Capítulo 27
Cuando abrí los ojos, aún era de noche en el exterior, quise moverme, pero el dolor punzante y las vendas tirantes limitaron el movimiento, por lo que me digné a levantar la cabeza y observar los daños.
Llevo vendado ambos brazos, la totalidad de mi muslo, el abdomen y también llevo parches en el rostro, siento algunos lugares más tirantes que otros, quizá necesité sutura, el dolor me despertó, el efecto de la anestesia ya debió terminar.
Llevé la mano a mi frente haciendo uso de toda mi fuerza, estoy agotada, tocando el paño frío ahí ubicado, junto a mi cabeza, un recipiente repleto de agua, Caesar duerme sentado a mi lado, apoyado en la pared en una posición que a simple vista se ve incómoda, y luego... un poco más atrás, a los pies de mi futón, Aless, sentado, con la cabeza colgando en una posición que probablemente su cuello le reprochará más tarde, y sobre sus muslos... Santino durmiendo en posición fetal, parece tener frío.
¿Habrá estado preocupado por mí? ¿Por qué? Demostró en más de una ocasión que ahora me odia ¿Se habrá arrepentido? ¿Quiere ser mi amigo de nuevo?
Me levanté intentando hacer el menor ruido posible, mordiéndome la lengua para no emitir quejidos mientras cojeo hacia el futón doblado en un rincón y comienzo a estirarlo, viendo con ternura a las personas que me acompañaron en mi momento de vulnerabilidad, acercándome a Aless, moviéndolo con delicadeza.
— Oye... despierta, Aless.
Rápidamente abrió los ojos, moviéndose tan rápido que en un pestañeo ya me tenía sujeta del brazo, con una navaja contra mi cuello, mirándome con ojos desorbitados y los dientes apretados.
No tardó en soltarme y pegarse a la pared cuando la neblina del sueño lo abandonó y se dio cuenta que fui yo quien lo había tocado.
Supongo que no debería tomar a un asesino por sorpresa, que torpeza la mía, el problema es que no estoy pensando, quiero recostarme y dormir un poco más.
— ¿Qué haces de pie? Tienes que descansar.
Me regañó.
— Recuéstense ahí, les dolerá el cuerpo mañana — Señalé el futón libre—. Me iré a la cama ahora.
— Pero el jefe...
Señalando al sujeto que duerme muy chueco con expresión preocupada, por mi culpa se asustó mucho hoy.
— Lo recostaré conmigo, no te preocupes y descansen ustedes también.
Asintió relamiendo sus labios, mirándome de pies a cabeza con inseguridad.
— No me gusta cuando te expones, no me gustó verte desangrándote en esa mesa, no me gusta cuando te lastimas.
Se sinceró tomando mi mano, estrujándola con suavidad para no lastimarme.
— Que asco, si me dices cosas bonitas terminaré accediendo a que me obliguen a casarme contigo.
Haciendo una mueca junto con el comentario para alivianar el ambiente, no estoy acostumbrada a que se preocupen por mí, me siento extraña.
— Que asco casarme con una mocosa que pide dulces mientras está dormida.
Carcajeamos por lo bajo por nuestra complicidad, quedándonos en silencio cuando sujetó mi cabeza con cuidado y se inclinó para besarme la frente, apoyando la suya contra la mía por unos segundos antes de suspirar y alejarse.
— Nos asustaste mucho, Natasha, por favor... si es peligroso, no lo vuelvas a hacer.
No dije nada porque ambos sabemos que, si se presenta la oportunidad, volveré a participar y ofrecerme las veces que sean necesarias, así es el mundo en el que vivimos, yo no soy una mujer de casa, no fui hecha para organizar fiestas y beber el té, no seré jamás una buena anfitriona y puede que ni siquiera cuente con los modales básicos para fingir que sé lo que estoy haciendo, yo nací para ser un peón de guerra y moriré siendo un peón de guerra.
Ese es mi destino.
Al ver que no estoy dispuesta a prometerle que no lo haré otra vez, suspiró y despertó a Santino, moviéndolo con cuidado para despertarlo, besando su coronilla mientras lo acaricia.
