Capítulo 39 - Reclutas.
El viejo hechicero científico trabajaba en su nueva creación, observando cómo esta acababa con la vida de su propio progenitor. En su mente, Kisaki sentía que algo no andaba bien, dejándolo con una extraña sensación de desasosiego.
—Vaya —dijo él, bastante sorprendido, pero en su particular tono de voz calmado.
—¿Qué sucede? —preguntó Mia desde su lugar, observando el mismo espectáculo que ofrecía aquel nuevo avatar mientras se alimentaba del pobre inocente que ya yacía sin vida en el suelo. La bruja negra estaba apoyada en una pared junto a la matriz. Una vez más, aquella mole de cristal se encontraba intacta, y con un nuevo ser en su interior. Este, aún sin desarrollarse por completo, parecía más bien un niño de diez años. Sin embargo, su progenitor, quien estaba atado a una camilla en el sótano, era un joven de unos dieciocho años en realidad.
—El hijo pródigo ha aparecido —respondió Kisaki.
—¿Kazutora Baji? —preguntó Mia, asombrada, mientras caminaba hacia el hechicero.
—El mismo.
—¿Cómo es posible? —preguntó ella, algo confundida.
—La mente de Molly es muy parlanchina —contestó el hechicero.
—Oh... cierto, la poción —dijo ella, un tanto seria, como si estuviera molesta, y es que Mia aún estaba enojada con Kisaki por no permitirle usar esa poción para Kisakir mentes.
—Exacto... pero hay algo que me desconcierta.
—¿Qué cosa?
—Cuando secuestré a Kazutora, lo dejé con una familia de millonarios en Hiroo. No me imaginé que ese pequeño volvería a sus orígenes en su vida adulta.
—El parto de Chifuyu se adelantó cuatro meses por tu arrebato de celos, y ahora tendré que acelerar el proceso del nuevo avatar —dijo Kisaki, mirando hacia la matriz. E hiciste que Molly se olvidara de su hermano Keisuke por un buen tiempo. Tienes suerte de que él y Chifuyu hayan vuelto a esta ciudad mucho antes de que tuviésemos que averiguar dónde se fueron realmente.
—¿Eso es malo? —preguntó Mia, algo avergonzada.
—Por tu bien, espero que no —respondió él, mirándola de manera amenazante.
—¿Y qué hay de Kazutora? —preguntó ella, algo nerviosa por la situación.
—Bueno, acaba de enterarse de que es hechicero... Supongo que tardará un tiempo en controlar sus poderes, así que no es una amenaza... por ahora —explicó Kisaki con tono tranquilo mientras tomaba una gruesa cuchilla y comenzaba a cortar el cordón umbilical que unía el cuerpo inerte de su nueva víctima al avatar que acababa de alimentarse de él
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Han pasado dos semanas desde aquel día, dos semanas de una inquietante tranquilidad. Luna no había hecho acto de presencia desde que atacó a Chifuyu y, posteriormente, a su hermano mellizo. Los avatares de Akane y Takemichi tampoco habían dado señales de vida. Tora no volvió a aparecer, ni siquiera para visitar a Chifuyu en el hospital, lo que para Keisuke fue un alivio, ya que no estaba dispuesto a verlo cerca de su nueva familia. Sin embargo, Senju iba todo el tiempo; le encantaba llevarle regalos a los mellizos y a Chifuyu cada vez que la visitaba. Aunque ella decía que eran regalos suyos, la realidad era que todos los obsequios los enviaba Tora en secreto, tanto para Chifuyu como para los pequeños Hannay Naoto. Tora prefería mantenerse al margen de todo, pero sin estar totalmente ausente; esa era su forma de decir: "Aún te amo, pero no quiero verte, ni a ti ni a él". Tampoco había vuelto a la escuela a trabajar, simplemente se reportó enfermo, y desde ese día no salió de su departamento, utilizando a Senju como mensajera, tanto en la escuela como con Chifuyu, aunque en el caso de esta última, de una forma más oculta.
