Capítulo 7
NATASHA.
Esto no es nada divertido.
Apenas Caesar salió del baño, con la toalla bien ajustada en la cadera, me envió a bañar a mí, dijo que me restregara la cara hasta sacarme todo el maquillaje, que a ver si de esa manera el agua me quita la borrachera de encima porque no era capaz de caminar sin que las rodillas se me doblaran.
En el baño, hice lo que me dijo, despejé mi cabeza, lavé mi cabello, mi rostro y mi cuerpo, dejando las bragas en su ropa sucia, tomando la ropa interior que me dejó, y su camiseta, sequé mi cabello antes de que me regañara por dormir con el pelo mojado y regresé al cuarto que ya estaba en penumbra, acorté la distancia en la cama, vacilando dos segundos antes de abrir las ropas y recostarme, arropándome en el lado vacío, sintiendo una almohada entre ambos cuerpos.
— ¿En serio? — apoyándome en uno de mis codos para poder ver sobre la almohada a Caesar, observándome con un solo ojo— ¿Tienes miedo que te asalte por la noche?
Imitó mi acción, provocando que la ropa de cama le resbale ligeramente, permitiéndome ver ese pectoral trabajado que me hace salivar, observándome serio.
— Pues sí, así que mantente en tu lado de la cama.
Tiré de la almohada, lanzándola al piso, mirándolo mal, aprovechando la escasa luz de luna que se filtra por la ventana.
— No quiero esa almohada en medio, prometo no saltarte encima, yo no soy así, además, estoy nerviosa porque es la primera vez que duermo con alguien en la misma cama, y estoy nerviosa también porque temo que apenas me duerma, vayas a golpear a Santino, te juro que no íbamos a hacer nada, sólo lo estaba ayudando.
— ¿Qué dijiste sobre... dormir con alguien en la misma cama?
Ahora parece interesado, y tiene sordera selectiva.
— Pues... eso, lo que escuchaste.
— Pero tú... tu trabajo antes...
Dejando las palabras al aire ¿Es su intento de no ofenderme?
Bufé molesta por hablar de estos temas luego de tener la mejor noche de mi vida, dejando caer la cabeza en la almohada, observando el techo.
— Es un poco tarde para las charlas ¿No crees?
No me apetece sacar ese tema justo en estos momentos... ni nunca.
Se dejó caer, con las manos tras su cabeza, mirando el techo.
— Sólo quiero saber eso y te dejaré dormir. Juro que no tocaré a Santino, así que duerme tranquila.
De todas maneras, estiré mi mano y sujeté su camiseta.
— Sólo para estar segura — Ladeando el rostro, observándolo—. Y no, nunca he dormido con nadie, tener sexo y dormir con alguien son dos cosas muy diferentes, yo sólo tenía sexo con quien me asignaban, terminaba, tomaba mis cosas y dejaba el cuarto, siempre he dormido sola, me gusta tener mi espacio.
— ¿Y por qué no te vas a tu cuarto con tu cama ahora?
Preguntó.
El tono curioso y divertido de su voz me hizo sonreír.
— Porque necesito asegurarme de que Santino sobreviva la noche y no confío en ti.
Respondí con el mismo tono, pinchando su costado con mi índice, tomando su camiseta otra vez.
— Puedes confiar, seré un timador, asesino, torturador, maniaco, mal humorado, un idiota y un sinfín de cosas más, pero no soy un mentiroso, si te di mi palabra es porque así será.
Cerré mis ojos escuchándolo hablar sobre reglas, protocolos, el valor de la palabra de un hombre y un sinfín de cosas a las que no pude ponerle atención, estoy por dormirme, sólo alcancé a murmurar un par de palabras que espero haya escuchado.
"Confiaré en ti".
***
El despertador sonó un par de horas después, rodé en la cama abrazando la almohada, escondiendo mi rostro en ella, sofocando el grito de protesta, era muy temprano para mi resaca, me duele la cabeza, la frente se me parte en dos, y aún puedo oler el olor a tequila destilar de mí, y eso que tomé un baño antes de ir a la cama.
Pataleé estirando la mano para apagar la alarma, pero mi brazo nunca tocó nada ¿Dónde está mi mesa de noche? Levanté la cabeza sin lograr ubicar las cosas que por lo general tengo ahí, no hay reloj, no hay móvil, no hay...
