Capitulo 40- Reclutas II
Salió de su casa un poco nervioso; se subió a su coche y se quedó mirando por el parabrisas unos segundos antes de partir. La verdad, estaba dudando si ir o no a verla. Después de tantas semanas, no estaba seguro de lo que estaba a punto de hacer, especialmente porque aún se sentía herido, molesto y asqueado. No había salido de su habitación durante días, pero Senju finalmente logró convencer a Tora de que fuera a ver a Chifuyu y a sus bebés, sin importar si Darién estaba o no en la casa. Después de todo, Chifuyu no tenía la culpa de los problemas entre ambos hombres y ahora hermanos.
Tora le contó a Senju todo lo que sucedió en el hospital ese día, omitiendo la parte de que viene de una familia de hechiceros, lógicamente porque ella no le creería algo que hasta hace poco él mismo era escéptico y reacio a aceptar. Lo único que Senju sabía era que Tora y Keisuke eran hermanos. Sin embargo, a pesar de sentirse feliz por su amigo al saber que por fin había encontrado a su verdadera familia, le preocupaba que Tora sintiera más rencor contra Keisuke, aún más sabiendo la verdad sobre su relación. Y es que bien sabía que la razón principal por la que ambos docentes rivalizaban era por aquella alumna de otra ciudad que había llegado a Tokio desde Osaka para estudiar veterinaria en la Universidad de Tsukuba. Pensó que el hecho de que ahora resultaran ser hermanos solo fortalecería su rivalidad por el amor que ambos sentían por esa chica, quien, aunque había elegido a uno, el otro no se conformaba. Senju lo sabía bien, pues era muy amiga de Tora, y en secreto lo amaba y admiraba, aunque nunca había sido capaz de confesárselo.
Al llegar y estacionarse frente a la casa de Keisuke, dudó un poco si bajar o no. Aún estaba nervioso, y sus manos, aferradas con fuerza al volante, temblaban furiosamente. Los nudillos se marcaban tanto que llegaban a ponerse blancos. Respiró hondo y, tras cerrar los ojos con fuerza, decidió finalmente bajarse del coche, acercarse a la puerta y tocar el timbre con cierto temor, como si temiera ver quién aparecería tras aquella puerta de madera de caoba.
—Debo estar loco— se dijo a sí mismo entre dientes mientras esperaba que alguien abriera. La espera, aunque fueron solo unos segundos, le pareció interminable. No parecía que hubiera nadie en casa, así que se rindió. Bufó frustrado mientras se daba media vuelta para volver a su coche. Pero justo en ese instante, alguien asomó la cabeza por la puerta.
—¿Sí? —preguntó una voz femenina a su espalda. Tora volteó hacia la chica con una sonrisa que pronto se desvaneció al encontrarse con la mirada expectante de Hina.
—Emmm... sí... ¿se encuentra Keisuke? —preguntó Tora, bastante nervioso y con un ligero tono de desencanto.
—No —contestó la joven hechicera, sonriendo levemente.
—Oh... ya veo... —dijo él, mirando sus zapatos.
—Decepcionado, ¿verdad? —comentó Hina, sonriendo.
—¿Qué? No, en realidad no —mintió Tora, sorprendido por la habilidad de percepción de aquella extraña chica, o tal vez porque él había sido demasiado obvio en su actitud.
—¿Esperabas a... Chifuyu, no? —preguntó la hechicera de manera sugerente. Tora negó suavemente.
—Pero quiero saber, ¿ella está en casa? —preguntó de nuevo, un poco inseguro.
—Sí, pasa —le invitó Hina, haciéndose a un lado.
—No... emmm... solo quiero saber si está bien. Mejor me retiro... No quise importunar.
—Tú nunca inoportunas, Kazu; pasa.
—No, yo... —intentó decir Tora.
—Pasa —insistió Hina, interrumpiéndolo—. De todas formas, debemos hablar.
