Capítulo 24: El intercambio
Giselle se dejó caer sobre la silla al lado de la camilla. Estiró la mano y acarició los cabellos de la niña muerta. Lo hizo durante horas. Al cabo de un rato, fue interrumpida por la llegada del celador.
- Doctora... – murmuró educadamente – Deberíamos trasladar este cuerpo a la morgue...
Ella le miró. Sus ojos verdes estaban empañados.
- Dime, Ralph, ¿por qué ha muerto esta niña?
El celador sonrió, comprensivo. Por supuesto que ella lo sabía, ella había estado presente en el momento de su muerte, pero ahora tenía que decirlo porque ella se lo había pedido.
- Derrame cerebral, doctora. Fulminante. No se podía hacer nada.
Giselle asintió, tranquila.
- Derrame cerebral provocado por un exceso de suero. No tendría que haberle administrado tanto suero. Pero el corazón le fallaba y el suero le podría haber ayudado.
Inclinó la cabeza y se la agarró entre las manos con gesto atormentado. Viéndola así, pensó Ralph, parecía una médico normal y corriente que sufriera por no haber podido salvar la vida de un ser tan joven y tan hermoso. La realidad, sin embargo, era muy diferente.
- ¿Por qué mueren mis pacientes? ¿Por qué, por qué? – se lamentó en voz alta - ¡Cada uno de ellos es valioso! ¡Me cuestan tanto de conseguir, de tratar, de mantener! ¿Por qué mueren, si cada vez perfecciono más la técnica, si cada vez el suero, el tratamiento, los experimentos son mejores y más seguros?
Ralph extendió una sábana sobre el diminuto cuerpo de la niña, una criatura rubia de tez blanca que parecía una muñeca.
- Si me permite la insolencia, doctora, me temo que el sistema sigue teniendo fallos.
Giselle soltó un suspiro de consternación.
- ¡Si esa cabezota de mi hija estuviera aquí y no dando tumbos por Turquía! ¡No avanzo nada, maldito sea todo!
- Con permiso, doctora.- dijo Ralph suavemente – Me llevo a la niña.
Y salió empujando la camilla. Giselle permaneció unos instantes sentada, inmóvil, y luego se levantó y abandonó la habitación.
Atravesó los pasillos como alma en pena. A través de las puertas blindadas, oíanse los lamentos y gemidos de los reclusos. Sabía que sufrían. ¡Pero ella también sufría!
- Saldré fuera un rato, Karl.- dijo al guardia de la entrada principal.
Éste se apresuró a apretar el botón de apertura y las grandes puertas de acceso se abrieron, dejando a Giselle salir al exterior.
Desde el mismo instante en que Karel había muerto, los miembros supervivientes de la Cábala habían decidido buscar una nueva base para sus investigaciones. Moscú había sido sólo una etapa provisional. Ninguna capital europea era ya segura. La policía siempre estaría al tanto. No, había que buscar otro lugar más seguro.
Y lo habían hallado en aquella isla, aquel farallón rocoso solitario frente a las costas de Siria, cerca de Chipre, en pleno mar Mediterráneo. Todas las autoridades creían que estaba deshabitada y así debía seguir siendo. En un tiempo récord, los operarios habían construido allí una fortaleza que era a la vez laboratorio y prisión. A su alrededor, no había más que costa rocosa y mar. Los pacientes llegaban, secuestrados, a través de navíos particulares.
Giselle podía sentirse satisfecha. Nadie les perturbaría allí, y ella podría seguir con calma su ambicioso proyecto personal.
¿En qué consistían los experimentos de Giselle? Nadie lo sabía a ciencia cierta. Se rumoreaba que seguía empeñada en crear nuevos especímenes de la raza Nephilim, pero que hasta ahora los resultados no habían sido mejores que el horrible Proto de su difunta hermana Kristina, por lo que, horrorizada, se había apresurado a destruirlos antes de infundirles vida. Otros en cambio, decían que se hallaba desarrollando otro embrión con el que fecundarse a sí misma.
Pero ni una teoría ni otra cuadraba con aquellos tratamientos y experimentos a los que sometía a los secuestrados. Sencillamente ella ordenaba y era obedecida. Eso era todo.
