Capítulo 30: "Sálvale..."

Diez en punto de la noche. Muelle del Támesis, en el corazón de Londres.

Lara aguardaba pacientemente recostada en un viejo banco, con la cajita que contenía los Fragmentos (suyo y de Selma) en su regazo. Después de mucho discutir con Marie, había logrado convencerla de que se quedara en Surrey. No quería correr riesgos.

Mientras se retorcía la trenza con aire ausente, divisó una sombra bajita que se acercó rápidamente. Dos grandes moles le escoltaban, y al aparecer a la luz, Lara vio a un hombrecillo bajo y de aspecto casi cómico, tan gracioso como terribles resultaban los dos guardaespaldas. Ella le miró de arriba abajo.

- ¿Quién eres tú?

- Hugh le bastará, señorita Croft. – dijo el otro con vocecilla aflautada – Trabajo para La Cábala, como habrá supuesto. Le adelanto que no será prudente por su parte juzgarme por mi tamaño y apariencia, porque le aseguro que puede lamentarlo.

Lara torció la boca y observó a los dos gorilas, que la miraban interpérritos con sus enormes brazos cruzados sobre los anchos pechos.

- ¿Y bien? – dijo Hugh - ¿Trae los Fragmentos?

Por toda respuesta, Lara le tendió el estuche. Hugh lo cogió y lo abrió. De inmediato frunció el ceño y dijo con voz chillona:

- ¡Aquí sólo hay dos Fragmentos! ¿Me ha tomado usted por tonto?

- Todavía no.- se burló ella – Por supuesto que sólo hay dos Fragmentos. Uno era mío y el otro de Selma. No sé nada del tercero, como podrá comprender.

Hugh cerró el estuche con un chasquido y lo hizo desaparecer en el interior de su gabardina

- Usted debe ser imbécil – siseó el hombrecillo - ¿De verdad se cree que a mí me importa eso? ¿Cree que no sé que el tercer Fragmento lo tiene la señora Cornel, que según mis fuentes, está con usted?

La mirada de Lara se oscureció.

- Por supuesto que no soy imbécil. Pero tú, sí, Hugh. ¿De verdad crees que iba a darte todos los Fragmentos si tú no me has dado la menor garantía de que Radha está bien? ¿Dónde está ahora? ¿Es ésa tu forma de hacer intercambios?

- Yo no hago inter...

No acabó la frase. De la oscuridad surgieron una decena de hombres armados. Los dos matones reaccionaron saltando sobre ellos pero en unos segundos fueron acribillados. Hugh, aterrado, trató de salir huyendo pero un fornido soldado lo agarró por la nuca y lo levantó en volandas.

- ¡Vaya, vaya, Lara! – canturreó - ¿Esto es de la Cábala? ¡Qué aburrimiento!

- Puedes soltarle, Justin.- sonrió ella.

Hugh dio con sus huesos en el suelo, y se levantó de un salto. De inmediato se le quitó el estuche de los Fragmentos, que fue devuelto a Lara.

- No esperaba que me lo pusierais tan fácil.- se burló ella – Tantos mercenarios que tenéis, y ni uno solo te has llevado contigo. Desde luego que eres imbécil.

- ¡Oh, perdóneme señora mía! – escupió Hugh con sarcasmo – Pero ningún mercenario quería perderse el honor de arrancarle la piel a tiras al señor Trent, de modo que, estando tan ocupados, tuve que venirme tan poco escoltado.

La sonrisa abandonó el rostro de Lara y dio un paso adelante, furiosa, pero antes de llegar a golpearle Justin le detuvo cogiéndola del brazo.

- Muy bien, enano – jadeó, dominándose – ahora soy yo la que pone las condiciones. Si quieres recuperar los Fragmentos, o incluso obtener el tercero, liberaréis a Kurtis Trent y a Radha Deli y os olvidaréis de nosotros para siempre.

Hugh soltó una seca carcajada.

- A tu Kurtis sólo le quedan unas horas de vida. No es más que una piltrafa... si quieres te lo devolvemos para que lo entierres o lo uses de abono para tu jardín...

No vio llegar el puño de Lara, que le impactó en plena boca y lo arrojó dando vueltas al suelo. Lo siguiente que notó fueron sus manos atenazándole la garganta y sacudiéndolo como un pelele.

- ¡Te voy a matar, hijo de put...!

Respiró de nuevo cuando el soldado llamado Justin apartó a Lara.

Hugh se atragantó en sangre y empezó a escupir dientes. De pronto notó que lo levantaban y se encontró fuertemente sujeto por Justin.

- Bien, enanito, ya has visto que no se provoca a la señorita, ¿vale? Ahora pórtate bien o te haremos una ortodoncia nueva.

Lara, jadeando pesadamente, se desplomó en el banco mientras los soldados rodeaban al preso. Otros venían de esconder los cadáveres de los matones. Aturdida, se sujetó la cabeza, sintiéndose de pronto mareada.

- De acuerdo – dijo por fin – puesto que no vas a hacerlo por las buenas, lo harás por las malas. No tendrás los Fragmentos. Si Betsabé los quiere, que venga ella a por ellos. Y tú nos dirás ahora dónde tenéis a Radha y a Kurtis.

- Nunca.- respondió Hugh.

Otro puño impactó de nuevo, esta vez en su mentón, y no era el de Lara sino el de Justin, que parecía de acero. El puñetazo le partió en dos la barbilla y empezó a manar un reguero de sangre.

- ¿Dónde están? – repitió Lara.

- ¡Que te jodan, puta!

Un tercer puñetazo le hundió el tabique de la nariz. Hugh empezó a aullar y a retorcerse. Justin siguió golpeándole hasta que su cara pareció un mapa. Entonces lo derribó en el suelo y le dijo:

- Sigue tocándonos las narices, mamón, y pisoteo los restos de tu cara con mi bota.

Hugh soltó un escupitajo sanguinolento, pero al ver alzarse el pie del soldado sobre su cara, empezó a lloriquear. Lara, que no se había movido del banco, insistió:

- ¿Dónde están?

- ¡En la Isla! – aulló el espía.

- ¿Qué isla?

- ¡No tiene nombre! ¡Es...es la Isla! ¡Allí está el hospital, el laboratorio y las mazmorras!

Lara sacudió la cabeza. Así que aquella era su base. Otro Strahov, otro centro como el que tuvieron en Praga y luego en Munich. El nido de ratas había sido reconstruido de nuevo... esta vez en una isla. Y de nuevo estaba muriendo gente allí... y entre ellos estaba él...

