Capítulo 41

NATASHA.

Estoy intentando con todas mis fuerzas mantener la compostura, pero claro que tampoco se me da bien fingir, menos cuando mi recién estrenado esposo está a dos metros de mí, observando detenidamente cada trozo de mi piel expuesta mientras busco qué ponerme, y por supuesto que a él tampoco se le da bien fingir, no deja de apretar el labio inferior entre sus dientes, cruzando los brazos para mantenerse en control y no estirarse para tocarme.

Somos un completo desastre cuando se trata de mantenerse lejos del otro, hombre, que lo intentamos, lo intentamos más de una vez, pero regresábamos al punto de inicio cada una de esas ocasiones.

Por supuesto que nuestro comportamiento está totalmente justificado, estoy casada, estoy hormonal porque estoy muy comprometida, y quiero que mi esposo use su habilidosa lengua para acariciarme hasta el ultimo trozo de piel, y si llegamos a tener efectos secundarios de nuestra unión, ya sea fractura de muebles endebles o camas mal armadas, Vitto y un sequito de perros vino con nosotros para vigilar que nuestra luna de miel sea de lo más memorable.

Dejamos la habitación de hotel acompañado de un suspiro de puro alivio, ninguno se puede creer que logramos salir sin abalanzarnos sobre el otro, es un nuevo récord que añadiré a mi bitácora de "Récords de Natasha".

Sin más demora, tomé la mano de mi enorme esposo y lo arrastré por el pasillo prácticamente corriendo mientras él intenta mantener su aura de chico malo intacta, siguiéndome sin el mayor esfuerzo, presionando el botón del ascensor por mí, metiéndonos dentro junto a un grupo de viejecitos de cabello blanco, bronceados y oliendo a bloqueador, el hombre le susurra guarradas a su mujer en un volumen audible para todos, y se ríen por sus travesuras creyendo que están siendo discretos, eso no hizo más que sacarnos una sonrisa a Caesar y a mí.

¿Llegaré a esa edad con este hombre o la vida de la mafia me matará antes? Sé muy bien que no tengo buen pronóstico, el 99% de la población del bajo mundo me quiere muerta, el 1% a los que les agrado pertenecen a mis compañeros de hogar, probablemente Santino encabeza la lista de las personas que quieren que viva (Ahora), quizá viva si él se encarga de que sea así.

Salimos del hotel caminando apenas unos metros antes de tocar la blanca arena, no quise privarme de la sensación, así que rápidamente, brincando en un solo pie, me quité las sandalias y dejé que el vestido blanco volara al viento mientras suelto la mano de mi marido y doy vueltas a su alrededor, riendo mientras el sol me ilumina la piel, y la arena se me mete entre los dedos ¿Lo mejor? Mi risa contagió la suya, y ese sin duda es mi sonido favorito.

El trayecto fue divertido, desde aquí veo la escuela de buceo que nos llevará a ver las tortugas, todo iba según el plan hasta que tuvimos que meternos dentro de esos ajustados trajes negros y se me ocurrió la brillante idea de entrar en una de las casetas para evitar que Caesar le arrancara los ojos a alguien por observarme sólo con el bañador, y puede que desde ahí... todo se fuera a la mierda.

Digamos que en parte fue mi culpa, puede que... me haya agachado para soltar las zapatillas, muy consciente de que le puse el culo casi en el rostro, y puede que me quitara el bikini sólo para molestarlo... y ahí todo se descontroló.

Su sombra fue lo primero que vi venir, cubriendo mi cuerpo por completo.

— Caesar... dijiste que iríamos a ver las tortugas.

Sujetándome de la pared para no perder el equilibrio.

La tanga que usaba como bañador voló en algún momento lejos de mi cuerpo, Caesar mantiene una de mis piernas levantadas, su short y ropa interior a medio muslo, mientras me penetra con rudeza, chirreando los dientes cada vez que lo mete hasta el fondo en un coño apretado para su monstruoso sexo que aún me hacía ver estrellas a pesar del tiempo.

Jamás voy a acostumbrarme a su tamaño.