Lentamente giré el rostro hacia el lado contrario, rezando internamente por no encontrarme con lo que creo que voy a encotrarme.
Me cago en todo.
Caesar estiró el brazo para apagar la alarma, sobre su mesa de noche, a su alcance, mirándome muy divertido por mis pataletas matutinas.
— ¿Qué? ¿No te acuerdas que te metiste en mi cama anoche? ¿No recuerdas por qué?
Me incorporé de golpe, abrazando la almohada contra mi pecho, obviamente no tengo brasier ¿Dónde me cambié de ropa? Llevo su ropa interior porque se me está cayendo.
— ¿Qué hice anoche? Dime que no hice ninguna estupidez, por favor.
Supliqué lloriqueando.
— ¿De verdad no lo recuerdas? — tocó su pecho, ofendido—. Me lastimas Nat, creí que habíamos cruzado una barrera.
Abrí la boca sin saber qué decir, acaso él y yo... ¿Lo hicimos anoche? Me duele un poco el cuerpo, pero podría ser por Aless y la follada agresiva en el baño del club, estoy segura de que, si Caesar me follara, no podría levantarme de la cama.
— No, no follamos.
Dije para convencerme más a mí que a él.
— Dije que nada de follar, y yo no toco niñas.
Saliendo de la cama, vistiendo una camiseta y su ajustado bóxer con una... erección matutina.
Tragué grueso.
— Jefe, le diría lo que tengo en mente, pero sería demasiado ofensivo — saltando fuera de la cama, vi mi ropa en el piso y entonces un par de flashes se mi vino a la mente—. ¡Me miraste las tetas, pervertido!
Lo señalé.
— No, no fue así —Girándose rápidamente para defenderse—. Yo estaba en el baño, salí y tú estabas mostrando las tetas ¿Cómo querías que no las viera si estaban ahí, a la vista, redondas y perfectas... y esas perforaciones...
Dejó de hablar y se quedó pegado observando un punto fijo tras de mí, la erección endureciéndosele claramente dentro de la ropa interior.
— ¡Estás recordando mis tetas! ¡Eres un pervertido! — abrazando mi pecho—. Aprovechándote de una pobre chica ebria.
Dramatizando.
Tuve que hacer un esfuerzo para no reír, se le ve acomplejado por haberme mirado anoche, me hubiese gustado no llevar el cerebro tan ahogado en alcohol para que se me ocurriera haberlo perseguido hasta el baño, de seguro y dejaba de resistirse, es obvio que me desea.
— No, no fue así, porque yo puse una almohada en la cama para que no me atacaras en la noche, mujer loca, pervertida ¡Deja de mirarme el paquete!
Me señaló.
Debo admitir que se me va la vista, esas maravillas no se ven todos los días.
— Pues estamos a mano — dije. Cruzándome de brazos—. Pero no olvidaré esto, Zar — señalándolo—. Tu rostro mientras recordabas mis perfectas y redondas tetas perforadas.
Sonriendo con suficiencia, la idea hace que se me endurezcan los pechos y se me tense la entrepierna.
— Tú- — me señaló—. Mocosa — dio un paso y se detuvo—. Eres... eres...
— Muchas cosas y también, dueña de tus fantasías — lanzándole un beso—. Iré a vestirme, nos vemos en el desayuno, jefe.
Dejando el cuarto, más bien arrancando, ni siquiera tuve tiempo de cerrar la puerta, su presencia me pone nerviosa, quiero tantas cosas, pero me quedo en blanco cuando él se pone en modo follador.
— ¡No me llames jefe, maldita sea!
Se quejó a gritos.
Entré a mi cuarto entre risas y fui a elegir algo para vestirme, tomé unas calzas gruesas, una falda plisada, una camiseta y un suéter, metiendo la punta de este en la cintura de la falda, calcé mis zapatillas, me perfumé, apreté mis mejillas para darle color y bajé las escaleras casi arrastrándome, el dolor de cabeza me va a matar.
— ¡Nat! ¡Nat, ven!
