Capítulo 17: La bala de plata
Al principio, sólo vio oscuridad. Luego, la vio a ella, sentada, alzando sus ojos de color madera hacia la pistola que la apuntaba. No tuvo tiempo a reaccionar.
La bala, que era pequeña y de plata, impactó contra su corazón, al lado del seno izquierdo. Todo sucedió muy rápido pero él lo vio lentamente. Vio salir la sangre en un surtidor que empapó la blanca tela de su camiseta. Entonces, empezó a resbalar de la silla.
Trató de cogerla, pero le cayó al suelo. Y se quedó mirando hacia el techo, con los ojos abiertos, muerta, mientras bajo ella se iba ensanchando el lago de oscura sangre.
Se incorporó bruscamente, soltando un grito. Tardó unos momentos en recuperar el aliento.
Ella estaba allí, a su lado, desnuda y dormida. Sólo había sido una pesadilla. Se volvió a tender, fijando su mirada en el techo de la tienda, mientras le corría el sudor por la espalda.
- ¿Estás bien? - oyó que murmuraba ella a su lado con voz soñolienta.
- Duerme, Lara. Sólo ha sido una pesadilla.
Ella levantó la cabeza, y la mata de cabello castaño le cubrió medio rostro. Se lo apartó.
- ¿Qué has soñado?
- Nada.
Ella sonrió.
- Mientes muy mal. Igual es por eso de que a los vuestros os obligaban a jurar contra la mentira.
- ¿Eso te lo ha contado Monteleone?
- Al menos, por él me puedo enterar de más cosas sobre tu gente. Tú nunca hablas de ti mismo.
Él permaneció en silencio. Lara extendió los dedos y acarició su hombro, donde permanecía la abrupta cicatriz de la quemadura que, dos años antes, había desfigurado el tosco tatuaje que le identificaba como un Lux Veritatis. No quedaba ya la menor señal bajo la rugosa piel cicatrizada.
- ¿Has pensado alguna vez en volverte a tatuar?
- ¿Para qué? No queda ya nadie a quien le deba rendir cuentas.
- Pero tú sigues cazando demonios.
- Porque ellos me persiguen. Vienen atraídos por mí. La Cábala no era el único enemigo. Sí era el peor.
Ella se incorporó y se echó la cabellera a la espalda.
- Me llama la atención una cosa de ti - dijo Kurtis entonces, mirando su sinuosa y suave espalda - No tienes una sola cicatriz.
Ella se echó a reír.
- ¡En cambio, tú pareces un Cristo!
- Gracias.- gruñó él.
- ¡Tómatelo como un cumplido! ¿Sabes que los legionarios romanos y los gladiadores se pegaban por ver cuáles de ellos tenían más cicatrices? Eran como medallas al honor. Y si no había ninguna en la espalda eran todavía mejores, porque significaba que jamás habían dado la espalda al enemigo para huir. Al menos eso creían ellos.
- Yo no soy un romano.- dijo él - Y la peor de las cicatrices la llevo en la espalda.
Lara se pegó a su espalda y le rodeó la cintura con los brazos mientras apoyaba la cabeza en su hombro.
- Si me cuentas lo que has soñado, yo te cuento por qué no tengo ni una sola cicatriz.
- Ya sé que te las haces eliminar, señorita aristócrata. ¿Por qué te preocupa tanto?
Ella guardó silencio.
- Porque te has despertado gritando. Eso es raro en ti.
- Sólo llevas cuatro noches durmiendo conmigo.
- Me basta y me sobra.- dijo ella sonriendo.
- ¿Tú crees que alguien lo habrá notado?
- Tarde o temprano... oh Dios, qué pesada se va a poner Selma.
Cerró los ojos. Al poco rato, oyó de nuevo la voz de él:
- Te vas a reír de mí.
- Prometo no hacerlo.
- Creo que ha sido una mala premonición. Soñé que te asesinaban con una bala de plata. -se giró hacia ella - Estás sonriendo.
