Capítulo 1: El templo de Durga
- ¡Radha! ¡Ven aquí, desvergonzada!
La muchacha, lejos de obedecer, siguió corriendo. Llegó hasta la selva y, en la linde de la floresta, se detuvo. Jamás había entrado allí y era probable que una cobra la mordiera o que un tigre la despedazara, pero hasta eso le parecía mejor que volver atrás. Atrás sólo estaba él. No, no volvería.
Tropezando con los extremos de su sari, con los abalorios tintineándole en el cuello y en las muñecas, se abrió paso entre la vegetación. Los espinos hicieron jirones la bella tela, pero ella no se detuvo. No paró hasta que se halló muy, muy adentro en la jungla, y no supo volver.
Miró a su alrededor. Sí, moriría allí. Era un lugar bueno como cualquier otro. No había oído de ninguna mujer que se dejara morir de hambre o devorada por las fieras. Normalmente, las muchachas que corrían su suerte se arrojaban al río, a un pozo o a la pira donde se incineraba al difunto marido. Pero ella, Radha, moriría allí.
Aún decidió avanzar un trecho. Pronto llegó a un claro y, para su sorpresa, allí se alzaba un templo. ¡Un templo abandonado y en ruinas! Aquél sería el lugar perfecto para morir. Avanzó y se arrodilló en los escalones que conducían a la entrada.
A las mujeres hindúes no se les permitía entrar en los templos, así que Radha se postró hasta tocar la frente con el suelo y luego miró el relieve de la puerta.
Aquel templo estaba dedicado a Durga, diosa de la venganza, que cabalgaba sobre un tigre y empuñaba cimitarras en sus numerosos brazos. Radha juntó las manos y exclamó:
- ¡Madre Durga! Si realmente lo merezco, concédeme la paz y la venganza por el ultraje que he recibido. Sé benigna y ven a mí o elegiré que la muerte me lleve.
De repente, se escuchó un sonido dentro del templo. Radha dio un salto, aterrada. Cuando ya creía que se trataba de un mono u otro animal, una figura humana surgió de la oscuridad y en dos zancadas se plantó frente a ella.
Era una mujer. Pero nunca había visto una mujer igual.
Tenía la piel y el cabello claros, no como todas las mujeres, y no llevaba ni ropas de campesina ni sari alguno, sino cuatro escasas piezas de tela bastante ajustadas al cuerpo y altas botas. Tenía extrañas correas fijadas a las piernas y cargaba un fardo a sus espaldas. Era alta y fuerte, pero lo que más intimidó a Radha fueron sus ojos, límpidos y retadores, cargados de una fiereza y una autoconfianza más propia de hombres o, en cualquier caso, de castas superiores.
La muchacha pensó de inmediato que se hallaba ante una diosa y por ello se arrojó a sus pies y le tocó la punta de las botas, como toda persona de casta inferior debe hacer con sus superiores. Pero la diosa retrocedió dos pasos.
- Namasté.- murmuró – No sabía que hubiera campesinos por aquí. ¿De qué aldea provienes?
Hablaba un perfecto hindi, aunque con un extraño acento que no supo identificar.
- De Kusuma Baradhji, señora.- respondió sin despegar la frente del suelo.
- Eso queda algo lejos. ¿Te has perdido?
- No, señora. He venido aquí por deseo propio.
- Este templo lleva años abandonado. ¿A qué venías?
- A morir, señora.- dijo dignamente.
La diosa arqueó las cejas, sorprendida, y a continuación dijo:
- ¿Por qué te quedas ahí tirada?
- Eres una diosa. Has salido del templo al oír mi súplica. ¡Eres Durga que viene a vengarme!
Ella echó la cabeza atrás y empezó a reír. Radha se permitió alzar la vista y la vio depositar con cuidado el fardo que llevaba al hombro y pasarse la mano por el pelo, que llevaba recogido en una larga trenza.
- Con que Durga, ¿eh? – dijo riendo – Durga tiene una decena de brazos, empuña sendas cimitarras y va montada sobre un tigre. Me temo que yo no soy tan vistosa.
- Eres Durga.- insistió la muchacha – Has salido del templo.
- Sólo estaba de visita. – contestó la otra con un tonillo de sarcasmo.
- Las mujeres nunca entran en el templo.
- Ah, ¿y yo qué soy? ¿Un mono?
- Eres una diosa, y por eso vives en el templo.
La diosa que se negaba a serlo se echó a reír de nuevo. Los ojos le brillaban divertidos.
