Capitulo 45- Así lo decidió.


Chifuyu había dormido el resto de la noche sin poder recordar qué había sucedido, con la terrible sensación de haber experimentado lagunas mentales. No tenía noción alguna del tiempo ni del espacio. Cuando despertó esa mañana, se preguntaba con gran angustia cómo había llegado a su dormitorio. Había olvidado por completo todo lo sucedido con Kisaki y Tora. Lo único que recordaba de esa noche era a Tora, allí, junto a ella, bebiendo una taza de café en la cocina mientras charlaban de diversos temas. Recordaba de qué hablaron, pero, más allá de eso, su mente estaba en blanco, lo cual la asustaba al punto de creer que finalmente se había vuelto loca.

La puerta de la habitación comenzó a abrirse lentamente; Keisuke asomó la cabeza para ver si Chifuyu seguía dormida y, muy pronto, entró con una bandeja de desayuno bien presentada en sus manos: dos tazas de café básico, un pocillo con bolsitas de té, dos vasos de jugo de naranja natural, una pequeña tetera con leche de coco, tostadas, y pocillos con mermelada y margarina.

—¿Cómo te sientes? —quiso saber, dejando la bandeja frente a ella sobre sus rodillas.

—Confundida, pero mejor... aunque aún no recuerdo lo que pasó, ya no me siento mareada ni con dolor de cabeza —explicó ella, sonriendo levemente mientras se incorporaba. Enseguida tomó un sorbo de leche que Keisuke le sirvió y continuó—: Recuerdo que Hina estuvo aquí... hicimos un pastel... y luego... luego... —se llevó una mano a la cabeza, intentando recordar, pero sus recuerdos eran cada vez más difusos.

—¿Luego? —repitió Keisuke, intrigado.

—Tora, Tora estuvo aquí.

—¿En serio? —preguntó Keisuke con seriedad; Chifuyu podía jurar que el tono de voz que utilizó su novio para hacerle esa pregunta era más de celos que de curiosidad.

—Sí, hablamos de muchas cosas... ya sabes, cosas banales, también cosas sobre mí, sobre ti, sobre nosotros... finalmente entendió que entre él y yo no puede haber más que una sana amistad. Le dije lo feliz que soy contigo... luego fui a la habitación para ver a Hanna y Naoto, porque estaban llorando... —negó con la cabeza—. Lo siguiente que recuerdo es que estaba afuera de la casa, pero no recuerdo cómo llegué allí... lo demás es historia.

—Bien —dijo Keisuke, dejando la bandeja a un lado de la cama para poder acercarse más a ella—. Tendremos que averiguarlo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —respondió ella.

—Tendrás que cooperar un poco para esto, ¿sí?

—Sí —respondió Chifuyu, algo nerviosa.

Keisuke se acercó a ella con lentitud y, suavemente, posó sus manos sobre su cabeza; enseguida, apoyó su frente en la de ella, cerrando los ojos.

—Relájate —le pidió en un susurro—, solo respira profundo y mantén tu mente abierta.

Chifuyu no dijo nada, simplemente cerró los ojos y trató de no bloquear su mente.

Las primeras imágenes que aparecieron fueron las de Luna, sosteniendo a los mellizos en sus brazos mientras amenazaba a Chifuyu con hacerles daño.

Luego, Kisaki apareció en la habitación. Keisuke escuchaba cada palabra de aquel diálogo como si estuviera presente. La ira y la impotencia invadían su cuerpo como llamaradas que quemaban sus entrañas, al no haber estado ahí justo en el momento en que Chifuyu y los mellizos necesitaban ayuda más que nunca. Se odiaba a sí mismo al darse cuenta de que Edward tenía razón, pero debía encargarse de los avatares cautivos; por más fuertes que fueran sus poderes mágicos, Keisuke no podía adivinar el futuro, como su hermana Hina. Entonces, se preguntó si ella sabía que algo así pasaría y lo ocultó, o si su habilidad para prever eventos había pasado por alto ese hecho.