— Hora de ir a la cama, castañito, estás muerto de frío ahí, te enfermarás.
Frotando su brazo con mimo antes de intentar incorporarlo, mientras Santino se aferra a su cintura, negando rápidamente, impidiendo que lo levanten.
— No quiero... la muñequita... tengo que saber si está bien. Ella me necesita y yo tengo que estar aquí cuando despierte.
Aless y yo intercambiamos miradas claramente confundidos, incluso se me saltó una lágrima al escucharlo llamarme así otra vez, secándola con rapidez sin apartar la vista de Aless.
Extrañaba escuchar a mi amigo llamarme así, lo extraño tanto...
— Recuéstate en el futón, Satino — Apoyando mi mano en la suya—. Estoy bien, mañana puedes volver a odiarme.
Asintió sin percatarse de quien le está hablando, Moviéndose del regazo del rubio para gatear hasta el futón que le señaló su chico, acurrucándose con él, durmiéndose tan rápido cómo despertó.
— No entiendo por qué me odia... yo... yo lo quería mucho...
Admití a Aless. Santino fue mi primer amigo, la primera persona que me hizo sentir segura, que me hizo entender que yo soy alguien, no una... una cosa.
— Yo tampoco lo entiendo — Respondió el rubio—. Pero lo averiguaremos, dije que te ayudaría, no te preocupes.
Asentí, agradeciendo de forma silenciosa, sólo entonces les di la espalda y fui hacia Caesar, moviéndolo un par de veces hasta que logré arrastrarlo fuera el sueño.
— Pastelito — Observándome de pies a cabeza horriblemente preocupado, buscando algo que esté mal—. No deberías estar fuera de la cama, regresa ahí, recuéstate.
Abriendo la cama para mí, ayudándome a tenderme, cubriéndome con las mantas, tocando mi frente.
— Acuéstate conmigo, debes estar incómodo.
Viéndolo humedecer el trapo, doblándolo bien y apoyándolo en mi frente.
— No, no quiero, puedo lastimarte si te abrazo durante la noche — Desviando la vista hacia la cama a medio metro de nosotros—. ¿Y ellos que hacen ahí?
— Les dije que se acostaran, les dará frío y mañana tendrán dolor muscular.
Respondí.
— De ti es de quien debes preocuparte.
— ¿Para qué? Ya tengo a Caesar que se ocupa de eso — sonreí—. Ven a la cama, tengo frío.
Abriendo la manta.
— Pero... tus heridas, Natasha...
— Zar... me tiembla la mano, ven rápido antes de que me canse.
Sonrió negando, dándome en el gusto, deslizándose bajo las mantas a mi lado, abrazándome con delicadeza.
— Perdóname por no disparar antes, los francotiradores... tenía que eliminarlos primero o tu cabeza correría peligro.
Susurró con culpa mientras acaricia mi cabello rubio otra vez, ya no tengo la peluca y estoy limpia, él debió encargarse.
— Pero disparaste y salí viva del lugar, ese era el trato, me cubres la espalda y yo llego en una pieza, estoy bien.
— No estás bien, Natasha, tienes puntos en...
— Eso no importa — Lo interrumpí—. Estoy bien, mañana tenemos una cita, recuérdalo.
— Tienes fiebre por el dolor, y tú quieres ir a una cita.
Carcajeó bajo, acariciándome con delicadeza, más bien, tocándome cómo si quisiera asegurarse que todos mis miembros estén en su lugar, sus manos no dejan de temblar.
Hoy lo asusté, él perdió todo lo que le importaba en la vida, verme medio muerta debió ser un shock tremendo para él.
— Quiero mi casa de jengibre, Caesar, quiero comer esa casa, anoche soñé que me la comía completa.
Hice una rabieta.
— Eres una glotona. Mañana te llevaré a comer tu enorme casa de jengibre, la más grande que encontremos.
— Por eso te quiero tanto.
Admití.
— ¿Sólo por la comida?
Fingió estar dolido.