— Las estás viendo ¿No?

Dijo don comedia, señalando las tortugas dibujadas en la pared.

— Jaja — cerré la boca, no creí que pudiera llegar más allá, pero siempre me sorprende— Quiero ver el mar, Caesar, por favor.

Medio rogué, intentando apretar las piernas, los dedos de su mano libre buscan mi clítoris, para cuando lo encontraron, comenzaron a frotarlo en círculos, volviéndome loca.

— ¿Para qué quieres ver el mar? Aquí está lo bastante húmedo.

Sacando su verga, frotándose con mi sexo, robándome jadeos y gemidos... también una que otra suplica, llegado a este punto, no es como si pudiéramos detenernos.

— Deja de jugar — Sujetándome de la pared, observándolo por encima de mi hombro—. Casi logro acabar, pero lo sacaste.

Protesté, odiando su rostro de diversión.

— Creí que querías ir a ver el mar y las tortugas.

Dijo inocente.

— Sí, pero luego de acabar. Me cosquillea el cuerpo y me molesta todo ahí abajo, necesito acabar o estaré de mal humor todo el día porque estoy excitada y quiero mi puto orgasmo ya — Mirándolo mal—. Señor Marchetti, cumpla con su obligación y complazca a su esposa.

La mirada se le oscureció y las venas en sus brazos comenzaron a tomar forma en cuanto me sujetó con fuerza otra vez mientras maldice, excitado, alineando su duro pene que dio un par de brincos cuando dejé de hablar.

Acabo de presionar un botón peligroso.

— Tienes razón, debería complacer a mi esposa.

Soltando mi pierna, dejando que apoyara ambas en el piso, sujetando mis caderas.

Mi culo corre peligro.

— Caesar... te conozco Caesar, calmado perro, tranquilo.

Mirándolo por sobre mi hombro, sin dejar la seguridad de la pared.

— Demasiado tarde, Pastelito.

Penetrándome con rudeza, sintiendo un único impacto cuando su pelvis chocó con mi trasero.

Esa única acción soltó un par de maldiciones de ambos, por lo apretado y lo sorpresivo, lo doloroso y placentero.

— Maldita sea, Caesar... — jadeante— Vas a matarme un día de estos.

Sintiéndolo salir, volviendo a entrar otra vez, con la misma rudeza, tocando ese punto otra vez, llenándome de forma impresionante.

— ¿Cómo lo quiere la señora De Marchetti? ¿Duro o suave? ¿Rápido o Lento?

Moviéndose en círculos sin sacarlo ni siquiera un centímetro. Así no puedo pensar.

— Vamos, Natasha, creí que tú ibas a saltarme encima primero y sólo sueltas balbuceos, habla claro mujer, que ya no eres una niña.

Apreté los dientes, conteniendo la sonrisa.

¿Quiere jugar con fuego?

— Sal ahora Caesar.

Dije autoritaria.

— ¿Qué? Pero creí que estábamos divirti...

— Que salgas ahora.

Repetí, interrumpiéndolo.

Mirándolo.

— Está bien — Soltándome inmediatamente, dando un paso atrás—. ¿Te lastimé? No estaba pensando, Nat, lo siento ¿Estás bien?

Observándome de pies a cabeza buscando algo que estuviese mal, preocupado, tanto, que las arrugas de su frente se hicieron más profundas, mientras se le dilatan las pupilas.

Caesar será una bestia en la cama, es cierto, pero si le digo que se detenga, no dudará en hacerlo, por muy excitado que esté.

Adoro eso de él. Son los detalles los que diferencian a un hombre de otro.

— Sentado.

Dije señalando la banca del apartado.

— ¿Qué intentas hacer psiquiátrica?

Alzando una ceja, sin moverse de su posición.

— Adiestro a mi perro, claro — Soltando el bikini, descubriendo mis pechos—. Dije sentado ¿O es que no entiendes?

Ladeando la cabeza, apretando mis pezones, tirando de ellos, viendo de reojo como el pene de Caesar da un par de brincos, emocionado por lo que está presenciando su dueño.

