Capítulo 32- Retroalimentación
Los días siguientes las cosas siguieron su curso. Chifuyu estaba más tranquila sabiendo la verdad, y muy pronto aprendió a distinguir entre Keisuke y Edward. También aprendió a tratarlos de manera diferente. No es que a uno lo tratara mal y al otro bien, pero cuando se trataba de Edward, no podía evitar ser algo más fría con él. Y es que jamás le perdonaría lo que le hizo a Keisuke, por mucho que fuese parte de su naturaleza.
—¿Estás bien? —preguntó Keisuke a Chifuyu una vez que se acomodó en su asiento.
El tren bala que los llevaría a Osaka estaba a punto de partir cuando eran las 21:50. Faltaban diez minutos, y para ella no era ninguna gracia viajar más de media hora durante la noche, y menos en su condición de futura madre. Pero, con el fin de seguir protegiéndola, Keisuke debió tomar medidas extremas, sin importarle cuánto suplicó Chifuyu para quedarse en Kioto; no logró convencerlo. Así que, a regañadientes y tras una pequeña discusión en la que el hechicero obtuvo la última palabra, ella se vio obligada a abordar aquel tren ese sábado por la noche.
—¿Qué? ¿Es que acaso pensarás hacerme la ley del hielo durante todo el viaje? —preguntó él, pero lejos de responder, Chifuyu solo desvió su mirada hacia la ventanilla.
—Sabes muy bien que esto es lo mejor —insistió él.
—Odio viajar de noche... y más ahora —dijo ella, sin mirarlo, mientras de manera instintiva se llevaba una mano a su vientre.
—Te aseguro que todo saldrá bien, amor —dijo Keisuke con ánimo de tranquilizarla, pues él sabía muy bien que a Chifuyu le aterraba estar en lugares cerrados por tanto tiempo.
La voz del asistente del tren anunciaba la inminente salida. Keisuke se abrochó el cinturón de seguridad y apoyó su espalda en el asiento, inclinando la cabeza hacia atrás. De pronto, miró a Chifuyu y notó que ella tenía dificultades para ajustarse el cinturón.
—Maldito cinturón —murmuró ella entre dientes.
—Permíteme ayudarte —dijo Keisuke, liberándose de su cinturón para ayudarla. Por mucho que presionaba y forcejeaba, el cinturón de Chifuyu no se cerraba; estaba averiado.
—Bien, entonces bajémonos y que nos devuelvan el dinero —dijo ella.
—No voy a cancelar el viaje por un cinturón roto.
—Pero no es correcto, estoy embarazada, y no es seguro viajar en estas condiciones —alegó ella, un poco alterada.
—¡Shhh! Baja la voz... —respondió él, ya bastante molesto—. No es para tanto, observa.
Con disimulo, hizo un rápido movimiento mágico con su mano, y abrochó la hebilla del cinturón de su novia, reparándolo al instante.
—Gracias —murmuró ella.
—De nada —respondió Keisuke, con una coqueta sonrisa mientras se volvía a asegurar en su asiento.
Chifuyu soltó un bufido de fastidio y negó con la cabeza. En realidad, adoraba esa sonrisa de galán, pero no estaba dispuesta a ceder por mucho que le gustara.
El tren comenzó a moverse y, de manera instintiva, Chifuyu envolvió su mano fuertemente alrededor de la muñeca de Keisuke, al tiempo que apretaba los ojos, los dientes y los labios. Al darse cuenta de la reacción de su novia, Keisuke puso su mano libre sobre la de ella, acariciándola suavemente hasta que finalmente se relajó.
—Tranquila, amor, lo peor ya pasó.
—¿Y si el tren se detiene de golpe? —preguntó ella, sin soltar a Keisuke. Él la miró pensativo por un momento y luego sonrió.
—Bien, ¿qué tal esto? Te lanzaré un hechizo que te hará dormir. Es el mismo que usé cuando te llevé al hotel en Kioto. No sentirás nada, solo dormirás y babearás como un bebé durante todo el trayecto.
—Ja, ja —respondió ella, molesta y con un toque de sarcasmo—. ¿Te refieres al hechizo que usaste para secuestrarme? —añadió en un murmullo.