— No. Muchas cosas más, Boss, te quiero por muchas cosas.
— Yo también te quiero, mocosa, te odio y te quiero en partes iguales. Me dan ganas de darte un tiro en ocasiones.
— Es mutuo ¿Jugamos a la ruleta rusa más tarde?
Carcajee, apretándolo contra mi cuerpo.
— Voy a incautar las armas sólo por precaución, psiquiátrica.
Bostezó.
— Sí, como digas Zar, mañana — bostecé—. Ahora, a dormir.
De todas maneras, Caesar no pegó un ojo durante la noche, lo sentí cambiar el trapo en mi frente en un par de ocasiones, tocando mi rostro para ver si la fiebre disminuyó, susurrando maldiciones al ver que no cede.
Su preocupación me despertó en varias oportunidades, incluso lo escuché hablar por teléfono en volumen bajo con su tío Antonio, suena desesperado, discute con él por mi seguridad y mi permanencia en la casa Marchetti, le suplicó para que lo ayude a buscar una salida para quedarse conmigo... él quiere quedarse conmigo...
Mi hombre, el sujeto que jamás ha suplicado, que tiene al mundo en su puño... suplica por mí ¿Cómo no iba a enamorarme?
Claramente al día siguiente no hubo cita con la casa de jengibre, ni siquiera fui capaz de levantarme de la cama, dormí casi todo el día gracias a los sedantes, retorciéndome de dolor, delirando por la fiebre.
Incluso yo me asusté de mi estado, así que no insistí y me dediqué a descansar.
Quizá sí me excedí un poquito esta vez, pero nada me quita la alegría de saber que Mijail está muerto y no volverá a arrastrarme con él otra vez, yo lo maté, por lo que estoy 100% segura de que por fin soy libre y capaz de tomar mis propias decisiones.
***
Cuatro días después, gracias a la excesiva preocupación de Caesar y sus cuidados, por fin me siento mejor y capaz de soportar mi propio peso para salir de la habitación.
Mi hombre estuvo vigilándome día y noche, impidiendo que me mueva más de lo necesario para evitar que dañe más mi ya maltratado cuerpo, pero hoy, cuando abrí los ojos, no estaba dentro de la habitación, vigilándome cómo siempre, debe estar ocupado con algún asunto importante, de lo contrario, seguiría mirándome dormir como el psicópata que es.
— Si sigo recostada, se me atrofiarán los músculos —Sentándome con cuidado, estirando las extremidades—. Iré a dar una vuelta y regresaré.
Vistiendo una camiseta de Caesar, descalza, dejé el cuarto y caminé por el pabellón común, viendo la nieve reposar sobre los arboles y arbustos, no nieva, pero sí hace frío, olvidé que aquí la calefacción no es un tema como en mi hogar, debí abrigarme más, pero si regreso al cuarto, no volveré a salir, ya estoy cansada y apenas he caminado unos diez metros, tengo que esforzarme un poco más.
— Vaya, la chica que mató al líder de la Bratva por fin se deja ver — bromeó botando el humo del cigarrillo—. ¿Cómo es tener al controlador de mi primo encima?
Encontrándomelo apoyado en la baranda, apreciando el paisaje, frunciendo el ceño en cuanto vio mis pintas, quitándose el abrigo para apoyarlo sobre mis hombros, abrochando un par de botones para evitar que me congele.
— No estaba ahora así que dejé el cuarto para estirar el cuerpo — Carcajeé—. Es controlador, sí, pero es muy atento también, casi no duerme por las noches para asegurarse de que yo sí lo haga.
— Escuché la desgracia de la casa de jengibre — Comentó— Y de la cita fallida, mi primo no deja de lamentarse, quería llevarte a comer esa casa, dice que babeas durmiendo y hablabas de cómo te la comerías.
Carcajeó.
— ¿Dijo que babeo? Oh por Dios, que vergüenza.
Llevando ambas manos a mi cabeza.
