Capitulo 42- No hay plazo que no se cumpla...
Chifuyu y Tora se reunieron por primera vez luego de varias semanas. La última vez que se vieron fue la noche anterior al secuestro improvisado que Keisuke cometió para sacar a Chifuyu de la ciudad. Desde entonces, no volvieron a hablar, porque además habían discutido por enésima vez desde que Chifuyu dejó a Keisuke esa noche tan reveladora.
Ambos se encontraban en la cocina, sentados a la mesa, mientras disfrutaban de una taza de té y un trozo de pastel. La joven mortal no tardó en aparecer por la sala de estar una vez que Hina se fue a reunirse con sus compañeros en el bosque.
Al principio, él no supo cómo reaccionar. Ella, al verlo, se lanzó a sus brazos de manera fraternal. Se había emocionado al ver a su amigo, y las lágrimas no tardaron en aparecer, tanto por parte de ella como por parte de él. Tora tuvo que disculparse mil veces por haber actuado como un idiota durante todo ese tiempo, pero ella le dijo que no tenía nada que perdonar, que de cierta forma comprendía su actitud, puesto que ella tampoco había sido del todo sincera. Sin embargo, Chifuyu no estaba segura de si contarle todo en ese momento; aún no se sentía lista para dar ese gran paso, por muy emotivo y conmovedor que hubiera sido su reencuentro y reconciliación.
Por otro lado, Tora no estaba seguro de cuánto sabía Chifuyu sobre Keisuke o si debía decirle que ese hechicero y él resultaron ser hermanos en realidad. Así que ambos optaron por llevar su conversación hacia un rumbo más superficial y ligero, recordando viejos tiempos y contándose anécdotas el uno al otro. Pero, sobre todo, en esa charla mientras bebían té y comían trozos de pastel de chocolate recién horneado, decidieron cerrar un ciclo que aún estaba abierto.
—¿Eres feliz a su lado? —preguntó Tora de pronto, en medio de una carcajada que fue apagada de golpe por la pregunta que formuló de la nada mientras se reían de una broma que él había hecho segundos antes.
—Sí —respondió Chifuyu con una leve pero sincera sonrisa—. Siempre he sido feliz con él.
—Bien —dijo Tora, asintiendo con la cabeza—. Eso es lo que al final me importa... tu felicidad, ya sea con él o con alguien más. Si eres feliz, yo también lo soy.
Resignado a dejarla ir, Tora finalmente pudo cerrar aquel ciclo que durante años lo había lastimado. No se había dado cuenta de que el amor que sentía por esa chica, que siempre le había quitado el sueño, no era correspondido. Pero ahí, sentado junto a ella, bromeando y charlando, finalmente entendió que él solo ocuparía un único lugar en el corazón de Chifuyu: la temida "friendzone", y jamás podría salir de ahí. Era su destino. Desde el día que la conoció, supo que para ella él solo sería un amigo, pero solo hasta ese momento aceptó su triste realidad. Tora tuvo que admitir que había perdido la batalla y que debía conformarse con eso. Las pupilas de Chifuyu jamás brillarían por él, ni sonreiría de la misma manera que lo hacía al hablar de Keisuke. Con dolor, comprendió que ella nunca le correspondería, por mucho que él lo deseara. Simplemente, la relación entre él y Chifuyu solo se trataría de una estrecha y hermosa amistad.
El repentino silencio que se produjo momentos después de esa inesperada pregunta fue interrumpido por el sonido de un gemido y un pequeño llanto infantil que se escuchó a través del intercomunicador de bebé que Chifuyu tenía sobre la mesa.
—Permiso, debo ir a ver qué sucede —dijo ella poniéndose de pie.
—Déjame acompañarte —ofreció Tora, haciendo el ademán de levantarse de la silla.
—No —lo detuvo ella—. Termina tu taza de té tranquilo. Quizás sea una pesadilla o tal vez tenga que cambiarle el pañal. Ya regreso.
—De acuerdo —dijo él algo desanimado.
—¿Qué? —preguntó ella, un poco extrañada al notar el tono de voz de su amigo.
—Nada... es solo que esperaba conocer a, ya sabes... mis sobrinos —respondió Tora de manera casi intencional. Sin embargo, estaba consciente de que Chifuyu no captaría el doble sentido. Ella sonrió y, con un cariñoso gesto, le dio un empujón a su amigo mientras reía entre dientes.