Ella alzó la cabeza y le miró. Sonreía.
- No me burlo de ti. Cientos de personas han disparado contra mí... como contra ti. Son gajes de nuestros oficios.
Él sacudió la cabeza.
- Protégete, Lara.
- ¿Dónde? - susurró ella, sonriendo.
Kurtis dudó unos instantes. Luego extendió la mano, siguió con la yema de los dedos el contorno del seno izquierdo, y finalmente tocó un punto al lado del mismo, casi en el centro del esternón.
- Aquí. Justo en el corazón.
- Me pondré una coraza.- bromeó ella, y se inclinó para besarle.
**************
Dos días después, la comunidad italiana recibió una inesperada visita.
La primera en avistar la oscura figura fue la hermosa Bay Li, que estaba sentada sobre una roca, en los exteriores del campamento, secándose la larga cabellera oscura al sol, mientras refunfuñaba por lo bajo a medida que se peinaba. El sol mediterráneo quemaba su suave piel china. Un campamento en medio del rocoso desierto no era lugar para una delicadeza como ella.
Alzó la vista al ver que una sombra le cubría la luz solar. Entrecerró sus ojos rasgados y dijo:
- ¿Quién eres?
- Busco a Daniele Monteleone.- contestó una voz dulce y musical, que hablaba desde las profundidades de una densa capucha.
- Enséñame la cara.- insistió la china.
El visitante dejó caer la capucha y Bay Li vio a una mujer, más joven que ella, que le pareció bellísima, pese a que ella no acababa de encontrar el atractivo a las mujeres occidentales.
- ¿Estás segura de que no es a Maddalena a quien buscas? - insistió Bay Li, que viéndola tan bonita, pensó que lo más probable es que fuera una joven prostituta en busca de una manutención.
- Estoy segura.- sonrió la otra, descubriendo una hilera de dientes blancos y perfectos.
Bay Li se levantó y la condujo a través del campamento. Mientras pasaba, todos los hombres se giraban para verla, boquiabiertos. La china captó un extraño perfume que parecía provenir del cabello de la desconocida, que era, si cabe, más negro aún que el de ella, que poseía los resplandores oscuros de las mujeres orientales.
Al llegar a la tienda de Monteleone, Bay Li llamó a Maddalena e intercambió unas palabras con ella. La visitante esperó con paciencia. Por último, la pelirroja le abrió la tienda.
El capo estaba sentado en su sillón de rigor, bebiendo su Martini de rigor, y enarcó con sorpresa las cejas al ver a la mujer.
- Benvenutta signorina. Che parla l'italiano?
- Perfectamente.- sonrió la otra, sentándose elegantemente en un sillón cercano.
- Me ha dicho Maddalena que no la buscaba a ella, por lo que deduzco que...
- En efecto, no soy una prostituta. Soy una marchante de arte y vengo a darle ciertos datos que pueden interesarle.
- ¿Sobre qué?
La otra sonrió con inocencia.
- Sobre el Cetro, cómo no. Y también sobre las personas que ahora mismo están al otro lado del arroyo.
Monteleone la miró, estupefacto.
- Tiene toda mi atención, signorina...
- Betsabé.
Maddalena examinó con atención a aquella mujer. No le gustaba. Ella, que escogía a las mujeres que debían dar satisfacción a los hombres de Monteleone entre las más bellas, reconoció que, pese a ser perfecta, jamás la habría escogido. Le pareció un lobo con piel de cordero. Demasiado guapa para ser buena. Estaba convencida de que escondía un antro de perversidad... y además su nombre no auguraba nada bueno. Había sido el nombre de una pecadora, como todo devoto sabía. Y ella, pese a que rara vez se le había permitido pisar el suelo de una iglesia, era muy devota.
Tu nombre también es el de una pecadora, Maddalena.
Alzó la vista, y se encontró con los ojos verdes de Betsabé. Aterrada, retrocedió. ¿Había sido ella quien había hablado? ¿O eran alucinaciones suyas? Temblando, dio media vuelta y salió de la tienda.