Una arcada le hizo doblarse en dos, pero se dominó. Se sentía cada vez peor, y creía saber de qué era. Era eso. No había tenido valor para librarse de aquello, no se había sentido con derecho de borrar algo que no era sólo suyo, pero al desaparecer los efectos y encontrarse de nuevo bien, llegó a creer que se lo había imaginado, que no era real, que aquel test estaba equivocado, que no había nada creciendo ni expandiéndose dentro de ella... pero allí estaba de nuevo aquella sensación de mareo y náuseas. Otra vez.

- ¿Lara?

Los soldados la miraban, esperando. Tomó aire.

- Dime dónde está esa Isla y te dejaremos ir.

- ¡No piens...!

Se oyó un crujido, y Justin levantó el pie. Esta vez Hugh tragó tanta sangre que no le salió voz para gritar.

- ¡Vale, vale... Dios! ¡Está en Chipre, enfrente de las costas de Chipre, dirección norte, a tres días de navegación! ¡Dios, dejadme ya!

Lara permaneció un momento en silencio, y luego asintió. Justin le levantó de un tirón. Sollozando, Hugh se tambaleó.

- Muy bien. Has colaborado y por ello no te molestaremos más.- dijo Lara – Pero ahora nos llevarás hasta allí.

El espía le miró, horrorizado, y entonces Lara esbozó una sonrisa sarcástica.

- Sí, amigo... voy a darle a tus superioras el honor de saludarlas en persona. Tengo cuatro cosillas que tratar con ellas.

*******************

- Doctora...

Giselle alzó la vista y se quedó de piedra. Ante ella estaba la dulce Giulia, como solía llamarle, con la barbilla sospechosamente hinchada y que empezaba a adquirir un leve tinte violáceo. Tenía los ojos enrojecidos de haber llorado y sujetaba en su puño un fajo de papeles.

- Dios, ¿qué es eso? ¿Quién te ha pegado?

Se había retirado tan rápidamente de la sala de tortura, furibunda y asqueada, que no había visto nada de lo su cedido después. Ahora sólo deseaba estar un rato sola y reposar en su despacho, pero la visión de Maddalena, que parecía totalmente desorientada, bastaba para turbarla.

La pelirroja arrojó el fajo de papeles sobre su mesa, sin más preámbulos. Giselle cogió una hoja de manuscrito, se ajustó las gafas, leyó algunas líneas moviendo silenciosamente los labios, y de repente alzó sus ojos verdes y escrutó a su nueva auxiliar por encima de los cristales de las gafas.

- Giulia, ¿qué diablos es esto?

- Son manuscritos que datan del siglo XV y que hablan mucho sobre la Lux Veritatis y los demonios, sobre los Ne...Nephilim o yo que sé y otras tantas cosas...

Giselle se había quedado rígida.

- Sé... - continuó Maddalena – que quizá a una mujer de ciencia como usted esto le parezca de nulo interés, pero sé de buena tinta que alguien en este sitio quería estos documentos... lo sé, lo juro, creo que...

De repente, alguien apareció detrás de Giselle, como si se hubiera materializado de la pura nada. Maddalena soltó un grito y saltó hacia atrás, aterrada.

- Giulia, te presento a mi hija, Betsabé.- dijo Giselle con calma.

- Ya nos conocemos.- sonrió la otra – Conque Giulia, ¿eh? Has hecho bien en retomar tu auténtico nombre. El otro pegaba muy bien con tu antigua profesión, pero no es que te favoreciera demasiado.

Rodeó lentamente el escritorio de la doctora, acariciando levemente el hombro de ésta, mientras avanzaba sonriendo hacia Maddalena. Ésta, llena de pánico, había retrocedido hasta chocar contra la puerta. Al intentar agarrar el pomo, observó, horrorizada... que había desaparecido. No había pomo en esa puerta.

- Debería castigarte por lo que has hecho.- murmuró la hermosa – Burlarte de mis hombres, mentir a mi madre sobre tu origen y tu nombre, infiltrarte de mala manera y dialogar con los presos. Pero vamos a dejarlo. Di qué pretendes hacer con estos documentos.

La tenía tan cerca que podía oler su suave perfume. De repente, Maddalena supo que estaba muerta, muerta muerta muerta, se acabó, querida, ahora te matarán, pero al menos, acaba lo que empezaste.

- Estos documentos son valiosos en extremo.- farfulló – Por Daniele Monteleone sé que tú y tu gente estaba interesada en cosas que tienen que ver con lo que aquí está escrito. Vengo a... ofrecerlos a cambio de que liberéis a Kurtis Trent.

Y entonces ocurrió algo sorprendente. Aquella mujer, aquella bruja malvada tan bonita que daba dolor verla, sonrió dulcemente. Y era una sonrisa triste y compasiva. Giselle, en cambio, frunció el ceño.

- ¡Lo que me faltaba por oír! ¡La vida de ese hijo de perra no vale ni siquiera un montón de papelajos inútiles! ¡Chorradas sobre una Diosa y todo eso...!

- Cuidado, madre.- susurró la otra con suavidad – No blasfemes. Los documentos son valiosos, y sí que podrían valer la vida de ese hombre...

Los ojos dorados de Maddalena se humedecieron. Esperanzada, se acercó hasta Betsabé e hincando la rodilla en el suelo, tomó el borde de su vestido y susurró:

- Yo no soy más que una mujer despreciable y lo único que quiero es salvarle la vida... tú, que eres buena, apiádate de él. Te lo ruego.

Se oyó un resoplido severo procedente de Giselle. Betsabé sonrió todavía más (era sorprendente cómo su sonrisa podía ensancharse sin llegar a parecer forzada) y dijo:

- Te prometo que Kurtis Trent no morirá aquí. Dejará de recibir tortura y le sacaré en breve de la celda. ¿Te basta eso, Giulia?

- ¡Betsabé! - saltó Giselle, escandalizada - ¿Qué estás diciendo?

- Sí... - jadeó Maddalena, aturdida.- Sí, me basta.

La sonrisa de Betsabé se redujo, y entonces percibió un centelleo frío en sus ojos verdes.

- Dado que sientes tanto amor por él, a partir de hoy ocuparás su celda y recibirás en tu propia carne las torturas que le estaban reservadas a él.

Giselle enmudeció, sorprendida, mientras las pupilas de la pelirroja se dilataban de horror.

- Será fácil sufrir, ahora que sabes que lo haces para evitarle mayor mal a él. – concluyó Betsabé, sonriendo con maldad. – Éste será tu castigo por tu atrevimiento, aunque eso sí, se te agradece que hayas aportado tan valiosos documentos.