— En fin, cómo sé que soy tu Marchetti favorito, fui a la tienda esa, hoy es el último día que estarán las casitas de Jengibre, lo que se prepara es dependiendo de las festividades, ahora tocan los pastelitos de año nuevo. Así que pagué una clase para mi solito y construí esa casa con mis propias manos, me vi patético y solitario entre tantas parejas, pero valió la pena porque era para la única amiga mujer que tengo.
Sonriendo amplio, mostrándome los mismos hoyuelos que tiene Caesar, viéndose tan fresco y sincero que no pude evitar convulsionar de la felicidad, comenzando a saltar a su alrededor, sonriendo.
— ¿De verdad me la trajiste?
— Claro que sí ¿Vamos por ella? Pero al menos dame una pared, me esforcé mucho haciendola — Me señaló—. Huele delicioso dentro de esa cajita.
— Suena justo, está bien, compartámosla ¿Pedimos leche? Las galletas y la leche van de la mano.
Carcajeó incorporándose, soltó la colilla en el cenicero, sujetándome por los hombros para evitar que siga saltando y me dañe en el proceso, agradecí por la ayuda y caminamos juntos hacia el pasillo masculino, hablando trivialidades.
Soy consciente de cómo me mira mientras caminamos, busca daños o indicios de cansancio, preocupado por mi salud. Vincenzo realmente es un buen amigo.
Si no te prepara una casa de jengibre, ahí no es. Este es mi primer consejo.
— ¿Qué hacen ustedes dos juntos? —Preguntó Caesar, saliendo de la sala de reuniones con Daiki —. ¿Y tú por qué no estás en la cama?
Me miró severo, reparando en uno y el otro, horrorizándose al ver mis pies descalzos.
— Daiki, muchas gracias por la ayuda — Agradecí al asiático—. No tuve oportunidad de agradecerle.
— No fue nada, mi dama.
Respondió con amabilidad, caminando en dirección contraria a nosotros, dándonos espacio.
— Y en cuanto a lo otro, Caesar — Aplaudí emocionada, dando saltitos—. Vincenzo me trajo una casita de jengibre, vamos por ella ahora, la comeremos con leche caliente. Voy a comerme mi casita por fin.
Celebrando mientras muevo mi cuerpo hacia los lados, incapaz de no bailar, la comida siempre me hace feliz.
— Así que él fue y te compró una casa.
Dijo Caesar, metiendo ambas manos a los bolsillos, haciendo una clara mueca de disgusto mientras se balancea sobre sus pies.
— Corrección, primo — dijo Vincenzo—. Fui e hice la casa de jengibre yo solito, y le puse mucha crema roja en el techo porque Natasha es una glotona que se comió el glaseado a cucharadas ese día que fuimos juntos.
Lo molestó.
— Así que le hiciste una casa — Asintió nada contento—. Pues disfrútenla... yo... Natasha, pensaba ir a verte ahora, tengo algo que contarte.
Ya veo por qué no está haciendo sus típicas rabietas, me dirá algo que no va a gustarme.
— ¿Qué cagada te mandaste?
Sonrió culpable, sacando un anillo con un enorme zafiro en el centro y un montón de diamantes pequeños rodeándolo, tomó mi mano izquierda y lo deslizó por mi dedo anular, besando sobre este, acariciando mi extremidad.
Con este ya van cinco.
— Tengo que volver a Italia.
Soltó.
— Tienes.
Cruzándome de brazos ¿Y yo qué?
— Sí... pensé que quizá te gustaría ir a visitar al tal Alexei tú sola, ya sabes, somos un equipo y dividimos las tareas, te enviaré con escoltas por supuesto, Aless irá contigo, mientras yo... vuelvo a casa con Santino y otros tantos, es que... la perra de Irina quiere que la lleve al aeropuerto y la... acompañe a estados unidos, me presentó como su prometido ante la junta dónde realizará la validación de título y...
— Y me importa una mierda la perra de Irina y sus problemas— Lo interrumpí— Vincenzo ¿Te vas conmigo a Rusia?
— Claro que sí, pequeña saltamontes — Abrazándome por los hombros— Tengo mi propio avión, yo te llevo.