Anduvo hasta la playa y allí se dejó caer. Se quitó los zapatos y las medias y dejó que la espuma del mar le besara los blancos pies. Cerró los ojos y se tendió en la arena, abandonándose a la plenitud.
Joachim, Joachim, ¿por qué fallamos? Teníamos el mundo a nuestro alcance. Si tú me hubieras aceptado como esposa, como madre de tu descendencia, contemplarías ahora la hermosura de tu hija y te convencerías de que sólo yo, entre todos tus sirvientes, comprendió realmente tu mensaje. Cuánto daría por volver a tenerte, tú que eras inmortal, tú que habías vivido desde los albores de la Humanidad, tú que ibas a vivir para siempre.
Abrió los ojos, y para su sorpresa y vergüenza, los halló llenos de lágrimas. Se incorporó para enjugárselas. ¡Se sentía tan sola! ¡Tan incomprendida!
Por el rabillo del ojo, vio el acantilado que se alzaba a su izquierda y que, horadada la roca, albergaba las cárceles. En lo alto del peñasco, distinguió a Ralph y a otro celador, que se dedicaban a la noble tarea de hacer desaparecer los cuerpos de los fallecidos. Éstos se amontonaban al borde del acantilado, envueltos en blancas sábanas, y progresivamente, iban cayendo uno detrás de otro al mar, empujados por los celadores. Plof. Plof. Plof. Uno detrás de otro, hundiéndose en los remolinos que se formaban bajo el acantilado, habitados por tiburones y tintoreras, que en cuestión de minutos reducían a la nada aquellos despojos.
Se levantó por fin, sintiéndose algo respuesta. Pero al girarse, vio algo en lo alto de la fortaleza que le hizo detenerse. Un rostro oscuro que se asomaba entre los barrotes.
Radha Deli, prisionera en aquel cuarto, escrutaba a su carcelera a desde lo alto. Giselle le devolvió la mirada con fijeza, pero la niña hindú desapareció, corriendo de nuevo la cortina.
¿La habría visto llorar?
***************
Durante kilómetros y kilómetros, Marie agarró con fuerza la mano de Lara.
Iban hacia la costa, pero no saldrían del desierto. Sería demasiado arriesgado entrar en zonas habitadas, las autoridades podrían advertirlo. Y con ello se esfumaban sus esperanzas.
Al cabo de lo que pareció una eternidad, los vehículos se pararon y ellas fueron bajadas entre insultos y empujones. Sciarra se llevó a Lara arrastrándola del brazo y ya no la vio más. Ella fue conducida hasta una furgoneta en cuya parte trasera aguardaba una figura vestida de blanco, cubierta con una capa negra, que tenía el rostro cubierto por un velo. Marie no necesitó más para saber que aquella debía ser sin duda la célebre Betsabé.
- Déjanos solas.- indicó una melodiosa voz al mercenario que la había acompañado.
La anciana permaneció unos instantes escrutando el espeso velo, pero no alcanzó a ver el rostro de su interlocutora. Al cabo de unos instantes, irritada, tuvo la osadía de decir:
- ¿Y bien? ¿Este juego del velo lo haces para hacerte la interesante?
Hubiera jurado que sonreía bajo la tela. Entonces ella replicó:
- Somos mujeres, Marie Cornel. Creo que me comprenderás si te digo que detesto esa forma que tienen los hombres de mirarnos como si fuéramos ganado... como un potro salvaje mira a una yegua joven. El azar me dio un rostro peculiar que hace que me sienta observada y desnudada allá donde voy... este velo me ayuda a salir del paso. Aunque he de reconocer que todavía atraigo más atención. ¿He satisfecho tu pregunta?
Entonces alzó el velo unos instantes y dijo:
- ¿Crees que mis temores están justificados?
Marie la observó, anonadada, y dijo:
- En efecto, eres muy hermosa. Lástima que un rostro tan idílico esconda semejante perversidad.
Betsabé quedó desconcertada unos momentos, y entonces se echó a reír, y su risa era como el canto cristalino de una fuente.