—Ya habrá tiempo —aseguró la joven y primeriza madre—, cuando no sea demasiado tarde y los mellizos estén de buen humor.
Chifuyu finalmente salió de la cocina y se dirigió al dormitorio de los mellizos. Al llegar, se acercó a la cuna y, con horror, descubrió que los bebés ya no estaban. Lo único que encontró fue el otro interfono que yacía en el centro de la cuna, justo en medio de la cobija.
—¿Buscas esto? —escuchó de pronto a su espalda, provocándole un desagradable escalofrío que recorrió su espinazo al oír aquella voz femenina, tan familiar pese a que solo la había escuchado unas pocas veces en su vida, la primera de ellas en esa misma casa. Con lentitud, y apretando los ojos, Chifuyu comenzó a girar sobre sus talones. Por dentro, rezaba para que la dueña de esa voz no fuese quien creía, la persona que tantas veces había invadido su mente con malos recuerdos y traumas emocionales; pero bien sabía, en lo profundo, que era ella.
Antes de abrir los ojos, contuvo la respiración por varios segundos, mientras contaba hasta diez internamente. Enseguida, sus párpados comenzaron a abrirse como persianas metálicas. Aterrada, vio lo que tanto temía: los mellizos Hanna y Naoto estaban arropados y acurrucados en los brazos de Luna, quien le sonreía a Chifuyu con su característico resplandor siniestro y desequilibrado, en su pálido y maquillado rostro de chica gótica.
Al principio, Chifuyu no supo cómo reaccionar. Su cuerpo estaba totalmente paralizado por el pánico al ver a esa mujer con sus bebés en brazos. Sus ojos comenzaron a arder al sentir cómo las lágrimas amenazaban con salir. De pronto, sus rodillas y manos empezaron a temblar, y cuando cerró los ojos por unos segundos, finalmente las lágrimas lograron escapar, deslizándose con lentitud por sus pálidas mejillas.
Quería recuperar a sus hijos; su instinto materno se apoderaba de ella, pero su mente no le permitía reaccionar con rapidez. No lograba mover un solo músculo, y además le aterraba que Luna fuese quien tenía a sus pequeños. La bruja negra, a su vez, miraba a la asustada madre como si con esa expresión le advirtiera que, si daba un solo paso en falso, los bebés pagarían las consecuencias.
—No les hagas daño, por favor —suplicó entre lágrimas.
—Mmm... No lo sé —dijo Luna, fingiendo que meditaba la respuesta, mientras sostenía a los mellizos en sus brazos. Miró a Chifuyu y le dedicó una amplia sonrisa, sin soltar a ninguno de los bebés. —Leí por alguna parte —comenzó a decir como si contara una historia o anécdota, en tono teatral y dramático— que los bebés tienen los huesos blandos y que su cráneo no se cierra del todo... que se va cerrando con el tiempo, a medida que van creciendo. Eso quiere decir que, si alguien hiciera un poco de presión en su cabeza... bueno, sería desastroso, ¿no crees?
Luna mantuvo su mirada fija en Chifuyu, dejando que la amenaza implícita en sus palabras hiciera el trabajo. Aunque no podía hacer el gesto, el solo pensamiento de esa posibilidad hizo que Chifuyu se estremeciera de terror.
—¡Por favor, no! —gritó Chifuyu, tratando de arrojarse sobre la bruja para rescatar a sus hijos. Sin embargo, se detuvo en seco cuando vio a Luna inclinar ligeramente la cabeza hacia Naoto, sonriendo con malicia mientras murmuraba:
—Qué tragedia sería... —dijo en tono suave pero siniestro, sus dedos apretando con fuerza los cuerpos de los mellizos contra su pecho, como si fuera a sujetarlos con más fuerza. No necesitaba hacer nada más; el simple hecho de que los bebés estuvieran en sus manos ya era suficiente para paralizar a Chifuyu.
Luna se detuvo un momento, saboreando el miedo en los ojos de la joven madre, y luego soltó una risa fría.
—No tienes que preocuparte... —añadió, pero su tono dejaba claro que el peligro no había pasado— al menos por ahora. Depende de ti.
—Piénsalo de este modo, pronto no tendrá a nadie en el mundo... estará sola, así que solo estaríamos aliviando su dolor.
Al comienzo, Ann no dijo nada, ya que tampoco sabía a qué se refería Luna con eso, ni siquiera tenía claro qué hacía allí.
