Capítulo 15: El manuscrito Vaticano

Maddalena despertó antes de la madrugada.

Le dolía todo el cuerpo. Dedicó una fría mirada a Sciarra, que dormía a su lado, y se estremeció de asco al recordar las caricias brutales de aquel animal que no estimaba más a las mujeres que a las ratas. Al otro lado de la cama, en el suelo, dormía arrebujada Bay Li, que también estaba magullada. No se atrevió a despertarla.

Se levantó con cuidado, y fue cojeando hasta el extremo de la tienda. Tomó sus ropas y salió. Por suerte, todo el campamento dormía, y Monteleone no la había llamado. Con un poco más de suerte, quizá no se enterara nunca de aquello.

Caminó vacilante hasta el riachuelo y se metió en la corriente. Soltó un gemido, cuando el cuerpo, lleno de hematomas, le rozó con las rocas.

Rápidamente, se lavó, tratando de borrar aquella huella repugnante que tenía pegada en la piel. Sintió ganas de llorar, pero se mordió el labio con fuerza. ¡Ya no era una niña! Hacía tiempo que no la trataban así, pero al fin y al cabo era una puta y no olvidaba su infancia en el puerto de Siracusa.

La historia de Maddalena no era muy diferente de cualquier otra ramera de puerto que hubiera ganado el pan ofreciéndose al mejor postor.

No recordaba quién había sido su madre. Probablemente, otra ramera, y su padre uno de aquellos marineros que iban y volvían eternamente. Recordaba en cambio, haber corrido y saltado entre las barcas amarradas a los muelles de la ciudad siciliana. A los doce años ya era prostituta, y respondía al nombre de Giulia. Su única familia fueron las madamas de los burdeles en los que vivió antes de regresar al puerto de su infancia. Siguió viviendo bajo los puentes y recorriendo de noche el puerto, en busca de clientes. A veces trataba de entrar en alguna iglesia para rezar u hacer una ofrenda que limpiara mínimamente su condenada alma, pero siempre había alguna beata o párroco que la echaban de allí. Era impura y las de su clase no podían acudir a ningún lugar santo.

Tenía dieciocho años cuando conoció a Monteleone. Estaba sentada en el muelle, con las piernas sumergidas en el agua mientras se peinaba la cabellera. Una sombra le tapó el sol y, al girarse, vio a un hombre atractivo y bien vestido que le miraba en silencio, embelesado.

- Ciao, Maddalena. – dijo con voz suave.

Ella se levantó, confusa.

- Perdone, señor.- murmuró – Usted se ha equivocado. Mi nombre es Giulia.

- Él sonrió.

- No, no. Tú sólo puedes llamarte Maddalena. ¿Con ese cabello? Tú eres Maddalena.

Ella se pasó la mano por los bucles rojos, aturdida.

- ¿Acaso no sabes – continuó él – que se dice que María Magdalena, la prostituta a la que amó Cristo, tenía el cabello tan largo y tan rojo como tú? Sólo podrías llamarte así.

Y ella, que en su vida había recibido una caricia o una palabra de afecto, se ruborizó intensamente.

- ¿Desea usted...?

- Que vengas conmigo. Eso es todo lo que te exijo.

No hubo más. Giulia, ahora Maddalena, abandonó para siempre el hediondo puerto y a sus brutales marineros. Al principio creyó que Monteleone era su príncipe azul y que se casaría con ella, redimiendo al fin su sucia vida. Pero los cuentos no existían para ella. Pronto supo que él ya estaba casado, tenía hijos, incluso nietos, y que ella iba a ser sólo su amante. Pero le agradeció infinitamente que la arrancara de la miseria. A partir de aquel día, ninguna prostituta fue más envidiada que ella. Y nunca había tenido que volver a entregarse a alguien que no amaba.

Al menos, hasta aquella noche.

Salió lentamente del agua y se cubrió de nuevo con su vestido, sin importarle estar mojada. La tela, al rozar las magulladuras, le arrancó un gemido de dolor.

