Capítulo 26: La maldición de Lilith

A los cuatro días, Lara, Selma y Zip se hallaban en el corazón de Rumanía, frente al imponente castillo de Bran, morada permanente del erudito Vladimir Ivanoff.

- ¿En serio este es el castillo del conde Drácula? - preguntó Zip, mascando chicle, con el portátil bajo el brazo.

- Eso dicen las leyendas.- comentó Lara sonriente, mientras los guiaba por los corredores atestados de turistas. Pero al recordar el tapiz, el prisionero torturado, y el desdichado destino de Loanna Von Skopf, su sonrisa se desvaneció.

Ivanoff les esperaba cerca de su departamento. Al verlos, el hombrecillo bajo, clavo y con gafas se acercó y estrechó cortésmente sus manos.

- ¡Encantado de que hayáis decidido venir! Ya sabéis que lo de dar muchos tumbos no es lo mío...

- Vlad, el castillo está precioso. - dijo Selma - Lo del incendio que montó Gunderson ya casi ni se nota.

Él frunció el ceño.

- Sin duda, el Gobierno ha prodigado sus esfuerzos (y sus súplicas) en recaudar fondos para reconstruir esta joya. Lo que no puedo decir de otros asuntos de gobierno.

Les guió hasta su despacho y los hizo acomodarse. En aquellos dos años, el erudito había ganado gran reputación debido a sus estudios sobre la Lux Veritatis y los Nephilim, íntimamente ligados a la historia de su adorado monumento.

- Bien - carraspeó al empezar - estuvimos en contacto hace dos semanas, momento en que todo se fue al diablo. Quisiera saber el por qué del fallo de conexión...

- Oiga, don sabiondo - interrumpió Zip, dejando de mascar el chicle - no hubo ningún fallo de conexión. Mis conexiones nunca fallan. Sencillamente, se nos lió la madeja de mala manera.

Tomando la palabra, Lara relató el ataque sufrido por Monteleone, la huida para salvar la vida, la curación, y finalmente, la aparición de Betsabé y sus hombres y la triste conclusión de todo aquello. A ello añadió Selma el relato de su estancia en Tenebra. Cuando finalizaron, Ivanoff estaba pensativo. Finalmente dijo:

- Todo esto pinta muy mal. Si queréis mi sincera opinión, debéis haceros ya a la idea de que esa bonita mujer es una Nephilim.

- ¿Cómo puedes estar tan seguro? - dijo Lara.

- Oh vamos, querida. En el fondo, lo sabes, y mejor que yo. Tú has estado en presencia de esa criatura. Tú le has oído hablar... como también conociste a Karel. Dime, ¿has visto alguna similitud entre ambos? ¿Algo en su forma de expresarse... de ser?

Ella guardó silencio. Zip y Selma la miraban, interesados.

- Más que similitud... veo grandísimas coincidencias. Pero Vlad, no es posible. Karel era el último Nephilim después de que yo destruyera al Durmiente. Y Karel está muerto.

- Pero... - Ivanoff se inclinó hacia ella - ¿y si hubiera tenido una hija?

Lara torció la boca con una mueca sarcástica.

- ¿Debo recordarte que me quería a mí para lograr eso? ¿Que quería usarme como gestadora de su prole?

El globo de chicle se reventó en la cara de Zip, cubriéndola con una masa rosa pegajosa, mientras observaba estupefacto a Lara por lo que acababa de decir.

- Bueno, sí... - admitió Ivanoff - pero...

- Espera.- dijo Lara de repente, entrecerrando los ojos - Ahora que lo dices... el rostro de Betsabé... me es familiar.

Todos se quedaron mirándola expectantes, mientras Zip se arrancaba los pegajos de chicle de la cara. Vieron a Lara estremecerse y entonces exclamó:

- ¡Kristina Boaz!

- ¿Cómo? - dijeron Selma e Ivanoff a la vez.

- ¡Boaz! ¡La científica de La Cábala! La que Eckhardt castigó convirtiéndola en un ser abominable, a la que Kurtis mató.

- Y que casi lo mata a él.- susurró Selma tétricamente.

Lara se había levantado y daba vueltas por la sala, como solía hacer cuando su mente trabajaba a toda velocidad.

- Kristina tenía la cara abrasada... deformada por algún accidente, por ello no pensé. Pero el rostro de Betsabé... es muy similar al de ella. El mismo cabello negro... los mismos ojos verdes... ¡sólo que mil veces más hermosa! ¡Es a ella a quien se parece! O...

Se dejó caer en el sofá de nuevo, aturdida, mientras iba comprendiendo.

- Dios mío. Giselle. Es cosa de Giselle.

- ¿De quién?