Escuché a alguien medio susurrar, medio gritar, volteé para ver de quien se trata, encontrándome a Aless oculto tras las escaleras de la segunda planta, haciéndome señas para que me acercara.
— ¿Cómo estás? Yo me estoy muriendo...
Dijo a modo de saludo.
— Pues yo también estoy muriendo, bebimos mucho anoche ¿No crees?
Sonreí para aligerar el ambiente, el chico parece tímido, hasta guarda las distancias, que chistoso.
— Sí... sobre eso... lo que hicimos anoche... yo... lo siento ¿Sí? No debí faltarte el respeto así, en el baño de un club ¿En qué estaba pensando? No fue nada caballeroso.
Ah.
Eso lo tiene así, que chiquillo más tonto.
— Aless — apoyé mi mano en su hombro—. Lo disfrutamos, fue divertido, me sentí muy bien, así que no te preocupes, no me faltaste al respeto, yo lo deseaba tanto cómo tú. Podemos repetir un día de estos, habrá muchas más noches cómo la de ayer.
Guiñándole un ojo, sonriente, viendo al chico quitar ese rostro de cachorro deprimido, regresándome el gesto.
— ¡Claro! Será divertido, digo... lo pasamos bien, somos compañeros y...
— Y amigos — sonriéndole—. Así que llámame cuando necesites una ayuda nocturna, tienes mi número.
Palmee su pecho y di media vuelta, bajando otra vez, siendo arrollada por un par de brazos que me rodearon y comenzaron a zarandearme.
— Gracias, gracias, gracias, Nat, creo que te amo y te debo la vida.
Me gusta este castañito, lo adoptaré cómo adulto responsable cuando los pensamientos, los malos pensamientos, sobre Caesar estén ganando la batalla.
— Santino, yo también te amo, pero si me sacudes así me vas a hacer vomitar, sigo ebria.
Advertí, tragándome el vómito que subió por mi garganta.
— Uh, si es cierto — Bajándome de golpe, dando un paso atrás para mirarme de pies a cabeza—. Pero es cierto, te debo la vida —Me mira cómo si yo fuera la cura del cáncer—. Creí que Caesar me iba a matar, no pegué un ojo anoche esperando la hora de mi muerte, pero ahora me pidió el itinerario como si nada hubiera pasado, gracias por cuidarme la espalda.
— ¿Para qué están los amigos? Me prometió que no te tocaría ni un solo pelo, así que puedes respirar tranquilo.
Abrió la boca para responder, extendiendo los brazos con toda la intención de abrazarme de nuevo, cuando un par de balas interrumpieron el momento. Miré con molestia la primera planta, no son tantos disparos cómo para significar que nos están atacando, sólo hay una respuesta razonable.
—Caesar está de mal humor.
Mencionó Santino palideciendo, empujándome sutilmente hacia las escaleras para que yo baje primero, cobarde.
Efectivamente Caesar se ve cómo alguien de mal humor, bufa en condenado, sus cejas bien pegadas, el ceño fruncido, apuntando a un sujeto inerte en el piso que mancha el precioso piso de mi jefe con su sucia sangre caliente.
— ¡Nat, nos vamos! — gritó—. trae tu maldito abrigo y ponte unas botas.
A la mierda, empezamos fuerte.
— Sí señor.
Dando media vuelta, subiendo otra vez los escalones, esta vez con Santino pisándome los talones.
— ¿Qué haces?
Pregunté, viéndolo entrar a mi cuarto, cerrando la puerta tras él, mirando a su alrededor alarmado, buscando qué sé yo.
— Es que tengo miedo de quedarme sólo con él y te estoy usando como escudo.
Eligiendo un abrigo para mí, ayudándome a pasar los brazos.
— Ah. Está bien.
Restándole importancia a su presencia, dejándolo corretear por mi guardarropa mientras elijo unas botas cualquiera y tomo asiento en la hilera de puff en el centro del espacio para meter los pies y correr con mi dueño el malhumorado antes de que le den ganas de jugar a la ruleta rusa de nuevo y esta vez tenga suerte.
— No, esas no, niña tonta — quitándomelas de las manos, golpeando mi frente con su índice—. Este material se estropea si lo mojas, mejor ponte estas lisas —Tomando otras de la fila de zapatos que aún no estreno—. No se dañan y no tienen tacón, así podrás correr porque con las piernas de Caesar, dudo que puedas caminar tranquila.