Tora suspiró y entró a la casa tímidamente, quedándose de pie en el vestíbulo sin saber si avanzar más o esperar a que aquella chica dijera lo que tuviese que decirle de una vez por todas.
—¿Qué esperas? Toma asiento —le invitó Hina al ver que él no se movía de la puerta. Tora se sentó en el sillón de la sala. Hina caminó un poco hacia la cocina, pero antes de entrar, volteó hacia él. Tora, en silencio, la observó, esperando que dijera algo. Sin embargo, no parecía que fuera a decir nada, y eso lo incomodaba.
—Y... ¿dónde está Chifuyu? —se atrevió a preguntar para romper el gélido silencio.
—En su habitación —contestó Hina—. ¿Quieres beber o comer algo? Justo ahora iba a revisar el horno, estamos haciendo un pastel de chocolate.
—El favorito de Chifuyu —murmuró Tora, sonriendo levemente.
—Exacto —respondió Hina, sonriendo jovialmente—. Y bien... ¿quieres algo de comer o no? —añadió, juntando sus palmas de manera sonora, lo que hizo sobresaltar al joven profesor.
—No, gracias... —negó él, bajando la mirada una vez más—. Mejor ve a revisar el pastel, no vaya a quemarse.
Hina no dijo nada más; simplemente se adentró en la cocina, se acercó al horno y se aseguró de que el pastel no se estuviera quemando. Una vez verificado, tomó un cuchillo y lo introdujo en el bizcocho para comprobar que estuviera listo. —Tantas comodidades y no puede tener un horno con una alarma decente —se quejó entre dientes. Lo sacó del horno usando unas manoplas para no quemarse las manos, y en ese mismo instante deseó poder dominar los poderes del agua o del fuego, ya que odiaba tener que manipular objetos calientes sin salir lastimada en el intento.
Dejó el humeante y esponjoso bizcocho marrón sobre la mesa de la cocina, lo desmoldó y lo colocó en un plato vacío para dejarlo enfriar antes de añadirle el baño de chocolate derretido, que ya tenía listo. Mientras esperaba para continuar con la última fase de su arte de repostería casera, volvió a la sala, donde un aburrido Tora observaba con detenimiento la decoración rústica de la casa. Aunque ya había estado allí antes, las circunstancias eran diferentes y no se había dado el lujo de observar aquel lugar con detenimiento, especialmente porque se trataba de la casa de una de las personas que menos deseaba tener cerca, quien paradójicamente resultaba ser de su propia sangre.
—Bueno, ¿qué es lo que me quieres decir? —preguntó él con bastante curiosidad al ver a Hina apoyada en el marco de la puerta de la cocina, con los brazos cruzados sobre su pecho en actitud relajada.
—Oh, sí... —dijo ella, caminando hacia él—. Pero más bien creo que eres tú quien quiere decir algo, ¿no es así, Kazu?
Tora agachó la cabeza un momento; ni siquiera se molestó porque Hina lo llamara Kazu en lugar de Tora. Supuso que era porque ella solo lo conocía por ese nombre, y en el fondo le gustaba que lo llamara así, porque finalmente ese era su nombre, su verdadero nombre, el que le recordaba quién era él en realidad. También descubrió, con sorpresa, que estando con Hina ya no se sentía tan diferente, a diferencia de lo que ocurría con Senju, Chifuyu, Akane o el resto de las personas que solían rodearlo en su vida cotidiana. Con ellos siempre se había sentido fuera de lugar, aunque no quisiera admitirlo, y hasta ahora no entendía por qué.
—Sí, tienes razón; en realidad, soy yo quien tiene algo que decir —respondió Tora.
—Dime —lo animó Hina.
—Más bien... son cuestionamientos... dudas —suspiró profundamente y enseguida agachó la cabeza para negarla suavemente—. No te ofendas, pero supongo que tendré que esperar a que Keisuke regrese para hablar de esto con alguien más experto... ya sabes, más adulto.
—Ah, claro... porque yo soy más joven, ¿no? —espetó con sarcasmo la muchacha—. Seré más joven que tú, pero tengo más experiencia; en cambio, tú recién estás descubriendo que eres un hechicero.