—Con la diferencia de que ahora no es un secuestro —replicó él.
—¡Claro que lo es! —protestó Chifuyu—. Retener a alguien contra su voluntad también es secuestro, y no estoy en este tren por mi propia voluntad. Técnicamente me has obligado a subir en él.
Keisuke puso los ojos en blanco y suspiró ante la obstinación de su novia.
—Concéntrate, Chifuyu —apremió—, ¿quieres o no lo que te propongo?
Ella suspiró y se quedó pensativa por un instante, al tiempo que acariciaba su vientre inconscientemente, y dijo:
—Es mejor eso que sufrir durante todo el viaje —admitió resignada, aceptando de esa forma lo que el hechicero le proponía.
—De acuerdo —dijo él, desabrochando su cinturón de seguridad. Luego desabrochó el de ella y se le acercó para abrazarla y arrimarla contra su pecho—. Vas a sentir un ligero mareo —susurró en el oído de la chica mientras posaba suavemente su mano en su sien—. Que solo lo sentirás un par de segundos —concentró su poder en ella—. Luego... solo DOR...MI...RÁS —añadió, cortando las sílabas de la última palabra lentamente.
Chifuyu quedó inerte, apoyando su cabeza en el pecho de su novio.
—Dulces sueños, amor, te despertaré cuando estemos por llegar —besó su frente, la acomodó en su asiento nuevamente, le abrochó el cinturón y, una vez que la cubrió con una manta, permitió que Edward ocupara su lugar para hacer descansar aquel cuerpo.
El Avatar la observó unos breves segundos y, lentamente, como si temiera hacerlo, tomó la mano de Chifuyu, entrelazando los dedos de su propia mano con los de ella.
Una vez más, el primo Ryusei intervino en la reservación de la mejor habitación del Hotel Sato. Pero, a diferencia del hotel de Kioto, el de Tokio era un edificio moderno, construido específicamente para ser hotel.
Cansada del viaje por lo poco que durmió, Chifuyu añoraba con urgencia una cama para continuar estando entre los brazos de Morfeo. Por otra parte, Keisuke decidió darse una ducha; después de todo, en teoría él no dormía, y el avatar solo dormía cuando aquel cuerpo que ambos compartían se sentía agotado. Generalmente eso ocurría cuando no se alimentaba bien. Sin embargo, esta vez sí lo había hecho; en el tren bala, con la sangre de una pasajera mientras los demás dormían y el personal de servicio estaba ocupado en sus propios asuntos. Por supuesto, después de alimentarse y tras descubrir que aquella pasajera tenía una vida doble como traficante de drogas, Keisuke intervino para que Edward no llegara a matarla. Luego la persuadió de que dejara de hacer esos actos ilícitos y se entregara a la policía, entregando también a todos los involucrados en aquel negocio sucio en el que ella solía participar.
Se miró al espejo mientras esperaba que se llenara la tina y apoyó las manos sobre el lavamanos. Enseguida le sonrió a su reflejo, pero este no le devolvió el gesto.
—Vaya, aprendiste uno de mis trucos —le dijo en un tono jovial.
—No tienes idea de cuánto he aprendido de ti —contestó Edward en el espejo, mientras le sonreía de lado.
Keisuke sonrió ante aquel comentario, que para él era solo un alarde de parte del Avatar, sin sospechar que este actuaría de forma inusual durante toda esa semana. Se quitó la camiseta, exponiendo aquel torso fornido y tatuado. Luego volvió a la habitación para hurgar entre sus cosas con el propósito de encontrar su espuma y máquina rasuradora. En seguida regresó al baño y, tras mirar su rostro desde todos los ángulos nuevamente en el espejo, comenzó a rasurarse para después desnudarse por completo y bañarse de una vez por todas.
Esa mañana pasó volando. Keisuke se quedó horas mirando el techo de la habitación, pensando cuál sería su siguiente plan. Sin embargo, no tenía nada planeado porque, estando tan lejos de Tokio, dudaba que algo malo pudiese ocurrir. Pero tampoco quería mantener a Chifuyu encerrada todo el día en la habitación, así que se quedó pensando en cómo podrían ocupar su tiempo durante esa tarde.