Asentí haciendo uso de sus valiosos consejos, colocándome las botas mientras él se mueve por el lugar otra vez, tomando cosas al azar, sabe dónde está todo, lo cual es curioso ya que jamás ha entrado a mi habitación ¿Tendrá algo que ver con la disposición? El cuarto de Caesar tiene el mismo orden.
No tardó más de tres minutos en acercarme un pequeño bolso a juego con el abrigo.
— Dentro están todos tus documentos, la tarjeta negra, dinero en efectivo por si lo necesitas y unas golosinas para que no mueras en el camino, ahora vamos que yo también voy a ese viaje — Arrastrándome fuera del cuarto—. Y adivina quien más vaaa.
Canturreó. Parece que el terror de hace unos minutos se le está olvidando.
— ¿Quién?
Llegando al primer piso, caminando con calma por el pasillo.
— Aless ¿Te gusta él? Está soltero y disponible, es divertido, amable y siempre se le ocurren divertidas citas, aquí todo el mundo se cuenta todo menos lo sexual, eso es reservado para cada uno por respeto a las chicas que nos tiramos, pero tienes que convencer a Caesar que no lo mate si te ve con él, porque Caesar te tiene en un altar como la próxima virgen maría con voto de castidad incluido, tienes que hacer que cambie esa mentalidad.
— Hablaré con él, pero no ahora — Asomando mi cabeza hacia el comedor, viéndolo al teléfono, muy molesto mientras mueve la mano libre, maldiciendo a la persona al otro lado de la línea— Creo que me arrancará la cabeza de cuajo si me acerco — dije— Y Aless me agrada, no me gusta porque no lo conozco, pero la primera impresión fue buena.
Asintió.
— Tienes mi apoyo, cualquier cosa, yo te cubro.
Mencionó palmeando mi hombre.
Sin duda el castañito es un hombre de confianza, me lo quedaré cómo voz de la razón en mi cabeza, a veces no funciona bien este cerebro tontito.
— Gracias — Miré otra vez a Caesar—. Ahora yo te cubro a ti, voy primero.
Me persigné y entré en el comedor, saltando el cuerpo del tipo muerto, evitando resbalar con la sangre, llevando mis manos a la espalda, intentando parecer inocente cuando llegué a Caesar, inclinándome hacia él para que me preste atención y deje de mirar la nada cómo si pudiera quemar la casa con la intensidad de su mirada.
— ¿Por qué nos vamos tan temprano?
Pregunté.
Levantó la mano para que hiciera silencio, parece estar en algo importante, está hablando en ruso.
— Porque Mijail me la quiere jugar y a mí no me ve la cara nadie — tirando de mi brazo hacia el exterior, cortando la llamada—. Más te vale comportarte como una absoluta perra delante de él, no le debes nada.
Preocupándose poco por sus piernas largas y el hecho de que yo voy prácticamente corriendo a su lado.
— Yo creí que no iba a estar cerca cuando tú y él hablaran.
Hay tanta nieve, mierda, y Rusia debe estar peor.
— Oh... no, tú vas a estar dónde mis ojos te vean, no son vacaciones.
Subiendo ambos al auto, más bien, me empujó dentro, casi tropecé y tuve que moverme rápidamente para que él entrara también, cerrando la puerta con fuerza antes de que nos pusiéramos en movimiento.
— Mira, sé que estás enojado, pero no tienes que desquitarte conmigo — mirándolo mal—. Eres un bruto.
Desviando mi atención hacia la ventana, cruzándome de brazos, observando el paisaje mientras el auto se aleja de la casa y cruza la propiedad.
— ¿Y qué quieres? ¿Qué juegue a cuidar a la borrachita todos los días?
Gritó molesto.
Se desquita conmigo el hijo de puta, y yo no se lo voy a permitir.
— ¿Cuidarme? — voltee el rostro, observándolo incrédula—. Yo puedo cuidarme sola, anoche hubiese llegado muy bien a mi cuarto sin tu ayuda.
— ¡Te habrías acostado con Santino!
Ahí vamos de nuevo...