Monteleone no se había dado cuenta de nada.
- Usted dirá.
- Tengo que darle una serie de advertencias.- dijo Betsabé - Si usted tiene a bien recibirlas.
- Adelante. Me tiene usted intrigado.
- Lara Croft se está burlando de usted.
El capo se quedó mirándola estupefacto.
- En nombre de Dios, ¿qué quiere decir con eso?
Betsabé se inclinó, y con una dulce sonrisa, susurró:
- Se ha estado burlando desde el primer día. Cuando la vio por primera vez, ella ya tenía el Cetro en su poder. Lo había robado, arrancándolo de la estatua de Lilith. Ahora lo tiene en su poder y acude todos los días a robar información, mientras allá se ríen todos de usted.
Monteleone permaneció unos instantes en silencio. En su rostro apuesto se había pintado una expresión ceñuda.
- ¿Cómo sabe eso? ¿Por qué debería creerla?
- Puede creerme o no, y arriesgarse a que sigan riéndose de usted, o tomar cartas en el asunto. En cuanto a mis fuentes, lo lamento pero prefiero seguir manteniéndolas ocultas. Me interesa el Cetro tanto como a usted, por cuestiones de mi oficio. Y la verdad es que prefiero verlo en manos de un profesional como usted a que lo tenga esa expoliadora de pacotilla.
Él seguía en silencio, aunque se lo veía irritado. Se frotó la barbilla con fruición.
- Así que se han burlado de mí... bien, bien. Pero algo más tiene que haber en todo esto. ¿Por qué viene a mí? Podría quedarse el Cetro, robándoselo o negociando con ellos.
- Ya se lo he dicho. De todos modos, sí hay algo que me interesa.
- Dígame una cantidad.
- No quiero dinero. Quiero a un hombre.
Monteleone volvió a quedar anonadado.
- ¿Un hombre?
- Sí. Está en el campamento de esa inglesa. Y lo quiero vivo. De él no debéis tocar ni un solo pelo de su cabeza.
- ¿Quién es?
- Es el hombre que está con Lara Croft en todo momento. Se llama Kurtis Trent.
- Se hará como desea. Pero... si me permite la curiosidad... ¿por qué le interesa tanto?
- Su cabeza tiene precio. Un precio que yo y los míos ansiamos cobrar.
Una sonrisa taimada cruzó el rostro del mafioso.
- Paso lungo e bucca curta.
- No se confunda. No somos una mafia como ustedes. Pero él es nuestro. Usted nos lo entrega y nosotros dispondremos lo demás.
- Y, ¿qué interés puede tener un hombre así? Es sólo un pobre diablo. Apenas si le he oído abrir la boca alguna vez.
Betsabé volvió a sonreír. Tan dulcemente.
- Ya he dicho demasiado, signore Monteleone. Que tenga usted un buen día. Ciao.
*******************
A la mañana siguiente, mientras revisaban todos los documentos y mapas trazados al referente de la excavación, Selma y Lara fueron sorprendidas por la visita de Sciarra, el hombre favorito de Monteleone. Se plantó con descaro en medio de la tienda.
- El signore Monteleone tiene el placer de invitar a la signorina Croft a su tienda para tratar nuevos aspectos del asunto que les ocupa.- anunció con voz socarrona, lanzando una mirada obscena a Selma, que apartó la mirada, molesta.
- Selma es la directora de la excavación.- objetó Lara frunciendo el ceño - Ella debería venir conmigo.
- ¿Qué pasa, inglesita? ¿Tienes miedo de que te coma? - Sciarra soltó una carcajada.
Lara arrojó el compás sobre los mapas y pasó a su lado, susurrándole:
- El miedo me lo acabarás teniendo tú, chulito de medio pelo.
Sciarra se quedó mirando durante un momento el suave balanceo de las caderas de Lara mientras ésta se dirigía hacia el campamento del mafioso. Luego la siguió sin prisas.