Ese cabrón de Sciarra pagaría muy caro aquello. Ya vería aquel mamón.

De pronto, oyó unos pasos. Aterrada, pensando que si alguien la veía tan malherida llegaría a oídos de Monteleone, corrió a esconderse tras una roca. Una figura oscura descendió hasta la orilla del riachuelo.

Su sorpresa fue mayúscula al ver que era Kurtis. El hombre alzó los brazos, se sacó la camiseta, la arrojó a un lado y empezó a enjuagarse el rostro y el cuello con el agua de la corriente.

Maddalena se asomó discretamente por el borde superior de la roca, y admiró las formas musculosas y contorneadas del torso del hombre. Le sorprendió la blanca piel, ya que había esperado que fuese moreno, y la sombra de vello en el pecho. Tenía el cuerpo cubierto de cicatrices, algunas más antiguas que otras, y otras que casi habían desaparecido, también algunas muy recientes. Pero lo que más le turbó fue ver aquella cicatriz que le cruzaba el vientre de arriba abajo, pero que el paso del tiempo había hecho palidecer y casi confundirse con el resto de la piel. Al inclinarse él de nuevo sobre el agua, vio que la misma cicatriz, más gruesa y aún algo enrojecida, le cruzaba la espalda. Maddalena estaba horrorizada, porque daba la impresión de que alguien lo había ensartado en un enorme cuchillo de carnicero y sin embargo, allí estaba, vivo. Se preguntó quién habría sido capaz de hacerle aquella salvajada, o qué tipo de arma u objeto podía causar tan atroz herida, o aún mejor, qué clase de hombre era él que había salido con vida de aquello.

Al inclinarse todavía más sobre la roca, tratando de verle mejor, la piedra le rozó con el magullado vientre y dio un respingo. Fue suficiente para que él alzara la vista, se incorporara bruscamente y se llevara la mano a un extraño objeto con forma de disco que tenía en el cinturón, que parecía ser una especie de arma.

La prostituta consideró que era mejor aparecer. Salió tímidamente de detrás de la roca, alegrándose de que la oscuridad ocultara en parte sus magulladuras.

- Disculpa.- dijo él entonces – Me habías asustado.

- No pareces el tipo de hombre que se asuste de algo.- contestó ella, sonriendo, dispuesta a atacar desde el primer momento.

- Te conozco.- dijo Kurtis, como si no hubiera oído el cumplido – Tú estabas en la tienda de Monteleone.

- Soy su favorita.- sonrió ella de nuevo, esperando que no tuviera que explicarle el significado exacto de "favorita".

Para decepción de Maddalena, Kurtis se inclinó y volvió a ponerse la camiseta. Pero seguía mirándola de reojo. Durante un momento, ella tuvo la esperanza de que estuviera mirando su cuerpo, que se transparentaba completamente a través de la tela mojada del camisón, pero de inmediato percibió que lo que él estaba mirando eran los cortes y moratones que tenía por todo el cuerpo. Retrocedió, mordiéndose el labio inferior.

- ¿Puedo hacer algo por ti? – dijo Kurtis entonces.

Sí, claro. Fóllame, pensó Maddalena, pero lo que dijo fue:

- ¿Por esto? ¡Oh, venga, hombre, si no es nada! Me he caído rodando por las rocas... ¡soy tan estúpida!

Y esbozó una sensual sonrisa, mientras se atusaba el flamígero cabello, cosa que encantaba a los hombres. Él sonrió, porque en verdad resultaba encantadora, pero entonces dijo burlonamente:

- No sabía que las rocas mordieran.

Maddalena volvió ruborizarse por segunda vez en su vida, mientras se llevaba los dedos a la garganta, donde aún estaban las marcas de los dientes de Sciarra.

- Gajes del oficio.- continuó ella, asumiendo por fin que él sabía lo que era – Existen muy pocos hombres que nos traten como seres humanos. El hecho de ser putas no nos convierte en sacos de arena con los que practicar el boxeo

Mientras hablaba, se había acercado a él lentamente, cruzando la corriente. Lo tenía ya muy cerca...