— Gracias, ahora vamos a comer. Cuando tengo hambre, suelo enojarme más fácil y necesito comer algo más que avena y arroz.
— Como demandes, Natasha querida.
Comenzando a caminar. Ni siquiera me molesté en quitar su brazo, lo necesito para mantenerme erguida, se me doblan las piernas, estoy cansada de caminar, pero no le demostraré debilidad a Caesar.
Para ser sincera... me decepcioné cuando no me siguió...
El siempre me elije sobre todas las cosas, estoy herida, me siento mal, quiero que Caesar me haga mimitos... pero eligió a la maldita de Irina...
Joder... estoy tan celosa... Me duele...
***
Apenas probé mi deliciosa casita de jengibre, el estómago se me retuerce de los nervios al saber que Caesar pasará tiempo con esa mujer, las lágrimas me queman tras los ojos mientras mi cabeza me juega una mala pasada.
Yo sabía que Irina sería la elegida para casarse con el Boss, todas las casas deben saberlo a estas alturas, yo también lo sabía, aún así, no deja de doler...
No quería que él se fuera con ella, pero ¿Cómo iba a pedirle que se quedara? Él tiene obligaciones, tiene deberes... y yo... yo no soy nada...
¿Qué voy a hacer si no encuentra solución y termina casado con esa mujer?
No tengo dónde más ir, él es mi lugar seguro...
Vincenzo hizo los preparativos en cuanto llegamos a su cuarto y comenzamos a comer, o al menos hicimos el intento, pero al ver que mi estado anímico decae con cada minuto que avanza, se apresuró en dar las instrucciones para que nuestras cosas fueran metidas dentro de los autos y fuésemos llevados al aeródromo dónde el avión privado de Vincenzo nos espera.
Al terminar de vestirme, busque a Caesar por todas partes para despedirme, no quiero irme y estar enojada con él, nunca se sabe qué puede suceder en el camino, por lo que recorrí pasillo tras pasillo, buscándolo en cada rincón hasta dar con él, me da la espalda, está al teléfono, Santino está de pie frente a él con su tableta entre las manos, levantando ligeramente la cabeza al percatarse de mi presencia.
— Dile que ya seleccionaste el anillo para pedirle matrimonio —Comentó Santino mirándome de reojo—. Su familia está con ella esperando por ti, Caesar.
— Sí, Irina, tengo el anillo —Suspiró agotado el pelinegro—. Sí, yo lo elegí para ti, y no, no es ninguna baratija, soy el Boss ¿Qué te crees? Baja ese tono altanero, serás mi esposa, más no dueña y señora de mi vida. Conoce tu lugar, eres mujer y De Santis, te estoy haciendo un favor.
Se detuvo mi corazón por un segundo y luego latió tan fuerte que me dolió el pecho, Caesar está planeando casarse con ella a mis espaldas, me dijo que esperara y que confiara, pero realmente está planeando proponérsele hoy, se va a casar, me dejará.
— Sé más amable con ella, joder, será la madre de tus hijos, Caesar, estará a tu lado toda su vida, la esposa modelo que siempre has merecido.
Comentó Santino sin dejar de mirarme, queriendo dejar claro el mensaje, yo no pinto nada en su vida, no soy nada ni nadie, no tengo apellido ni nombre valioso para ellos, no tengo prestigio, no tengo nada que ofrecer.
De pronto el aire de la habitación se hizo tan escaso que me costó respirar, apreté la ropa sobre mi pecho y arañé mi garganta, esforzándome por llevar aire a mis pulmones, los ojos lagrimean por el esfuerzo mientras sufro un ataque de pánico, escuchando a quién creí que era mi novio hablar con otra mujer sobre cómo le propondría matrimonio.
Vi a Santino contraer el rostro dando dos pasos hacia mí, deteniéndose cuando yo retrocedí, no quiero que me diga cosas crueles, no quiero que me lastime más, no quiero escuchar cómo planea la boda del siglo, ahora sé que se regocija con mi dolor, disfruta ver cómo alguien cómo yo se destruye una y otra vez para encajar en la vida de estas personas ¿Cuántos trozos más tengo que perder para que alguien me acepte? ¿Dónde pertenezco? ¿Dónde seré bienvenida? ¿Existirá alguien que realmente me quiera en este mundo? ¿Significaré algo para alguien?