La siguiente imagen le mostró a Kisaki guiando a Chifuyu hasta el sótano mientras le explicaba de qué trataba el Proyecto Avatar, cómo se creaban y cuál era su propósito. Básicamente, Kisaki le expuso lo mismo que alguna vez Keisuke le comentó.

Luego, Kisaki le indicó a Chifuyu lo que debía hacer para cumplir aquel propósito.
Luna se colocó detrás de la joven mortal y, sin sutilezas, intentó forzarla a recostarse sobre la camilla. Chifuyu ofreció resistencia, pues no esperaba ese trato después de haberse acercado a Kisaki y su secuaz por voluntad propia.
—No es manera de tratar a una invitada, Luna querida —dijo Kisaki en tono calmado al ver que su asistente empujaba a Chifuyu con violencia. La bruja negra obedeció de inmediato, dedicándole una sonrisa burlona mientras masticaba un chicle, actitud tan soberbia que a Chifuyu le irritaba profundamente.

La joven mortal se subió a la camilla, esta vez sin ser forzada, y se acostó de espaldas sobre ella. Kisaki se acercó a un estante y comenzó a rebuscar con desesperación entre los objetos del cajón metálico, mientras Luna se encargaba de atar a Chifuyu con gruesas correas de cuero, parecidas a cinturones con firmes hebillas metálicas.

Finalmente, Kisaki encontró lo que buscaba: una tijera grande y puntiaguda, con la que cortó en línea recta la camiseta de Chifuyu, desde el borde inferior de la prenda hasta un poco antes de llegar a sus pechos.

De pronto, las imágenes se desvanecieron, y Keisuke se encontraba fuera de la mente de Chifuyu. Ella lo miraba con los ojos entreabiertos, como si estuviera adormecida, y respiraba agitadamente.

—Estoy cansada, Keisuke —dijo, llevándose las manos a la cabeza—. Por favor... —suplicó.
—Lo sé, amor. Es agotador dejar que entren a tu mente si estás tensa; debes relajarte —contestó Keisuke, un tanto agitado, pero con suavidad, acariciándole las mejillas. Él se sentía tan cansado como ella, ya que su don de empatía repercutía en su cuerpo y mente.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —respondió Chifuyu.
—Está bien... —Keisuke se puso de pie, se acercó al equipo de música y buscó en su colección el Concierto para violín de Mozart. Colocó el disco en el equipo, dejó que sonara a un volumen moderado y finalmente regresó junto a Chifuyu. Volvió a apoyar su frente en la de ella y cerró los ojos.

—¿Qué haces? —preguntó ella con curiosidad.
—Shhh, no digas nada —respondió Keisuke en un susurro—. Solo déjate llevar por la música... no pienses en nada más que en el sonido suave del violín... en cada nota que emerge, en el ritmo sutil.

—Bien —dijo ella cerrando los ojos.
Las siguientes imágenes fueron aún más reveladoras: Tora estaba ahí, intentando convencer a Kisaki de liberar a Chifuyu, ofreciéndose a sí mismo como conejillo de indias.

—¿Aceptas el trato? —preguntó Tora.

—No tan rápido, mi querido Kazu. Primero dime... ¿qué ganas tú con todo esto?

—Su libertad... la suya y la de su familia. Tú quieres a un Baji; ese soy yo... no la quieres a ella.

En el fondo, Kisaki sabía que Tora tenía razón. Siempre había considerado que sus presas favoritas eran los verdaderos Baji, razón por la cual nunca tomó en cuenta a Hina, salvo aquella vez en que la secuestró para administrarle una pócima en el torrente sanguíneo, la cual permitía leer su mente y averiguar dónde estaban Keisuke y Chifuyu. Sin embargo, el resultado no fue de mucha ayuda, ya que cuando Edward tenía el control del cuerpo, Hina perdía la conexión entre Keisuke y ella. Las otras veces, cuando era Keisuke quien controlaba, las visiones se convertían en imágenes inconexas o incluso irrelevantes, hasta el día en que Chifuyu decidió regresar a Tokio. Lo único que Kisaki logró descubrir fue que Keisuke había secuestrado a Chifuyu para protegerla de un peligro inminente. Pero, al saber su paradero, Kisaki estaba dispuesto a viajar hasta Osaka para encontrarla, aunque no tenía prisa. Además, el efecto de la pócima disminuyó con el paso de los días. La última vez que Kisaki descubrió algo fue el día en que nacieron los mellizos, Hanna y Naoto, y Tora hizo su mágica aparición en el hospital. Desde entonces, ya no quedaba nada de la poción en el cuerpo de Hina, y Kisaki consideró inútil conservar las dosis pequeñas guardadas en sus estantes; desde ese momento, la joven Baji adoptada dejó de serle útil.