- ¡De la hermana de Kristina! Esa bruja rubia, loca, que me custodió y me mantuvo sedada los pocos días que estuve prisionera de La Cábala. Recuerdo que sentía alguna especie de atracción por Karel... parecía llevarlo escrito en la frente.

- De modo que ahí hubo feeling y Doña Perfecta fue el resultado. - canturreó Zip, haciendo una bola con el chicle que se había despegado de la cara.

Lara se echó a reír.

- ¿Con Karel? ¡Venga ya! Karel era incapaz de amar a su propia sombra.

- No es preciso estar enamorado para querer echar un pol...

- Ya lo sé. Pero es que no me cuadra. Durante ese intervalo de tiempo, Karel estuvo obsesionado conmigo. No creo que...

Se calló de nuevo. Frunció el ceño.

- A menos que esa Betsabé sea una creación de laboratorio.

- ¡Lara! - Selma sacudió la cabeza - ¡No se pueden crear seres humanos en un laboratorio! Quizá esa mujer tenga una belleza y una atracción que nunca hayamos visto en otras mujeres, ¡pero no deja de ser una mujer!

- ¿Ah sí? ¿Y qué me dices del pobre Nikos Kavafis? ¿El demonio que ella le echó era su mascota? ¿Y del Orbe y el Cetro robados? ¡Vamos, Selma! ¡No es una mujer normal!

- Es una Nephilim.- siseó Zip, sonriendo malignamente- Una Nephilim creada con material genético de las Boaz, mezclada con esperma del Ángel Caído.

- ¡Qué asco, Zip, cállate! - se estremeció la turca.

Durante unos minutos, nadie dijo nada. Finalmente, Zip, aburrido, dijo:

- Bueno, diréis que soy un simple, pero para mí que estos debates sobre el origen de esa sex symbol no nos llevan a ningún lado. Para cuando decidamos algo, el pobre Kurt estará cocinado y ensartado en un mader...

- ¡No bromees con eso! - estalló Lara, girándose hacia él. El pobre muchacho saltó hacia atrás, aterrado ante su apasionada furia.

Ivanoff carraspeó entonces:

- ¿Sabéis algo de la señora Cornel?

- No, nada.- dijo Selma - Pero ella es la tercera portadora del Fragmento.

El erudito se rascó la cabeza.

- ¡Si al menos tuviera esos documentos valiosos que ese mafioso no quiso mostrarte! Nos ayudarían notablemente. Nos dirían algo sobre el Cetro y su cometido. ¡Lograríamos esbozar algo del plan del enemigo!

Lara se levantó entonces.

- Selma, Zip, os quedaréis con Vlad aquí. Tenéis que revisar todos los archivos y anotaciones que dispongamos... sobre cualquier cosa. Aquí es necesaria la sabiduría de Vlad, los conocimientos de Selma y la cacharrería informática de Zip. Estaré en contacto con vosotros.

- ¿Adónde vas? - le dijeron.

- A pedir ayuda. No podemos hacer esto solos. Pero ya os diré. Me propongo encontrar a Marie... y tal vez consigamos esos documentos.

*************

Maddalena se estremeció, acurrucada en la bodega del barco, mientras oía los ronquidos de los marineros. Luego, encendió un candil y echó mano a su bolsa.

Hacía dos días que había abandonado Turquía. Después de conducir hacia la región más habitada, se volvió loca preguntando aquí y allá sobre los hombres de Betsabé.

Las noticias volaban deprisa. Resultaba que hacía dos días, un navío imponente, cargado de hombres armados, había dejado las costas. Todos hablaban de ello en voz baja y con miedo. Aquello había hecho temblar a la bella prostituta, porque, si ellos se habían ido, es que ya habían capturado a Kurtis... a quien ella deseaba encontrar antes que cualquier cosa en el mundo.

Maddalena pasó tres días en el puerto, ganándose el dinero del pasaje para ir a Chipre. Se rumoreaba que el navío había tomado aquella ruta. Al menos, sería una pista.

Al principio, le dio asco tener que volver a soportar encima de ella aquellos cuerpos pesados y velludos, que apestaban a sudor y a alcohol, y que tanto le recordaban su maldita infancia en Siracusa. Pero era una mujer blanca y pelirroja en una tierra donde todas eran morenas y de pelo negro. Triunfó como nunca y ganó dinero no sólo para el pasaje, sino para mantenerse durante un tiempo sin tener que volver a repetir la repugnante experiencia.

Así pues, al tercer día pudo embarcarse en un navío pesquero que iba a recalar en Chipre. Claro que había tenido que prometer una sesión extra al capitán, pero por suerte parecía más limpio que sus hombres. Y ahora, acurrucada en la oscuridad de la bodega, Maddalena repasaba en silencio los documentos de Monteleone, mientras acariciaba con la otra mano el dreamcatcher que pendía de su cuello.