—Buen punto —admitió Tora—. Bien, quizás tengas razón.
—¿Y bien?
—Bueno, no sé por dónde comenzar —suspiró, bajando la cabeza apesadumbrado, y una vez más levantó la mirada hacia Hina—. Es complicado, son cosas que me han pasado desde pequeño, pero creíamos que eran algún tipo de síntoma psicótico; incluso me llevaban al psiquiatra y me daban medicamentos, pero no funcionaban —explicó, algo angustiado, como si le costara hablar de ello, y Hina lo notó.
—Está bien, no tienes que decirlo si no quieres —dijo ella.
—No hay problema, puedo decirlo —repuso Tora, haciendo una breve pausa antes de continuar—. Como te decía, comenzaron a darme medicamentos, pero no funcionaban; es más, creo que cuando comencé con ese tratamiento las cosas empeoraron. Al principio, solo yo veía cosas extrañas, por eso creían que era algún tipo de esquizofrenia o algo similar. Pero cuando empecé a tomar esos remedios, mis padres también empezaron a notar lo que sucedía.
—¿Qué clase de cosas extrañas eran? —preguntó Hina.
— Cosas inexplicables: objetos que se rompen solos, incendios que aparecen de la nada, ráfagas de viento dentro de una casa con puertas y ventanas cerradas, lluvias inesperadas en un día soleado. Los animales se me acercaban solos, como si yo hiciera algo para llamarlos —hizo una breve pausa antes de continuar—. Lo peor era cuando me sentía enfadado, amenazado o asustado. Mis padres, quienes siempre han sido creyentes, acudieron a su última esperanza.
— ¿Exorcismo? —dijo Hina, completando la frase de Tora. Este asintió con la cabeza.
— Y fue la experiencia más traumática de mi vida... Yo tenía diez años —dijo Tora, juntando las manos y colocándolas sobre sus labios, mientras apoyaba los codos sobre las rodillas.
— ¿Qué pasó? —preguntó ella, con la intriga marcada tanto en su voz como en la expresión de su rostro.
— Resultó que, por un tiempo, las cosas se calmaron. Pero cuando crecí y volví a Kanto a trabajar en la Universidad de Tsukuba, las cosas extrañas regresaron. Fue cuando conocí a Keisuke. Desde el momento en que lo vi, sentí algo extraño en él, algo que no me gustaba y que me ponía nervioso.
— Eso es normal —dijo Hina encogiéndose de hombros—. Un hechicero puede sentir la presencia de otro hechicero o de un ser sobrenatural, incluso cuando no lo vea ni lo conozca —explicó ella con total naturalidad—. Apuesto a que te pasaba lo mismo con Luna Mitsuya. ¿Ella es alumna de ahí, no? —Tora, sorprendido, la miró con extrañeza.
— Sí, creo que sí, aunque no tanto como con Keisuke. ¿Pero cómo lo sabes?
— Es mejor que ni te acerques a ella —le advirtió Hina en un tono serio.
— ¿Por qué no? —quiso saber él, con curiosidad.
— Ella es peligrosa. Trabaja para el enemigo y es conocida en la comunidad de hechiceros como "La Bruja Negra".
— Vaya... Tengo mucho que procesar —dijo él, bastante agobiado.
Tora se llevó las manos a las sienes y cerró los ojos lentamente, sin apretarlos, mientras inhalaba y exhalaba con suavidad de manera repetitiva. Le costaba mucho comprender lo que sucedía; sin embargo, a pesar de ello, contarle todas sus inexplicables experiencias de niñez hasta ese momento a Hina fue como quitarse una gran mochila de rocas gigantes de la espalda, sintiéndose así más ligero y con menos angustia presionando su pecho. Aunque se sentía aliviado en ese aspecto, no podía dejar de sentirse confundido y algo mareado. Todo lo que estaba pasando por su cabeza era como si un enorme y descontrolado huracán de información imposible de asimilar se moviera de manera vertiginosa. Siempre supo que era adoptado como hijo único, pero nunca le interesó averiguar acerca de sus verdaderos padres o si tenía hermanos, y de un momento a otro se enteraba de que su familia biológica siempre estuvo en Tokio, además de que eran hechiceros, y por lo tanto él también. Lo consideraba absurdo e inverosímil.