Se oyeron pasos y de repente apareció por detrás de las rocas una sombra alta y esbelta. Maddalena dio un respingo y retrocedió. Lara Croft la estaba mirando con una sardónica sonrisa.

- Te vas a resfriar, hermana, si sigues así.- dijo con sarcasmo, mirando el camisón mojado ceñido al cuerpo desnudo de Maddalena.

Luego se giró hacia Kurtis y, masticando cada palabra, dijo:

- Cuando acabes de coquetear con esta zorra, me encantaría que te dignaras a venir. Selma y yo tenemos que comunicarte nuestros próximos movimientos. Además, ¿qué pensaría Monteleone si te viera tonteando con su fulana mayor?

La pelirroja enrojeció por tercera vez, humillada e indignada. Ya no se sentía bella ni deseable, sino que aquella desgraciada la había aplastado bajo su bota. Pero el orgullo de Maddalena había tenido tiempo para forjarse, y lanzando una mirada de desprecio hacia Lara, le espetó:

- Baja esos humos, niñita de papá. No todas hemos tenido el privilegio de nacer con el culo entre algodones.

Sin dar tiempo a responderle, dio media vuelta y se alejó, pisando con furia la arena pese a cada paso la hacía estremecerse de dolor.

¡Será guarra... será... la muy cabrona!

************

- Con que ya ves.- dijo Lara a la mañana siguiente, mientras se ajustaba el cinturón con furia – Bajo al río y le pillo hablando con la puta de Monteleone. Y luego él sale con eso de que yo estoy jugando con fuego al ocultar el Cetro.

- Estoy convencida – dijo solemnemente Selma, cepillándose el largo y oscuro cabello – de que fue pura casualidad. Se encontrarían así por azar.

- No sé por qué no me extraña que tú le defiendas.- gruñó Lara.

- No sé por qué no me extraña que tú le ataques.- gruñó Selma.

Se miraron durante un momento, y entonces ambas se echaron a reír.

- ¿Qué pasa? ¿Me he perdido algún chiste bueno? – canturreó Zip, levantando la lona de la tienda – Ey, Lara, tienes que llevarte el comunicador, porfa porfa.

- ¿Comunicador? – preguntó Selma.

El muchacho se llevó la mano al bolsillo y extrajo un pequeño objeto metálico semejante a un botón.

- Esto que ves, princesa, me lo regaló uno de mis últimos clientes, un auténtico pez gordo. Capta todo sonido con gran fidelidad. Lara sólo tiene que llevarlo en el bolsillo ahora cuando vaya a hablar con ese tipo y yo transcribiré mientras tanto lo que oiga en este ordenador, y que nos será muy útil.

Aquella mañana, Lara y Selma habían decidido ir a ver al capo siciliano, en una "visita de cortesía" con la que pretendían averiguar más cosas del Cetro, si es que él sabía, y de paso hacerle creer que seguían buscándolo.

- Está bien.- suspiró Lara, y se puso el cacharrito en el bolsillo – Pero como te oiga hacer el mínimo ruido, aplasto esta cosa y luego te aplasto a ti. No nos interesa que Monteleone note que usamos esta maquinaria de espías.

Al salir del campamento, Lara vio a Kurtis sentado cerca de su tienda, medio reclinado sobre su macuto. Se quedó estupefacta al ver que tenía en sus manos una hoja y que estaba dibujando algo con un lápiz. Así que volvía a dibujar... ¿qué estaría trazando?

Él alzó la vista y entonces sus ojos se cruzaron. Ella se apresuró a desviar la vista, mientras a su pesar, recordaba la primera vez que vio sus dibujos, allá en Egipto, en medio de una rugiente tormenta de arena...

*****************

- Por favor, queridas, acomódense aquí.- dijo festivamente el mafioso, mientras hacía sentar a Lara y a Selma en dos mullidos sofás, dentro de aquella enorme tienda que parecía la jaima de un jeque árabe.