- De modo que eres inglesa.- dijo mientras seguía a Lara hacia el campamento - Qué curioso. Tenía entendido que las inglesas erais feas.
Ella ni se dignó a contestarle.
- También tenía entendido que erais unas estrechas. Pero ya veo que no, a juzgar por lo que estabas haciendo con ese tío hace cuatro noches, en la ribera del río.
- ¿Disfrutaste del espectáculo?- replicó ella, sin amilanarse, haciendo una mueca de cinismo.
- Bueno, preferiría no hablar... quien hubiera disfrutado de lo lindo es esa zorra de Maddalena, que sueña con tu hombre desde el primer día. Yo la vigilaría bien si fuera tú... cualquier italiana pelirroja siempre es más deseable que una inglesa flacucha.
Lara no contestó tampoco esa vez, pero no abandonó su expresión sarcástica.
*************
- Signorina... es un placer tenerle aquí de nuevo.
Lara escrutó con desconfianza el rostro de Monteleone. Un cambio se había operado en el semblante del mafioso, de eso no había duda. Parecía ligeramente más tenso.
- Siéntese, por favor. Voy a comentarle algunas cosas.
Ella obedeció, y se quedó mirando al apuesto cincuentón, que daba vueltas a su sempiterno Martini con gesto nervioso.
- ¿Cómo empezar? - murmuró - ¿Cómo decirle que me siento tremendamente decepcionado con usted? No, espere, no diga nada. Lo sé todo. Sé que desde el primer día ha estado ocultándome que el Cetro obraba en su poder. Usted es muy lista, ¿no cree? Y también es fuerte. Cree que todos los demás podemos doblegarnos a su voluntad, bailar como marionetas al son de sus movimientos. Pero créame, Lara, con la Cosa Nostra no se juega, ni siquiera una aristócrata como usted, que cree tener el mundo a sus pies sólo porque allá donde va, toma lo que quiere con sólo extender la mano. Usted cree que es suyo todo lo que pisa y se apropia de cualquier cosa que ve.
"Y ahora míreme a mí - se levantó, irguiéndose dignamente - en realidad, no soy un bruto. Soy tan gentleman como cualquiera de sus inglesitos cortesanos. La he tratado con respeto y cortesía. He tenido paciencia con usted, le he mostrado documentos y transmitido informaciones a la que la mayoría de los mortales no tienen acceso. Le he abierto mi corazón y usted se ha estado mofando de mí, usted y esa panda multirracial que le acompaña. Me ha infravalorado, signorina, ya que soy tan capaz de usar el lenguaje cortés como el de las armas."
Lara intuyó el peligro mucho antes de que hubiera acabado su solemne discurso. No iba armada, y cuando vio que el mafioso metía la mano en la solapa de su chaqueta, saltó de la silla.
Pero Monteleone era rápido y estaba bien entrenado. Sacó la diminuta pistola niquelada a una velocidad que nada tenía que envidiar a los mejores tiradores, y disparó.
Y a Lara sólo le dio tiempo a levantar el brazo para cubrirse el pecho.
La diminuta bala, que era de plata, le entró por el antebrazo, destrozando el hueso, atravesó la carne y se hundió en el pecho, a la altura del seno izquierdo. El impacto la lanzó hacia atrás y se golpeó contra un baúl, cayó hacia atrás y quedó tendida sobre el suelo, sujetándose el brazo herido mientras la sangre le manaba a borbotones.
Maddalena entró corriendo, y al ver la dantesca escena, soltó un grito de horror.
- ¡Daniele!
- Tranquila, cara mia, tranquila. - respondió con calma el otro, sacando un pañuelo de seda y limpiando el cañón de la pistola - No pasa nada.
Lara soltó un jadeo y trató de incorporarse, pero sus manos ensangrentadas resbalaron sobre la tapa del baúl y volvió a tumbarse. Se mordió los labios para no gritar.