Luego de ese episodio de su infancia y parte de su preadolescencia, entró en negación como un mecanismo de autoprotección, y se empeñó con todas sus fuerzas en no creer en las cosas sobrenaturales como fantasmas, brujería o cuentos de hadas. En parte, sin darse cuenta, eso también ayudó a que aquellos hechos aterradores se fueran calmando un poco; como si el exorcismo que le realizaron de niño, de manera sugestiva e inconsciente, delimitara todos esos eventos y, por ende, los dejara en el olvido.
— Tranquilo, no te estreses —le pidió Hina mientras se ponía de pie—. Por lo que me has dicho, tú perteneces a Elementis —explicó la joven hechicera. Por supuesto, Tora se quedó mirándola extrañado, como si le hubiese hablado en otro idioma.
— ¿A qué? —inquirió él.
— A Elementis, es el aquelarre al que nuestra familia pertenece —dijo ella, señalándose a sí misma y luego a él rápidamente con un gesto de la mano.
— Perdón, no entiendo —dijo Tora, negando ligeramente con la cabeza.
— Espera, ya regreso —dijo ella mientras caminaba rápidamente hacia la habitación de huéspedes donde tenía su mochila. Enseguida regresó con un gran libro y lo dejó sobre la mesa de centro.
— Este es uno de los grimorios de Keisuke. Me he basado en él para crear el mío propio.
— Ok... ¿y? —preguntó Tora, aún sin entender.
— ¿Ves estos símbolos en la cubierta?
— Son triángulos —contestó el profesor de música.
— Se llama triada. Cada uno representa los cuatro elementos. ¿Ves el primero, el triángulo con la división horizontal en el centro? Representa el aire. El siguiente, el triángulo invertido con la división en el centro, es la tierra — comenzó a explicarle mientras sonreía y lo miraba a la cara con orgullo —. Ese es mi poder, yo puedo controlar y canalizar mis poderes sobre el elemento tierra.
— Entiendo — respondió Tora, aunque aún seguía confundido —. Y estos dos triángulos sin la división deben ser los que representan el fuego y el agua, ¿no? — adivinó él.
— Exactamente, el triángulo invertido es el agua y el que está derecho es el fuego. Los que somos del aquelarre Elementis manejamos muy bien esos cuatro poderes... Bueno, en realidad no, algunos solo podemos manejar uno o dos elementos. Pero hay quienes, como Keisuke... y al parecer tú, que son capaces de controlar los cuatro poderes... bueno, en teoría — añadió ella, mirándolo de pies a cabeza con un gesto divertido —. En tu caso, los poderes te controlan a ti, así que deberás aprender a manejarlos y hacerte responsable de ellos.
— Sí... claro, lo haces sonar tan sencillo — comentó Tora de manera sarcástica —. Te recuerdo que yo recién me estoy enterando de que soy un hechicero, lo cual me parece una total locura e irreal. Hasta creo que la posibilidad de haber estado poseído por algo, como siempre lo he creído, suena más lógico que todo esto.
— Pues no lo estás — dijo Hina, un poco impaciente —. Eres hechicero y debes aprender a controlar tus poderes, y para eso traje esto — tomó el grimorio y lo dejó sobre el regazo de Tora —. Te recomiendo que estudies y practiques los hechizos básicos, los de las primeras diez páginas. Eso será suficiente para ayudarte por el momento.
— ¿De veras me lo prestarías? — quiso saber él, muy sorprendido y algo reacio, sabiendo a quién le pertenecía en realidad —. Mejor no... Keisuke...