—Libérala —ordenó el hechicero a su asistente. Luego se dirigió a Tora—. Tú... acompáñame. Quiero mostrarte la matriz en la que se desarrollará tu Avatar —le dijo mientras subía las escaleras.

—¿Para qué? —preguntó Tora, sin moverse de su lugar, de espaldas a Kisaki—. ¿Lo haces con todos tus futuros monstruos? —Tora frunció el ceño con curiosidad. El hechicero científico giró en la escalera y negó suavemente con la cabeza.

—No... solo con aquellos que se han ofrecido voluntariamente a ser mis... "monstruos" —contestó él, sonriendo sarcásticamente—. Hasta ahora, los únicos voluntarios han sido tú y Chifuyu.

—Ja, bien sabemos que ella no vino aquí por voluntad propia; simplemente no le diste opción —dijo Tora, caminando hacia la escalera. Segundos después, ambos hombres desaparecieron por la puerta que se encontraba en el piso superior.

Luna comenzó a desatar a Chifuyu bruscamente, disfrutando al ver las muecas de dolor que la indefensa mortal hacía mientras lo hacía. Cuando finalmente estuvo libre, Chifuyu se enderezó sentándose en la cama y frotándose las muñecas, sin dejar de observar a Luna, quien la miraba con malicia.

—¿Algo que decir... Chifuyu? —preguntó la bruja negra.

—No... nada —contestó Chifuyu con seriedad. Aunque... —hizo una pausa antes de seguir hablando, sabiendo que cualquier comentario provocaría a Luna, pero no podía callar lo que sentía—. Sí, ¿sabes? Tengo algo que decir. —Desafiante, se bajó de la camilla. Luna colocó sus manos en la cintura y alzó una ceja, mirándola con mayor desafío, segura de que nadie podría vencerla, especialmente Chifuyu—. Jamás vuelvas a amenazar a mis hijos, porque no sabes de lo que soy capaz si intentas dañarlos.

Luna reaccionó de inmediato, esbozando una sonrisa sarcástica mientras se aproximaba a ella de manera amenazante, con sus brillantes y terroríficos ojos azules fijos en ella.

—Te crees muy valiente ahora que está tu amigo aquí, salvándote el pellejo, ¿no? —dijo, susurrando y apretando los dientes—. Pero, aun así, no eres más que una triste y patética mortal. La única gracia que tienes es haber dado a luz a unos hechiceros híbridos.

—Como tú —replicó Chifuyu.

—¡Cállate! —Luna tomó a Chifuyu por detrás de la cabellera y la jaló hacia atrás. Sin embargo, pese al dolor, Chifuyu soportó el tirón—. Yo jamás, jamás seré como tu engendro híbrido.

— No, tienes razón; porque solo son mellizos —susurró Chifuyu, mientras Luna tiraba aún más fuerte del cabello de la joven mortal. Chifuyu soltó un leve gemido de dolor mientras cerraba los ojos y apretaba los dientes al mismo tiempo—. Pero... te aseguro que, cuando crezcan, serán mejores que tú.

— ¿Sigues hablando? —preguntó Luna en el mismo tono retador que Chifuyu—. ¿Sigues desafiándome? Vaya, qué valiente —se burló—. ¿Y qué pasó con tu valentía la noche en que nos vimos a solas? —Alzó su mano libre, y en la punta de sus dedos comenzaron a aparecer rayos eléctricos; acercándola al rostro de Chifuyu hasta dejarla a solo centímetros—. Sé lo traumatizada que quedaste, Chifuyu. Quedaste tan mal... que mi nombre te hacía estremecer; tan mal... que, al ver al verdadero Keisuke después de eso, querías huir de él —soltó otra corta risotada—. ¿En serio te atreves a amenazarme? ¿Lo harías sin Tora siguiéndote como sombra hasta aquí? —Bajó la electrizada mano hasta la altura del vientre de Chifuyu, quien comenzó a temblar al recordar lo doloroso que fue cuando la bruja negra le lanzó un rayo directo al vientre materno esa noche.