- ¡Mirad! ¡Una puta ilustrada! - se burló uno de los marineros - ¡Sabe leer y todo!

- ¡Largo, gilipollas! - le espetó ella, sacando un cuchillo de carnicero que había robado en las atarazanas del puerto y, que desde luego, le estaba haciendo grandes favores para ahuyentar a los indeseados.

El marinero se eclipsó y ella volvió al estudio de los documentos. El corazón le palpitaba violentamente. El mundo desapareció a su alrededor, excepto por lo que decía aquella hoja...

Año de gracia de 1490. La Gran Diosa ha despertado. Temblamos al pensar en las posibles consecuencias. Sé que somos guerreros y que juramos consagrar el Don a la lucha contra los demonios, y en especial contra los Nephilim, pero nuestro corazón desfallece al pensar qué será enfrentarse a Ella. Pues Ella, de entre todas las criaturas que la Vorágine vomitó y el Cielo rechazó, es la más terrible y oscura. Su apariencia es la de una mujer bellísima, pero su aliento arde y su seno quema como el fuego. Sus malditos hijos la han despertado para que tome venganza en nosotros. Y nuestra fe desfallece por esto.

Ella, la impura Lilith, vendrá blandiendo su Cetro para abatirnos de un golpe. Tenemos miedo. Podemos luchar contra diablos, contra los mismísimos Nephilim, ¿pero cómo enfrentarse a una Diosa más antigua que el mundo? ¿Podremos derrotarla a Ella, que lee mentes y corazones, cuyo brazo es más largo que el Río de Fuego, y que puede abatirnos de un golpe con su omnipotente Cetro?

Somos los siervos de la Luz de la Verdad. Tenemos que ser fuertes. Si pudiéramos arrebatarle el Cetro... quizá lográramos ahuyentarla. Pero nadie será capaz de acercarse a ella.

Cuando llegue envuelta en llamas, nadie se le acercará. Ni siquiera los que la aman.

- ¡Eh, bonita! - exclamó una voz grosera.

Maddalena alzó la vista y gritó:

- Si no te largas ahora mismo, te acaricio las tripas con esto - blandió el cuchillo - ¿Entendido?

Año de gracia de 1497. La guerra se prolonga demasiado. Ella ha regresado a su oscura morada, pero ha infundido nuevas energías a sus malditos hijos. Ahora los Nephilim son más fuertes que nunca. Y nosotros somos pocos y estamos débiles.

Ella se retiró por voluntad propia. En verdad no desea que sus blancos pies hollen esta tierra mancillada. El aire puro la asfixia, porque sólo respira azufre. Ella, la princesa de Bulinka, la reina de las diablesas, la impura Lilith. Con su retirada, volvemos a tener una oportunidad.

No podemos creer, sin embargo, que hayamos tenido tan aciaga suerte. Ahora sé que se cumple lo que dice la leyenda: Lilith halló el Orbe. Lo arrancó de manos de la comunidad sagrada de Meteora. Fueron sus hijos quienes se lo entregaron y Ella hizo lo impensable: lo rompió en cuatro fragmentos. Con uno talló el Cetro Maldito que es su arma. Con él puede regir a todos los demonios de la Tierra y también desgarrar vidas de un solo golpe. Con los otros Tres Fragmentos, ¡oh Dios Santo!, talló tres puñales. Y luego regeneró el Orbe hasta dejarlo intacto.

Me tiembla la pluma al escribir. Cuentan que la Gran Diosa lanzó sobre estos objetos una terrible maldición. Extendió sobre ellos sus afilados dedos y los maldijo. Los hizo irrompibles. Y ahora por más que lo intentamos, no podemos destruir el Orbe. Ni los Fragmentos. Se reconstruyen apenas los hacemos pedazos. El espíritu maligno de Lilith los fuerza a mantenerse unidos.

Pero esto no es todo. Los Fragmentos están malditos... y no puedo creer que la Gran Diosa los embrujara... ¡para destruir a sus propios hijos! Ella dijo: "Otorgo a los Tres Fragmentos del Orbe el poder de condenar al No Ser a mis Hijos bienamados, mas sólo será si los empuña con su mano un Guerrero de la Luz, un Lux Veritatis. Hago esto porque mis Hijos son soberbios y no han querido escuchar mis consejos. Si obran con prudencia, vivirán, mas si el orgullo les corrompe, morirán."

- Es realmente terrible.- susurró Maddalena para sí misma - Es como si una madre fabricara el arma que habría de causar la muerte a su hijo. ¿Por qué lo haría? ¿En qué la disgustarían?