— ¡No iba a acostarme con él, maldita sea, que hombre más duro eres! — Perdí los papeles—. Y si quiero acostarme con alguien, estoy en todo mi maldito derecho, es mi vida Caesar, las jóvenes a los diecisiete, muchas de ellas, tienen una vida sexual activa, que tú no puedas acostarte conmigo por tu moral y tu "son demasiados años de diferencia" — formando comillas en el aire, ironizando—. No quiere decir que yo deba ponerme unas bragas de castidad con tres candados hasta que la culpa deje de corroerte por desearme.
Me arrepentí en segundos por soltar la verdad de manera tan cruda, Caesar enfureció, el rostro rojo de la ira, inclinándose hacia mí, apoyando un mano en el vidrio a mi espalda, prácticamente gruñéndome en la cara, es un puto animal.
— Mira mocosa, mejor cierra esa boca antes de que la cagues más — señalándome—. No tienes ni la menor idea de lo que dices, me importa una mierda tu vida, has lo que quieras, revuélcate con todos mis perros si quieres, de seguro están babeando por la ex prostituta que traje a casa, deben estar deseosos de ponerte las garras encima y mi orden es lo único que los detiene, pero tranquila, les diré a todos que me importas una mierda, así te las podrás arreglar sola, como te gusta.
Perdió los papeles, eso es bueno, este es el verdadero Caesar, no la versión amable que me mostró hasta ahora, odio la gente que me miente, prefiero ver sus verdaderos rostros y arreglarme a la mala con ellos.
— Pues gracias, de esa manera quizá y pueda tener amigos que no se preocupen todo el tiempo de estar demasiado cerca de mí para hablar o bromear un rato ¡Porque todos piensan que los vas a matar si se acercan! y no me avergüenzo de mi pasado, soy una sobreviviente, una chica muy valiente, así que tendrás que buscar otra cosa con la que intentar dañar mi ego.
Cada quien se volteó para darle la espalda al contrario sin intercambiar más palabras.
Por fortuna el auto se detuvo ya en el aeródromo para subir al avión de Caesar, dos enormes letras en el costado C.M. en letras doradas, no me sorprendería que fuera oro real por la forma en la que este sujeto caga dinero, por fin podré tener más espacio antes de que la mala leche de este hijo de puta se me pegue.
Subí sin que me lo pidiera, cerrando la puerta con fuerza, dejándolo atrás, el idiota es un dolor en el culo, por supuesto sus piernas largas me alcanzaron en un abrir y cerrar de ojos, me empujó en la escalera al subir para sacarme del camino, y se encerró en el cuarto al final del avión, mejor así, nadie quiere lidiar con su problema de control, es un maldito mocoso que se enoja cuando le lanzan sus verdades a la cara.
— ¿Qué pasó? Pude sentir la tensión entre ustedes dos desde la seguridad de esta ventana.
Preguntó Santino en cuanto me dejé caer frente a él, Aless y Vitto ocupaban los otros dos asientos, los curiosos estaban mirando todo el espectáculo desde aquí.
Los demás chicos que Caesar llama perros, ocuparon los otros asientos, somos bastantes, eso es bueno, así Mijail no podrá hacerme nada.
— Discutimos porque cree que tiene derecho a decirme qué decir o hacer, no es dueño de mi vida, me quedo en su casa porque no tengo donde más ir y no quiero seguir vendiéndome, pero es tan ególatra y ugh — podría gritar de la frustración—. Quiero arrancarle la cabeza.
— Bienvenida a nuestro mundo — Dijo Roman, otro de los chicos, inclinándose hacia nosotros, interrumpiendo su caminata por el pasillo— Salud por eso.
Repartiendo pequeñas botellas de vodka. Estos chicos están locos.
— Chicos... se me parte la cabeza y no he comido nada, no creo que sea buena idea beber.
Sigo ebria.
— La forma más rápida de superar la resaca es bebiendo otro poco de alcohol — Dijo Aless, abrió la botella por mí y me la extendió— Está confirmado, pregúntale a cualquiera de aquí.
Recibí la botella encogiéndome de hombros, y me la empiné bebiendo el contenido, arrugándome ante la sensación de ardor, siguiendo los consejos de estos sabios hombres que me rodean.
