es la última vez que me giras la cara!

Extendió la mano y le agarró la mandíbula, obligándola a mirarle mientras la violaba. Tanteó con sus dedos su rostro y su cabello, maravillado de la suavidad de la piel de sus párpados, y de la caricia cosquilleante de sus rizos. Así la había soñado él, noche tras noche: temblorosa, aterrada, con el rostro contraído de odio y de dolor.

Con una última embestida, se desahogó por completo y se dejó caer sobre ella con todo su peso. Luego se incorporó y se retiró con la misma brusquedad con la que la había penetrado.

Maddalena estaba tan dolorida que no podía moverse. De soslayo vio que tenía salpicaduras de sangre en los muslos y notó fluir el líquido vital de dentro de ella, goteando hasta el suelo.

Sciarra se había incorporado. Ahora la miraba de reojo, como una visión increíble y maravillosa.

- ¿Estás ya contento, cerdo? – oyó que murmuraba, medio desvanecida.

- Estaré mejor cuando coja a ese cabrón que tanto te gusta y le corte las pelotas. Luego te follaré una vez más mientras se desangra, para que lo vea todo.

Ella hizo una mueca. Sí, qué más quisiera él. La violaría, la mataría, sí, pero no iría más allá. Era impotente, totalmente impotente para vengarse más allá de eso.

- ¿Todavía te ríes, ramera? ¿Todavía te ríes?

Inspiró profundamente y tomó fuerzas.

- Sí, claro que me río. Eres un personaje triste y odioso. No sé qué vida has tenido que te ha convertido en semejante monstruo, pero eres despreciable y te odio. Lo máximo que puedes hacer con una mujer es violarla y golpearla. Lo máximo que sabes hacer con un hombre es insultarlo y pelearte con él. No amas y no sabes hacerte amar. Eres asqueroso. Has tenido mi cuerpo, pero nunca me tendrás a mí.

El puñetazo le giró la cara y se oyó un chasquido cuando su pómulo golpeó contra el suelo.

- ¡Puta! ¿Qué sabes tú de amores, eh? ¡Fulana que te vendes al mejor postor...!

- Prefiero ser una fulana que se vende al mejor postor que un engendro repugnante al cual ni la más rastrera de las fulanas se vendería.

Soltando un rugido de rabia, Sciarra le agarró el cuello con ambas manos y empezó a apretar mientras le golpeaba la cabeza contra el suelo. Un conglomerado de estrellas empezó a danzar ante sus ojos y entonces supo que la iba a matar. La asfixiaría o quizá le reventaría el cráneo contra el suelo. Fuera lo que fuera, sería el fin. Le perdería de vista.

Ayudadme, suplicó en silencio a las tres mártires de Sicilia, que se acabe ya. Por favor.

De pronto, los golpes cesaron. Las manos se aflojaron en torno a su garganta y, con un jadeo de dolor, aspiró el aire, que entró seco y ardiente en sus pulmones atormentados. Al disiparse la niebla que le empañaba los ojos, Maddalena vio de nuevo el rostro de Sciarra, que reflejaba un profundo terror. Los ojos se le salían de las órbitas y tenía la boca entreabierta.

Haciendo un ruido gorgoteante, se llevó las manos a la garganta. Horrorizada, Maddalena vio que de ésta surgía la punta afilada de un bisturí.

El italiano trastabilló y se desplomó sobre ella. Luego rodó y cayó a su lado. Su cuerpo estaba experimentando convulsiones horribles. Y de pronto se quedó rígido. Extendió su manaza en forma de garra hacia Maddalena, tratando de tocarla por última vez... y cayó sobre el mármol. Un borbotón de sangre fluyó de sus labios y quedó inmóvil, con los ojos desorbitados mirando fijamente a la pelirroja.

Maddalena alzó la vista y vio a Radha de pie, serena, con una expresión firme y terrible en su dulce rostro. Tenía la mano derecha salpicada de sangre.

- Has sido tú... tú le has matado...

Ella se inclinó, observó ceñuda los muslos mancillados de la mujer y luego, pasando un brazo sobre sus hombros, la ayudó a incorporarse. Un nuevo latigazo de dolor sacudió a Maddalena.

- Radha... – susurró – me has salvado...

La muchacha clavó sus ojos oscuros en ella. Luego, haciendo un gesto irritado, expresó en su vacilante inglés:

- Por culpa de un hombre como él mi vida ha sido un infierno.

Olvidando toda contención, Maddalena rompió a llorar.


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