Capítulo 23: El golpe maestro

Radha se acurrucó en un rincón. Temblaba. Aún así, luchaba por mantenerse serena y no dar muestras a sus captores de que estaba aterrada. De repente, le venían a la memoria las terribles imágenes de la Legión atacando Kusuma Bharadji. Pero esta vez era diferente. Estaría sola.

Estaba en una habitación iluminada, blanca, con una cama en un extremo y una mesa con una silla en el otro. No había más. La puerta era metálica y estaba bien atrancada. Sus secuestradores la habían dejado allí después de haber viajado kilómetros completamente cloroformada.

No oyó el rumor de pasos que venían por el pasillo. La puerta aislaba todo sonido. Cuando vio la enorme mole metálica abriéndose, Radha dio un respingo y temió lo peor.

Pero sólo entró una mujer. Venía acompañada del hombrecillo que le había secuestrado. Éste intercambió unas palabras con la mujer en una lengua áspera que la niña no entendió, y luego se retiró, cerrando la puerta. Ella se sentó plácidamente en la silla y la observó tranquilamente.

Radha escrutó a la mujer desde su rincón. Era joven, de eso no había duda. Iba vestida con una bata blanca encima de un jersey y una falda, con medias y zapatos de tacón. Era bastante atractiva y hasta se podía decir que tenía un rostro amable. Los ojos eran azules y el cabello de un rubio tan claro como ella nunca había visto. Lo llevaba muy corto, como un hombre.

- ¿Hablás inglés, niña? – dijo la mujer.

Ella no respondió.

- Te hablaré en inglés porque no conozco tu lengua materna. Me llamo Giselle y soy la jefa de estas instalaciones a las que has sido conducida. Puede que te parezca que tu rapto ha sido cruel e injustificado, pero irás hallando respuestas a medida que pasen los días. O quizá no las halles. Todo depende de tu comportamiento.

La muchacha no entendía del todo bien lo que ella decía, pero al menos lograba captar la idea principal. Comprensiva, Giselle se explicaba en un inglés básico y claro, y hablaba con la lentitud y cadencia adecuadas para ser comprendida.

- ¿Qué le habéis hecho a mi mayordomo? – preguntó de repente la niña con voz débil.

- No le hemos hecho daño. Sencillamente le durmieron como tú has dormido hasta llegar aquí. Ahora estará bien. No buscamos víctimas innecesarias. Todas las vidas que tomamos, las tomamos justificadamente.

Por supuesto, omitió decir que si Winston seguía con vida, era porque interesaba a sus planes. El anciano se encargaría de advertir a Lara de que la niña había desaparecido. Y eso era justo lo que estaba buscando.

- Quiero irme.- expresó Radha con firmeza y sencillez.

- Eso dependerá de lo dispuestos que estén tus amigos a colaborar con nosotros. A partir de ahora, la decisión estará en sus manos.

- ¡Lara vendrá a buscarme!

- Si lo hace, tendrá problemas. Yo soy la dueña de este lugar. Nadie sale ni nadie entra sin mi permiso. Y desde luego ella no lo tiene para entrar, ni en caso de que lo haga, tendrá permiso para... salir.

La forma en que lo dijo hizo que Radha se estremeciera. Entrecerró los ojos y murmuró:

- Usted es una mujer malvada.

Giselle sonrió, y al hacerlo la cara se le embelleció de forma notable.

- Yo no soy ni buena ni malvada, cariño. Hago lo que debo. No puedo permitirme el lujo de ser la buena o la mala. Tengo asuntos más importantes de los que preocuparme.

Se levantó de la silla e hizo un amplio gesto con el brazo.

- Ésta será tu habitación. No saldrás de ella mientras estés aquí, pero si abres la ventana, tendrás una preciosa vista al mar.

- ¿Dónde estamos?

La mujer volvió a sonreír.

- Vamos, pequeña, si ni siquiera sabrías reconocer la forma de la India en un mapa... ¿cómo voy a decirte dónde estás?

- Puede decírmelo de todos modos.

Giselle negó lentamente con la cabeza, y luego dio media vuelta para abandonar la habitación.

- Ah, por cierto.- dijo antes de salir – No buscamos hacerte daño. Pero si tus amigos se niegan a colaborar, no tendremos más remedio que hacer valer una razón de peso para forzarlos a ello. Por el daño que recibas sabrás cuánto les importas.