— C-claro, sentado, ya voy, ya voy.

Apresurándose a la banca, tomando asiento sin perder de vista mi caminar, moviendo las caderas de un lado hacia el otro, lento, tomándome mi tiempo, parando frente a él, ofreciéndole uno de mis pechos.

— Lámelo.

Ordené.

La nuez de adán de Caesar subió y bajó con rapidez cuando tragó grueso, sujetándome por la cintura para acercarme todo lo posible a él, metiéndose el pezón a la boca, succionó, jugó con el piercing y tiró lo suficiente para hacerme jadear, dándole atención al otro con sus dedos, aplastando mi botón, rozándolo con su pulgar, pellizcándolo con dos dedos, dándole atención con su boca cada tanto, sin descuidar mis pechos, masajeándolos en el proceso con sus manos grandes, frotando su pene con mi vientre, desesperado por un poco más de contacto, jadeando y mirando con anhelo mi sexo por unos segundos antes de volver a atacar mis pechos pesados y duros, sensibles.

— Te daré tu recompensa, perro — Acariciando su cabello—. Manos a los costados, si me tocas, se acaba el premio — Mirándolo—. Si quieres mantener tu premio, tienes que portarte bien.

Hizo lo que le pedí, estiró los brazos y sujetó el borde trasero de la banca, jadeante, observándome con recelo.

— Eres una perra, Natasha ¿Te lo han dicho?

Viéndome acomodar las piernas una a cada lado de las suyas, alzando las caderas, sujetando su pene con mi mano, mientras utilizaba la otra para sujetarme desde su hombro.

— Más veces de las que me hubiese gustado escuchar — deslizándome hacia abajo con lentitud, sintiéndolo mucho más profundo—. pero le digo algo, señor Marchetti — susurrando en su oído—. Me excita cuando me maldices ¿Lo haces de nuevo?

— Eres una...

Las palabras quedaron atascadas en su garganta cuando comencé a moverme con rapidez, subiendo y bajando, sujetándome de sus hombros, viendo cómo se le contrae el rostro de placer, el sudor recorre su sien y aprieta los dientes, el rostro se le torna levemente rojo y esa vena familiar en su frente se hace presente.

— Espera, espera, espera... Pastelito, demasiada potencia — Llevando la cabeza hacia atrás—. Vas a romperme... vas a hacer que me corra.

— ¿Y eso es malo? ¿Quieres que me detenga?

Sin disminuir la velocidad, moviendo mis caderas en circulo en el proceso, sintiendo su pene hincharse en mi interior, lastimándome un poco con el grosor, pero eso no era suficiente impedimento para detenerme.

— No... psiquiátrica de mierda, no te detengas.

Quitando las manos de la banca, dispuesto a llevarlas a mis caderas.

— Si me tocas, me detengo.

Amenacé, sonriendo con malicia.

Rápidamente apretó la madera otra vez, chirreando los dientes.

— ¿Qué amarre me hiciste? Eres una loca de mierda, mocosa malcriada, una perra.

Llevé la cabeza hacia atrás, estoy por llegar, un poco más, sólo un poco más.

— Este es el amarre, Caesar — Cerrando los ojos, entregándome al placer—. El sexo es mi amarre, hombre que me prueba, hombre que no puede olvidarse de mí.

A pesar de mi amenaza, Caesar me sujetó con fuerza por la cintura y alzó las caderas con tanta fuerza que ambos terminamos corriéndonos de forma dolorosa en un rugido.

— Sé muy bien que puedes tener al hombre que quieras, me quedó más que claro cuando conocí a los sujetos antes de mí, locos, arriesgándose a morir con tal de tenerte de regreso — Jaló mi cabello, acercando mi oído a su boca— Te haré tan dependiente de mí, que no desearás a ningún otro, nunca.

Una promesa que suena como una amenaza...

Eso me prende.

— ¿Premio o castigo, Daddy?

Pregunté, lamiendo su lóbulo, escuchándolo jadear.

— ¿Acabas de jadearme en la oreja, pervertido?

Bromee.