Maddalena dio media vuelta y, de repente, sus dedos hallaron el pomo que no encontraba antes. Pero no llegó a abrir la puerta. Una ola de oscuridad la engulló y no vio más.

***************

- ¡Quiero que me expliques inmediatamente todo esto!

Después de que los soldados se llevaran a rastras el cuerpo exánime de Maddalena a las mazmorras, Giselle se enfrentaba a su hija, llena de furia, mientras sacudía en sus manos el fajo de documentos.

- ¡Estos papeles son muy antiguos, Betsabé! ¿De dónde los ha sacado esa zorra?

- Pertenecían a su amo, Daniele Monteleone, un mafioso quien, a su vez, los había obtenido de su tío el cardenal Ercole Monteleone.

- ¡Archivos del Vaticano! ¡Nada menos que eso, Betsabé! ¿Qué hacían esos archivos en manos de esa fulana?

- Fue una jugada que le hizo a su jefe, pero no importa ya. ¿Me los das?

Y tendió la mano hacia los papeles, pero Giselle apartó el fajo.

- ¡No, no te los doy! ¡Estoy furiosa contigo, Betsabé! ¿sabes que hay aquí? ¡Tonterías! Mitos y leyendas sobre esa Orden y esa Lilith de los demonios que...

Los ojos de Betsabé chispearon.

- Es la segunda vez que blasfemas. Cuidado, que no haya una tercera.

- ¡Por Dios, hija! ¡Todo esto te está afectando al cerebro!

Arrojó los papeles sobre la mesa y tomó a su hija por los hombros.

- Mírame, cariño... entiéndeme. Soy una mujer de ciencia y me traen sin cuidado estos mitos oscuros. Gertrude ya logró envenenar tu mente con estas fantasías y por eso me deshice de ella.... ¡creí que habías olvidado todas estas chorradas!

Betsabé le lanzó una mirada implacable...y por primera vez, Giselle sintió miedo. Miedo de ella. Se pasó la mano por la frente, aturdida.

- ¿Qué he hecho para que me odies de ese modo, hija mía? ¿Acaso no hice todo lo que me pediste? ¡Me pediste que ordenara raptar a esa niña hindú, y lo ordené! ¡Me pediste que la mutilara y que enviara a Hugh con sus dedos y un mensaje a esa británica, y lo hice! ¿En qué te he fallado?

- Dudas de mí, madre. En eso me estás fallando.

Giselle se desplomó en la silla.

- ¿Sabes por qué murió tu padre? Murió porque se dejó encandilar, como tú, por profecías y paparruchas. ¡Creyó que su única opción era poseer a Lara Croft y engendrar un ser de ella! Y ahora ves lo que se equivocó. ¡No necesitaba a esa zorra inglesa para crearte a ti, hija mía, hija de Karel!

Betsabé se estremeció al oír las palabras repetidas de la Diosa.

- ¿Y qué hay de que vas a liberar a ese cerdo? – prosiguió Giselle - ¿Para eso me lo has traído? Me parece muy bien que se castigue a esa pelirroja insolente pero sabes que él es mío... ¡es mío! Y no permitiré que me lo arrebates.

- Él ya no te pertenece, madre. Morirá si sigues torturándole. Ya está enfermo y muy herido.

El color subió a la faz serena de Giselle, que de repente se deformó en una mueca de histeria.

- No pienso dejarle hasta haberlo cortado en pedazos, ¿me oyes? Pienso arrancarle hasta el último hálito de vida. No sé qué te ha pasado, Betsabé, pero desde hace un par de días estás demasiado rebelde... recuerda que somos un equipo, ¿de acuerdo? Te arriesgaste mucho por encontrarle y capturarle en Capadocia... ¡no me digas que después de eso piensas liberarle!

- Yo no he dicho nada de liberarle.- arguyó Betsabé, sonriendo enigmáticamente.

Giselle suspiró. Le recordaba demasiado al propio Karel aquella actitud, tan misteriosa, tan fría y la vez... tan despreciativa. Como si ella ya no sirviera. Como si ya no pudiera entrar en su plan.

- Has hablado de suspender la tortura y sacarle de la celda. No voy a jugar al ratón y al gato contigo, hija. Estoy cansada de tratar de descifrar lo que dices y lo que piensas. Digas lo que digas, ese prisionero es mío y le he de hacer pagar por lo que hizo...

Se acercó hasta ella y la tomó otra vez por los hombros. Betsabé siempre llevaba largas túnicas sueltas que dejaban los suaves hombros desnudos, y al tocarla, los notó fríos, como si le corriera hielo en lugar de sangre en las venas.

- A veces, creo, Betsabé, que la muerte de tu padre no te importa. Lo digo porque te mantienes bastante neutral al respecto...

- Yo no siento amor ni odio, y tú lo sabes. Esos accesos de furia y pasión que tienes, que tienen todos los mortales, quedan muy pintorescos pero no van con mi gente.

- ¡Tu gente! ¡Tu gente que está muerta! ¡Que murió por culpa de individuos como ese maldito Kurtis Trent! ¿No te das cuenta de que estás sola? ¿De que, cuando yo envejezca y muera, y todos hagamos lo mismo, tú seguirás viviendo eternamente, y seguirás sola porque no existe tu gente?

Durante un momento, la expresión serena del bello rostro de Betsabé fue sustituida por una de desconcierto. Sí, claro que lo sabía, pero nunca lo había considerado tan... seriamente.

- Sí así ha de ser....

Giselle sonrió triunfalmente.

- No. No será.

Retrocedió un par de pasos y la miró:

- Cada vez que te veo se me alegra el alma. Eres la criatura más perfecta de la Tierra. Y yo te creé... y ahora es hora de que sepas la verdad.

Pero Betsabé no necesitó que ella se lo dijera. Lo vio escrito en su mente, la verdad brillante, envuelta en resplandecientes volutas de humo.

- ¡No!

- Mis experimentos pretenden crear otro ser como tú, Betsabé. Un compañero. Un Nephilim varón que esté junto a ti y te proporcione descendencia.

Ella retrocedió. Los ojos le brillaban como ascuas verdes.

- ¡No puedes estar hablando en serio!

- ¡Claro que sí! ¿Qué te creías que hacía, experimentando el desarrollo, la reconstrucción de los tejidos, el funcionamiento de los mecanismos del dolor y la cicatrización? ¿Estudiar el cáncer? ¡No, hija, estaba sirviendo a La Cábala, como siempre he hecho!