- ¿De verdad crees que soy perversa? – dejó caer el velo – Yo no quiero hacerte daño. Ni a ti, ni a esa exploradora, ni siquiera quería hacerle daño a tu hijo. No seré yo quien le aplique la pena que él mismo se ha ganado. Yo sólo soy la mensajera... la repartidora. No el verdugo.
- ¿Qué clase de criatura eres?
- ¡Preguntas lo mismo que me preguntó él! Pero a ti puedo responderte. Tú no tienes poderes que sean capaces de amenazarme. Yo soy la Inefable, la que vino cuando todos creíais que jamás volveríais a ver uno de mi especie. Yo soy vuestra ancestral enemiga, y tu hijo ha estado tan ciego que no me ha reconocido.
Marie quedó muda de asombro, y luego rastreó en su mente las facciones que momentos antes había vislumbrado bajo el velo.
- Es imposible.
- Es verdad, Marie.
- ¡Tú me atacaste en mi rancho de México! ¡Te presentaste bajo tu auténtica forma!
- No hay formas auténticas ni falsas. Todas son reales. Es cierto que fui, pero no era mi intención dañarte, sólo advertirte. Y tú me disparaste. ¿Ves? Ahora podría devolverte el mal que me hiciste, pero voy a ser benigna contigo.
La anciana jadeó, aturdida. ¡Una hembra Nephilim! ¿Cómo es posible?
- Joachim Karel, el último de los Nephilim, murió hace dos años. No tenía descendientes. Con él se extinguió la Alta Raza.
- Te equivocas, Marie. Sí tuvo descendiente. Yo, su hija. Cómo y cuándo nací no es ya de tu incumbencia. Y ahora empiezas a entender, ahí en tu corazón, cuál es el cometido que persigo, que persiguen los míos.
Marie empezó a negar con la cabeza, horrorizada.
- Nosotros – continuó Betsabé – le perdonaremos la vida a Lara Croft, que mató al Alquimista Oscuro, nuestro mayor benefactor y sabio, y que dio con la clave para asesinar a mi padre. Le perdonaremos la vida a Selma Al-Jazira, que durante años expolió la necrópolis de Edén y ha tenido la desfachatez de usar el Cetro Sagrado contra los seres que nos sirven. Te perdonaremos la vida a ti, que durante años te resististe a La Cábala y estuviste unida a nuestros enemigos. Perdonaremos la vida a todos vuestros amigos y colaboradores. Pero no perdonaremos la vida a Kurtis Trent, que cometió un crimen mayor que todo lo dicho junto: asesinar al último Nephilim puro, a una criatura muy superior a él valiéndose del cristal del engaño... cristal que tú y dos más guardáis con tanto celo.
La mujer india había palidecido mortalmente. Parecía a punto de desmayarse y sin embargo, murmuró con voz serena:
- Y supongo que ahora querrás esos cristales. Robaste el Orbe y ahora quieres los Fragmentos.
- Si me los entregáis, cumpliré con lo que acabo de decir. Si no me los entregáis, puede que no perdonemos tantas vidas.
"Schäffer me ha confesado que, en un arrebato de ira, estuvo a punto de matarte. Es una falta gravísima y será castigado, puesto que se le ordenó que no recibierais daño alguno. Me ha transmitido el discurso con el que le obsequiaste. Eres una mujer muy valiente, Marie, y ten por seguro que me aplico ese discurso. Pero por desgracia seguimos en las mismas. Necesito los Fragmentos. Los quiero. Y ya no hay tiempo para más discursos."
Se hizo un denso silencio, y entonces Marie exclamó:
- Se hará justicia. Cuando todo esto acabe, cuando ya no tengáis más gente a la que amenazar, a la que matar, se hará justicia. No serán los hombres, ni los espíritus, quienes hagan justicia con vosotros, contigo y con los tuyos. Será el tiempo.
- Yo soy eterna e inmortal. El tiempo nada significa para mí.
- Eso decía tu padre, y todos los de tu raza, y ahora yacen bajo el polvo. Tú eres tan inmortal como lo eran ellos. ¡El mismo cristal puede arrancarte la vida de una sola puñalada! ¡Por eso quieres los Fragmentos! ¡Para arrancar de tu lado la última posibilidad de muerte!
