Capítulo 4

Caesar se mantuvo en silencio, repasando mi cuerpo, observando tras de mí, mucho más allá, dónde los trozos de vidrio opacan la pulcra limpieza que él tanto adora, quizá tiene algún TOC, he visto como le tiemblan las cejas cuando algo no está en su lugar o cuando la sangre, el barro o el agua ensucia su perfecto y brilloso piso.

— ¿Y bien? — Dije. Dando un paso al frente—. ¿He dejado sin palabras al jefe?

Rápidamente sujetó mi mentón, manteniéndome en el lugar para que lo mirara, mientras una tenebrosa sonrisa se dibuja en su muy perfecto rostro.

— Cuando el jefe habla, los perros escuchan, no es necesario repetir la orden tantas veces, y tú, aún no estás adiestrada, Natasha, por lo tanto, es un rotundo no, y agradece que tu bella cabeza sigue sobre tus hombros, te dije un jarrón y los rompiste todos, no obedeces, eres un peligro para mis planes.

Haciéndome retroceder hasta que mi espalda tocó la pared más cercana, inclinándome el rostro para que lo mirara, acercándose ligeramente hasta que su aliento acarició mi rostro.

Si se acerca un poco más, quizá yo...

— Ups... mi error — encogiéndome de hombros—. Yo sólo quería demostrar que no soy sólo una chiquilla que necesita su protección — tirando de su corbata, acercándolo—. Sé hacer muchas cosas más con las manos, es cosa de que me ponga a prueba— Sonriendo con malicia— Tarde o temprano va a aceptarme, no soy una mujer que se rinda fácil.

El estallido de los cristales interrumpió el momento, la ventisca fría se coló por los grandes orificios en los ventanales, permitiendo que las balas entren con mayor facilidad, arruinando todo a su paso.

Estamos siendo atacados, ya veo que este lugar no es tan seguro cómo pensé cuando llegué aquí.

— ¡Mierda!

Caesar enfureció, me quitó el arma, comenzando a caminar hacia la entrada principal sin bajar la cabeza ni una sola vez, la seguridad de sus movimientos, la forma en la que absorbe el aire que lo rodea...

Es el jefe por dónde lo mire.

— ¡Quédate dentro! — Bramó haciéndome sobresaltar, estoy fantaseando con él de nuevo— Si sales, no será una bala la que te mate, seré yo y es una promesa.

Rápidamente los hombres de Caesar comenzaron a responder el intrépido y estúpido intento de lastimar al jefe, saliendo de la casa sin demostrar duda en sus acciones para servir de muralla para el señor, mientras este, grita ordenes y organiza a medio mundo en cosa de segundos, maravillándome por la capacidad que tiene para responder a ataques sorpresa cómo estos.

¿Y yo? Yo tenía que devolver el favor por salvarme la vida, no me quedaría de brazos cruzados mientras todos se arriesgan ahí fuera, nunca le tuve miedo a la muerte, siempre la esperé con los brazos abiertos, siempre desee que llegara pronto, desde que entendí lo que era morir que lo deseo, y hoy puede ser un buen día.

Corrí hacia el exterior, armándome de valor para tocar la maldita nieve que sigue cayendo sobre nuestras cabezas, manchándose de rojo con la sangre de los caídos. Derrapé por el piso obviando la ropa mojada que se me pega al cuerpo como una segunda piel, tomando el arma del sujeto muerto a mi lado, utilizándolo como escudo para que no me perforen el cráneo las balas del sujeto que se percató de mi presencia, levantando el arma, disparándole antes de que logre su cometido.

— Gracias por tu arma, bonito.

Robándole el cinturón con sus municiones y las armas que tiene encima sin perder de vista lo que sucede a mi alrededor, soltando el cuerpo y echando a correr, en esta vida debes ser rápida, sin dudar, las dudas te llevarán a la derrota y yo no soy ninguna perdedora.

A la distancia divisé una M4A1, una metralleta especial para el combate a corta distancia, con una culata telescópica, cañón corto, liviana, fácil agarre, compacto y ágil por su tamaño, estoy segura de que el idiota que la carga no tiene ni idea del potencial que tiene esa bebé, y para mi fortuna, posee dos cargadores de treinta cartuchos cruzados en su pecho.

Eso es porno para delincuentes, y va a ser mía.