Sonrió y se acercó a ella, pero Betsabé retrocedió, como si su contacto le asqueara.

- Es cierto que ya no dispongo del maravilloso material genético de tu padre, pero ya no lo necesito, ¡tengo el tuyo! Por fin he logrado aislar el material suficiente para mezclarlo con mi propio material y volver a repetir el experimento...

- ¿Vas a volver a quedarte embarazada? – Betsabé no podía creer lo que oía.

- ¡Claro que sí! ¡Y me aseguraré de que sea varón! Un hermano y esposo para ti...

El incesto, pensó entonces Betsabé, el Incesto Cosmogónico. ¿Qué decía tía Gertrude de eso? Los demonios nacieron de un incesto...

- ... en dos años, quizá menos, estará listo para ti. Jamás volverás a estar sola y no correréis peligro. Podréis procrear y crecer de nuevo. ¡Éste era el sueño de Karel, el de Eckhardt, el de todos nosotros! Y yo, una humilde mujer a la que nadie tomaba en serio, va a cumplirlo. ¿No te alegras?

Ella le miró, estupefacta. ¿Es que debería alegrarme, madre? ¿De que hayas decidido entregarme como concubina a un ser aún no creado? ¿De que decidas por mí sin consultarme?

- Madre, juraste que jamás harías algo así. Yo sola puedo ser la Hija de Lilith. No habrá otro. La soledad no me importa. Pero no voy a ser un simple útero para fabricar criaturas como yo.

- ¡Juré! Sí, juré... pero te mentí. No me hubieras dejado avanzar... vamos Betsabé, considera que...

Sin dignarse a seguir escuchándola, dio media vuelta y atravesó la pared, no sin antes apoderarse de los documentos. Estaba tan ensimismada que se olvidó de ocultarse y Ralph la vio salir a través de la pared. El susto le impidió dormir varias noches.

- ¡Betsabé! – oyó gritar a su madre en la lejanía - ¡Algún día me lo agradecerás!

*********************

Era de noche en el castillo de Bran, y los tres inquilinos nocturnos se caían del sueño, pero ninguno de ellos se sentía con ganas de intentar dormir.

Zip, a quien el continuo resplandor de la pantalla de su portátil había dejado ojeras como bolsas bajo los ojos, se frotó distraídamente la oreja mientras oía la voz de Marie a través del altavoz:

- ... preferimos no correr el riesgo de juntar los Tres Fragmentos – decía la mujer india, cuyo rostro aparecía en la pantalla – Si Lara fracasara en su cometido y la capturaran, al menos les sigue faltando el Tercer Fragmento, por lo que, aun cuando destruyan los otros dos, esa Nephilim seguirá corriendo el mismo riesgo...

- ... mientras no se carguen al pobre Kurt.- suspiró Zip, frotándose los ojos esta vez.

Marie sacudió la cabeza, entristecida.

- Desde luego. Lara redujo al espía enviado por La Cábala y le han obligado a que les revele el emplazamiento de la nueva base. Partirán dentro de dos días y yo iré con ellos, así que por algún tiempo no podremos estar en contacto...

- ¡Pero es un suicidio! – exclamó de repente Selma, saliendo por detrás del informático y dándole un susto de muerte. - ¡Si tienen a todos sus hombres allí...!

La india adoptó una expresión solemne.

- No nos queda otra, Selma. Temo que Kurtis esté muy malherido o que lo hayan matado ya. Además, nos acompañará el regimiento de Justin. Si hace falta montar una batalla campal, la montaremos.

Zip soltó un silbido, como diciendo, ¡vaya tela!

- ¿Puedo abandonar ya? – pidió entonces Marie – No estoy acostumbrada a este tipo de trastos y me estoy poniendo nerviosa.

- Sólo decirte – apuntó Selma, alzando un dedo – que Vlad ya ha obtenido las coordenadas precisas para la localización de la entrada de la Vorágine. Si me lo permites... es otro suicidio.

- ¿Crees que no lo sé? – suspiró Marie, exasperada - ¡Pero sería más fácil convencer a una piedra! ¡Lara es más cabezota que yo!

Selma empujó a un lado a Zip y se sentó a medias en la silla:

- ¿No podrían haber colocado la entrada a ese infierno en otro sitio? ¡Por favor, Marie! ¿Sabes la cantidad de permisos, de visados, de pasos, de nombres falsos e identidades falsas y de indumentarias falsas que necesitaremos para poder...?

- Me hago una idea, Selma, pero es lo que hay. A ti y a Vlad se os da bien conseguir cosas así. No nos falléis.

Se cortó la comunicación y Zip soltó un suspiro.

- En fin, princesa.... de nuevo solos.

Le acarició el cabello con coquetería, pero Selma no estaba aquella noche para carantoñas. Se levantó, alterada, y dijo:

- Voy a hacerle compañía un rato a Vlad. El pobre no duerme desde hace noches.

Zip hizo un mohín de disgusto:

- Princesa, yo he dormido tan poco como Don Pitagorín. A ver quién crees que ha estado haciendo de telecomunicador entre vosotros estas dos semanas.

- Lo sé, lo sé.- dijo ella, ausente, le dio un rápido beso en la mejilla y salió apresuradamente del cuarto.

El chico suspiró, puso su salvapantallas de chicas en topless, y se dirigió al sofá a tratar de descansar un rato.

********************

Maddalena empezó a recuperar la conciencia lentamente. Al principio, al verse tumbada en un suelo rocoso y húmedo, rodeada de un ambiente pesado y asfixiante, se dejó llevar por el pánico. Se incorporó a medias y no vio nada. Avanzó de rodillas, tanteando un poco, y se golpeó contra lo que parecían ser barrotes de hierro grueso. Retrocedió, aturdida, y entonces chocó contra un cuerpo inmóvil en el suelo. Soltó un grito de terror.

- Cuidado, hija.- susurró una voz cascada desde muy cerca – Si te caes encima de él y lo aplastas, acabarás de rematarlo.

- ¿Quién hay ahí? – chilló histérica.

- Tranquila. Me llamo Marcus y soy prisionero como tú, de modo que no voy a hacerte daño. Ese hombre al que casi aplastas es mi compañero de desgracias Kurtis, al que han "desgraciado" bastante más que yo, y como el único rato de reposo que tiene es cuando está inconsciente, te sugiero que no le jorobes más y bajes la voz.

- ¿Dónde estoy?

- En las celdas de la Isla. Lo siento, querida, pero abandona toda esperanza. Ahora estás con los perdedores.

