Capítulo 16: Verdades al desnudo
Lara había tenido el buen tino de desconectar discretamente el altavoz una vez acabada la conversación con Monteleone, con lo cual no quedó grabada el posterior diálogo con Selma. Al transmitir la grabación a su ordenador, Zip propició que todo pudiera ser oído también por Kurtis, que al acabar de oírlo todo frunció el ceño.
- ¿Y bien? – dijo Selma, ansiosa - ¿Qué opinas?
- Estoy con Lara.- contestó él – Aunque se diera una situación como la que describe ese Van Der Brieck, la teoría de Monteleone sobre los sentimientos es la chorrada más grande que he oído en mi vida.
Lara sonrió. No sabía por qué, pero estaba segura de que él sería sensato.
- Aún así – puntualizó Kurtis – hay algo que no me gusta en la voz de ese tío. Creo que hay muchas cosas que está ocultándoos.
- Sí, yo también lo noto.- dijo Zip, haciendo un globo de chicle – Pone vocecilla de hijo de puta, con todas esas pariditas corteses que va soltando. Es como si quisiera ir de buen rollito con vosotras.
- Pero no cuela, vamos. – dijo Lara – A mí tampoco me gusta nada. Creo que sabe más sobre todo esto, y pienso sonsacárselo.
- Quizá deberías decirle que tenemos el Cetro.- intervino Selma.
- Sí, claro. Y luego le pediría perdón por haberlo "olvidado" durante cuatro días.
- No, mujer. Hacer como si lo acabaras de encontrar.
Kurtis sacudió la cabeza y dijo:
- Si hiciera eso, en menos que canta un gallo tendríamos aquí todo su escuadrón y el cetro volaría de nuestras manos. Luego ese tío se largaría a Sicilia y probablemente el cetro acabaría siendo estudiado por algún sagrado carcamal del Vaticano.
- Espera, espera.- dijo Zip - ¿Ese tío trabaja para el Vaticano? ¿No era de la mafia?
- El Vaticano tiene estrechos contactos con la mafia italiana. – explicó Lara – No es raro ver casos en los que muchas familias de mafiosi tienen parientes sirviendo de cardenales y arzobispos que les ofrecen protección y manutención. Monteleone es un ejemplo, si no, no se explica que tenga acceso a los archivos secretos de la Biblioteca Vaticana.
- La Madre del Cordero.- refunfuñó el muchacho. – O sea que estamos de mierda hasta el cuello.
- Nunca es tarde para darse cuenta.- dijo Kurtis sarcásticamente.
Siguieron unos instantes de silencio. Silencio que acabó rompiendo Selma.
- Bueno, con Cetro o sin él, la excavación debe continuar. La ciudad está ahí y sigue siendo el reclamo principal de nuestra misión. Éste es el sueño de mi carrera y no lo voy a desperdiciar ni por una asquerosa vara de plata, ni porque toda la Cosa Nostra esté encima de mí. Ya he sacrificado bastante mi vida.- añadió en voz baja.
*************
Aquella noche, Lara no logró conciliar el sueño. Le daba vueltas a todo lo ocurrido en Tenebra. Estaba convencida de que, si bien aquel intercambio de recuerdos tenía que ver con el Cetro, no era cosa del propio Cetro el que ella estuviera dándole vueltas al asunto. Ningún artefacto podía controlar su mente. Era ella quien se controlaba a sí misma.
Al final se levantó. Selma dormía plácidamente a su lado y salió de la tienda en silencio para no molestarla. Atravesó el campamento lentamente, hasta llegar al arroyuelo que discurría entre su campamento y el de los italianos. En aquél se veían aún luces encendidas y se oían de lejos las risas de las prostitutas. Bueno, ellas tampoco dormían demasiado.
Se inclinó sobre el agua para enjuagarse la cara. Solía dormir con camiseta de tirantes y un pequeño pantalón corto de tela de chándal, que llevaba ligeramente húmedos por el sudor. Se recogió el cabello suelto en un moño para refrescarse la nuca y se quedó mirando en silencio el estrellado cielo de Turquía.
- ¿Milady tiene insomnio?
Se giró. Kurtis estaba allí, sentado a pocos metros de ella, al pie de una roca, mientras fumaba parsimoniosamente.