Mientras tanto, Chifuyu dormía plácidamente para recuperar el sueño perdido. Enseguida, se levantó y, tras bañarse, vestirse y desayunar, decidieron pasar un día de turismo, con la tranquilidad de que estaban absolutamente lejos del peligro que los amenazaba. Así que arrendaron un auto y decidieron tomar un placentero viaje hasta el Castillo de Osaka. Estuvieron todo el día; primero, fueron de compras, almorzaron en un hermoso restaurante, y luego caminaron por Dotonbori, disfrutando del ambiente vibrante de la ciudad. Más tarde, decidieron pasear por las cercanías del Parque Tennoji, donde hicieron una improvisada sesión fotográfica; tomaron fotos aquí y allá con las cámaras de sus celulares. Keisuke le sacó más fotos a Chifuyu sola, posando en distintas partes, ya que generalmente al hechicero no le gustaba sacarse fotos, alegando que era poco fotogénico o que siempre salía mal en las fotografías. Pero sobre todo, en aquel momento, se negaba a fotografiarse porque sabía que su cuerpo ya no le pertenecía. Sin embargo, aceptó sacarse algunas selfies junto a Chifuyu. En algunas salían abrazados, en otras besándose, y en otras poniendo caras chistosas. Después de las selfies, le pidieron a un turista que les sacara una última foto, utilizando la cámara del celular de Chifuyu. En ella, Keisuke abrazaba a su novia por detrás mientras posaba sus dos manos en el vientre de ella.
Comenzó a caer la noche, y pronto debían volver al hotel. Sin embargo, se tomaron un tiempo para regresar a la playa. Estaban fascinados observando las fotos que se habían tomado y eligieron las que les parecían las mejores para guardarlas en sus recuerdos o compartirlas en sus redes sociales cuando el peligro hubiera pasado. (Ya que, para seguir ocultos, no debían dar señales de su paradero). No obstante, optaron por conservarlas todas; Chifuyu, por su parte, eligió la foto que les tomó el turista para ponerla de fondo de pantalla en su celular, mientras que Keisuke escogió una de Chifuyu donde ella salía sola, mirando a la cámara mientras caminaban por la arena, con el viento soplando y haciendo que su risa y suelta cabellera ondeara hacia atrás.
Se sentaron sobre unas rocas mirando hacia el mar, y Chifuyu se acomodó entre las piernas de Keisuke, quien la abrazaba desde atrás, acomodando su cara en el hombro de ella para besar su mejilla o simplemente quedarse así. De vez en cuando, también le besaba el cuello y luego, con suavidad, apoyaba su mentón en la clavícula de ella, sin dejar de envolverla con sus brazos.
Poco a poco, el sol anaranjado se ocultaba, dando la impresión de que caería al agua. De pronto, después de un largo y pacífico silencio, solo roto ligeramente por el sonido de las olas y el soplido del viento, la luna tomó el lugar del astro rey, y poco a poco las estrellas comenzaron a cuajar el oscuro cielo nocturno. Era la primera vez en meses que pasaban un momento de calidad "a solas", sin contar que, en teoría, si tenían compañía (cada uno llevando a un ser dentro de su propio cuerpo). A pesar de eso, fue el mejor día que habían tenido desde la noche de San Valentín.
—Es hora de regresar —susurró él en su oído. Ella asintió sin decir nada, se puso de pie y Keisuke hizo lo mismo, colocándose junto a Chifuyu para tomar su mano e irse de vuelta al hotel.
Pasaron los días, y Chifuyu se sentía cada vez más cómoda y tranquila, creyendo saber reconocer bien a su novio. Después de todo, tenía claro que él y el avatar eran diferentes uno del otro. También le tranquilizaba el hecho de que Edward no se había manifestado en toda esa semana, dándole la sensación de que realmente estaban solos, especialmente en la intimidad, ya que de vez en cuando pasaban... más bien, día por medio, hacían el amor durante las noches. Era el momento más lindo que habían tenido en meses, a pesar de que, en ocasiones, Keisuke se sentía un tanto extraño, como si no pudiese manejar sus actos y su mente se bloqueara.