Ahora que sus ojos se acostumbraron a la negrura, empezaba a perfilar formas. Vio a Kurtis tendido de lado a sus pies, inmóvil y silencioso, y a través de los barrotes de enfrente, un anciano decrépito cubierto de harapos que la miraba con curiosidad.

- Qué bonita eres... qué lástima, Dios mío, una muchacha tan bonita, aquí abajo, con estos dos miserables. La Señora ha venido antes y me ha contado lo que has hecho. ¿Por qué has sido tan insensata? Tu única misión era ver, oír y callar, y seguirías llevando bonitas batas blancas y durmiendo sobre colchón. Ahora nadie puede ayudarte. Has sido muy, muy insensata.

Ella se sentó en el suelo, al lado de Kurtis.

- Lo que hice, lo hice por amor.

- ¡Ah! – exclamó Marcus – Eso explica muchas cosas. Pero el amor no te salvará de lo que te espera.

- Le salvará a él de sufrir más.- contestó ella, y pese a que aparentaba ser fuerte, se le llenaron los ojos de lágrimas.

Vio al viejo acercarse a los barrotes que les separaban y extender los brazos sobre el cuerpo de Kurtis. Cerró los ojos y movió las manos como si le acariciara, aunque en realidad las manos estaban muy por encima del cuerpo.

- ¿Qué haces? – murmuró ella, sorprendida.

- Tratar de curarle. Ahora calla, que me desconcentras.

¡Pobre hombre!, pensó Maddalena, compadecida, ¡ha perdido el juicio del todo aquí abajo!

Marcus estuvo un rato moviendo las manos sobre el cuerpo de Kurtis mientras soltaba una salmodia entre dientes que a ella le recordó al latín. E incluso mientras le observaba fascinada, se dio cuenta de que Kurtis parecía respirar mejor y hasta el color de la piel pasaba de un aspecto ceniciento a rosáceo. Era como si le estuviera despejando los pulmones. Se acercó más a él y notó cómo la piel le transpiraba, como si estuviese sudando... expulsando la fiebre del cuerpo.

- ¡No le toques! – advirtió Marcus dulcemente.

Entonces todo acabó. Retiró las manos y se sentó, exhausto, como si acabara de hacer un gran esfuerzo. Kurtis se estremeció y se incorporó lentamente. En la negrura de la mazmorra, Maddalena oyó su voz grave junto a él:

- Te dije que no desperdiciaras tu Don en mí, anciano.

- ¿Y en quién voy a hacerlo, hijo? ¿En mi carcelero? De no ser por mí, esa fiebre ya te habría matado.

- No me haces un favor en alargarme la vida y sanarme cada noche.

- Es lo máximo que puedo hacer por ti. No puedo curarte las heridas, sólo alejar la enfermedad y las infecciones de tu cuerpo. No soy un Nephilim. Lo siento por tus manos... estás destrozadas.

Él sacudió la cabeza y entonces vislumbró a Maddalena, sentada contra la pared, que le miraba fijamente.

- ¿Qué haces aquí?

- Ocupar tu puesto... - murmuró ella. – No debes preocuparte más. No te harán más daño. Me lo prometieron. Soy yo la que va a pagar por ti.

- ¿Qué diablos significa eso? – dijo él mirándola confundido.

- Ellos... mejor dicho, ella... quería unos documentos que tenía Monteleone. Yo encontré este lugar y me hice pasar por auxiliar... luego vi lo que te hacían y les ofrecí los documentos a cambio de que te dejaran en paz. Y lo harán, pero por desgracia, seré yo la que pague por ti.

Él acudió la cabeza de nuevo, turbado, y dijo:

- Te has equivocado, Maddalena. No hay promesa suya en la que puedas confiar. Te dije que te marcharas... ¿qué has hecho? ¿Les has dado documentos que pueden facilitarles el camino... por mí? ¿No sabes que yo no soy nadie? ¿Qué has hecho?

- Deja de sermonearla. – indicó Marcus, soñoliento – El daño está hecho y la chica ya no puede volver atrás. No te quejes tanto, ya quisiera yo que una mujer tan guapa estuviese tan loca por mí.

Maddalena se ruborizó violentamente y se apretó más contra la pared de la celda. Pero Kurtis no dijo nada más. Lo oyó moverse y entonces notó que le ponía una tela suave en las manos.

- Cúbrete con esta capa. Si no, dentro de dos días, tendrás fiebre y Marcus no alcanzará para curar a los dos.

- Deberías cubrirte tú...

- No, gracias.- cortó él con un tono que le sonó burlón.

La capa era ancha, suave y cálida. Maddalena se envolvió en ella y cayó al rato dormida, pensando en lo maravilloso que había en lo que Marcus había hecho con las manos...

***************

- Ahí está.- afirmó Hugh, exhausto – Ésa es la Isla.

Lara asintió, se separó del hombrecillo maniatado a su asiento e indicó al piloto de la avioneta:

- No te acerques más. Podrían vernos.

Justin, sentado en el asiento del copiloto, la miró lleno de preocupación.

- ¿Y las otras avionetas? – indicó el piloto.

- Que se mantengan elevadas. – indicó Lara – Voy a saltar.

Justin se desabrochó el cinturón de seguridad y fue a la compuerta de fuselaje, donde Lara se estaba ajustando el paracaídas sobre el traje de submarinista que llevaba.

- ¿Te he comentado ya que es una locura lo que vas a hacer?

- Tú no, pero Marie lo ha hecho cien mil veces.- indicó Lara, señalando por encima del hombro a la india, que custodiaba al cautivo espía con expresión enfurruñada – Vamos, Justin, no te preocupes. Si me descubren, activaré el comunicador que me dio Zip y vendréis al rescate.

- ¿Se supone que debemos disparar a discreción?

Lara se detuvo un momento. Luego, acabó de ajustarse las correas.

- Quizá haya gente prisionera allá dentro. No ataquéis a gente desarmada.

- Entendido. Bueno, chica, mucha suerte. ¡Espero que ese Kurtis valga el riesgo que nos estamos tomando!

Oh, sí lo vale, pensó Lara mientras abría la compuerta y fijaba su mirada en el ancho mar al cual se iba a lanzar, claro que lo vale.

*************

Cayó durante unos metros con brazos y piernas extendidos, y en cierto punto dejó ir el paracaídas. El agua la golpeó con fuerza pese a todo, y al poco se había librado del fardo y buceaba a toda velocidad hacia la Isla, esperando que nadie la hubiese visto caer.