Cuando Caesar notó que Santino mira algo tras él, volteó, para ese entonces, yo ya estaba corriendo hacia el exterior, luchando con mi propio cuerpo para seguir respirando mientras ignoro el dolor, cayendo al piso en más de una ocasión porque mis piernas no responden bien, lastimándome.
Aún así, no me detuve hasta ver al rubio fumando tranquilo en el exterior, al verme no dudó en tirar la colilla y apresurarse a venir para sostenerme y mirar mis pintas.
— ¿Qué pasó? ¿Alguien te hizo algo? ¿Te lastimaron?
Asentí intentando respirar, desesperándome, jalándome por el pelo, cayendo de rodillas sobre la nieve fría, viendo a Aless arrodillarse conmigo, sujetándome por las muñecas, mirándome.
— Natasha, estoy contigo, tranquila, confía en mí, respira conmigo, lo estás haciendo muy rápido y no haces más que ahogarte.
Negué incapaz de seguir sus instrucciones, viendo a Vincenzo maldecir y llevarse el móvil al oído, discutiendo con alguien en un italiano tan fluido, tan rápido, que no logré procesar sus palabras, mi atención está puesta en el rubio delante de mí.
— Vamos, respira conmigo, inhala —Respirando profundo mientras toma mis manos para que no me haga daño—. Eso, así, bonita, ahora exhala...
Hice lo que me pidió soltando el aire, temblorosa, asintiendo.
— Vamos, de nuevo, linda, respira —Me alentó—. Conmigo, estás conmigo.
Respiré profundo una y otra vez hasta que logré calmarme lo suficiente para poder contarle lo sucedido, frunció el ceño y asintió mirando en dirección a la casona.
— Niño De Santis, levántala y mueve tu culo al auto, nos vamos.
Ordenó Vincenzo, bajando el móvil mientras se acerca.
— Caesar y Santino vienen para acá, no voy a permitir que la vean así.
Señalándome.
Aless no dudó en cargarme en sus brazos y meterme dentro del auto, acomodándome sobre sus piernas.
Vincenzo cerró la puerta en cuanto el castañito y el pelinegro llegaron a la puerta principal, impidió que se acercaran al auto e hizo que nos marcháramos primero.
Le estoy agradecida.
Quince minutos después, Vincenzo nos alcanzó y subió al avión con nosotros, dándome espacio para llorarle encima a Aless hasta que me quedé seca, luego curaron mis heridas abiertas y prometieron que iríamos a beber a rusia porque el alcohol es un buen amigo para los corazones rotos.
***
Luego de casi nueve horas de viaje, aterrizamos en mi país natal, dónde el invierno y el frío te quema los pulmones, pero ahora ya no me desagrada pisar su suelo, Mijail no existe y sé que puedo caminar con tranquilidad.
Vitto hizo las reservaciones para el hotel, por lo que Vincenzo me contó, Caesar lo envió con nosotros para ayudarme en mi misión de reclutar al ruso junto a un gran número de escoltas y matones.
Es irónico que se preocupe de mi seguridad cuando es él quien más daño me hace, las heridas externas sanan mucho más rápido que las del corazón.
Subimos al auto que esperaba por nosotros a la bajada del avión y fuimos directo al hotel, dónde Aless y yo compartiríamos habitación, yo no quiero estar sola y él quiere asegurarse que no me cuelgue de la lampara, es un tonto, hay métodos mucho más rápidos y menos dolorosos.
Pero lo dejaré ser.
— Bien, y ahora dónde vamos.
Preguntó Aless.
Vincenzo sigue dando vueltas por la habitación, al parecer, no tiene pensado volver a Italia... ni salir de aquí sin nosotros.
— Iremos enseguida a su mansión, entre antes le informemos la situación y le propongamos el cargo, mejor.