- Es este calor.- mintió ella – Se me queda pegado a la piel. Pero a ti aún no te he visto dormir... parece que te gusta este sitio. – añadió con malicia, haciendo clara alusión al anterior encuentro con Maddalena.
- Está fresco. Además, yo duermo poco. Suelo hacer guardia la mayor parte de la noche.
- ¿Por qué? – sonrió ella – Los operarios ya se turnan.
- Sí, claro... vete por ahí y los verás a todos roncando junto a la hoguera.
Lara se echó a reír, aunque se prometió darle una buena reprimenda a aquellos perezosos.
- En realidad – dijo entonces apresuradamente – quería hablar contigo.
Él arqueó las cejas, sorprendido.
- Es... acerca de lo que pasó en Tenebra... o Edén... cuando extraje el Cetro.
Kurtis sonrió, dio una calada al cigarro y expulsó lentamente el humo.
- De modo que es eso, y no el calor, lo que no te deja dormir.
- ¿Cómo diablos lo haces?
- ¿El qué?
- ¡Ser tan perspicaz!
- Es bueno para sobrevivir.- volvió a sonreír, y dio otra calada al cigarro.
Dios. Estaba recondenadamente guapo así. Y eso no ayudaba a entrar en materia. Decidió sentarse en el suelo, porque de repente notaba las piernas muy pesadas.
- No te noté nada extraño esta tarde cuando supiste lo que les había pasado a los hermanos Van Der Brieck... pero sabes tan bien como yo que a nosotros nos pasó lo mismo. Yo vi recuerdos de una vida ajena y estoy segura de que tú también.
Él no contestó enseguida. Arrojó la colilla al suelo y la pisó. Tenía la mirada perdida en la lontananza cuando murmuró:
- ¿Qué viste, Lara?
- Vi recuerdos que no eran míos. Vi... vi un niño pequeño abrazado a su madre en un sótano, mientras arriba se torturaba a un anciano indefenso... – se estremeció con el recuerdo – vi también a un adolescente que veía por primera vez a su padre, a una esposa que se reencontraba con su marido después de diecisiete años... vi por último – concluyó, mirándole fijamente – a un legionario herido en el frente.
Kurtis seguía mirando a la lejanía. Luego murmuró:
- Sí... ése soy yo. Menuda vida, ¿eh? – la miró con amargura – No serviría ni para un reality show.
Lara no contestó.
- En cambio... – continuó él – lo que yo vi fue igual de duro, aunque tú saliste mejor parada que yo. Te vi arrastrándote por la nieve, huyendo de un avión accidentado. Te vi después enfrentándote ante el dilema moral de empuñar un arma por primera vez, y por último te vi librando la más dura de tus batallas: te enfrentaste a tu padre y a tu madre para lograr la libertad de decidir el curso de tu propia vida.
Ella sacudió la cabeza, confundida.
- No sé por qué ha pasado esto... sólo sé que me ha ayudado a pensar.
- ¿Cómo ayudó a pensar a Hugo Van Der Brieck?
- Al diablo con ese tío. Yo sé lo que siento, y estoy segura de que esa vara de plata no me está manipulando en estos momentos.
Se levantó, mientras él la miraba interesado. Lara se acercó y se detuvo sólo a tres pasos de él.
- Perdóname. – dijo, y no reconoció su propia voz.
Él la miró estupefacto.
- ¿Cómo?
- Perdóname.- repitió ella, y agradeció que la penumbra le ocultara el rostro, que sentía arder como una brasa – Por todo lo que te dije, y por mi actitud desde que nos reencontramos en Meteora. Tú tenías razón. Selma tenía razón. Me he comportado como una mocosa malcriada. Me he dejado llevar por mi orgullo y mi egoísmo, y era sólo capaz de pensar en mí misma. Lo lamento. No volverá a ocurrir.
Se giró y se dispuso a marcharse, pero entonces Kurtis la cogió del brazo.
- Mírame, Lara.
Ella sacudió la cabeza. La situación era demasiado incómoda.
- Qué extraño – murmuró él – que la misma mujer que me fulminó con la mirada cuando la dejé encerrada en el Bio Domo no sea capaz ahora de levantar la vista.