Abrochamos los cinturones ante la señal que encendió el piloto y en pocos minutos ya estábamos en el cielo, nos esperan tres horas directo a Rusia, dónde mis pesadillas iniciaron, y espero que Caesar no salga de ese maldito cuarto para así poder poner mis demonios en orden.
— Ahora comamos algo, traje para todos — Dijo Vitto, levantando una mochila gigante—. O vamos a morir de un coma etílico, bastardos, cual de todos está más ebrio, no podemos rendir bien en estas condiciones.
Todo el mundo carcajeó, alabando a Vitto y sus sándwiches de jamón y queso, doble queso, ese hombre debe amarnos demasiado para poner doble queso en el sándwich, debe amarnos mucho para que se le ocurriera traer comida para todos.
Literalmente volví a la vida luego de comer eso, creo que debo poner un altar a Vitto por alimentarme antes de morir de un coma.
Hoy me di cuenta que veo el mundo diferente luego de comer, estaba furiosa con Caesar antes de ese sándwich, ahora veo al jefe como un tonto que adora el drama y el berrinche. He encontrado la solución a mis problemas.
***
El viaje transcurrió entre risas, juegos de cartas y fotografías, nos sacamos un montón de fotos, estos chicos son agradables, me incluyen en sus planes y conversaciones, y para nada me ven como si fuera la próxima comida en su plato, Caesar exagera, y es que él no tiene idea de los vínculos que se forman en una borrachera, de seguro don estirado, ególatra, intocable no tiene idea de lo que es.
Bajamos del avión entre risas y tropiezos, Caesar dijo que primero iríamos al hotel, los cuartos se comparten en pareja, y como nadie quería ir con Satán en persona, me lanzaron a los leones, ahora tengo que dormir tres noches con don aburrido, así no podré escaparme con el resto.
Bueno... no es como si tuviera que pedir permiso, eso ya lo aclaré con mi dueño nuevo.
— Cámbiate de ropa, iremos con Mijail, hay nieve, no sé si eso sea un problema para ti.
Lanzando una maleta a la cama en mi dirección, ignorándome ligeramente mientras toma la otra y se ubica frente a mí para tomar sus cosas.
No respondí, en cambio abrí la maleta, maravillándome al encontrar ropa para mí, tomando pantalones gruesos, una camiseta de polar, un suéter, un polo y una chaqueta, también calcetines de lana largos, tomé todo y lo llevé al baño para vestirme rápidamente antes de que su alteza real decida que tardo demasiado y quiera aplastarme la cabeza contra los azulejos.
Regresé al cuarto calzando las botas entre saltos al verlo ponerse de pie observando la hora, se ve apurado, es más, comenzó a avanzar hacia la salida, me va a dejar aquí el muy cabrón.
— Vamos.
Dijo apenas notó que comencé a saltar con una bota puesta y la otra en la mano para seguirlo, mi bolso colgado al cuello, rebotándome contra el pecho, quise lanzarle el calzado a la cabeza, el cabrón se está riendo de mí, lo disfruta.
Lo seguí por el ascensor ya con ambas botas puestas, cruzamos la puerta principal y salimos observando el nevazón que se nos viene encima, estar en rusia, en un día nevado, dónde los pies se te hunden en la nieve, no es algo que ayude a mi subconsciente a estar tranquilo, me vi en la patética necesidad de acercarme a Caesar, sujetando la manga de su chaqueta, temblando.
— ¿Tienes frío?
Preguntó, observándome sobre su hombro con una ceja alzada, queriendo retirar su manga de entre mis dedos.
— No.
Respondí tirando de él más fuerte para que no se me escapara.
Suspiró con cansancio, rodando los ojos, tirando de su brazo más fuerte hasta que logró zafarse, y rodeó mis hombros con este, colocándome el gorro con su mano libre.
— No te va a pasar nada estando conmigo, ni la nieve, ni Mijail puede lastimarte, dije que te cuidaría, me jodes y te odio a ratos, pero cumplo mis promesas, voy a cuidarte.
Levanté la cabeza, observando su perfil.
— Te perdono por ser un idiota antes.
Sonreí, viendo al frente otra vez, divisando el auto.
— No estaba pidiendo perdón.
Respondió.