—Pe... pero ¿por qué nos haces esto? —quiso saber—. Mis bebés y yo ni siquiera pertenecemos a tu mundo, jamás te hemos hecho nada malo.
—¿Estás segura de eso, Chifuyu? —replicó Luna—. Vaya, ahora nos niegas... qué mortal más astuta. Te recuerdo que tu novio es un hechicero, también es parte del mundo que acabas de renegar... ah, y no olvidemos a estos mellizos que llevo en mis brazos: híbridos, mitad mortales y mitad hechiceros. ¿Sigues negando que no eres parte de este mundo?
—No les llames así —dijo Chifuyu, intentando sonar autoritaria e imponente, pero su voz se quebraba en el intento.
Luna, ante esas órdenes, simplemente soltó una chillona y estridente carcajada de burla que resonó por todo el lugar, haciendo vibrar los vidrios de cada ventana. Hanna comenzó a removerse y, muy pronto, a llorar. La risa también llegó a los oídos de Tora desde la cocina, y el angustioso llanto infantil a través del interfono que Chifuyu dejó sobre la mesa fue un claro aviso de que algo no andaba bien, especialmente sabiendo que solo él y Chifuyu se encontraban en la casa y que evidentemente alguien había irrumpido en el hogar.
Curioso y preocupado, el joven profesor de matemáticas se puso de pie y caminó hasta el pasillo principal, siguiendo el sonido de esa desconocida y extraña voz. Finalmente llegó a su destino; no fue tan difícil hallarlo en realidad, era la única habitación al final del pasillo con la puerta semiabierta. Tomó el pomo de esta, pero justo cuando estaba a punto de entrar, un gran destello de luz lo cegó por unos segundos. Momentos después, un hombre de mediana estatura, de cabello alborotado y piel pálida apareció por un portal, aunque este era diferente a los portales que Tora ya había visto antes. Para empezar, destellaba de manera incandescente al abrirse, y al contrario de los otros portales, que se cerraban de manera espontánea al ser atravesados, este se mantenía abierto por más tiempo, desde que aquel aro de luz acuosa fue cruzado por ese extraño hombre de aspecto mortífero. Sin embargo, a medida que los segundos avanzaban, el resplandor de aquel portal disminuía levemente, dejando solo una especie de agujero azul marino que se movía como agua en una fuente, rodeado por una pálida aureola de luz fría.
Kisaki se paró justo frente a Chifuyu y le sonrió de manera enigmática mientras se acariciaba el mentón con aires misteriosos y triunfales. Chifuyu no pudo evitar advertir que, pese a la palidez de su piel y las leves ojeras malvas bajo sus párpados, aquel hombre tenía un atractivo sobrenatural que no dejaba indiferente a nadie, incluso en una situación tan crítica como la que la joven mortal enfrentaba en ese momento.
—¿Quién es usted? —preguntó la mortal, bastante asustada. Si bien era la primera vez que lo veía, su apariencia era tal como lo imaginaba. De pronto, ver al hechicero científico junto a Luna le evocó una especie de déjà vu, pero no estaba segura si aquello era un sueño o un difuso recuerdo. La imagen era exacta: Luna sosteniendo a los mellizos, Kisaki a su lado. Solo faltaban Keisuke y una especie de abismo... abismo, ella en realidad ya se sentía como si cayera en uno.
—Estoy seguro de que has oído hablar de mí muchas veces, querida Chifuyu.
—Kisaki —afirmó ella con un hilo de voz. El hechicero sonrió complacido al oír su nombre.
—Keisuke no está aquí —añadió Chifuyu a la defensiva y al mismo tiempo aterrada, mientras su cuerpo no paraba de temblar.
—No lo busco a él precisamente —contestó lacónicamente el hechicero—. No... Y creo que eso también lo sabes.
—N...no... No lo sé... por favor... —respondió ella sollozando.
—¿No? —interrumpió Kisaki, alzando las cejas en una expresión de sorpresa bien actuada. Enseguida caminó hacia ella; Chifuyu bajó la mirada y Kisaki la tomó por el mentón, obligándola a mirarlo a los ojos—. No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, mi querida Chifuyu —dijo Kisaki, esta vez con más seriedad—, y ya es tiempo de que cumplas con tu deuda.
—¿A qué se refiere? —quiso saber ella, moviendo levemente su rostro de lado a lado, intentando en vano zafarse del agarre del hechicero. Pero la sostenía con tanta fuerza que le lastimaba la mandíbula.