Pero aún llena de rabia, la Gran Madre no dejó solos a sus Hijos. Les entregó el Cetro Sagrado... y no es en vano un arma más terrible y más poderosa que los propios Fragmentos.

¡El Cetro de Lilith, el Cuarto Fragmento del Orbe, recubierto en plata para no revelar su auténtico material! ¡Quien lo empuñe podrá mandar legiones y legiones de demonios, que asolarán la Tierra, o se arrojarán al negro abismo de la Vorágine si su portador se lo ordena! En verdad es arma terrible y poderosa.

Ahora, nuestra Orden debe reencontrarla. Tenemos el Orbe y los Fragmentos, pero sin el Cetro, seguimos estando en desventaja. Si se lo arrebatáramos, podríamos dominar a los seres infernales y mandarlos de nuevo a la sima de la que proceden. Pero es muy complicado...

El manuscrito se detenía allí. Suspirando, la pelirroja dobló en papel y lo devolvió a la carpeta. No podía dejar de pensar en lo que había leído.

Al principio, todo le había parecido muy fantasioso. Pero ahora algo extraño le recorría las entrañas. Sólo ella había sabido lo ansiosa que había sido para Monteleone la búsqueda del Cetro a lo largo y ancho del mundo. Había vivido por el Cetro, había soñado con el Cetro. Lo había tenido a dos palmos de sus narices y lo había perdido. Era de entender que su furia y su desespero lo hubieran llevado a intentar asesinar a Lara.

Se santiguó con dedos temblorosos. Infiernos, demonios, guerreros de la Luz, diosas oscuras... demasiado complejo para su mente devota. Ella, que se había pasado las noches en vela pasando las cuentas de su rosario, para sufragar su impura alma, sentía pavor al oír mencionar aquellas cosas. Y si aquellos documentos que las mencionaban eran tan valiosos, es porque todo lo que en ellos había escrito era verdad como la vida misma.

Y ahora, aquella mujer tenebrosa, Betsabé, cuya hermosura y perversidad le recordaba a la propia Lilith, se había llevado el Cetro. ¿Aspiraría a comandar legiones de demonios sobre la Tierra? ¿Y por qué desearía tanto la muerte de Kurtis? ¿Qué peligro podía entrañar para ella aquel hombre callado y reservado, pero letal si se lo proponía?

Mientras pensaba en ello, Maddalena vio filtrarse entre las cuadernas del navío los primeros rayos del sol. En cubierta, un marinero anunció que acababan de avistar Chipre.

****************

- ¡Hija mía!

Giselle estrechó entre sus brazos a Betsabé, que había dejado caer su capucha en el momento en que sus pies hollaron la arena de la dorada playa.

Mientras descendían, los mercenarios observaban de reojo a las dos mujeres, semejantes a dos gemelas que llevaran tiempo separadas.

- Te he traído un regalo. - murmuró la joven, sonriendo.

- ¡Él! - exclamó la científica, estremecida.

Kurtis salió del bote, escoltado y esposado. Paseó la mirada por la playa y la imponente fortaleza, para luego posarla en Giselle. Le hizo una agria mueca de reconocimiento, mas fue ella la que se adelantó hasta él mientras decía:

- Han pasado dos años desde que tú y tu compañera de fechorías urdisteis aquella trama que casi nos llevó a nuestro fin. Cuán diferentes son las cosas ahora, ¿cierto? Yo ya no soy la joven frágil que conociste entonces. Ahora soy yo la Maestra... la líder de esta comunidad que es ahora fuerte. Ya ves que un cristal mal tallado no es arma suficiente para apagar el esplendor de La Cábala.

Betsabé parecía incómoda con aquel discurso, pero Giselle, ignorándolo, se acercó hasta ella y le retiró la capa de los hombros. Al hacerlo, el cabello, que llevaba recogido en el pliegue de la tela, se le soltó hasta las rodillas. Al instante fue como si una ola de perfume invadiera el aire. Giselle sonrió, consciente de que en aquel momento, todos aquellos hombres recién desembarcados, provenientes de diferentes rincones del planeta y adiestrados para matar, deseaban a su hija hasta la desesperación, pero también de que, si uno solo de ellos alargaba la mano para tocarla, caerían fulminados por su repugnante osadía.

- ¡Mírala bien! - Giselle miraba a Kurtis mientras hablaba - Quizá la hayas mirado durante estos días, regodeándote con su belleza. Pero ella no será más para ti que tu propia muerte. Ya sabes quién es, ¿verdad? ¡Creías que habías destruido a todos los Nephilim! Ya ves qué fácil es para La Cábala infundir vida de nuevo a los Benditos. La Alta Raza renacerá de nuevo y estás viendo a la nueva Madre. ¿La ves bien? ¿Encuentras alguna similitud con el ser que creó mi hermana Kristina, a quien tú diste muerte?

