Capítulo 5

NATASHA.

Siento que llevo horas aquí, horas aburridísimas y ya quiero perforarme el cráneo con el lápiz que mordisqueo mientras me balanceo en la silla, esperando a que el profesor revise las pruebas que acaba de hacerme, un montón de ellas. Revisarlas todas le tomaría una eternidad, al menos me dejó elegir el idioma, porque sólo sé escribir y leer en ruso, pero el resto de los idiomas que me enseñaron durante mis años de puta apenas y los hablo.

Suspiré de forma sonora, entreteniéndome como lo hacía en el burdel con las chicas, intentando averiguar vidas y personalidades dependiendo de lo que viste el posible cliente. En esta ocasión, tengo frente a mí a Luciano, profesor particular de un montón de asignaturas para niños retraídos o retrasados, cómo a Santino le gusta pensar, cree que soy tonta, llevaba el cabello bien engominado hacia un costado, demasiado engominado a mi parecer, Sara hubiese dicho que es por la falta de confianza en él mismo, es preferible cortarse el cabello como la mayoría hace para no destacar ni parecer ser un perdedor, se mantiene en el limbo, luego está esa fea camisa a cuadros, una corbata que pareció pedírsela a su abuelo y un suéter sin mangas, demasiado soso, y el hombre no parecía tener más de cuarenta, cuarenta y cinco como máximo, no es feo, admito, me acostaría con él.

La camisa a cuadros por lo general expresa orden, seriedad y compromiso con lo que se está realizando, y el suéter podría significar el freno que le pone a sus deseos que lo harían caer en la ansiedad, sus dedos amarillentos y duros, las uñas cortadas de forma irregular, probablemente lo hace con los dientes, tiene heridos los costados de sus dedos pulgares, probablemente es o era fumador y lo está dejando, le está costando la tarea.

Puede que en ocasiones sobre piense todo, el problema es que desde que entré en el negocio de la mala vida, se me inculcó que una prostituta no sólo debía servir para el sexo. Nosotras recibimos una gran variedad de hombres y mujeres a diario, personas que quieren sexo, otras que sólo quieren hablar, chicos que quieren perder su virginidad mientras les enseñan cómo tocar a una mujer, sujetos que nos utilizan como su psicólogo personal, otros que sólo piden acariciarles el cabello mientras los dejamos apoyar la cabeza en nuestro regazo.

Sirvo para follar y para calmar solitarias almas en pena en busca de consuelo, y todas esas experiencias me hacen analizar a las personas que tengo en frente, intentando descifrar qué necesitan, en qué puedo servirles.

Yo sólo sirvo para servirle a alguien más, alguien que me diga que hacer, como dijo Caesar, necesito alguien que me adiestre, me ponga un collar y no me abandone, porque no sabría que hacer por mi cuenta ¿Cómo sabría? Si siempre he actuado a partir de los deseos de alguien más.

— ¿Señorita Mironova?

Todo estaba en silencio, lo único que puedo escuchar en esta solitaria biblioteca es el ruido de las hojas al rozarse y el sonido del lápiz sobre el papel, su voz interrumpió el hilo de mis pensamientos, haciéndome perder el equilibrio de la silla, casi termino con la cabeza partida en dos por mis descuidos, fue el profesor quien sujetó mi brazo justo a tiempo para evitar la desgracia, provocando que se me abrieran las heridas, chorreando gotas por mi piel, impactando con el piso.

— ¡Lo siento mucho! — se disculpó demasiado rápido a mi parecer—. No fue mi intención lastimarla.

Palideciendo a una velocidad impresionante.

Bueno, Caesar lo contrató, el pobre debe estar cagándose en los pantalones pensando que el jefe se enojará por lastimarme, lo que no sabe es que al jefe le vale tres huevos todo lo que ocurra a su alrededor y siempre y cuando las cagadas no lo salpiquen a él.

— No se preocupe por esto — moviendo mi mano hacia los lados frente a mi rostro, restándole importancia—. No lo curé bien, hubiese terminado peor si no me ayudaba, gracias.

Sonreí.

Viendo al hombre respirar aliviado mientras yo me limpio con la misma camiseta que llevo puesta, solucionando el problema.