Monteleone fue hasta ella lentamente, todavía con la pistola en la mano. Acercó una butaca hasta ella y se sentó plácidamente en ella.
- Lo que son las cosas.- comentó - Esa bala iba dirigida a su cabeza. Pero primero se ha levantado y luego ha puesto el brazo en medio. Que Dios me asista si alguna vez había visto moverse a alguna mujer tan rápido. Pero como ve, no ha sido lo bastante rápida. - soltó un suspiro - Supongo que debería comportarme como un caballero y rematarla, para evitarle sufrimientos, pero estas balas de plata me cuestan un potosí y no pienso desperdiciar ni una más en su inmunda persona.
Dejó la pistola sobre la mesa y, girándose hacia la horrorizada Maddalena, que temblaba en un rincón, dijo:
- Maddalena, preciosa, tráeme otro Martini. Yo me quedaré a hacerle compañía a la signorina Croft hasta que muera desangrada. No sería cortés dejarla sola, ¿no crees?
Ella retrocedió, temblando y salió de la tienda. Avanzó unos pasos y entonces dudó. Volvió la vista atrás.
La lona de la tienda estaba salpicada de sangre allí donde yacía Lara. Volvió a estremecerse de horror, y al poco, dio media vuelta y echó a correr, no a por el Martini de Monteleone, sino hacia el campamento de la excavación.
****************
Selma estaba con Kurtis cuando él, de súbito, se levantó y se llevó la mano al pecho, como si hubiera recibido un aguijonazo.
- ¿Estás bien? - preguntó, alarmada.
Él no respondió. Se apartó la mano lentamente y se la quedó mirando, como si esperara ver algo en ella. Luego alzó la vista. Con el horror pintado en la cara, apartó de un manotazo la lona de la tienda y salió al exterior. Selma le siguió, asustada, para ver cómo Maddalena llegaba corriendo, con el rostro tan rojo como su cabello.
Se detuvo a pocos pasos de Kurtis, jadeando, cayó de rodillas y se llevó la mano al corazón mientras respiraba afanosamente, tratando de recuperar el aliento por la carrera que se había echado.
- ¡Kurtis! - jadeó al verle - ¡Oh, Dios mío...!
Se atragantó. Él la cogió por los hombros y la sacudió.
- ¿Qué ha pasado? ¿Qué diablos ha pasado?
Selma se quedó mirando estupefacta a aquella mujer a la que apenas conocían, pero que había acudido sin dudar a ellos para decir que...
- La inglesa... Lara... allá... herida...
No hizo falta más. Kurtis la soltó y echó a correr hacia el campamento italiano, haciendo caso omiso de los gritos de Selma.
- ¿Qué coño está pasando? - gritó Zip, que salía de su tienda arrancándose los auriculares del MP3.
- ¡Lara está herida! - contestó Selma - ¡Pero no sé cómo...! ¡Eh, espera!
Maddalena, sorda a la conversación de los dos jóvenes, se había levantado de nuevo y corría otra vez en dirección al campamento propio.
No sabía qué la había impulsado a buscarle, a llamarle. Pero sabía que no debería haberlo hecho. Tenía que alejarlo de allí antes de que ocurriera alguna desgracia.
Santo Dios, Daniele, ¿qué has hecho?
*************************
Lara logró incorporarse sobre el brazo sano, aunque cada movimiento le suponía una auténtica tortura. A través de la neblina roja que empañaba sus ojos, vio a Monteleone mirar a su alrededor y preguntarse por qué tardaba tanto su diligente Maddalena.
- Tú y tus malditos Martinis.- farfulló - Ojalá te sirvan de veneno.
- Diga lo que quiera, amor.- contestó él sonriendo - Usted está ahí muriéndose y yo estoy aquí vivito y coleando. Usted ha embrutecido su memoria y yo he limpiado mi honor. Así son las cosas.
Se inclinó hacia ella.