— Keisuke tiene varios y ya casi ni lo usa. Un hechicero de su nivel ya ni los necesita, excepto, claro, si descubre algo nuevo — explicó Hina —. Te lo puedo prestar por un tiempo, pero me lo tienes que devolver a la brevedad. Yo aún dependo de él, lo cierto es que todavía no me siento segura para guiarme solo con mi propio grimorio.
— ¿Qué son los grimorios en realidad? ¿Un libro de recetas mágicas o algo así? — preguntó Tora, mientras ojeaba aquel libro, plasmado de una letra clara y cursiva, lleno de ilustraciones, páginas subrayadas y párrafos con resaltador.
— No, en realidad... también es una bitácora personal. En los grimorios no solo escribes hechizos y recetas de pociones, también escribes tus experiencias. Cada grimorio es único. No existe uno igual a otro, tampoco son libros de los que encuentres copias en una librería o biblioteca pública — dijo Hina, mirando su reloj —. Bueno, debo irme, Chifuyu ya sabe que estás aquí, se lo dije cuando fui por el grimorio a la habitación.
— Ok, gracias... la esperaré — replicó Tora amablemente —. Y gracias por esta noche, necesitaba hablar de esto con alguien.
— De nada — dijo Hina —, para eso están los hermanos — añadió. Luego se hizo una breve pausa; sin embargo, no era molesta ni incómoda. Tora sentía que, con cada minuto que pasaba con esa jovencita, más se sentía en su propio ambiente. Era increíble para él que Hina, Chifuyu... y también Keisuke, muy a su pesar, finalmente tuvieran algo en común, y no cualquier cosa: se trataba de su verdadero apellido, su ADN, sus genes. Sin embargo, en el caso de Chifuyu... bueno, eso era diferente. Tora debía acostumbrarse a que Chifuyu, la mujer que tanto amaba, resultara ser su cuñada.
— Chifuyu está haciendo dormir a los pequeños Hanna y Naoto— agregó Hina, luego de un rato, rompiendo ese agradable silencio—. Cuando venga, dile que solo falta decorar el pastel.
— De acuerdo — contestó él, sonriéndole a la joven Baji.
— Ah... ¿y me haces un favor? — pidió ella tímidamente.
— Dime.
— Tengo que reunirme con unos amigos en el bosque de Santuario Meiji. ¿Podrías abrir un portal hasta ahí para que yo pueda llegar más rápido?
— ¿Qué? ¡No! ¿Estás loca? ¡Aún no sé cómo se hace! — protestó Tora.
— Lo hiciste en el hospital — dijo Hina.
— Pero no sé cómo lo hice... Solo pensé en seguir a Keisuke y ya...
— Exacto, solo debes concentrarte muy bien en dónde me enviarás y...
— ¿Y por qué no lo haces tú? Tienes más experiencia; seguro que puedes con eso — interrumpió Tora, poniéndose nervioso.
— Yo no lo sé todo, no soy una erudita de la magia, aún me falta mucho por aprender. En cambio tú, al parecer, eres de los que aprenden rápido.
— ¿Cómo estás tan segura? Dijiste que tú tienes más experiencia que yo.
— Sí, tengo más experiencia que tú, pero sé que lo lograrás porque abrir un portal es una magia bastante avanzada, y tú lo lograste siendo un novato — Tora resopló.
— Por favor, solo debes pensar en dónde quieres mandarme y dibujar un círculo imaginario en el aire — suplicó Hina—. Te servirá de práctica, ¿sí? Por favor.
— Está bien, solo para practicar, a ver qué me sale — aceptó el docente, no muy convencido.
— Gracias, recuerda que debes concentrarte muy bien en el lugar de destino y no olvides pensar también en el año, fecha y hora, o de lo contrario abrirás un portal a otro tiempo o dimensión.
— ¿Qué? — se alteró Tora.
— Cálmate, no te pongas nervioso, por favor, inténtalo.
— Bien... lo haré — alzó su mano dibujando el círculo imaginario, mientras que, con los ojos apretados, intentaba pensar en las cuatro instrucciones que Hina le dio, aunque los nervios le impedían concentrarse bien en ellas.
