Capítulo 14: El veneno
Gertrude adoraba peinar a Betsabé.
Pocos conocían el pasado de aquella vieja ajada y achacosa que no parecía haber sido nunca hermosa ni joven. Como todo ser humano tuvo su primavera, y se rumoreaba que había sido actriz de teatro en su lejana juventud. Lo que era indudable es que había sido amante de Eckhardt, hasta que éste la desdeñó al hacerse vieja.
Gertrude no había tenido nunca hijos, pero era una criatura sensible a la belleza y a la juventud, y no podía ignorar el encanto de la hija de Giselle, que encarnaba todo lo que ella adoraba y hubiese querido tener.
La cabellera de Betsabé, cuando la llevaba suelta, le llegaba hasta las rodillas, envolviéndola en una oscura y espesa mata suave que jamás perdía aquella dulce fragancia a espliego que nadie sabía de dónde provenía, ya que ella nunca se había perfumado. Gertrude había intentado cortársela, pero a los dos días volvía a crecer hasta adoptar de nuevo su longitud. Por ello, la vieja se entretenía peinándola y ordenándola, y ella se dejaba hacer porque así ella le contaba cosas sobre su pasado y sobre la Cábala, que le resultaban de tan utilidad.
Así, afanosamente, Gertrude separaba el negro cabello por mechas, que enrollaba hasta los codos, mientras trenzaba y anudaba artísticamente el pelo para refrescarle la nuca.
- ¿Entiendes? – le decía en esos momentos – Para ello necesitamos el Cetro. Es la clave para eliminar de golpe los últimos obstáculos. Aún no somos invencibles... pese a que tu madre lo crea. Aún puede hundirnos ese Lux Veritatis, si se lo propone.
- Qué poca fe tienes en mí, tía.- sonrió burlonamente Betsabé.
- La vanidad no es una virtud. Créeme, nuestro bienamado Alquimista, y hasta el preclarísimo Karel se consideraban invencibles. Pero ya ves dónde están ahora. Tú hija mía, dispones de la clave para que eso no vuelva a suceder.
Se calló abruptamente al ver a Giselle en el marco de la puerta. La atractiva científica las miraba a ambas con severidad. Gertrude se apartó inmediatamente, pero Betsabé no se movió del sofá donde estaba instalada y lanzó una perezosa mirada a su madre.
- ¿Qué diablos es esto? – exclamó Giselle - ¿Un tocador de señoras? ¿En serio pensáis que esto es una peluquería?
- Estábamos conspirando, madre.- dijo la hermosa con socarronería. Se levantó con lentitud y empezó a enroscarse el cabello sobre la nuca.
La científica no contestó. Miró de reojo a la vieja y salió. Y Betsabé, que veía más allá de las mentes y los corazones, vio planear sobre Gertrude la sombra de la muerte.
- Tía. – murmuró entonces – Deberías marcharte. No le gustas a madre.
- ¿Quién va a echarme? ¡Cuando esa orgullosa de tu madre era una mocosa, yo ya era la amante del Alquimista! ¿Qué tiene ella que enseñarme, que demostrarme? ¡Que se cuide de tocarme! ¡Que se cuide de esta bruja!
Y echó a reír, enseñando sus encías desdentadas. Betsabé sonrió con aquella ambigua sonrisa suya y murmuró:
- No digas que no te lo he advertido, tía.
*************
- La doctora Boaz reclama tu presencia, Gertrude.
Hugh, el espía, esperaba junto a la puerta. Antes de que pudiera pensar en otra cosa, la anciana ya sabía que no podía negarse. Las cosas habían cambiado mucho y ella ya no era una de las personas más respetadas de la Cábala. Apenas era una sombra, ahogada por la potente luz que emanaba de la poderosa Giselle.
Se levantó y siguió indolentemente a Hugh hasta el salón. Giselle, reclinada en el sillón, bebía una taza de café. Al ver a Gertrude, se levantó y, con una fría sonrisa, le indicó el asiento:
- Haz el favor de tomar asiento, tía.
La anciana se sentó, rígida, y bajó la mirada hacia la taza de café que le había sido servida a ella.
- No me aprecias más de lo que yo te aprecio a ti, así que voy a ser breve.- dijo Giselle con voz cortante – Te advertí que te alejaras de mi hija. Pese a ser un ser sobrenatural, sólo tiene dos años de vida y tú le estás llenando la cabeza de tonterías. Me has desobedecido y me la arrebatas a todas horas, cuando yo la necesito, a ella y a su inconmensurable poder, para llevar adelante la causa de la Cábala. Al molestarla a ella estás entorpeciendo esa causa.
Gertrude soltó una carcajada despectiva.