Seguidamente éste se sentó en un sofá el doble de amplio que el destinado a sus invitadas, y con un gesto perezoso indicó:

- Maddalena, carissima, tráenos unos Martinis como refrigerio.

La bella prostituta, que esperaba en un rincón de la sala, dio media vuelta y, antes de salir, fulminó con la mirada a Lara, que le devolvió una inocente sonrisa.

- Molto bene – suspiró el capo, satisfecho – es un placer que dos mujeres tan cultas y formadas hayan acudido a este humilde restaurador para documentarse. En breve les explicaré lo que sé de este valioso Cetro, y prometo no omitir ningún detalle, aunque sin duda quizá ustedes tengan más nivel al respecto, por lo cual suplico sean indulgentes conmigo.

A Lara le ponía histérica tanta palabrería. Pese a que se había criado en un entorno en el cual se hablaba de aquel modo, nunca había podido acostumbrarse. Pero iba a tener que poner en gala su mejor paciencia si quería tratar a aquel individuo.

Maddalena reapareció de nuevo, y para diversión de Lara, sólo traía dos Martinis. Uno lo ofreció a Monteleone y el otro a Selma. A ella la dejó sin nada.

- ¿Por dónde empezar? – murmuró el mafioso, tomando un sorbo de la copa - ¡Ah, sí! Comenzaré desde el principio, si no les importa. ¿Han oído hablar de la Lux Veritatis?

- Me suena.- contestó Lara con aire inocente.

- ¿Qué sabe nuestra experta en mitología hebraica al respecto? – dijo el mafioso, girándose hacia Selma.

La turca dudó unos instantes antes de responder:

- La Lux Veritatis es una orden de caballería nacida en el siglo XV que contó con baluartes y sedes no sólo en los países de la Europa Medieval, sino también en lugares como Siria o Egipto. Exteriormente aparentaban ser una milicia de monjes al servicio de Cristo, pero su auténtico cometido era el combate contra las criaturas híbridas conocidas como Nephilim en la lengua aramea. Asimismo se encargaban de proteger a las víctimas de estos híbridos, y se rumoreaba que poseían ciertas capacidades psíquicas como la telekinesia o la clarividencia.

- Excelente – aplaudió Monteleone – Veo que su fama intelectual está más que justificada, señorita Al-Jazira. En ese caso, no me explayaré más en introducciones y pasaré directamente al quid de la cuestión.

Gracias a Dios, refunfuñó Lara en silencio.

Monteleone hizo una indicación a Maddalena y entonces ella se adelantó presentando un cofrecillo de madera. Lo dejó sobre la mesa y, sacando una llave, lo abrió. Dentro había documentos redactados en pergamino que parecían muy antiguos. Dando una rápida ojeada, Lara comprobó que estaban escritos en latín vulgar.

- Tuve la suerte de recibir una formación completa en latín por mi ilustre tío, que es cardenal en la Santa Sede.- continuó Monteleone – Si me lo permiten, les leeré con mucho gusto estas hojas que contienen información interesante y fidedigna acerca del propio Cetro.

- ¿Qué son? – dijo entonces Lara.

El mafioso sonrió con misteriosa sonrisa.

- Ah... es el manuscrito redactado de puño y letra de Hugo de Van Der Brieck. Quizá el nombre no les suene... pero vivió en el siglo XV... y era un Lux Veritatis.

Selma y Lara intercambiaron una sorprendida mirada que hizo las delicias de Monteleone, satisfecho de ser el centro de atención.

Sin más preámbulos, el capo tomó la primera hoja y empezó a traducir:

"Ha ocurrido algo que ha cambiado por completo mi vida. Todavía no sé muy bien si ocultarlo o revelarlo al Gran Maestre. Sé que esto no está bien. Al fin y al cabo, es un artefacto maldito, engendrado por la oscuridad, y lo hallé en manos de un ídolo del diablo. Pero lo que me ha dado ha sido tan grande que no puedo volver el rostro a los hechos. Mi acto ha sido el más grande de los pecados, pero me ha reportado el mayor bien. Escribo esto en el año de gracia de 1486, esperando limpiar mi conciencia, ya que mi boca no osa revelar mi falta.