— ¿Qué intentaba decir antes? Estaba muy ocupada apreciando la nada en mi cabeza.

Apoyando las manos en el gran escritorio, intentando parecer interesada en lo que saliera por su boca.

— Sí... es que... el señor Marchetti me explicó que usted no asiste a la escuela desde los catorce años y todas las pruebas, en ruso, claro, de la asignatura que sea... todo es correcto... ¿Cómo...?

Otro más que cree que soy bruta.

— Soy una persona muy culta —Me defendí—. Además, las chicas con las que trabajé siempre me inculcaron que debía saber más que sólo abrir las piernas, ellas me enseñaron a leer y escribir, me enseñaron idiomas para cuando cambiara de país, geografía para saber dónde estaba parada, matemáticas, soy muy buena con los números, ciencias, ciencias políticas, música, artes plásticas y escénicas, lo que se le venga en mente, yo lo sé.

>>Me ofende que sólo me vean por mi expediente público, hay muchas cosas que censuraron. En ocasiones nos llegaban cerebritos que se preparaban para exámenes de ingreso a la universidad, no podían relajarse, así que lo ayudábamos a hacerlo, y el resto del tiempo lo ocupaban estudiando, es cuando prestaba atención, pidiéndoles que hablaran en voz alta mientras realizan sus ejercicios, les ayudaba a la memoria y yo aprendía.

Asintió sorprendido, probablemente pensó que sí soy estúpida, como Santino le dijo antes de abandonar el cuarto, o quizá le sorprende que hable de mi rubro cómo si tuviera años de experiencia (Lo cual es correcto) cuando sólo tengo 17 años.

— Mira, en tu situación, lo que puedo hacer es que realices los exámenes globales de cada grado, si apruebas, puedo entregarte tus certificados para que tengas la colegiatura completa, no creo que sea problema para ti, pero no tengo eso impreso.

Me levanté de golpe, apoyando ambas manos en el escritorio, viendo brincar del susto al pobre hombre, creo que debo moverme más lento o haré que le dé un infarto, se le nota en la postura que no desea estar aquí, lo que me hace pensar en los medios persuasivos que mi nuevo dueño empleó para traerlo.

— ¿Tiene los archivos por ahí? ¿Un pendrive?

— S-sí, los tengo.

— Yo puedo ir a imprimirlos — Es mi oportunidad de evitar que Caesar me obligue a estudiar, yo no soy tonta, no necesito que me trate cómo una cría—. Le diré al jefe que lo haga.

— ¿Está segura de que no le molestará eso? ¿Saldré vivo de esta casa?

Carcajee.

— Claro que sí, el jefe es peligroso sólo cuando lo provocan.

Eso no tranquilizó al pobre profesor que me entregó el pendrive con manos temblorosas, lo tomé con rapidez y volé fuera de la biblioteca acercándome al primer hombre que vi, todavía están con la limpieza, muchos cuerpos que desaparecer y sinceramente no sé cómo lo harán, ya veo por qué el pobre hombre que me hizo las pruebas cree que no vivirá, si hay más muertos que vivos en esta casa, llegó en mal momento.

— ¡Hola! ¿Sabes dónde está el jefe? Tengo que pedirle un favor. Por cierto, mi nombre es Natasha, puedes decirme Nat, lo siento, olvido los modales, y perdón el acento, no estoy acostumbrada al idioma, de saber que viviría en Italia, lo hubiese tomado más en serio cuando me lo enseñaron.

Sonriente, estiré mi mano hacia él para saludar

¿Estaré hablando demasiado? La gente odia cuando hablo demasiado, pero la ansiedad de conocer personas nuevas hace que se me suelte la lengua.

— La chica de la ruleta rusa — carcajeó—. Santino nos contó que el jefe intentó volarte la cabeza y no funcionó, chica con suerte — extendió su mano, estrechando la que le ofrecí—. Soy Vitto ¿Irás a lo de esta noche?

— No me lo perdería por nada — Moviendo la mano con más efusividad de la necesaria—. Mi suerte debe ser aprovechada ¿No crees?

Asintió sonriente, soltándome.