La puerta se cerró con un estrépito metálico, y todo quedó en silencio.

Radha se acercó a la ventana y descorrió la cortina. A través de los barrotes, distinguió las rocas del acantilado, allá abajo, las olas chocando contra ellas, y la inmensidad azul del mar. Lucía un hermoso sol y se oía el canto de las gaviotas.

Aquello y el rumor del mar sería el único sonido que acompañaría a Radha a partir de aquel momento.

****************

- ¿Cómo soléis decir vosotros, los mortales? "Si quieres algo bien hecho, hazlo tú mismo". He de decir que es la única cosa inteligente que os he oído decir nunca.

Schäffer, abochornado, no se atrevía a levantar la vista. Su Señora había hablado con calma y no se había enfurecido en ningún momento, como había pronosticado Sciarra.

Sentada en la parte trasera de la furgoneta, daba vueltas en su mano el rollo de hilo de alambre retorcido que había sujetado a Kurtis. Pasaba los dedos por las púas sin pincharse, y la verdad es que el alemán no entendía cómo la hermosa podía tocar algo tan repugnante sin sentir asco, algo que estaba embadurnado de la sangre de aquel tío, y tenía hasta trozos de piel pegados.

- Le daremos alcance.- dijo él apresuradamente – Ahora habrá perdido mucha sangre y estará debilitado. Y quienes van con él son sólo dos chiquillos. Aún queda mucho camino hasta Izmit, de modo que...

- ¿Cuál es el balance? – preguntó entonces Betsabé, mirando a Sciarra.

- Una camioneta destrozada y veinte hombres muertos.- contestó lacónicamente el italiano, mirando fascinado aquel rostro oculto tras el velo.

Ella asintió con calma.

- No vamos a darle caza de nuevo. Eso es lo que él quiere. Huir y seguir huyendo hasta que acabe uno a uno con todos. – apartó el alambre a un lado – Atacaremos donde más le duela. Iremos hasta donde están su madre y la exploradora.

Schäffer asintió. Aquella estrategia era la adecuada.

- Adelante.- ordenó ella – Poneos en marcha. Tenéis que llegar allí antes que él.

**************

Marie estaba barriendo el porche de la casa cuando vio llegar de lejos una figura. Su sorpresa fue mayúscula al ver que se trataba de un muchacho negro que llevaba una gorra y cargaba con una cantimplora.

- ¡Alto ahí! – gritó, llevándose la mano al cinturón, donde tenía enfundada una pistola - ¿Quién eres?

- ¿Usted es la señora Marie Cornel? – balbució el chico.

- ¿Qué quieres de Marie Cornel?

- ¡Gracias, Dios! – gimió el chico mirando al cielo, y se acercó decidido a la casa.

Marie sacó la pistola.

- ¡Como des un paso más...!

- ¡Oiga, oiga! – chilló él, alzando las manos - ¡Que vengo de parte de su hijo! ¡Del que se llama Kurt...is!

- No tengo otro hijo.- refunfuñó la anciana, guardando la pistola - ¡Podrías haber empezado por ahí! ¿Quién diablos eres?

La puerta se abrió entonces y apareció Lara, que llevaba el brazo vendado y se apoyaba en el marco de la puerta.

- ¡Zip! – exclamó.

- ¡Ey, nena! – ignorando a Marie, Zip se dirigió hacia ella y le palmeó con entusiasmo el brazo sano - ¡Me alegro de que estés tan bien!

- Puedes confiar en él.- dijo Lara a Marie – Es nuestro técnico informático.

Entraron dentro y mientras Marie le servía agua, Zip se expresó atropelladamente.

- ¡He estado caminando una hora! El jeep en que veníamos Selma, Kurt y yo se ha escoñado. Sin una gota de gasolina. Me he ofrecido yo a venir hasta aquí porque Kurt no se encuentra muy bien y Selma ha querido quedarse con él...

- ¿Qué le ocurre? – saltó Marie, alarmada.

- Le han dado un tiro en la pierna. Pero es un tipo duro, seguro que no es para tanto.

- ¿Dónde se han quedado?

- Pues, como le he dicho, a una hora de aquí, yendo hacia el Sur.