Cuanto más se acercaba, más fascinada se quedaba con la apariencia incólume de aquel farallón rocoso. Mientras braceaba, no dejaba de repetirse cómo era posible la perseverancia de aquellos cabrones... dos veces les habían hundido y las dos veces se habían regenerado como un trozo de hígado cortado. Pero había llegado el momento de acabar con ellos... para siempre.

Al cabo de un rato, y sintiéndose ya agotada, divisó las rocas del acantilado, los cimientos de la Isla. Se sumergió todavía más y al alzar la vista hacia la superficie, vio que alguien, desde los acantilados estaba echando algo al agua... como fardos alargados envueltos en tiras de tela. No tardó en deducir de qué se trataba cuando vio a un grupo de escualos abalanzarse sobre ellos y romperlos a dentelladas... en un instante el agua se tiñó de rojo y le pareció ver un brazo flotando en el agua.

Al menos, pensó asqueada, estos pobres desgraciados alejarán a los tiburones de mí.

Nadó con fruición hasta que la corriente la arrastró a una especie de caverna interna. Salió del agua, escupió la boquilla de la bombona y la dejó contra la roca.

Avanzó a tientas por la roca resbaladiza y encendió una bengala. No sabía a dónde se dirigía pero la lógica le dijo que si había algún punto vulnerable en aquella Alcatraz particular, tenía que ser aquél.

Avanzó durante un estrecho túnel medio resbalando por la humedad, y al cabo de ese rato, se topó con unos gruesos barrotes de hierro.

¿Una celda?

No podía ir más allá. Para acceder, hubiera tenido que dinamitar y no quería arriesgarse a ser oída. Luego lo pensó mejor y se arriesgó, no a hacer estallar los barrotes, sino a llamar.

- ¡Hola! – llamó a la oscura boca de aquel lugar - ¡Hola! ¿Me oye alguien? ¿Es esto una mazmorra?

Pero qué tonta, se dijo a sí misma, por supuesto que es una mazmorr...

- ¿Lara?

Ella hubiera reconocido aquella voz grave, aunque rota por el dolor, entre miles de voces parecidas en todo el mundo.

Era la voz de Kurtis.

*************

- ¡Kurtis! – gritó, metiendo el rostro entre los barrotes, pero no lograba ver nada más allá de su propia nariz. Una vaharada de aire caliente y hediondo la golpeó en el rostro - ¿Dónde estás?

- ¡Tú también, Lara! ¿Es que os habéis vuelto todas locas?

Su voz sonaba distante, y al parecer algo le impedía acercarse porque siguió sin verle. De pronto, sonó la voz de un anciano, alguien a quien ella no conocía:

- ¿Es usted otra mujer enamorada de este mártir de la Orden? Porque dentro de nada seremos cuatro aquí abajo...

- ¡Lara! – era otra vez Kurtis - ¡No tendrías que haber venido!

- No empieces con eso,- gruñó ella – no he venido sol...

- ¡Un rescate! – saltó el anciano, entusiasmado – ¿Oyes? ¡Vienen a salvarnos! Despierta a la pelirroja bonita, hay que decírselo...

Lara se apartó de las barras, desconcertada. ¿Pelirroja?

- ¿Cuántos sois ahí?

- Somos tres.- jadeó Kurtis – El hombre que oyes hablar es Marcus, y también está aquí abajo Mad... Giulia. Estamos en un complejo de celdas bastante alejado de donde estás tú, te oímos pero no te vemos. Y no podemos acercarnos.

Ella asintió.

- Voy a tener que dinamitar la entr...

- ¡Ni se te ocurra!

- Oye, ya sé que a ti el papel de mártir te va, - gruñó Marcus - pero a mi no me importaría que me rescatasen. Y a esta linda muchacha tampoco, ¿a que sí?

Kurtis soltó un suspiro de frustración.

- Si dinamita la entrada, dentro de tres minutos los tendremos a todos aquí abajo. Lara, tiene que haber otro modo...

De repente, se oyó un chirrido metálico. La puerta de las celdas se abrió y al momento, una voz odiada y temida resonó en la oscuridad.

- ¿Qué coño significa esta conferencia? – gritó Giacomo Sciarra.

******************

Radha se encaramó a la ventana, aferrándose con la mano derecha (la izquierda la tenía hinchada que no podía ni rascarse) y escrutando el cielo sereno.

Hacía un momento, cuestión de minutos, hubiera jurado ver descender una sombra de los cielos y aterrizar en el mar. Claro que todo aquello hubiera parecido una visión a la gente de su poblado, pero esa gente tampoco había visto el mar como ella lo veía ahora y, si era posible que existiera una extensión de agua tan inmensa y de un azul tan puro, seguro que había sombras que caían flotando del cielo y se estrellaban en las olas.

Había estado al acecho, por si veía más sombras. Quería confirmar su teoría. Esperó con paciencia pero nada más vio. Cuando ya iba a retirarse, decepcionada, vio algo entre las nubes que le hizo dar un grito.

Eran como pájaros... enormes pájaros, de tiesas alas extendidas. Radha tenía muy buena vista y aunque estaban lejos, intuyó que no eran pájaros normales. Se quedó mirando boquiabierta aquellas cosas que tampoco nadie había tenido el privilegio de vislumbrar en su poblado.

Lo que Radha estaba viendo eran las avionetas de la Armada Británica.

- ¿Te gustan?

Soltando un chillido, la niña se soltó y cayó al suelo, volcando el taburete en que se estaba apoyando. Dio media vuelta y se echó a temblar.

Allí en un rincón estaba la Hermosa Dama que a veces la visitaba... sobre todo de noche. Radha le tenía un miedo atroz, más miedo que la Mujer Malvada que le había cortado los dedos, porque se pasaba minutos mirándola en silencio y sonriéndole. Y eso la ponía nerviosa.

Lo peor es que no tenía ni idea de cómo la Dama entraba allí. La puerta no se había abierto... jamás se abría cuando ella entraba ahí.

Radha se quedó quieta mientras la Dama se le acercaba. Sus sandalias hacían un sonido blando al rozar el suelo. Retiró con la punta de los dedos la cortina y escrutó el cielo.

- Aviones, Radha. – susurró dulcemente – Concretamente, avionetas. Son máquinas que la gente usa para volar... la gente mortal, que pretender disfrutar de una capacidad que la naturaleza no les ha dado.

Dejó caer la cortina.

- ¿Sabes quiénes van en esas avionetas, Radha?

Ella no contestó. La miraba en silencio.

- Son amigos de tu querida Lara. Ella ha venido, a rescataros a ti y a Kurtis. Ahora mismo está en las celdas tratando de encontrar un modo de entrar o de liberar a los presos.