Los pequeños Hanna y Naoto seguían en el hospital con la visita constante de sus padres. Chifuyu aún no podía creer que ya no estaba embarazada, que sus mellizos por fin estaban con ellos, y eran lo más hermoso que había visto en su vida. No podía dejar de comparar a sus bebés con pequeños querubines; sin duda, era una madre joven llena de felicidad. Por su parte, Keisuke observaba a sus pequeños con una felicidad que no se le quitaba con nada. Sus grandes ojos azules brillaban aún más cuando estaba cerca de ellos.
La doctora que trajo al mundo a los mellizos declaró que, pese a haber nacido con treinta semanas de gestación, eran bebés muy fuertes. Tanto, que no se explicaba cómo podían respirar por sí solos, y su peso mejoraba día a día. Estaba tan asombrada, que ya consideraba la posibilidad de dejarlos ir a casa pronto.
—La pequeña Hanna y el pequeño Naoto respiran por sí solos desde hace un tiempo, se están alimentando bien, y tienen una mejor regulación de la temperatura corporal, así que, si aumentan de peso de aquí a la próxima semana, podrán llevárselos a casa —les anunció la doctora a la pareja.
Chifuyu se colgó al cuello de Keisuke, y él la abrazó con gran alegría.
—¿Qué se puede esperar de dos futuros hechiceros con el don de la curación? —comentó Keisuke una vez que la doctora los dejó a solas.
Chifuyu no dijo nada ante ese comentario, simplemente le sonrió, mirándolo a los ojos, rodeó el cuello de Keisuke con sus brazos y se puso de puntillas para besarlo en los labios.
—Es un pequeño milagro —dijo ella.
—Tal vez... un milagro mágico —respondió él.
Ambos, aún abrazados y con sus narices rozándose, se sonreían mutuamente.
—Son nuestros hermosos milagritos mágicos —concluyó Keisuke.
—Y tu hermana tenía razón... —dijo ella, a lo que Keisuke la miró con extrañeza porque no entendía lo que quería decir—. Fueron dos, pero se equivocó. Dijo que serían dos niños, y resultó ser un niño y una niña —añadió, sonriendo.
—Sí, ya ves, los poderes de clarividencia de Hina no son perfectos.
—Pero estoy feliz de que se equivocara en eso —repuso Chifuyu con una gran sonrisa.
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La noticia de que en el barrio Kabukicho hubiese una gran cantidad de asesinatos ya no era novedad... pues era algo habitual que en aquel barrio se reunieran traficantes y pandilleros de alto nivel de violencia. Pero cuando comienza una gran ola de asesinatos, desapariciones inexplicables y cuerpos sin vida de aparente muerte súbita, ya era sospechoso, en especial porque las víctimas fatales siempre eran encontradas sin heridas mortales, sin marcas de asfixia o balas. Eso sí era algo novedoso, alarmante y perturbador, más aún cuando los cuerpos solo tenían una característica llamativa además de lo ya mencionado: no solo parecía que hubieran muerto de manera inexplicable, sino que todos los cuerpos tenían la boca y los ojos bien abiertos.
Ella era una chica morena, de alta estatura y esbelta figura, cual modelo de pasarela o de revistas de alta costura. Sus ojos eran castaños, al igual que su ondulada cabellera, y tenía una piel luminosa y tostada. Representaba unos veintiséis años de edad, quizás menos. Su atuendo consistía en una diminuta blusa que exponía su tonificado abdomen, con mangas cortas y abombadas, y unos jeans negros ajustados que resaltaban aún más su estilizada figura y sus largas piernas torneadas. También llevaba unas cómodas zapatillas deportivas y calcetines blancos bastante cortos.
Era casi imposible creer que aquella descripción desentonara con la situación en la que se encontraba en ese momento, y no era que ella estuviese en problemas, más bien ella era el problema en sí.