El viernes por la noche, ya casi terminaba la primera semana en esa ciudad y todo parecía normal, como en los viejos tiempos, cuando se suponía que nunca pasaba nada fuera de lo común. Eran las 20:30 hrs. Ese día, después de una larga tarde en la que quisieron ir nuevamente al Castillo de Osaka; se sacaron unas cuantas fotos frente a los jardines y el majestuoso edificio. Luego, tras varias horas y cansados de tanto caminar, decidieron regresar al hotel.
Pasaron los días, y Chifuyu se sentía cada vez más cómoda y tranquila, creyendo que reconocía bien a su novio. Después de todo, tenía claro que él y el avatar eran diferentes entre sí. También le daba paz el hecho de que Edward no se había manifestado en toda esa semana, lo que le hacía sentir que realmente estaban solos, especialmente en la intimidad. De vez en cuando pasaban noches juntos, y el hecho de hacer el amor era lo más hermoso que habían experimentado en meses. A pesar de esto, en ocasiones Keisuke se sentía algo extraño, como si no pudiera controlar sus acciones y su mente se bloqueara.
Era viernes por la noche, casi terminaba la primera semana en esa ciudad, y todo parecía normal, como en los viejos tiempos, cuando supuestamente nunca pasaba nada fuera de lo común. Eran las 20:30 horas. Ese día, tras una larga tarde en la que decidieron conocer el Castillo de Osaka y sacarse algunas fotos frente a los jardines y el foso, después de unas cuantas horas y cansados de tanto caminar, decidieron regresar al hotel.
Ahí estaban, sentados frente a frente en esa amplia tina llena de agua confortablemente caliente, mirándose a los ojos, acariciándose, abrazándose y diciéndose palabras tiernas y clichés que expresaban cuánto se amaban. Lentamente comenzaron a acercarse más y más, hasta que llegó un punto en el que el abultado vientre de Chifuyu se interpuso entre ellos. Ambos miraron hacia abajo y comenzaron a reír. Aunque ese bulto no era tan grande, sus seis meses de embarazo eran lo suficiente para estorbar en algunas ocasiones; sin embargo, eso no significaba que su deseo de amarse disminuyera. Siempre encontraban alguna forma cómoda y placentera de hacer el amor.
—Será mejor que nos vayamos a acostar —dijo él—, o quedaremos como pasas.
Chifuyu se rió ante el comentario.
—Sí, vamos... es hora de ir a la cama —respondió ella, deshaciendo el abrazo. Él se puso de pie, salpicando algunas gotas al levantarse. Tras salir de la tina y colocarse una toalla alrededor de la cintura, ayudó a Chifuyu a levantarse. Ella se puso una bata y enrolló una toalla en su cabeza para secar su cabello. Se acercó al tocador y, sonriendo a través del espejo, le indicó a su novio que tardaría un poco más en salir del baño.
—Te espero en la cama, entonces —dijo él, devolviéndole la sonrisa tiernamente.
El hechicero salió del baño, y tras quitarse la toalla, se puso un pantalón de franela y una camiseta sin mangas. Aunque Osaka era calurosa de día, por las noches la temperatura bajaba considerablemente debido al clima marino. Cuando Chifuyu apareció en el dormitorio, su cabello, algo esponjoso por la humedad, estaba peinado. Keisuke notó su pijama llamativo: un short de satén y un top de tirantes de color perla negra. Se quedó mirándola como si hubiera visto a un ángel; era la primera vez en meses que la veía usando ese tipo de ropa para dormir.
—Sé que me veo algo ridícula y gorda en estos momentos, pero... no tenía otro pijama y... —comenzó a excusarse, pero Keisuke la interrumpió, acercándose peligrosamente.
—Te ves hermosa, amor... créeme. Aunque realmente desearía quitarte ese pijama y... ya sabes... —no terminó la frase; lo demás lo expresó con una mirada juguetona y una sonrisa mientras se acercaba a ella, tomándola por la cintura. Ella mordió su labio inferior, mostrando que poco a poco cedía a la tentación.
Chifuyu se sentía como una recién casada, solo que saltándose la parte de la boda. A pesar de los malos entendidos al principio, esa semana en Osaka fue como vivir su luna de miel: sin preocupaciones, sin miedos ni sorpresas desagradables, solo ellos dos disfrutando de los días calurosos y noches frías de clima costero, recorriendo la ciudad y sus alrededores.