Con un movimiento preciso, rápido, Betsabé se arrancó el velo. El rostro que apareció bajo la tela estaba, por primera vez, alterado, y tenía las mejillas enrojecidas.
- ¡Sólo si el cristal lo empuña un Lux Veritatis puede dar muerte a un Nephilim! ¡Y el último Lux Veritatis va a ser sacrificado en desagravio de la Sangre Bendita derramada! ¡No queda consuelo para ti, Marie Cornel! ¡Sométete de una vez a tu destino!
- Señora... – balbució una voz a sus espaldas.
- ¡¡QUÉ!! – estalló ella, girándose furibunda hacia el mercenario que había hablado, el cual retrocedió alarmado al ver su ira.
- A-acabamos de vis-vislumbrar una camione-neta en el horizonte – tartamudeó el soldado – Creemos que es él...
Betsabé inspiró profundamente. Luego se giró hacia Marie y sonrió burlonamente:
- Madre, ahí tienes a tu hijo.
***********
Sciarra no podía creer que tuviera tanta suerte. Habían dejado a la inglesita a su cargo, sin que nadie más se preocupara por ella. Al parecer, la Croft no era la rehén más valiosa para la bella Señora... y eso le dejaba margen a él para poder "pasar el rato" con ella.
La llevó a empujones hasta una zona aislada por las rocas, asegurándose de que nadie se fijara excesivamente en ellos. Lara se dejó llevar.
Cuando estuvieron a solas, Sciarra se encontró con su mirada burlona y su mueca sarcástica. Decidió que le borraría aquella sonrisa de la cara.
- ¿Vas a abusar de mí estando herida, chico? – dijo ella con sarcasmo.
Por toda respuesta, la empujó contra la pared rocosa y masculló:
- Ahora te enseñaré si soy un chico o un hombre. Y me trae sin cuidado tu herida de bala. Las zorras como tú se merecen eso y mucho más.
Retrocedió unos cuantos pasos y se sentó plácidamente en una roca. Miró a su alrededor. No había nadie cerca. Tanto mejor. Se puso a limpiar y a cargar tranquilamente su arma, mientras decía:
- Eres muy guapa. La inglesa más guapa que he visto nunca. Por supuesto, no eres tan hermosa como ella, pero tienes mejor cuerpo. – ajustó el silenciador al cañón de la pistola y entonces soltó de repente:- Desnúdate.
Ella le miró con fijeza. Ya no sonreía, pero al italiano le daba la sensación de que seguía burlándose de él con la mirada.
- Escucha, bonita.- continuó él – Existen dos formas de hacer esto. Por las buenas o por las malas. Si eliges hacerlo por las buenas y colaboras, quizá hasta llegues a pasar un buen rato. Si lo haces por las malas, te resultará mucho más desagradable. Esa turca que iba contigo... ¡linda muchacha! No he dejado de soñar con ella desde que la vi por primera vez. Me moría de ganas de ver qué había bajo su ropa... aunque quizá llegue a hacerlo, puesto que, por lo que parece, ella será la siguiente en caer...
- Eres un cerdo.
Sciarra sonrió.
- No más que cualquier otro de mi especie. Somos soldados nena, no hermanitas de la caridad. Y todos, todos somos iguales... mercenarios, legionarios... ahora que lo pienso, ¿ese tío con el que follabas la otra noche no era legionario? ¿Le preguntaste cuántas mujeres y niñas violó en los años que estuvo de servicio? Debe tener el cupo bastante lleno...
- Cree el ladrón que todos son de su condición.- recitó Lara con voz burlona.
Aquello molestó a Sciarra, que la apuntó con su arma:
- Muy bien, putita. Vamos a hacerlo así. Si no te desnudas, te coso a tiros. Luego te arrancaré la ropa y haré lo que me dé la gana... me da igual si estás viva o muerta... ¡Desnúdate!
Lara despegó la espalda de la roca y dijo:
- De acuerdo, cabroncete, ¿qué me quito primero?