— Lo que dijiste antes sonó a "Lo siento por ser un idiota que te aísla del mundo, Natasha" — imitando su voz—. "Seré menos mandón y te protegeré de lo que sí puede lastimarte".
Sonrió de lado, negando, mientras abre la puerta del auto para mí.
— Eres un dolor en el culo, Natasha.
Me deslicé por el asiento, esperando a que entrara él.
— Sí, y tendrás que tolerarme por mucho, mucho tiempo, jefe.
— Que no soy tu jefe.
Respondió, cerrando la puerta.
— Pero podría.
Señalé.
— Aún no.
Me encogí de hombros, dándole tregua, al menos limamos asperezas, al menos conseguí algo parecido a una disculpa de su parte.
***
Miré por la ventana el paisaje que se despliega delante de mí, estamos en Kostrova, cruzando de la parte bonita hacia la precariedad, dónde yo solía vivir, las personas se acercan a los autos con ojos hambientos, buscando una oportunidad, el invierno es cruel para ellos, lo fue para mí. El invierno significa hambre, significa dolor, significa perdida y muerte.
— Caesar...
Las personas están demasiado cerca, nos van a parar, van a robarnos todo, me van a vender de nuevo para obtener dinero.
— Caesar... Caesar... ¡Caesar!
Saltando sobre sus piernas, escondiendo mi rostro en su cuello, apretando la tela de su ropa bajo mis puños, tenía tanto miedo que sólo quiero fundirme con su cuerpo y que nadie pueda encontrarme jamás.
— Caesar... la nieve es peligrosa... las personas son peligrosas... Pasar por aquí es peligroso... Hay que ir a casa, regresemos ¿Sí? Por favor...
Suspiró de forma sonora, acariciando mi espalda, usando parte de su chaqueta para cubrirme, levantó mi mentón para que lo mirara, mi vista sigue desviándose hacia la ventana, pero Caesar giró mi rostro para que lo mirara otra vez, sujetándome con fuerza para que no pudiera escaparme.
— Conmigo aquí, nada va a pasarte, Natasha, sé que este lugar te trae malos recuerdos, pero debía venir, Mijail viene todos los inviernos para conseguir mercancía nueva, la gente está tan desesperada por dinero que venden a sus hijas cada año, este idiota debe estar en eso otra vez.
— ¿Me juras que nada va a pasarme?
Susurré.
— Te lo juro.
Asentí, creyendo en sus palabras, escondiendo mi rostro en su cuello otra vez, cerrando los ojos, disfrutando de su olor, su calor, y su mano perezosa que acarició mi espalda hasta que el auto se detuvo.
— Recuerda, tienes que ser una perra — Apoyando un arma fría en mi mano—. Nadie puede hacer nada contigo, porque tienes a la mafia italiana de respaldo, ese es tu lugar, junto a los perros y junto a mí — susurró, ya todos están fuera—. Estaré todo el tiempo contigo, así que no te preocupes.
Besó mi frente y abrió la puerta, rodeó mi cintura y me hizo bajar junto a él sin esfuerzo alguno, Mijail palideció cuando vio al jefe en su territorio, viéndolo recolectar personas como si fuera una festividad anual.
El lugar está lleno de flores y globos de colores, hay música, un camión repleto de chicas llorando arriba, y frente a Mijail, una fila interminable de personas, maletas de dinero van de allá para acá, y las chicas visten sus mejores ropas, están bañadas, cosa extraña, las prepararon para hoy, sabían que el maldito de Mijail vendría hoy.
Levanté el arma y disparé tres veces al cielo, escuchando el miedo de las personas que curioseaban cerca de los autos.
— ¡Váyanse a su maldita casa! ¡Ahora!
Disparado al cielo dos veces más.
Todos los aldeanos salieron despavoridos, incluidas las chicas que Mijail había comprado, aprovechando su oportunidad. Espero que no las obliguen a volver.
— Vaya, vaya, vaya ¿A quién tenemos aquí?
Mijail me observó de pies a cabeza, sonriendo ladino, acercándose.
Hice uso de todo mi autocontrol para no temblar, no bajar la cabeza y mantenerme en mi sitio, no debo avergonzar a mi nuevo dueño.