- Voy a contarle una cosa. Creo que tiene derecho a saberla, ahora que va a morir. Ayer vino una mujer, una delatora, que me contó la burla que usted estaba haciendo de mí. ¿Y sabe lo único que pidió a cambio? La cabeza de su amigo, de ese Kurtis Trent.
El comentario hizo el efecto deseado. Los ojos de Lara se desorbitaron. Trató de decir algo, pero no le salieron las palabras. El pecho le dolía horriblemente.
- Esa mujer... dijo llamarse Betsabé. ¡Ah, veo que la conoce! Bueno, debería ser más cautelosa con sus enemigos. Yo me habría preocupado mucho de tener una enemiga que moviera los hilos tan sofisticadamente. Pero usted es demasiado orgullosa y confiada. No sé que querrá esa mujer de su amigo, pero está claro que no va a sobrevivirle por mucho...
No le dio tiempo a acabar la frase. De repente, un ruido estridente, como un chirrido, le hizo volver la cabeza. Y lo que vio fue una afilada cuchilla curva que rasgó de arriba abajo la lona de la tienda y que al caer descubrió la figura de Kurtis. La terrible expresión que llevaba en el rostro acabó por completar un cuadro capaz de aterrar al más pintado.
Monteleone tomó la pistola y saltó de su butaca. Disparó. La bala pasó silbando al lado de la cabeza de Kurtis, que se había inclinado ligeramente hacia un lado. Entonces cargó contra el mafioso y lo derribó en el suelo. El italiano se debatió, forcejeando con la pistola que Kurtis trataba de arrebatarle, y empezó a gritar:
- ¡Sciarra! ¡Sciarra! ¡A mí!
Kurtis le hizo callar de un puñetazo que le rompió varios dientes delanteros. Por el rabillo del ojo vio a Lara, que, ensangrentada, hacía un sobrehumano esfuerzo por ponerse en pie. Entonces miró detrás de él y jadeó:
- ¡Kurtis...!
Bastó aquella advertencia para que se apartara rodando por el suelo. Sonó un tiro que impactó en la madera del baúl. En la entrada de la tienda estaba Sciarra, empuñando una recortada.
Pero Kurtis era bastante más rápido que él. Se levantó de un salto, agarró por el cuello a Monteleone, que aún no se había recuperado del puñetazo, y le puso la cuchilla del Chirugai rozándole la garganta:
Muévete y le corto el cuello.- amenazó.
Sciarra esbozó una cruel sonrisa.
No tengo prisa. Puedo esperar a que tu amiguita se desangre. Aunque sería una pena, porque la pobre se aburriría antes de irse al infierno.
El filo de la cuchilla se hundió en la carne de Monteleone, que empezó a gemir, mientras un reguero de sangre le empapaba el cuello de la camisa. Sciarra apretó los dientes.
Mátale - dijo, desviando el cañón de su escopeta hacia Lara - y la mando a su destino antes de hora.
En ese momento, se oyó un crujido horrible detrás de Sciarra. Al sicario se le resbaló el arma entre los dedos, puso los ojos en blanco y se derrumbó por el suelo. Detrás de él apareció Maddalena, que aún sujetaba un taburete con ambas manos.
Ahí tienes, cabrón.- escupió entre dientes, arrojando el taburete a un lado.
¿Maddalena? - balbuceó Monteleone - ¿Qué estás haciendo?
Ella avanzó, sonriendo con calma.
Salvarte la vida, Daniele. - miró entonces a Kurtis - Por favor, suéltale. Tu amiga está débil y no vivirá mucho. Ya sé que él le ha disparado, pero yo te avisé que estaba herida, y ahora te pido que dejes a este hombre.
Kurtis no dudó. Arrojó al mafioso al suelo de un empujón, y se dirigió hacia Lara. Monteleone contempló, estupefacto, el cuerpo inerte de su sicario, y luego lanzó una mirada de odio a Kurtis:
¡No te escaparás por mucho tiempo, figlio di putana! - gorgoteó, escupiendo sangre a través de su dentadura rota - ¡Ya tomarán cuenta de ti quienes te buscan!