Marie asintió.

- Tengo una camioneta en el patio trasero. Voy a prepararla.

Y salió de la cocina. Lara esperó a que cerrara la puerta y entonces se giró a Zip.

- A mí puedes hablarme sin tapujos. ¿Qué ha pasado?

- La cosa está muy fea, nena.- suspiró Zip.

Y le contó lo que habían pasado en Tenebra, cómo Kurtis les había encontrado, cómo había desaparecido y finalmente cómo le habían rescatado de las manos de La Cábala.

- Vaya – murmuró Lara – si al final tendrás madera de héroe y todo.

- Bueno – Zip se ruborizó – no ha sido cosa mía solo, ¿sabes? Selma también...

De repente, un alarido desgarró el aire. Lara saltó de la silla y se acercó a la ventana. Lo que vio le heló la sangre.

Afuera, todo estaba lleno de hombres armados. Los vehículos estaban aparcados bastante lejos, de modo que no los habían oído. El que parecía ser el cabecilla sujetaba brutalmente a Marie por los brazos, mientras la arrastraba lejos de su camioneta, y al lado del mismo Lara reconoció a Sciarra.

- ¡Dios! – jadeó Zip.

Lara ya pensaba a toda velocidad.

- Zip – ordenó – En el cuarto del fondo, más allá de este pasillo, verás una habitación. Allí es donde yo he dormido. Bajo la cama hay una trampilla oculta por una alfombra. Ábrela y escóndete en ella.

- ¿Pero qué dices? – el chico se horrorizó - ¡No puedo esconderme como un cobard...!

La exploradora se giró bruscamente y lo sacudió por el hombro con el brazo que tenía sano.

- ¡Escúchame, maldita sea! Kurtis va a necesitarte para saber lo que ha pasado aquí. ¿Entiendes? ¡Ahora escóndete y no salgas, oigas lo que oigas!

Alguien empezó a aporrear la puerta. Zip asintió, pálido y sudoroso, y se perdió en el pasillo.

La puerta se vino abajo. Tras ella apareció Sciarra, que al ver a Lara, se acercó a ella y trató de cogerla. Ella se apartó.

- No me toques, puerco.- siseó.

Y pasando por delante de él, salió con toda calma al exterior, mirando con desprecio a aquel regimiento armado.

Schäffer soltó a Marie, que se acercó a Lara, y entonces dijo:

- Bien, bien. Veo que estáis ambas con buena salud, aunque la suya, señorita Croft, podría ser mejor, ¿no?

- ¿Qué es lo que queréis? – dijo Lara con calma.

- Bueno... hacer un ajuste de cuentas con Kurtis Trent. Le teníamos ya cuando cometió la desfachatez de desafiarnos. No somos gente paciente que se dé a todo y vamos a devolverle el golpe el doble de fuerte que el que nos ha dado él. Y vosotras, señoras mías, nos ayudaréis a eso.

Chasqueó los dedos y las empujaron hacia una camioneta, donde las subieron y las tuvieron vigiladas. Lara, todavía convaleciente de su herida, no podía pensar en negarse a ello. Por su parte Marie se había sumido en un doloroso mutismo.

En pocos minutos, los soldados saquearon la casa entera. Lara rezó para que no encontraran a Zip. No lo hicieron. Al cabo de un rato, salieron cargando con los objetos que habían considerado útiles.

- ¿Los habéis encontrado? – dijo entonces Schäffer.

- No, jefe.- contestó uno de los soldados. – No había absolutamente nada, y a la mujer ya la has registrado.

El alemán se giró, con el rostro lleno de ira, y gritó:

- ¡Traedla aquí!

Agarraron a Marie y la bajaron de la camioneta. En un último instante, la anciana, desesperada, tendió una mano hacia Lara, pero ella sólo pudo rozarle los dedos antes de que la empujaran hacia delante. La exploradora se quedó en la camioneta, sujetada por Sciarra, que disfrutaba clavándole los dedos en el brazo vendado.

Colocaron a Marie frente a Schäffer, quien le preguntó:

- ¿Dónde está? ¿Dónde está el Fragmento del Orbe que tú custodias?

Ella permaneció en silencio.