—Hazlo —le susurró ella con ternura como invitación, aunque su voz sonaba agitada, y el calor del ambiente comenzaba a subir.
Él no dudó ni un segundo, simplemente comenzó, con parsimonia, a bajar las tiras del top, haciendo un camino de besos desde sus hombros hasta su cuello, mientras sus manos se ocupaban de deslizar la suave prenda por encima de la cabeza y brazos de la chica, dejando su torso delicado y femenino completamente desnudo. Se detuvo un momento y la observó como si la estuviera escaneando con la mirada. Contempló su vientre con el ombligo algo salido, luego miró sus pechos grandes, llenos de la savia materna que cada mes aumentaba en cantidad, y con ello el tamaño de esas dos pequeñas montañas de leche. Luego la miró a los ojos y, tomando sus antebrazos con ambas manos, la hizo caer de espaldas sobre la cama para besarla apasionadamente. Se detuvo una vez más, se mojó los labios con la lengua y rápidamente se deshizo de la camiseta. Una vez más, se acercó a ella, apoyando las manos sobre el colchón, aprisionándola entre la cama y su cuerpo. Se inclinó sobre su rostro para buscar esos delgados y rojizos labios con los suyos, y se encontraron en un beso casi frenético, lleno de lujuria, como en aquellos tiempos en los que no pasaba nada mágico, salvo la unión de sus cuerpos de vez en cuando.
— «¿Qué crees que haces?»
— «¿Qué? ¿No recuerdas que hace unos días te dije que aprendí mucho sobre ti? Aprendí a imitarte de muchas maneras, Keisuke.»
Sí, mientras todo aquello ocurría, una batalla campal entre ambos seres estallaba dentro de aquel cuerpo masculino: el avatar y el hechicero. Ambos luchaban por controlar el cuerpo con doble personalidad, pero el que iba ganando desde hacía ya mucho rato era el dueño original de este, Edward, el avatar. Desde que se presentó ante Chifuyu, había intentado rebelarse contra las restricciones que el hechicero le imponía, demostrándole que él tenía tanto derecho como Keisuke de experimentar los placeres carnales de los humanos, pero al más puro estilo de un avatar, buscando algo más que simple placer sexual: alimentarse de la energía vital del alma más pura que había tenido a su merced, el de Chifuyu.
— «¿Acaso creíste que sólo tú tenías el derecho de tenerla?» —dijo Edward mientras deslizaba una mano por la pierna de Chifuyu, arrancándole el pequeño short—. «Si compartimos un cuerpo... también la compartimos a ella.»
— «Compartimos un cuerpo, no nuestras vidas personales» —la voz de Keisuke resonó, gruñendo de impotencia al darse cuenta de que se sentía totalmente bloqueado—. «Chifuyu no es una muñeca, es mi novia, mía, mi Chifuyu, no tuya.»
— «"Soy un parásito que vive en el cuerpo de otro... tu cuerpo, mi Avatar..."» —Edward citó las palabras que alguna vez Keisuke le dijo—. «¿Recuerdas esas palabras? Tú mismo lo dijiste, es mi cuerpo, Keisuke... ¡y tú sólo eres el parásito que pretende controlarme!» —añadió mientras Chifuyu comenzaba a bajar los pantalones de franela. Él se incorporó ayudándola con aquella labor, y Chifuyu empezó a besar aquel duro y marcado pecho, creando un fino camino de saliva hasta el abdomen, deteniéndose en la pelvis. El miembro masculino de aquel cuerpo ya no necesitaba ningún tipo de estimulación previa. Se sentó en medio de la cama, en posición de loto; lentamente, ella se acomodó sobre su regazo, mirándolo a los ojos mientras sonreía. Y ahí la vio: aquella venita característica en su ojera le indicaba lo excitado y ansioso que él estaba. Entonces, ella alzó la mano lentamente, y con su índice comenzó a acariciar suavemente esa zona cerca de su ojo. Luego, acercó sus labios al rostro de él y besó esa venita que tanto acaparaba su atención, haciendo sonreír al avatar, quien en ese instante tomó el rostro de Chifuyu entre sus manos para estampar sus labios contra los de ella, profundizando cada vez más los besos.