Me abrí paso entre los bastardos, matando a todo aquel que no iba de negro, era oportuno el código de color en estos momentos, giré por el piso, y pateé en el rostro a todo aquel que se me acercó ofreciendo "Una vida mejor" observándome lascivo, metiendo el arma en su boca, volándole los sesos en el proceso.

Nadie puede hacerme propuestas sexuales a menos de que yo lo permita ahora porque soy una mujer aparentemente libre.

En el último tramo, recibí un poco de daño al distraerme por estar viendo al jefe un poco complicado observando la cantidad de balas que le quedan en su arma, ese error, el desviar mi atención de la batalla que libraba me costó un roce en la mejilla y dos en el brazo, rasguños grandes que automáticamente comenzaron a sangrar, malditas exageradas, hemos recibido heridas peores que esas y no sangré tanto.

Aceleré el paso, saltando sobre el montón de cuerpos utilizando el impulso para caerle encima al de la metralleta, planté un beso en sus labios luego de tomarlo desprevenido, un recuerdo feliz, apretando el cañón entre sus cejas antes de enviar una bala directo a sus sesos, enviándolo a dormir.

— Hola, preciosa.

Tomando la metralleta, acariciándola antes de cruzarme los cargadores con las municiones, corriendo a toda velocidad hacia el jefe, las balas van hacia él.

Él es el objetivo.

Caesar es el jefe por esta razón, a pesar de escasear en municiones, se defiende y ataca con agresividad sin titubear, quebrándole el cuello al sujeto que intentó tomarlo desprevenido, usándolo como escudo para refugiarse de las balas, está contra las cuerdas.

— Este es mi momento de demostrar porqué debe contratar mis servicios.

Sonriendo maliciosa. Mi rubro me enseñó a jamás desaprovechar oportunidades.

Giré por el piso y continué la carrera, apuntando a los sujetos que se cruzan en mi camino, agujereando sus pechos con mi bonita metralleta nueva, limpiando el camino hasta Caesar, no hay espacio para pausas en el campo de batalla.

Hace mucho tiempo no me sentía así de viva, ni siquiera el dolor de las balas opaca la euforia del momento.

— Primera regla, jefe, jamás salgas con una sola alternativa encima, muchas cosas pueden salir mal.

Dije, entregándole dos armas y las municiones que recolecté en el camino sin perder de vista lo que sucede a mi alrededor.

— Creo haber dicho que, si salías, iba a matarte.

Jadeante, guardando las municiones que no necesitaba por el momento, observando a los nuevos idiotas que intentaron venir por él, disparando sin titubear, y por supuesto, le cubrí la espalda, muy atenta a mi alrededor.

— Se dice gracias, jefe. Si no fuera por mí, estarías muerto. Salvaste mi vida, yo salvo la tuya, deuda saldada.

Disparando a quienes se acercan por el lado que yo defiendo.

— Sigo queriendo matarte, dije que iba a disciplinarte.

Soltando el nudo de su corbata, quitándose la chaqueta, está sudando, y admito que se me fueron un poquito los ojos ante tal espectáculo.

El cabello que siempre lleva pulcramente organizado hacia atrás, cae en mechones rebeldes sobre su frente, pequeñas gotas de sudor recorren su sien, y el sonrojar de sus mejillas le dan un aspecto mucho más humano, menos perfecto, más caliente.

— Unas nalgadas serían buen castigo ¿No crees?

Disparando otra vez, tuteándolo.

Amo esta metralleta, le pondré Tacha, mató a la antigua yo y a los problemas presentes, una excelente compañera de batallas que marca un antes y un después en mí.

— Sigue soñando, niñita.

— Que esta sea nuestra primera cita — dije—. Música de fondo, buenos bailarines, un escenario romántico. No hay nada mejor.

Respondió con una media sonrisa mientras niega sin perder el enfoque.

Al menos logré disminuir su tensión, pero no me voy a rendir.

La batalla lentamente llegó a su fin, muchos de nosotros lastimados, cansados y sudados, disfrutando la nieve cayendo sobre nuestras espaldas para aliviar la sensación de sofoco que la ropa de invierno nos proporciona, es por esto que no se trabaja con ropa normal, carajo, usamos ropa fresca y capaz de acompañarnos en la batalla sin que estorbe.