- Sí - dijo Kurtis burlonamente - ya veo que te encanta mostrarla como a un muñeco de feria. Te has superado, Barbie Doctora: de carnicera has pasado a ser una payasa.

Se hizo un espeso silencio, y entre las filas de los mercenarios se oyeron una risas ahogadas. Schäffer avanzó unos pasos, indignado, pero Giselle llegó antes. Echó la mano hacia atrás y le arreó una bofetada a Kurtis. No muy fuerte, desde luego, debido a sus manos pequeñas y delicadas, pero el anillo de diamante que llevaba en uno de los dedos le arañó la mejilla, abriendo un surco desde la sien hasta la comisura de los labios, que empezó a sangrar ligeramente. Betsabé miró embelesada aquel líquido rojo que se derramaba con lentitud.

Giselle alzó la mano de nuevo, pero entonces su hija se adelantó y la detuvo.

- Déjalo - le susurró al oído.- Todo cuanto quiere es provocarte.

Ella se apartó, jadeando, enrojecida.

- ¡Sacadlo de mi vista! - ordenó entonces.

Se apresuraron a complacerla. Lentamente, los mercenarios fueron abandonando la playa y retirándose a sus lugares de descanso. Después de presentarle sus respetos a Giselle, el cabecilla también se retiró. Quedaron solas madre e hija en la playa.

- ¡Le odio! - jadeó entonces la científica - ¡Le odio con todas mis fuerzas! Voy a borrar de su cara esa mueca burlona. ¡Le voy a poner de rodillas ante las dos! Bastante tiempo se ha burlado de nosotras. ¡Qué se ha creído que es! Ya veremos, cuando nuestros muchachos se ocupen de él, si sigue siendo tan insolente.

Ella no respondió. La brisa que soplaba en la playa le alborotaba los cabellos, envolviéndola en una especie de nube negra.

- Y cuando le hayas destruido, ¿qué, madre? Cuando le hayas aplastado y sacado la última gota de sangre. Cuando esté muerto...

- Vendrá el tiempo de nuestro triunfo. Mis experimentos acabarán por salir bien. Y tú serás el origen de la nueva Raza... tan Alta como lo fue la anterior. Eres la hija de Karel, no lo olvides nunca.

Y ¿qué harás, madre? ¿Entregarme a un repugnante mortal? ¿Mezclarme con él como mi padre quería mezclarse con esa exploradora? ¿Te devolverá la muerte de ese desgraciado tu propia paz personal? ¿Dejarás de sufrir, de llorar por las noches, sólo por haber visto la sangre de Kurtis Trent derramarse sobre las losas de tu fortaleza? ¿Es eso lo que quieres? ¿Es eso en lo que te has convertido?

- Debo irme.- susurró - El viaje ha sido largo y estoy exhausta.

Se apartó y se dirigió hacia la fortaleza. Al alzar la mirada, vislumbró un rostro pequeño entre las cortinas de una de las habitaciones y susurró:

- ¿Qué haremos con la niña de la India?

- De momento la retendremos. Servirá para hacer presión sobre Lara Croft. En el momento en que deje ser útil...

Sí, madre. La matarás, como matas todo lo que ya no te sirve. Eckhardt te causaba repugnancia, pero tú eres ahora como él. Mas, ¿qué me importa? Sólo son mortales. El mundo está lleno de mortales, y nunca se acaban. Yo soy la única, la que está sola. Yo soy la importante.

********************

- ¡Muy bonita tu respuesta de héroe supermachote allá arriba! - se burló Sciarra, metiendo la cara entre los barrotes - Ya veremos, cuando empiecen a arrancarte la piel a tiras, dónde te metes esa lengua tan larga.

Kurtis no respondió, aunque de buen gusto le hubiera estampado la suela de la bota en su facha granujienta. Pero se obligó a permanecer allá sentado, porque sabía que si se levantaba, aquel cobarde se apartaría de los barrotes y se burlaría de su frustración.

Déjale que hable, hombre. Ya le callarán la boca.

Estaba a muchos metros bajo tierra, en las mazmorras de la fortaleza. Pese a estar en pleno puñetero siglo XXI, aquella loca de Giselle había mandado excavar aquellos túneles de roca viva y compartimentarlos en celdas con barrotes. Y ahora Kurtis estaba encadenado a una pared por donde rezumaban hilos de agua de mar y las cadenas que lo sujetaban parecían sacadas de un museo de la tortura. Era un disparate.