— «¡No, basta... basta, sólo la lastimarás!» —suplicó Keisuke. — «Créeme, Keisuke... es lo último que haría, al menos adrede.» — «¡Aléjate de ella!» — «No, no, no... recuerda que "tú y yo somos uno por el resto de tu vida y, si yo caigo, tú caes conmigo". Es decir, de mi vida. Si yo me alejo de ella, jamás la volverás a... ver.» —Diciendo esto, penetró a Chifuyu con fuerza, produciendo un gutural gruñido de placer. Él entró en ella con tal ímpetu que Chifuyu debió morderse el labio inferior para no gritar de dolor, pero a pesar de eso, continuó; se abrazó a él y comenzaron a moverse.
Una vez dentro de ella, Keisuke intentó pelear para recuperar el control, pero estaba completamente bloqueado, como cuando Edward se alimentaba de la gente de manera incontrolable, en un frenesí que escapaba de todo juicio. Sólo que ahora, las cosas eran diferentes, porque no se trataba de alguna víctima al azar que había cometido un delito en el pasado. Se trataba de Chifuyu. Chifuyu estaba entre los brazos de Edward, quien se apoderaba de ella sin piedad, mientras ella gemía de placer, sin darse cuenta de a quién tenía realmente frente a sí.
De pronto, ella comenzó a sentirse mareada, pero no era un mareo desagradable ni nauseabundo, sino como si lentamente comenzara a entrar en una especie de trance, en el que su cuerpo empezaba a viajar a otra dimensión, como si su alma se desprendiera de su cuerpo cada vez que recibía una embestida de Edward. Ya no se trataba sólo de estar teniendo relaciones, era más bien como estar en una especie de ritual místico que la sacaba del tiempo y el espacio. Y aunque le asustaba un poco aquella sobrecogedora sensación, que era equivalente a estar bajo los efectos de alguna hierba alucinógena, deseaba no terminar nunca para continuar unida a él y seguir sintiendo esa explosión de sensaciones y sentimientos encontrados que se mezclaban con el dolor, el placer, el cansancio y la adrenalina, todo a la vez.
Por su parte, Edward empezaba a absorber mucha energía y, al mismo tiempo, también comenzaba a sentir aquella sensación de trance, tal como la sentía Chifuyu... y entonces lo comprendió: una vez más, el extraño poder oculto de la mortal embarazada comenzó a actuar. Edward no sólo le quitaba energía a Chifuyu mientras se amaban, él también le daba energía a ella, una retroalimentación que jamás había experimentado con otro ser humano de alma pura como la de esta mortal, quien cada vez sorprendía más al avatar, hasta el punto de turbación.
Muy pronto, aquel frenesí se hizo insostenible. Chifuyu presionó un poco más su pelvis contra la de él. La cama crujía en cada movimiento, sus gemidos se mezclaban y sus gritos de placer se ahogaban en cada nueva sensación.
Ella se aferró a él, arañándole incluso la espalda. Llegaron al éxtasis juntos y, por mucho que a Chifuyu le doliese admitirlo, esa fue la mejor experiencia que había tenido desde que conoció a Keisuke. No era solo ternura, como había sido últimamente; también era locura y algo salvaje, lo que le daba aún más emoción a esa experiencia, pues era una faceta de él que hacía mucho tiempo que Chifuyu no veía.
Exhausta, ella apoyó su cabeza en el pecho de él, respirando agitadamente mientras sentía la irregularidad en la respiración de Edward.
—Te amo, Keisuke —dijo ella con la voz agitada, en un tono tan dulce que sonaba casi infantil. —Yo también te amo, Chifuyu... pero no soy Keisuke.
Ella se quedó congelada por unos segundos, aún abrazándolo, sin mover un solo músculo y conteniendo la respiración. Luego abrió los ojos y parpadeó un par de veces antes de incorporarse y mirarlo a la cara.