— El jefe está en su despacho, sigue el pasillo, la puerta de la derecha, justo al costado de los jarrones que atravesaste a punta de balas.

Riendo otra vez.

— Era mi momento de aclarar que no sólo sé esconderme detrás de él y fingir que soy indefensa.

Expliqué.

— Y lo hiciste, por algo te dio la oportunidad de alcanzar la mayoría de edad primero, si no le importaras te pondría a trabajar de inmediato, tus habilidades lo dejaron muy sorprendido, todos sabemos de tu fobia, el jefe nos advirtió, pero te vimos disparando y divirtiéndote tanto en el patio que parecías en tu ambiente.

La sorpresa se le nota en el rostro, le brillan los ojos al recordar la adrenalina del momento ¿A quién no le gusta un buen ajuste de cuentas y tantita sangre?

— Caesar dijo, recuerdos malos por buenos, eso hice.

— ¿Una guerra cruzada y balas rozándote la cara es un recuerdo bueno para ti?

Dijo.

Ladeando la cabeza, viéndome como si estuviera loca.

— Me estaba divirtiendo, me gusta la adrenalina.

Desordenó mi cabello, tratándome como una niña.

— Ve con el jefe, debo terminar de limpiar el lugar, el Zar odia que su casa no esté pulcramente limpia.

Alejándose por el pasillo.

— ¿El Zar?

Pregunté.

— ¡Caesar! ¡Zar es su apodo!

Gritó para que lo escuchara, volviendo a lo suyo.

Zar. Me gusta ese apodo, se escucha cómo el nombre de alguien fuerte e imponente, cómo Caesar con sus hombros anchos y su estatura, ese hombre debe medir cómo dos metros, siempre va serio, pero cuando sonríe tétrico con esa media sonrisa suya se le forman hoyuelos, el cabello siempre lo lleva organizado hacia atrás, hoy descubrí que en realidad tiene el cabello enrulado, húmedo cayendo sobre su frente se ve mucho mejor ¿Y ese abdomen? Ocho tabletas tan duras que probablemente me dolería la cara si me rozara con ellas ¿Y ese paquete que tiene entre las piernas? Nunca vi nada parecido y yo he visto muchos penes, todo en él es grande, todo en él es glorioso, carajo.

Dejé de fantasear parando frente a la puerta que antes Vitto señaló, tocando tres veces antes de escuchar su voz al otro lado, permitiéndome el acceso, cosa que hice, paseándome por su despacho, tocando todo lo que me llamó la atención, desde los estantes con libros, sus armerías con diferentes armas organizadas por calibre y tipo de daño a provocar, su globo terráqueo gigante, esos sillones de cuero negro, la mesa de cristal, las alfombras color caoba, los...

— Jefe ¿Tenemos impresora?

Recordando de pronto a qué vine aquí, soy fácil de impresionar y fácil de distraerse.

— Primero los saludos — Mencionó sin observarme— Y segundo ¿Tus ojos no funcionan?

Señalando la impresora sobre su gran escritorio ¿Después por qué dice que soy estúpida?

— Buenas tardes ¡Oh Dios de Italia, dueño de Roma! — fingiendo una reverencia, irónica— ¿Me arrodillo y le hago unas plegarias, o mejor, comienzo a rezarle? ¿Qué prefiere? Un Padre nostro, o un Ave, o Maria, piena di grazia, o un angelo custode? Usted decide.

Vi con detenimiento cómo medio sonríe y se quita los lentes, levantando la vista para darme su atención.

Oh mierda... me encantan los hombres con lentes, Caesar se ve realmente caliente con lentes.

— Cuando yo haga que te arrodilles, no será precisamente para rezar, principessa.

Tomé una larga respiración, sintiendo el cosquilleo familiar en mi vientre bajo, incapaz de frenar las imágenes que mi mente proyecta.

Yo, arrodillada entre sus piernas, besando la punta de su grande e hinchado miembro, rodeándolo con ambas manos, masturbándolo sin quitarle la vista de encima, casi puedo saborear su hombría en mis papilas, se me llena la boca de saliva sólo de imaginar el placer que ese pene me daría, cómo robaría mi aire, cómo me ahogaría...