- La mayoría de la gente me llama Tomb Raider, que en mi lengua natal significa "saqueadora de tumbas". Algunos me han llamado Amazona, que significa mujer guerrera. Casi todos se dedican a arrastrar mi nombre por el fango, pero nunca me había encontrado con alguien que se empeñara en divinizarme. ¿Cómo te llamas, pequeña?
- Radha.
- Como la esposa de Krishna. Eres tú la que lleva nombre de diosa.
Dando por concluida la entrevista, la mujer se inclinó para recoger el fardo. Entonces Radha advirtió que estaba herida. Un reguero de sangre le bajaba por la pierna, de un corte algo feo en la parte superior del muslo. Rápidamente se le adelantó y tomó el fardo, que era bastante pesado, pero aún así lo cargó con agilidad sobre su cabeza.
- Permíteme, señora. Yo lo llevaré.
La mujer se encogió de hombros y sacó un largo machete, con el que empezó a abrirse paso entre la vegetación.
- Llámame Lara.- dijo.
*****
Resultó que la diosa que decía no serlo tenía su campamento cerca. Al ver aquel lugar y las armas que había, Radha empezó a preguntarse si quizás Lara-Durga no sería en realidad una dacoit, una bandida. Allí la muchacha depositó el fardo y Lara empezó a desatarlo cuidadosamente. Tras varias capas acolchadas, apareció una bellísima estatua de Durga, muy pequeña, toda hecha de marfil con incrustaciones de piedras preciosas.
- Me encomendaron que la recuperara. Pensé que quizá hacía mucho que había sido robada, pero para mi suerte me equivoqué.
Guardó la estatua en una caja y la selló. Luego la escondió dentro de su tienda y se sentó para curarse la herida.
- ¿Cómo te has hecho daño?
- Una cuchilla me pasó rozando. Podría haberme quedado sin pierna, pero supongo que hoy he tenido suerte.
Lo decía con la misma despreocupación e indiferencia de quien habla del tiempo. Aquello escandalizó a Radha, que no había oído de templo alguno que tuviera cuchillas con que herir a la gente.
- Éste sí.- murmuró Lara – Cuando un templo tiene algo valioso en su interior, se defiende de los ladrones.
La mujer rió con sarcasmo de nuevo, pero Radha no acababa de entenderlo.
- ¿ Por qué buscabas la muerte cerca del templo de Durga? – preguntó entonces.
La muchacha frunció el ceño.
- Huía del suttee. Mi marido ha muerto y mi suegra quería quemarme con él. Pero yo no quería, e iba a mandar que me raparan la cabeza y me echaran a la calle. Prefiero morirme de hambre en la selva.
- ¿De qué casta eres? – prosiguió Lara, como si aquello no la hubiera conmovido lo más mínimo.
- Soy una intocable.
Aquella era la casta más ínfima de toda la India. Por aceptar, no podían ni aceptar un vaso de agua, y Radha ya estaba bastante impresionada de que una persona que parecía de castas superiores hubiera aceptado cruzar palabra con ella, o mirarla siquiera.
- ¿De qué casta eres tú? – preguntó entonces.
- Oh, yo soy de alta sociedad.- respondió Lara, haciendo una mueca.- Una completa basura.
Aquello todavía la confundió más. Empezó a creer que estaba loca.
- ¿Cuántos años tienes, Radha?
- Catorce.
Lara le hubiera echado veinte. Parecía una mujer, pero no era más que una niña, una niña madurada antes de tiempo a base de golpes y penurias.
- Vas a venir conmigo. A Inglaterra. – dijo entonces la mujer.
- ¿Yo? Pero...
- No tienes la menor posibilidad. Si te quedas aquí morirás, y si vuelves con los tuyos te matarán ellos. Y yo no soy tan desalmada como para dejarte aquí... al menos, no todavía. – concluyó con una sonrisa.
Radha estuvo a punto de echarse a sus pies, pero ella la retuvo con un gesto severo y dijo:
- Olvida lo poco que puedas haber aprendido aquí. A partir de hoy no quiero verte arrastrándote a los pies de nadie, y menos de mí, ¿entendido?
- Sí, señora.
- ¡No vuelvas a llamarme así! Yo no soy la señora de nadie. Soy Lara Croft, y punto.
- Sí, se... Lara.
La mujer asintió satisfecha y acabó de vendarse el muslo. Luego se reclinó en la hamaca y cerró los ojos.
Radha llegó a la conclusión de que, si bien no era una diosa, aquella mujer le había venido, en cualquier caso, como respuesta a sus oraciones.
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