—¿No te acuerdas? Eres parte del castigo que Keisuke y su familia merecen por años de deudas no cumplidas —respondió el hechicero en un murmullo tan cerca del rostro de Chifuyu que ella pudo sentir su frío aliento rozando sus labios y nariz—. ¿Acaso no te lo dijo?
Chifuyu no contestó. Sus ojos se abrieron de par en par mientras las gruesas lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
—¿Acaso Keisuke no te dijo nada? —añadió Luna, repitiendo las últimas palabras de Kisaki—. ¿No te habló de su hermano perdido?
—¿El que secuestró? —dijo al fin Chifuyu, mirando al hombre frente a ella con una expresión de furia y repudio. De pronto, se sintió en el lugar de Ryoko y lo angustiante que habría sido para ella perder un hijo.
—Ese mismo... Kazu, creo que se llama —respondió Kisaki, como si recordara algo no tan importante.
Tora, quien seguía ahí, escuchando toda la conversación detrás de la puerta, sintió un revoltijo en el estómago. Era la ira apoderándose de él, pero aunque sabía que debía entrar a la habitación en ese momento y rescatar a su amiga, no podía hacerlo. Necesitaba escuchar aquella historia por completo para saber más sobre su vida... sobre aquel pasado que solo eran fragmentos de recuerdos sin sentido, un rompecabezas con piezas perdidas que muy bien podrían aparecer en esta charla.
—Digamos que la familia Baji necesita un escarmiento, y los primeros que pagaron fueron los padres de Kazu y Keisuke... Secuestré al mayor cuando aún era un pequeño y lo regalé a una familia de Shibuya, unos mortales millonarios que vivían en Hiroo... pero al parecer, el muchacho volvió y anda rondando por aquí en Kanto —se encogió de hombros y continuó con su cátedra—. También sé que recién se enteró de que es hechicero, por lo que no es una gran amenaza, pues aún no sabe controlar sus poderes. En realidad, me es indiferente —añadió, con ademanes de obvia indiferencia—. Años después, llegó el turno de Keisuke...
— Digamos que la familia Baji necesita un escarmiento, y los primeros que pagaron fueron los padres de Kazu y Keisuke... Secuestré al mayor cuando aún era un niño y lo entregué a una familia de Shibuya, unos mortales millonarios que vivían en Hiroo... pero, al parecer, el muchacho volvió y anda rondando por aquí en Kanto —se encogió de hombros y continuó con su cátedra—. También sé que recién se enteró de que es hechicero, por lo que no es una gran amenaza, pues aún no sabe controlar sus poderes. En realidad, me es indiferente —añadió con un ademán de obvia indiferencia—. Años después, llegó el turno de Keisuke... Encargarme de él fue más fácil, solo tuve que aprovecharme de su ambiciosa sed de poder, convenciéndolo de que era digno de ocupar mi lugar cuando yo dejase el liderazgo del aquelarre Elementis.
— ¡Lo sé! —respondió Chifuyu con rabia— ¡Lo traicionó! ¡Después de años siendo su asistente, usted lo mató convirtiéndolo en un avatar! —chilló Chifuyu—. ¡Monstruos... eso es lo que ustedes dos son! ¡Unos monstruos!
— Los avatares también son monstruos, Chifuyu. ¿Y no te ha ido tan mal con eso? ¿No es así? ... ¿Cómo se llama? Jared, el avatar que tu novio semi muerto poseyó —se burló Luna. Chifuyu no respondió, solo le dedicó una mirada gélida—. No somos tan monstruosos como tú, que te haces la santurrona, la pobre damisela en peligro, pero te gusta jugar al trío, zorrita. Siempre quieres todo para ti.
— ¡Basta! —dijo Kisaki en un tono suave pero firme, mirando a Luna de manera severa—. Centrémonos en lo importante —luego apartó la mirada de su asistente y se dirigió nuevamente a Chifuyu. Se alejó un poco de ella, dando un paso hacia atrás, y enseguida comenzó a devorarla con la mirada de pies a cabeza mientras caminaba alrededor de la asustada mortal con dramática lentitud—. Mmm... sí, tienes mucho potencial, pequeña Chifuyu. Serías una pieza muy importante en mi ejército de avatares.
— ¿Yo? —preguntó ella, temblando sin parar mientras sus ojos miraban un punto fijo en la pared que tenía enfrente—. ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?