— Natasha ¿A qué venías?

El muy hijo de puta sabe lo que estoy pensando, no deja de sonreír, mostrándome esas malditas margaritas, inclinando su cuerpo hacia adelante, dije que no parecería tan accesible, debo ser fuerte ante la tentación del Dios que tengo en frente ¿Qué Dios? Del maldito diablo que me devuelve la mirada, después de todo, yo tengo pase VIP al infierno, Caesar es tentación, un peligro para mi cordura, pero que condena más deliciosa sería vivir montándome a ese hombre...

<< ¡Concéntrate Nat! >>

Carraspee.

— Necesito imprimir unas pruebas globales para tramitar mis títulos hoy mismo.

Dije, acercándome al escritorio fingiendo normalidad.

— Pero... ¿Y las clases? Ese profesor de pacotilla —Apretando el lápiz con fuerza, partiéndolo en dos—. Le voy a romper las manos para que no pueda volver a ejercer, ese estúpido...

Levantándose del escritorio, dispuesto a salir y cumplir su amenaza.

— Oye, jefe, escucha el resto de la historia primero.

Cruzándome en su camino, apoyando las manos en su pecho, un pecho muy duro... ¿Y si bajo las manos por accidente?

<<Natasha Mironova ¡Céntrate!>>

— No hay resto de la historia, un incompetente es un incompetente.

Intentando caminar otra vez, en realidad está siendo considerado, a mí podría partirme cómo una ramita, aun así, me aproveché del pánico apoyando mis manos en su abdomen, más accesible a mi altura, sí, Caesar no sospechará que sólo intento tocarlo un poquito más antes de que se aburra a jugar a que puedo detenerlo y me aparte del camino.

— Me hizo un montón de pruebas, de todo, todas las materias.

— ¿Y entonces? ¿Por qué no te está enseñando nada? No tienes clases hace años, se supone que él...

— Caesar, aprobé todos los exámenes, podré no haber ido a clases, pero no soy estúpida — lo miré sin apartar las manos de su duro abdomen—. El pobre no tiene nada que enseñarme, por eso haré las pruebas globales, si apruebo, consigo mis títulos y ya está.

Me observó confundido, ladeando la cabeza lentamente. Parece un niño a quien acabo de impedirle ir y realizar su actividad favorita, desilusionándolo.

— ¿Si te hago resolver un ejercicio de matemáticas de último año, podrás hacerlo?

— Hasta con los ojos cerrados ¿Quieres probarme?

Asintió, caminando de regreso a su silla tras el escritorio, mis manos sintieron en seguida la ausencia de esa maravilla dura contra mi palma.

— Toma asiento.

Palmeando su regazo, tecleando algo en su computadora, como si lo que me pide fuera lo más normal del mundo.

Al ver que no me muevo de mi posición y sigo procesando su acción, levantó la vista, alzando una ceja en mi dirección.

— ¿Qué no oíste? Siéntate.

Nunca antes me sentí intimidada por un hombre, normalmente yo los intimidaba, mi personalidad podía cohibir hasta al más osado, pero Caesar... su altura, su voz, sus manos, su cuerpo... su olor... todo de él enciende mis sentidos y me obliga vergonzosamente a estar nerviosa.

Tragué grueso antes de aparentar calma y caminar hasta él, tomando asiento sobre una de sus piernas, observando las tres pantallas frente a mí, también una hoja, un lápiz y una calculadora.

Dos ejercicios.

Mi pulso martilleándome la piel.

— Tienes cinco minutos.

Apoyándose en el respaldo de su silla, una mano apoyada en el reposabrazos, y la otra cómodamente en mi espalda, manteniéndola ahí, irradiando calor a través de la tela.

Admito que es un reto realizar estos ejercicios en esta posición, tan cerca de la tentación, intentando concentrarme y no pensar en...

¡Lo hizo a propósito!

Quiere que me equivoque, quiere que mi cabeza piense en su mano, su cuerpo bajo el mío, su respiración rozándome la mejilla cuando se inclina para mirar cómo voy. Él quiere que no apruebe, quiere seguir tratándome como una mocosa, y quizá las clases lo hacen aterrizar, pensando en la edad que tengo y lo que me faltaba por vivir, aún no se da cuenta de que ya me salté muchas cosas que no podré recuperar, tiene que aceptar los hechos, yo no soy una niña, me robaron esa etapa hace demasiado, yo soy una mujer.