Allá abajo no llegaba la luz del sol. Todo estaba sumido en permanente oscuridad, excepto por la débil luz de los farolillos eléctricos, que sólo se encendían cuando bajaba alguien. Y las celdas estaban vacías. No había nadie allí, excepto él, o al menos eso creía. Al fondo del pasillo percibía una claridad y el ensordecedor rugido de las olas. Eso hizo pensar a Kurtis que quizá estaba dentro del acantilado que había visto antes, en la playa.

Mientras Sciarra seguía insultándole, hizo un recuento mental de sus heridas. No era mucho, si se exceptuaba el tiro en la rodilla. Se sumaban a él los brazos masacrados, el golpe en la cabeza, un labio partido y una mejilla rasguñada. No era mucho, sobre todo teniendo en cuenta de que debía irse preparando para lo peor.

- ¿Qué diablos te pasa? ¿Estás sordo? Venga, contesta como un hombre. ¿Sabes qué te digo? Esa zorra inglesa tuvo más huevos que tú. Claro que se libró por orden del jefe, de lo contrario, yo le hubiera enseñado quién manda allí. Ya la tenía puesta de rodillas, lista para mamármela, cuando...

- ¿Por qué no te callas y te vas al carajo?

Sciarra giró la cabeza sorprendido. No había sido Kurtis el que había dicho eso. Él también miró hacia la izquierda, y para su sorpresa, una sombra deforme surgió de la oscuridad. En la celda de al lado, también encadenado, había un anciano encorvado, vestido apenas con jirones de tela, y cubierto de pupas y un dedo de suciedad.

- ¡Válgame el diablo! - se burló el italiano - ¡Mira, imbécil, ya tienes compañero de celda! ¡Un viejo asqueroso y jorobado!

- ¡Largo de aquí, inútil! - dijo el anciano, extendiendo los brazos - ¡Ten cuidado, porque si te quedas ahí, te contagiaré la lepra!

Aquello bastó para que Sciarra retrocediera de un salto, soltando los barrotes. El anciano, ni corto ni perezoso, se inclinó, haciendo tintinear sus cadenas, y recogió una piedra del suelo. Luego la lanzó mientras repetía:

- ¡He dicho que largo!

La piedra pasó silbando entre los barrotes y golpeó al italiano en la nariz. Éste, gritando, retrocedió y subió las escaleras, maldiciendo en voz alta. Se oyó un golpe sordo, como de una puerta al cerrarse, y entonces se hizo el silencio.

- Tienes buena puntería, anciano.- dijo Kurtis.

- Marcus. Llámame Marcus, hijo.- el viejo se dejó caer en su rincón y desapareció de su vista, tan densa era la oscuridad, pese a que sólo les separaba un muro de barrotes - Ese maldito granuja estaba ya poniéndome nervioso.

Se acurrucó y cruzó las piernas.

- No te preocupes.- añadió - No tengo lepra, son las llagas que me hacen estas malditas cadenas.

- ¿Cuánto llevas aquí?

Marcus cerró los ojos.

- Ya no me acuerdo... semanas, quizá meses. No lo sé. La fortaleza es reciente. Yo ya era su rehén cuando la construyeron. Me capturaron en Moscú, hace casi un año, creo. Es difícil llevar la cuenta aquí abajo. En esta eterna sombra...

Ya le veía mejor. Estaba balanceándose adelante y atrás, mientras se sujetaba el flaco estómago.

- Luego me trasladaron aquí y me arrojaron a este inmundo agujero. He sido el único inquilino de esta cárcel hasta ahora... y tengo tanta hambre...

- ¿Por qué te retienen?

- Venganza. Yo soy valioso. El único que queda de los míos. Ah, qué dolor... se olvidaron de mí. Al principio, me dieron tortura. Creí que moriría. Pero se cansaron. No es divertido torturar a un viejo... es débil, muere pronto. Me dejaron aquí. Me alimentan con sobras una vez al día. Les he pedido que me maten... pero no quieren. Me moriré aquí, de hambre, y me comerán las ratas... eso si no me ahogo cuando sube la marea.

- ¿La marea sube hasta aquí?

- Sí, hijo. Estamos en el acantilado. Cuando sube la marea, su tripa hueca se llena. Las mazmorras se inundan. Ella lo sabe. Esa loca rubia lo sabe. Sabe que la marea sube y sube, hasta que me llega hasta el cuello, y que tengo que aferrarme al techo para que las cadenas no me arrastren al fondo y me ahogue...

Soltó un gemido y se retorció. Kurtis no necesitaba ser un genio para saber que aquel pobre hombre no estaba del todo en sus cabales.

- ¿Y tú, hijo? ¿Por qué te han metido aquí?

Kurtis sonrió.

- Venganza.