— ¿Acabo de amenazarte sexualmente y tú te excitas? — preguntó—. ¿Qué está mal en tu cabeza?

Soltando mi cabello, mirándome sin comprender.

— Que me dañaste, Caesar — Por su rostro cruzó la preocupación, mirando el lugar en el que nuestros cuerpos se unen, buscando algo que estuviese mal— Me hiciste Caesarsexual —. Carcajee al ver como se le relajó el rostro y comienza a mirarme mal—. No me había gustado nadie hasta que apareció el loco Capo con síndrome de héroe, estoy enamorada.

Me confesé otra vez, acariciando el anillo de bodas en su dedo, junto al anillo de compromiso que le compré.

Me prometí a mí misma recordarle seguido que mis sentimientos por él son verdaderos, ya le he creado demasiadas inseguridades al sujeto frente a mí.

— Pues estamos a mano, porque soy Natashasexual — dijo—. Mi pene y yo estamos muy seguros de ello, el maldito no se excita ni con el porno, se hizo selectivo.

Carcajee, levantándome.

— Vamos al mar, que tu semen se mezcle con el de las ballenas, aportemos sal al mar.

Lo vi levantarse, negando con la cabeza, arreglando su ropa.

— Así que semen de ballena, tan romántica como siempre, Natasha arruina momentos.

Viéndome tomar mi bañador, sin borrar esa sonrisa de su rostro.

— Sabes que puedo ser romántica si me lo propongo — Dándole la espalda para que anudara el bikini— Caíste redondito por mí y yo no me esforcé demasiado.

Volteando cuando terminó con los nudos.

— Me tienes todo tonto, obligando a todos a besar el piso por donde caminas, no quiero ni imaginar lo que hubiera pasado si te hubieras esforzado, pobre de todos los demás, quizá qué los hubiese obligado a hacer por ti.

Carcajee, terminando de vestirme, tomando su mano.

— Puedo hacer que besen mis pies yo solita — Guiñándole un ojo—. Ahora vamos al mar, se está saliendo y quiero que el mar se lleve los rastros de tu manera de demostrarme cuanto me amas.

— Quizá cuantos hijos van a tragarse los pobres sujetos que naden con la boca abierta hoy — Abriendo la puerta para mí, viendo con diversión a Vitto y los escoltas impidiendo que las personas entraran— Aunque nunca he visto que algo te suceda a ti, que te los comes sin diluirlos ni un poco.

Mirándome con coquetería.

— Pues a mí me gusta mucho tu sabor, sobre todo cuando no tienes piedad conmigo.

Quitándonos lo necesario, entrando al mar.

— Concedido. Te voy a amarrar a la cama hoy.

Me humedecí de sólo pensarlo.

— Tengo altas expectativas, señor Marchetti, estaré esperando ansiosa que llegue la noche.

Solté su mano y me zambullí en el agua, nadando un par de metros bajo esta, sintiendo el cuerpo fresco y húmedo, liviano.

Estas vacaciones no podrían ir mejor.

***

Tres días en Hawaii y ya me siento en las nubes. Sin problemas, sin caras largas, nadie habla a mis espaldas, no tengo que cuidarme de ningún grupo de arpías, y tampoco tengo que pisotear para no ser pisoteada, todo va viento en popa, increíble.

El cuarto día, fuimos a una larga caminata con otros turistas para ver unos volcanes impresionantes.

El quinto día, no salimos del cuarto de hotel, follamos todo el día, Vitto cambió dos veces la cama, no logré ir por mi cuenta al baño para ducharme, mis piernas eran gelatina, así que él aprovechó esa oportunidad dónde no podía escaparme de él para darme un sermón sobre la seguridad en el sexo y lo complicado que es para él dar explicaciones cada vez que deben cambiar el mobiliario por nuestras salvajes prácticas.

El sexto día, fuimos a la ciudad capital de Honolulu, dónde nos enseñaron a surfear. Ese día montamos increíbles olas, y luego monté a mi increíble marido.

Creo que la vida de casada, hasta ahora, me está gustando.