Lara sonrió y alzó lentamente los ojos, para encontrarse de nuevo con aquellos ojos de un azul tan raro, tan oscuro.
- ¡Estás roja!- se rió él.
- Es el calor.- farfulló ella.
- También dijiste lo mismo en Egipto, hace dos años.
- ¡No lo dije, lo pensé! – ella estaba estupefacta.
- A veces llevas los pensamientos escritos en la cara. Y entonces estabas tan roja como ahora. Me extraña. Yo te creía acostumbrada a los halagos.
No a este tipo de halagos, pensó ella. Tan sinceros. Tan naturales.
- Kurtis – dijo apresuradamente – creo que te debo una explicación por mi comportamiento... si es que algo así tiene excusa alguna. Hace dos años, cuando te marchaste... bueno, en aquel momento comprendía lo que querías decir, y ahora que he visto lo cruel que ha sido tu vida, te comprendo todavía más. Pero con el tiempo empecé a echarte en falta. Yo seguía con mi vida, con mis campañas de exploración, pero tú... tú habías desaparecido del mapa.
Se detuvo un momento. Él la escuchaba en silencio, como siempre que ella había hablado, desde que la conocía. Siempre la escuchaba.
- Nunca creí que estuvieras muerto. Quizá no quería creerlo, pese a la extraña vida que llevabas... esa vida tan irreal que te ponía en un peligro de muerte constante. Al cabo de unos meses ya no dejaba de pensar en ti... y cuando pasó un año empecé a buscarte.
- ¿A buscarme? ¿A mí? – dijo él, sorprendido.
- Sí. – ella se rió – He encontrado lugares y cosas por las que nadie apostaba un solo centavo a su existencia, y en cambio a ti no podía encontrarte. Nadie te conocía, nadie te había visto jamás. Era como si no existieras. En algunas partes habían oído hablar de ti, pero era lo máximo que llegué a saber.- sacudió la cabeza – Me desesperé. Me enfadé y dejé de buscarte. Decidí que la opción más cómoda era odiarte por haber entrado y salido de mi vida con tal rapidez, llegando a pensar incluso que me habías olvidado. Soy orgullosa y cuando me enfado, totalmente irreflexiva. Solucioné mis penas adoptando una actitud egoísta y te maldije, echándote a ti todas las culpas, y decidí olvidarte. Sólo que no podía. Durante estos dos años lo único que he deseado ha sido volverte a ver, y cuando por fin sucede... en fin, ya ves cómo reaccioné.
Soltó un suspiro, y entonces clavó en él sus ojos color madera, que de nuevo mostraban todo su orgullo.
- Y bien, ya me he excusado. Ahora eres tú el que se debe excusar conmigo.
- Lara, ya te dije...
- Sí, sí, el rollo de la Lux Veritatis, las responsabilidades, el honor y todo eso. Pero quieras o no, señor Trent, me dejaste ti-ra-da, abandonada, y eso sí que no lo perdono. Puedo disculparme por mi actitud, pero hay algo que queda pendiente.
Se acercó hasta él, hasta quedarse a pocos centímetros de su cara:
- Tu madre está aquí, en Turquía, ¿verdad?
Él se quedó anonadado.
- ¿Cómo lo sabes?
- Sólo lo había sospechado. Estuviste varios días ausente antes de venir aquí... estabas con ella. La he visto en mi sueño, en mi visión, y he llegado a la conclusión de que sólo una mujer extraordinaria, una mujer fuerte y valiente como pocas, habría soportado llevar la vida que ha llevado ella, por el bien de los suyos. Se necesita tener el cuero duro para amar a un Lux Veritatis, ¿verdad? Años de miedo, de sufrimientos, de soledad. Ciertamente no todas las mujeres podrían resistir una vida así, ¿me equivoco?
Kurtis negó con la cabeza.
- Y entonces – continuó Lara, mascando cada palabra - ¡en nombre de todos los diablos, Kurtis! ¿Qué te hizo pensar que yo no soy ese tipo de mujer?
Él abrió la boca... y la volvió a cerrar. Se había quedado sin palabras.