Caesar tenía razón, malos recuerdos pueden ser reemplazados por otros buenos, la nieve no me resulta tan aterradora ahora si se está derritiendo bajo mi peso, estoy muy caliente.

La ráfagas de viento frío, la calma luego de la euforia y el frío que me recorre de pies a cabeza fue el motor que necesitaba para levantarme y entrar a la casa otra vez, sin soltar la metralleta, es mi bebé y no quiero que nadie le ponga las manos encima, por lo que subí directo a la tercera planta, entré en mi cuarto, le puse el seguro a Tacha, dejándola en la repisa junto con las municiones, lanzándole un beso antes de caminar hacia el baño, quitándome la ropa en el camino.

Estoy dolorida y lastimada por la riña de hoy, el agua tibia escoce en los lugares que aún sangran, tiñendo de rosa el agua a mis pies, pero ignoré esa sensación, aislándola para disfrutar del agua que me calienta el cuerpo y relaja los músculos agarrotados, suspirando de gusto por tener la oportunidad de ocupar esta ducha las veces que se me dé la gana, tomándome mi tiempo para limpiarme.

Dejé el cuarto de baño cubierta por una toalla del negro más oscuro que he visto, acomodé otra en mi cabello para no mojar el camino, y con una sonrisa maliciosa adornándome el rostro, abrí la puerta que da hacia el pasillo, mirando ambos lados, asegurándome que no se encuentra nadie antes de echar a correr.

De puntillas, caminé hacia mi izquierda, abriendo puerta por puerta, buscando el cuarto que necesito, y ahí estaba a dos puertas de la mía, el cuarto de Caesar. Entré y cerré la puerta tras de mí, apoyando la espalda en la madera, su cuarto tiene la misma disposición que el mío, no fue difícil encontrar su walk in closet, impresionada por la cantidad de relojes, gemelos, corbatas y cinturones tiene, nunca podría ocuparlos todos ¿Por qué tiene tantos? sacaré una camiseta y me devolveré, dudo mucho que el profesor venga hoy con el alboroto que hay abajo, pero debo estar lista en caso de que el ser valiente se presente.

— ¿Se te perdió algo?

Di vuelta con rapidez, siendo atrapada en el acto.

Pero me sentí muy afortunada, bendecida por la vista que me ofrece, húmedo y con una diminuta toalla colgando de sus caderas, el cabello se le pegaba al rostro, va descalzo, y la seriedad en su rostro, la forma en la que aprieta la quijada, manteniendo sus pensamientos a raya quizá, humedece mi entrepierna.

No pude evitar bajar la mirada hacia la protuberancia que se marca en la toalla, era grande, pero ¿Qué tan grande?

Necesito las medidas exactas, jefe.

— ¿Admirando las vistas?

Él sabe que está bueno, lo sabe y las mujeres deben confirmárselo a diario, quizá debo cambiar mi táctica, un polvo de un día no será suficiente, no con ese pene que vi por error la noche pasada, debo modificar mis planes si quiero divertirme a largo plazo.

— No, sólo pensé que seguiría en la planta baja, vine a robar una camiseta, pero ya que está aquí ¿Me presta una camiseta?

Sonriendo inocente.

— ¿No tienes ropa acaso?

Caminando hacia mí de todas maneras, consciente de su curiosa vista que se quedó pegada en mis caderas más tiempo del necesario.

— Tengo, pero no estoy acostumbrada a ir tan vestida y me siento más cómoda con su ropa.

Suspiró, yendo hacia uno de sus cajones, entregándome una camiseta bien doblada y planchada, negra, todo aquí era negro.

Pero no me estoy quejando.

— Gracias jefe — recibiéndola— ¿Por qué ocupamos sólo ropa negra?

Apreciando el tatuaje que recorre su pierna izquierda completa, una serpiente enroscada, no fui capaz de ver la cabeza, quizá está oculta tras la toalla.

— Porque siempre vamos de luto, matamos personas casi a diario, no podemos ser tan sínicos al respecto. Es una manera de rendirles homenaje, fueron buenos contrincantes.

Bueno bueno, el mafioso tiene buenos ideales.

— ¿Por qué el veinticinco en su cuello?

Señalé.

Justo bajo su oreja derecha.