Al séptimo día, fuimos a desayunar a una barra libre, comí un montón de pasteles, bebí jugos naturales de frutas que jamás en la vida había escuchado, y luego nos tiramos en la arena a reposar porque ninguno podía moverse luego de todo lo que comimos, por la tarde, fuimos a ver los tiburones dentro de jaulas de metal grueso en los que terminé sintiéndome claustrofóbica, no me gustaron los tiburones.

Y supuestamente nuestro viaje era de una semana, pero lo estábamos pasando tan bien, que nos extendimos de siete a diez días, lamentándonos al subir a bordo del maldito avión, regresando a Italia, los problemas, y las cuatro familias que tendré respirándome en la nuca.

— Te están esperando adentro.

Dijo Santino en cuanto salió a recibirnos, rodeando mi cintura con sus brazos, alzándome del piso, haciéndome girar un par de veces hasta hacerme reír, alguien pareció extrañarme.

— Yo también te extrañé, Santino — Abrazándolo por el cuello—. ¿Quién me espera dentro? ¿Amigo o enemigo?

— Mejor.

Soltándome y guiñando un ojo, saludando a Caesar después, abrazándolo y dándole palmadas en la espalda, como los simios retrasados que son.

— Mejor... — dudé— Veamos entonces.

Armándome de paciencia, pensando en lo peor, respiré profundo para no explotar antes de tiempo y empujé las puertas dobles para ver quién carajo quería estropearme mi bonito regreso.

Claro que encontré algo totalmente diferente.

Mucamas y perros alineados dentro de la gran mansión, filas y filas de ellos, formando un pasillo extenso, todos con manos unidas al frente, cabeza baja en una ligera reverencia, todo el personal está aquí, tantas personas, tanta gente alineada para darme la bienvenida, el lugar está lleno.

— Bienvenida a casa, señora.

Dijeron al unísono.

— Preparamos el cuarto matrimonial para ustedes — Dijo una de las mucamas—. Las ropas de ambos están ahí, la cama es amplia, de material grueso, petición del señor — hombre inteligente—. Por favor díganos si necesita algo, nos encargaremos de cumplir con todas sus exigencias.

Pestañee sorprendida.

Hasta hace unas semanas, las mucamas me miraban mal, creyendo que estaba siendo los cuernos de la relación de Caesar e Irina, y ahora soy la señora.

— Sigo siendo la misma Natasha de siempre, no es cómo si algo hubiese cambiado.

Respondí de forma automática, no estoy acostumbrada a los buenos tratos tan masivos.

— No señora, no lo es — Dijo otra de las mucamas—. Usted es la dama de la mafia, esposa de Caesar Marchetti, no es cualquier mujer, es la mujer más importante de la mafia internacional.

— Comenzamos a preparar el cuarto del bebé — dijo otra—. Tonos azules para el futuro heredero.

Suena orgullosa por esa estupidez, cómo si yo tuviera en mente traer un hijo a este mundo en un futuro próximo.

— Azul... — dije yo, desanimándome—. ¿Y si es niña?

De todas maneras, no quiero hijos, es sólo algo hipotético.

Dio ci salvi da esso.

<<Dios nos salve de eso>>.

Dijo la mujer, persignándose.

— Ejem — Santino carraspeó, interrumpiendo el incómodo momento—. La señora debe estar muy cansada, irá a descansar, y no vuelvan a mencionar el tema de los bebés, tema sensible — Señalando a todos—. Más les vale tener un enorme pastel de chocolate para subirle el animo a la dama — Señalándome—. Acaban de arruinarle el regreso a casa.

Señalando a las mucamas.

— Lo siento, señora, no quise faltarle el respeto.

Dijo al que mencionó el tema de los hijos.

— No me digan señora, tengo dieciocho recién — Cruzando el pasillo— Y definitivamente no me interesa qué hagan con el cuarto del bebé, de todas maneras, no habrá ninguno.

Recorriendo el pasillo a toda velocidad, encerrándome en la biblioteca.

— Ya sabía yo que suficiente paz tuvimos por diez días y tendría que pagar por ello a mi regreso. 

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