La muchacha siguió mirándole con ese rostro entre angustiado y sereno que sólo consiguen los que han sufrido en silencio durante mucho tiempo.

- Sí, pequeña, tenías razón. Ella ha venido. Pero me temo que no saldrá bien parada.

- ¡Dejadla en paz!

Había sido un grito de rabia, de rencor. La niña se había puesto en pie. Betsabé la miró:

- Oh, sí yo pretendo dejarla en paz, pequeña. Sí. La voy a dejar muy en paz...

Esbozó una sonrisa fría mientras Radha la fulminaba con la mirada.

- ¿Quieres ir con ella?

- Sí.

En ese mismo instante, la puerta se abrió. Nadie la había abierto... sencillamente se corrieron los cerrojos y se separó de la jamba metálica lentamente... revelando el pasillo vacío.

Betsabé extendió su brazo.

- Adelante. Corre, pequeña. Quizá tengas ocasión de encontrarla y saludarla...

Radha no lo pensó dos veces. Su corazón y su mente, aún infantiles pese a la madurez precoz de su cuerpo, no vieron el engaño tramado y se lanzó a toda velocidad por el pasillo. Cuando se dio cuenta, horrorizada, de que no sabía adónde ir en aquel enorme edificio, se detuvo, aturdida, y entonces oyó de nuevo la voz sibilante de Betsabé:

- Yo de ti no perdería el tiempo. Puede que sea tu última oportunidad de verla... antes de que la lleve conmigo.

La puerta metálica se cerró de golpe, impidiéndole volver a entrar en su cuarto. Betsabé había desaparecido, y ella estaba sola en el pasillo.

Libre, pero sin saber adónde ir.

*****************

- Doctora...

Ralph miraba entre dubitativo y aterrado a su jefa. El resto del personal que contribuía a los experimentos de Giselle estaban allí, en la sala de juntas: médicos alternos, auxiliares, celadores, pinches de cocina... todos mirándola llenos de temor.

- Doctora.- repitió Ralph, carraspeando – permítame decirle que... esto es absurdo. Los pacientes están solos en sus cámaras y...

- Las puertas están cerradas y bloqueadas, ¿no? – replicó Giselle secamente, alzando sus ojos verdes de la mesa.

- Sí, sí, pero...

- Entonces no saldrán de ahí. Los sistemas de seguridad funcionan y los vigilantes siguen en sus puestos.

- Pero...

Giselle suspiró poniendo los ojos en blanco. Se levantó con gracia de la silla y apoyó las manos sobre la mesa. La luz del foco del techo la hacía resplandecer, ella que ya de por sí era tan blanca y tan rubia.

- ¿Os he dado algún motivo para desconfiar de mí alguna vez? ¿En qué os he fallado? ¿En qué os he decepcionado?

- En nada, doctora.- se apresuró a afirmar una médico, que sentía gran admiración por Giselle.

- Si tanta confianza depositáis en mí, que soy humana y puedo equivocarme, tanto más debéis confiar en mi hija, que no es humana y por tanto no comete errores. Si ella ha dicho que la Isla va a recibir ataque y debéis refugiaros y permanecer aquí, así será. ¿Entendido?

Todos asintieron, y entonces Giselle abandonó la sala y cerró la puerta. Con un movimiento discreto, echó el cerrojo de seguridad y tecleó el código de bloqueo.

En el pasillo se encontró con Schäffer, quien aguardaba pacientemente.

- ¿Están todos tus hombres advertidos y en sus puestos? – le preguntó.

- Sí, Maestra. Excepto ese fierabrás de Sciarra, que me temo que andará por las celdas.

- Ella está allí.- murmuró una voz suave.

Betsabé acababa de aparecer cerca de ellos. Llevaba un vestido largo y blanco de manchas anchas y se cubría con un manto y capucha dorados. Giselle jamás había entendido su extravagancia para vestir, en lugar de llevar atuendo de mujer moderna para no despertar sospechas, se vestía como una dama feudal de la Edad Media. No pensó que ella se sentía más cómoda con aquellas ropas delicadas que le permitían ocultar el rostro, tal y como Karel siempre se había sentido cómodo vistiendo de negro.

Ninguno de los dos necesitó preguntarle a quién se refería con "ella".

- Ese italiano no ha dejado de dar problemas desde que le tomé a servicio.- masculló Schäffer - No sé, Señora, que has visto en él. Sí, es fuerte y es agresivo, pero muy poco disciplinado. Se pasa los ratos libres provocando peleas entre mis hombres y cuando no baja a las cárceles a fastidiar a los prisioneros. No es que me importe demasiado esto último, pero no estoy acostumbrado a dar tanta libertad a uno de los míos...

Betsabé le interrumpió alzando una mano.

- Giacomo Sciarra es, al igual que Giulia Manfredi, una pieza esencial en la partida que estoy llevando a cabo. Ambos están en su lugar en el tablero, y donde están colocados es donde yo los quiero ver. No dudes de mí, Adolf.

Él se inclinó respetuosamente.

- Jamás dudaré de ti, Señora.

Extendió la mano con la secreta esperanza de poder rozar sus dedos, pero ella los apartó y su blanca mano desapareció en el pliegue de la manga.

- Sabe Dios que permito esto porque creo en ti.- refunfuñó Giselle – Pero no entiendo por qué tanta pantomima. Cojamos a esa desgraciada insolente y démosle un castigo ejemplar ante los ojos de su amante.

- Eso es lo que tú harías, madre. Pero ten paciencia. Ella tiene labrada su propia ruina, como él. Ha caído de lleno en la trampa porque las pasiones humanas la obnubilan.

- ¿Y era preciso que usaras a Hugh como cebo? – protestó Giselle - ¿Qué haremos si nos matan a nuestro mejor espía? ¡Él me es muy querido!

Betsabé sonrió, descubriendo sus blancos dientes.

- Gertrude también me era muy querida, madre.- siseó.

La doctora palideció, molesta, pero antes de poder responderle Schäffer se interpuso:

- Señora, ¿cuándo debo dar la orden a mis hombres para que intervengan?

- Será Lara Croft quien lo decida.- sonrió ella, misteriosa.

**************************

- ¿Qué diablos significa esta jarama, eh? – gruñó el italiano - ¿Quieres que te demos otra pasada con la prensa, a ver si se te pasan las ganas de aullar?

Se acercó, encendiendo las luces, y quedó estupefacto al ver a Maddalena acurrucada en suelo y envuelta en una hermosa capa. La mujer se había despertado y lo observaba entre temerosa y sorprendida.