Él era un chico joven, más alto que ella, con sobrepeso y piel oscura. Tenía la nariz ancha, labios gruesos, cabello oscuro, ojos marrones expresivos y grandes manos masculinas. Su atuendo era característico de aquel lugar tan popular como lo es Kabukicho: una camiseta grande, pantalones holgados que colgaban en su cadera y una gorra negra con visera y el logo de NY en el medio. Esta cubría casi todo el ancho de su cabeza.
Y ahí estaban ambos, uno frente al otro. Ella lo acorralaba como un depredador acechando a su presa contra una muralla de cemento tapizada de grafitis y garabatos, en un sucio y maloliente callejón de aquel hostil barrio. Lejos de defenderse, el chico simplemente temblaba incontrolablemente, doblegándose ante esa chica que, a simple vista, parecía más delicada e indefensa que él.
La razón era simple: aquel joven con sobrepeso se encontraba en el lugar y momento equivocados cuando escogió ese callejón como ruta para ir a casa después de una larga tarde con sus amigos. Pudo haber tomado otro camino, pero decidió pasar por ahí justo a tiempo para ser testigo ocular de un bizarro y casi surrealista acto criminal: vio con sus propios ojos cómo aquella chica despampanante, con un aura sensualmente salvaje a su alrededor, acababa con la vida de una mujer tan solo usando el tacto de sus largas y finas manos. El joven, aterrado, observó cómo esa exuberante morena presionaba con fuerza las sienes de la mujer, y esta, a su vez, dejaba escapar de sus ojos y boca un fuerte destello blanco, apagando incluso el grito de dolor que intentaba liberar. Al ver esa escena, que parecía sacada de una película de terror o ciencia ficción, quiso huir de inmediato, pero los nervios lo traicionaron. En su torpeza, al intentar correr hacia el lado contrario, chocó contra un gran tarro de basura, haciéndolo caer con un estruendoso ruido que llamó la atención de la avatar, quien no tardó en ir tras él y acorralarlo contra la muralla mientras lo miraba fijamente, relamiéndose los labios. Era como si el hambre no se le hubiera quitado; su primera víctima no le había sido suficiente, y aquel chico estaba ahí para ser el plato fuerte... o quizás el postre.
—Debe ser ella —dijo un chico al final del callejón. Era un joven alto, delgado, de cabello rizado de color rosa durazno, con una sonrisa amigable y los ojos que parecían estar siempre cerrados. Vestía una camiseta sin mangas de color negro, pantalones de cuero ajustados también negros, botas del mismo color y un abrigo oscuro que le llegaba hasta las rodillas. En su brazo derecho, desde el pliegue del codo hasta la muñeca, tenía tatuado el símbolo de su aquelarre: Zodiac, representado por un dibujo del planeta Tierra rodeado de estrellas que formaban simbólicamente los signos zodiacales. También tenía un tatuaje en la parte frontal de su cuello, justo sobre la manzana de Adán y parte del esternón: un dibujo de dos personas tomadas de la mano.
En su brazo izquierdo llevaba una muñequera de cuero deshilachada, y en lugar de cinturón, en la hebilla de su pantalón, tenía puesta una gruesa cadena.
La avatar se dio vuelta al oír aquella voz, olvidándose por un momento de su presa. Lentamente lo fue soltando y comenzó a caminar hacia el recién llegado, pero se detuvo en seco cuando apareció una segunda persona, quien se instaló justo al lado de su compañero. Mientras tanto, el joven que la avatar intentaba poseer quiso huir, pero el miedo lo paralizó; sus piernas no le respondían, y no tuvo más remedio que quedarse pegado a la pared, observando de reojo la reacción de esa extraña mujer morena al ver a ese par de individuos.