— Terminé.

Mostrándole la hoja repleta de números y los resultados enmarcados al final, dejándome caer apoyada contra su pecho, demasiado esfuerzo puse en ignorarlo mientras hago a mi cabeza trabajar.

— Veamos que tan bien lo hiciste.

Acomodándose en la silla, cruzó sus brazos por mi cintura, extendiéndolos hacia el escritorio rozándome en el proceso, tomando la hoja, apoyando su cabeza en mi hombro para observar.

— Mmm... eres muy organizada ¿Dónde aprendiste? El primero es correcto, revisaré el otro.

— Follando con nerds o leyendo libros que explicaban las matemáticas, las chicas con las que trabajaba también me enseñaron mucho.

Expliqué.

— Ambos están buenos, no tardaste tanto como pensé. Y no vuelvas a mencionar que follaste con otros, no es correcto decir follar como si fuera una actividad cotidiana que pudiera ser dicha en cualquier contexto.

Sonó desilusionado, luego su voz cambió a un tono más... molesto.

Curioso.

— Señor, en veinte minutos tiene la reunión por videollamada con Mijail... ¿Interrumpo?

Santino tenía la vista pegada en su tableta cuando entró, pero al levantar la cabeza y vernos tan pegados, calló.

— N-no, yo sólo vine a pedir que imprima unos exámenes globales para obtener mis títulos.

Quise moverme, avergonzada de ser pillada en una posición tan comprometedora, pero los brazos de Caesar se cerraron a mi alrededor, impidiéndome el libre movimiento.

— Yo pensé que eras estúpida.

Mencionó Santino con total confianza, sin inmutarse por mi posición, no le sorprende.

— Yo también lo pensé.

Dijo Caesar, ambos riéndose a costa mía.

— JA JA JA Que humoristas amanecieron hoy —Ofendiéndome—. jefe ¿Puede imprimir mis pruebas? Estoy haciendo esperar al profesor.

Intenté levantarme, pero apretó su agarre, impidiéndome levantar mi trasero de su pierna, tomando el pendrive con la mano que liberó, conectándolo a la computadora, todo con una sonrisa inocente en su boca, usando su otro brazo para apresarme.

— ¿Tienes prisa?

Preguntó.

— Sí, me estás apretando y justo donde tienes la mano, tengo una rozadura de bala — levantando mi camiseta, permitiéndole ver mis bragas en el proceso— ¿Lo ves? Abriste mis heridas, mira mi brazo — señalé el parche que ya estaba empapado en sangre desde antes—. Eres un bruto.

Jaló la camiseta hacia abajo para cubrirme otra vez, sentí su pene hincharse bajo mi peso, pero antes de poder celebrar mi triunfo por ponerlo cachondo, Caesar se levantó, cargándome sobre su hombro, sujetando la camiseta en todo momento para que no se me vieran las bragas, mirando a Santino.

— Imprime los exámenes de Natasha, llévaselas a su profesor, me encargaré de esto primero.

Cuando dice Esto, muchas cosas se me pasan por la cabeza, como: Mi rebeldía, mis heridas, mis faltas de respeto, el levantarme la ropa con dos sujetos presentes, su pene...

Aunque espero que sea la última, soy muy buena encargándome de ello.

— Pero señor... la reunión con Mijail Volkov...

Dijo Santino, siguiéndonos fuera del despacho.

— Volveré enseguida, diez minutos. Encárgate de lo que pedí.

— Sí señor.

Cruzamos el pasillo y caminamos directo a las escaleras, pude ver como un hilillo de sangre escurre por mi brazo, estoy bastante lastimada y no he comido nada, tengo un poco de frío también, y quizá me de vuelta el lugar un poquito.

— Jefe... creo que no me siento bien...

Viendo los escalones dobles mientras subimos y subimos.

— Lo sé, por eso te estoy subiendo, no curaste tus heridas como es debido y llevas el cabello húmedo con este clima, podrás saber de matemáticas, pero eres una estúpida de todas maneras por no cuidar de ti.