- ¡La madre que me parió! ¡Pero si es la putita pelirroja! ¿Qué, has venido a hacer unas cuantas mamadas a nuestros dos invitados?

- Largo de aquí.- siseó ella - ¡A tomar por culo!

Sciarra, por toda respuesta, se acercó blandiendo la barra.

- Ahora voy a enseñarte quién manda aquí...

- ¡Eh, tú! – gritó una voz cerca de la cueva - ¿Por qué no te metes con alguien de tu tamaño?

El italiano se detuvo, sorprendido, y al acercarse, divisó a Lara a través de los barrotes que daban a la cueva.

- ¡Mamma mia! – se burló - ¡Si esto parece una jodida reunión familiar! ¿Os importa que el tío Sciarra os alegre un poco el rato?

- No creo que puedas hacerme gran cosa a través de estos barrotes.- le provocó Lara.

- ¿Ah, no? ¡Observa esto, putilla!

Sciarra no era muy listo y la poca inteligencia que tenía la echaba a perder cuando le provocaban. Cayó fácilmente en la trampa y de un tirón desencajó un barrote falso que constituía la única debilidad de aquel muro de barras. Arrojó el barrote al suelo y, blandiendo la barra de metal que llevaba, dijo:

- ¡A ver, guarra, si te atreves a venir!

Lara se atrevió. Se deslizó por el hueco que había dejado el barrote y se agachó a tiempo de esquivar el primer golpe. Luego se lanzó de cabeza y derribó a su contrincante.

Maddalena se había puesto en pie y observaba la escena con ojos desorbitados. Por encima de los retintineos metálicos del arma de Sciarra oyó a Marcus murmurar:

- ¡Hijo, si no lo intentas ahora, no servirá intentarlo luego!

- Ya lo sé.- murmuró Kurtis, agotado.

¿Intentar qué?

En ese momento Lara forcejeaba con Sciarra por tratar de arrebatarle la barra. Él era más fuerte pero ella tenía mayor habilidad y se lo sacó de encima con una patada en el estómago.

El italiano rodó por los suelos.

- ¡Eso es! – chilló Marcus, entusiasmado - ¡Dale de palos por mí, querida!

- Giulia, apártate.- dijo Kurtis, colocándose frente a la puerta de la celda.

- ¿Qué vas a hac...?

En ese momento, un alarido rasgó el aire. Sciarra acababa de recibir un rodillazo en la entrepierna. Aquello bastó a Lara para empujarlo hacia atrás y arrebatarle la barra.

- Eres un bocazas.- jadeó. Le sangraba el labio – Ya te vencí una vez y te he vuelto a vencer ahora.

Súbitamente, él se puso en pie y sacó corrió hacia la puerta.

- ¡No le dejes dar la alarma! – gritó Marcus, frenético.

Lara se lanzó detrás de él, pero ya se había escabullido.

- ¡Ve tras él, muchacha! ¡Avisará a los otros!

Ella asintió y desapareció por el pasadizo. Había pasado tan rápido que no tuvo tiempo de ver a ninguno de los tres presos, todo el rato se había guiado por sus voces.

En ese momento, la puerta de la celda se desenganchó violentamente de sus goznes y fue a estrellarse violentamente contra la pared de enfrente. Maddalena soltó un chillido de terror.

- ¿Qué ha sido eso?

- ¡Enhorabuena! – gritó Marcus - ¡Ahora yo!

Kurtis asintió y, a los pocos segundos, la puerta de la celda de Marcus salía volando también. Entonces él se tambaleó y se desplomó, agotado, como si le costara respirar.

- ¡Dios! – volvió a gritar la pelirroja horrorizada - ¿Qué está pasando?

Pero nadie la escuchaba. El anciano salió a toda velocidad de su celda y palmeó el hombro de Kurtis.

- ¡Perfecto, perfecto! Eso ha estado muy bien para como te encuentras. Aunque podrías haberlo hecho desde el principio...

- Antes no había posibilidad de escapar. – jadeó él – Ahora, si como dice Lara ha venido con ayuda...

Maddalena miraba a uno y a otro, sin entender absolutamente nada de lo que decían. Sólo sabía que tenían que moverse, porque al parecer su única opción ya no era morir torturada por salvar al hombre que amaba. La "otra" ya había venido a salvarle por su cuenta.

- Apaga esa maldita luz.- refunfuñó Kurtis dirigiéndose al anciano – Me está quemando los ojos. Y prefiero que Lara no me vea en este estado.

- Si logra salvarnos el pellejo, te acabará viendo de todos modos.- Marcus obedeció y se asomó al pasillo. – Oh, oh. Ahí viene.

La sombra de Lara se recortó en la penumbra. Kurtis retrocedió instintivamente, ocultándose en la oscuridad.

- ¡Se me ha escapado! – farfulló, limpiándose la sangre de la boca – Me ha cerrado una puerta en las narices y la ha bloqueado. Ahora estamos a su merced.

- No deberías haberte delatado.- murmuró Kurtis.

- No iba a permitir que apaleara a... – se quedó mirando a la mujer que había junto a Marcus y murmuró - ¿Maddalena? ¿Qué diablos...?

Ella se limitó a devolverle la mirada serena de sus ojos ambarinos. Lara sintió un desagradable cosquilleo en la nuca, como si al alzar la sábana de su cama hubiera encontrado una serpiente. ¿Qué hacía ella allí?

El anciano carraspeó:

- Querida, ya vendrá el tiempo de las presentaciones. Por de pronto, hay que pensar en salir de aquí, porque ese cobarde ya habrá puesto sobre aviso a toda la Isla. Propongo proceder por la vía de la gruta. Podemos rodear la Isla por la costa rocosa. Eso nos dará tiempo.

- ¡Yo no sé nadar! – chilló Maddalena, espantada.

- Y yo casi ni me acuerdo.- se burló Marcus – Pero como tampoco sé atravesar puertas, voy a tener que jugármela.

Lara soltó un suspiro que decía menudo par, y dijo:

- Tengo un escuadrón de avionetas de la Armada Británica planeando sobre la Isla. Más les vale no tocarnos las narices.

La pelirroja soltó un gemido y Marcus rió secamente.

- No sé por qué, me esperaba que harías algo así.- dijo Kurtis.

- ¡Eso está muy pero que muy bien! Amigo, esta nueva amiga tuya me gusta. ¡Venga! – empezó a andar hacia la gruta - ¡Echemos una carrera a esos tiburones!

- ¿Ti...burones? – jadeó Maddalena.

De repente, la idea de escapar ya no le parecía tan atractiva.


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