Mi hermano gemelo y yo nacimos con dos horas de diferencia. El parto acabó con la vida de mi madre, que Dios tenga en su gloria, y siendo aún niños de pecho fuimos criados por otras mujeres de la Orden. Pronto ambos manifestamos el Don, y nuestro padre estaba orgulloso de nosotros, pero el destino no nos deparaba nada bueno. La ira, la envidia, los celos, nos distanciaron uno del otro, y a la muerte de mi padre éramos tan enemigos que la Orden entera se avergonzaba de nosotros, que tendríamos que haber estado unidos como hermanos y como combatientes de los demonios y de su líder, el Alquimista. El Gran Maestre nos obligaba a luchar codo con codo para ver si el peligro hacía renacer nuestra fraternidad, pero tanto me hubiera dado si lo hubieran asesinado.

Todo cambió cuando llegamos a Turquía. En esta tierra de infieles, el Mal se respira en el aire. Hallamos la ciudad bajo las rocas de Capadocia, la llamamos Tenebra. Pero teníamos prohibido aventurarnos allí abajo. Había demasiados de ellos allá. Nos habrían exterminado.

Entonces, un día, mi gemelo me retó a bajar a espaldas del Gran Maestre. Ambos éramos adultos y mi hermano acababa de tomar esposa, pero cedimos a la tentación como dos niños sin seso. Allá abajo nos esperaba un infierno."

- Aquí finaliza el primer pergamino.- indicó Monteleone, dejando la hoja sobre la mesa y tomando la siguiente – Esta otra continua bastante más adelante. Lo que había en medio se ha perdido, nunca llegó a mis manos.

"No quiero seguir hablando de esto. El horror es demasiado fuerte. Baste decir que mi hermano y yo logramos llegar a la ciudad. No deberíamos haber seguido más adelante. Fue una locura. Ellos no nos vieron, no nos oyeron, pero nuestro castigo iba a ser mayor.

Rogué a mi gemelo que volviéramos, pero él se burló de mí. Se marchó corriendo y le seguí. Entró en una especie de templo y le hallé al pie de una estatua. Cuando recuerdo su hermosura, me estremezco. Era un ángel femenino, desnudo y ceñido con serpientes, que empuñaba en su diestra un cetro de plata. De su belleza emanaba una patente perversidad. Era la efigie de una diablesa, de una monstruosidad pagana. Grité a mi hermano que se apartara de ella. Pero no me oyó. Embelesado por la belleza de la diosa, se encaramó a su cintura y besó sus labios de piedra. ¡Qué perversidad! No contento con aquello, tomó el cetro y trató de arrancárselo a la estatua. Le grité de nuevo. Le pedí que dejara el cetro y se apartara de aquel ídolo demoníaco. Pero no me hizo caso. La plata era demasiado hermosa y él ya estaba corrompido. Me abalancé sobre él y traté de apartarlo de allí... y entonces me desmayé.

No sé si escribir esto. Podrían creer que estoy loco, pero juro que es verdad. Soñé, en mi inconsciencia, con la vida de mi hermano. Nuestros dedos habían tocado el cetro maldito que nos sumió en la oscuridad. Yo soñé con él y él soñó conmigo. Ambos vimos fragmentos de nuestras vidas entrecruzadas. Vimos a nuestra madre sufriendo y muriendo por darnos la vida. Vi a mi hermano crecer y fortalecerse, vi escenas de su vida en las que yo no había estado presente. Y me convencí de que mi odio hacia él había sido injusto, que sólo le tenía a él y que era mi único hermano, a quien yo debía amar. Y entendí que los celos y la envidia eran quienes nos habían distanciado, y que ambos habíamos sido egoístas al pensar sólo en cada uno y no preocuparse del otro.

Cuando despertamos, sentimos que éramos incapaces de seguir odiándonos. Él era mi hermano querido, y a nadie debía mi amor y mi lealtad más que a él. Y con ello se esfumaron años de odios e incomprensiones sin sentido."