— Porque soy el jefe número veinticinco — dijo encogiéndose de hombros—. Los sujetos de hoy estaban respaldando a un idiota llamado Adriano Fiore, he tenido disputas con él antes, quiere el poder, cada tanto, intenta matarme.

Narró relajado, esto es parte de su rutina, pan de cada día.

— ¿Por qué la serpiente en su pierna?

¿Estaré haciendo demasiadas preguntas?

— Es la representación del depredador. En mafia, no existen los cobardes, enfrentamos la muerte con honor, preparados para morir en cualquier momento ¿Tú estás lista para morir? ¿Ahora por ejemplo?

Tomando un arma oculta entre sus camisetas, la cargó y apuntó a mi cabeza, haciendo uso de esa expresión otra vez, como si dijera: "Puedo hacer lo que quiera contigo, puedo armarte, puedo destruirte, eres mía".

— Sí, estoy preparada, nunca le he temido a la muerte.

Respondí sin bacilar.

Apretó el gatillo sin dudar, el chasquido ni siquiera me hizo pestañear.

— No bromeo cuando digo que no le tengo miedo a la muerte, la esperé por años con los brazos abiertos. A todos nos llega la hora Caesar— levantando la cabeza para mirarlo— No sé si lo tiene claro, jefe, pero para matarme, primero tiene que ponerle una bala al arma.

Empujó el barril del revolver, doce espacios en total, cinco estaban ocupados por una bala.

— Ruleta rusa — explicó— tuviste suerte.

Sonriendo de lado.

— Sigue sin intimidarme, además, de haberme matado así, sería agradable, sin dolor y rápido, hubiera sido considerado con mi persona.

— ¿Es que eres estúpida? ¿No tienes ni un poco de miedo?

Perdiendo la paciencia, lanzando el arma a mi espalda, rompiendo el cristal de sus costosos relojes.

— Con todo respeto, jefe, he vivido cosas mucho peores, ahora mismo estoy en la gloria.

Sujetó mi cuello con fuerza, estampándome contra las puertas del closet, aplastando mi cuerpo con el suyo, sintiendo su verga pegada a mi estómago.

¿Team sangre? No puede ser... sigue siendo grande.

¿Team carne? No lo creo... era mucho más grande e imponente anoche.

¿Cómo podría catalogar su pene?

— No juegues conmigo Natasha, no soy un hombre dotado de mucha paciencia, estoy haciendo uso de todo mi autocontrol para no romperte el cuello ahora. Me desobedeces y me retas todo el tiempo ¿Quién te crees que eres?

— No soy nadie — encogiéndome de hombros—. Una chica que usted decidió meter en su vida, y se lo agradezco, no crea que no, pero no puedo quedarme de brazos cruzados si veo que alguien necesita ayuda, sobre todo usted que salvó mi vida, por lo tanto, úseme como su herramienta, úseme como más le plazca, pero no me abandone.

Creo que tengo un ligero trauma con el tema del abandono. Te tratan bien por un tiempo, y luego te desechan, así funciona el mundo, dejan de tolerarte cerca cuando ya no pueden sacar nada más de ti.

— Jefe, llegó el profesor de Natasha.

Dijo el chico de anoche, quien sujetaba la tableta, irrumpiendo en el walk in closet, sin inmutarse por la escena o nuestras pintas.

— Irá enseguida, que espere en la biblioteca.

Respondió, aflojando el agarre en mi cuello, sin apartar la mirada.

— De acuerdo.

Fue todo lo que respondió el sujeto, dejándonos a solas otra vez.

— Cumple dieciocho — dijo. Soltándome—. Entrena, perfecciona el arte de matar, estudia, vive, y entonces, sólo entonces, voy a usarte. Ahora fuera.

Dando un paso atrás.

Sonreí lentamente, deslizando la lengua por mis dientes superiores.

— Estaré esperando con ansias ese día, jefe.

Será divertida la espera.

Dejé el walk in closet y su cuarto, recorrí los escasos pasos hasta mi propia habitación, encerrándome dentro, vistiéndome con rapidez, cepillando mi cabello y curando mis propias heridas, abriendo la puerta con rapidez, dispuesta a correr escaleras abajo para encontrarme con el profesor, y cómo iba distraída, terminé chocando contra el pecho del chico de la tableta, terminando sentada en el piso.

— ¿Por qué todos aquí son tan altos y fornidos? ¿Qué carajo comen?