¡Caray! ¡Tiene huevos la niña! Muy bien, si ella quería jugar, jugarían.
- Empieza por quitarte las vendas del brazo.- dijo el italiano con crueldad.
Se había marcado un tanto. Lara extendió el brazo herido y empezó a retirarse las vendas. El otro sonrió cuando aparecieron las manchas de sangre. Finalmente las vendas cayeron al suelo y apareció la tablilla que Marie le había ajustado con correas para mantener el hueso soldado. Tuvo que retirárselo también, y tras desprenderse los últimos algodones, apareció la horrible fractura amoratada.
- Joder – murmuró Sciarra – Eso debe de doler. Sigue.
Lara llevaba una túnica de piel que Marie le había dado, ajustada a unos pantalones. Se sacó la túnica con dificultad y también los pantalones. Finalmente, sólo quedaron las vendas que le envolvían los senos, ligeramente húmedas de sangre. Se llevó la mano a ellas, pero entonces él se levantó y dijo:
- Déjalo, preciosa. Ya lo haré yo.
Avanzó dos pasos y de un tirón, desgarró de arriba abajo el vendaje. En aquel momento Lara tuvo un instante de zozobra y vaciló, desplomándose de rodillas.
- ¡Eh, eh! No tengas tanta prisa, la mamada ya te la pediré después... ¡AY!
Súbitamente, Lara le había soltado un rodillazo en la entrepierna. El siguiente golpe cayó sobre su barbilla, y de otro puñetazo rodó por el suelo. La pistola le cayó de la mano y no la vio más. Después recibió una, dos, tres patadas en pleno estómago. Trató de alzarse, pero un tercer puñetazo le estampó la cara contra el polvo. Súbitamente se vio agarrado por el cuello, y Lara se lo habría partido allí mismo de no ser porque una voz severa ordenó:
- Suéltale.
Lara elevó la mirada y vio a Schäffer, que le apuntaba con la pistola. Soltó a Sciarra, que cayó tosiendo y jadeando sobre el polvo, y retrocedió hasta sus ropas.
- ¿Por qué la rehén está desnuda?
Sciarra tuvo la decencia de no responder. Lara por su parte, se puso la túnica mientras el jefe ordenaba con voz seca al italiano que se retirara. Luego la miró.
- Lara Croft. En verdad eres una mujer extraña. Desnuda y herida, y sin embargo aún tenías fuerzas para darle una paliza a este puerco. Espero que aprenda la lección. En cuanto a ti... has tenido suerte. Eres libre. Alguien se ha intercambiado por ti.
Lara le miró, alarmada, pero él la cogió del brazo y la llevó hasta el campamento. A su paso, los soldados se giraban a mirarla... la túnica apenas le cubría los muslos y se le estaba pegando al cuerpo como consecuencia de la hemorragia. Cada vez se sentía más débil.
- ¿Qué le habéis hecho? – oyó que decía una voz furiosa.
En aquel timbre grave reconoció la voz de Kurtis. Alzó la vista y le vio allí, rodeado por varios soldados que le apuntaban con sus armas, pero él avanzó hasta ella y la sostuvo con sus brazos. También estaba muy malherido.
- ¿Qué haces? – susurró ella, mirándole a los ojos.
- No le hemos hecho ningún daño.- declaró Schäffer en voz alta – Su agresión procede de un solo hombre, que será castigado por su insubordinación.
Kurtis la rodeó con un brazo y la acompañó hasta un vehículo estacionado allí.
- Escúchame – le susurró al oído mientras avanzaban. - Me he cambiado por ti. Han aceptado dejarte libre si yo me quedaba. Betsabé ha dado su palabra, y no tengo más remedio que confiar en ella.
- ¡No puedo hacerlo! – jadeó ella, cerrando los ojos.
- Tienes que hacerlo. Estás herida y nadie va a acompañarte. Conduce hacia el norte. Te encontrarás con Selma, Zip y los monjes de Meteora. – todo esto lo decía en voz baja – Haz que te lleven a un hospital. Y sobre todo, no trates de volver a por mí.