Informé.
Quiero tener la cabeza ocupada, el trabajo ayuda, no importa qué tanto desee hundirme entre las mantas de las sabanas y echarme a morir, ver a Alexei, su esposa y sus hijos será refrescante, me va a ayudar a despejar la cabeza.
— Ok, tú nos guías.
Dijo Aless.
Abriendo dos de sus cuatro maletas, mostrándome un arsenal de armas impresionante, armándose hasta los dientes.
Ya veo por qué dicen que los De Santis son todos unos maestros en el arte de matar, va tan armado, joder, pero por fuera no parece llevar nada, camufla muy bien su arsenal.
¡Tengo que aprender eso!
— ¿Puedo ir? Me portaré bien, lo juro.
Pidió Vincenzo en cuanto escuchó los planes, intentando tocar las armas de Aless, ganándose un manotazo, el rubio tiene dependencia al plomo al parecer, que nadie toque a sus bebés.
Cuando me obliguen a casarme con él, dejaré pasar unos añitos y le preguntaré a quién quiere más, si a sus armas o a mí, algo me dice que responderá sus armas, parece estar a punto de correrse mientras acaricia el filo de un cuchillo antes de guardarlo en su funda.
— Sí, sí tienes que venir — Respondió Aless por mí—. Santino dijo que no te despegaras de Natasha, que tu tamaño estúpidamente alto intimidaría a cualquiera que mirara a la mocosa.
Señalándome.
— Vaya, ahora sí le intereso al idiota ese.
Rodé los ojos.
— Sigues siendo la protegida del Zar.
Dijo Aless.
— Sí, soy sólo eso, porque ahora debe estar muy a gusto viajando para ver a su prometida — tomé mi abrigo—. Vamos antes que me dé algo.
Sin protestas, me siguieron hasta la primera planta, subí al auto, sola, porque ninguno de los dos quiso que o comenzara a discutir sola, o comenzara a llorar otra vez, por lo que me dejaron con el chofer y la música de Olivia Rodrigo que el sujeto pensó que era buena idea poner.
Idiotas, yo sé separar el trabajo de mis problemas personales, ahora mismo no puedo permitirme llorar y que Alexei se dé cuenta, porque, si se entera del motivo, hará volar todo lo que esté en su camino para proteger mi pequeño corazón.
Todo el camino me mantuve atenta, dándole calles de referencia, indicaciones de derecha o izquierda, y pidiéndole que se mantuviera por el camino rural hasta divisar la casa, a Alexei y Yura les gusta la privacidad, por lo que tuvimos que recorrer un buen par de kilómetros hasta dar con su gran mansión, la que él personalmente diseñó para su esposa.
Pedí que se detuvieran frente a la reja gigantesca, bajando del auto, tres autos repletos de matones se detuvieron tras de mí para resguardar mi seguridad en caso de que algo suceda, Caesar dijo que enviaría un par de personas y nuevamente se excedió, me acompañan casi todos los hombres que fueron con nosotros a Japón.
Toqué el timbre del grueso y alto portón, esperando consciente de que soy observada por las cámaras en cada extremo.
— Identifíquese.
Ordenaron por el citófono con voz amenazante.
— Natasha Mironova, viví con los señores Petrova por un tiempo, dígale por favor que he vuelto a casa.
Aless bajó del auto a tropiezos, perdiendo color en el rostro mientras se acerca de mí, sujetándome por el brazo.
— Natasha ¿Piensas quedarte aquí?
El tono preocupado no pasa desapercibido para nadie.
— Sólo unos días, yo pertenezco a la mafia italiana ¿Recuerdas?
— Adelante.
Respondieron al otro lado del portón, que comenzó a abrirse de par en par.
Regresé al auto con Aless pegado a mí cómo siamés, sujetándome de la mano para no perderme de vista, cómo pudiera ir a algún lugar.
Los vehículos ingresaron a la residencia Petrova recorriendo al menos un kilometro hasta la puerta principal, dónde los sirvientes se apresuran a quitar la nieve mientras dos personas de pie supervisan el trabajo, la mujer salta de un lugar al otro mientras el hombre se frota las palmas, ansiosos.