- ¡La dama Betsabé reclama ese Fragmento! ¿Dónde lo has escondido, vieja bruja?

Silencio.

El alemán se giró y gritó:

- ¡Traedme la pistola que le habéis quitado!

Fue obedecido en el acto. El cabecilla comprobó que el arma estaba cargada y luego, sin más preámbulos, le puso el cañón en la frente.

Lara gritó de rabia. Trató de moverse, pero Sciarra la agarró con fuerza.

- Vamos a repetirlo .- escupió de nuevo el alemán – Vuelve a callarte como una mala puta y te vuelo la cabeza. ¿Dónde está el Fragmento?

- ¡Dónde está, dónde está! – estalló entonces Marie, furiosa - ¡Dónde está el Fragmento! ¡Dónde está Konstantin! ¡Dónde está Kurtis! ¡Dónde está esto, aquello, lo de más allá! ¡Os habéis pasado la vida preguntando lo mismo, y no habéis avanzado nada! ¡Víboras asesinas! ¡No tenéis ley ni patria! ¡Servís a los diablos sólo porque os pagan! ¡Escoria! ¿Queréis saber dónde está lo que buscáis? ¡Yo os lo diré: en un lugar que no vais a encontrar! Porque estáis tan ciegos, que aunque lo tuvierais delante de las narices no lo veríais. Y ahora dispárame si te da la gana. No me importa. Soy vieja y estoy cansada. Habéis arruinado mi vida, pero no la arruinaréis ni un día más.

Al discurso de Marie siguió un denso silencio. Durante unos instantes, el dedo del alemán vibró sobre el gatillo de la pistola. Luego, sonrió, y bajó lentamente el arma.

- Subidla a la camioneta.- ordenó, y se dio la vuelta. - ¡Vamos hacia la costa!

Volvieron a instalar a Marie junto a Lara, que seguía fuertemente sujetada por Sciarra, no ya por el brazo vendado, sino por el otro. Le gustaba tocarla. Tantear con los dedos su suave piel.

Pero Lara no atendía a los burdos tanteos del italiano. Intercambió una mirada con Marie, que parecía no poder creer que siguiera con vida. La anciana le devolvió una sonrisa de triunfo.

Arrancaron y dejaron atrás la desolada casa. Al cabo de un rato, Lara notó una humedad cálida y pegajosa en el pecho.

La herida de bala se había abierto y volvía a sangrar.

*************

- ¡Mira, Kurtis! ¡Viene una camioneta!

Él alzó la vista y divisó, en efecto, una estela en el horizonte. Pero a poco que se acercó supo que no era la camioneta de su madre. Ni tampoco una de los mercenarios.

El vehículo frenó frente a ellos. Para su estupefacción, quien lo conducía era Pancratios, el novicio, que iba acompañado de unos cuantos monjes armados.

- ¡Gracias a la Santísima que te hemos encontrado! – gritó - ¡Desde hace días esto es un auténtico infierno!

- ¿Qué ha ocurrido?

El novicio paseó su mirada por el ya inútil jeep y la fijó en Selma.

- ¿Eso es una musulmana? – preguntó.

- Eso es una mujer turca, y mejor la llamas por su nombre – respondió Kurtis, irritado – No tengo ganas ahora de lidiar con vuestra intransigencia. ¿A qué habéis venido?

Pancratios apretó la mandíbula.

- Entonces no lo sabéis... somos portadores de malas noticias. Pero veo que estás herido.

Apagó el motor e hizo unas indicaciones a los otros monjes, que bajaron y empezaron a cargar todo lo que había en el jeep y trasladarlo a la camioneta. Selma ayudó a levantarse a Kurtis, sin atreverse a alzar la mirada.

Como mujer culta e instruida, era consciente de que el problema que planteaba su presencia. El colectivo griego había sufrido muchísimo bajo el yugo de los turcos, y las profundas heridas de la Guerra de la Independencia Griega seguían sin cicatrizar. Las horribles masacres y violaciones que los turcos cometieron seguían pesando en la memoria de muchos griegos, y en aquel lugar, en aquel preciso instante, Selma no sólo era una turca entre griegos, sino también una mujer entre monjes y una musulmana entre cristianos. Mantuvo la vista baja.