— Natasha Mironova — saboreando mi nombre en esa sucia lengua—. Siempre capturando peces gordos, veo que tu amor por el dinero no cambia.
Levantando su mano para tocarme, antes de poder lograr su cometido, empujé su mano con mi arma, sonriendo.
— Hay cosas que no cambian — rodeando el brazo de Caesar con los míos—. Pero aquí no soy puta, sólo sicaria, así que piensa muy bien las excusas que vas a dar, porque a mí me pagan por meter balas por el culo, y tú fuiste mi profesor, sabes muy bien de lo que soy capaz.
— También te enseñé a usar la lengua — sonriendo ladino—. Y otras partes de tu cuerpo ¿No pusiste eso en tu curriculum?
Temblé, no pude evitarlo, Mijail fue mi pesadilla por mucho tiempo. Lo odio.
— No fue necesario — interfirió Caesar—. La chica que atrapa peces gordos es mi novia — rodeó mis hombros con su brazo—. Puede gastar todo el dinero de la cuenta corriente si se le da la maldita gana. Me contó sobre las atrocidades que le hiciste, y como yo tenía cuentas que saldar contigo, me dije ¿Por qué no matar dos pájaros de un tiro?
Cargando su arma.
Aless pateó a Mijail por la espalda, obligándolo a arrodillarse en la fría nieve.
Dos sujetos lo inmovilizaron, el resto se encargó de mantener a sus hombres en su lugar.
Caesar no mentía, estoy más que segura aquí con la mafia italiana.
— Te cortaré la lengua para darte una lección, por toda la mierda que sale de tu boca — Santino le entregó unas grandes pinzas al jefe—. Y por no cumplir mis reglas. No olvides que yo soy el jefe — me soltó—. Y los tratados se cumplen. Ábranle la boca.
Me quedé tras Caesar, cerrando los ojos, escuchando con total claridad los gritos de Mijail, luego sonidos sin sentido, después... nada.
Abrí los ojos, asomándome con lentitud, viendo la sangre caer a borbotones y manchar la blanca nieve, la lengua se la dieron a un hambriento perro que gustoso se la llevó, Caesar se quitó los guantes, lanzándoselos en el rostro, sonriendo como un puto loco mientras se pone de pie, enviando una corriente eléctrica que me subió por el espinazo.
— Si no cumples con lo pactado, vendré a cortar otra parte de tu cuerpo — aplastando su pene con su grueso zapato—. Para que no vuelvas a violar a niñitas, pedófilo de mierda, te recordaré las reglas para que no vuelvas a olvidarlas. No vendemos personas — Dándole un pisotón que hizo vomitar a mi ex dueño—. No obligamos a nadie a prostituirse, y no usamos niños como camellos, no contratamos niños, ellos merecen algo mejor que esta mierda, así que avísame si no puedes cumplir con estas simples reglas para matarte de inmediato, no necesitamos escorias como tú.
Pateó su rostro y dio media vuelta, levantándome sin ningún esfuerzo, posando su mano en mi trasero para cargarme, inconscientemente rodee sus caderas con mis piernas, y su cuello con mis brazos.
— Ah, olvidaba agradecerte por venderme — dije—. ¿Atrapé un pez muy bueno no crees? — Regocijándome al ver a Mijail orinado y muerto del miedo en el piso, él no merece compasión—. Y no le conté todo lo que me hiciste, si lo hubiese hecho, él te habría matado.
Caesar me dio tres palmadas en la espalda que se sintieron cómo si me felicitara, me dio valor.
— ¡Jódete!
Le grité al hombre que dejábamos atrás, mostrándole mi dedo medio con ambas manos, sintiendo un peso menos en mi pecho, acabo de ser vengada.
— ¡Tacha! ¿Eres tú? ¡Tacha!
Giré mi rostro en dirección a esa voz, Alexey intenta abrirse paso para llegar hasta nosotros, guerreando con los hombres de Caesar que no le dan tregua, uno de ellos se cansó y cargó su arma, apuntándole a cabeza.
— ¡Esperen! ¡Esperen, por favor, esperen!
Pataleando para ser bajada.
— ¿Lo conoces?
Preguntó Caesar, bajándome al piso al verme tan afectada.
— E-es mi hermano.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top