—He sido Edward todo este tiempo —corroboró él al cruzar su mirada con los ojos de asombro que ella tenía. —¿Todo...? —Desde que salimos a pasear el primer día que llegamos aquí. —¿Qué? —preguntó ella, frunciendo ligeramente el ceño, incrédula. Chifuyu comenzaba a entrar en pánico al sentir que había caído en una macabra y engañosa trampa. —Bueno, no exactamente. Algunas veces, en especial esas noches apasionadas, nos turnábamos. Un rato Keisuke era él mismo, y al otro era yo, fingiendo ser él... como hoy. Solo que esta vez fui yo todo el tiempo, he sido yo todo el día desde que despertaste esta mañana. —¿Por qué? —espetó ella con voz agitada. Edward la hizo callar poniendo su mano sobre sus labios. —Shhh, calma, no te asustes. Además, no era cosa de él... —le aclaró—. Te amo, Chifuyu. Los avatares no podemos sentir al principio... —tomó una pausa y se encogió ligeramente de hombros—. Eventualmente podemos hacerlo, después de que alguien más sea capaz de activar nuestra humanidad... —hizo otra pausa y alzó la mano para acariciar la mejilla de Chifuyu con los nudillos—. Ya sea de forma voluntaria o involuntaria —la miraba a los ojos, notando el miedo y la confusión que ella sentía en ese momento—. A ti te amo... —susurró, tomando el rostro de la chica entre sus manos—. Desde el primer momento en que te vi.
Edward la abrazó suavemente y cerró los ojos al hacerlo. No podía creer que aquellas palabras salían de su propia boca, no podía creer que por fin estaba admitiendo lo que intentaba negar desde hacía mucho tiempo. Pretendía negarlo hasta el final, pero ya no podía más con eso.
—Tú activaste mis sentimientos, Chifuyu... eres el chip que encendió mi humanidad, la primera y la última persona a quien siempre amaré. —Edward... yo... no... —él la interrumpió una vez más de la misma forma: posando sus dedos sobre los labios de ella. No quería escucharla decir lo que él ya sabía. —Sí, lo sé... es Keisuke... siempre será Keisuke. No importa qué pase, siempre lo amarás a él antes que a mí —bajó la mirada—. Aunque termine su asunto pendiente y deba abandonar este cuerpo para irse al otro mundo... seguirás siempre amándolo a él y solo a él. —Lo siento, Edward —dijo ella, con la voz quebrada.
Chifuyu se quedó algo ida ante esas palabras, y lo cierto era que, aunque amaba con todo su ser a Keisuke, últimamente sus sentimientos eran absolutamente confusos. Veía al avatar y su pecho ardía de rabia, al punto de sentir un odio tan profundo por él que la consumía completamente. Pero en otras ocasiones veía a Edward como una extensión del hechicero y no como dos seres distintos en un solo cuerpo, como le había dicho su novio en reiteradas ocasiones. Se preguntaba si acaso se puede amar a dos personas a la vez. ¿De verdad esas cosas ocurren? No estaba segura. Pero de lo que sí estaba segura en ese instante era que, al saber lo que acababa de ocurrir, una pesada angustia se apoderó de su pecho. Levantó la vista hacia él y miró aquellos profundos ojos azules que la observaban expectantes. Aquella pausa, aunque breve, para ambos fue eterna.
Los ojos de Chifuyu comenzaron a picar, y muy pronto las lágrimas caían como gotas de lluvia torrencial.
—¡Lo siento tanto! —comenzó a decir entre llanto, lanzándose a los brazos de él—. ¡De verdad lo siento, lo siento mucho! —se disculpaba una y otra vez, pero su confusión era tan grande que no sabía si se disculpaba con Keisuke por haberlo engañado con alguien más o con Edward por no poder corresponderle como él quisiera. Sin embargo, mientras lloraba desesperadamente sobre aquel pecho masculino y sentía las suaves caricias de consuelo sobre su cabeza, llegó a la siguiente conclusión: se disculpaba con ambos a la vez, porque después de toda esa apasionante y placentera experiencia, se dio cuenta de algo nuevo, algo que jamás se había planteado hasta ese momento: Keisuke tenía razón, si estaba con él, estaba con Edward... y si amaba a Keisuke, también amaba a Edward, porque si bien eran diferentes individuos en un solo cuerpo, ambos tenían cualidades que cautivaban a Chifuyu de una manera arrolladora. Ambos se complementaban y se retroalimentaban, agregando las mejores cualidades de dos seres en un solo cuerpo.
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