Entrando a su cuarto, depositándome cuidadoso sobre su cama, analizándome de pies a cabeza con el ceño fruncido.

¿No nos encargaremos de su pene entonces?

— Quítate la camiseta, iré por el botiquín.

Si me lo pide así... sí me da vergüenza, al menos tuve la decencia de ponerme sujetador bajo la camiseta hoy, cosa rara, así no estaría con las tetas al aire.

Apreté la camiseta contra mi pecho, viéndolo regresar a la cama sin mirarme más que con molestia, acuclillándose frente a mí.

— ¿Dónde dejo la camiseta? No quiero ensuciar nada.

Mencioné.

Acercó la papelera, tomó la camiseta y la lanzó dentro, repitiendo el proceso con todos los parches que quitó de mi cuerpo, observando las heridas con preocupación, ya no hay miradas juguetonas.

— Estás pálida ¿Almorzaste?

Levantando la cabeza apenas escuchó un quejido salir de mis labios, intentando ser más cuidadoso al iniciar las curaciones otra vez.

— No... no he comido nada luego del desayuno.

— ¿Y eso por qué?

Sonó más duro de lo necesario.

— Sucedieron muchas cosas, no tuve tiempo.

— Pediré al servicio que lleven unos dulces y chocolate caliente a la biblioteca, asegúrate de comer bien, no tienes buen rostro.

— Gracias, jefe.

— Deja de llamarme jefe, tú no trabajas para mí.

Frunciendo el ceño, apretó la quijada y comenzó a tratar las heridas de mis costados y la cintura, observando el corte profundo en mi cadera, sus dientes chirrearon en protesta a la fuerza con la que los aprieta.

— Estoy bien... Zar — apoyando mi mano en su hombro—. No le di importancia a mis heridas porque no son las peores que he tenido, estoy bien, en serio.

— Aquí, conmigo, se supone que no debías lastimarte, con ese fin te traje aquí, para que no volvieras a lastimarte.

Ahora me siento culpable porque él se siente culpable, estoy bien, se lo dije.

— Yo decidí involucrarme, tú no me hiciste esto.

— Vas a necesitar puntos en la cadera, te pondré un poco de anestesia para suturar, sé lo que hago ¿De acuerdo? Estarás bien.

Dejó el cuarto sin dejarme responder, regresando minutos después con un segundo botiquín, observándome extrañado.

— ¿Por qué me miras así?

Preguntó, arrodillándose frente a mí.

— Es que... nadie se preocupó tanto por mí antes... me siento extraña.

— Eres mi protegida, no esperes menos que esto, nunca — sin apartar la mirada—. Recuéstate en la cama de costado, sería mejor que te quitaras las bragas, el corte pasa justo debajo de estas y necesito suturar.

¿Por qué siento tanta vergüenza al desnudarme ahora? No es como si fuéramos a hacer algo, sólo quiere ayudarme...

— Ten esto, para que no te sientas incómoda, no miraré.

Entregándome una manta y luego volteó el rostro, cruzándose de brazos, todo un caballero.

Un poco nerviosa, tiré de las bragas, deslizándolas por mis piernas, cubrí el frente con la manta y me acosté en la cama de costado, exponiendo el corte en mi cadera.

— Estoy lista.

Dije.

Sólo entonces Caesar volteó, comenzando a trabajar.

Preparó un campo quirúrgico en segundos, alineando el cuadrado libre con mi herida, todo con guantes estériles por supuesto y su arsenal listo para ser tocados sin contaminar, sentí un leve pinchazo, explicó que estaba colocando anestesia local para que no sintiera dolor, esperó lo suficiente y comenzó a trabajar en ella, sólo podía ver la aguja al ser levantada y el rostro concentrado de Zar, no mentía, él sabe lo que hace.

Para cuando terminó, eliminó todo lo que ocupó y observó mi cuerpo en busca de más heridas, tiene todo cubierto, sólo falta la de mi rostro.

— Te prestaré un bóxer mío por ahora, tus bragas son demasiado ajustadas y es necesario que la herida respire — dijo, ayudándome a tomar asiento en la cama—. No debes hacer fuerza, no hagas ninguno de esos movimientos locos tuyos, quédate tranquila ¿De acuerdo?