Monteleone se interrumpió de nuevo, dejó la hoja y tomó otro sorbo de Martini. Carraspeó, tomó otra hoja y sonrió:

- Señorita Croft, la veo realmente estupefacta. ¿Se encuentra bien?

- Perfectamente.- contestó ella con voz ronca.

- Sigamos pues. Ésta es la última hoja...

"... y le mataron. No logró salir, como yo salí, de la Ciudad Maldita. Sé que buscaban el cetro que les habíamos robado. ¡Malditos sean! Le mataron, a él, a mi hermano querido. Sólo yo salí con vida. Yo y este endemoniado cetro.

Mi pecado es demasiado grande. Desobedecimos. Entramos en la ciudad a espaldas del Gran Maestre. Tocamos un ídolo maldito, besamos sus labios, le robamos su instrumento del Mal. Mientras escribo esto, estoy viéndolo relucir a la luz de mi candil, relucir en toda su hermosura plateada. Está maldito, estoy seguro. Y en mi lecho yace la viuda de mi hermano, a quien yo he desposado para mantenerla y criar al hijo que lleva en su vientre, que es de mi hermano.

Tendré que confesarlo, tarde o temprano. Confesar lo que hicimos. Pero no antes de que me libre de este monstruoso artefacto. Lo devolveré. Lo pondré en manos del ángel caído, a quien se lo robamos. Bajaré a Tenebra una vez más, y desharé lo que hicimos, para quedar por fin en paz.

No temo a la muerte. Sea lo que sea, me llevará de nuevo junto a mi gemelo. Y aunque este cetro me dio el mayor regalo de mi vida, aprender a amar a quien era sangre de mi sangre, me llegó demasiado tarde. Me lo arrebataron cuando comprendí que sólo él era el único a quien yo debía amar y cuidar por encima de todos los mortales.

Hermano mío, hermano mío... ¿qué hicimos?"

La voz del mafioso se apagó y durante unos instantes en la tienda pesó un largo silencio. Lara estaba pálida, como transfigurada, y miraba fijamente el montón de papeles en la mesa.

Monteleone carraspeó:

- En fin... supongo que coincidirán conmigo en que resulta ciertamente fascinante.

- A mí me parece un poco fantástico.- dijo Selma, haciendo una mueca.

- Ciertamente.- corroboró el mafioso – Pero, si en efecto sabe usted algo del tema, sabrá que a los Lux Veritatis les ata un juramento de verdad que les impide decir mentira alguna en todos sus años de vida. El Lux Veritatis que miente es castigado con pena de muerte.

- Habla usted como si la Orden siguiera viva.- indicó Selma astutamente, inclinándose sobre la mesa.

- Oh... yo creo que sigue viva. Pero luego iremos a eso. – se giró hacia Lara – Está muy callada, signorina. Deduzco que mis textos le han impresionado.

- ¿De dónde los ha sacado? – dijo Lara por toda respuesta.

- Oh... pues... de la Biblioteca Vaticana. Cuestión de influencias.

- ¿Con su tío el cardenal? – Lara sonrió burlonamente.

- Con mi tío el cardenal. Soy su sobrino preferido. – rió taimadamente – En fin, mis bellas damas, ¿qué conclusión sacan al respecto?

Lara sacudió la cabeza y dijo:

- En realidad, la información es poca. Quizá se trate del relato lleno de remordimientos de un alucinado que sufrió un desmayo al tocar el cetro.

- ¿Y cómo explica que su hermano tuviera visiones también? ¿Cómo explica que esas visiones le cambiaran el alma hasta tal punto que empezara a amar a quien odiaba desde la niñez?

Lara sonrió suavemente:

- Ya no creo en historias de viejas, signore. ¿De qué sirve un artefacto que cambia los sentimientos de las personas? Mejor aún, que provoca un cambio de sentimientos visualizando la vida de la otra persona que ha tocado el cetro al mismo tiempo que tú.- volvió a sacudir la cabeza – No es más que un montón de paparruchas, de simples coincidencias.