—Sí, es ella —dijo el segundo chico. Tenía el cabello rizado de un azul profundo, y su expresión facial mostraba siempre un aire de enfado. Sus ojos eran celestes, sus labios gruesos, nariz pequeña y cejas finas y estilizadas. Su piel era clara, pero ligeramente bronceada, con mejillas rosadas y un cuerpo bastante delgado. Su atuendo consistía en unos jeans gastados de color negro, una camiseta corta y una chaqueta de cuero negra y brillante, arremangada hasta los codos. En su brazo derecho, desde el pliegue del codo hasta la muñeca, también llevaba el tatuaje del aquelarre, al igual que Nahoya. Calzaba botas largas y en sus manos llevaba guantes de cuero de dedos cortos. Con ese aspecto, cualquiera que los viese a ambos gemelos diría que parecían cazadores de vampiros o algo parecido.
—O al menos eso cree el líder de Elementis —añadió Souya, frunciendo el ceño aún más.
—Así es —terció alguien más mientras se abría paso entre los dos rubios con pinta de cazadores—. Es una avatar... como yo —dijo Edward, dirigiéndose con la mirada a la chica que los observaba con ojos de asesina—. ¿Qué número eres, linda? —comenzó a decir el avatar mientras caminaba lentamente a su alrededor—. ¿N° 31, 32...? Ah, no... Verdad, yo fui el último avatar que llevaría un número, ¿no? ¿Cómo te llama Kisaki entonces? —La chica no se inmutaba, simplemente seguía con la mirada los movimientos de Edward.
—¿Quiénes son? —preguntó ella.
—Yo soy Souya —respondió el chico de cabello azul, aún con su expresión severa.
—Y yo, Nahoya —contestó el chico de rizos rosados, sonriendo amigablemente y haciendo un gesto con la mano, llevándose los dedos a la frente y luego saludando rápidamente.
—Y yo soy Edward, el Avatar N° 30... Sí, soy como tú... en cierto modo —contestó Edward, sonriendo de lado.
—Estaba en medio de algo realmente importante cuando me interrumpieron —dijo la avatar, cruzándose de brazos.
—Ah, sí... lo sabemos, pero no vas a necesitar más energía vital cuando acabemos contigo —dijo Edward, quitándole importancia al hecho de que la avatar estaba a punto de atacar a un inocente. Luego miró de reojo al asustado chico que seguía pegado a la pared—. Dame un momento —añadió como si se excusara para ir al baño. Se acercó al muchacho de una manera tan intimidante que este, no solo temblaba violentamente, sino que también comenzó a sudar copiosamente—. Mírame a los ojos —ordenó Edward, pero el chico asustado hizo lo contrario—. Mírame —insistió Edward, sujetando bruscamente el rostro del muchacho—. Dime tu nombre —ordenó el avatar, quien en ese preciso instante cambió de lugar con Keisuke, pues, si bien ambos podían persuadir a la gente, ese poder era mucho más fuerte en el hechicero que en el avatar.
— S... Sameyama — tartamudeó el muchacho.
— Bien, Sameyama... relájate, no tengas miedo — continuó el hechicero con un tono suave y aterciopelado, como era habitual en él, pero al mismo tiempo imperativo. De inmediato, Sameyama comenzó a sentirse más ligero; sus músculos se relajaron y dejó de temblar.
— Perfecto... ahora, pon atención, tú no viste nada, pasaste por aquí y seguiste tu camino.
— Pasé por aquí... y seguí mi camino — repitió Sameyama con una voz más calmada, casi sin emoción.
— Exactamente — afirmó Keisuke sonriendo — ahora, vete de aquí. — Soltó lentamente el rostro del muchacho, sin dejar de observarlo hasta que lo liberó por completo. Sameyama se fue caminando, como si nada hubiese pasado.
Keisuke volvió su atención hacia Edward y caminó una vez más hacia la chica avatar.
— ¿Qué hiciste? ¡Él era mío! — espetó la morena, sin mostrar gran enfado.