Abrió la puerta y la ayudó a subir al volante. Los soldados permanecían tensos, apuntando a Kurtis, sin moverse de su sitio. No se veía a Betsabé ni a Marie por ningún lado.
- No puedo abandonarte sin más.- insistió ella .- ¿Por qué haces esto? ¡Yo nada valgo! ¡No soy importante para ellos!
- Eres importante para mí.- respondió Kurtis – Eres lo más importante. No vuelvas, Lara. Liberarán a mi madre más adelante si están contentos con el resultado.
Cerró la puerta y retrocedió. Lara le tocó el brazo, en un último intento de acariciarle, pero sus dedos resbalaron por el vendaje ensangrentado que le envolvía el brazo.
- Conduce rápido, milady. – sonrió él – A partir de ahora estarás sola.
Dos soldados aparecieron tras él y le sujetaron, apartándolo de la camioneta. Ella, que no dejaba de mirarle, vio cómo él formaba unas palabras con los labios en silencio. Te quiero.
Lara pisó el acelerador.
La camioneta desapareció al poco rato, dejando tras de sí una estela de polvo. Entonces Schäffer exclamó:
- Qué bonito. Casi me echo a llorar. No hay duda de que eres un hombre de palabra, Kurtis Trent. Y ahora vamos, que tanto romanticismo me ha abierto el apetito.
Mientras le llevaban hacia la furgoneta, Kurtis distinguió una sombra blanca por el rabillo del ojo.
Encima de una roca, con las blancas vestiduras ondeando en el aire, la bella Betsabé sonreía a través del velo.
**************
El sol ardiente le quemaba los hombros y las lágrimas le impedían ver con claridad el camino que seguía. Pero pisó el acelerador a fondo. No mires atrás, Lara. Sobre todo no mires atrás. Y resiste un poco más el dolor. Si vives hoy, podrás luchar mañana.
Al cabo de un rato, se sintió tan débil que no pudo seguir conduciendo. Tenía la parte delantera de la túnica empapada de sangre y el brazo herido le daba auténticos calambrazos de dolor insoportable. Aminoró la marcha y acabó frenando. Soltando un gemido, se reclinó el volante, mientras trataba de poner algún freno a las lágrimas que ya le corrían por las mejillas.
No llores, estúpida. No llores. ¿Qué diría Werner si te viera lloriquear como una niña? Diría: "¡Vaya, ahora sí que parece la nenita aristócrata, hija de Lord Croft!" ¡Levántate y deja de llorar!
Las manos, pegajosas por la sangre, le resbalaron del cuero del volante. Un mechón de cabello le cayó sobre los ojos y ya no vio nada.
¡Oh, eres tan valiente, tan sumamente valiente, Lara Croft! Qué fácil era todo cuando disponías de tu arsenal de armas y podías cargarte a los malos de dos en dos, si te apetecía. Y mírate ahora. A esto te ha llevado tu maldito orgullo. ¡Llora, pues! ¡Es lo único que te queda!
- ¡Lara! ¡¡Lara!!
¿Por qué no la dejaban? ¿Por qué no la dejaban morir?
Unas manos cálidas, afectuosas, le rodearon los hombros y la separaron del volante. Vio el rostro distorsionado de una joven morena, dulce, a la que conocía.
- Lara, Lara... soy yo, Selma... Dios bendito, qué te han hecho, cabrones... ¡Por favor, venid a ayudarme!
Y de repente la levantaban por los aires y la tendían en la parte trasera de otro vehículo, sobre un jergón, mientras Selma la cubría con una tela. Empezaba a tiritar de nuevo. Demasiada sangre.
- Eh, nena, vamos.- susurró un chico de piel negra, al que también creía conocer – Vas a ponerte bien, ¿vale? Te vamos a llevar a un hospital. Y cuando estés bien, ya llegará el momento de devolver todas las hostias que nos han metido. Tú ya verás.
El chico sonrió y le guiñó un ojo. Luego rodeó con su brazo la cintura de la muchacha morena, que reclinó la cabeza en su hombro mientras gemía en voz baja.
Sí, claro que les conocía. Pero su último pensamiento, antes de desvanecerse, fue para Kurtis.
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