— Oh, sí... eso creí —dijo Luna, al notar el miedo de la mortal—. Si no fuiste capaz de salvar a tus mellizos apenas me viste con ellos en mis brazos, ¿realmente crees que puedes amenazarme? —añadió, esta vez con más rudeza en su voz, mientras aproximaba cada vez más su mano hacia Chifuyu.

— ¡Déjala en paz! —intervino Tora, bajando las escaleras de dos en dos hasta acercarse a ellas.

— La verdad, no entiendo qué le ven a esta estúpida mortal —dijo Luna, sonriendo, aún sin soltar a Chifuyu del cabello.

— Déjala en paz, querida Luna —dijo Kisaki, apareciendo nuevamente por las escaleras. Su tono de voz era suave como siempre, pero imponente y autoritario. Luna obedeció de inmediato.

— Ahora aléjate de ella —gruñó Tora, empujándola.

— Eres un... —vociferó Luna, amenazante, mientras generaba rayos en ambas manos esta vez.

— ¡Es suficiente! —espetó Kisaki—. Sube al laboratorio y espérame ahí. —Ante la orden, Luna se detuvo de inmediato, irguiéndose con orgullo.

— Sí, señor —respondió ella con seriedad—. Como usted ordene. —Dicho esto, la bruja negra bajó sus brazos y sus rayos eléctricos desaparecieron. Al pasar junto a Chifuyu, le lanzó una mirada asesina antes de dirigirse escaleras arriba.

— ¿Estás bien? —preguntó Tora con preocupación mientras la abrazaba.

— Sí —respondió ella.

— ¿Segura? Chifuyu, si te hizo algo, yo...

— Estoy bien —interrumpió ella—. Ahora vámonos, por favor, salgamos de aquí, ¿sí?

— Sí, está bien, te sacaré de aquí —dijo él—, pero yo no iré contigo.

— ¿Qué? ¡No, yo no me iré sin ti, Tora! —dijo ella desesperada.

Él negó con la cabeza y trazó un círculo en el aire, abriendo un portal. Chifuyu estaba sorprendida al ver cómo su mejor amigo también podía hacer magia y lamentaba verlo como hechicero en una situación tan crítica como esa.

— Chifuyu, cruza el portal —le pidió Tora, pero ella negó con la cabeza—. Por favor, no lo hagas más difícil... ve a casa, tu familia te espera.

— ¿Y qué hay de la tuya? —le preguntó ella.

— Estarán bien sin mí... —contestó él—. Ambas familias estarán bien sin mí... Ahora vete.

— No, no es cierto, vamos a casa, Tora, vámonos juntos —dijo Chifuyu mientras las lágrimas comenzaban a brotar.

— Así lo decidí, Chifuyu... por ti —interrumpió Tora.

— Pero yo no quiero, ni siquiera te lo pedí... por favor, no —sollozó ella.

— Pero yo sí quiero... ahora vete —respondió Tora, un tanto severo, para que Chifuyu obedeciera—. Vete, sal de aquí.

— No...

—Ya lo escuchaste, Chifuyu —intervino Kisaki, acercándose a ellos—. Así lo decidió... no hagas que su sacrificio por salvarte sea en vano. Y, por supuesto, no permitiré que interfieras en mis planes. —Dicho esto, el hechicero tocó la frente de Chifuyu y enseguida la empujó hacia el portal. Un segundo después, ella se encontraba frente a la puerta de su casa, aturdida y desorientada, preguntándose dónde estaba y cómo había llegado hasta allí. En ese momento, Keisuke abrió la puerta rápidamente, justo cuando iba saliendo en su búsqueda.