- Permíteme que te diga que a veces resultas asfixiante siendo tan sobreprotector. Mírame, Kurtis, yo no soy una mujer cualquiera. Me has visto luchar y desafiar al mundo, romper unas cadenas que me tenían bien apretada en el entorno en el que nací. No soy una blanda. Sé pelear para conseguir lo que quiero, y a quien me toca los ovarios, le vuelo la tapa de los sesos. Pero no, tú tenías que protegerme, tú tenías que apartarme de ese oscuro mundo tuyo en el que tú creías que no sobreviviría... ¡me insultaste! ¿Acaso Konstantin Heissturm le dijo a la mujer que amaba que se quedara en su casa a salvo y se olvidara de él? ¡Porque si lo hubiera hecho, tú no estarías aquí, planteándote el mismo dilema! Sé que a veces soy recalcitrante y seguramente estoy hablando demasiado, ¡pero es que nadie, salvo tú, me había hecho esto nunca!
Se paró unos momentos para tomar aire, en los que aprovechó para apartarse un mechón de cabello de la húmeda frente.
- O lo que es lo mismo:- continuó, hinchando el pecho y cruzándose de brazos – ya está bien de tantas galanterías y caballerosidades de héroe condenado conmigo. No temo al dolor ni a la muerte. No me asustan todos los demonios, monstruos y abominaciones que puedan estar al acecho. Tu causa es mi causa y tus enemigos también son los míos. Soy tan buena para esto como lo fue tu madre. Sólo que ella se separó del hombre que amaba y yo no lo haré. Allá donde estés, estaré yo, cuando luches, lucharé a tu lado, ¡y al carajo con todo lo demás! No me voy a quedar atrás de nuevo. Así que como vuelvas a desaparecer sin dejar rastro pretextando que tratas de "protegerme" de tu funesto destino, te juro que esta vez te encontraré allá donde estés, te cortaré las pelotas y se las serviré en bandeja a las mantícoras. ¿Me he expresado con claridad?
- Con meridiana claridad.- farfulló él.
Y entonces se echó a reír. Rió y rió hasta que le saltaron las lágrimas, mientras ella le observaba, ocultando apenas una sonrisa. Era tan extraño verle reír... él, que nunca reía.
- ¡Oh, señora mía, perdóname por haberte ofendido tanto!- dijo él, y se echó a reír de nuevo – Dios, Lara, no tienes ni idea de lo que han sido estos dos años.
- Sí que lo sé.- ella estaba seria ahora – Una eternidad.
- Una eternidad.- repitió él.
Súbitamente, en un movimiento casi imperceptible, le cogió el rostro con las manos y la besó en la boca. A Lara se le distendió el estómago y se abrazó a él con fuerza. Ahora que lo sentía de nuevo, sabía cuánto había necesitado volver a besarle.
- ¿Cómo puedes hacerlo? – susurró cuando sus labios se separaron - ¡Te he tratado como a una basura!
- Eso no importa. Me alegro que esto haya acabado, porque me estabas volviendo loco. Pero ya sospeché algo cuando ahuyentaste a la pobre Maddalena. Tenías una cara de celosa que te tendrías que haber visto.
Ella se apartó, alterada.
- ¿Tanto se notaba? ¡Por Dios, esa ramera te ha echado el ojo! Ni siquiera te has dado cuenta de cómo te mira. Era lo que me faltaba.
- Entonces – dijo Kurtis solemnemente – lo siento muchísimo por ella. Hace tiempo que sólo soy capaz de pensar en una mujer...
Lara se volvió a reír y al momento estaba besándole de nuevo. Casi había olvidado la textura suave de sus labios y aquella forma de besar que tenía, a medias dulce y a medias agresiva. Una vez más lamentó que se hubiera retrasado tanto aquel momento. Le besó con más fuerza, adhiriendo su cuerpo al suyo.
Los dedos de Kurtis se deslizaron lentamente desde su rostro hacia el cuello, descendiendo por la garganta. Al acariciarle la piel del cuello, notó bajo las yemas de los dedos los latidos violentos de su corazón. Siguió descendiendo hasta sus hombros, bajó suavemente los tirantes, y entonces se detuvo.
- No dudes.- susurró ella – Ya hemos perdido demasiado tiempo.