************

Marie anduvo perdida, sin rumbo alguno, por la carretera. Iba tropezando con las piedras mientras lloraba, mientras se le escapaba por los ojos todo el desamparo del mundo. Durante años, había evitado llorar. Se había mordido los labios. No había tenido derecho a llorar, a lamentarse. Debía velar por su hijo, por ella misma, por su marido, estuviese donde estuviese. Ahora no le quedaba nada. Ahora podía llorar.

No supo cuánto tiempo anduvo. Quizá habían pasado horas cuando sus pies la llevaron, de nuevo, al campamento cerca de la necrópolis. Sólo quedaban de él algunos restos humeantes, restos del incendio que Monteleone ordenara. Ni siquiera se preguntó el por qué. Se dirigió vacilante hacia la entrada de la necrópolis, no sin antes tomar una tea encendida que halló en el suelo arenoso.

Atravesó los túneles iluminándose con aquel jirón de fuego, y a su paso, fue prendiendo fuego a todos los Nephilim que yacían en sus nichos. La concavidad de la piedra los mantenía en un horno individual y fueron ardiendo, consumiéndose con facilidad. Avanzó con calma, consciente de que destruía la última evidencia de la existencia de aquellas criaturas sobre la Tierra, y regodeándose con ella. Las llamas se propagaron e hicieron presa de los túneles, pero ella los dejó atrás y se internó.

No la alteró el horror de la fosa pútrida ni su hediondez. Atravesó aquella cámara monstruosa y, cuando sintió abrirse las fauces bajo sus pies, simplemente soltó la antorcha. El fuego prendió en la carne putrefacta y en los insectos y se expandió como una llamarada. Marie alcanzó la salida y siguió avanzando con calma, mientras la enorme bestia rugía de dolor.

Cuando sus pasos la llevaron ante Tenebra, su belleza la embargó, pero no evitó que lamentara haber tenido que sacrificar su antorcha, pues de buen gusto habría incendiado también aquel antro del Mal, si la roca viva hubiera podido arder. Pero sus ojos ya no se fijaron más en la ciudad. Había avistado a los crucificados.

Descendió en silencio, con el corazón en el puño y el alma a pedazos. Recorrió el camino, deteniéndose a cada pie de cruz, leyendo el cartel de cada uno de los ajusticiados y tratando de asociar el rostro de aquellos conocidos a los pellejos cadavéricos que ahora eran. Pero ya no eran sus amigos los que allí pendían. Sólo secos despojos.

Con una película de sudor brillándole en la piel, llegó hasta la cruz más grande de todas.

- Konstantin.- murmuró, extendiendo la mano, pero sus dedos no llegaron a tocar los esqueléticos pies. Lo habían clavado muy alto, bien alto, para que pudiese observar la agonía de los demás al tiempo que él padecía la suya propia.

Resbaló con el rostro pegado a la seca madera, hasta caer de rodillas. Hundió el rostro en el suelo. Aquel muerto no era Konstantin, el hombre que había amado, que aún amaba, había volado alto, bien alto, más alto que aquella cruz. No estaba allí. No debía llorarle. Hacía mucho que ya no sufría, mientras que ella...

Si hubiera tenido el don de la clarividencia, como él y su hijo, lo habría podido ver, erguido y sereno, el día en que lo crucificaron...

*************

Golpes de martillo, chirrido de clavos. Gritos, sollozos. Alaridos desgarradores. Mujeres que lloraban, niños que gemían. El holocausto final. El último día de la Orden.

Eckhardt contempló su obra: ciento veintidós cruces enclavadas en el camino ascendente a la ciudad de Edén. Estaba flanqueado por sus dos más allegados: a su izquierda, un frío e impasible Karel, a su derecha, Gertrude, que lo observaba todo con ojos brillantes.

Lenta, incansablemente, los hombres de Gunderson habían ido clavándolos uno detrás de otro, sin apiadarse de la mujer, del joven, del niño de cinco años. Uno detrás de otro. El concierto de gritos y aullidos de dolor helaba la sangre en las venas.

El propio Gunderson se había ganado el honor de escoltar a Konstantin Heissturm hasta su lugar de suplicio. Tenía cerca de cincuenta años. Aún era fuerte, y pese a su cabello encanecido, a Gunderson le parecía terriblemente parecido a su hijo. No lo había maltratado ni golpeado. No le había correspondido a él darle tortura, y era algo de lo que el matón calvo se alegraba. Aunque le avergonzaría reconocerlo, había algo en aquel sereno caudillo que le infundía respeto.

- ¡Padre! ¡Padre! - chilló una voz.

Konstantin se giró. Dos mercenarios acababan de coger, entre los que esperaban ser crucificados, a una jovencita, de apenas dieciséis años, y la arrastraban hacia su madero. Su hermano, al verlo, empezó a gritar, pero los guardias le sujetaron.