- ¡Jovencita insolente! ¿Qué sabes tú de la causa de la Cábala? Experimentos, probetas, análisis, mutantes... ¡bah! Ni tú ni tu hermana valíais de algo para nuestra causa. Soy yo la que está encaminando a tu hija hacia la Verdad. Al intentar usarla como un simple sujeto de experimentos, estás blasfemando contra su grandísimo poder. ¡Estás utilizando a un ángel como utilizarías un bisturí! ¡Ten cuidado, insensata, porque la maldición de Lilith puede caerte encima!
Inclinándose violentamente sobre la mesa, Gertrude cogió la taza y dio un gran trago al café.
- Mientras tú pierdes el tiempo con tus pacientes, tu hija ve abierto el Camino. No la infravalores, Boaz, no ha nacido para ser tu muñeca, es más poderosa que tú y te aplastará con su pie, ¡ya verás!
- Vieja chocha – se burló Giselle – Mi hija es mi criatura y me ama. Todo lo que dices son devaneos seniles de una abuela decrépita.
De repente, Gertrude se atragantó. Había notado una especie de regusto amargo en el café, pero ahora ese sabor le subía por la garganta y le impedía respirar. Al levantarse, temblorosa, tropezó y volcó la mesa. Le fallaron las rodillas y se desplomó en el suelo. Empezó a vomitar.
- Te lo advertí.- siseó Giselle, tranquila, mientras daba otro sorbo al café.- Te lo advertí.
- ¡Socorro! – gorgoteó la anciana, tendiendo sus brazos hacia el impasible Hugh - ¡Veneno! ¡Veneno!
Pero el espía no se movió de su sitio. Doblándose en dos, la vieja volvió a aullar de dolor, y se giró furiosa hacia Giselle.
- ¡Yo te maldigo! – gritó, atragantándose con sus propios vómitos - ¡Yo te maldigo, condenada zorra! ¡Acuérdate de mi cara cuando vayas al infierno, monstruo! ¡Morirás ahogada, ahogada por tu propia creación! ¡Yo te maldigo!
No pudo decir más. Se desplomó boca abajo y, tras un par de espasmos, quedó inmóvil.
Giselle seguía bebiendo tranquilamente su café. Cuando acabó, mirando a Hugh, indicó:
- Deshazte del cadáver.
**********
- La has envenenado.
Giselle alzó la vista. Allí, en el marco de la puerta, se recortaba a contraluz la silueta esbelta de Betsabé. La bella le miraba con ojos tranquilos y serenos.
- La has envenenado y has mandado arrojar su cuerpo a un vertedero.
Lo decía con la certeza de quien sabe algo incluso antes de que ocurra. En su mirada no había ni censura ni agradecimiento, era totalmente inexpresiva.
- Sí, y también he mandado incendiar esa inmunda capilla.- dijo Giselle – No más supersticiones.
Su hija anduvo hasta ella y se sentó a su lado.
- Era una mujer vieja que no hacía daño a nadie.- volvió a decir.
- ¡Se interponía entre tú y yo! Vamos, hija, sabes que lo he hecho por tu bien. Sólo tenía en su mente sus recuerdos pasados y esas paparruchas que aprendió de su amante. Y aunque no lo sepas, ella en su juventud fue tan cruel como Eckhardt. Disfrutaba con sus masacres. Vamos, estamos mejor sin ella.
Betsabé sonrió con aquella sonrisa que era imposible de descifrar.
- Ella te ha maldecido.
- ¿Crees que me asustó toda esa palabrería? La desgraciada se moría y quería decir algo impresionante antes de irse al infierno. Espero que no creas en esas cosas.
- ¿Por qué no? – su sonrisa se volvió burlona - ¿Acaso no maldije yo al abad de Meteora?
- Sabes que tú tienes el poder. ¡Pero esa carca no lo tenía! Vamos, ahora estamos sólo tú y yo. Y con esto he demostrado a los demás que no se puede bromear conmigo. Quien me desobedezca tendrá que asumir las consecuencias de sus actos.
Eso era en lo que ella se había convertido. Betsabé se decidió a no pensar más en aquello y anunció con voz suave:
- Por fin le he visto.
Giselle le miró, intrigada.
- ¿Sí?
Ella asintió, sonriendo con calma.
- Está en Capadocia. Están excavando la ciudadela.
- Temerario, muy temerario.- susurró la científica.- ¿Quieres que mandemos a nuestros hombres?
- No. Déjame a mí. Sé qué hilos debo mover. Además tengo la certeza de que se hallan en posesión de un objeto que nos interesa más incluso que los propios Fragmentos.
- Tienes que explicarme más cosas.
- Conténtate con ello de momento, madre. Volveré dentro de un tiempo... y volveré con él.
Se levantó, sonriendo con frialdad, y al instante su hermoso cuerpo se diluyó en el aire.
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