- Acudimos porque desde hace días, nuestro abad está agonizando entre horribles ataques. – explicó Pancratios – El demonio que lo habita está al final acabando con él. Sabemos que no podías hacer nada, así que habíamos pensado en hablar con la bruja que le hechizó, para que alce la maldición sobre él.

- ¿Y qué os hace pensar que será tan complaciente? – dijo Kurtis haciendo una mueca.

- Bueno... todo es posible al que tiene fe. Pero ciertamente ahora ése es el menor de nuestros problemas. Venimos del lugar donde vivía tu madre hasta ahora... me temo que ha ocurrido una desgracia.

Selma, que aún sostenía a Kurtis, notó de repente cómo se ponía rígido. Ella misma olvidó su silencio y exclamó:

- ¡Dios mío! ¿Qué ha ocurrido?

Pancratios la fulminó con la mirada, pues no había esperado que aquella mujer supiera hablar griego, pero añadió:

- La casa ha sido saqueada y destrozada. Hallamos en la buhardilla, oculto, a un muchacho de rasgos africanos...

- ¡Es Zip!

- El muchacho está bien. Viene en un segundo vehículo que llegará dentro de poco. Pero nos ha dicho que tu madre y la señorita Croft han desaparecido. Se las han llevado los hombres de La Cábala.

Kurtis se soltó bruscamente de Selma. Cerró los ojos con fuerza, y tras llevarse la mano a la frente, dio media vuelta y avanzó cuatro pasos hacia ningún lugar en concreto. Pero al quinto paso le falló la pierna herida y se desplomó de rodillas sobre el polvo. Aún tenía la cabeza aturdida por el brutal golpe contra la roca, y la herida le martilleaba como un tambor. Se dobló en dos.

A su lado, Selma se había arrodillado.

- Kurtis – oyó que decía, pero la voz le sonó muy lejana – Kurtis. Tranquilo. Se las han llevado, pero están vivas. No les han hecho ningún daño.

¿Cómo has podido ser tan imbécil?, le pareció que decía otra voz, que sonaba en sus oídos más fuerte que la dulce voz de la turca, ¡Querías alejarlas del peligro y se las has servido en bandeja al enemigo! ¡Lo único preciado que tienes en este mundo son ellas dos, y las has arrojado a los lobos! ¡Bravo, Kurtis Trent! ¡Cada día te superas más!

- Kurtis, ¿me oyes? – Selma estaba cada vez más preocupada.

- Estoy bien.- jadeó él, alzando la cabeza.

- No, no estás nada bien. – girándose hacia los monjes, dijo - ¿Hay algún médico entre vosotros?

¿Y qué harás ahora, eh? ¿Cómo las recuperarás? ¿Cómo les darás la libertad? Ah, lo sabes muy bien. Entrégales a ellos lo que desean: tú mismo. Paga ese precio, y quizá las salves. O quizá no.

- El hermano Domenikos es enfermero.- dijo Pancratios entonces.- Él le atenderá. Pero tenemos que marcharnos.

En ese momento llegó la segunda camioneta. A través de la neblina que empañaba sus ojos, Kurtis vio saltar de la camioneta a Zip, que abrazó con efusión a Selma y luego empezó a hablar atropelladamente, gesticulando en dirección a los monjes, de cuyo discurso Kurtis sólo captó:

- ¡... han dicho que las llevarán hacia la costa! ¡Quizá si les seguimos...!

- ¡De eso nada! – dijo Pancratios, hablando en inglés para hacerse entender - ¡Somos muy pocos y apenas tenemos armas! ¡No podemos enfrentarnos a...!

Se interrumpió al ver alzarse a Kurtis, que más decidido, cojeó hasta la camioneta y abrió la puerta del conductor con decisión.

- ¡Kurtis! – exclamó Selma, alarmada - ¡Qué haces!

- Ir a la costa, naturalmente.- respondió él.- No tratéis de seguirme.

Y sin dar tiempo a más, pisó el acelerador y desapareció en medio de una nube de polvo. En el conjunto de personas que se habían quedado plantadas junto a la segunda camioneta, Selma estaba consternada y Zip se rascaba la cabeza, aturdido, mientras los monjes se miraban, incrédulos.

- ¡Por los cabellos de Santa Bárbara! – maldijo Pancratios - ¡Ese hombre está loco!


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