Ya en el presente, Keisuke separó su frente de Chifuyu y no supo qué decir. El silencio era abrumador. La música de Mozart había dejado de sonar hacía ya un buen rato, y ninguno de los dos se atrevía a pronunciar palabra.

—Entonces, es cierto, tú y Tora son hermanos —susurró Chifuyu, con la mirada perdida.

—Créeme, Chifuyu... yo tampoco lo sabía hasta el día en que nacieron Hanna y Naoto —contestó Keisuke—. Él apareció de la nada en el hospital, y mi madre lo reconoció de inmediato, pero él se rehusaba a creerlo... y, en realidad, yo también lo negué... —carraspeó—. Me niego a aceptar que él fuese Kazu, en realidad. —Chifuyu notó que su novio se autocorrigió y suspiró, tragando saliva antes de hablar.

—Keisuke, por favor, basta... él y yo solo somos amigos. Finalmente aceptó que no le correspondo porque te amo a ti... y solo a ti.

—«Y solo a ti» —repitió Edward, con tristeza en su mente.

—Tenemos que hacer algo —dijo ella.

—¿Qué? —preguntó Keisuke, incrédulo.

—Tenemos que salvarlo.

—No, Chifuyu... si esto pasó ayer, puede que no haya posibilidades de salvarlo —respondió Keisuke—. A estas alturas, el Avatar está a punto de nacer, con lo avanzados que están los experimentos de Kisaki últimamente...

—Pero eso no significa que Tora esté muerto, ¿o sí? —preguntó Chifuyu, angustiada—. Seguro que aún podemos hacer algo.

—Chifuyu... —susurró Keisuke suplicante, cubriéndose el rostro con ambas manos—. Por favor...

—No lo sé.

—¡Es tu hermano! —exclamó ella, llorando. Keisuke la miró con severidad. De repente, el ambiente en la habitación se volvió gélido.

—No vuelvas a decir eso —respondió él, apretando los dientes. Chifuyu sintió temor ante la actitud de su novio, pero aun así no desistió en su presión.

—Sí lo es...

—¡No!

—Él me salvó... a mí, que soy la madre de tus mellizos. ¿Así es como le pagarás? ¿Condenándolo a muerte? —Keisuke cerró los ojos y apretó la mandíbula, mientras su mano se tensaba, intentando controlar su ira ante la aterrada Chifuyu.

—Escúchame, no creas que no le agradezco lo que hizo por ti; si no fuera por él, tú no estarías aquí. ¡Pero no puedo hacer nada por él... no puedo salvarlo! ¡Es todo! Así lo decidió, y si yo fuera Kazu, Tora o como quiera que se llame... —hizo una pausa y bajó el tono de su voz, haciéndola más ronca e imponente—, te pediría que no rechaces ese sacrificio.

Las palabras de Keisuke calaron profundamente en Chifuyu, no solo porque fueron las mismas que Kisaki pronunció con frialdad en sus recuerdos recuperados, sino porque también rompieron su corazón.

No pudo evitarlo; se echó a llorar, y el murmullo de su llanto era lo único que rompía el silencio en la habitación. Chifuyu estaba impactada y, al mismo tiempo, desilusionada al ver que Keisuke no haría nada por Tora, su propio hermano, sangre de su sangre.

El sonido de una llamada entrante en el celular interrumpió los sollozos de la desdichada mortal. Keisuke contestó de inmediato, intentando ignorar la tristeza de su novia y, en su fuero interno, agradeció que el teléfono sonara justo en ese momento. Se puso de pie, salió de la habitación y, un momento después, regresó.

—Era Hina —informó con un hilo de voz, pero esta vez con algo más de comprensión—. Hay una emergencia en la comunidad... —hizo una pausa—. Lo siento, amor... no puedo hacer nada por él.

—Porque así lo decidió, ¿no? —dijo ella, citando las palabras que tanto Kisaki como Keisuke habían dicho—. ¿Estás seguro de que no puedes? —Lo miró a la cara, con los ojos rojos e hinchados—. ¿O es que, en realidad, no quieres salvarlo?

Keisuke se quedó mirándola, algo confundido, pero no respondió; simplemente salió de la habitación, dejando a Chifuyu consumida por la tristeza y la ira.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top