//*
Al principio, no le salió muy bien, pero después de varios intentos, Tora logró abrir un portal que envió a Hina al bosque donde se suponía que ella, Draken y Emma se reunirían. Solo hubo un detalle: no llegó al punto exacto de la cita, por lo que se vio obligada a caminar unos cuantos kilómetros hasta el lugar acordado, y la noche la sorprendió en el camino antes de llegar. Sin embargo, se sintió orgullosa de sí misma porque, al menos, había logrado que su hermano mayor, Kazu, controlara un poco su magia.
De pronto, un siseo a su espalda la hizo sobresaltarse, asustándola tanto que su cuerpo entero se puso rígido.
— ¡Hina, por aquí! — llamó Draken entre susurros y gritos. Aquel rubio delgado de aspecto urbano e informal estaba escondido con su novia Emma tras unos matorrales.
— ¿Draken? ¿Emma? ¿Son ustedes? — preguntó ella, relajándose un poco mientras hurgaba en la oscuridad. — ¿Dónde están?
— Aquí — contestó Draken, alumbrando con una linterna el lugar donde se escondían. Hina se apresuró a reunirse con ellos, y los tres juntos se adentraron en lo profundo de aquel bosque.
— Creo que lo hemos encontrado cerca del río — dijo Emma.
— ¿Creen? ¿No están seguros? — preguntó Hina, caminando sigilosamente para no tropezar con las raíces de los antiguos árboles gruesos y gigantes.
— Bueno, no... ¿Tú has visto a uno? — preguntó Draken, encabezando la caminata con la linterna en mano para alumbrar el camino.
— Sí... a Edward "el alter ego" de Keisuke, pero es diferente. Nunca he visto un Avatar hecho por un mortal — explicó Hina.
— ¿Cuál es la diferencia? — preguntó Draken.
— Keisuke invocó el hechizo de reencarnación en vida, y su alma se aferró a su propio Avatar cuando éste lo estaba matando. Obviamente, un mortal no puede hacer tal cosa — contestó la pequeña Baji.
Luego de esa explicación, ninguno de los tres pronunció más palabras; simplemente continuaron caminando, cada uno sumido en sus propios pensamientos mientras escuchaban el viento murmurar entre las copas de los árboles, el sonido de sus propios pasos al caminar y el de algunos animales nocturnos resguardándose del frío o en busca de alimento. Draken no dejaba de alumbrar la profunda oscuridad del bosque, mientras que su novia Emma se aferraba a él, colgándose de su brazo derecho como si temiera que algo, de pronto, pudiera saltar y atacarlos. Hina, por su parte, intentaba no alejarse demasiado de la pareja, apurando el paso, ya que lamentablemente Draken era el único que tenía una linterna para los tres, y nadie, excepto él, quien acostumbraba a ser bastante precavido, esperaba que la oscura noche los encontrara en el camino durante aquella expedición que se presumía que solo duraría un par de minutos.
De pronto, al llegar cerca de un riachuelo, todos los armoniosos sonidos de la naturaleza se vieron ahogados por el desgarrador gemido de una persona. Seguido de eso, una cegadora luz que incluso opacó la de la linterna de Draken cegó a los tres jóvenes, quienes debieron cubrirse el rostro para que sus ojos no fuesen dañados. Los hechiceros se apresuraron a esconderse tras un grueso árbol antiguo. Cuando la luz se desvaneció, pudieron observar con horror cómo un chico de cabello alborotado, contextura delgada, tez color mate y un lunar en su mejilla derecha sostenía por el cuello a un hombre dos veces más alto y corpulento que él, levantándolo ligeramente del suelo.
— Bueno... lo encontramos — dijo Hina, un tanto nerviosa, mientras tragaba saliva. — Vamos por él —. Los tres salieron de su escondite sigilosamente y lentamente se acercaron al Avatar, que, al parecer, aún no había terminado con su faena.
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