Ella misma tomó la camiseta por los bordes y se la sacó por encima de la cabeza. No llevaba nada debajo. Luego le quitó la camisa a él y le abrazó otra vez, aplastando sus senos suaves contra el duro pecho, mientras los besos se volvían más violentos. Le daba la extraña impresión de que alguien les estaba oyendo o espiando, pero no le importaba ya.
El resto de la ropa que llevaban se la arrancaron prácticamente a tirones, con la respiración agitada. Lara creyó que se le iba a salir el corazón del pecho. La penumbra cubría el margen del arroyo y ella apenas veía a Kurtis, pero se guiaba por el tacto. Recorrió con sus manos su cuerpo musculoso y curtido, le besó el pecho, siguió con la punta de la lengua el contorno de sus cicatrices. De repente el mundo a su alrededor se había desvanecido y sólo estaban ella y él, y hasta incluso había olvidado que, horas antes, aún le tenía rencor.
Rencores, incomprensiones, egoísmos y su inconmensurable orgullo quedaron sepultados bajo un manto de sudor y saliva. Qué más daba todo lo demás. Le amaba, no como él la amaba a ella, que la había amado prácticamente desde la primera vez que la había visto, sino que se había ido enamorando poco a poco. Habían hecho falta tres años y cuatro meses para que comprendiera que era inútil resistirse a la evidencia, y que los besos intercambiados hacía tiempo no eran suficientes para él ni para ella. Pero ahora ya no le importaba. Lo único que deseaba ahora era aquello, y sabía que era algo de lo que no se arrepentiría.
Cuando al fin su cuerpo se mezcló y fundió con el de él, tendidos en el suelo bajo el cielo estrellado, supo que llevaba deseándolo desde la primera vez que le había vuelto a ver, en Meteora. Clavó sus dientes en su hombro para ahogar los gemidos, que hubieran podido despertar a todo el campamento, antes de abandonarse a aquel éxtasis.
A su alrededor, el mundo contenía el silencio.
*********************
Zip observaba absorto la pantalla de su ordenador. Notaba cómo el sudor frío se le deslizaba por la espalda.
- La Madre del Cordero.- farfulló.
Allí estaba. La cámara lo estaba reproduciendo con toda fidelidad.
Selma, que estaba cerca, se asomó por encima de su hombro y contuvo un grito.
- ¿Es...?
- Sí, princesa. Menudo bicharraco.
Al fin, el muchacho había logrado hacer funcionar la pequeña cámara que Lara había instalado en el techo de la fosa pútrida, la segunda vez que había descendido. Y ahora reproducía la imagen de aquellas horribles fauces, que seguían triturando parsimoniosamente su gigantesca cantidad de alimento.
- Esto lo cuento y no se lo creen.- volvió a decir Zip, tecleando para hacer zoom – Fíjate, Selma... come cadáveres. ¿De dónde diablos consigue los cadáveres?
- Es evidente que se los traen. – dijo una voz grave a sus espaldas.
Se giraron. Kurtis acababa de entrar y se sentó en una silla para acabar de abrocharse una bota.
- Pero... ¿quién? – dijo Selma.
- No quién, sino qué. – continuó el hombre – Mientras estabais charlando con el capo, fui a los pueblos de los alrededores a preguntar. Ha habido desapariciones de adultos y ancianos.- haciendo un gesto, señaló la pantalla – Ahí los tenéis, siendo digeridos por esa cosa. Los niños no interesan, son demasiado pequeños para saciarle.
- ¡Qué horror! – gimió la arqueóloga.
- Son las mantícoras.- prosiguió Kurtis – Tienen las mandíbulas fuertes. Ellas se sacian con una o dos víctimas. Ésa no es su forma de matar. Ellas se lo toman con más calma. Paralizan a la víctima con su veneno, les sorben la sangre hasta desangrarla, y luego mastican la carne hasta pelarla. Pero también son ellas las que llevan el alimento a esa cosa. Son capaces de arrastrar un cuerpo durante varios kilómetros sujetándolo por el cuello con sus mandíbulas.
- ¡Dios santo! – Selma estaba pálida - ¿Quién te ha contado eso?
- Nadie. Lo he visto con mis propios ojos.
El chico volvió a lanzar una ojeada a la pantalla.