¿Cómo no los voy a querer?
Jalé de mi mano al menos tres veces para que Aless me soltara, y no parecía querer hacerlo. Con dedos torpes abrí la puerta del auto, la ansiedad me juega en contra, y bajé tocando la entrada completamente limpia, no tuve oportunidad de dar tres pasos cuando Alexei me abrazó con fuerza, envolviéndome en esos cálidos brazos suyos.
— Natasha, joder, niña... por fin regresaste ¿Estás bien? ¿Por qué estás lastimada? ¿Qué tan lastimada estás? No te preocupes, no dejaremos que la nieve te toque.
Observándome con detenimiento, horrorizado.
— Natasha, mi niña — Yura se nos unió, besando mi mejilla repetidas veces, observándome con la misma preocupación—. ¿Dónde te metiste? Buscamos en media Rusia, no pudimos encontrarte, lo siento tanto...
Comenzando a llorar, sin soltarme.
De reojo vi al rubio llorón con la cámara de su móvil apuntando hacia nosotros, probablemente le entrega reporte a Caesar, muy amigo mío será, pero antes que eso, es el asesino del Capo, y yo su juguete.
— Me dieron una paliza cuando me encontraron, no pude levantarme en unos días, y para cuando me recuperé lo suficiente, fui vendida, yo quería quedarme aquí, lo juro, yo era feliz aquí...
Abrazándolos con desesperación, ambos huelen a seguridad y a hogar, me gustaba estar con ellos, disfruté mucho mi tiempo aquí.
— ¿Y qué haces aquí? ¿Cómo regresaste? ¿De dónde son estos autos?
Alexei preguntó, observando a los sujetos visiblemente armados, analizando los riesgos probablemente, sus propios hombres comienzan a rodear el lugar para protegerlo.
— Soy una mujer libre ahora, el Boss, Caesar Marchetti pagó por mi libertad — Los miré—. Es mi jefe, y mi dueño, pertenezco a la mafia italiana ahora, maté al jefe de la Bratva, y no conozco mejor persona que usted para que encabece la mafia rusa, vine a entregarle el cargo, si lo quiere por supuesto, por eso estoy aquí.
— Haber, haber, negocios después ¿Cómo es eso de que tienes un nuevo dueño? ¿Hace cuánto de esto? —Suena a que Alexei me está regañando—. ¿Sabes quién es Caesar Marchetti? Mierda, Natasha, tienes que salir de ahí, ese hombre no mantiene vivas por mucho tiempo a las personas que no pertenecen a las cuatro familias bajo su jurisdicción, si sigues con él, más temprano que tarde te matará.
— Tienes que quedarte aquí — Complementó Yura—. Aquí estarás a salvo, nos encargaremos de todo, cariño, ya no tienes que correr más.
No tuve oportunidad de responder cuando Aless se interpuso entre nosotros, jaló mi brazo y me posicionó tras él, levantando sus armas contra las personas que cuidaron de mí con tanto cariño hace unos años, y esa ofensa hizo que todo el mundo cargara sus armas, apuntándose unos contra otros.
— Natasha es la mujer del Boss, cualquier tipo de acción que implique retenerla o lastimarla, será cobrado con sangre.
Tragué grueso.
Esa información no le gustará mucho al sobreprotector de Alexei, cuando me quedé aquí, dijo que no me permitiría tener novio hasta los treinta, mínimo.
— ¿La mujer del Boss? — Alexei suena confundido—. Si mis cálculos no fallan, Natasha sigue siendo menor de edad ¿Qué mierda está haciendo el italiano? Natasha pertenece a esta familia, no voy a entregarla si no viene él mismo a justificar sus acciones con nuestra niña.
Ok...no conté con que la situación diera este giro ¿Ahora como calmo los ánimos?
PROXIMO CAPITULO, EL PASADO DE NAT CON LOS PETROVA
NOS LEEMOS BEBÉS ♥️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top