El chico sonrió, extendiendo su mano hacia mí para ayudarme.

— Bebemos leche — bromeó—. Algo que de seguro te falta — colocándome de pie—. porque estás muy por debajo del prospecto de chica que al jefe le gusta.

Entrecerré los ojos en su dirección, mostrándole el dedo medio.

— Aún puedo crecer.

Me defendí.

— El jefe estará casado para cuando logres alcanzar su prospecto de chica.

Me está tomando el pelo el hijo de puta.

— Bueno, entonces seré la stripper de su despedida de soltero.

Rebatí.

— Jódete niña.

— Jódete tú, lame vergas ¿Ya chupaste la verga de Caesar? Tu boca grande parece tener mucho que decir respecto a su chica ideal.

Me mostró el dedo medio.

— Vete a la guardería.

— Y tú a un psiquiátrico.

— Chupa vergas.

Insultó.

— Y lo hago muy bien.

Respondí.

— Estás aprobada — comenzó a reír—. Caesar me pidió probar que tanto podías aguantar si te insultan antes de llorar, pasaste la prueba.

Abrí la boca incrédula.

— No puedes estar hablando en serio.

— Caesar nos tiene prohibido acercarnos a ti, la pobre e indefensa chica que probablemente no querría tener hombres cerca por su situación, pero demostraste unas habilidades impresionantes antes. Felicidades, vas a tener amigos.

Rodeando mis hombros, guiándome por el pasillo.

— Caesar es un jodido niño — me quejé—. ¿A quién demonios se le ocurre probar a alguien así?

— Es infantil, tienes razón, pero es muy buen líder, sólo procura no tocarle las pelotas tan seguido, casi te mata.

Me encogí de hombros, bajando las escaleras con él.

— No sería yo sin joderlo, aunque sea un poquito.

— Una chica con ovarios, me gusta — sonrió—. Por cierto, mi nombre es Santino, ese es mi cuarto — señalando una de las puertas de la segunda planta—. Búscame más tarde, solemos escaparnos de vez en cuando para ir a algún club, Caesar no lo sabe.

Siguiendo nuestro camino hacia la primera planta.

— Podría delatarlos ¿Por qué me cuentas esto?

Sonriendo maliciosa, ya me veo haciendo desmanes con estas personas.

— Porque eres de los nuestros, lo mejor, un perro sin adiestrar, deja que nosotros te mostremos como son las cosas en la mafia italiana.

Asentí lentamente, observando a quien catalogaba como mi nuevo amigo.

— Cuenta con mi presencia entonces, pero hay un solo problema, tengo diecisiete, no puedo entrar a ningún club.

— Ay niña ¿Por quién nos tomas? —Observándome cómo si fuera tonta—. ¿Crees que todos aquí tenemos credencial legal de ciudadano? Usamos un montón de ellas con diferentes números de serie, nombres y edades — ignorando el alboroto de la limpieza, quitar esos cuerpos y hacer el diablo sabe qué, con todos ellos—. Soy un hombre muy eficiente, ya tengo tus documentos legales, y también los ilegales, todo está en la biblioteca, tú no te preocupes por nada.

Abriendo las puertas dobles, mostrándome la biblioteca más grande que he visto en mi vida, con estantes paralelos en un pasillo extenso y paredes cubiertas de estantes repletos de libros, con escalera corrediza incluida para alcanzar los que estaban a metros de distancia.

— ¿A qué hora estoy en tu cuarto?

— Media noche. Caesar suele estar follando a esa hora.

Respondió seguro, acompañándome hasta la mesa dónde un hombre de mediana edad espera, y no era desagradable a la vista.

— ¿Seguro que no has follado con Caesar? Da miedo que sepas hasta su horario para follar.

Golpeó mi cabeza, mirándome mal.

— Soy su segundo, es obvio que debo saber todo lo que hace.

Sujetándome por los hombros, sentándome frente al sujeto con un montón de hojas sobre la mesa.

— Le dejo a la señorita — dijo Santino— Es una idiota, suerte con ella.

Le mostré el dedo medio, sonriendo de lado.

— Cuidado, que puedo metértelo en el culo.

Respondí.

Le hizo una seña al profesor, deseándole suerte conmigo, y nos dejó a solas. Les mostraré lo tonta que puedo llegar a ser, imbéciles. 

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