Monteleone se reclinó en la silla, entrecerrando los ojos.

- Quizá. Pero para mí el relato es totalmente verídico. El Cetro de Lilith es un artefacto real, y me propongo hallarlo.

- ¿Perdón? – saltó Selma entonces - ¿Cómo lo ha llamado?

- Disculpen. He dicho El Cetro de Lilith. El nombre me lo he inventado yo, por supuesto, tras comprobar por cuestiones iconográficas que la estatua que describe Van Der Brieck se corresponde con la diosa babilonia Lilith.

- Que era conocida por la tradición hebrea como la primera esposa de Adán, que se convirtió en diablesa al ser entregada a Samael, el Ángel Caído, el Lucifer de la tradición cristiana.

- Exactamente.

Lara había estado reflexionando en silencio mientras Selma hablaba. Entonces intervino de nuevo:

- ¿Por qué le interesa poseer ese cetro?

- Soy un anticuario, signorina. Creo que mis razones son obvias.

- ¿Y no hay un interés... más particular, digamos?

- ¿Se refiere a sus posibles poderes? Oh vamos, en realidad, no creo demasiado en que tengan algún efecto en mí. Yo ya estoy perdidamente enamorado de mi Maddalena – dijo dirigiendo una mirada cariñosa a la prostituta – no necesito que ninguna vara de plata vaya estrechando nuestros lazos, ¿verdad, carissima?

*****************

- Menudo... hatajo.... de gilipolleces.- gruñó Lara mientras regresaba a zancadas hacia el campamento, seguida por Selma, que resoplaba por alcanzarla.

- ¡Espera, Lara, por Dios! – jadeó la otra – Al menos, ha tenido la cortesía de compartir información con nosotras. ¡No todos los días se tiene acceso a archivos del Vaticano!

La exploradora se paró en seco.

- Tienes razón. Pero... ¡maldición! – se agarró la cabeza con ambas manos - ¿Por qué me pasa esto a ?

- ¿El qué? – la turca la miraba asustada.

Lara bajó la voz:

- Allá abajo pasó algo que no te había contado. Algo increíble.

- ¿Peor aún que la fosa pútrida o las cruces? – dijo ella haciendo una mueca de asco.

- No... mira, yo intenté quitarle el cetro a la estatua de Lilith, ¿te acuerdas? Y Kurtis trató de impedírmelo...

- Sí, sí. – dijo la otra, y entonces sus ojos se iluminaron. - ¡Vaya, como los dos gemelos Van Der Brieck!

- ¡Hay más coincidencias! Kurtis y yo perdimos el conocimiento, y al menos que yo sepa, tuve...

- ¿Visiones de su vida?

Lara asintió. Selma le observaba boquiabierta, y entonces murmuró:

- Y... bueno... ¿te has vuelto a enamorar de él?

- ¡Por Dios, Selma, no digas salvajadas! – estalló Lara, poniéndose colorada.

- ¡Es lo que dice el pergamino! – se defendió la otra.

- ¡A la mierda el pergamino! El tío que escribió eso estaba amargado de tanto llevarse de culo con su hermano, ¿entiendes? Y cuando le mataron, se arrepintió de haber desperdiciado su vida con él y lamentó su muerte. ¡Pero estoy segura que eso de los sentimientos que dice Monteleone son auténticas idioteces! ¿Es que no te acuerdas, Selma? ¡Los Nephilim no aman! ¡No distinguen entre el Bien y el Mal! ¿Cómo diablos iba a distinguirlo cualquier cosa creada por ellos? Porque no hay duda de que ese cetro lo crearon ellos.

Selma asintió en silencio.

- Vale, vale. Pero entonces, ¿qué hacemos ahora?

- No lo sé. Tengo que pensarlo.

Se alejó a zancadas de nuevo, y cuando ya estuvo lejos, Selma gruñó para sus adentros:

- ¡Vaya por Dios! Para una cosa útil que podría haber hecho ese puñetero cetro...


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