— ¿Es que no escuchaste, tontita? —respondió Luna burlándose—. Dijo que el castigo involucra a toda la familia, eso te incluye a ti... y quizás... —miró a los mellizos mientras los arrullaba, meciéndolos suavemente— a estos pequeños.
— Lo sé, sé que intentaron asesinar a mis mellizos, pero fallaron... La poción que me dieron solo me afectó a mí, y luego Keisuke debió aceptar que ustedes me llevaran cuando los mellizos nacieran a cambio del antídoto que me curó.
— Bien, Chifuyu, vas entendiendo —observó Kisaki.
— Sí... si voy con ustedes, ¿qué será de mis hijos?
— Tal vez se los daremos a los lobos para que se alimenten de ellos —dijo con malicia Luna—. De todas formas, no sobrevivirán solos por mucho tiempo siendo tan pequeños —Chifuyu gimió de angustia, cubriéndose el rostro con ambas manos.
— Luna tiene razón, ellos no sobrevivirán mucho sin mamá y papá o alguien que los cuide durante su crecimiento —convino Kisaki, apoyando sus manos en los hombros de Chifuyu desde la espalda—. Pero no tiene que ser así —añadió con calma, susurrándole al oído.
— ¿Ah... no? —preguntó Chifuyu.
— No —contestó él, al tiempo que negaba con la cabeza—. Si vienes conmigo y cumples con tu deuda, te prometo... que los pequeños no tendrán el mismo destino; te prometo... que después de ti el castigo hacia los Baji será levantado, eso incluye a tus hijos y a Hina, a quien, eventualmente, no cuento por ser adoptada y no una legítima Baji. Aquel castigo es solo para los que son de sangre directa.
— Pero yo tampoco soy una Baji... yo...
— Engendraste a unos Baji, querida Chifuyu, eso te hace ser parte legítima de la familia.
—¿Qué pasa si no acepto? —preguntó ella con la voz temblorosa.
—En ese caso... si tus hijos sobreviven durante estos años, tendré que venir por los pequeños Hanna y Naoto cuando cumplan los dieciocho años... o incluso antes, y tú y yo sabemos que no quieres eso, ¿verdad?
—No... no —contestó ella susurrando, mientras sentía los fríos dedos de Kisaki acariciando su mejilla.
—Bien pensado, Chifuyu, eso es tener sentido común —luego se dirigió a su asistente—. Luna, querida, entrégale a los mellizos a Chifuyu. Debe despedirse de sus hijos de manera decente.
Al oír eso, Chifuyu finalmente se sintió liberada y prácticamente corrió para arrebatar a los mellizos de los brazos de Luna. Enseguida los estrechó contra su pecho y comenzó a susurrarles cuánto los amaba, prometiéndoles que todo estaría bien y que ya nada ni nadie los perturbaría. Luego les cantó una tierna canción de cuna para calmarlos, les dio un tierno beso en la frente y, con delicadeza, los dejó en su cuna.
—Ya... ya estoy lista —anunció, girando hacia los hechiceros—. Terminemos con todo esto.
Kisaki le tendió su brazo caballerosamente y, juntos, cruzaron el portal que él mismo había dejado abierto cuando apareció. A continuación, Luna fue tras ellos, no sin antes echar un vistazo de desprecio a la habitación. El portal se cerró con un fuerte destello detrás de ella y los pequeños mellizos, quienes se habían calmado por un momento, comenzaron a llorar nuevamente.
Finalmente, Tora empujó la puerta y entró rápidamente a la habitación, su respiración se agitaba; no sabía qué hacer. En su mente se formaba un revoltijo de confusiones, y lo único que tenía claro era que debía ayudar a Chifuyu de alguna forma, pero el llanto de los mellizos le impedía concentrarse. Entonces se acercó a ellos y comenzó a recordar uno de los tantos hechizos básicos que había estado estudiando horas antes.
—No lloren más, pequeños —les dijo nerviosamente, acariciando la frente de Hanna—. Pronto mami estará aquí.
Lentamente, los enormes ojos castaños de Hanna comenzaron a ceder, y paulatinamente, Naoto también se durmió plácidamente, dejando de llorar.
—Eso fue fácil... ¿así que no soy una gran amenaza? Ya lo veremos —se dijo a sí mismo. Luego, se alejó de la cuna e intentó hacer el portal, recordando las instrucciones de Hina y el momento en el hospital, cuando pensó solo en ir por su objetivo. Y en ese momento, su objetivo claro era rescatar a Chifuyu.
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