Asentí.

— Ya regreso.

Fue hasta su walk in closet, regresando con una camiseta y ropa interior limpia entre las manos, observándome aún con la manta apretada contra mi pecho para cubrir mi desnudes.

— ¿Necesitas ayuda?

Viendo que apenas y respiro, sin moverme para recibir lo que él me trajo.

Por primera vez he conocido lo que es el pudor.

— N-no, puedo sola.

— De acuerdo.

Dando media vuelta, apoyando las manos en sus caderas, dándome privacidad de nuevo.

Me levanté con cuidado de la cama, la anestesia no me permite sentir dolor, pero sí siento la piel tirante y me da miedo hacer que la herida se abra si me muevo demasiado brusco, por lo que tomé mi tiempo para deslizar las piernas por el bóxer que me queda grande, subiéndolos hasta mi cintura, sujetándolos ahí.

— Estoy lista.

mencioné de pie, la manta sobre la cama, viéndolo voltearse, repasando mi cuerpo de pies a cabeza, respirando profundo.

— Se supone que también debías ponerte la camiseta.

Tomándola él mismo.

— Ah...

Fue todo lo que dije, permitiéndole ayudarme a meter la cabeza primero, luego tomó mis brazos, uno primero y luego el otro para terminar de vestirme, dejando caer la tela para cubrir el resto de mi cuerpo.

— Ahora tu rostro, ven aquí.

Lo dejé curarme y poner pomadas sobre el pequeño moretón en mi mejilla, y antes de que el corazón me fallara y terminara teniendo un infarto por lo amable que ha sido conmigo, agradecí y dejé el cuarto corriendo, bajando las escaleras con precaución hasta la biblioteca, dónde el profesor espera entre alarmado y aburrido.

¿Cómo no? Si lo hice esperar como veinte minutos... Caesar llegará tarde a su reunión con... Mijail, el hombre al que mamá me vendió. Estaba tan nerviosa por sus acciones que no tuve oportunidad de preguntarle el porqué de la reunión.

¿Querrá devolverme? ¿Sus acciones serán cómo el maldito de judas? ¿Es esto un ultimo favor antes de regresarme a la trata de personas? ¿Me vendió porque averiguó cuanto valgo en el bajo mundo?

— Deme esas pruebas, siento que podría hacerlas corriendo — dije al profesor—. No tiene idea de lo que me pasó, ha sido el día más adrenalínico de mi vida.

Ahora tengo miedo, quizá no me quede mucho tiempo en esta casa.

— Así puedo ver... se ve como alguien que acaba de correr una maratón.

¿Cómo no? Siento mi rostro arder, y jadeo, el aire me falta por la presión en el pecho, los nervios, el terror subiéndome por la espalda...

— Natasha, cuando termines, ve a buscarme al despacho. Olvidé secar tu cabello. La comida viene enseguida, éxito en tus exámenes.

Dijo Caesar, desde la puerta.

Luego de eso... se fue.

¡¿Qué mierda fue eso?! ¡Qué está pasando! ¡¿Me va a devolver o no?! ¿Quiere que vaya con él para informarme que me devolverá a Mijail?

En la fiesta de esta noche, si sigo aquí, le contaré todo a Santino, lo haré prometer que no le contará nada al Zar, necesito expresarme porque no tengo idea de lo que estoy sintiendo o cómo poner en orden estos pensamientos sin sentido.

Estoy... estoy... ¡No sé cómo estoy!

— Matemáticas primero — dije—. Necesito hacer algo que sí tenga respuestas.

Jalándome de los pelos, ignorando al profesor que se ríe de mis pataletas, colocando un examen frente a mí para que comience a resolverlo.

Cinco minutos después, un carrito con chocolate caliente y una variedad de dulces y tortas fue colocado junto a nosotros, necesito azúcar para distraer a mi cerebro y terminar pronto con todo esto, necesito que sea media noche para sentirme una persona y divertirme, pero antes que eso, necesito respuestas ¿Qué mierda pasará conmigo de ahora en adelante?


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