Él no le escuchaba. Se inclinó sobre Lara, quien le pasó el brazo sano alrededor del cuello, y la levantó como si fuera una niña.
Vamos.- urgió Maddalena - No hay tiempo.
Salieron de la tienda, pero se encontraron rodeados de los hombres de Monteleone, que al oír el escándalo habían acudido armados hasta los dientes. Allí hubieran muerto los dos, acribillados, de no ser porque Maddalena se interpuso, cubriéndoles con su cuerpo y extendiendo los brazos, mientras gritaba:
¡Alto! ¡No disparéis! ¡Bajad las armas!
Y ellos, que ya tenían el dedo en el gatillo, dudaron, porque Maddalena era respetada y tenía casi la misma autoridad que el jefe. Aquellos momentos de duda fueron suficientes para Kurtis, que desapareció en un abrir y cerrar de ojos, llevándose consigo su preciosa carga.
La pelirroja siciliana dejó caer los brazos y le miró ardientemente mientras se alejaba, portando a Lara en brazos.
Por amor, ella acababa de traicionar a los suyos. Y la traición nunca quedaba sin castigo.
Selma fue la primera en verlos llegar. Avanzó unos pasos, y al ver a Lara, soltó un chillido. Junto a ella acudieron, corriendo, Zip y medio campamento.
¡Oh, Dios, oh Dios!- gritó la turca - ¡Lara!
Apartaos.- gruñó Kurtis, que avanzó hasta el lugar donde tenía aparcada su moto. Sin dejar de sostener a Lara, se subió a ella y la acomodó lo mejor posible entre sus brazos.
Tengo frío.- murmuró ella, que estaba ya tiritando.
La muchacha turca apareció de repente con una manta en la mano y la arropó con rapidez, sin hacer preguntas, mientras Zip los observaba conmocionado.
Selma... - murmuró entonces Lara - tenéis que marcharos... cuanto antes... saben lo del... cetro...
Kurtis puso en marcha el vehículo.
¿Adónde la llevas? - gritó Zip por encima del rugido del motor.
¡A alguien que pueda ayudarla! - gritó él, y arrancó.
La moto se lanzó hacia delante y desapareció, dejando una estela de polvo.
Selma y Zip permanecieron un instante paralizados. Y de repente, Selma pareció enloquecer. Dio media vuelta y echó a correr hacia las tiendas.
¡Eh, espera, princesa...!
La multitud de operarios y excavadores la observaban aturdidos. De repente, la vieron aparecer de nuevo. Llevaba el Cetro en la mano, resplandeciendo a la luz del sol de la tarde.
De un salto, Selma se subió a un cajón de madera. Ya no era una tímida muchacha. Se había convertido en una exultante e intrépida líder.
¡Oídme todos! - gritó, blandiendo la vara plateada - ¡Los que han herido a Lara querían esto! ¿Sabéis que os digo? ¡Que esos carniceros no se harán con él! ¿Estáis conmigo?
¡Sí! - rugió una parte de la multitud. Otros se miraron, atemorizados.
¡En este momento, vienen hacia aquí! ¡Vienen a matarnos! ¡Quienes no quieran morir, que vengan conmigo!
No dijo más. Saltó al suelo y echó a correr hacia la excavación. Al instante, toda la muchedumbre se puso en movimiento, tras ella.
¡Selma, Selma! - Zip logró alcanzarla - ¿Adónde vas?
¡A Tenebra! - gritó ella - ¡Allí ellos no nos seguirán!
Zip no cabía en sí de horror. Se detuvo, agarrándola del brazo.
¿Estás loca?
¡Es nuestra única oportunidad!
Se soltó del brazo y siguió corriendo. Zip miró a su alrededor. La gente abandonaba el campamento a toda velocidad. Dudó unos momentos. Luego...
¡Eh, princesa! ¡Voy contigo!
En la lejanía, empezaron a oírse los primeros tiros. La Cosa Nostra atacaba.
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