- Bueno, compadezco a esos pobrecitos. Seguramente estarán aún vivos cuando esa cosa se los coma.
- Vivos, pero inconscientes. Al menos, el veneno de mantícora hace perder el sentido.
Zip tanteó la mesa en busca de la caja de chicles, cogió uno y se lo metió en la boca.
- Me da que ese bicho es algo así como un guardián.- murmuró mientras masticaba – Los Nephilim lo pusieron ahí para que se comiera a los visitantes indeseados.
Kurtis esbozó una sonrisa cínica.
- ¿Crees que ese bicho sabe distinguir entre los deseados y los indeseados?
- Al menos a los Nephilim no los tocaría... digo yo.
- No estoy tan seguro. También come mantícoras... que son las que lo alimentan. La verdad es que entre los demonios no hay normas.
- ¿Y por qué iban esas manti-no-sé-qué a alimentarle? ¿Qué ganan con ello?
- No tengo respuesta.- dijo Kurtis, levantándose- Lo que importa ahora es tener cuidado. De momento, esas bichas se contentan con gente de los alrededores. Pero como se cansen de arrastrar cuerpos por el desierto y decidan echar mano a los que estamos más cerca... vamos a tener problemas.
En ese momento se abrió la lona y entró Lara.
- ¡Madre mía! – se burló Zip - ¡Tienes cara de no haber dormido! ¿Te ha pasado un caballo por encima?
- Anda, cierra el pico.- gruñó ella. Se giró hacia Kurtis y dijo – Han dejado un cadáver a la entrada del campamento. Deberías verlo.
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Era el cuerpo de un chico turco, que no tendría más de diecinueve años. Estaba tumbado de lado, con la cara vuelta hacia el suelo en una torsión horrible. Kurtis se inclinó sobre él y apartó con suavidad el turbante que le cubría la garganta.
Selma soltó un gemido. Tenía la garganta seccionada y cubierta con una capa de sangre seca.
- Me lo temía.- dijo él, señalando el tajo – Fíjate en el borde irregular de la mordedura. ¿Cuántas filas de dientes cuentas?
- Tres.- contestó Lara, y le miró inquieta - ¿Tres filas de dientes?
Kurtis asintió, y entonces tomó el rostro del muchacho y lo giró hacia la luz. Selma soltó un jadeo y retrocedió tapándose la boca con ambas manos.
El rostro del cadáver estaba desencajado. Tenía la boca abierta y los ojos desorbitados. Mejor dicho, un ojo, el otro había desaparecido, picoteado por algún cuervo o ave rapaz.
- Tres filas de dientes en la garganta y una expresión de pánico en la cara. Este chico murió mirando su propia cara desfigurada.- dijo Kurtis – Es la señal indudable. Le ha atacado una mantícora.
Zip soltó un silbido.
- ¿Y, por qué no se lo comió? ¿Se lo traía acaso a la bocaza esa?
- No.- suspiró Kurtis, cubriendo de nuevo el rostro del chico – Son listas, muy listas. Lo han dejado aquí como advertencia. La próxima vez, quien aparecerá muerto será uno de los nuestros. Y otro, y otro. Hasta que les hagamos caso y nos marchemos. No nos quieren aquí, escarbando en la ciudad de los amos a quienes servían y veneraban.
Se hizo el silencio. Selma se había tapado el rostro con las manos y sollozaba quedamente.
- Eh, princesa, no llores.- dijo el muchacho, pasándole la mano por los hombros. Ya verás cómo se arregla.
- No se arreglará.- gimió ella – Todo vuelve a suceder. Yo los encontré así. Ay, Dios mío... estaban todos así... con la garganta abierta... mi gente... mi Ahmad... ay... degollados... ese monstruo, ese Alquimista, lo ordenó... ay...
- Pero ese tío está muerto, princesa. Lara lo mató. Y Kurt se cargó al otro, al rubio. Ya no tienen a quien les mande.
- Y por eso son más peligrosas.- añadió Lara con voz pesimista.
- ¡Oye, que estoy intentando animarla! – protestó Zip.
Selma lloraba ahora abiertamente en su hombro. Los viejos fantasmas del pasado volvían a consumirla.
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