— Ya te lo dije, no necesitará más energía vital.
— Pero moriré — susurró ella.
— Tal vez... tal vez no — replicó Edward, cambiando de tema ligeramente — pero, ¿no se supone que no debes consumir toda la energía de tus víctimas? Además, deberías llevar los cuerpos al laboratorio.
— Pues... no se me da dejarlos vivos. Me ruegan que los mate, y yo no puedo dejarlos sufrir — respondió ella encogiéndose de hombros.
— Tus actos de piedad están levantando sospechas — comentó Souya, un chico de ojos y cabello azul, con una expresión de enfado constante, en un tono sarcástico.
— «Probablemente su progenitora era de buen corazón y alma pura» — intervino Keisuke en la mente de Edward.
— «Y ahora que lo mencionas, creo que la reconozco» — contestó Edward mentalmente, luego miró fijamente a la avatar, entrecerrando los ojos. — Te reconozco... más bien tu cuerpo... tú eres mi primera víctima, la avatar que Kisaki creó después de mi Saori Moor.
— Sí, así se llamaba mi progenitora... me lo dijo antes de morir.
— «Pobre chica... no se merecía esto» — lamentó Keisuke.
— Terminemos de una vez por todas con esto, ¿sí? — apremió Nahoya, un joven de cabello rizado y de color rosa durazno, bastante impaciente mientras rodaba los ojos. Nahoya, apodado Smiley (el sonriente con corazón de demonio), y Souya, apodado Angry (el enojón con corazón de oro), eran conocidos como los "gemelos demonio del zodiaco".
— Sí, tienes razón, hagámoslo — añadió Edward — ya habrá tiempo para explicar todo... Souya, es tu turno.
Souya, manteniendo su habitual expresión de enfado, hizo un leve gesto que podría parecer una sonrisa torcida. Luego, acercándose a la avatar, alzó las manos con las palmas hacia arriba. Un vapor extraño comenzó a salir de ellas: delgadas ondulaciones blancas y semitransparentes que se entrelazaban, formando cadenas que crecían a medida que avanzaban hacia la avatar Saori. Muy pronto, las cadenas vaporosas comenzaron a atarla e inmovilizarla.
— ¿Qué...? ¿Qué es esto? — preguntó Saori forcejeando.
— Cadenas de vapor — contestó Souya — para que no te muevas. No las subestimes, son más fuertes que las de metal. Y por cierto, mientras más forcejees, más apretadas se vuelven. Si quieres conservar la circulación en tu cuerpo, te conviene quedarte tranquila.
— ¿Por qué? ¿Por qué hacen esto? — cuestionó la morena, sin dejar de forcejear.
— Te reformaremos — contestó Nahoya, sonriendo alegremente mientras le daba la espalda a la avatar, como si examinara el lugar donde estaban parados, frunciendo la nariz y los labios con desagrado.
— ¿Reformarme? No entiendo, ¿qué quieren decir con reformarme? ¡Estoy bien así como soy!
Edward se acercó a la chica y le acarició la mejilla, de la misma forma que lo había hecho aquella vez en el bosque, cuando la Saori humana y su difunto novio South fueron atacados por un descontrolado Edward, quien en ese entonces aún era N°30. — Tranquila, no dolerá... no tanto — le guiñó un ojo y sonrió de lado.
Nahoya abrió un portal y fue el primero en cruzarlo, llegando al bosque del Santuario Meiji.
— Camina ya — ordenó Souya a la avatar. Ella vaciló y Souya le dio un brusco empujón.
— ¿Qué esperas? No tenemos todo el día — insistió con su habitual rudeza. La avatar dio unos torpes pasos y cruzó el portal, sin entender nada, viéndose de pronto en un frondoso bosque cuando instantes antes estaba en un callejón apestoso. Souya la siguió, y tras él, Edward, quien cerró el portal, dejando el callejón en absoluta oscuridad y desolación.
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