- ¡Oh padre! - chilló la muchacha - ¡Ayúdame!

A Konstantin se le nublaron los ojos. Todos le llamaban "padre" desde el día en que el Consejo votara nombrarle nuevo Gran Maestre. Pero ese nombramiento nunca había llegado. Y ahora no podía ayudarla. Ni siquiera podía ayudarse a sí mismo.

La muchacha fue clavada desnuda en la cruz y tras ella fue su hermano, y el resto. Mientras observaba aquello, oyó la voz de Eckhardt:

- Espero, Konstantin, que tu satisfacción sea plena. Como ves, no he descuidado a ninguno de los tuyos. No quisiera que te sintieras solo cuando llegara tu turno.

Gertrude añadió entonces:

- ¡Ya puede sentirse satisfecho! Va a morir del mismo modo en que murió el Dios en que ellos creen.

Karel sonrió entonces. Konstantin cruzó su mirada con la de él. Sí, claro, él lo sabía. Los Lux Veritatis no adoraban a ningún Dios. Hubiera sido insensato, ¿no, Konstantin? ¡Sólo los fundadores de esta ciudad son dioses!

Cuando llegó su turno, se dejó clavar con serenidad. Los clavos atravesándole las muñecas y los tobillos no le dolieron más de lo que le habían dolido las torturas recibidas anteriormente. Desde el lugar en que lo habían ubicado, podía ver al resto. Los que habían sido los primeros ya estaban muertos o desvanecidos. El resto alzaron sus rostros desesperados hacia él.

¿Qué podía decirles? ¿Qué les consolaría ahora?

Eckhardt, Gertrude y Gunderson se retiraron, mientras los mercenarios hacían guardia. Sólo Karel permaneció en su sitio, silencioso. Al cabo de un rato, avanzó hasta llegar al pie de la cruz.

- ¿Has venido a verme morir? - dijo Konstantin con calma.

Karel sonrió de nuevo.

- Soy inmune al odio y al rencor. No te odio porque tu desdicha es mi fortuna y tú mueres mientras que yo viviré. Por eso no me importa lo que les ocurre a ti y a los tuyos.

Se oían gemidos y sollozos a lo largo del camino. Uno de los hombres más cercanos, al ver a Karel, empezó a retorcerse e insultarle. Pero él siguió mirando a Konstantin.

- Tienes que saber que vosotros morís porque tu hijo huyó.- continuó - No se parece mucho a ti. Es bastante cobarde. Nada más saber a quién servía Gunderson, desapareció.

- Preferiría verle escondido entre las faldas de una mujer a verle sirviendo a La Cábala aunque fuera tres segundos.

Karel torció la sonrisa al oír la respuesta de Konstantin. Nada rompía la voluntad inquebrantable de aquel hombre.

Durante horas, se mantuvo con paciencia al pie de la cruz, mientras el resto de la gente iba muriendo. Tal y como esperaba, Konstantin fue el último en morir.

- ¿Dirás algo sobre tu hijo ahora? - le preguntó cuando vio que se asfixiaba. - ¿Dónde está? ¿Es a él a quien has enviado los otros dos Fragmentos?

El moribundo abrió los ojos, hinchó el pecho por última vez y susurró:

- Él volverá y será vuestra muerte.

El aire escapó de sus labios y se descolgó hasta quedar inerte. Karel le observó en silencio, y luego se alejó despacio.

***********

- ¡Marie!

Unos brazos flexibles la rodearon y la separaron de la tierra en la que yacía. ¿Cuánto tiempo había permanecido allí, desvanecida, a los pies de la gran cruz?

- ¡Marie! Por Dios, ¿cómo se te ocurre bajar aquí? ¡Las mantícoras andan sueltas!

Era Lara quien le hablaba, quien la cogía de los hombros.

- ¿Cómo me has encontrado? - balbució, limpiándose los churretones de fango de las rodillas.

- ¡Hay un incendio espantoso en el exterior! ¡Todo ha ardido, la necrópolis, la fosa pútrida! Las autoridades lo han advertido y he acudido enseguida por si te hallaba en los alrededores...

Marie sonrió.

- He sido yo. El campamento ya había ardido, pero yo he destrozado esas asquerosas momias, esa horrible bestia. Que desaparezcan. Que el viento se lleve sus cenizas.

Lara la observó, compadecida. La pobre mujer estaba enajenada.

- Vamos.- la urgió - Tenemos que encontrar a Kurtis. ¿Dónde te dejaron? ¿Qué camino tomaron?

La levantó y le rodeó los hombros mientras la conducía lejos de las cruces. Marie giró la vista una última vez.

Adiós, amor mío.


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